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Según el propio Voltaire, la obra fue escrita en honor a Enrique IV de Francia. El asunto de la obra es el asedio de París, en 1589, por parte de Enrique III y Enrique de Navarra, quien pronto sería coronado como Enrique IV, pero los temas que se presentan son, principalmente, el fanatismo religioso y las luchas intestinas, así como la situación política de Francia. Voltaire pretendió ser el Virgilio francés y, al ubicar la acción entre París y Ivry, defendió el principio aristotélico de la unidad de lugar
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Veröffentlichungsjahr: 2019
Voltaire
LA HENRIADA
Traducido por Carola Tognetti
ISBN 978-88-3295-388-6
Greenbooks editore
Edición digital
Septiembre 2019
www.greenbooks-editore.com
Idea de la Henriada
Canto primero
Canto segundo
Canto tercero
Canto cuarto
Canto quinto
Canto sexto
Canto séptimo
Canto octavo
Canto noveno
Canto décimo
La materia de la Henriada es el sitio de París, comenzado por Enrique de Valois y Enrique el Grande, y acabado por este último solo.
El lugar de la escena no se extiende sino de París a Ivri, donde se dio aquella famosa batalla que decidió de la suerte de la Francia y de la Familia Real.
El Poema está fundado sobre una historia conocida, cuya verdad se ha conservado en los sucesos principales, dejando otros menos respetables, o suprimidos, o acomodados a la verisimilitud que exige un poema. Se ha procurado evitar el defecto de Lucano, que no hizo más que una gaceta inflada, y se han tenido por garantes de ello los siguientes versos de M. Despréaux.
, Loin ces rimeurs craintifs, dont l'esprit flegmatique, , Garde dans ses fureurs un ordre didactique: , Qui, chantant d'un héros les exploits éclatans, , Maigres historiens, suivront l'ordre des tems.
, Ils n'osent, un moment, perdre un sujet de vue.
, Pour prendre Dole, il faut que Lille soit rendue:
, Et que leur vers exact, ainsi que Mezerai,
, Ait fait tomber déjà les remparts de Courtrai, etc.
Afuera esos cobardes rimadores
De espíritu flemático, que guardan,
En sus furores mismos, un calmoso
Didascálico método: que hazañas
Cuando cantan ruidosas de algún héroe,
Secos historiadores, no traspasan
De los tiempos el orden, y ni un punto
Perder osan de vista lo que tratan; Que para tomar Dole, necesario
Juzgan que quede ya Lila entregada,
Y que, cual Mezeré, su exacto verso, Los muros de Curtré primero abata.
Nada más se ha hecho en este punto que lo que se practica en todas las tragedias, en que los sucesos se conforman a las reglas del teatro.
Por lo restante, este POEMA no es más histórico que otro cualquiera. Camoens, que es el Virgilio de los Portugueses, celebró un suceso de que él mismo había sido testigo. El Tasso ha cantado una Cruzada conocida de todo el mundo, y en que no se han omitido, ni los ermitaños ni las procesiones. Virgilio ha construido su fábula de la Eneida, de las recibidas en su tiempo, que corrían por la historia verdadera de la venida de Eneas a Italia.
Homero, contemporáneo de Hesiodo, y que por consiguiente vivía cerca de cien años después de la guerra de Troya, podía fácilmente haber visto en su juventud ancianos que hubiesen conocido los héroes de aquella guerra. Lo que más debe agradar en Homero, es que el fondo de su obra no sea un simple romance; que los caracteres no sean obra de su sola imaginación; que haya pintado los hombres tales cuales eran, con sus malas y buenas calidades, y que su libro, en fin, sea un monumento de las costumbres de aquella remota edad.
Compónese la HENRIADA de dos partes, es a saber, de sucesos reales como los que acabamos de indicar, y de ficciones. Éstas son todas tomadas del sistema de lo maravilloso, tales como la profecía de la conversión de Enrique IV, la protección que le dispensa San Luis, su aparición, y el fuego del cielo destruyendo aquellas observaciones mágicas, que eran entonces tan comunes, etc. Las otras, son puramente alegóricas. De este número son, el viaje de la Discordia a Roma, la Política y el Fanatismo personificados, el Templo del Amor, y las Pasiones, en fin, y los Vicios,-
Prenant un corps, une ame, un esprit, un visage.
