Erhalten Sie Zugang zu diesem und mehr als 300000 Büchern ab EUR 5,99 monatlich.
Toda la obra de Tocqueville es una reflexión sobre la libertad o su ausencia, el despotismo. Su estudio de la realidad política y social de Estados Unidos le permitió diagnosticar los peligros que acarrea una democracia basada exclusivamente en la igualdad, el individualismo y el bienestar material. Esta edición de La democracia en América incorpora notas, correspondencias, variantes e inéditos.
Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:
Seitenzahl: 3270
Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:
La democracia en América
Alexis de Tocqueville
La democracia en América
edición crítica y traducción de
Eduardo Nolla
Proyecto financiado por la Dirección General del Libro y Fomento de la Lectura Ministerio de Cultura y Deporte
ColecciónTorre del Aire
Título original: De la démocratie en Amérique© Editorial Trotta, S.A., 2010, 2018, 2023©Liberty Fund, 1990. Reprinted by permission© Eduardo Nolla, edición, crítica y traducción, 2010Ilustración de cubierta: Alexis de Tocqueville por Théodore Chassériau (1850).Palacio de VersallesTodos los derechos reservados.Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación públicao transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorizaciónde sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a cedro(Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org)si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.ISBN (edición digital e-pub): 978-84-1364-184-3www.trotta.es
Advertencia al lector: Eduardo Nolla
Agradecimientos
Introducción: Eduardo Nolla
LA DEMOCRACIA EN AMÉRICA[Volumen I]
Introducción
PRIMERA PARTE
I. Aspecto exterior de América del Norte
II. El punto de partida y su importancia para el porvenir de los angloamericanos
III. Estado social de los angloamericanos
IV. El principio de la soberanía del pueblo en América
V. Necesidad de estudiar lo que pasa en los Estados particulares antes de hablar del gobierno de la Unión
VI. El poder judicial en los Estados Unidos y su acción sobre la sociedad política
VII. El juicio político en los Estados Unidos
VIII. La Constitución federal
SEGUNDA PARTE
I. Cómo puede decirse rigurosamente que en los Estados Unidos es el pueblo quien gobierna
II. Los partidos en los Estados Unidos
III. La libertad de prensa en los Estados Unidos
IV. La asociación política en los Estados Unidos
V. El gobierno de la democracia en América
VI. Cuáles son las ventajas reales que la sociedad americana obtiene del gobierno de la democracia
VII. La omnipotencia de la mayoría en los Estados Unidos y sus efectos
VIII. Lo que en los Estados Unidos modera la tiranía de la mayoría
IX. Las causas principales que tienden a mantener la república democrática en los Estados Unidos
X. Algunas consideraciones sobre el estado actual y el futuro probable de las tres razas que habitan el territorio de los Estados Unidos
Conclusión
Notas de Tocqueville
LA DEMOCRACIA EN AMÉRICA[Volumen II]
Advertencia
Primera ParteINFLUENCIA DE LA DEMOCRACIA SOBRE EL MOVIMIENTO INTELECTUAL EN LOS ESTADOS UNIDOS
I. El método filosófico de los americanos
II. El origen principal de las creencias en los pueblos democráticos
III. Por qué los americanos muestran más aptitud y gusto por las ideas generales que sus padres los ingleses
IV. Por qué los americanos no han sido nunca tan apasionados por las ideas generales en materia de política como los franceses
V. Cómo, en los Estados Unidos, la religión sabe servirse de los instintos democráticos
VI. El progreso del catolicismo en los Estados Unidos
VII. Lo que inclina el espíritu de los pueblos democráticos hacia el panteísmo
VIII. Cómo la igualdad sugiere a los americanos la idea de la perfectibilidad indefinida del hombre
IX. Cómo el ejemplo de los americanos no prueba que un pueblo democrático no pueda tener aptitud y gusto por las ciencias, la literatura y las artes
X. Por qué los americanos se dedican más bien a la práctica de las ciencias que a su teoría
XI. Con qué espíritu cultivan las artes los americanos
XII. Por qué los americanos levantan al mismo tiempo tan grandes y tan pequeños monumentos
XIII. Fisonomía literaria de los siglos democráticos
XIV. La industria literaria
XV. Por qué el estudio de la literatura griega y latina es particularmente útil en las sociedades democráticas
XVI. Cómo la democracia americana ha modificado la lengua inglesa
XVII. Algunas fuentes de poesía en las naciones democráticas
XVIII. Por qué los escritores y los oradores americanos son frecuentemente pomposos
XIX. Algunas observaciones sobre el teatro de los pueblos democráticos
XX. Algunas tendencias particulares de los historiadores en los siglos democráticos
XXI. La elocuencia parlamentaria en los Estados Unidos
Segunda ParteINFLUENCIA DE LA DEMOCRACIA SOBRE LOS SENTIMIENTOS DE LOS AMERICANOS
I. Por qué los pueblos democráticos muestran un amor más ardiente y más duradero por la igualdad que por la libertad
II. El individualismo en los países democráticos
III. Cómo es mayor el individualismo al salir de una revolución democrática que en otras épocas
IV. Cómo los americanos combaten el individualismo mediante las instituciones libres
V. El uso que los americanos hacen de la asociación en la vida civil
VI. Relación entre las asociaciones y los periódicos
VII. Relaciones entre las asociaciones civiles y las asociaciones políticas
VIII. Cómo combaten los americanos el individualismo con la doctrina del interés bien entendido
IX. Cómo aplican los americanos la teoría del interés bien entendido en materia de religión
X. El gusto por el bienestar material en América
XI. Los efectos particulares que el amor a los goces materiales produce en los siglos democráticos
XII. Por qué ciertos americanos muestran un espiritualismo tan exaltado
XIII. Por qué los americanos se muestran tan inquietos en medio de su bienestar
XIV. Cómo el gusto por los goces materiales se une, entre los americanos, al amor a la libertad y a la atención a los asuntos públicos
XV. Cómo las creencias religiosas desvían de vez en cuando el alma de los americanos hacia los goces inmateriales
XVI. Cómo el amor excesivo al bienestar puede perjudicar al bienestar
XVII. Cómo es importante alejar el objeto de las acciones humanas en los tiempos de igualdad y de duda
XVIII. Por qué entre los americanos todas las profesiones honestas son consideradas honorables
XIX. Lo que inclina a casi todos los americanos hacia las profesiones industriales
XX. Cómo la aristocracia podría surgir de la industria
Tercera ParteINFLUENCIA DE LA DEMOCRACIA SOBRE LAS COSTUMBRES PROPIAMENTE DICHAS
I. Cómo se suavizan las costumbres a medida que se igualan las condiciones
II. Cómo la democracia hace más simples y más fáciles las relaciones habituales de los americanos
III. Por qué los americanos son tan poco susceptibles en su país y lo son tanto en el nuestro
IV. Consecuencias de los tres capítulos precedentes
V. Cómo modifica la democracia las relaciones entre el servidor y el amo
VI. Cómo las instituciones y las costumbres democráticas tienden a elevar el precio y a acortar la duración de los arrendamientos
VII. Influencia de la democracia sobre los salarios
VIII. Influencia de la democracia sobre la familia
IX. Educación de las mujeres jóvenes en los Estados Unidos
X. Cómo la joven vuelve a encontrarse bajo los rasgos de la esposa
XI. Cómo la igualdad de condiciones contribuye a mantener las buenas costumbres en América
XII. Cómo entienden los americanos la igualdad del hombre y de la mujer
XIII. Cómo la igualdad divide naturalmente a los americanos en una multitud de pequeñas sociedades particulares
XIV. Algunas reflexiones sobre los modales americanos
XV. La seriedad de los americanos y por qué no les impide hacer a menudo cosas inconsideradas
XVI. Por qué la vanidad de los americanos es más inquieta y más pendenciera que la de los ingleses
XVII. Cómo el aspecto de la sociedad en los Estados Unidos es a la vez agitado y monótono
