La imaginación autobiográfica - Carles Feixa - E-Book

La imaginación autobiográfica E-Book

Carles Feixa

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Beschreibung

La imaginación autobiográfica es la capacidad para cooperar en la construcción de una escritura biográfica abierta y sugestiva, capaz de ayudar a comprender un tiempo y un espacio humano, de leer una historia social a través de una historia de vida. Es fruto de la cooperación creativa entre un sujeto y un investigador, implicados ambos en la construcción de una escritura sobre la subjetividad. Las autobiografías y los materiales procedentes de la oralidad cada vez cobran más peso en la construcción de sujetos subalternos (jóvenes, mujeres, migrantes, activistas, marginados…); sus voces nos dan claves para comprender la pluralidad de los sistemas sociales en los que sus vidas se insertan y nos permiten explorar los vacíos de información y los silencios de la "historia oficial". Existe incluso —en la línea que apuntó Freud— toda una potencialidad terapéutica en la experiencia autobiográfica. Escrito con la colaboración de Maurício Perondi, Guillermo Castro, Claudia Márquez, Alexandra Isaacs, Jorge Isaacs y Montserrat Iniesta, este libro aporta recorridos teóricos, herramientas metodológicas y experiencias de investigación con las historias de vida —desde la memoria de los vencidos a las voces del 15M—, a la manera de una invitación a la experimentación con la imaginación autobiográfica.

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© Carles Feixa y de los autores, 2018

Corrección: Rosa Herranz

Cubierta: Juan Pablo Venditti

Primera edición: octubre, 2018, Barcelona

Derechos reservados para todas las ediciones en castellano

© Editorial Gedisa, S.A.

Avda. Tibidabo 12, 3.°

08022 Barcelona, España

Tel. 93 253 09 04

[email protected]

www.gedisa.com

Preimpresión: Moelmo, S.C.P.

www.moelmo.com

eISBN: 978-84-17341-51-0

Queda prohibida la reproducción total o parcial por cualquier medio de impresión, en forma idéntica, extractada o modificada, en castellano o cualquier otro idioma.

Índice

Presentación

1. La imaginación autobiográfica

Introducción

La historia de vida como memoria de los vencidos

La historia de vida como crónica de éxodos

La historia de vida como biograma

La historia de vida como relato cruzado

La historia de vida como novela

La historia de vida como película

La historia de vida como intercambio oral ritualizado

La historia de vida como hagiografía contracultural

La historia de vida como antibiografía

La historia de vida como dialógica

Conclusión

Bibliografía

2. La construcción de la historia de vida

Introducción

La selección de los informantes

La realización de las entrevistas

Transcripción y elaboración

Análisis y montaje

La interpretación

Lectura y restitución

Bibliografía

3. Las historias de vida como discurso: la juventud como metáfora

Introducción

La escritura de lo oral

La juventud como metáfora

«El río que pasa»

«Hacer la noria»

«Mi guerra fueron los Beatles»

«Plantar el mingo»

«Buscarse la vida»

Las generaciones como generadoras de biografías

Bibliografía

4. Las historias de vida como cronotopo: vidas de punk

Introducción

Los espacios y los tiempos de una vida

Cronotopos juveniles

Bibliografía

5. Las historias de vida como utopía: el peregrino indignado Carles Feixa, Maurício Perondi y Guillermo Castro

Introducción

El Camino de Sol

El 15M en una ciudad media

#AcampadaLleida

El desalojo y el final de la acampada

La Marcha Popular Indignada

Escuchando los problemas de la gente

La llegada a Sol

El 15O y la internacionalización del movimiento

No Future?

Epílogo: la utopía del 15M, cinco años después

Conclusión

Bibliografía

6. Las historias de vida como recurso pedagógico: «Nosotros, los de casa Fuster» Claudia Márquez, Alexandra Isaacs y Carles Feixa

Introducción

Contexto teórico

Bonanza, Bonansa, Bona Ansa, Bonansea

Diario de la llegada

Diario de la entrevista: la narración de Raquel Martí

Análisis del relato: apuntes y claves de interpretación

La mujer de la montaña

Relaciones sociales primarias

Algunas estructuras de mediación

Comentarios finales

Bibliografía

7. Las historias de vida como autoetnografía: La Antropología y Yo

Introducción

Observación: la fase de formación

Five Alive: la fase de investigación

Probatoria: la fase de docencia

Coronación: la fase de transferencia

Juramento: la fase de innovación

¿Maestría?: la fase de renovación

Conclusión

Post scriptum

Bibliografía

8. Las historias de vida como participación social: entrevista a Franco FerrarottiMontserrat Iniesta y Carles Feixa

Introducción

La aproximación autobiográfica

El sueño de Escipión

La investigación social como participación

La ciudad pequeña

La autonomía del método biográfico

Bibliografía

Bibliografía

Manuales

Antologías

Teoría

Metodología

Estudios: internacional

Estudios: América Latina

Estudios: España

Estudios: Autor

Filmografía

Películas

Documentales

Cortos

Historias de Vida

Guía didáctica

Vivir en Bonansa Jorge Isaacs, Alexandra Isaacs y Carles Feixa

Tráiler

Nota sobre los coautores y coautoras

Presentación

La imaginación sociológica nos permite captar la historia y la biografía, y la relación entre ambas dentro de la sociedad.

(Mills, 1977: 25-6)

El auténtico entorno de una declaración, el entorno en el que vive y se forma, es la heteroglosia dialógica, anónima y social como el lenguaje, pero al mismo tiempo concreta, tan repleta de contenido específico y matices como una declaración individual.

(Bakhtin, 1994: 326)1

La «imaginación autobiográfica» es la capacidad para cooperar en la construcción de una escritura biográfica abierta y sugestiva, capaz de ayudar a comprender un tiempo y un espacio humano, de leer una historia social a través de una historia de vida.2 Por ello, remite a la «imaginación sociológica» de la que habló C. Wright Mills (1977) [1959] y a la «imaginación dialógica» a la que se refirió Mijail Bakhtin (1994) [1981]. El título de este ensayo está inspirado en la obra de estos dos autores.

En The Sociological Imagination, Mills defendió la necesidad de volver a la tríada biografía-historia-sociedad para poder entender mejor la estructura social presente en cada historia individual, pues las ciencias sociales están condenadas a la vacuidad si, al concentrarse en técnicas sofisticadas, olvidan a las personas reales y renuncian a la creatividad (a la «artesanía intelectual»): «Ni la vida de un individuo ni la historia de una sociedad pueden entenderse sin entender ambas cosas» (1977: 23).

En The Dialogic Imagination, Bakhtin mostró que la comprensión del espacio y el tiempo de una novela (pero lo mismo se aplica a la autobiografía) dependen de la capacidad heteroglósica (es decir, de la capacidad de hacerse eco de otras voces para interpretarla no sólo en función del texto, sino también del contexto). Esta capacidad surge de un doble diálogo: un «dialogismo interno», en primer lugar, fruto de la interacción del sujeto con su propia memoria; y un «dialogismo externo», en segundo lugar, fruto de la interacción con el entorno social representado por el auditorio (o por el investigador que pregunta, transcribe e interpreta lo hablado): «La declaración vivida, habiendo tomado sentido y forma en un momento histórico particular en un medio social específico, no puede evitar deshacer centenares de vívidos hilos dialógicos, tejidos por conciencias socio-ideológicas en torno al objeto mismo de la declaración; no pueden evitar participar activamente en el diálogo social» (1994: 276).

