La frontera imposible - Sonia Budassi - E-Book

La frontera imposible E-Book

Sonia Budassi

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Beschreibung

Sonia Budassi narra en forma de crónica la cotidianeidad de Israel y Palestina, la frontera más candente de todo el mundo. Valiéndose de Jóvenes de la Autoridad Nacional Palestina, viejos ex combatientes devenidos en políticos, académicos, empresarios y comunicadores, la autora compone un mosaico, más allá del horror, en el que las excursiones de los contingentes de latinoamericanos interesados en el conflicto son la contracara del drama humano y existencial que se vive en esa parte del planeta.   "La autora se niega a la figura de la cronista extrañada y crea otra voz, entre la narración y el ensayo, la ironía y el análisis, para desplazar al lector por la vida cotidiana de Israel y Palestina. Su libro preserva, a pesar de la experimentación, lo mejor de la narrativa de no ficción: la lectura como una experiencia viva" (Cristian Alarcón).

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Contents

PARTE UNO - Ciudades santas y conveniencia de reality show

CAPÍTULO 1 - Un asfixiante camino de subida. Jerusalem. 2011

CAPÍTULO 2 - Una misa católica en árabe. Belén. 2011

PARTE DOS - Las elásticas fronteras de Israel

CAPÍTULO 3 - ¿Qué tan lejos llegan en 15 segundos?Sderot, frontera Franja de Gaza y Buenos Aires. 2011-2012

CAPÍTULO 4 - ¿En qué te diferenciás de un country?Kibutz Ein Hashlosha. 1950-2012

CAPÍTULO 5 - Israel. Un país sin Constitución escrita. “Target killings” y tortura. 2011

CAPÍTULO 6 - Tel Aviv, Galilea, hoteles y rutinas.El lado B de la “potencia ocupante”. 2011-2012

PARTE TRES - Palestina y el discurso del bien

CAPÍTULO 7 - De Buenos Aires a Jordania y a Dubái para llegar a Palestina.¿Tercera Intifada? 2011-2013

CAPÍTULO 8 - Ramallah. La negociación, la ciudad del futuro y el poeta nacional.2011-2013

CAPÍTULO 9 - Qalqilya. Un tanque australiano si llueve. 2011-2013

CAPÍTULO 10 - Hebrón. El símbolo arquetípico del enfrentamiento a veces se quiebra. 2013

EPÍLOGO

AGRADECIMIENTOS

Puntos de Interés

Portada

Budassi, Sonia

La frontera imposible : Israel Palestina / Sonia Budassi. - 1a ed - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Marea, 2024.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y online

ISBN 978-987-823-047-4

1. Conflictos Internacionales. I. Título.

CDD 327.16

Edición: Constanza Brunet

Diseño de tapa y maqueta de la colección: Grupo KPR

Armado de interior: Hugo Pérez

Corrección: Virginia Ruano

© 2014 Sonia Budassi

© 2014 Editorial Marea SRL

Pasaje Rivarola 115 – Ciudad de Buenos Aires – Argentina Tel.: (5411) 4371-1511

[email protected] www.editorialmarea.com.ar

ISBN 978-987-3783-02-9

Impreso en Argentina

Depositado de acuerdo a la Ley 11.723 Todos los derechos reservados.

Prohibida la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento sin permiso escrito de la editorial.

La política es más peligrosa que la guerra, porque en la guerra solo se muere una vez.

Winston Churchill

A mi edad cuando me presentan a alguien ya no me importa si es blanco, negro, católico, musulmán, judío, capitalista, comunista… me basta y me sobra con que sea un ser humano. Peor cosa no podría ser.

Mark Twain

Hoy en Judea y Samaria / en los territorios palestinos / en los territorios ocupados / en los territorios en disputa / en los territorios liberados, tres palestinos / inocentes / terroristas musulmanes fueron eliminados preventivamente / brutalmente asesinados / muertos por el enemigo sionista / por las tropas de ocupación israelíes / por las fuerzas de defensa israelíes.

Joris Luyendijk

Este libro pudo ser elaborado, en gran parte, gracias a los viajes organizados por la Fundación TESA y Diálogo por la paz de Argentina. Pero las opiniones aquí vertidas y el recorte sobre los acontecimientos son de exclusiva responsabilidad de la autora. Al mismo tiempo, con excepción de funcionarios de los gobiernos palestino e israelí, las identidades de los personajes fueron protegidas con seudónimos. En algunos casos, se ha reelaborado en un solo personaje representativo a más de uno de los viajeros, así como se modificaron datos biográficos como el lugar de nacimiento, ideología política o profesión.

La intención de este libro no es denunciar las posturas de ningún visitante en particular, sino recrear los efectos del contacto con ambos países en el marco del viaje de comitivas latinoamericanas al territorio, por medio de un relato coral.

A mi madre, Rosa Mularchik.

PARTE UNO

Ciudades santas y conveniencia de reality show

En el muro suroccidental, más conocido como “muro de los lamentos”, en la ciudad vieja de Jerusalem, la gente reza a toda hora. Cada tanto pueden verse adolescentes celebrando el Bar Mitzvah. Muchos viajan desde distintas partes del mundo para realizar su ritual en este lugar.

CAPÍTULO 1

Un asfixiante camino de subida. Jerusalem. 2011

No hay vuelos directos desde Buenos Aires a Tel Aviv, ni a ninguna otra ciudad israelí. Las quince horas de viaje se hacen penosas, sobre todo al principio. Cuando ya estamos encerrados en el avión, por los altoparlantes anuncian que la empresa de catering que trabaja con la aerolínea está en huelga. Solo nos servirán una berenjena, y un pote colorido de choclo y remolacha, condimentado con tanto vinagre que, a pesar del hambre, quedará intacto. Desde la última fila de asientos puede identificarse qué miembros de la comitiva se acercan, desahuciados, el pelo ya un poco grasoso, el paso firme del cuerpo acostumbrado al avión, hasta el pequeño refugio de las azafatas para implorar por un sándwich que no consiguen. Escuchando cómo formulan sus peticiones podrían sacarse apresuradas conclusiones sobre cada personalidad. El grupo está compuesto por legisladores, empresarios, trabajadores del Poder Judicial y de la oficina de un ombudsman, archivistas de bibliotecas públicas y algún politólogo. También la directora de una ONG que “lucha contra el terrorismo”, abogada con una maestría en Derechos Humanos. Y una economista, profesora universitaria que contrató a una consultora de prensa para poder escribir en diarios y revistas. Milita en el partido político Frente Amplio Progresista y quizá quiera “subir el perfil”. Un senador nacional por la provincia de Corrientes. Una abogada de una megaempresa de medios de comunicación. Un matrimonio de empresarios bolivianos, tres políticos paraguayos y hasta un español entre una mayoría argentina que me incluye. Conoceremos Israel y Palestina (solo su parte norte, el West Bank; la Franja de Gaza estará velada para nosotros), lo que muchos llaman, exagerados o no, “la zona más conflictiva del planeta”. Fuimos invitados por la Fundación TESA, dedicada al desarrollo sustentable, que además realiza este tipo de viajes con lo que llama “formadores de opinión”, casi todos los años, para que conozcan ambas realidades. No sé con exactitud el criterio de selección practicado por la Fundación con sede en Buenos Aires para elegirnos. La categoría, como dije, incluye desde empresarios a periodistas y políticos de distintas edades, quienes recibimos la invitación en un correo que solicita que enviemos nuestro curriculum. En la fila de la puerta de embarque en Madrid, el grupo de veintidós personas que deberán convivir como en un tour durante quince días, vuelve a reunirse.