Tomando un rostro, un cuerpo, un genio, un alma.
Si en algunos lugares, se han dado a estas pasiones personificadas los mismos atributos que les dieron los Paganos, fue por ser dichos atributos alegóricos demasiadamente conocidos para haber de alterarlos. En nuestras obras las más cristianas, en nuestros cuadros, y en nuestras tapicerías, tiene el amor sus flechas, y la justicia su balanza, sin que estas representaciones ofrezcan la menor tintura de paganismo. La palabra Amfitrite en nuestra poesía, nada más significa que la mar, y no la esposa de Neptuno. El campo de Marte, sólo quiere decir la guerra, etc. Si alguno hubiere de contrario dictamen, es necesario volver a enviarle a aquel gran maestro del arte, M. Despréaux, que dice:
C' est d' un scrupule vain s' alarmer sottement,
Et vouloir aux lecteurs plaire sans agrément.
Bientót ils défendront de peindre la Prudence,
De donner a Thémis ni bandeau ni balance;
De figurer aux yeux la Guerre au front d' airain;
Ou le Tems qui s' enfuit une horloge a la main; Et par-tout, des discours, comme une idolàtrie, Dans leur faux zèle, iront chasser l' allégorie.
Es escrúpulo vano, tontamente
Alarmarse, y querer sin ciertas gracias
Agradar al lector. Ellos, bien pronto
De la Prudencia, harán queden vedadas
Las pinturas: a Thémis, que una venda Se le dé, privarán, y una balanza:
Que la guerra, de bronce a nuestros ojos
Se figure también con una cara;
O el tiempo, que escapándose, en la mano
Un reloj lleve asido, y en la falsa
Presunción de su celo, por do quiera,
De todos los discursos desterrada Correrán a dejar la alegoría, Cual si una idolatría fuese insana.
Habiendo dado cuenta de lo que contiene esta obra, creemos deber decir algo del espíritu con que ha sido compuesta. No se ha intentado lisonjear ni maldecir en ella. Los que encuentren aquí los malos hechos de sus mayores, nada más les resta que hacer, que repararlos por sus virtudes; y aquellos cuyos abuelos son citados con elogios, ningun reconocimiento deben al autor, que no tuvo en ellos otra mira que la de la verdad, y el único uso que deben hacer de tales elogios, es el de merecerlos iguales.
Si en esta nueva edición se han suprimido algunos versos que contenían verdades duras contra aquellos Papas que en otro tiempo deshonraron con sus crímenes la Santa Silla, no ha sido por pensar con injuria de la Corte de Roma, que aun quiere hacer respetable la memoria de estos malos Pontífices. Los Franceses, que condenan las maldades de Luis XI y de Catalina de Médicis, pueden sin duda hablar con horror de Alejandro VI. Si el autor ha descartado aquel trozo de su Poema, fue solo por ser sobradamente largo, y por incluir versos de que no estaba satisfecho.
Con este solo designio ha reemplazado muchos nombres a otros que se hallaban en las primeras ediciones, según los ha juzgado o más oportunos al asunto, o más armoniosos y sonoros. La sola política en un poema es hacer buenos versos. Se ha callado la muerte de un joven llamado Boufflers, que se suponía muerto por Enrique IV, porque dicha muerte en las circunstancias parecía hacer a Enrique un poco odioso, sin presentarlo por otro lado más grande. Se ha hecho pasar a Duplessis Mornay a Inglaterra cerca de la Reina Isabel, porque efectivamente fue enviado allí, y porque aún se conserva la memoria de su negociación. Se ha hecho así mismo uso de dicho Duplessis en todo el resto del Poema, porque habiendo representado el papel de confidente del Rey en el primer canto, hubiera sido ridículo introducir otro en los siguientes; así como sería impertinente en una tragedia, Berenice por ejemplo, que Tito se confiase de Paulino en el primer acto, y de otro en el quinto. Si algunos quisieren dar interpretaciones malignas a estas variantes, el Autor no debe inquietarse por ello, pues sabe que cualquiera que escribe se expone a los dardos de la malicia.