***

Este libro agrupa una serie de textos sobre la imaginación autobiográfica escritos a lo largo de más de 30 años usando esta fértil herramienta, primero como aprendiz de antropólogo, luego como investigador y finalmente, desde hace 20 años, como docente responsable de un curso sobre Historias de Vida en los programas de tercer ciclo de la Universitat Autònoma de Barcelona (uab) (primero posgrado, luego doctorado y finalmente máster), durante un tiempo con la cooperación de Joan Prat, autor de otro libro sobre las biografías (Los sentidos de la vida, 2002). Dichos textos han sido revisados y agrupados como herramienta pedagógica vinculada a la asignatura Técnicas de Investigación Cualitativa, que impartí durante el curso 2016-2017 en la Universitat de Lleida (udl) (destinada a estudiantes de Geografía) y que imparto desde el curso 2017-18 en la Universitat Pompeu Fabra (upf) (destinada a estudiantes de Comunicación). Por ello, se publican en la colección de Herramientas Universitarias de la editorial Gedisa, cuyos editores me han animado a reunirlos en este volumen.

La mayoría de los capítulos se basan en textos publicados en revistas nacionales e internacionales, aunque han sido revisados y en algún caso actualizados para este libro. Tres de ellos —incluyendo el que abre el volumen y le da título— fueron publicados en la revista Periferia, vinculada al citado programa de tercer ciclo de la uab. Otros provienen de revistas publicadas en Gran Bretaña, Colombia y Brasil, así como de libros publicados en México y Chile. Dos de los textos son inéditos, y evocan el origen y destino de mi propia historia de vida (académica): el capítulo 2 se basa en el capítulo metodológico mi tesis doctoral, presentada en 1990, y el capítulo 7 se basa en un texto que preparé para mis oposiciones a cátedra, en 2011 en la udl y en 2017 en la upf. Al principio de cada capítulo, se remite en nota al pie a las publicaciones originales en las que se basan dichos textos.

El volumen se abre con el ensayo que da título al libro, que presenta algunas de las principales obras y tradiciones teóricas y metodológicas que han experimentado con la imaginación autobiográfica. El segundo capítulo tiene carácter práctico, ya que recorre las distintas fases del uso de la técnica en mi propia tesis doctoral. A continuación, se suceden cuatro textos que suponen aplicaciones del método en otras tantas investigaciones sobre el terreno, con distintos protagonistas: de las generaciones juveniles a las mujeres rurales, pasando por la subcultura punk y los movimientos indignados. El libro se cierra con un relato autobiográfico a manera de autoetnografía (o antibiografía) y con una entrevista a uno de los máximos exponentes internacionales del método biográfico (el sociólogo italiano Franco Ferrarotti).

***

Este ensayo no hubiera sido posible sin la retroalimentación constante de mis estudiantes de la asignatura de Historia de Vida en la uab, ni sin el tiempo y paciencia que me dedicaron varios centenares de (auto)biografiados —en su mayoría jóvenes, aunque también los hubo centenarios— que me contaron sus vidas en Lleida, Bonansa, Alto Urgell, Alta Cerdaña, Alto Penedés, Barcelona, Madrid, Génova, Berlín, Estocolmo, Ciudad de México, Santa Ana del Valle, Tijuana, Bogotá, Manizales, Buenos Aires, La Habana, Nueva York, Argel y Lima. A ellos y ellas va dedicado este ensayo.

Lleida-Bonansa, diciembre de 2016-diciembre de 2017

1. La traducción al castellano de las citas originales en inglés, francés e italiano que aparecen en este libro son del autor. «Dialógico» y «heteroglosia» son neologismos utilizados por Bakhtin (1994) para referirse al diálogo y la pluralidad de voces como esencia de la comunicación verbal y del relato (véase el «Glosario» de la versión inglesa de su obra a cargo del editor M. Holquist).

2. Se usa el término el término «historia de vida» en singular y no en plural (como en el subtítulo del libro). Por lo general, cuando lo usamos en singular se refiere a una historia de vida concreta o al trabajo metodológico con entrevistas específicas, mientras que cuando lo usamos en plural se refiere a su uso en investigaciones que incluyen varias historias de vida, o bien al método biográfico en general.

Foto 1. Ishi, el último de su tribu (Kroeber, 1961).

1. La imaginación autobiográfica3

Introducción4

Este capítulo repasa la historia de los usos del material autobiográfico en ciencias sociales presentando algunas obras que, desde principios del siglo xx, han utilizado las narrativas personales en la generación de discursos académicos sobre el cambio social.5 Naturalmente, se trata de un recorrido parcial, dado que los autores y las obras han sido escogidos como indicadores de disciplinas académicas, tradiciones nacionales, paradigmas teóricos y estrategias narrativas tan heterogéneas como fecundas. Pero dibuja un muestrario de la creatividad practicada por antropólogos, sociólogos, historiadores y literatos en la búsqueda de formas nuevas de comunicar las palabras de vida que les ofrecieron informantes pertenecientes a grupos sociales variados. Hemos escogido 10 obras que presentan las historias de vida como, respectivamente, memoria de los vencidos, crónica de éxodos, biograma, relato cruzado, novela, película, intercambio oral ritualizado, hagiografía contracultural, antibiografía y dialógica. Para cada una de ellas analizaremos el contexto histórico, los pretextos teórico-metodológicos y el texto resultante.6

La historia de vida como memoria de los vencidos

Ishi vivió durante muchas lunas como un hombre de museo entre los hombres del museo. La muerte le llegó tal y como él deseaba: en el watgurna-museo, con sus amigos. El Majapa y los hombres del museo liberaron su Espíritu, siguiendo el viejo procedimiento yahi. Y, por esta razón, cuidaron de que Ishi llevara consigo las cosas que un cazador yahi tiene que llevarse del Mundo de los Vivos para el viaje hacia el Oeste: su mejor arco y cinco buenas flechas; una cesta de harina de bellotas, suficiente para cinco días —su hatillo de tesoros—.

(Kroeber, 1961: 192-3)

El 25 de marzo de 1916, un indio moría de tuberculosis en el hospital de la Escuela de Medicina de la Universidad de California, situado cerca del Golden Gate Park, en San Francisco. Le acompañaban, además del médico, el equipo del Museo de Antropología, que estaba situado al lado del hospital, donde había pasado los últimos cinco años de su vida. Le llamaban Ishi (nombre que en su lengua significa «hombre») y lo habían encontrado en 1911, muerto de hambre, frío y agotamiento, escondido en un corral cerca de una ciudad minera al norte de California. Cuando fue hallado, no hablaba ni una palabra de inglés ni de castellano, ni tampoco ninguna de las lenguas indígenas conocidas. Después de pasar unos días en la cárcel (oficialmente para protegerle de los blancos), el Departamento de Asuntos Indios aceptó que el Museo de Antropología se hiciera cargo de él: los últimos años de su vida los pasó en una de las estancias del museo, como una pieza viva extraordinariamente valiosa.