XVIII. El honor en los Estados Unidos y en las sociedades democráticas
XIX. Por qué en los Estados Unidos hay tantos ambiciosos y tan pocas grandes ambiciones
XX. El negocio de los empleos en ciertas naciones democráticas
XXI. Por qué llegarán a ser raras las grandes revoluciones
XXII. Por qué los pueblos democráticos desean naturalmente la paz y los ejércitos democráticos desean naturalmente la guerra
XXIII. Cuál es en los ejércitos democráticos la clase más guerrera y más revolucionaria
XXIV. Lo que hace a los ejércitos democráticos más débiles que los demás ejércitos al entrar en campaña y más temibles cuando se prolonga la guerra
XXV. La disciplina en los ejércitos democráticos
XXVI. Algunas consideraciones sobre la guerra en las sociedades democráticas
Cuarta ParteLA INFLUENCIA QUE EJERCEN LAS IDEAS Y LOS SENTIMIENTOS DEMOCRÁTICOS SOBRE LA SOCIEDAD POLÍTICA
I. La igualdad proporciona naturalmente a los hombres el amor a las instituciones libres
II. Las ideas de los pueblos democráticos en materia de gobierno son naturalmente favorables a la concentración de poderes
III. Los sentimientos de los pueblos democráticos coinciden con sus ideas para inclinarlos a concentrar el poder
IV. Algunas causas particulares y accidentales que acaban por llevar a un pueblo democrático a centralizar el poder o que le apartan de ello
V. Entre las naciones europeas de nuestros días el poder soberano aumenta aunque los soberanos sean menos estables
VI. Qué especie de despotismo deben temer las naciones democráticas
VII. Continuación de los capítulos precedentes
VIII. Examen general de la cuestión
Notas de Tocqueville
APÉNDICES
Apéndice I. Viaje al lago Oneida
Apéndice II. Quince días por el desierto. Escrito a bordo del vapor The Superior. Comenzado el 1 de agosto de 1831
Apéndice III. Las sectas en América
Apéndice IV. La actividad política en América
Apéndice V. Carta de Alexis de Tocqueville a Charles Stoffels
Apéndice VI. Advertencia a la decimosegunda edición
Apéndice VII. Obras empleadas por Tocqueville
Bibliografía
Índice de materias
«Me perdonará usted, espero, si le manifiesto el pesar, que creo es general, de que haya usted llevado muy lejos el escrúpulo, por otra parte muy loable, de no querer imprimir nada que no hubiese recibido perfectamente el último toque del autor. Sé bien el cuidado que ponía nuestro amigo en no entregar al público la expresión de su pensamiento más que tras haberla llevado al último grado de perfección que se sentía capaz de darle, pero una cosa es preservar un escrito para hacerlo más perfecto y otra querer que sea suprimido cuando la suerte ha decidido que el perfeccionamiento no pueda tener lugar. Hasta los borradores de un estudioso y observador como Tocqueville serían de un valor inapreciable para los pensadores del futuro; y, a no ser que se haya opuesto durante su vida, me parece que no habría inconveniente en publicar sus manuscritos imperfectos dándolos como lo que son y conservando escrupulosamente todas las indicaciones de una intención de volver sobre un fragmento cualquiera y de someter las ideas a una verificación ulterior». Así expresaba John Stuart Mill a Gustave de Beaumont1 su pena por no haber visto publicados en las Œuvres complètes todos los documentos inéditos de Tocqueville.
El propósito de esta edición es el de cumplir, al menos parcialmente, el deseo de Mill y proporcionar por primera vez al público los textos inéditos más importantes de La democracia en América.
La obra que el lector tiene ante sí no es la publicada por Alexis de Tocqueville, no es una reimpresión de La democracia en América, sino una edición diferente. |xxix| Esta nueva Democracia es más que el texto final de Tocqueville. En lugar de la versión enviada al editor, ofrecemos al lector una creación textual que no existía anteriormente. Las palabras y las frases que aparecen en las páginas que siguen salieron todas de la pluma de Tocqueville, pero muchas de ellas fueron escritas sólo para servir de andamio y soporte durante la construcción del libro y después desaparecer, borrarse.
No hemos querido ofrecer al lector la Democracia publicada en 1835 y 1840, sino un palimpsesto de ese libro. Aquí y allá aparecerán palabras, notas, frases desdibujadas que recobran las tintas, que se desborran, si podemos emplear el término, y surgen en medio del texto conocido.
Esos jirones de texto redivivos, que en esta edición aparecen siempre entre corchetes, deben tratarse con gran precaución. Aunque aquí gocen del privilegio de la vida, no hay que olvidar que Tocqueville los había condenado a la desaparición. Si de vez en cuando nos llevan hacia algún paraje vistoso, a menudo nos abandonan en medio de laberintos o frente a muros infranqueables, y el lector no podrá impedir estar a veces de acuerdo con la sentencia que los ha desterrado al olvido hasta hoy.
A través de los pasajes inéditos, de los borradores y las notas tomadas durante el viaje se descubrirá la fábrica de la Democracia y podrán seguirse los recovecos del pensamiento de su autor. El lector observará cómo, en algunos momentos, inseguro de la dirección a seguir, Tocqueville pide consejo a su familia y amigos y son éstos los que, durante unas palabras o frases, dirigen su mano, y también descubrirá los cambios motivados por las críticas de los lectores del manuscrito o las razones detrás de algunas supresiones o añadidos.
Podría pensarse que la Democracia publicada en 1835 y 1840 y revisada por Tocqueville ofrece una calzada segura y firme, pero no es así.
Todo texto es inestable. Cuando adquiere un cierto equilibrio, cuando el autor lo ha dado por terminado, es reproducido, impreso; es decir, desfigurado, modificado, transmutado. Toda reproducción tipográfica es en cierta manera una falsificación (falsificación, hay que decirlo, insoslayable y necesaria), porque los trazos de la escritura no se representan tipográficamente.
|xxx| Si quisiéramos ofrecer al lector la Democracia en América más completa posible, tendríamos que hacer un facsímil del manuscrito, una reproducción perfecta en el mismo papel, con las mismas manchas, tan ilegible, inaccesible y poco práctica como el original. Estaríamos así cerca del valor del manuscrito sin poder nunca alcanzarlo, pues el manuscrito de una obra tiene siempre en sí mismo un valor que es intransmisible y que ninguna copia puede reproducir. Nuestra edición ni quiere ni puede ocupar su lugar, aunque quizá determinadas investigaciones necesiten acudir a ese objeto único que es el manuscrito2.
Pero para bien o para mal, cuando no hay acceso al manuscrito o no existen facsímiles, hay editores.
Los manuscritos de Tocqueville
Tras la muerte de Alexis de Tocqueville en 1859, Gustave de Beaumont, ayudado por Louis de Kergorlay, emprendió la publicación de la primera edición de sus obras completas. Los manuscritos de Tocqueville estaban entonces en manos de su viuda, Mary Mottley.
Esa primera edición de las obras de Tocqueville ha cosechado recientemente todo tipo de críticas. Beaumont sabía bien de la manía de su amigo de no publicar nada que no hubiese revisado ciento una veces. Como Tocqueville no estaba presente para realizar las correcciones, se encargó él mismo de hacerlas en varias ocasiones: maquilló algunos fragmentos, eliminó otros sin advertirlo al lector y, quizá por recomendación de Mary Mottley, destruyó un número indeterminado de papeles.
Si la edición de las obras completas realizada bajo la dirección de Beaumont tiene muchos defectos, hay también que reconocerle numerosas virtudes. Recordemos, para empezar, que los hábitos editoriales de la época eran bastante diferentes a los nuestros y que las mutilaciones y correcciones se veían con un ojo muy distinto. |xxxi| Además, las circunstancias políticas del régimen del Segundo Imperio forzaban a Beaumont a suprimir determinados fragmentos. No olvidemos tampoco que una gran parte de las personas que aparecían en la correspondencia de Tocqueville vivían todavía en el momento de la publicación.