El punto más importante es la Religión, que hace en gran parte el asunto del Poema, y que es su único desenlace. El Autor se lisonjea de haberse explicado en muchos lugares con una precisión tan rigurosa, que no puede dejar pábulo alguno a la censura. Tal es, por ejemplo, este pasaje sobre la Trinidad.
La puissance, l'amour, avec l'intelligence, Unis et divisés, compossent son essence. De su Divinidad forman la esencia Poder, saber, y Amor, a un mismo tiempo Unidos y distintos..........Y este otro
Henr: Canto 10 cerca del fin.Il reconnait l'Église ici-bas combattue, L'Église toujours une, et partout étendue, Libre, mais sous un chef, adorant en tout lieu Dans le bonheur des Saints la grandeur de son Dieu. Le Christ, de nos péchés victime renaissante, De ses élus chéris nourriture vivante, Descend sur les autels a ses yeux éperdus, Et lui découvre un Dieu sous un pain qui n'est plus. La Iglesia combatida reconoce, Una siempre en el suelo, y dél extensa Por el ámbito todo; Iglesia libre, Bajo de un Jefe empero; donde quiera, Y en la perenne dicha de los Santos, De su Dios adorando la grandeza. El Cristo renaciente y viva hostia De los pecados nuestros, que alimenta Sus caros escogidos, sobre el ara Desciende, y a su vista absorta y ciega, Bajo un pan, que no existe, un Dios descubre. Henr: al fin del Canto 10.Si el Autor no ha podido explicarse por todo el Poema con esta misma exactitud teológica, el lector razonable debe suplirla. Sería sin duda una extrema injusticia, examinar la obra como una tesis de Teología. Este Poema no respira más que amor a la Religión y a las Leyes. Se detestan igualmente en él la rebelión y la persecución. Es menester no juzgar, por una sola palabra, un libro escrito con tal espíritu.
Argumento
Enrique III unido con Enrique de Borbón, rey de Navarra, contra la Liga, habiendo comenzado ya el bloqueo de París, envía secretamente Enrique a pedir socorro a Isabel, reina de Inglaterra. Sufre el Héroe una tempestad. Aporta a una isla, donde un anciano católico le predice su conversión y su advenimiento al trono. Descripción de la Inglaterra y de su Gobierno
El héroe canto, que reinó en la Francia
Por derechos de sangre, y de conquista;
Que a gobernar los hombres aprendiera
Por una larga serie de desdichas; Que facciones calmando, vencer fuerte
Y a un tiempo perdonar dulce sabía;
Y que de confusión en fin cubriendo
Al Íbero, a Mayena y a la Liga,
De padre y vencedor de sus vasallos Su nombre señaló con la divisa.
Baja, augusta verdad, del alto cielo.
Ven; y tu claridad y tu energía Sobre los versos míos vierte grata. De los Reyes el oído facilita
De tu escabrosa voz al agrio acento,
Y cuanto aprender deban les intima.
De tu osado pincel al rasgo toca
Pintar de las naciones a la vista El lienzo criminal de hórridos monstruos, Que sus guerras abortan intestinas.
Dí, como sediciosa la Discordia
De turbación sembró nuestras provincias; Y del Pueblo narrando las desgracias, Los yerros de los Príncipes publica.
Llega, tu labio suene; y si es constante,
Que contigo de acuerdo un tiempo unida,
A tus más fieros tonos su voz dulce
La Fábula tal vez mezclar sabía;
Si tu altanera frente de ornamentos
Sus delicadas manos revestían,
Y el arte prodigioso de sus sombras
Los rayos de tu luz embellecía; Deja que también hoy a compás marche,
Que conmigo tus huellas siempre siga,
Y tus gracias no empañe, antes ilustre. Aún reinaba Valois; aún él hacía (1)
De un zozobrante Estado el gubernalle Con mano fluctar trémula e indecisa:
De su debido honor, sanción y fuerza
Las santas leyes todas destituidas, Confusos los derechos y turbados, Más bien en caos tanto se diría, Que en efecto Valois ya no reinaba:
Que ya el Príncipe no era, a quien propicia
Circundara la gloria de esplendores;
A quien desde la infancia a las fatigas
Adiestrara y las lides la Victoria;
Cuyos faustos progresos sorprendida
Y temblando la Europa contemplaba;
En pos de quien, al fin, la Patria había De amor y soledad mil tiernos ayes.