Cuando le encontraron, Ishi tenía unos 50 años; era, literalmente, el último de su tribu —los yahi—, perteneciente a la cultura yana, que había ocupado aquellos valles desde hacía más de dos milenios, dedicada a la caza, pesca y recolección: eran los primeros y más antiguos pobladores de la región. La tribu, después de años de guerrilla, había sido prácticamente exterminada a manos de los blancos, en 1865 (el recuerdo de esta masacre ocupa un lugar central en el relato de Ishi). Pero, según parece, quedaron algunos supervivientes que se refugiaron en unos desfiladeros salvajes del río Deer, donde malvivieron huyendo de los blancos durante casi medio siglo más. En 1870 fueron vistos por última vez dos hombres, dos mujeres y un niño (probablemente Ishi). No volvería a haber noticias suyas hasta 1909, cuando los trabajadores de una empresa eléctrica tuvieron contacto con una anciana (la madre de Ishi) que había huido presa del miedo. La fiebre del oro había atraído nuevos colonos y los últimos aborígenes tuvieron que ir retrocediendo hasta que, uno a uno, todos fueron muriendo y sólo quedó el niño, que se había convertido en un viejo enfermo y perdido. Una mañana decidió dirigirse a la tierra de los rostros pálidos con la esperanza de que le disparasen un tiro y pudiera así finalmente reunirse con sus antepasados en el Oeste eterno.7

El director del Museo y del Departamento de Antropología de la Universidad de California en Berkeley era por aquel entonces Alfred L. Kroeber, quien se ocupó de Ishi e intentó documentar la etnia de la cual provenía. Por eso permitió que el indio viviera en el museo, donde él y su mujer, Theodora Kroeber, lo cuidaron y mantuvieron con él largas conversaciones en las que evocó su vida de fugitivo. Muchos años después, en 1961, la señora Kroeber aprovechó todo este material para escribir la que llegaría a ser la biografía más popular de los indios americanos, Ishi in two worlds,que pronto se convertiría en un auténtico superventas. El libro era una de las últimas muestras de la pasión por las «biografías de los últimos salvajes» que invadió Estados Unidos desde mediados del siglo xix. Desde la publicación en 1825 de la biografía de una india cherokeecristianizada, a cargo de Rufus Anderson, una auténtica obsesión por recoger la memoria de los vencidos recorrió el país. Durante el resto del siglo, se publicaron centenares de libros sobre «individuos distinguidos entre los nativos norteamericanos como oradores, guerreros, líderes políticos u otras habilidades destacadas», tal y como predicaba una de las compilaciones. En general, se trataba de publicaciones sin finalidad científica, elaboradas por terceras personas —viajeros, literatos, agentes gubernamentales o aficionados— que «traducían» y «rehacían» las experiencias de los protagonistas, ya que la mayor parte de los testimonios recogidos son de antiguos guerreros o chamanes, preferentemente aculturados y cristianizados, testimonio de los progresos de la civilización. No será hasta el primer cuarto del siglo xx cuando este movimiento espontáneo tenga efectos en la disciplina antropológica: la publicación de testimonios de los «últimos de la tribu» se reviste de perfiles científicos. Pero los protagonistas siguen siendo los mismos: ancianos aculturados, antiguos líderes (algunos famosos, como Gerónimo o Sitting Bull), que recuerdan los gloriosos tiempos del pasado, cuando aún no habían sido vencidos por el quinto de caballería (los conflictos de la vida en las reservas no son, casi nunca, objeto de indagación). Las modalidades de la recolección siguen un mismo patrón: el antropólogo «reescribe» en forma de «memoria» los recuerdos que el informante le ha facilitado oralmente; el intercambio se produce en condiciones de extrema asimetría; se presta escasa atención a las formas orales del relato y nunca se explicitan las condiciones de recogida de los datos. También son semejantes las finalidades perseguidas: rescatar un patrimonio en vías de desaparición (y de paso, limpiar la mala conciencia de los vencedores).8

Ishi in Two Worlds es, pues, una muestra tardía de esta pasión autobiográfica, y expresa perfectamente sus luces y sus sombras. El relato está redactado en forma novelada, sin explicitar su origen oral, si las conversaciones fueron espontáneas o fruto de un cuestionario, si fueron grabadas, en qué lengua se produjo el intercambio, cómo se transcribió y elaboró, etcétera. El narrador no es el protagonista, sino que los hechos aparecen narrados en tercera persona en un tono poético aunque distanciado, que persigue provocar la identificación con las vivencias de este ser indefenso, sin olvidar la distancia cultural que subraya el exotismo del que narra. El deseo esteticista refuerza los perfiles románticos con los que la autora describe a este «buen salvaje». A partir de finales de los años 1960, sin embargo, aparecen nuevos ejemplos de producción biográfica —que ahora tienen como sujetos a «nativos americanos» y representantes de las «primeras naciones»— donde los protagonistas asumen su Yo para reivindicar sus derechos civiles y exponer las injusticias de su vida presente en las reservas o en medio de la sociedad blanca: las mujeres, los jóvenes y los mestizos son los adalides de un movimiento revitalizador que recupera el sentido «político» del discurso autobiográfico, como refugio y emblema de una identidad en proceso de reconfiguración.

La historia de vida como crónica de éxodos

A efectos de análisis sociológico, la superioridad de los documentos vitales sobre cualquier otro tipo de material se hace evidente cuando pasamos de la caracterización de datos simples a la determinación de hechos, ya que no hay forma más segura y eficiente de buscar las causas reales de un acontecimiento social entre sus innumerables antecedentes que analizar el pasado de los individuos gracias a cuya actuación ocurrieron estos hechos.

(Thomas y Znaniecki, 1978: 295)

El 10 de enero de 1911 —el mismo año en que encontraron a Ishi— Helena Dawrowskis, una campesina polaca emigrada a Estados Unidos, escribía desde Wilmington (Delaware) a su hermana Teófila, que se había quedado en Polonia, explicándole sus problemas de adaptación al nuevo país. Su padre había emigrado algún tiempo atrás y la familia se había ido reagrupando, pero la carta tiene un tono de añoranza por la solidaridad perdida:

Querida hermana: [...] recibí la carta con la hostia [consagrada] y agradezco que pensaras en mí. Ahora, querida hermana y cuñado, no os enfadéis si no os escribo mucho, pero yo no sé escribir y hasta que no se lo pido a alguien que me la escriba [la carta] el tiempo pasa, pero intentaré contestaros a menudo. Me preguntáis cuánto ganamos yo y mis chicos. Mi marido trabaja en una fundición, gana 9, 10, 12 rublas [dólares], y los chicos ganan 4 ó 5 rublas. Querida mía, en América no se está mejor que en nuestro país: quien tiene, vive bien; quien no tiene, sufre miseria. Yo no sufro miseria, a Dios gracias, pero tampoco disfruto demasiado. Mucha gente en nuestro país piensa que en América todos son felices. No, es como en nuestro país, y las iglesias son como las nuestras, y en general todo es igual. Nos despedimos deseándoos lo mejor (Thomas y Znaniecki, 1978: 154-5).