Es preciso decir también en su favor que, cualesquiera que hayan sido sus pecados, Beaumont fue capaz de publicar nueve gruesos volúmenes en un período de cuatro años.
Mary Mottley murió en 1865. Como sus relaciones con la familia Tocqueville nunca habían sido muy cordiales, legó todos los papeles de su marido a Gustave de Beaumont. Éstos permanecieron en propiedad de los Beaumont hasta 1891, año en que el conde Christian de Tocqueville los adquirió.
Poco después de la Primera Guerra Mundial, Paul Lambert White, profesor en la Universidad de Yale, se interesó en la obra de Tocqueville. White catalogó y consultó la colección de manuscritos de los Tocqueville y obtuvo de la familia la autorización para que Bonnel, maestro de escuela en Tocqueville, hiciese una copia de los manuscritos relativos a América y la enviase a Yale3.
Tras la muerte de White, George W. Pierson, estudiante de doctorado en la misma universidad, animado por John M. S. Allison, visitó Francia, catalogó4 de nuevo los manuscritos y obtuvo el dinero para continuar pagando a Bonnel, que regularmente enviaba sus copias a New Haven.
Después de la Segunda Guerra Mundial, cuando se hizo un inventario de todos los documentos, una gran parte de todos aquellos que habían sido copiados por Bonnel para Yale había desaparecido. La universidad americana descubrió, inesperadamente, que estaba en posesión de copias de un valor único.
Poco a poco, la colección fue creciendo con diversas adquisiciones y legados. Una de las aportaciones más importantes fue la llegada, entre 1953 y 1973, de la práctica totalidad de los manuscritos de Gustave de Beaumont. En 1954, finalmente, la universidad adquirió el manuscrito y los borradores supervivientes de La democracia en América. |xxxii| Con esta última compra, Yale se convertía en depositaria de la inmensa mayoría de los textos, notas y correspondencia relacionados con la gran obra de Tocqueville5.
La colección de Yale se compone, por consiguiente, tanto de manuscritos originales como de copias de documentos que se han perdido. Los escritos que más nos interesan en esta edición son el llamado «manuscrito de trabajo» de la Democracia y los borradores empleados en su redacción.
Tocqueville llamaba a una parte de los borradores del segundo volumen sus «rubish», queriendo decir «rubbish», es decir, «restos», «desperdicios» o «tonterías». Existen dos cajas que contienen, bajo ese título genérico de «rubish»6, la parte quizá más interesante de los manuscritos de la Democracia. Sus páginas se conservan en mal estado. Casi todas las hojas, extremadamente frágiles, aparecen carcomidas por los insectos y el tiempo y su parte superior es con frecuencia ilegible o se ha desintegrado7. En el fondo de las dos cajas existe una multitud de minúsculas partículas de papel con trazos de escritura, imposibles de clasificar.
Algunos otros borradores de la segunda parte del libro y todos los que pertenecen a la parte publicada en 1835 sobreviven solamente en copias hechas por Bonnel (unas 1.500 páginas repartidas en diecisiete cuadernos), que son relativamente fiables8.
A esos documentos hay que añadir las notas escritas por Tocqueville durante su viaje a los Estados Unidos9 y un total de más de trescientas cartas, |xxxiii| en su inmensa mayoría inéditas, que se reparten entre la correspondencia de Tocqueville y Beaumont con americanos e ingleses durante y después de su visita americana, la correspondencia con amigos franceses y las cartas a sus familias10. Los otros papeles que guardan un interés directo con el libro de Tocqueville son diversas bibliografías, algunas listas con preguntas a hacer en los Estados Unidos y, sobre todo, los manuscritos de Beaumont relativos a su novela Marie y a L’Irlande.
Una edición crítica
La escritura de Tocqueville está, como decía Theodore Sedgwick, entre el jeroglífico y la escritura cuneiforme11. Si era difícil leer al Tocqueville que esmeraba la letra en las cartas que sus corresponsales eran incapaces de entender, puede imaginarse la condición de las notas destinadas a ser leídas únicamente por sus ojos.
Alexis de Tocqueville escribía, según un sistema habitual en la época, solamente en la parte derecha de cada hoja y dejaba la zona izquierda para notas o variantes12. Por desgracia, las buenas intenciones de Tocqueville chocaban con su agudo perfeccionismo. Irremediablemente, el texto rebasa el lado derecho e invade la parte izquierda, los márgenes, el espacio interlinear, algunas hojas al final del manuscrito de cada capítulo, pedacitos de papel pegados encima del original y, de tarde en tarde, hasta nuevos fragmentos de papel |xxxiv| adheridos a los primeros. Pequeñas cruces, aspas, óvalos y letras permiten seguir siempre con gran paciencia el texto saltarín. Una reproducción exacta de las andanzas del texto en las páginas del manuscrito nos ha parecido tan impracticable e innecesaria como aburrida.
Los márgenes contienen variantes, anotaciones que indican las dudas de Tocqueville sobre algunos pasajes, su deseo de revisar otros, a veces la intención de solicitar la opinión de sus amigos o las críticas de éstos. Los fragmentos que desea eliminar aparecen, como en otros de sus manuscritos, encuadrados por un trazo de pluma.
Cuando Tocqueville estaba a punto de terminar la primera parte de La democracia en América, quiso que su familia y algunos amigos leyesen su manuscrito y lo criticasen. A principios de 1834 contrató un copista13. La copia, que una vez corregida bien puede haber sido la enviada al editor, se ha perdido, a excepción de algunas hojas sueltas que de vez en cuando se encuentran dentro del manuscrito de trabajo. La lectura de esas páginas prueba que el copista tenía grandes dificultades para comprender su escritura. Ciertas anotaciones revelan que Tocqueville le dictó cuando menos una parte considerable del libro14.
Esa copia, que conocemos también fragmentariamente a través de las referencias de los lectores15, contenía errores, |xxxv| y hemos de presumir que la enviada a la casa editorial, sea o no la misma, los tenía igualmente. El proceso de impresión, una nueva manipulación del texto, introdujo otros16.
Las sucesivas ediciones corrigieron algunos de los errores de la primera edición e, inevitablemente, introdujeron otros nuevos. Entretanto, Tocqueville eliminaba o alteraba algunos pasajes17.
El primer paso en la preparación de esta edición ha sido la comparación de las ediciones francesas más importantes (1835, 1838, 1840, 1850). Hemos descubierto así varias diferencias de una edición a la otra: correcciones del autor, diferencias en puntuación, omisiones, etc. Una vez localizados los pasajes omitidos, hemos cotejado el texto conocido con el manuscrito e identificado más de un centenar de palabras trastocadas, cifras erróneas y notas omitidas. Algunas veces, existen errores tanto en el manuscrito como en la versión publicada, es decir, equivocaciones de las que es responsable el propio Tocqueville. Es inútil decir que, aunque en esos casos señalamos la existencia del error y tratamos de corregirlo, presentamos el texto tal como fue escrito.
La siguiente tarea fue la incorporación de nuevos pasajes al texto publicado18. Para ello, por razones de extensión e interés, ha sido imprescindible realizar una selección de las múltiples |xxxvi| variantes y versiones que aparecen en el manuscrito. Además, hemos preferido concentrar el mayor número de fragmentos en aquellos capítulos que nos parecen de más interés y, en general, más en el segundo volumen del libro que en el primero.
Cada uno de esos añadidos al texto original aparece entre corchetes, a veces precedido y seguido de diversos signos, cuyo significado explicamos más delante19.
Las nuevas notas incluyen fragmentos que aparecen en los márgenes del manuscrito, variantes o primeras versiones que se encuentran en los borradores, anotaciones de su viaje, correspondencia, observaciones de amigos y familiares y el aparato propiamente crítico del editor.