Despedido, plañendo su partida
Un tiempo, en que del Norte, allá admirando
Su suprema virtud, las plagas frías
En poner a sus plantas sus diademas, Por sufragio común se complacían.
En un segundo puesto brilla alguno, Que al primero elevándose se eclipsa. De esta suerte a Valois, al solio alzado, Con sorpresa pasar la Francia mira, De intrépido guerrero a Rey cobarde. Sobre el trono encumbrado se dormía
De femenil molicie en hondo seno (2): De la regia corona el peso abisma
De su liviana frente las flaquezas
Que lúbricos privados mantenían,
D' Epernon, San Megrén, Quelús, Joyussa, (3)
Jóvenes voluptuosos, que a porfía
Bajo su augusto nombre, a su albedrío, Del imperio las riendas dirigían:
Corruptores políticos de un dueño,
Que la afeminación gastado había, En torpes devaneos y placeres Su lánguida existencia sumergían.
De los Guisas, en tanto, la fortuna
Se elevaba veloz, se engrandecía
Sobre su humillación y abatimiento, Levantando en París la santa Liga, De su flaco poder rival soberbia.
Roto el freno los pueblos se extravían,
Y hechos de la grandeza humildes siervos, Doblan a sus tiranos la rodilla, Y a su dueño legítimo persiguen.
De mil falsos amigos turba indigna,
Que feliz le adorara, ya infelice
Le abandona vilmente, y aturdidas
Del Luvre le miraron las columnas Por sus pueblos expulso y en huida, Al paso que acogido el extranjero, Al rebelde París ledo corría.
Todo marcha en desorden. Por instantes
Todo a su fin fatal se precipita, Cuando aparece Enrique. Este virtuoso, (4)
Este insigne Borbón, que fiero ardía
De un guerrero valor en noble llama, A su Príncipe ciego se aproxima, Y a su aspecto Valois la luz recobra: Él su espíritu y fuerzas resucita;
Sus pasos endereza, y de la afrenta A la gloria, del juego a la lid guía. De París a las pérfidas murallas
Con coligadas huestes y aguerridas
Al ver los dos Monarcas avanzados, Allí se alarma Roma, y aquí admira El Español temblando su alianza:
La Europa toda ya comprometida
En tan grandes reveses y ruidosos, Sobre el muro infeliz clava la vista.
Viose en París entonces la Discordia,
Que al sublevado Pueblo enfurecía,
Y a la guerra excitando al de Mayena,
Y a la Liga y la Iglesia, en hostil grita Del alto de sus torres el socorro Del español soldado requería.
Esta fiera impetuosa y sanguinaria,
Este inflexible monstruo, infiel respira
Un eterno rencor contra los mismos Que su yugo infernal más esclaviza. Su maléfico plan de los mortales
A infelices desastres sólo aspira
De su mismo partido con frecuencia
Su mano deja toda en sangre tinta;
Dentro del corazón que despedaza,
Cual tirano cruel se domicilia,
Y el crimen que él inspira, pena él mismo.
Al lado en que del sol la luz declina,
No lejos de las márgenes amenas
Por do serpeando el Sena corre, y gira
Huyendo de París, hoy sitio amable,
Retiro encantador, mansión tranquila,
Donde el arte sus triunfos nos ostenta,
Y la naturaleza sus delicias;
Campo entonces horrísono y sangriento
De la más ominosa y mortal riña,
Juntando sus soldados acampaba
El mísero Valois. Allí se alistan Los valerosos Héroes, que la gloria,
Y de Francia el estado sostenían,
Y a quienes sectas varias dividiendo, De una común venganza el celo unía. De Borbón en las manos victoriosas,
Acordes y contentos todos libran
Su causa general y sus destinos;
Y él, que de conciliarse el don abriga
De todos el amor feliz, ganando Los corazones todos, los reunía:
Que estaban los dos campos tan sumisos Dijérase a su voz, que ya no habían Más Jefe que él, ni más Iglesia que una.