–¿Estás leyendo el libro de ese traidor? –me dice el Señor Kavanagh y se ríe, aunque a alguien a su lado no le causa gracia el chiste, o la recopilación de artículos originalmente publicados por Mario Vargas Llosa en el diario El País. En Israel y Palestina. Paz o guerra santa, el escritor cubre la operación “Plomo Fundido” en la Franja de Gaza, aquella de 2008, en la que murieron 1369 palestinos y 13 israelíes. Aunque es ecuánime en la balanza de las fuentes consultadas, comienza declarándose “proisrael” para, a continuación, denunciar abusos del Ejército de Defensa Israelí (el presupuesto que implica el nombre de esa fuerza es interesantísimo. También es llamada, extraoficialmente, “de ocupación”). Admite además, en el prólogo, que la reacción que tuvo luego de publicar ese texto fue inesperada: lo acusaron de antisemita. Más tarde el Señor Coordinador, exvocero del Ejército, me contaría que Morgana, la hija de Vargas Llosa, cuyas fotos ilustran el libro, había pedido visitar y tener la versión oficial israelí pero que falló a la cita: traidora.

Pero quien hace el chiste es el Señor Kavanagh: aunque argentino, me parece descendiente de árabes. Puro prejuicio, no encuentro justificativo para tal percepción. Quizá algo en la forma de la nariz, y el color mate de su piel. O cierta forma de narrar hechos históricos en una clase que ofreció –gratis– en su piso del Edificio Kavanagh para quienes quisieran estudiar un poco antes de viajar. Aún no sé que nació en Siria y que los nativos de la zona, aunque pocos lo admitan, sean árabes o judíos, comparten rasgos ancestrales; desde Latinoamérica muchas veces se cree que los israelíes provienen, mayoritariamente, de Europa del Este.

–Yo no soy parte de la Fundación organizadora del viaje –aclaró en aquel momento–. Doy estas fotocopias con plata que pago de mi bolsillo, y cargo con los mismos costos del viaje que ustedes. Hago esto porque me gusta, porque creo que el viaje no sirve para nada si no se conoce la situación histórica y política de la región.

Las fotocopias corresponden al libro The Routledge Atlas of the Arab-Israeli Conflict, de Martin Gilbert. Una serie de mapas con su correspondiente correlato histórico en el que las fronteras se mueven a veces en períodos demasiado breves; lo que dura una batalla de seis días, por ejemplo. En cada guerra se incluyen las bajas, los límites según determinado acuerdo de paz, el flujo de migraciones; desde el año 100 antes de Cristo, hasta el 2009 después de Cristo.

Kavanagh es especialista en Medio Oriente, viajó más de diez veces a Israel y a los países árabes. Antes se dedicaba a las finanzas y a la política. En 1987 llegó a ser legislador de la ciudad de Buenos Aires por la UCEDE, la más rutilante fuerza neoliberal de aquella década.

–Todos los expertos en finanzas recomiendan hacer una operación por hora, como máximo. Yo hacía una por minuto, no podía parar.

Ahora Kavanagh, retirado de la adrenalina alienante de la Bolsa, mantiene una empresa de negocios online. Su chiste sobre que Vargas Llosa es “traidor”, entonces, me descoloca, ¿acaso no parece árabe? Será porque analizo los discursos teniendo en cuenta la dicotomía que muchos pensarán y expresarán y extremarán de acá en más: “¿Tal es propalestino o proisraelí?”.

Una pregunta que a veces me resulta tan tramposa como: “¿A quién querés más, a tu papá o a tu mamá?”.

A Jerusalem, nos dice el coordinador al que llamamos Señor Coordinador, “se asciende”. El concepto del ascenso está, en árabe y en hebreo, en textos antiguos y modernos de ambas culturas. El significado del nombre de la ciudad para cada pueblo también es análogo: Yerushaláyim para los judíos significa “Ciudad de paz”, y Al-Quds es “La Santa”. Para los judíos la aliá es una subida espiritual además de física: cuando el templo de la disputada ciudad vieja de Jerusalem aún no había sido destruido por los romanos, los varones adultos debían subir a él tres veces al año para las festividades de Pesaj, Sucot y Shavuot.

En el colectivo que nos lleva desde el aeropuerto de Ben Gurion a la ciudad santa la sensación de elevarse se percibe no solo por la vista. Como sucede en el avión, en Cuzco, o en Bolivia, se te tapan los oídos. Y los más sensibles a los cambios de presión atmosférica sentirán, durante su llegada y en los días siguientes, una tenue y constante sensación de asfixia.

Los periodistas por cabeza que tiene una comunidad

Estamos en la ciudad con más corresponsales extranjeros per cápita del mundo: un periodista cada ochocientas personas. Y en números netos está entre las primeras: en Washington hay 1500, y en Londres 800. Acá hay 1000 (sin contar a quienes no están registrados oficialmente), dirá Igal Palmor, el portavoz del Ministerio de Relaciones Exteriores israelí. Imaginar a 800 000 pobladores disponiendo del número correspondiente de periodistas para que escuchen sus historias, o los ayuden en su trabajo, o en ratos de ocio se ofrezcan de niñeros, o los acompañen a rezar o a estudiar. O, como afirman varios de mis compañeros de viaje, y reporteros como Jorge Guyot, de la agencia Efe, periodistas que, al no tener noticias, cubran acontecimientos irrelevantes para cumplir con la exigencia de sus editores y así justificar su sueldo y, con animadversión o no, terminen perjudicando la imagen de Israel. Hay consenso en Israel sobre que es un país que tiene mala prensa. Lo mismo dicen sus vecinos palestinos.

–Casi ningún corresponsal habla en hebreo. Tampoco árabe. Se termina usando un broken english, las versiones de lo que pasa terminan siendo unívocas y breves –dice Palmor, el del Ministerio. Su versión del #findelperiodismo, ese hashtag crítico y de productividad ambivalente que ha circulado durante años por el Twitter argentino. Pero en las redes sociales todo caduca.

Antes, durante y después del viaje, cada uno de quienes componen la comitiva participará de discusiones y charlas, no solo presenciales, durante las cenas compartidas, las conferencias políticas y las académicas y las visitas a lugares históricos, sino que, además, se departirá y opinará vía mail. La mayoría de los viajeros tendrán habilitados sus Blackberrys y sus Iphones. No es mi caso. Desde la organización envían links de artículos periodísticos o columnas de opinión sobre el conflicto y algunos editorializaremos el texto o los acontecimientos, regalando abiertamente nuestras opiniones. Así, las voces de los especialistas que analizan la compleja realidad de la zona se cruzan con las lecturas de los más ignorantes que pisamos Medio Oriente por primera vez. El mail que envía Ángel, el politólogo, asesor de un diputado del Congreso Nacional, a todo el grupo, demuestra que las aulas de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires no solo brindan espacio para que egresen jóvenes trotskistas de morral y barba y progresistas seguidores de Marx sino que en ella habitan egresados con otras miras e ideologías.

