La cápsula mundialista - Verónica Coello Game - E-Book

La cápsula mundialista E-Book

Verónica Coello Game

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Beschreibung

La obra trata sobre el ejercicio de la memoria (recuerdos), los años del colegio, la importancia de la familia y de los verdaderos amigos; acompañado por el furor hacia el álbum del Mundial Qatar 2022.  El libro dirigido para niños nos habla de deporte, pero también de valores universales que sin duda son esenciales y debemos procurar promover en la sociedad actual. Recordándonos a todos (grandes y pequeños) el verdadero espíritu deportivo: el trabajo en equipo, la solidaridad, el compromiso, el esfuerzo, la perseverancia, el respeto al rival, la superación personal, la honestidad, unión e integridad.

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Prólogo

Epílogo

Glosario

Agradecimientos

Biografías

Para María Delia, quien me enseñó sobre la fortaleza de los árboles y de la amistad eterna.Verónica Coello Game

Para Victoria y Sienna, mis nuevos refuerzos del mejor equipo que pude tener.Andrés Guschmer Tamariz

Prólogo

Como aún no existen los viajes en el tiempo, la mejor manera de “viajar al pasado” y volver a vivir un determinado momento de nuestras vidas sigue siendo a través de los recuerdos guardados en nuestra memoria.

En mi caso, el fútbol siempre ha marcado las coordenadas de mi vida. Cada momento, importante o no, lo puedo asociar con facilidad al fútbol.

Es así como puedo referir que el nacimiento de mi hermana Nicole fue a los pocos meses del inicio del Mundial de Italia 90, o que el inicio de mis estudios universitarios tuvo lugar unas semanas antes del triunfo de Ecuador 2 a 0 ante Argentina en Quito en 1996, o que el nacimiento de mi hija Luciana fue en plena previa del encuentro de eliminatorias de Ecuador-Paraguay en 2001; o cómo olvidar que el choque de mi primer auto se dio durante la jornada inaugural de la Copa América 2004, o la triste partida de mi abuela Mary un día antes de la final del Mundial de Sudáfrica 2010. Como pueden ver, el tiempo y lugar de muchos de mis recuerdos están vinculados con el fútbol.

Sin embargo, jamás podré negar que una de mis más grandes ilusiones de ciencia ficción seguirá siendo viajar en el tiempo. Quizás por eso Volver al futuroes una de mis películas favoritas, que continuaré viendo una y otra vez, sin aburrirme, aunque ya conozca el final.

En estas páginas, la cosa es distinta. No solo porque no existe el Delorean que nos lleve a través del tiempo, sino que además no será fácil saber lo que sucederá con los estudiantes del colegio Camilo José Cela y la magnífica historia futbolera de sus protagonistas.

Para quienes guardamos recuerdos futboleros —físicos y emocionales— este libro traerá muchas sensaciones que seguramente aparecerán a flor de piel cuando evoquemos nuestros años estudiantiles, que en lo personal también se desarrollaban entre el colegio, el fútbol, los amigos, el bullying y una que otra amiga.

Precisamente dos niñas serán parte fundamental de esta historia: una mostrándonos la cara más tierna y amorosa que una hija de padres con una problemática actual pueda tener, y la otra comprobando su profundo amor por el fútbol (algo que ya no sorprende en las chicas de hoy), puesto en escena con la garra y tenacidad con la que se debe disputar una pelota dentro del área.

Lo curioso es que en estas páginas, en la esencia de la historia —escrita por Verónica, como solo ella lo sabe hacer—, ese recuento de recuerdos será descubierto gracias a una cápsula mundialista que nos permitirá “revivir el pasado en el presente del futuro”. ¿Me entienden? Mejor dejémoslo aquí, pasen a la siguiente página y que empiece el partido.

Andrés Guschmer T. / 2022

Lo único que nos llevamos de esta vida es la semilla que sembramos en los demás. Andrés Guschmer T.

Era un martes lluvioso por la mañana. El fin de la construcción de un complejo de viviendas se acercaba. Pablo estaba preparando la impresora 3D que levantaría una casa nueva del suelo en pocas horas. No sabía que se llevaría una sorpresa tan temprano (¿le gustará? Quién sabe). El jefe de los obreros apareció en la entrada del campamento y lo llamó con urgencia diciéndole:

—¡Ingeniero, venga a ver lo que hemos encontrado debajo de los cimientos!

—Vamos a ver de qué se trata. No puedo creer que no hayan retirado todos los escombros de aquella última oficina que quedaba en pie. ¡Si hasta vamos con retraso! —comentó Pablo con el ceño fruncido.