Del seno celestial do residía Luis, padre inmortal de los Borbones (5),
Sobre el virtuoso Enrique atento fija
Sus paternales ojos. De su raza El más claro esplendor en él divisa; Su ardor, su virtud ama; su error llora: Con su corona honrarle, al fin quería, Y quiere más aún, quiere ilustrarle.
Avanza en tanto Enrique, y se encamina A la suprema cumbre; más por sendas Que para él mismo ocultas no advertía. Del alto de los cielos sus auxilios
Prestábale Luis, pero escondida
La mano que en su apoyo le tendiera; Cuidando que del Héroe siendo vista,
Ya por demás seguro de sus triunfos, De un peligro menor fuese a medida De sus hechos también menor la gloria. Del muro que obstinado resistía,
Ya finalmente al pie, y en frente puestos,
Más de una vez de Marte en tentativas Igual riesgo ensayaran los partidos: De la humana feroz carnicería
Ya el mal genio, del campo desolado
Al uno y otro mar llevara a prisa
Un furor implacable, cuando a Enrique
Su atristada palabra, interrumpida
De frecuentes suspiros y sollozos, Le endereza Valois en esta guisa.
«Ya ves hasta que punto de mi suerte
El rigor me abatió. No es mi desdicha,
Ni solo mi interés el que va hablarte;
Tuya es ¡o Borbón! la injuria mía.
Contra su Rey osando sediciosa
Su frente al cielo alzar esa infiel Liga,
A los dos en su rabia nos confunde, Y a los dos nos persigue y abomina.
Del pueblo de París enajenado El rebelde rencor de que le animan,
Nos desconoce a entrambos, pretendiendo Precipitarme a mí del trono en vida, Y de su herencia a ti, que en pos te toca.
No ignoran los Ligados, no, no olvidan
Que la voz imperiosa de la sangre De nuestra anciana augusta dinastía,
El mérito, las leyes, y en fin todo
Te aclaman a mi muerte de justicia
Al trono de la Francia, en que vacilo, Y del cual darte piensan la exclusiva, Ya de hoy mismo temblando a la grandeza De tu fortuna y gloria sucesivas.
La Religión terrible en sus enojos,
Ambiciosa y colérica, fulmina
Contra la independencia de tus sienes
Su fatal anatema. Roma erguida,
Que a do quiera transporta sin soldados
De la guerra el azote, deposita
De su cruda venganza el sacro trueno
Del Español en manos. Ya vendida De vasallos, de deudos y de amigos
Veo, amigo, la fe. Ya se retira,
Ya de mí huye todo y me abandona, O se arma contra mí. Con tropelía
El avariento Hispano enriquecido Por mis pérdidas, fiero se avecina
A inundar de sus huestes destructoras Mis desiertas ya míseras campiñas.
Contra enemigos tantos, que en su furia
Tal ansia de ultrajarnos acreditan,
A nuestra vez traigamos a la Francia Una extranjera fuerza más benigna: En secreto ganad de los Britanos Esa ínclita Reina, esa heroína.
Bien sé el odio inmortal, que una alianza
Permite rara vez franca y sencilla
Entre el Francés y el Anglo. En todos tiempos Émula de París, Londres la envidia.
Más ¿que importa, Borbón? si desde el punto
En que mi antigua gloria vi marchita,
Y por ellos mi nombre amancillado,
Ya ni patria, otros tiempos tan querida,
Ni vasallos conozco. Yo les odio; A castigar anhelo sus perfidias Y a mis ojos Francés es quien me vengue.
En tal negociación, poco confía
Mi supremo interés en las funciones
De ordinarios agentes inactivas;
Tu eres solo Borbón, el que yo imploro; De promediar tu voz es solo digna En que a los Reyes mueva mi infortunio:
Parte a Albión, y allí la causa mía Patrono tan feliz logre en tu fama, Que un ejército aliado me consiga. Mis enemigas huestes por tu brazo
Quiero, Enrique, abatir, y otras amigas
Por tu sola virtud ganar espero.»