From [email protected]

La envidia es un mal universal. Si ponés a una persona frente a un televisor en donde se proyecte un partido de algún deporte, más del 85% de la gente que a priori no tiene una preferencia, se pone del lado del que va perdiendo.

Con Israel pasa lo mismo. Es un país moderno, en un contexto medieval, que crece con éxito mientras otros países como nosotros fracasan año tras año. De ahí el odio que genera sobre todo en el bolcheprogresismo siempre necesitado de victimizarse para existir.

Los palestinos son la excusa perfecta. Son pobres, pasan penurias, están al lado del “Fuerte y Malo” de Israel. Claro que ninguno tiene los huevos para decir que están gobernados por unos sátrapas delincuentes que ayer eran terroristas asesinos y ahora la quieren jugar de estadistas, en un lado, y en el otro por unos fanáticos enfermos dignos de un cuento de Lovecraft.

Por eso, como dije en otra oportunidad: “Hay que proteger al fuerte del débil”.

Por lo menos, así lo veo yo.

Jerusalem hiperoccidental

Llegar a una ciudad turística que no se conoce suele generar vértigo, ansiedad cosquillosa en forma de urgencia por salir a pasear. Momento en que toda la pesadez y el cansancio del viaje se olvidan y, en el primer paseo, la alegría convive con un leve sentimiento de inseguridad: el miedo a perderse, un resquemor quizá no del todo consciente a no desviarse por una calle que por desconocida pueda resultar potencialmente peligrosa. El turista siempre teme, en especial, que le roben. Este síntoma puede agudizarse si la primera salida es nocturna.

Las calles suben y bajan y se doblan y sí, es fácil perderse una primera noche en Jerusalem. Las cuadras no miden todas lo mismo y es complicado identificarlas en el mapa simplificado y lleno de avisos comerciales que regalan en el hotel Panorama Dan Boutique de Jerusalem, ubicado en la calle 39 Keren Hayesod; con vista al monte Sion y a minutos de los barrios históricos. Al salir se distingue la cúpula icónica de la mezquita Al Aqsa en la ciudad vieja, rodeada por un muro; en la antigüedad todas las ciudades tenían un muro de protección. Frente a la entrada de Damasco está la autopista; es difícil de cruzar, mejor conocer otra cosa. La ciudad vieja figura en el programa, creo más conveniente tratar de llegar al “centro”. En la calle King’s David se impone el hotel mítico que fue sede del Mandato Británico. Considerado el primer hotel “lujoso y moderno” de la ciudad, se inauguró en 1932. En 1948 dos grupos de judíos radicales pusieron una bomba y mataron a ingleses, judíos y árabes que trabajaban ahí. Hoy luce el mismo aspecto que en el momento de su fundación. Jerusalem parece una foto de un libro de historia hasta que al avanzar empiezan los negocios, los bares, una galería de compras. El centro comercial tiene un look hiperoccidental, universalizado; sus luces hacen olvidar los edificios que recuerdan los atentados. Y la sensación, al final, no es la que suponíamos, la de otros lugares, el temor a perderse, ni la inseguridad de que un carterista se lleve nuestro dinero o el pasaporte.

Antes de la entrada del shopping se estaciona un colectivo con aspecto escolar. Se escucha la puerta abrirse y los gritos joviales. Unos treinta chicos y chicas de dieciocho o diecinueve años que parecen volver de una excursión bajan alegres, desordenados, riendo, empujándose suave sin querer. Me detengo cuando caigo en que, en vez de las mochilitas adolescentes que espero ver sobre sus espaldas, cada uno carga, sobre un hombro, un arma larga. Un fusil M16. El grupo se reorganiza y se separa en microgrupos de tres, cinco o diez; por los gestos, entiendo que se despiden con la promesa, supongo, de verse al día siguiente o incluso en un bar esta misma noche. Llevan sus armas colgadas de una soga, como si fueran un bolso o una cartera, con la naturalidad que yo –ni árabe, ni palestina, ni judía, aún ni propalestina ni proisraelí– carezco al observarlos. Pasado el impacto, no lucen reales, más bien una parodia de aquellos soldaditos de plástico verde con que jugaba en la infancia en Bahía Blanca. Bahía Blanca: sur de la provincia de Buenos Aires, capital del básquet, autoproclamada también “capital del sur argentino”. Cada población busca los modos de enorgullecerse de sí misma.

En Israel, el servicio militar es obligatorio para los hombres durante tres años y para las mujeres, durante dos. Quienes no estén aptos por cuestiones de salud pueden brindar servicios sociales en dependencias del Estado.

Después de terminado el servicio, los exsoldados suelen tomarse un año sabático para viajar por el mundo antes de empezar la universidad. Los destinos preferidos suelen ser la India y Latinoamérica. De por vida, todos los que hayan realizado el servicio militar quedarán “en reserva”. El Estado puede reclamar su presencia si es necesario, y solo quienes estén en el exterior podrán excusarse.

Unos días más tarde visitaríamos la embajada y consulado argentinos en Israel, un lugar bastante impersonal como casi todas las oficinas públicas. Mientras esperamos el recibimiento de las autoridades, me pongo a hojear, y pido permiso para llevarme, una de las tantas revistas apoyadas sobre el vidrio de la mesa ratona.

En la edición de noviembre 2011 de la revista gratuita Piedra Libre, escrita en castellano, distribuida en la embajada, entre otros lugares, hay una extensa nota, vendida en tapa: “Batalla por ser soldado. Ofer Cohen lleva tres años tratando de entrar al Ejército. Entrevista sobre su lucha”. La historia es rara: estamos más acostumbrados a escuchar personas que se quejan de lo contrario. Que critican a las Fuerzas Armadas porque no quieren hacer el servicio militar. Muchos han denunciado ante Amnistía Internacional que en Israel no termina de respetarse la objeción de conciencia, que podría eximir a las personas “pacifistas”. Neriya, criada en Neve Shalom, un pueblo donde conviven palestinos y judíos –bajo bandera israelí– me cuenta su caso por Skype. Presentó una carta diciendo que no quería hacer la conscripción porque no estaba de acuerdo con la guerra entre palestinos e israelíes. Le respondieron que esos eran motivos políticos y no eran válidos, con lo cual no pudo dar el paso siguiente: presentarse ante un comité evaluador. Acudió a los exámenes psíquicos y físicos. Rindió mal a propósito. Contestó idioteces en el examen escrito, y durante los ejercicios físicos no se esforzó, y simuló dolores y molestias. Funcionó. La eximieron.

El caso de Ofer es bien distinto.

“Hay motivos para hacer Aliá que son económicos, por seguridad o por amor –comienza la nota–. Las razones por las que Ofer Cohen hizo Aliá hace tres años son distintas y concretas: hacer carrera militar en el Ejército israelí [...] El Ejército no lo ha dejado enrolarse [...] ¿y por qué?”. La nota se demora en dar la información completa.

“No sé, concretamente, no me lo han dicho”, dice Ofer al periodista.