Entre 1880 y 1910, aproximadamente dos millones de polacos emigraron a América. Muchos de ellos, después de pasar Ellis Island, tenían Chicago como primer destino. La ciudad se había convertido en lugar de llegada de movimientos migratorios nacionales y transnacionales que la convirtieron en un paradigma del que más tarde se conocería como melting pot. Varios éxodos de carácter religioso, político y económico reunieron en Chicago a una multiplicidad de minorías étnicas y grupos dispares que convirtieron la ciudad —que doblaba su población cada 15 años— en un auténtico laboratorio para la investigación social. No es entonces extraño que su universidad fuera cuna de una de las escuelas más famosas de sociología. En 1913, Florian Znaniecki, un sociólogo polaco que había sido expulsado por razones políticas de la universidad de su país de origen y que trabajaba para una asociación de apoyo a emigrantes que querían viajar a Estados Unidos, se encontró con William I. Thomas, un investigador norteamericano que trabajaba en la Universidad de Chicago. Juntos decidieron emprender un monumental estudio sobre el éxodo de los campesinos polacos hacia la nueva tierra prometida. Pero, en lugar de basarse en fuentes públicas —hasta ese momento privilegiadas por las ciencias sociales (registros oficiales, noticias de prensa, discursos gubernamentales, etcétera)—, optaron por centrarse en los «documentos personales» producidos por los mismos sujetos, principalmente las cartas que los inmigrantes escribían a sus familias de origen. El resultado fue The Polish Peasant in Europe and America, editada en cinco volúmenes entre 1918 y 1920, que con el tiempo llegaría a convertirse en una obra de referencia para todos los científicos sociales.9

Mientras que Ishi evoca la imaginación autobiográfica aplicada al estudio de los vencidos por el progreso inexorable de la civilización, The Polish Peasant relata el éxodo de los emigrantes atraídos por este mismo progreso. El postulado con el que empiezan su famosa «introducción metodológica» se ha convertido en célebre: el documento personal representa el «tipo de dato más perfecto con el que los sociólogos pueden esperar trabajar». La teoría social tiene que tener en cuenta dos tipos de datos: los que provienen de los elementos objetivos de la vida social —a los que llaman «valores»— y los rasgos subjetivos de los miembros del grupo social —a los que llaman «actitudes»—. Valores y actitudes no se pueden estudiar de forma separada y por eso se recomienda la utilización de «documentos vitales o personales» como, por ejemplo, cartas, diarios personales, registros criminales, historias de vida, etcétera. La utilización adecuada de estos documentos, a efectos de «generalización nomotética», exige establecer criterios de representatividad, aunque el proceso sea mucho más complicado que en las ciencias naturales —ya que no es fácil aislar los fenómenos—. Los autores proponen resolver este dilema a través de un cambio de perspectiva metodológica: en lugar de un camino inductivo, los documentos personales requieren un proceso deductivo que tiene que perseguir la síntesis de aquello concreto a partir de sus elementos abstractos, es decir, la reconstrucción del proceso completo de cada evolución personal.10

Más que sus contribuciones teóricas, el impacto perdurable del libro se debe a su propuesta metodológica, basada en la vindicación de los «documentos personales» como fuentes primarias de investigación científica. La paradoja es que en el libro sólo hay una historia de vida propiamente dicha: la extensa autobiografía de un joven inmigrante recogida en el cuarto volumen. Se trata de un relato escrito por el propio testimonio, precedido por una introducción en la que teorizan sobre el papel del «carácter» en la organización vital, pero no dicen casi nada de las condiciones de recolección del relato, ni aplican su propuesta de reconstruir una «síntesis» de esta trayectoria personal. En realidad, la obra se centra en otro tipo de documentos personales: las cartas. Los campesinos polacos escribían numerosas y largas cartas, aunque era una tarea a menudo pesada debido a su precaria alfabetización. Lo que llaman «carta de saludo» (bowing letter) normalmente está dirigida a un miembro ausente de la familia y su función es manifestar la persistencia de la solidaridad familiar, con una estructura y composición muy estandarizadas. El libro analiza centenares de estas cartas, agrupadas en series (desde jornaleros hasta la pequeña nobleza rural), que utilizan para estudiar el proceso de organización y desorganización social de los campesinos emigrados.

La aproximación de Thomas y Znaniecki se basa en considerar los documentos personales como unos documentos «naturales» en un doble sentido: por haber sido producidos espontáneamente y por describir con precisión «naturalista» las condiciones de vida de los sujetos de los que hablan. Ambos supuestos son engañosos. Por un lado, los relatos no siempre eran espontáneos, ya que la intervención del investigador era notable en la selección y motivación (la mayoría de las cartas fueron recogidas después de un anuncio en un periódico polaco en el que se prometía una remuneración). Por el otro, las descripciones del entorno vital no eran tampoco del todo «naturales», ya que los aspectos autojustificativos eran notables, por no hablar del mecanicismo implícito en la teoría sobre la organización y desorganización sociales típica de la escuela de Chicago. En cualquier caso, su ejemplo lo siguieron otros chicagoans interesados en revelar la cara oculta del sueño americano: Nels Anderson recogió relatos de hoboes (nómadas urbanos); Harvey Zorbaugh recogió la historia de vida de una mujer que emigró de Kansas a Chicago para estudiar música y que terminó trabajando de taxi dancer en un local de cuestionada reputación; Clifford Shaw recogió el relato autobiográfico «en sus propias palabras» de un joven delincuente, al que llamó Jack-Roller. En la introducción de esta última obra, Ernest Burgess —inspirador de la escuela de ecología humana junto con Robert Park— justifica la superioridad de la historia de vida sobre las entrevistas estructuradas por el hecho de que «una persona narra su propia historia a su manera, una narrativa toma el carácter de una crónica, una defensa, una confesión, un autoanálisis... el relato y la escritura de la propia historia de vida son en sí mismos parte del tratamiento». Se sugería así otra lectura del uso de materiales biográficos, que ya había descubierto Freud: su virtualidad terapéutica.11

La historia de vida como biograma

Los biogramas son relatos de vida escritos bajo demanda por personas que pertenecen a un grupo social seleccionado, y de acuerdo con direcciones específicas para contener y conformar el objetivo de obtener datos masivos [...] Más que cualquier otro método, el uso de biogramas requiere de iniciativa, habilidad, ingenuidad e imaginación por parte del investigador.