Al final del segundo volumen se han incluido varios apéndices20. Los dos primeros, Viaje al lago |xxxvii| Oneida y Quince días por el desierto, fueron escritos por Tocqueville durante su periplo americano. Todo hace pensar que hubieran podido ser apéndices a su libro si Beaumont no hubiese escrito Marie. Tocqueville, escribe Beaumont, pensó que estos dos relatos entraban en un campo y estilo que pertenecían por derecho a su amigo y no los publicó nunca21.
Los dos siguientes apéndices reproducen dos cortos relatos que aparecen en los borradores y que, sin alcanzar la calidad y acabado de los dos anteriores, ofrecen un cierto pintoresquismo.
Hemos incluido también, como precursora de muchas de las ideas de Tocqueville, una carta escrita a su amigo Eugène Stoffels en 1830, la advertencia a la décimosegunda edición y, para terminar, un apéndice con las obras citadas por Tocqueville en su libro y borradores.
Todas las traducciones son del editor.
|xxxix| ABREVIATURAS Y SÍMBOLOS ESPECIALES EMPLEADOS EN ESTA EDICIÓN
[|número|] Esta indicación corresponde a los números de las páginas de la edición bilingüe de Liberty Fund. Se recomienda emplear estos números en las referencias con el fin de poder localizar los textos en francés, inglés y español.
[.....] Texto inédito.
[<.....>] Se emplea para todo aquello que aparece encerrado en un recuadro o círculo. Son generalmente pasajes que Tocqueville desea eliminar, pero a veces el recuadro alrededor de una palabra llama solamente la atención sobre su mal empleo o concordancia fonética con alguna otra próxima.
[≠.....≠] Indica una palabra o texto tachados por uno o varios trazos verticales o diagonales.
[{.....}] Tachadura horizontal.
/ Empleado al final de un párrafo o frase para indicar que existe un guión que lo separa de lo que sigue.
.-.-.-.- Parte físicamente ilegible debido al mal estado del original.
[*] Nota que aparece en el manuscrito pero no en la versión conocida.
* Nota omitida en algunas ediciones.
a, b, c,... Notas del editor.
† Notas del editor sobre la traducción.
(A), (B) Notas de Tocqueville al final del volumen.
1, 2, 3, Notas de Tocqueville al pie de cada página.
BIIb Listas de preguntas sobre América.
CIIc «Fuentes manuscritas», lista alfabética de las notas de viaje, compuesta por Tocqueville.
CVa-CVk Borradores de La democracia.
CVa «Paquete n.º 8. — Notas de las que verosímilmente no habrá ocasión de obtener partido» (59 pp.).
CVb «Paquete n.º 13. — Documentos diversos sobre el sistema de administración en América con los que se puede hacer una nota en el capítulo titulado: Sobre el gobierno y la administración en los Estados Unidos» (34 pp.).
CVc «Paquete n.º 6. — Que la igualdad de condiciones es un hecho consumado irresistible que destruye a todos los que quieran luchar contra él. Consecuencias de este hecho» (9 pp.).
CVd «Paquete n.º 5. — Ideas y fragmentos que se refieren todos más o menos al gran capítulo titulado: Cómo las ideas y los sentimientos que sugiere la igualdad influyen sobre la constitución política» (53 pp.).
CVe «Paquete n.º 17» (existen dos copias, de 13 y 17 pp.).
CVf «Paquete n.º 4. — Notas, ideas sueltas, fragmentos, críticas relativos a mis dos últimos volúmenes de la Democracia» (52 pp.).
CVg «Paquete n.º 9. — Borradores de los capítulos de la segunda parte de la Democracia» (copia parcial de Bonnel en tres cuadernos, con un total de 416 pp., y dos cajas con el original, de más de un millar de páginas). Estos borradores forman el llamado «Rubish».
CVh «Paquete n.º 3, 1-5. — Notas, documentos, ideas relativos a América. Bueno para consultar si quiero todavía escribir alguna cosa sobre este tema» (cinco cuadernos, 484 pp.).
CVj «Paquete n.º 2, 1-2. — .-.-.- sueltas sobre el método filosófico de los americanos, las ideas generales, la fuente de las creencias. Demasiado .-.-.- para ponerlas en los .-.-.- y que no pueden encontrar su lugar en el capítulo» (2 cuadernos, 138 pp.).
CVk «Paquete n.º 7, 1-2. — Fragmentos, ideas que no puedo poner en la obra (marzo de 1840). (Colección insignificante)» (2 cuadernos, 148 pp.).
OC Edición de las obras completas publicada por Gallimard, bajo la dirección inicial de J. P. Mayer, después François Furet y luego Jean-Claude Casanova.
Œuvres complètes, Paris: Gallimard, 1951- :
t. I: De la démocratie en Amérique, 2 vols. (1951)
t. II: L’Ancien Régime et la Révolution, 2 vols. (1952, 1953)
t. III: Écrits et discours politiques
vol. 1 (1962)
vol. 2 (1985)
vol. 2 (1990)
t. IV: Écrits sur le système pénitentiaire en France et à l’étranger, 2 vols. (1985)
t. V: Voyages.
vol. 1: En Sicile et aux États-Unis (1957)
vol. 2: En Angleterre, Irlande, Suisse et Algérie (1958)
|xl| t. VI: Correspondances anglaises
vol. 1: Avec Henry Reeve et John Stuart Mill (1954) [citado como Correspondance anglaise]
vol. 2: Correspondance et conversations d’Alexis de Tocqueville et Nassau William Senior (1991)
vol. 3: Correspondance anglaise (2003)
t. VII: Correspondance étrangère d’Alexis de Tocqueville, 1 vol. (1986)
t. VIII: Correspondance d’Alexis de Tocqueville et de Gustave de Beaumont, 3 vols. (1967)
t. IX: Correspondance d’Alexis de Tocqueville et d’Arthur de Gobineau, 1 vol. (1959)
t. X: Correspondance et écrits locaux (1995)
t. XI: Correspondance d’Alexis de Tocqueville et de Pierre-Paul Royer-Collard. Correspondance d’Alexis de Tocqueville et de Jean-Jacques Ampère, 1 vol. (1970)
t. XII: Souvenirs, 1 vol. (1964)
t. XIII: Correspondance d’Alexis de Tocqueville et de Louis de Kergorlay, 2 vols. (1977)
t. XIV: Correspondance familiale (1998)
t. XV: Correspondance d’Alexis de Tocqueville et de Francisque de Corcelle. Correspondance d’Alexis de Tocqueville et de Madame Swetchine, 2 vols. (1983)
t. XVI: Mélanges (1989)
t. XVII: Correspondance à divers. Non paru.
t. XVIII: Correspondance d’Alexis de Tocqueville avec Adolphe de Circourt et Madame de Circourt, 1 vol. (1984)
OCB Edición de las obras completas dirigidas por Gustave de Beaumont.
Œuvres complètes publiées par Madame de Tocqueville, Paris: Michel Lévy Frères, 1864-1867:
t. I-III: De la démocratie en Amérique (1864)
t. IV: L’Ancien Régime et la Révolution (1866)
t. V: Correspondance et œuvres posthumes (1866)
t. VI: Correspondance d’Alexis de Tocqueville (1867)
t. VII: Nouvelle correspondance (1866)
t. VIII: Mélanges, fragments historiques et notes sur l’Ancien Régime et la Révolution (1865)
t. IX: Études économiques, politiques et littéraires (1866)
manuscrito En las notas, manuscrito de trabajo de La democracia en América (YTC, CVIa, 4 cajas).
carpeta Cada uno de los folios que sirve como cubierta para un grupo de páginas, generalmente un capítulo o «rubish».
v: Variante.
|xli| YTC Yale Tocqueville Collection. Colección de manuscritos de la Universidad de Yale, que se encuentra en la Beinecke Rare Book and Manuscript Library. Existen asimismo algunos manuscritos de Tocqueville en la Sterling Library de la misma universidad.
|xxxviii|
|xlii| NOTA SOBRE OTROS MANUSCRITOS
Además de los manuscritos de la Universidad de Yale, el editor cita o reproduce los documentos siguientes, con la amable autorización de las bibliotecas citadas:
–Carta de Hervé de Tocqueville, 15 de enero de 1827, biblioteca de Versailles.