Pablo se acercó a una pared en ruinas y, detrás de un muro, pudo observar la cabeza de un cilindro metálico. Los obreros trataban de desenterrar aquel tesoro escondido que estaba enganchado entre las raíces de un árbol mutilado. Pablo pidió una pala para que se hiciera más fácil el trabajo, pero tardaron un poco porque no la tenían a la mano.

El jefe de los obreros llegó corriendo con un par de palas. Pablo procedió a excavar alrededor de aquel objeto plateado, mientras los obreros lo halaban desde donde estaba trabado. Finalmente, luego de algún esfuerzo, Pablo pudo tener en sus manos lo que había estado guardado durante años ahí.

En la parte superior del objeto había una pequeña cerradura que, al ser girada, provocó que se abriera una tapa. Hubo tal silencio que durante unos segundos solo se escuchaba la lluvia. Al poco rato el jefe de los obreros murmuró:

—Ingeniero, por gusto lo abrió. ¿Y si le pertenecía a un muerto que dejó una maldición para quien lo abriera?

—Qué cosas dices, Jiménez. Has visto tantas películas de misterio que tienes la cabeza llena de fantasmas. Aquí lo que veo son unas fotografías y un poco de cachivaches. Mire esta foto, ¿le parece la de una momia? Qué va, Jiménez, solo es un coro de niños uniformados. Otra es de unas niñas corriendo en postas. En esta de acá aparece una señora detrás de un grupo de chiquillos a los que, de paso, se ve muy contentos —comentó Pablo con ironía.

—Fíjese, ingeniero, que al reverso de la que tiene en la mano está escrito algo —dijo uno de los obreros.

Siguiendo un impulso de curiosidad, Pablo giró inmediatamente la foto y se encontró con una nota que decía:

—¡Qué fuerte, Jiménez, esto fue antes un colegio! —exclamó Pablo.

—No me diga, ingeniero. ¿Hace cuánto cerró? —preguntó Jiménez.

—Hace nueve años —contestó pensativo—. Bueno, ya está, que se nos pasa la mañana. Esto solo ha sido una cápsula del tiempo de un colegio que debió haber sido enterrada a mayor profundidad. Terminen de retirar los escombros y preparen el terreno para que la impresora pueda trabajar.

Pablo regresó a su oficina del campamento y tiró la cápsula sobre su escritorio (¿desordenado? Sí). Tenía muchas cosas que hacer, pero la intriga de saber qué más había dentro de ese aparato no lo dejaba en paz. Se sentó un rato para observar las fotos que había encontrado. Miró detenidamente cada uno de los rostros, se parecían mucho a los compañeros que alguna vez había tenido. “Qué buena época fue la del colegio”, pensó. De repente se acordó de que debía hacer una llamada importante. Dijo el nombre del receptor y, mientras timbraba el celular, empezó a analizar los recuerdos de esa escuela que estaban pendientes de revisar. Encontró el escudo bordado del plantel, un juego de naipes de los jugadores de básquet de la NBA1, un globo antiestrés con una carita feliz, una libreta y la foto selfie de una chica sosteniendo un gato. La foto Polaroid tenía una B mayúscula escrita dentro de un corazón dibujado con marcador rojo en la parte de atrás, un libro de chistes con las páginas arrugadas, la composición de una canción de despedida y un…

—¡Aló, Pablo! —exclamó Eduardo, un colega de la oficina administrativa. Luego de unos segundos de silencio…

—¿Pablo, estás ahí? ¿Me llamaste? —continuó preguntando Eduardo, mientras Pablo seguía inmerso en las cosas que iba encontrado.

—¡El álbum del Mundial de Qatar! —gritó Pablo.

—¿Qué? ¿Te has vuelto loco, Pablo? —preguntó Eduardo.

—¡Eduardo, no te imaginas! Descubrimos una cápsula del tiempo en la construcción. El álbum del Mundial de Qatar 2022 estaba dentro. He retrocedido algunos años, Bro. Nos dimos cuenta de que antes operaba ahí un colegio. Además, encontré…

—Sabes que ando apurado —lo interrumpió Eduardo—. Necesito hablar contigo lo más pronto posible sobre el ajuste del presupuesto para el siguiente proyecto. Avísame cuándo podemos hacer una videollamada.

—Sí, claro. Yo puedo mañana, al final de la tarde mejor. Ahora estoy en lo de la construcción. Por favor, crea tú la reunión porque recién me estoy instalando la nueva versión del software de InVolve en mi computadora.