(Abel, 1947: 114-117)

En 1936 se publicó en el Praysposobienia Rolniczego, una revista polaca de formación agrícola, el anuncio de un concurso de autobiografías destinado a jóvenes campesinos con el siguiente lema: «Descripción de mi vida, trabajo, pensamientos y deseos». La convocatoria, auspiciada por el Instituto para la Cultura del Pueblo, sugería las siguientes cuestiones: «¿Hacia dónde van los pueblos polacos? ¿Qué corrientes agitan a los jóvenes rurales? ¿Cuáles son sus pensamientos, deseos y fines? ¿Cómo ven la situación actual del campo, en general, y de los pueblos, en particular? ¿Cómo interpretan este panorama y en qué medida quieren cambiarlo y reconstruirlo?» (citado en Abel, 1947: 113). Para responder a estas preguntas, el periódico proponía a los «campesinos jóvenes hijos e hijas» que redactaran un texto personal en dos partes: en la primera, debían relatar la historia de su vida desde su nacimiento hasta el presente, incluyendo la descripción de su familia, pueblo, infancia, escolaridad, trabajo, participación en asociaciones, etcétera; en la segunda, se les pedía que explicaran qué pensaban de su propia situación y de su relación con la comunidad, la nación y el Estado. Los mejores recibirían un premio en metálico (los criterios de calidad no se basarían en la calidad literaria, sino en la sinceridad y riqueza de los datos). La convocatoria fue un gran éxito: se recibieron 1.544 relatos que permitieron al sociólogo J. Chalasinski publicar en 1938 los cuatro volúmenes de su monumental Mlode pokolenie chlopow («La joven generación polaca»). El autor era discípulo de Florian Znaniecki, que en 1921 había regresado a Polonia para fundar un instituto de sociología en la Universidad de Poznan, desde donde promovió una serie de investigaciones sobre la vida polaca en las que aplicó su fe en los documentos personales para estudiar distintos grupos sociales: habitantes de la frontera germano-polaca, criminales, trabajadores, sub­empleados, científicos, etcétera. Los resultados impresionaron tanto al gobierno polaco que instituyó una política oficial para coleccionar datos biográficos complementarios a los de la oficina de estadística.12

El mismo 1938, el sociólogo norteamericano Theodore Abel había publicado un libro sobre el auge del nazismo en Alemania (Why Hitler Came into Power), para el que se basó en entrevistas a miembros del partido nazi. Este estudio le convenció de las potencialidades de los datos personales, pero también de sus límites: para ser generalizables, estos datos debían ser masivos, sistemáticos, comparables y restringidos a un grupo social delimitado. En 1947, tras el lapso bélico, Abel publicó en el prestigioso American Journal of Sociology un artículo fundamental titulado «The Nature and Use of Biograms», en el que se inspiraba en el estudio de Chalasinski para proponer una nueva fundamentación del método biográfico. Para ello, inventó un neologismo —«biograma»— cuyo significado no venía de su etimología, sino de una analogía lingüística: si el habla de cada individuo no se entiende sin la gramática de su lengua, la historia de vida resulta ininteligible sin referirse al biograma que comparte con otros miembros de su grupo social. Partiendo de la creencia en la unidad de la ciencia, podían existir diversos «modelos» de interpretación de los datos: por una parte, el «modelo máquina», fundamental en ciencias naturales, que se basa en la comprensión de los mecanismos de la vida física; por otra parte, el «modelo relato», fundamental en ciencias humanas, que se basa en la comprensión de los dramas de la vida social (en la construcción del guión de un relato). Las diferencias entre ambos modelos son de grado, pero no de naturaleza; los científicos sociales pueden aspirar a establecer generalizaciones equivalentes a las de los físicos con una única condición: que sus descubrimientos sean validados por test objetivos.

Abel distingue tres «modelos» de relato de vida. La «autobiografía», en primer lugar, es un relato escrito por iniciativa del propio sujeto (político, héroe, santo, obrero) con formas heterogéneas (hagiografía, memoria, confesión, autoanálisis), normalmente con objetivos de calidad literaria y ejemplaridad moral, y que tiene como uno de sus fines perpetuar la memoria del autor. El «biograma», en segundo lugar, es lo contrario: un relato escrito por iniciativa de una tercera persona (un investigador) con formas más homogéneas (normalmente basadas en un guión más o menos esquemático), sin que predomine la calidad literaria ni criterios de ejemplaridad, y que tienen por objeto la recogida de datos sobre un grupo social particular. La «historia de vida», finalmente, es un relato de vida recogido de la misma forma que el biograma, pero con la única intención de obtener información sobre una persona particular, sin que exista voluntad de generalizar los datos. Aunque la tipología fue criticada por basarse en el uso y no en la naturaleza de los relatos (pues en la práctica las fronteras entre autobiografía y biograma son fluidas), la propuesta era uno de los intentos más sistemáticos de conceptualización del método biográfico.

El objetivo de Abel no es tanto obtener particularidades individuales cuanto «datos de masa» (mass data), que pueden ser útiles en el estudio de los patrones culturales que conducen el comportamiento social. Abel establece varios criterios para los biogramas: ser amplios; estar escritos por personas no sofisticadas, emocionalmente implicadas con los objetivos de la investigación; estar dedicados a problemas de cambio o desarrollo, y la más importante: «los biogramas, siendo datos de masa, son más útiles cuando puede asumirse que hay un común denominador o patrón en el comportamiento de los miembros de un grupo» (1947: 116). Abel concluye con una serie de recomendaciones sobre el «manejo» de biogramas por parte de los investigadores: familiarizarse con los datos; abstraer los pasajes relevantes; codificarlos según criterios de edad, educación, ocupación, etcétera; establecer tablas de correlación según criterios estadísticos; realizar análisis de contenido y, finalmente, el paso más importante, creative thinking:

El orden, regularidad, secuencias repetidas y conexiones recurrentes conducen a cierto tipo de interpretación generalizada. Los procesos mentales implican esencialmente la adaptación de conceptos generales, constructos esquemáticos o patrones de causalidad a datos concretos, individuales (...) No es cuestión de encontrar el patrón sino de seleccionar los más validos de una serie de patrones alternativos (1947: 118).13