–Lista de preguntas sobre la situación de los negros en los Estados Unidos, biblioteca del Haverford College, Haverford, Pensilvania, Quaker Collection, E. W. Smith, n.º 955.
–Carta a Edward Everett, 6 de febrero de 1833 (Tocqueville, Alexis de. Letter to Edward Everett, 6 February 1833. Edward Everett papers); carta a Edward Everett, 15 de febrero de 1850 (Tocqueville, Alexis de. Letter to Edward Everett, 15 February 1850. Edward Everett papers); fragmentos del diario de Theodore Sedgwick (Sedgwick, Theodore III. Paris journal, volume 3, November 1833-July 1834, pp. 80-81, 85. Sedgwick family papers), Massachusetts Historical Society.
–Proyecto de una revista. General Manuscripts [Misc.] Collection, Manuscripts Division, Department of Rare Books and Special Collections; carta a Basil Hall, 19 de junio de 1836. General Manuscripts [Misc.] Collection, Manuscripts Division, Department of Rare Books and Special Collections, biblioteca de la Universidad de Princeton.
–Documentos sobre la cuestión de las indemnizaciones (Dreer Collection), Historical Society of Pennsylvania.
–Carta a Sainte-Beuve [8 de abril de 1835]; carta de Sainte-Beuve a Beaumont, 26 de noviembre de 1865, bibliothèque de l’Institut, collection Spœlberch de Lovenjoul.
–Carta a Richard M. Milnes, 29 de mayo de 1844; carta a Richard M. Milnes, 14 de abril de 1845; y carta a Richard M. Milnes, 9 de febrero de 1852. Trinity College, Cambridge (Houghton papers 25/200, 201 y 209).
|xliii| –Carta al prefecto, 3 de diciembre de 1851 (Ms. 1070), bibliothèque historique de la ville de Paris.
–Carta a Charles Monnard, 15 de octubre de 1856, bibliothèque cantonale et universitaire de Lausanne.
EDUARDO NOLLA
______________
1.The Latter Letters of John Stuart Mill, 1849-1873, Toronto: University of Toronto Press, 1972. J. S. Mill Collected Works, XV, p. 719.
2. Aunque la práctica totalidad de los documentos citados son manuscritos, cuando a lo largo de las notas de la obra se habla del manuscrito, la referencia es siempre al llamado manuscrito de trabajo de La democracia en América. Éste se encuentra en la colección de manuscritos de Yale, repartido en cuatro cajas (bajo la signatura CVIa) y organizado según los capítulos del libro. Únicamente faltan los capítulos I, XVIII, XIX y XX de la segunda parte del segundo volumen.
No poseemos, sin embargo, la versión definitiva enviada por Tocqueville a Charles Gosselin, editor de la primera edición. George W. Pierson cree haberla visto en Francia en1930, pero había desaparecido cuando en 1954 la Universidad de Yale adquirió los manuscritos relacionados con La democracia en América. Todo indica que esa última versión no contenía cambios importantes respecto a la publicada.
3. White encargó también copias de los manuscritos de Tocqueville que Antoine Rédier tenía en préstamo para la preparación de su libro Comme disait Monsieur de Tocqueville, Paris: Perrin, 1925. Las secretarias de Abel Doysié, encargado de copiar documentos de los archivos diplomáticos franceses para la Biblioteca del Congreso, hicieron esas copias.
4. En la colección de la Universidad de Yale existen copias de todos los catálogos de los manuscritos de Tocqueville.
5. La otra gran colección de manuscritos de Tocqueville está depositada en el château de Tocqueville.
6. A lo largo de la edición emplearemos la ortografía incorrecta de Tocqueville, «rubish», para hablar de estos borradores de cada capítulo del segundo volumen (rubish) y también como referencia a ese conjunto de borradores originales del segundo volumen (Rubish).
7. Hemos completado algunas omisiones con un microfilm fotografiado a la llegada del manuscrito a Yale y con una copia parcial de Bonnel.
8. La comparación de su copia de parte del Rubish con el original indica algunas discrepancias y omisiones y cierta arbitrariedad en la organización del texto en las páginas. Cuando surge alguna dificultad de lectura o interpretación, Bonnel recurre quizá demasiado fácilmente al expediente de «palabra ilegible», pero ese recurso es siempre preferible en un copista al exceso de imaginación. En varias ocasiones hemos corregido algunos errores evidentes de las copias de Bonnel.
9. Aunque estas notas han sido publicadas en el volumen V de las Œuvres complètes de Gallimard, hemos preferido recurrir al texto de Yale, pues existen discrepancias entre éste y las notas publicadas.
10. Las cartas que Beaumont envió a su familia durante el viaje a los Estados Unidos han sido publicadas por André Jardin y George W. Pierson bajo el título de Lettres d’Amérique, Paris: PUF, 1973.
11. En una carta de 15 de febrero de 1856 (YTC, DIIa).
Tocqueville echa la culpa de su mala escritura al abate Lesueur en una carta a la condesa de Grancey, de 28 de diciembre de 1856 (OCB, VII, p. 424). «Éste», escribe Tocqueville, «tuvo la singular idea de hacerme aprender a escribir antes de haberme enseñado ortografía. Como no sabía demasiado cómo escribir mis palabras, las emborronaba lo mejor que podía para ahogar así los errores en mis borrones. De ahí que nunca haya sabido perfectamente la ortografía; y he continuado emborronando indefinidamente».
Didot, que publicó la primera edición de El Antiguo Régimen y la Revolución, incapaz de leer su manuscrito, se lo devolvió en dos ocasiones pidiéndole que enviase un texto legible.
El lector hallará una lista de las abreviaturas y símbolos empleados en esta edición en las pp. 21-24.
12. En algunos casos reproducimos observaciones a lápiz que aparecen en los márgenes del manuscrito y que han sido escritas por Tocqueville.
13. Quizá el Monsieur Parier [¿?] citado en la nota o de la p. 432. Una referencia de una carta de Édouard a Alexis de Tocqueville (CIIIb, 2, pp. 65-67, reproducida en la nota c de las pp. 232-233) hace pensar que la copia fue hecha en cuadernos. Dos notas de los borradores hablan del precio de las copias y del número de hojas copiadas (YTC, CVh,3, p. 17 y CVh, 2, p. 11).
Tocqueville mandó también copiar el segundo volumen. Ver la carta de Tocqueville a Beaumont de 23 de octubre de 1839, Correspondance avec Beaumont, OC, VIII, 1, p.389.
14. En la carpeta del capítulo VII de la cuarta parte del vol. II se lee: «20 minutos», probablemente el tiempo tardado en leerlo.
15. Las críticas y comentarios de la familia Tocqueville, Gustave de Beaumont y Louis de Kergorlay reproducen frecuentemente los pasajes criticados. Una gran parte de los comentarios de esos primeros lectores del libro de Tocqueville son sobre detalles de redacción y estilo. Reproducimos en notas a pie de página únicamente las críticas de un contenido más relevante.
16. Tocqueville, ponemos por caso, quería decir (p. 1165 del segundo volumen) que «los países aristocráticos están llenos de particulares ricos e influyentes que saben bastarse a sí mismos y a quienes no se oprime fácilmente ni en secreto», pero las ediciones disponibles afirman, al contrario, que «los países aristocráticos están llenos de particulares ricos e influyentes que no saben bastarse a sí mismos». El énfasis es nuestro.
En otro lugar (p. 369 del primer volumen), Tocqueville afirmaba que en 1831 la propuesta de los partidarios de la tarifa circuló en pocos días «gracias al poder [puissance] de la imprenta». Las ediciones actuales atribuyen el hecho al «nacimiento [naissance] de la imprenta».
