La caja de cartón - Arthur Conan Doyle - E-Book

La caja de cartón E-Book

Arthur Conan Doyle

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Beschreibung

Dentro del paquete entregado a Susan Cushing de Croydon, se atestigua una severa mutilación. Símbolos de demencia, partes humanas cercenadas y una carta con un sombrío contexto darán razones suficientes para que Susan acuda a la policía de Scotland Yard. El inspector Lestrade de Scotland Yard, confundido y anonadado por este caso, requerirá ayuda profesional para encontrar la verdad de este macabro incidente.Sherlock Holmes y el Dr. Watson tendrán que deducir la verdad de los hechos, descubrir la identidad del asesino, sus razones y la identidad de sus víctimas para poder dar respuesta a este trágico incidente. -

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Seitenzahl: 45

Veröffentlichungsjahr: 2019

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Arthur Conan Doyle

La caja de cartón

Saga

La caja de cartónOriginal titleThe Adventure of the Cardboard Box Cover design: Breth Design www.brethdesign.dk Copyright © 1893, 2019 Arthur Conan Doyle and SAGA Egmont All rights reserved ISBN: 9788726297317

1. e-book edition, 2019

Format: EPUB 2.0

All rights reserved. No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

SAGA Egmont www.saga-books.com – a part of Egmont, www.egmont.com

Advertencia de Luarna Ediciones

Este es un libro de dominio público en tanto que los derechos de autor, según la legislación española han caducado.

Luarna lo presenta aquí como un obsequio a sus clientes, dejando claro que:

La edición no está supervisada por nuestro departamento editorial, de forma que no nos responsabilizamos de la fidelidad del contenido del mismo. Luarna sólo ha adaptado la obra para que pueda ser fácilmente visible en los habituales readers de seis pulgadas. A todos los efectos no debe considerarse como un libro editado por Luarna. www.luarna.com

Al elegir unos cuantos casos típicos que ilustren las notables facultades mentales de mi amigo Sherlock Holmes, he procurado, en la medida de lo posible, que ofrecieran el mínimo de sensacionalismo, y a la vez una amplia muestra de su talento. Sin embargo, es imposible, lamentablemente, separar por completo lo sensacional de lo criminal, y el cronista se ve en el dilema de tener que sacrificar detalles que resultan esenciales en su exposición, dando de ese modo una impresión falsa del problema, o verse obligado a utilizar materiales que la casualidad, y no su elección, le ha proporcionado. Tras este breve prefacio pasaré a exponer mis notas acerca de lo que constituyó una cadena de acontecimientos extraños y particularmente terribles.

Era un día de agosto y hacía un calor abrasador. Baker Street parecía un horno y el relumbre de la luz del sol al incidir sobre los ladrillos amarillos de la casa del otro lado de la calle lastimaba la vista. Costaba trabajo creer que aquellos fuesen los mismos muros que se erguían tan lóbregos por entre las nieblas del invierno.

Habíamos bajado a medias las persianas y Holmes se había acurrucado encima del sofá, leyendo una y otra vez una carta que había recibido en el correo de la mañana.

En cuanto a mí, los años de servicio en la India me habían habituado a soportar el calor mejor que el frío, y que el termómetro pasara de treinta grados no me suponía dificultad alguna. El periódico de la mañana no ofrecía ninguna noticia interesante. El Parlamento había interrumpido sus sesiones. Se habían ido todos de la ciudad y yo añoraba los claros del New Forest o los guijarros de Southsea. Mi reducida cuenta bancaria me había obligado a posponer las vacaciones, y en cuanto a mi acompañante, ni el campo ni el mar le atraían lo más mínimo. Le encantaba permanecer en el mismo centro donde pululaban cinco millones de personas, extendiendo sus filamentos y pasando por entre ellas, receptivo al más pequeño rumor o sospecha de algún delito sin esclarecer. El aprecio de la naturaleza no se encontraba entre sus muchas dotes, y sólo cambiaba de parecer cuando, en lugar de centrarse en un malhechor de la capital, trataba de localizar a algún hermano suyo de provincias.

Viendo que Holmes estaba demasiado abstraído para conversar, yo había echado a un lado el insulso periódico y, reclinándome en el sillón, me sumí en profundas meditaciones. De pronto la voz de mi acompañante interrumpió el curso de mis pensamientos:

–Lleva usted razón, Watson. Parece una forma absurda de dirimir una disputa.

–¡De lo más absurda!– exclamé, y de pronto, comprendiendo que Holmes se había hecho eco del pensamiento más íntimo de mi alma, me incorporé del sillón y le miré perplejo.

–¿Cómo es eso, Holmes? –grité–. Supera todo cuanto pudiera haber imaginado.

Él se rió de buena gana al observar mi perplejidad.

–Recuerde usted –me dijo– que hace algún tiempo, cuando le leí el pasaje de uno de los relatos de Poe en el que un minucioso razonador sigue los pensamientos no expresados de su compañero, usted se sintió inclinado a tratar el asunto como un mero tour de force del autor. Al advertirle que yo solía hacer eso constantemente, usted se mostró incrédulo.

–¡Oh, no!

–Tal vez no llegara a expresarlo en palabras, mi querido Watson, pero lo hizo sin duda con las cejas. De modo que cuando le vi tirar el periódico al suelo y ponerse a pensar, me alegré mucho de tener la oportunidad de leerle el pensamiento, y finalmente de poder interrumpirlo, demostrando así mi compenetración con usted.

Aquello no me convenció del todo.

–En el ejemplo que usted me leyó –le dije– el razonador extrajo sus conclusiones basándose en la actuación del hombre al que observaba. Si mal no recuerdo, aquel hombre tropezó con un montón de piedras, miró hacia arriba a las estrellas, etcétera. Yo, en cambio, he estado sentado en mi sillón tranquilamente, por tanto ¿qué pistas he podido darle?

–Es usted injusto consigo mismo. Las facciones le han sido dadas al hombre para poder expresar sus emociones, y las suyas cumplen ese cometido fielmente.

–¿Quiere usted decir que leyó en mis facciones el curso de mis pensamientos?