Nació en Menorca, España, y forma parte de lo que suele llamarse “una familia judía tradicionalista”; viste, desde hace seis años, con los atuendos negros típicos de los ortodoxos judíos, aunque a veces cambia y usa jeans, siempre con kipá y tzitzit, ese conjunto de flecos que cuelgan de la vestimenta para rememorar los diez mandamientos. “No me gusta que me encasillen con una sola cosa, por eso me gusta cambiar”, cuenta.

Su “sueño dorado” era incorporarse al Ejército como combatiente, algo que ya no podrá cumplir por haber alcanzado el límite de edad estipulado, que va desde los veintiséis a los treinta años. “¿Y por qué hacer el ejército en Israel y no en España?”, le preguntan.

“Porque Israel es mi país del corazón, España es solo el lugar donde nací”.

La revista relata que el aspirante fue diagnosticado con la enfermedad genética Fiebre Mediterránea Familiar. “Ahí no terminaba su estatus médico con el Ejército. Ofer además nació con una condición física llamada intersexualidad o hermafroditismo”. Sus padres decidieron no practicarle, como hacen otros, una intervención quirúrgica para definir su sexo cuando era bebé.

Ofer, orgulloso de que su mamá sea psicóloga militar, y de su abuelo, que luchó en la guerra de Marruecos, resume su procedencia: “Vengo de una familia militar”.

Hace poco se sometió a una operación, con lo cual su forma es la de un hombre. Aunque él dice que se siente identificado con los dos sexos:

“Tengo ambos lados, el femenino y el masculino. Para la sociedad es difícil, no admite un tercer sexo. Esto lo entiendo pero no lo comparto”.

Ofer, en la entrevista, cuenta los beneficios que tendrá con la nueva operación que está por realizarse:

“Voy a poder, por ejemplo, entrar a una mikve sin problema, antes no podía”. Se refiere al baño de purificación prescrito por el judaísmo. En la actualidad, los hombres solo suelen hacerlo en vísperas del Yom Kipur –con excepción de los jasídicos–1y las mujeres sí conservan el hábito ritual de realizarlo siete días después de finalizado el ciclo menstrual.

Lo que más le molesta a Ofer de la actitud del Ejército es que nadie le ha dicho oficialmente por qué no lo acepta. Por eso está iniciando un juicio a través de la asociación de Derechos Civiles en Israel y de la Asociación Gay israelí.

“Hasta los cuarenta años uno puede enrolarse. Tengo otros diez años por delante para luchar. Y lo voy a lograr, de eso no les quepa ninguna duda”.

“Si Dios no está acá, no está en ningún lado”

Después de mi primer paseo por la Jerusalem global, vuelvo sola, ya de noche al hotel; no me perdí. Será la primera cena colectiva de la comitiva latinoamericana. Minutos antes de llegar, me cruzo con dos compañeros, me cuesta reconocerlos: están disfrazados de atletas olímpicos y corren como si lo fueran. Llegamos hace apenas dos horas de un viaje de más de quince.

Comparto la escena del colectivo cuasi escolar, militar, que, pura ingenuidad, paisajes jamás vistos, me resultó shockeante, con los compañeros que me tocan en la mesa. A ninguno de ellos parece llamarle la atención la descripción de los –para mí– niños y niñas soldados. Solo Kavanagh pregunta:

–¿Y estaban buenas las minas?

–Sí, la verdad que todas las chicas eran muy lindas.

–Nunca van a entender las mujeres lo sensual que es verlas con un arma.

(¿Cuántos soldados extranjeros vale un solo soldado israelí?

¿Y una soldada? En 2011, hubo un intercambio de prisioneros entre Palestina e Israel. Las milicias de Hamás, la facción que gobierna la Franja de Gaza, habían secuestrado al soldado Guilat Schalit en 2006. Lo liberaron a cambio de 1047 palestinos).

Terminada la cena, el Coordinador ofrece guiarnos, junto al Señor Kavanagh hasta la Puerta de Damasco de la ciudad vieja y realizar una corta visita nocturna hasta el muro Suroccidental, más conocido como “El muro de los lamentos”. La actividad no es obligatoria, aclaran. La cena termina a las 19.30. A las 18 ya es de noche. Los horarios son distintos a los que estamos acostumbrados. Todas las cenas serán en compañía del resto de la comitiva. Como también todas y cada una de las visitas oficiales, extraoficiales, recorridos turísticos y viajes entre ciudades. Las habitaciones son, además, compartidas y la elección de la pareja –desde luego, menos dos políticos y un empresario que viajaron con sus esposas– fue hecha, se nos dice, “al azar”. Como en el viaje de egresados a Bariloche.

Octubre 2011

From señ[email protected]

Subject: “Seis recomendaciones personales para tener en cuenta antes de viajar”

1) “Obligación” de descansar:

Es altamente recomendable descansar a nuestra llegada y evitar cualquier trasnochada el martes 22/11. Ocurre que arrancaremos muy temprano el miércoles 23/11. La intensidad de los programas planeados, conjuntamente con la concentración intelectual que se requerirá más las características emocionales de muchas actividades, exigirán reponer fuerzas suficientes día a día y principalmente luego del largo trayecto Buenos Aires-Tel Aviv. Para argentinos: tener en cuenta que el único país del mundo donde la gente entra en actividad a las 11 y cena a las 23 es Argentina, el resto del planeta arranca a las 07 y cena a las 19 e Israel no es la excepción. Tendremos que “readaptarnos” en cuatro horas para ser parte de la normalidad del mundo, o estaremos fuera de combate durante todo el viaje. Las advertencias fueron debidamente presentadas.

La ciudad vieja tiene apenas un kilómetro cuadrado y en ese espacio acotado ocurrieron los hechos más importantes de la historia de la humanidad. Muy iluminada, un reflector potente cuelga cada cinco metros a lo largo del muro fortaleza. Está dividida en cuatro barrios: el árabe, el armenio, el cristiano y el judío. Nadie quiere ceder en su posición y nadie entrega ni una sola piedra; tanto Palestina como Israel la quieren tener de capital, cuenta Kavanagh. La legislatura israelí y su sede de gobierno, como así también la Corte Suprema de Justicia, funcionan en esa ciudad en vez de en Tel Aviv, la capital reconocida por las Naciones Unidas.

Honores nacionales, identidades históricas y supervivencias de pueblos se juegan en esa porción de tierra que es esencialmente pobre en recursos y rica en cultura. Si uno le pregunta a algún reconocido operador inmobiliario cuánto cuesta el metro cuadrado en este sector de la ciudad, seguro se reirá. Nadie está interesado en vender su casa, por más que esté destruida, que el tiempo la haya tirado abajo. No podés comprar ninguna propiedad, ni siquiera una habitación; simplemente no están en venta, no tienen precio. Historiadores de ideologías diversas están de acuerdo en afirmar que Jerusalem –aunque la calificación podría aplicarse a toda Palestina e Israel– es el territorio más disputado de todos los tiempos. Por aquí pasaron, a lo largo de 3000 años, los siguientes pueblos, en orden cronológico:

Hebreos

Cananeos

Jebuseos

Hebreos

Asirios

Hebreos

Babilonios

Hebreos

Persas

Macedonios

Polonios

Seleucidas

Griegos

Hebreos

Romanos

Bizantinos

Árabes

Cruzados

Mamelucos

Otomanos

Ingleses

Jordanos

Hebreos

Aquí se consolidó el judaísmo, se fundó el cristianismo y pasaron cosas fundamentales para el Islam: el profeta Mahoma ascendió a los cielos desde la mezquita de Al Aqsa.