Las conclusiones de Abel prefiguraban los caminos que emprendería la sociología en las décadas siguientes. Aunque el autor había concebido los biogramas como un instrumento de alcance circunscrito, algunos de sus seguidores pretendieron convertirlo en modelo de historia de vida y no resistieron la tentación de cuantificar lo cualitativo. Entre las aplicaciones prácticas del modelo de Abel, cabe destacar la investigación de Balan et al. (1974) sobre la movilidad social en Monterrey (México). Los autores pasan de criticar la deriva cualitativa del método biográfico —condicionado por el «pecado original» de Thomas y Znaniecki de usarlo sólo como suplemento ilustrativo, lo que llevó a la sociología positivista— a menospreciarlo por servir solamente para recabar «datos blandos». A continuación, reivindican la fecundidad de los datos biográficos para estudios longitudinales sobre fecundidad, migración y fuerza de trabajo. En estos casos, no es posible basarse en relatos largos como los utilizados por los chicagoans, sino en relatos «parciales» focalizados en determinados aspectos o fases de la vida de un individuo, una especie de «esqueleto» vital que compensa la pérdida de calidad por el aumento de la representatividad de la muestra y su capacidad de generalización. En el caso del estudio sobre Monterrey, los autores codificaron un total de 1.640 relatos vitales de hombres de entre 21 y 60 años de edad, elaborados a partir de un cuestionario con 200 preguntas, focalizados en la historia migratoria y laboral de estos individuos. Lo más original fue utilizar de manera sistemática una computadora de gran capacidad (según los parámetros de entonces) para procesar los datos y analizarlos conforme a modelos multivariables. La codificación se basó en dos operaciones complementarias: una primera perforación de códigos numéricos que correspondían a determinadas variables comparables longitudinalmente (edad, salario, residencia, matrimonio, fecundidad, etcétera), y una segunda que permitía reconstruir la historia vital completa de cada individuo en la que sólo se perforaban los cambios en el contenido de cada variable. Ello sirvió para construir una ficha que parece un tipo ideal de biograma; en la coordenada horizontal aparece la edad y en la vertical los cambios en tres grandes ámbitos: historia personal (salud, familia, educación), migratoria (lugar y tipo de residencia) y laboral (ingresos, tipo de empresa, cargo) (1974: 24). De Poznan a Monterrey se había pasado de una concepción humanística a otra positivista que, pese a algunos logros, centró sus esfuerzos en fríos análisis formales, olvidando que los protagonistas de la investigación eran personas de carne y hueso. Los progresos de la informática facilitaron una gran sofisticación, aunque quedaran progresivamente en el olvido tanto el concepto de biograma como la otra propuesta de Abel: «iniciativa, habilidad e imaginación por parte del investigador» (1947: 117). ¿Imaginación biogramática?14

La historia de vida como relato cruzado

La grabadora utilizada para registrar las historias de este libro ha hecho posible el advenimiento de un nuevo tipo de literatura de realismo social. Gracias a la grabadora, personas sin preparación, incultas e incluso analfabetas pueden hablar de ellas mismas y narrar sus observaciones y experiencias de un modo desinhibido, espontáneo y natural. Las historias de Manuel, Roberto, Consuelo y Marta se caracterizan por la simplicidad, sinceridad y naturaleza directa que distinguen a la lengua hablada, la literatura oral en contraste con la literatura escrita.

(Lewis, 1964: xxi-xxii)

El día 11 de febrero de 1965, la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística interpuso una denuncia contra el antropólogo norteamericano Oscar Lewis y la editorial Fondo de Cultura Económica, que acababa de publicar la versión castellana de su obra The Children of Sánchez. Según los denunciantes, el libro —que llevaba por subtítulo Autobiografía de una familia mexicana— contenía «descripciones impúdicas, opiniones calumniosas, difamatorias y denigrantes contra el pueblo de México y sus gobernantes». Para justificarlo, reproducían extensos párrafos del mismo en los que el protagonista, bautizado con el seudónimo de Jesús Sánchez, hablaba en un lenguaje directo —«grosero», según los denunciantes— de la supervivencia diaria, la sexualidad, la violencia, la corrupción de los gobernantes y otros aspectos que afectan a la vida cotidiana de los pobres de México. En el escrito de defensa contra los cargos imputados, los responsables de la editorial justificaban la publicación del libro en los términos siguientes:

A través de varios años tuvo el declarante la oportunidad de escuchar los textos de las entrevistas realizadas a los cinco miembros de la familia llamada Sánchez, mediante las cintas grabadas que el autor obtuvo durante esos años de trabajo con los protagonistas; que también algunos miembros de la Junta tuvieron oportunidad de escuchar... lo que significa haber podido apreciar la técnica de trabajo del autor, que evidentemente ha significado una innovación en los métodos de estudio antropológicos... que se advirtió el problema que podrían plantear los relatos, que en algunos momentos usan palabras que podrían considerarse incorrectas, pero que, juzgando el libro en su conjunto como un testimonio vivo de las formas de vida, de las ideologías, de los ideales, de las costumbres, de los problemas que sufren hombres y mujeres que integran ese medio llamado de «la cultura de la pobreza», la Junta consideró por unanimidad que la obra debería publicarse íntegramente.15

Oscar Lewis había llegado a México en 1941 para llevar a cabo una investigación sobre el terreno en el pueblo que llamaría Azteca (en realidad Tepoztlán, una comunidad campesina de Morelos cercana a la capital). En 1951, se trasladó al Distrito Federal acompañando a sus antiguos informantes que emigraban del campo a la ciudad. De este modo, conoció las «vecindades» que poblaban el centro histórico, donde residía una gran parte de los recién llegados. Las «vecindades» son viviendas típicas de la Ciudad de México, herederas de las «corralas» coloniales, que se caracterizan por alojar un número muy elevado de familias en habitaciones contiguas, a menudo muy pequeñas, situadas en torno a un patio central común y unos pasillos donde se sitúan los servicios comunes. Normalmente, el acceso se realiza a través de una puerta que se cierra de noche y en ellas se desarrolla una intensa vida interna que tiene su expresión en las pandillas infantiles y juveniles (las «palomillas») y en la ayuda mutua. Fue en una de estas vecindades, llamada Buena Vista, donde Lewis conoció a los Sánchez, en octubre de 1956. La familia estaba compuesta por el padre, Jesús, y sus cuatro hijos (Manuel, Roberto, Consuelo y Marta). Jesús Sánchez vivía en Buena Vista desde hacía ya más de 20 años. Su mujer había muerto de forma prematura y él había tenido que cargar con los hijos con la ayuda de su cuñada, Leonor, quien residía en la Magnolia, una vecindad más pequeña sita a pocas cuadras de distancia. Incluso casados, los hijos iban a menudo a Bella Vista a visitar a su padre, aprovechando para dar un paseo por los múltiples talleres, baños públicos, cines, cantinas y pulquerías que había alrededor. A partir del estudio sobre el «pequeño mundo» de las vecindades, el antropólogo construyó su famosa teoría sobre la «cultura de la pobreza».16

