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"El cerebro del enterrador giraba en un torbellino con la rapidez del movimiento que estaba contemplando y las piernas se le tambaleaban mientras los espíritus volaban delante de sus ojos, hasta que el duende rey, lanzándose repentinamente hacia él, le puso una mano en el cuello y se hundió con él en la tierra."Gabriel Grubb no era un hombre alegre. Era un hombre solitario, de humor agrio y vista venenosa, tal que con solo mirarlo, uno quedaría con el alma helada. Gabriel odiaba la alegría, y nochebuena era la máxima expresión de lo que él no podía soportar. Para alejarse de las risas, cantos y chistes de los niños del pueblo, que salían a celebrar esta ocasión de amor familiar y amistades, se fue a su santuario. El cementerio, el lugar donde los cuerpos van a descansar, callados para siempre, es donde Gabriel encontraba tranquilidad, y acompañado de su pala y su botella de mimbre, se puso a trabajar.Nunca hubiese esperado encontrarse a un duende sentado a su lado, y con lo que dicho duende tenía planeado, sería por siempre un hombre cambiado.-
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Seitenzahl: 23
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Charles Dickens
Saga
La Historia de Los Duendes Que Secuestraron A Un EnterradorOriginal titleThe Goblins who Stole a SextonCover art: brethdesign.dk Cover illustration: Shutterstock Copyright © 1836, 2019 Charles Dickens and SAGA Egmont All rights reserved ISBN: 9788726339123
1. e-book edition, 2019
Format: EPUB 2.0
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En una antigua ciudad abacial, en el sur de es parte del país, hace mucho, pero que muchísimo tiempo -tanto que la historia debe ser cierta porque nuestros tatarabuelos creían realmente en ella-, trabajaba como enterrador y sepulturero
del campo santo un tal Gabriel Grub. No se deduce en absoluto de ello que porque un hombre sea enterrador, esté rodeado constantemente por los emblemas la mortalidad, tenga que ser un hombre melancolico y triste; entre los funerarios se encuentran los i pos más alegres del mundo; en una ocasión tuve honor de trabar amistad íntima con uno muy silencioso que en su vida privada, estando
fuera de ser necio, era el tipo más cómico y jocoso que haya gorjeado nunca canciones osadas, sin el menor tropiezo f su memoria, ni que haya vaciado nunca el contenido de un buen vaso sin detenerse ni a respirar. Pe no obstante estos precedentes que parecen contrariar la historia, Gabriel Grub era un tipo
malparado, intratable y arisco, un hombre taciturno y solitario que no se
asociaba con nadie sino consigo mismo, aparte de con una antigua botella forrada o cestería que ajustaba en el amplio bolsillo de chaleco, y que contemplaba cada rostro alegre que pasara junto a él con tan poderoso gesto de malicia y mal humor que resultaba difícil enfrentarlo sin tener una sensación terrible.
Poco antes del crepúsculo, el día de Nochebuena, Gabriel se echó al hombro el azadón, encendió el farol y se dirigió hacia el cementerio viejo, pues tenía que terminar una tumba para la mañana siguiente, y como se sentía algo bajo de ánimo pensó que quizá levantara su espíritu si se ponía a trabajar enseguida. En el camino, al subir por una antigua calle, vio la alegre luz de los fuegos
chispeantes que brillaban tras los viejos ventanos, y escuchó las fuertes
risotadas y los alegres gritos de aquellos que se encontraban reunidos; observó
los ajetreados preparativos de la alegría del día siguiente y olfateó los