Avanzamos rumbo a la Puerta de Damasco por veredas tan angostas como el ancho de una persona. Caminamos en fila india casi sin hablar, solo algún comentario aislado sobre el frío de esta noche. Comentarios importantes aunque suenen y sean charla de ascensor. Venimos de vestir musculosas en Buenos Aires; había una expectativa de tener 20 grados al llegar pero la temperatura resulta demasiado baja, una mala bienvenida; cada uno pensará en cuánto abrigo ha traído para los días restantes y los cálculos no serán muy auspiciosos.

Las “puertas” son en realidad arcos altos precedidos por un puente de material, sobre un foso que rodea toda la fortaleza del Muro Occidental. En este sector hay obreros que trabajan aun de noche, ruidos de maquinarias esforzadas en su misión de colaborar con las últimas excavaciones arqueológicas que no ameritan el lujo de un descanso: hallazgos que muestran cómo era Jerusalem hace más de 2000 años. Los trabajos de excavación revelaron una estructura mameluco, los restos de una calle bizantina y un gran edificio del Segundo Templo.

En unos días, caminando por ese subsuelo socavado por el agua, y por el que se llega a una pileta en la que se realizaban baños de purificación antes de subir al templo, escucharemos:

–Jesús caminaba por esta calle por la que caminan ustedes. En aquel entonces la ciudad estaba a cientos de metros debajo de los templos.

Hay una plataforma artificial, desde las paredes de piedra caen gotas de agua, en todos lados humedad, iluminación de neón en el angosto pasillo. La guía, rubia de ojos claros, aspecto ruso o se me antoja, de algún país del Este, está embarazada, los varones señalan su belleza, y nosotras advertimos, además, el sentido del humor y dominio del castellano. Sus abuelos sobrevivieron al Holocausto.

Pero recién pasaron tres horas desde nuestra llegada. Y a pesar de que sea tan tarde, se formaron dos filas, de unas veinte personas cada una, en sendos ingresos al muro de los lamentos. Dos aberturas con detectores de metales y un guardia que registra mochilas y carteras y que invita, como en los aeropuertos, a colocar cámaras de fotos y celulares en una caja plástica. Entramos sin dificultad. Sobre un muro se sostienen un par de andamios. El suelo es de piedra y en lo alto reflectores, como en los patios enormes de un club social que alquila ese espacio para jugar al fútbol de noche, aunque la superficie de este suelo es demasiado áspera y todo es más solemne. Hay una valla a unos cuarenta metros del muro, paralela, y dos pasillos en sus extremos: una entrada para varones y otra para mujeres.

Las vallas que separan a quienes han entrado al sector en el que puede tocarse el muro son altas. Se puede ver a través de ellas si nos subimos a una silla de jardín de plástico blanco. Desde allí se observan sillas iguales a esta del otro lado. Al fondo el muro antiguo, el espacio parece una plaza de piso de piedra milenario repleta de sillas playeras fabricadas, quizá, en China. El muro de los hombres es mucho más extenso que el de las mujeres. “Ahora se redujo porque se está arreglando el sector de entrada musulmán”, contesta alguien ante mis sospechas de misoginia.

Desde afuera, los varones parecen poseídos por un extraño tic. Rezan con un libro en la mano, que leen en sentido inverso al que leemos nosotros –leen en hebreo, lógicamente–, y quiebran la cintura hacia delante y hacia atrás, en ritmos variables, bien pegados al muro. Leí que esos movimientos pretenden ser análogos a las llamas de las velas; irradiar luz. Quienes no pudieron hacerse un lugar rezarán más atrás, al costado, sobre algún rincón, sin dejar de balancearse. El lugar está repleto. Quienes no visten ropa religiosa usan, en todos los casos, una kipá. Para los desprevenidos que no tengan la suya, hay un puesto en la entrada que las ofrece gratis. Los hombres no pueden permanecer en ningún lugar santo sin ella. Las mujeres se acercan de frente a la parte del muro que les corresponde. La mayoría lleva pañuelos en la cabeza. Un cartel pide silencio y respeto al entrar a ese lugar sagrado. Ese paredón construido piedra sobre piedra deja ínfimas grietas que permiten que, con paciencia, puedan introducirse papelitos enrollados más pequeños que un cigarrillo slim. Así, en los intersticios de cada ladrillo enorme, se encastran pedidos y agradecimientos. Algunos caen y las mujeres tratan de engancharlos de nuevo. Mis compañeras de viaje, algunas judías –no ortodoxas, claro– y otras católicas –todas profesan alguna religión– se acercan a paso lento, las manos cruzadas, respetuosas y en silencio como pide el cartel. A un costado se acomodan pupitres individuales con la Torha. Las mujeres la toman y leen alguna parte en un susurro. Es imposible no emocionarse, porque son varias las mujeres que lagrimean, el muro es tan antiguo, las plegarias como un silbido grave recorren todo el perímetro sobre el que alguna vez estuvo construido el Templo de Salomón; más atrás la mezquita de Al Aqsa desde la que Alá ascendió a los cielos, y a unos metros el Sagrado Sepulcro, templo alzado en el lugar en que Jesucristo resucitó. “Si Dios no está acá, en Jerusalem, no está en ningún lado”, me dice un vendedor de objetos e imágenes religiosas.

Si alguna vez te olvido, Jerusalem, que me falle la diestra, que se me pegue la lengua al paladar si no te recuerdo, si no te pongo como cima de mi alegría. (Salmo 137)

Las turistas piden, también, no importa su religión; rezan su plegaria personal, recuerdan sus pesares e invocan sus deseos, creyendo acá, algo superior existe, y hay que aprovecharlo aunque su religión no sea el judaísmo, aunque su religión sea incluso el cinismo contemporáneo, y no crean en un Dios tradicional. Porque el ambiente permite; pero en especial, invita. Y entonces esperan pacientes para tocar el muro como hacen las devotas judías. Se intercambian máquinas de fotos para que todas tengan un registro de su mano contra la piedra. Al irse, imitan, con destreza menor, las actitudes de las habitués: caminar en dirección a la salida sin darle la espalda al muro. Peligro de choque o tropezón para las inexpertas. Los lamentos de los judíos en este sitio se deben a que, si bien ese sector del muro es israelí, el otro lado es musulmán. La tristeza debería aumentar, y aumenta porque, en ese otro lado, se ha construido una mezquita sobre el templo sagrado de Israel. Se dice que el emperador Vespasiano dejó en pie la parte exterior para que los judíos tuvieran el amargo recuerdo de que Roma había vencido a Judea en el año 70.