Dijo, y el Héroe, que de gloria hervía
En codicioso celo, y en más manos Teme ver que las suyas repartida
Del triunfo la palma, un dolor vivo
Al oírle sintió. Pasados dios
A su gran alma caros echa menos, En que él solo y Condé sin más intrigas,
Ni otro extranjero auxilio que la fuerza
De su virtud, temblar la Liga hacían; Más era necesario ardientes votos Satisfacer de un dueño. Se resigna:
Los golpes de su brazo ya suspende, Y los laureles, que cogido había
Del Sena en la ribera, abandonando, Su valor a partir violento instiga. Atónito el soldado, que ignoraba
Sus arcanas empresas, se contrista; Y de uno y otro campo los guerreros Sus destinos pendientes suponían Del regreso feliz del Héroe ausente.
Ya marchaba: aún empero le imagina
El pueblo criminal siempre delante,
Y pronto a fulminar sobre él sus iras. Su nombre, que del trono la columna
Más sólida y más firme se apellida,
De todo el bando alzado su enemigo
El terror en las almas infundía,
Y por él en su ausencia peleaba.
Ya del Neustrio saltaba las campiñas,
Sin que de sus privados otro alguno Formase que Morné su comitiva: (6)
Éste su siempre digno confidente, Más nunca adulador, fiel le asistía;
Éste sobrado fuerte y grave apoyo
Del bando del error y su doctrina, Éste, a quien en prudencia como en celo
Señalándose siempre, a par movían
La causa de su Iglesia y de su Patria;
Censor del cortesano, y todavía En la corte querido, a quien de Roma Fiero enemigo, Roma propia estima.
Al través de dos rocas, donde viene
La cólera del mar rugiendo altiva
Sus olas a estrellar entre alba espuma,
A los ojos del Héroe se ofrecía
De Diepe el feliz puerto. Y fogoso
A bordo el diestro nauta jarcias iza;
El bajel, que a favor de su maniobra
Con fiera majestad la mar domina, Ya de volar a punto sobre el llano Del undoso cristal, sus alas infla: Amarrado del viento en las regiones El furibundo Bóreas se mitiga, Y del céfiro al soplo la mar cede. Levada el ancla ya, dél impelida,
Surcaba el vasto piélago la nave Lejos ya de la tierra fugitiva,
Y de la Gran Bretaña las riberas
Descubríanse ya, cuando del día Eclípsase el gran astro en un instante,
Regaña airado el cielo, el aire silba,
Brama el onda a lo lejos, y los vientos
Desenfrenados más y más irritan
Las encrespadas olas; centellando
Entre la negra nube el rayo brilla;
Del relámpago el fuego, y de las olas El abismo profundo do quier pintan Al navegante pálido la muerte:
Y aún el Héroe, a quien furias envolvían
Del undoso elemento, los peligros
De su propia persona no sentía;
Sus ojos sólo vuelve hacia la Patria,
Y en su empresa su mente siempre fija, Por la sola tardanza en sus destinos, A increpar a los vientos se limita.
No tan patriota, no, ni generoso
Allá César del Epiro a la orilla, Cuando del mundo el cetro disputaba,
Al furioso Aquilón sobre el mar fía Del Romano la suerte y de la tierra,
Y a Pompeyo y Neptuno, que se ligan, A un tiempo desafiando, su fortuna A la borrasca impávido oponía.
En este instante el Dios del universo,
Que sobre el viento vuela, que las iras
Subleva de los mares, o las calma,
Y de cuya eternal sabiduría
La profunda inefable providencia, Forma imperios, los alza, o los derriba,
Desde el trono inflamado, do preside A la vida y la muerte, y que allá brilla
Del celestial empíreo en las alturas,
Sus ojos abatir al fin se digna
Sobre el Héroe Francés, y en riesgo tanto
El mismo es quien le alienta, quien le guía,
Y cuya voz excelsa a la borrasca Mandando que a la playa más vecina
Al punto el bajel lleve, donde Jersei
Del seno de las ondas parecía Ir alzándose: el Héroe ya del cielo Conducido por fin, aporta a la isla.
No lejos de su orilla, espeso bosque
Bajo sus frescas sombras y tranquilas
Dulce asilo ofrecía. Una gran roca,
De las airadas olas fronteriza,
A su rigor encúbrela, vedando
Del regañón a furias que la embistan, Y jamás su reposo turbar puedan, De esta roca una gruta cerca había.