Las ediciones al uso contienen más de un centenar de errores de este tipo.
17. El lector descubrirá en diversas notas los motivos que indujeron a algunas de esas correcciones. Por ejemplo, en la nota k de las pp. 291-292, la supresión de la alusión a John Quincy Adams.
Los editores de las nuevas obras completas de Tocqueville han preferido reproducir la última edición corregida por Tocqueville, que es la decimotercera y data de 1850, pero esa edición no deja de adolecer de algunos de los defectos de las anteriores, a la vez que añade un considerable número de nuevas faltas.
18. La redacción de los escritos que citamos no está muchas veces a la altura del resto del libro. Debe recordarse que Tocqueville no los escribió con la intención de publicarlos y que las frases a veces sincopadas que reproducimos no han recibido las revisiones y atención dedicadas al resto.
19. Los nuevos pasajes aparecen tal como se encuentran en los originales, a excepción de ciertas correcciones imprescindibles:
1) Ha sido preciso suplir la puntuación y las mayúsculas en innumerables casos.
2) Tocqueville escribía con una ortografía imaginativa y tenía especial dificultad con los nombres propios extranjeros, y palabras como Massachusetts o Pennsylvania, que escribía alternativamente bien y mal. Hemos corregido esas faltas. Cuando el error aparece consistentemente cada vez que Tocqueville emplea el nombre de un autor o un término, hemos indicado la palabra correcta entre corchetes. El apéndice VI contiene, además, los nombres de los autores citados en la bibliografía empleada por Tocqueville.
3) En varias ocasiones, Tocqueville ofrece diversas variantes de un mismo fragmento e incluso de una misma palabra. El editor ha elegido a menudo una de esas variantes sin ofrecer todas las que existen en el manuscrito, que presentan un interés muy limitado salvo para un estudio filológico, objetivo este que no entra dentro de las pretensiones de la edición. Sucede a veces que el número del verbo en el original concuerda únicamente con una de las variantes, por lo que nos hemos visto obligados a suplir la terminación verbal apropiada.
4) Hemos completado algunas de las abreviaturas empleadas por Tocqueville.
5) Todos los subrayados y énfasis son de Tocqueville, salvo en las citas de los críticos de su manuscrito y a veces en los títulos de libros, donde hemos debido añadir las cursivas en algunos casos.
20. La décimotercera edición, de 1850, incluyó por primera vez como apéndices el informe de Tocqueville a la Academia de Ciencias Morales y Políticas sobre el libro de Cherbuliez, De la Démocratie en Suisse y el discurso de Tocqueville a la Cámara de Diputados el 27 de enero de 1848, en el que anticipaba la Revolución de Febrero. La intención original de Tocqueville, |xxxvii| sin embargo, había sido la de incluir como apéndice un corto trabajo escrito en octubre de 1847 y publicado recientemente bajo el título de «De la classe moyenne et du peuple» (OC, III, 2, pp. 738-741), que envió a Pagnerre con ese fin (carta de Alexis de Tocqueville a Pagnerre de 13 de septiembre de 1850; en la Asamblea Nacional, París). Por razones de extensión, esta edición no reproduce los dos apéndices de la edición de 1850.
21. Ver OCB, V, p. 27.
Quiero expresar aquí mi reconocimiento al Comité Conjunto Hispano-Norteamericano, la Comisión Fulbright y el Ministerio de Educación y Ciencia.
La Beinecke Rare Book and Manuscript Library de la Universidad de Yale ha puesto siempre a mi disposición todos los medios a su alcance. Esta edición hubiese sido imposible sin la colaboración de todo su personal y, muy particularmente, de los conservadores Marjorie G. Wynne y Vincent Giroud. Debo también a la Beinecke Library su amable autorización para citar y publicar los manuscritos y demás documentos de la colección Tocqueville.
A la Comisión Fulbright, con agradecimiento y enorme admiración.
E. N.
Eduardo Nolla
«L’homme obéit à des causes premières qu’il ignore, à des causes secondes qui ne saurait prévoir, à mille caprices de ses semblables; il s’enchaîne enfin lui-même et se lie pour toujours à l’œuvre fragile de ses mains».
(Alexis de Tocqueville)
«He hablado mucho, he pensado mucho sobre lo que he visto. Creo que si a mi vuelta tengo algún tiempo libre, podré escribir algo pasable sobre los Estados Unidos. Abarcar el conjunto entero sería una locura. Soy incapaz de aspirar a una exactitud universal; no he visto suficiente para ello, pero ya sé sobre este país, pienso, mucho más de lo que nunca se nos haya explicado en Francia, y algunos aspectos de la descripción pueden tener un gran interés, incluso un interés de actualidad»1.
Publicada en dos partes, aparecidas en 1835 y 1840, reeditada más de ciento cincuenta veces, traducida a una quincena de idiomas, La democracia en América ha gozado ciertamente de más que un interés momentáneo. Elevado a la posición de clásico del pensamiento político, quizá la última gran producción de la filosofía política, el libro de Tocqueville atrae al lector con un aroma de modernidad que pocas creaciones del siglo XIX conservan.
La supervivencia de la obra de Tocqueville que se hurta bajo el término de actualidad es otra manera de expresar el hecho de que todavía no terminamos de comprenderla. |xlviii| Con esa perspicacia que le era tan propia, él mismo había así pronosticado su acogida: «Unos encontrarán que en el fondo no amo la democracia y que soy severo con ella, los otros pensarán que favorezco imprudentemente su desarrollo. Lo mejor sería que nadie leyese el libro, y quizá por ventura sea así»2.
Y aunque su libro se haya leído, y leído mucho más de lo que Tocqueville hubiera nunca podido imaginar en 1835, los lectores parecen todavía dividirse en los dos campos pronosticados por su autor. Quizá no hubiera podido ser de otra manera, pues en esa interpretación antinómica coinciden tanto el pensamiento de Tocqueville como su desarrollo.
I
Herencias
Alexis de Tocqueville pertenecía a la vieja familia normanda de los Clérel, que en 1661 había tomado el patronímico de Tocqueville3. En los siglos posteriores, los Clérel de Tocqueville, apegados a su feudo, lo abandonarán sólo momentáneamente, para prestar servicio en la Iglesia o los ejércitos de la corona, emulando a ese presunto antepasado, Guillaume Clarel, que tomó parte en la batalla de Hastings.
La Revolución sorprende a la familia firmemente establecida en la península del Cotentin, en buena inteligencia con sus vasallos y cumpliendo escrupulosamente con sus deberes señoriales. Cuando la marea revolucionaria llega a Normandía, arrastra con ella únicamente |xlix| el palomar del castillo; los siervos se contentan con extinguir el privilegio feudal de mantener palomas.
Hervé de Tocqueville, padre del autor de la Democracia, acoge la Revolución, como tantos nobles, con cierta simpatía. Tras una corta estancia en Bruselas forzada por los temores familiares, el hastío de la existencia vacua de los emigrados (las notas del hijo sobre la depravación de las aristocracias que han perdido el poder atestiguarán de las opiniones del padre sobre los émigrés) le anima a regresar a París e inscribirse en la guardia nacional. El 10 de agosto de 1792, forma parte de una sección de la guardia nacional que sale del faubourg Saint Victor dispuesta a defender las Tullerías, pero Hervé la abandona subrepticiamente cuando engrosadas sus filas durante el avance con elementos opuestos al monarca, sus integrantes reniegan de su propósito inicial.
Después de recogerse unos meses en Picardía, Hervé regresa a París en enero de 1793 y a finales de mes se traslada a Malesherbes para contraer matrimonio, el 12 de marzo, con Louise Le Peletier de Rosanbo, nieta de Lamoignon de Malesherbes.