En unos días más, voy a comprender mejor el sentido de ese punto en el que estuve parada; a pocos metros de la mezquita Al Aqsa y de la explanada por la que caminó Ariel Sharon en 2000. Un incidente entre tantos que provocó la Segunda Intifada. La bravuconada del Primer Ministro generará alguna discusión: el Coordinador dirá que ese evento apenas fue una chispa sobre el caldeado ambiente y que no fue una causa sino un detonante. Intifadah, con hache final, significa en árabe rebelión o levantamiento. La primera fue en 1987 y llegó a establecer una verdadera iconografía conocida hasta por quienes ignoran el lugar del mapamundi donde se sitúan estas naciones: niños que atacan con piedras a robustos soldados israelíes o majestuosos tanques de guerra. La primera amainó en 1991. En ese año fue la “Conferencia de Paz en Madrid”. Las cifras de muertos son desparejas como las imágenes sobre las que, dice Israel, son pura propaganda: 1162 palestinos y 160 israelíes. La Segunda Intifada estalló en el año 2000, y se dice terminó en 2005, con 3733 palestinos y 1011 israelíes muertos. Los palestinos realizaron atentados terroristas, en los que, desde luego, murieron gran cantidad de civiles: algunos en colectivos, de camino a la escuela, otros en una discoteca o tomando un café en alguna confitería.

Como Palestina aún no está reconocida como Estado, no cuenta con un ejército formal del que sí disponen sus vecinos.

De vuelta al hotel, todos cansados, con frío, Octavio, el segundo de la organización, se detiene frente a un quiosco que vende galletitas, tarjetas de teléfono y pósteres. Señala uno de “Visit Palestine”, una reproducción de una pintura de uno de los afiches de Turismo de la época del Mandato Británico que duró hasta 1947, cuando el Reino Unido se retiró, y la ONU propuso su “plan de partición” que señalaba un territorio para cada país –y que los árabes no aceptaron en aquel momento–. En primer plano se ve un árbol a contraluz; de fondo, el muro de la ciudad vieja. Pienso –recién llegada, pensamiento atolondrado– qué raro este afiche sobre Palestina tan visible en Israel, olvidando el carácter vintage, de recuerdo pintoresco de la imagen. Y que, durante el mandato británico, se le decía así a todo este territorio.

“¡Hoy es un día de luz!”

Desayuno a las 5.45 am. Salida en el bus a las 6.15 am. Habrá días en los que, incluso, despertaremos más temprano.

Cuando terminamos de subir el micro arranca y el Señor Coordinador, líder en visitas formales y protocolares, pero también guía de background cultural e histórico, tomará el micrófono para, en un gesto que recuerda los viajes de jubilados, dirigirse a nosotros en la primera persona del plural y, en este día inicial, enseñarnos cómo se saluda aquí.

Como una maestra o como esos rockeros que extienden el micrófono para darle volumen al clamor de su público, el Señor Coordinador dice “Boker Tove”. Y la manada contesta:

–¡Mazel Tov!

Significa: “Hoy es un día de luz”. “¿¡Cómo voy a contestar eso!?

Es una mariconada”, dice el Señor Kavanagh.

Luego, el Coordinador leerá de derecha a izquierda, y traducirá para nosotros las tapas de los principales diarios de Israel, el Haaretz y el Jerusalem Post.

“Situación en Egipto: Irán desvía fondos para la revolución musulmana”.

Palestina no aparece mencionada en ninguna noticia de tapa. Pero una habla del Hamás, una organización yihadista islámica, quien gobierna la Franja de Gaza. Se presentó a elecciones en 2006 y fue elegida para gobernar en esa parte de Palestina, sacando del poder a Al Fatah, el partido de la OLP (Organización para la Liberación Palestina) que lideraba Yaser Arafat. Esta facción gobierna Cisjordania.

En su Carta Fundacional, titulada “Pacto del Movimiento de Resistencia Islámica”, fechada el 18 de agosto de 1988, Hamás sostiene, entre otras cosas:

“Israel existirá y seguirá existiendo hasta que el Islam lo aniquile, como antes aniquiló a otros. (El Mártir, imán Hassan alBanna, de venerada memoria)”. “Con todo nuestro aprecio por la Organización para la Liberación Palestina –y lo que puede llegar a ser–, y sin restar importancia a su papel en el conflicto árabe-israelí, no podemos cambiar la Palestina islámica presente o futura por la idea secular. La naturaleza islámica de Palestina es parte de nuestra religión, y todo el que se tome su religión a la ligera es un perdedor. ‘¿Quién sino el necio de espíritu puede sentir aversión a la religión de Abraham?’ (Corán 2, 130)”. “El día en que la Organización para la Liberación Palestina adopte el Islam como modo de vida, nosotros seremos sus soldados, y combustible para su fuego que quemará a los enemigos”. “No debemos dejar de recordarle a todo musulmán que cuando los judíos conquistaron la Ciudad Santa en 1967, en el umbral de la Mezquita Al Aqsa proclamaron que ‘Mahoma está muerto, y todos sus descendientes son mujeres’. Israel, el judaísmo y los judíos desafían al Islam y al pueblo musulmán. ‘Ojalá los cobardes nunca duerman’”.

José Alalú, el viceintendente de Jerusalem, nos recibe en el vacío concejo deliberante: una mesa redonda amplia en la que todos pueden mirarse entre sí. Parece un viejo hippie que se fue a vivir al refugio bohemio de San Marcos Sierra, en Córdoba; pulóver de lana amplio, barba frondosa y pelo largo con canas, sujeto en una cola hacia atrás. De origen peruano, se define como un judío de izquierda, es del partido Meretz, que en hebreo significa “energía”. Lo particular de la definición “ser de izquierda” es que, en general, no remite al sistema económico interno sino, en especial, a la postura con respecto a la política exterior desarrollada en relación a Palestina.

–No somos mayoría –se lamenta–. Esta es una ciudad de derecha religiosa.

Alalú viajó a Jerusalem como voluntario, para pelear en la Guerra de los Seis Días en 1967. En los setenta defendió los derechos de los judíos sefaradíes que llegaban a Israel y eran rechazados por los occidentales. El movimiento se llamaba Panteras Negras y daba asistencia a aquellos recién llegados que vivían en barrios pobres y a quienes discriminaban, leeré después, en las universidades.

A José le dicen Pepe. Cuenta que la composición demográfica de esta ciudad es de 800 000 personas; y la mitad de ellas vive en la pobreza. La mitad rica siente que “debe cargar con ellos”. En el Estado de Israel hay un 7% de desocupación, y en esta ciudad, un 10%. En todo el territorio palestino el 13% de las personas no tiene trabajo. Israel es más chico que Tucumán, su tamaño es de 20 700 km2, es decir, es más pequeño que la provincia más pequeña de Argentina, que tiene una superficie de 22 524 km2.

–El costo de vida en Jerusalem es de los más altos, pero los sueldos son más bajos que en Tel Aviv y en Haifa. Para ir a cualquier parte del país, además, no queda otra que ir hasta Tel Aviv.

El viceintendente tiene quejas y más datos desalentadores.

Jerusalem tiene inmigración negativa. Llegan 12 000 personas (en su mayoría para estudiar en la prestigiosa Universidad Hebrea)

y se van 18 000 al año, en general se trata, dice, de “los estudiantes ricos” que gozan de sus excelentes universidades pero luego desatan su fuerza productiva en otros lugares del país y del mundo.