Cuya simple estructura de su ornato Sólo a la mano rústica y sencilla De la naturaleza fue deudora: En mansión tan obscura y escondida,
Un anciano habitaba venerable,
Que lejos de la corte, do otros días
Engolfado anduviera, allí buscaba
La dulce y santa paz; allí vivía
Del resto de los hombres ignorado;
Y de inquietudes libre, se ejercita
En el sublime estudio de sí mismo;
Con lagrimas allí se arrepentía De horas en los placeres abismadas, Y de amor en delirios consumidas.
De aquellas toscas fuentes a los bordes,
Sobre el florido esmalte, que matiza
De aquella soledad los verdes prados,
A sus pies arrojaba y sometía
Las humanas pasiones, y sereno,
De sus votos aguardaba que a medida,
Viniese, en fin, la muerte para siempre
A unirle con el Dios a quien servía;
Aquel Dios, que con gracia y bondad tanta
Su vejez honrar quiso, y su fe viva;
Que descender mandando a su desierto
La misma celestial sabiduría, Y con él prodigando los tesoros,
De divinos arcanos, a su vista Le agradara exponer de los destinos El misterioso libro en que se cifran.
Este favorecido, grave anciano,
A quien Dios revelado el Héroe había,
Cerca de un onda pura, agreste mesa
Al gran Príncipe ofrece, a quien no admira
Lo nuevo del convite. Veces varias
Bajo un humilde techo, y en faz misma
Del simple labrador todo encantado,
Del cortesano estrépito en huida,
Y en busca solamente de sí propio,
Del diadema depuesto alegre había El majestuoso fausto y fiero orgullo. La turbación ruidosa difundida
Por el orbe cristiano, vasto asunto Del coloquio más útil ofrecía Al huésped venerable y peregrinos.
El virtuoso Morné, que en la doctrina
Vivía de su secta imperturbable,
¡Cuán terribles apoyos suministra De Calvino al error! Dudoso Enrique, De su luz solo al cielo le suplica, Que sus ojos ilustre un feliz rayo.
«En todos tiempos, dijo, combatida
Entre febles y míseros mortales,
Siempre de error cercada y de mentira, La divina verdad se vio en la tierra. ¿Fuerza será por tanto al alma mía,
En Dios solo fundando su esperanza,
De sendas, que hasta él mismo la dirijan, Vivir en la ignorancia tenebrosa,
Que la humana razón jamás disipa?
Un Dios ¡ha! tan benéfico, y del hombre El árbitro y Señor, ya dél habría Servídose a este fin, si le pluguiera. Adoremos, el viejo les replica,
Los designio de Dios. No le acusemos
Por faltas de los hombres. Yo vi un día De Calvino el error nacer en Francia. Humilde en sus principios, débil iba
Arrastrando entre sombras. Desterrado,
En nuestros muros sin sostén camina
Por mil lóbregas vueltas y rodeos,
Avanzándose astuto hacia sus miras
Con un rastrero giro y lento paso;
Y del seno del polvo y la inmundicia
Atónitos mis ojos advirtieron
Como su altiva frente se atrevía
El hórrido fantasma a alzar osado;
Como al trono abalanza, y sin medida
Insultando a los hombres, nuestras aras Con planta a trastornar se arroja impía.
Huyendo al punto entonces de la corte, En esta obscura cueva la ignominia De mi sagrado culto a llorar vine. Plácidas esperanzas todavía
Mis postrimeros años lisonjean;
Un culto tan moderno mal podría
Ser de duranza eterna. De los hombres Al capricho su ser deudor se mira.
Morir se le verá como ha nacido;
Las obras de los hombres de la misma Fragilidad serán, que sus autores.
A su supremo arbitrio Dios abisma
Sus facciosas empresas. Él es sólo
El inmudable Ser. Mientras registra
De unas sectas sin número, la tierra,
Las implacables guerras, que la agitan,
Del Eterno a los pies en paz reposa La celestial verdad, que no ilumina
Sino muy rara vez al orgulloso,
Y que solo por fin, podrá ser vista