Para Lewis, los habitantes de las vecindades, originarios de casi todos los estados del país, compartían una serie de rasgos culturales comunes, resultado de la adaptación de tradiciones étnicas y regionales diversas al nuevo contexto urbano y a los problemas de la supervivencia diaria. El concepto de «cultura de la pobreza» no es, pues, una hipótesis fundada en la autobiografía de una única familia, sino que se originó en el estudio de 171 familias de dos vecindades y se amplió con posterioridad a otros ámbitos geográficos (Puerto Rico y Estados Unidos). Con esta noción, Lewis pretendía subrayar la lógica interna de una adaptación cultural que no podía ser definida exclusivamente en términos negativos: el autor indicó cerca de 70 rasgos distintivos de la cultura de la pobreza, agrupándolos en cuatro niveles que van desde la sociedad al individuo, pasando por la familia y el barrio. Uno de los primeros frutos de la investigación fue el libro Antropología de la pobreza, donde repasaba la vida diaria de cinco familias mexicanas durante cinco días ordinarios. Una de esas familias eran los Sánchez. Su disponibilidad le convenció de que podía ser interesante dar una visión más profunda de una de estas familias para probar en un estudio de caso sus teorías sobre la cultura de la pobreza. Pero hubo otra razón más práctica que hizo posible el estudio: la difusión de la grabadora. Las biografías de Ishi y de los emigrantes polacos fueron elaboradas utilizando técnicas de transcripción indirecta, como la escritura autobiográfica o la anotación etnográfica. Aunque Edison había inventado la grabadora a principios del siglo xx, no estaba aún lo suficientemente difundida como para permitir grabar sistemáticamente conversaciones espontáneas con informantes. En este período tampoco hay una excesiva preocupación por el lenguaje oral: el contenido domina sobre la forma. Esto facilita la reelaboración por parte del investigador del testimonio directo de los protagonistas. Durante los años 1950, sin embargo, la grabadora se vuelve portátil y se populariza. Pero, sin duda, la obra de Lewis es la que prueba su virtualidad para recuperar el tono directo y espontáneo del lenguaje popular. Como reconoce el autor, la grabadora es particularmente apta para estudiar a los pobres, que tienen una cultura ágrafa y a menudo analfabeta. De modo que el método se identifica con el objeto (las historias de vida con la cultura de la pobreza).17

La aportación metodológica más relevante de Lewis es la llamada «autobiografía cruzada». En ella, el relato no se centra en la vida de un único individuo, sino en la historia de una familia. El mismo montaje del material autobiográfico resalta esta opción: después de una introducción del autor —donde se explicitan los antecedentes de la investigación, y el contexto geográfico, histórico y social de los protagonistas—, la parte central del libro (más de 500 páginas) se compone de distintos monólogos del padre y los hijos, que narran los mismos hechos y dialogan implícitamente entre ellos. El padre, Jesús, sólo habla en el prólogo y en el epílogo, con un tono entre directo y cínico (el cual, como ya hemos visto, motivó la denuncia de los defensores de la moral): empieza explicando que «no tuve infancia» y termina justificando haber luchado «día y noche para establecer mi hogar». Los cuatro hijos hablan en las tres partes centrales, cada una de las cuales evoca determinados pasajes en la vida familiar: la infancia (marcada por la muerte de la madre), la juventud (evocada por los conflictos con el padre) y la edad adulta (definida por los problemas de inserción laboral y estabilidad conyugal). En todos estos pasajes, no se evitan los aspectos conflictivos, pues cada cual narra a su manera los hechos más relevantes de la vida familiar, lo que contribuye a crear la sensación de que más que de monólogos, nos encontramos delante de un retablo polifónico. Se trata de una estrategia narrativa que, según el autor, sirve para verificar la fiabilidad y complementariedad de las fuentes orales y que, con posterioridad, sería imitada no siempre con igual fortuna. Tan interesante como el contenido del libro es la reacción social que suscitó en México, originando una gran campaña de prensa contra el americano colonizador y la denuncia de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística. Por suerte, el procurador general de la república consideró que no había base jurídica para la condena.18

La historia de vida como novela

Esto que llamamos novela no es más que una forma de narrar, de organizar quizás, que tiene su relación más primigenia con el relato. La novela no es más que una variante del relato. De los relatos de los viejos griots, de los chamanes, de los sacerdotes y de los juglares.

(Barnet, 1970: 125-6)

En febrero de 1926, el periódico de La Habana El Mundo publicaba un breve intitulado «Rachel en el Hipódromo», donde el periodista comentaba una fotografía en la que un señor de la alta sociedad cubana había sido retratado en el hipódromo acompañado por una fastuosa cabaretera: «Bienvenida a este tablado Arlequín que es nuestro oriental para la mujer más atractiva de nuestro teatro, la más bella que, como la remota ciudad de Persépolis, tiene para mí un atrayente nombre: misterio» (citado en Barnet, 1979: 12). Rachel fue en efecto durante las primeras décadas de siglo xx la vedete del Alhambra, uno de los locales más rutilantes de la belle époque habanera. Era la única hija de una mujer húngara y un aventurero alemán que habían llegado a Cuba a fines del siglo xix. El padre las había abandonado y Rachel tuvo que ganarse su jornal desde muy pequeña gracias a sus dotes musicales y de baile. Cuatro décadas después, en 1970, el reconocido etnólogo y poeta Miguel Barnet, que acababa de publicar Biografía de un cimarrón, la conmovedora historia de vida de un antiguo esclavo fugitivo, se encontró con Rachel, ya retirada y vieja, pero rodeada por los recuerdos y los fantasmas de los tiempos gloriosos, cuando era uno de los personajes más envidiados de Cuba, recuerdos y fantasmas que aceptó compartir con el escritor. La canción de Rachel narra su historia. El relato, narrado en primera persona, comienza con una declaración de intenciones («Yo no soy bruja, ni gitana, ni cartomántica, ni nada de eso») y termina con los dilemas de una vida abocada al recuerdo («Una persona sin recuerdos es como un árbol sin hojas»). Entre estas dos frases, un centenar de páginas donde se narra el nacimiento, esplendor y decadencia de la belle époque cubana, a través del prisma de una reina de la noche.

La aportación más novedosa del libro es la estrategia de montaje por la que opta el autor, basada en la yuxtaposición de fragmentos del relato autobiográfico —que constituyen el eje central de la narración— con entrevistas a personas de su entorno familiar y social, notas de prensa y letras de canciones, que ayudan a situar mejor a la protagonista dentro de un tiempo y un lugar. Así, la función de contrapunto que en Los hijos de Sánchez cumplían los relatos cruzados, aquí lo cumplen los discursos biográficos paralelos, los cuales en su conjunto componen un auténtico puzle o collage de una trayectoria vital. Pero Barnet no se limita a construir un retablo de la vida cubana a principios de siglo xx, sino que teoriza sobre lo que llama la «novela testimonio» (un nuevo género literario que, a su entender, debería situarse a caballo entre el relato etnográfico y la novela realista): «La novela testimonio tiene que ser un documento a la manera de un fresco, reproduciendo o recreando esos hechos sociales que marcarán verdaderos hitos en la cultura del país». Y es que el autor asume plenamente la naturaleza creativa del relato, con la salvedad que a diferencia de la novela clásica, se basa en una experiencia real (¿acaso no son también las grandes novelas frescos realistas de la vida social?). A pesar de estar manejada por algunas cuerdas de ficción, Rachel es un ser de carne y hueso, y su experiencia pone de manifiesto algunos momentos, hechos y sensibilidades que han marcado la vida de un país. Así como Flaubert dice «Madame Bovary soy yo», el autor de la novela testimonio debe proclamar: «Yo soy la época». En el caso de Rachel, se trata de la experiencia de la Cuba republicana, con su etiqueta social, formas de diversión, modernización cultural y crisis políticas. Pero lo más destacable de una historia de vida no se refiere al pasado, sino al presente («las consecuencias de un fenómeno son más importantes que el fenómeno en sí, su presente es más importante que su pasado»). De hecho, Barnet se aleja explícitamente de Lewis, cuyo libro considera demasiado basto y primario, aunque vindica el papel creativo del autor en la recreación de la historia de vida. «La imaginación literaria debe ir cogida del brazo de la imaginación sociológica» (Barnet, 1979: 134-140).19

La historia de vida como película

Más que una novela, el resultado se parece al de una película: bien sea porque al componer el texto siempre me he preguntado qué informaciones me hubieran servido para visualizar lo que quería contar (reminiscencia del «no explicar, mostrar» de James), o bien por encima de todo por la centralidad del montaje y la reducción al mínimo del narrador. Como en una película, no todo lo montado aparece en el mismo orden en que se filmó, ni se ha montado todo el material filmado. La ley del realismo documental debe compartir el espacio con la del relato.