Israel tiene siete millones y medio de habitantes. Menos que la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y el Gran Buenos Aires.

¿Por qué Israel es un Estado judío? Es una de las “preguntas frecuentes” respondidas oficialmente en las embajadas de todo el mundo. La respuesta empieza así:

“En primer lugar, en vista del derecho del pueblo judío a tener su propio Estado independiente y en razón de la conexión histórica y bíblica entre el pueblo judío y la Tierra de Israel (Eretz Israel). No hay otra tierra que el pueblo judío pueda reclamar como su propio Estado independiente. No hay otro Estado en el que el pueblo judío pueda vivir según sus costumbres y creencias, lengua y cultura, objetivos y planes para el futuro”.

El turismo en Jerusalem es igual al de cualquier ciudad pequeña de España: recibe dos millones y medio de viajeros al año. “El conflicto aleja a la gente”. Según el viceintendente, además, hay una industria perfecta en la ciudad aún sin demasiado desarrollo: el cine. Si el lugar común indicaría que los religiosos son los más intolerantes, Alalú aclara que también hay manifestaciones de laicos contra religiosos. “Son el mismo pueblo, pero con dos culturas diferentes”.

Israel es el país que más empresas tiene cotizando en la Bolsa de Nueva York. Pero los bancos están, en su mayoría, en Tel Aviv. Acá tampoco hay trabajo industrial.

El 95% de los palestinos son musulmanes. El 5% son cristianos, pero es una tendencia en baja. El 42% de los judíos de Israel se definen como no religiosos o seculares. El 20% de los judíos son religiosos practicantes.

Los palestinos en Jerusalem son residentes, no son israelíes, pero pueden votar en las elecciones municipales. En general no lo hacen, porque sería reconocer a Jerusalem como israelí.

Según Alalú, una posible solución a las tensiones que se viven cotidianamente sería que esta ciudad tuviera soberanía internacional, y que se repartieran los habitantes en los cuatro barrios. Reclama mayor presión mundial para resolver el conflicto –ya veremos cuántas aristas problemáticas subyacen en que aún Palestina no tenga su Estado conformado– y acusa a Estados Unidos de haber cambiado su discurso a partir de la presidencia de Barack Obama. Aplaude el reconocimiento argentino al Estado Palestino ante la ONU.

Como suele suceder en todos los países, en especial en aquellos en los que conviven culturas y religiones diferentes, la educación fue un tema de división durante la creación del Estado de Israel. En Jerusalem la situación es la siguiente. Existe una educación autónoma religiosa para todos los judíos que la requieran. Para Pepe Alalú, quienes se forman así no van a la universidad porque no alcanzan el nivel suficiente en matemática ni inglés.

Además, los palestinos tienen su propio programa educativo. El problema, para el viceintendente, es que los alumnos quedan también condenados a ser excluidos de las universidades, cuyo ingreso es muy competitivo, porque no llegan a lograr la formación requerida.

Los palestinos trabajan, en su mayoría, en hoteles y demás rubros vinculados al turismo, y en la construcción. No lo dice pero todos lo pensamos: mano de obra no calificada.

Con respecto a los asentamientos, reconoce que son un obstáculo para llegar a la paz. “Si fuera por mí, los bajaría uno a uno”. Ya veré que este tema es una constante en las condiciones que exigen los palestinos para continuar –o reabrir– las negociaciones de paz: que los israelíes dejen de construir barrios de “colonos” en su territorio. También, más adelante, constataremos en las noticias, en las charlas con políticos y caminando por el lugar, que las construcciones no cesan. Un año después, incluso, conoceré al argentino Meir Margalit. Concejal, también del Meretz, pero no peludo como el viceintendente sino pelado y con anteojos de marco casi invisible, va a conversar con nosotros junto a su mujer, a quien presenta como exmontonera. En una cena le preguntaré sobre la ONG B’Tselem, que difunde registros en imágenes y textos sobre enfrentamientos entre ambas facciones, con hincapié en las violaciones a los Derechos Humanos por parte de los israelíes. Meir Margalit hará una pausa antes de responder con suficiencia: “Qué te puedo decir. Yo no estoy de acuerdo con ellos. Llega un momento en que no alcanza con denunciar; en que hay que pasar a la acción”. Él también viajó a Israel de joven, buscando acrecentar el Estado sionista; dice que fue “de derecha”. Pero, en la guerra de Yom Kipur, herido, dio un vuelco: se convenció de que “la ocupación era un error”. Hoy está al frente del Comité Israelí contra la Demolición de Viviendas (ICAHD por su sigla en inglés), cuyo fundador fue nominado al Nobel de la Paz. Pero aún no vimos casas palestinas en Jerusalem. Recién estamos por encarar el recorrido turístico, la experiencia de la segunda impresión, la marea de colores, vestuarios y personajes que brillan como en una postal plastificada.

La película Jerusalem

Jerusalem resulta un estudio hollywoodense con actores de vestuario diverso. Judíos ortodoxos, con sus sombreros y sus sobretodos negros, sus barbas y sus camisas blancas, como en la primera escena de Snatch, cerdos y diamantes, de Guy Ritchie, donde los ladrones se disfrazaban para robar una joyería; mujeres con el pelo cubierto por un pañuelo, sacerdotes católicos con sus sotanas clásicas, sacerdotes de la Iglesia Ortodoxa Griega o musulmana con sus gorritos redondeados y altos sin ala y sus túnicas negras o de colores; sacerdotes de la Iglesia Ortodoxa Armenia con sus sombreros cuadrados como cubos o redondeados con una tela que cubre la nuca; mujeres musulmanas con sus pañuelos cubriéndoles la cara, polleras largas o ropa occidental en el resto del cuerpo; también asiáticos, lugar común del japonés turista siempre en grupo y cargando cámaras, mochilas aerodinámicas y caps estilo beisbolistas o rappers estadounidenses.

Jerusalem excede la ciudad vieja, un laberinto con calles angostas techadas, o sin techar pero llena de productos que suben hasta lo más alto de la pared y dificultan ver el sol. En el barrio árabe la clave es el regateo. Uno junto a otro, los vendedores en sus más o menos pequeños locales ofrecen desde remeras de “I love Israel”, e incluso de “Welcome to Palestine” a pashminas de seda, bolsos y carteras bordadas, con flecos y apliques de animales de lana o espejitos, camellos de piedras de colores, rosarios en pequeñas cajas con la cara de la Virgen o de un ángel bendecidos y sin bendecir, pulseras de colores, doradas y plateadas, imágenes religiosas de todo tipo, manos de metal que los judíos llaman “mano Hamsesh” y los árabes “mano de Fátima” para colgar en la pared o en cadenitas al cuello, mantas y telares hechos a mano de un estilo confundible con las artesanías del Altiplano americano, portarretratos que se dicen hechos en plata, buzos escritos en árabe, disfraces de odaliscas y tapados en seda bordada para mujer, sombreros clásicos de hombre, bufandas, kipás y pañuelos palestinos, especias coloridas y tés que se venden por gramo junto a caramelos masticables sin envoltorio. Al lado de sus productos, los vendedores gritan a los turistas un precio en inglés, en shekels, en euros y en dólares, o hacen el famoso “si lleva dos le hago precio”. Sin embargo, la recomendación es, siempre, regatear.