Se había recomendado al defensor de Luis XVI que dejase Francia, pero el anciano había preferido permanecer en Malesherbes, previendo que quizá tendría pronto el honor de ser el defensor de la reina, como antes lo había sido del rey. El asilo de Malesherbes protege a sus moradores únicamente hasta fines de otoño. El 17 y el 19 de diciembre, dos miembros del comité revolucionario arrestarán a todos sus habitantes. Hervé de Tocqueville, su mujer, los Peletier d’Aunay y el joven Louis de Rosanbo se librarán de la guillotina sólo gracias al 9 Termidor y tras haber visto partir al cadalso a Malesherbes, Madame de Rosanbo, Jean Baptiste de Chateaubriand y su esposa4.
Las memorias inéditas de Hervé5 hablan no sin melancolía de la convivencia con Malesherbes y los otros inquilinos de la prisión de Port-Libre (Port-Royal). Los meses de espera anteriores al juicio y a la inevitable sentencia de muerte despertaron en Hervé una ilimitada admiración por el anciano que había entregado la vida por defender a su rey y subido dignamente al cadalso donde acababan de morir su hija y su nieta.
|l| El recuerdo de aquellas jornadas debió acudir con frecuencia a las conversaciones familiares. La admiración por el antepasado parece haber pasado con facilidad al joven Alexis, que verá siempre en el bisabuelo Malesherbes el más claro ejemplo de conducta6.
En más de una ocasión, el biznieto concibe el proyecto de escribir un libro sobre su antepasado. La obra nunca cobra vida, pero la presencia del bisabuelo se entreve en muchas de las páginas y actos del autor de la Democracia7 y un busto de yeso del primer presidente de la Cour des Aides vigila durante años, sobre la mesa de trabajo de Tocqueville, cada una de las palabras que escribe.
Bajo el Imperio, los Tocqueville viven en París y se recogen en Verneuil durante el verano, donde Hervé8 acepta el ampliamente simbólico cargo de alcalde9. La educación de los tres pequeños Tocqueville se confía al abate Lesueur, que se había ocupado ya de la de Hervé y que |li| no oculta su predilección por el menor, Alexis10. De inclinaciones antiliberales, Lesueur nos ha dejado en algunos documentos una imagen de monarquismo católico intransigente que parece cuadrar mejor con la posición ultra de la condesa de Tocqueville que con la postura más flexible e inteligente del padre de Alexis11.
Los días del autor de la Democracia transcurren entre las lecciones del abate, las lecturas en familia, los ejercicios de composición y las visitas de parientes y amigos12. Aunque el preceptor crea adivinar ya un futuro brillante en su pupilo13, el joven Alexis crece pensando entrar en el ejército, como sus hermanos y su íntimo |lii| amigo Louis de Kergorlay14.
Debemos probablemente a la insistencia del abate Lesueur el abandono de los proyectos militares de Alexis: «Será preciso, mi pequeño Édouard», escribía el abate en 1822, «que le desaconsejes hacerse militar. Tú conoces mejor que yo los inconvenientes y estoy seguro de que en esto se fiará más de sus hermanos que de su padre. Es ese original de Louis de Kergorlay quien le ha metido esas ideas en la cabeza. Van a volver a verse y tengo el proyecto de rogar al señor Loulou que nos deje tranquilos y que no se meta en lo que no le importa»15.
Ese Louis de Kergorlay que empujaba a Tocqueville al ejército era su amigo más íntimo. Primo lejano suyo y de un medio familiar casi idéntico, Kergorlay estableció con Tocqueville una amistad profunda e íntima que se refleja en una abundante correspondencia, que trata tanto de las tareas intelectuales de Tocqueville, |liii| de sus libros y trabajos parlamentarios como de los proyectos matrimoniales de Kergorlay o sus comentarios y recomendaciones sobre los manuscritos de su amigo16. Tocqueville, en efecto, le somete cada línea que escribe, como a un último y definitivo juez. Sus huellas en las páginas de la Democracia serán manifiestas y fáciles de seguir.
Con la Restauración, Hervé emprende una carrera itinerante de prefecto, que comienza el año 1814 en Maine-et-Loire. Hervé desempeñará después sus funciones en Oise y en Dijon (1816). En 1817, acepta la prefectura de Metz, donde su estancia se prolonga hasta 1823. Toma entonces posesión en Amiens (Somme), y en 1826, finalmente, se hace cargo de la prefectura de Versalles. Su nombramiento de par de Francia, el 4 de noviembre de 1827, le obligará, por razones de incompatibilidad, a abandonar esta última plaza en enero de 1828. La Revolución de Julio suprimirá la pairía y le apartará definitivamente de la vida política17.
La condesa Louise de Tocqueville, que no parece haberse repuesto nunca de los meses pasados en prisión, le sigue en sus ambulaciones hasta 1817, cuando se instala definitivamente en París. La correspondencia la muestra postrada, requiriendo las continuas atenciones de la familia y objeto de constantes exhortaciones a la paciencia por parte de su confesor y del abate Lesueur. Alexis le hará compañía hasta 1820.
En abril de ese año, mientras sus dos hermanos mayores siguen la carrera militar, Alexis es enviado junto a su padre, a la Moselle, para completar la educación recibida del abate Lesueur en el colegio real de Metz, hasta 182318. Después serán los estudios de derecho en París19.
|liv| Una vez terminada la formación legal, a finales de 1826, Tocqueville emprende con su hermano Édouard un viaje a Sicilia e Italia. El nombramiento de Alexis como juez auditor en Versalles, el 5 de abril de 1827, precipita su regreso a París.
La machine à droit
Tocqueville se aloja los primeros meses en la prefectura con su padre. Cuando éste dimite de su cargo de prefecto al acceder a la pairía, Tocqueville alquila un apartamento, que comparte con un reciente amigo: Gustave de Beaumont20.
La familia Bonnin de La Bonninière provenía originalmente de la Touraine, pero se había extendido por los departamentos vecinos y adquirido tardíamente el patronímico de Beaumont. El conde Jules de Beaumont y su mujer, Rose Préau de la Baraudière, padres de Jules, Eugènie, Achille y Gustave, habitaban a comienzos de siglo el château de La Borde, en Beaumont-la-Chartre, la Sarthe, donde Jules de Beaumont había desempeñado el puesto de alcalde durante el Imperio. Gustave pasó allí su niñez en un ambiente no muy distinto del de Alexis.
|lv| Aunque los Beaumont pertenecían a la petite noblesse provincial y no podían contar entre sus antepasados a un Lamoignon de Malesherbes, como los Tocqueville, su historia se había caracterizado, como la de ellos, por la dedicación a sus vasallos y a la monarquía, a menudo al servicio de las armas. Entre sus parientes lejanos se contaban los Lafayette.
A pesar de las diferencias entre la nobleza normanda y la aristocracia de la Sarthe, los días de La Borde no eran muy distintos de los de Verneuil. Si los Tocqueville dedicaban las tardes a la lectura y la conversación y contaban entre sus visitantes a Chateaubriand, que aprovechaba sus estancias con los Tocqueville para escribir su Moisés, en la casa de los Beaumont se leía en común y se cultivaban la música, la pintura y las obras de beneficencia21.
Gustave de Beaumont había sido nombrado sustituto del procurador del rey en Versalles en febrero de 1826 y Tocqueville entabla amistad con él cuando toma posesión de su cargo de juez auditor22, en junio de 1827.
El autor de la Democracia había escogido la carrera judicial con reticencias, temiendo convertirse en una machine à droit23, y sus primeras semanas de trabajo como magistrado le revelan tanto su deficiente preparación legal como una cierta dificultad para hablar en público, que Tocqueville no dejará de lamentar durante toda su vida y a la que achacará una gran parte de su fracaso político.