—De acuerdo, ya mismo te envío el enlace —contestó Eduardo y luego colgó.

Otra vez Pablo se encontró frente a su escritorio y la cápsula. Cerró el álbum y después lo hizo a un lado para poder contestar unos correos pendientes antes de verificar si ya podían empezar a fabricar la casa. Regresó a la escena del hallazgo, Jiménez le tenía una noticia:

—Al parecer, ingeniero, cuando usted abrió la tapa del cilindro se le cayó este llavero. Lo encontramos en la tierra.

—Gracias. No me di cuenta cuando —dijo Pablo, mientras se lo guardaba en el bolsillo—. Ahora sí a trabajar que cada minuto es un crypto o, como hubiese dicho mi abuelo: “Cada minuto es dinero”.

Ese día fue una dura jornada, como iban con retraso terminaron a la madrugada. Pablo llegó exhausto a su departamento. A duras penas alcanzó a sacarse los zapatos y el pantalón antes de caer rendido sobre la cama. A la mañana siguiente, luego de preparase un café, Pablo empezó a arreglar su habitación, todavía tenía cajas cerradas de la mudanza de cinco meses atrás. Pidió el pronóstico del tiempo a su asistente personal virtual. La nueva versión permite escoger su nombre, así que eligió uno que fácilmente se acordaría: Nube, quien además le recitó las noticias principales del día que Pablo no escucharía con atención (¿o sí?).

—10 °C la mínima y 38 °C la máxima. Mañana lluviosa, al mediodía se despejará. Saldrá el sol un par de horas y por la tarde habrá mucha humedad. En la noche caerán lluvias persistentes con algo de granizo en la madrugada porque se pronostica que bajará la temperatura considerablemente. Mejor es que uses paraguas cuando salgas.

—¡Qué clima tan loco! —se sorprendió Pablo.

—¿Quieres saber tu agenda de hoy? —preguntó una voz de mujer humanizada.

—Todavía no, estoy muy cansado, ponme algo de jazz. Eso me ayudará a relajarme.

Recogió el pantalón que reposaba en el piso, revisó los bolsillos antes de echarlo al cesto de la ropa sucia y dio con un llavero al que le colgaba una pequeña pelota de fútbol y un dije de la figura de un gato que tenía grabada la palabra Bigotes y una dirección borrosa. “¡Ah! Este es el nombre del gato de la foto”, pensó.

—Pablo, tienes una llamada de Ariana —dijo Nube.

—¡Híjole! ¡Me olvidé de Ariana! —gritó Pablo—. Activa su holograma.

—Listo —contestó abriendo una pantalla de luz desde el dispositivo para proyectar el video.

—¡Papi! Te olvidaste de recogerme para ir al cole —reclamó una niña de ocho años.

—Ari, amor, lo siento mucho. Ayer tuve un día muy cansado y me quedé dormido. Salgo en dos minutos, todavía hay tiempo para llegar al cole. Nos vemos en un rato.

Pablo alcanzó a tomar otro sorbo de su café antes de vestirse a la velocidad de la luz. Se dirigió rápidamente al carro con el llavero dentro de la chompa para enseñárselo a su hija. “Así se le pasaría más rápido el resentimiento”, pensó. Cuando llegó a su casa vio en la puerta a la mamá de Ariana señalando el reloj. Pablo le pidió disculpas con un gesto de manos juntas sobre la barbilla sin afeitar. En eso salió Ariana corriendo para treparse al carro. Claramente se le había pasado el mal rato; para ella su papá era un superhéroe, aunque a veces Pablo no estuviese a la altura de Spiderman (ya me vas a decir que no es tu personaje favorito de las tiras cómicas, pensarás que hay muchos mejores, pero qué quieres que te diga, para mí sí lo es).

—¡Hola, Ari! Mira lo que me encontré.

—¡Wow!, Papi, ¿dónde? —preguntó Ariana, mientras lo sostenía en su mano.

Durante el camino a la escuela de Ariana, Pablo le iba contando cada detalle de lo vivido el día anterior. Claro, le puso más sal y pimienta al relato para que Ariana sintiese que su papá era una especie de pirata que había encontrado un cofre del tesoro de algún rey cuyo barco se hundió en altamar (que seguro se la creería por la pinta de Barbanegra que traía).

—Esta es una llave que abre un diario —mencionó Ariana.

—¿Un diario? Ya nadie escribe un diario. ¿Cómo sabes?

—Mamá me enseñó el suyo. Lo escribió cuando era chica —contestó Ariana.