–Si no lo hacés hasta parecen ofenderse –me dijo un amigo que viajó un año atrás.

Aunque, si uno se excede en el pedido de rebaja, puede ser expulsado del local, desde luego a los gritos, en árabe, en hebreo, pero también en inglés y algunas veces hasta en español con el histrionismo que suele atribuirse a los italianos.

El barrio judío, en cambio, es más tranquilo. Los locales, en amplias galerías, exhiben platería y mantas, candelabros, estrellas de David y joyas de piedras “no preciosas”. Y, en medio de una plaza seca se distribuyen prolijos y pulcros puestos de comida.

La comitiva avanza y hace, en algunos casos, su primera experiencia en eso de pedir pagar menos. Algunos casi ni piden descuento, y tampoco comparan precio entre un lugar y otro. Los paraguayos del grupo pedirán asesoramiento a sus compañeras de viaje para elegir regalos para sus hijas y esposas. Son tres políticos, de los más sonrientes del tour. Me muestran las fotos de sus familias, los retratos de la fiesta de quince de la mayor de uno de ellos y, aunque no conozco su país, siento, por momentos, más cercanía que con algunos argentinos de la comitiva. Si en los días que siguen voy a tratar de acercarme a quienes conocen este territorio para aprender, los paraguayos, alguna que otra vez, me preguntarán cosas al oído como si fuera yo su fuente de autoridad más próxima. O, quizá, la única que les presta atención.

Vía Crucis in situ

En la ciudad vieja cada parada del “Vía Crucis” está señalizada y a cargo de una iglesia distinta.

La fragmentación de las jurisdicciones en todos los sitios de culto es increíble: uno tiene que atravesar accesos y vallas, puertas y controles de congregaciones de todo el mundo, algunas muy pintorescas y poco conocidas.

Ante cada estación de la Pasión de Cristo, el guía nos explica el momento narrativo al que corresponde y, cuidadoso de la fe de los creyentes, aclara en cada caso:

–Según la tradición, aquí Jesús se detuvo y...

En otros casos, quita la palabra tradición por un “hay pruebas arqueológicas de que Jesús...”.

–¿Por qué hay lugares que están señalados y no se corresponden con el sitio arqueológico?

–En algunos casos porque no hay datos precisos, entonces se busca uno representativo.

Al percibir que el grupo está compuesto, tal como le anticiparon, por peregrinos no tan convencionales, que tienen cierta “cultura”, o a los que, por lo menos, puede ampliarse la información sin que sientan ofendida su fe, el guía se relaja un poco y ante alguna pregunta llegará a decir algo que, luego, indignará a quienes, formados y todo, se aferran a la fe y a un ideal de asepsia inmaculada del cristianismo.

–En realidad, en algunos casos las paradas del Vía Crucis se cambiaron de lugar como pasa con los barrios y los punteros políticos; fueron dividiéndolas según los intereses y acuerdos de cada iglesia.

En el Monte de los Olivos, donde Jesús esperó ser detenido antes de ser crucificado, se atraviesa un predio de la Iglesia Ortodoxa Rusa, para llegar finalmente al jardín con su santuario ocupado por franciscanos.

La primera estación en donde Cristo cargó con la cruz está en la Puerta de los Leones. Ahí empieza el recorrido. Según la Biblia pasó esto: “Pilatos mandó entonces azotar a Jesús. Los soldados tejieron una corona de espinas y se la pusieron sobre la cabeza. Lo revistieron con un manto rojo, y acercándose, le decían: ‘¡Salud, rey de los judíos!’, y lo abofeteaban” (Juan, XIX, 1-3).

Siguiendo la Vía Dolorosa, pasando la cuarta estación, está la Iglesia Ortodoxa Armenia. La presencia en Jerusalem de esa comunidad está atestiguada desde el siglo v.

La sexta estación corresponde al momento en que Santa Verónica usa su velo para limpiar el rostro de Cristo. Allí se alza la iglesia de, precisamente, Santa Verónica. Desde 1883, ese lugar se puso al cuidado de los Griegos Católicos. Luego pasamos por diversos coptos; la Iglesia Ortodoxa Copta tiene sus raíces en Egipto, su población se convirtió al cristianismo en los primeros siglos de la era cristiana. Los datos empiezan a mezclarse en las cabezas de los más dormidos y afectados por el jet lag de la comitiva.

Ya en la novena estación, se pasa a través de una puerta y se llega al Monasterio de Etiopía, que ocupa las ruinas del Claustro Canónico del siglo xii. La Iglesia Ortodoxa Etíope tuvo en Jerusalem una comunidad desde la Edad Media. Me dicen que ya mencionaban a los peregrinos etíopes desde el siglo iv; hoy son muy pocos pero permanecen, cuidando este lugar que, pareciera, muchas otras congregaciones desearían ocupar.

Y cuando bajás, uno espera que por fin el Vaticano tenga algún lugar propio. Pero no. El sultán Saladino en 1187 transformó a la iglesia en mezquita; ahora solo quedan algunos restos del edificio antiguo. El sultán dejó el sepulcro y su templo bajo la guarda de los ortodoxos griegos, hombres de barba tupida y un gran crucifijo al cuello. Ellos son quienes celosamente guardan la llave de la puerta de acceso con la que abren y cierran la pesada puerta desde hace siglos.

El Santo Sepulcro es una bóveda dentro de una iglesia enorme. Alrededor tiene vallas paralelas a la pared en forma de pasillo para ordenar a la gente. La fila es larguísima, repleta de turistas, algunas monjas y gente de aspecto diverso. Al avanzar se escuchan gritos. ¿De quién? ¿Quién se atrevería a alzar la voz dentro de este solemne y sagrado lugar? Como policías de tránsito que dirigen a viva voz el caos vehicular, los patriarcas griegos no temen repetir indicaciones dichas de una manera dura, casi marcial.

Cuando estoy por entrar gritan:

–Hurry up, hurry up, one minute!

Ingresamos en grupos de tres personas a una antesala pequeña por una puerta bajita que obliga a agacharse, doblar espalada y rodillas. Salen por el mismo arco otros turistas, impulsados por voces que vienen de adentro; se arma un apretujamiento entre quienes queremos entrar y los que están saliendo, y los gritos no cesan. Quisiera tener un momento de introspección, y permitirme alguna emoción mística, pero el clima que generan los patriarcas es más intenso que el que emana del sepulcro desde donde Cristo resucitó. Se supone que sobre el mármol con forma de tumba o altar a nivel del piso estuvo “Él”. No, no se supone, hay “pruebas arqueológicas”, había dicho el guía. Apenas logro hacerme de un pequeño espacio en el que arrodillarme y la voz del patriarca arremete:

–Come on! Thirty seconds, thirty seconds!

Ni siquiera se puede terminar un Padre Nuestro, ni un Ave María.

–It’s enough, Miss, get out, get out!

Afuera nos reagrupamos. Comento la actitud violenta de los guardianes del santo sepulcro. El Señor Kavanagh me pregunta:

–Vos, Budassi, ¿tenés algún tipo de sentimiento religioso? ¿O lo tuyo es mero interés cultural?

Evocación de la guerra