Gustave de Beaumont lo toma bajo su protección. Será el comienzo de una amistad que, decía Tocqueville, «ha nacido ya del todo vieja»24 que Heine comparó, muy acertadamente, al aceite y el vinagre25. Ya en la primera carta de Tocqueville a Beaumont que poseemos, que data de octubre de 1828 y se dedica a una larga y reveladora reflexión sobre |lvi| A History of England from the First Invasion by the Romans to the Commencement of the Reign of William IIId, de John Lingard, Tocqueville se dirige a su «querido y futuro colaborador»26. Los dos amigos leen libros en común y siguen juntos el curso de Historia de la civilización en Europa de Guizot27.
En septiembre de 1829, Beaumont es nombrado sustituto del fiscal de la Seine, pero la distancia no interrumpe la amistad. Beaumont viaja a Versalles tan pronto como sus ocupaciones se lo permiten y se aloja como huésped en su antiguo apartamento, que Tocqueville comparte entonces con Ernest de Chabrol, que había ocupado la plaza de Beaumont en el tribunal de primera instancia de Versalles.
La Revolución de Julio vendrá pronto a cambiar la vida de los dos jóvenes magistrados.
Las jornadas de julio
Tocqueville y Beaumont, aun perteneciendo a un medio social antirrevolucionario, habían nacido después de la Revolución francesa y sus ideas, sin ser completamente opuestas a las de sus padres, eran ya diferentes. Acogen la Revolución de Julio con más desencanto y tristeza que odio.
Tocqueville lo confesaba así en una carta a Henry Reeve28: «Quieren hacer de mí un hombre de partido, y no lo soy. Se me otorgan pasiones, y sólo tengo opiniones o, más bien, no tengo más que una pasión: el amor de la libertad y de la dignidad humana. Todas las formas gubernamentales no son a mis ojos |lvii| más que medios más o menos perfectos de satisfacer esa santa y legítima pasión del hombre. Se me adscriben, alternativamente, prejuicios democráticos o aristocráticos. Habría quizá tenido los unos o los otros si hubiese nacido en otro siglo y en otro país. Pero el azar de mi nacimiento me ha ayudado a rechazar ambos. He venido al mundo al final de una larga revolución que, tras haber destruido el antiguo estado, no había creado nada nuevo. La aristocracia estaba ya muerta cuando he empezado a vivir y la democracia no existía todavía. Mi instinto no podía, pues, llevarme ciegamente ni hacia la una ni hacia la otra. Vivía en un país que durante cuarenta años había ensayado un poco de todo sin detenerse definitivamente en nada. No me era fácil, pues, tener ilusiones políticas. Formando yo mismo parte de la antigua aristocracia de mi patria, no sentía ni odio ni envidia natural por la aristocracia, y como esa aristocracia estaba destruida, no tenía tampoco amor natural por ella, pues uno no se apega poderosamente más que a lo que vive. Estaba suficientemente cerca para conocerla bien, lo bastante lejos para juzgarla desapasionadamente. Otro tanto diría del elemento democrático. Ningún recuerdo de familia, ningún interés personal me daba una tendencia natural y necesaria hacia [la] democracia. Pero, por mi parte, no había recibido ninguna injuria de ella, no tenía ningún motivo particular para amarla ni odiarla, independientemente de los que me proporcionaba la razón. En una palabra, estaba en tan buen equilibrio entre el pasado y el futuro que no me sentía ni natural ni instintivamente atraído hacia el uno o el otro, y no he tenido necesidad de grandes esfuerzos para lanzar miradas tranquilas a los dos lados»29. |lviii| Tocqueville exagera la frialdad y el desinterés con que observa las dos orillas, pero es sincero al describir su posición: la historia le hace ya difícil ser un ultra o un liberal.
Beaumont comparte la misma situación vital. En París el viernes 30 de julio de 1830, puede escribir más tarde sin remordimientos en sus memorias: «Todos los hombres llevaban una cinta tricolor en el ojal o una escarapela en el sombrero. Yo no. Nadie me decía nada. Solamente, cuando alguien se aproximaba a mí gritando ¡Viva la Carta! en un tono imperativo, yo daba el mismo grito, y no le costaba nada a mi conciencia el decirlo»30.
|lix| Al día siguiente, Tocqueville va a la alcaldía de Versalles para devolver el mosquete y la munición que había recibido el jueves como voluntario de la guardia nacional y cuenta a su amigo Ernest de Blosseville: «No hay nada que hacer. Se ha acabado. En el puesto de la barrera de Saint-Cloud acabo de ver pasar el convoy de la monarquía. El rey, los infantes de Francia, los ministros, van en carruajes rodeados de guardias. ¡Pues bien! No va usted a creerlo, los escudos de los carruajes están tapados con placas de barro»31.
Tocqueville y Beaumont habían ya previsto un acontecimiento similar desde el nombramiento del gobierno Polignac el 8 de agosto de 182932 y la revolución les entristece más que les sorprende. Tocqueville es partidario de los Borbones y debe una cierta lealtad a su origen social, pero el hecho consumado del cambio de dinastía le hace descubrir una fidelidad todavía mayor a Francia33. Estaba lejos de las intenciones de Tocqueville y Beaumont calificarse de liberales en 1830, pero el hecho de anteponer el honor de Francia y los principios de la Carta y de la libertad a la dinastía de los Borbones les aleja de las posiciones conservadoras más de lo que ambos, y especialmente Tocqueville, habrían reconocido.
Esa lealtad superior les aísla, sin embargo, de su clase. Los amigos y familiares se apartan paulatinamente de la vida pública a medida que la perspectiva de derrocar la nueva monarquía parece más remota y, en particular, a partir del mes de agosto, cuando se exige a todos los funcionarios el juramento de lealtad a Luis Felipe. Hippolyte de Tocqueville y Louis de Kergorlay abandonan el ejército. Hervé pierde su título de par de Francia34.
|lx| Tocqueville y Beaumont deben repentinamente hacer frente a una difícil elección: jurar obediencia al nuevo monarca o abandonar la carrera judicial. Prestar juramento era oponerse a la conducta seguida por sus familias y amigos y prometer lealtad al rey usurpador, pero ¿cuál era la alternativa?
Para Tocqueville no había más que una respuesta: después de Luis Felipe sólo podía venir la república. «He prestado juramento al nuevo gobierno, escribe a su amigo Charles Stoffels en agosto de 1830. Al actuar así he creído cumplir el estricto deber de un francés. En la situación en que estamos, si Luis Felipe fuese derrocado no lo sería ciertamente en provecho de Enrique V, sino de la república y de la anarquía. Los que aman a su país deben adherirse francamente al nuevo poder que surge, puesto que sólo él puede ahora salvar a Francia de sí misma. Desprecio al nuevo rey, creo su derecho al trono más que dudoso y, sin embargo, le sostendré con más firmeza, creo, que los que le han allanado el camino y que no tardarán en ser sus amos o sus enemigos»35.
Cuando Henrion, un amigo de la infancia, le reprocha el juramento que acaba de hacer al nuevo rey, la respuesta de Tocqueville no deja ya dudas en cuanto a su posición: «La mañana de las ordenanzas he declarado ante la asamblea del tribunal que de ahora en adelante la resistencia me parecía legítima y que yo resistiría en mi pequeña esfera. Cuando el movimiento ha llegado hasta a derrocar la dinastía, no he ocultado a nadie mi oposición a esa medida. He dicho que haría la guerra civil si ésta tuviese lugar. Una vez consumado el hecho, he continuado creyendo lo que siempre he creído, que el deber más estricto era no hacia un hombre o una familia, sino hacia el país. En el punto al que habíamos llegado, la salvación de Francia me ha parecido estar en el mantenimiento del nuevo rey. Por tanto, he prometido sostenerle, sin ocultar que no lo hacía por él. He asegurado que sólo entendía un juramento que me ligaba para siempre al interés de nuestro país y no he ocultado que desde el momento |lxi| en que la nueva dinastía fuese incompatible con ese interés, conspiraría contra ella»36.
Es entonces cuando probablemente Tocqueville tiene la idea de hacer un viaje a América37