(Portelli, 1985: 14-15)

El 17 de marzo de 1949 Luigi Trastulli, un joven trabajador de una fábrica de acero de Terni, una ciudad industrial de la Italia central, moría después de un enfrentamiento con la policía a raíz de una protesta obrera contra la entrada del país en la Organización para el Tratado del Atlántico Norte. La manifestación, el enfrentamiento y la muerte del trabajador duraron menos de media hora, pero dejaron una profunda huella en la memoria colectiva de la ciudad. Tres décadas más tarde, Sandro Portelli —un profesor de literatura americana en la Universidad de Roma vinculado a la investigación militante que estaba preparando un libro sobre la historia oral de Terni— rescató los testimonios de aquellos que vivieron los hechos, partiendo de los ruidos y los silencios implícitos en múltiples historias de vida. Director del Circolo Bosio y de la revista I giorni cantati, su interés por las historias de vida no provenía de la academia, sino de la literatura y el canto populares, vinculados a diversas iniciativas de intervención en la cultura del mundo popular y subalterno, que en Italia debe mucho a la particularidad histórica del Partido Comunista durante los años de posguerra. El autor era una de las figuras punteras de la renombrada escuela italiana de las fuentes orales, que se inscribe en la tradición de estudio de las culturas populares que se remonta a autores como Antonio Gramsci, Ernesto de Martino y Gianni Bosio, y que se caracteriza por la vindicación de la especificidad de las fuentes orales.20

En realidad, su investigación sobre Terni empezó como una indagación etnomusicológica sobre el repertorio de algunos cantautores politizados que se transformó por requerimiento de los propios informantes en una completa reconstrucción de la memoria oral de la ciudad. Esta atención privilegiada al lenguaje oral rezuma todo el libro, como testimonio de la necesaria correspondencia entre forma y función (por eso se subtitula: Historia y relato: Terni 1830-1985). Ya que, mientras que las biografías que hasta ahora hemos analizado se centran en una persona o en una familia (en un grupo primario), el libro de Portelli es la historia de vida de una ciudad entera (por eso se titula Biografia di una città). Por el libro desfilan 172 personajes —«narradores» prefiere llamarlos el autor—: obreros metalúrgicos, costureras, empleados, amas de casa, campesinos, artesanos, militantes políticos, curas, tifosi, intelectuales, desocupados, comerciantes, heavy metal kids, músicos, periodistas, dirigentes y funcionarios; las múltiples voces de una comunidad sujeta a grandes cambios recogidas, transcritas, elaboradas, montadas y mezcladas entre ellas y con otros tipos de fuentes. Todas juntas narran la visión de la historia de Terni desde comienzos de la industrialización hasta el presente. Debido a que la memoria oral no se limita a los recuerdos de la experiencia vivida, sino que recupera las tradiciones trasmitidas de generación en generación en el seno de la familia y de la comunidad, el libro empieza con la llegada de los garibaldinos, en el primer tercio del siglo xix, lo que muestra que la historia oral va mucho más allá de los recuerdos de la contemporaneidad.21

Sin duda, la aportación más original del libro es el procedimiento para montar el material autobiográfico, inspirado como Barnet en las técnicas cinematográficas, pero desarrollado mucho más sistemáticamente. No es nada casual que muchos de los 10 capítulos en lo que se agrupan testimonios estén encabezados por el título de una película: «Qué verde era mi valle» evoca la transformación de un pequeño pueblo campesino en una activa metrópolis industrial; «Apocalypse now» narra los episodios bélicos (de la participación en la guerra de España hasta la caída de Mussolini); «Staying alive» describe los últimos años, marcados por el desencanto político y la crisis de la industria pesada. Pero no se trata sólo de un recurso estilístico: la fascinante lectura del texto recuerda el visionado de un filme, con constantes flashbacks, elipsis, planos cortos y visiones panorámicas. Cada capítulo agrupa testimonios de distintos informantes, que parecen estar dialogando entre ellos, junto a noticias periodísticas y referencias históricas. Portelli se queda voluntariamente en un segundo plano: su voz se escucha, especialmente en un denso prólogo donde reflexiona sobre la «propiedad del lenguaje», a través de la crónica de cómo sus informantes «tomaron la palabra». A lo largo del texto, sólo de forma extraordinaria introduce valoraciones, interpretaciones o bien aporta alguna información para contextualizar los hechos narrados, pero en general opta por hablar a través de otras voces. Igual que un director de cine, su responsabilidad se centra en la selección de actores principales o secundarios, en los planos seleccionados y en las escenas rechazadas, y en el montaje final. Como en una película, no todo aparece en el orden en que fue filmado y a menudo se da la libertad al lector para deducir, comprender e imaginar desenlaces reales o previsibles.22

La historia de vida como intercambio oral ritualizado

Me acuerdo de muchas canciones, las tonadas y las palabras, pero no por completo. Las cantábamos en las bodas y en las reuniones familiares, como ésta: «¡Ah, qué feliz soy, me acabo de casar / con mi prima querida» [...] ¡Podría creerse que hablo de un tiempo... del diablo! Pero en realidad hablo de cosas vividas, no hay nada que decir.

(Catani y Mazé, 1982: 55-62)

Una tarde de junio de 1971, el antropólogo franco-italiano Maurizio Catani visitó a la tía de un amigo suyo, Suzanne Mazé, en su jardín de Bessancourt, cerca de París. Su amigo Michel, un escultor que había sido testigo en su boda, le había hablado varias veces de la prodigiosa memoria de su tía, de su capacidad para fascinar al auditorio con el relato de su vida y las canciones e historias que lo acompañaban, como el «sermón en defensa de los artesanos» que le había escuchado contar hacía poco; sabía que Catani estaba interesado en los relatos orales y había trabajado en historias de campesinos portugueses, españoles de las Hurdes, emigrantes senegaleses y argelinos en París. Por ello, le propuso llamar a su tía para visitarla con las respectivas familias. Por si acaso, llevó su magnetófono y lo puso en marcha nada más escuchar la intención de Suzanne, sentada en su jardín, de empezar a cantar: aunque ella se dirigía a sus dos sobrinas pequeñas, permitió que Maurice y su mujer se sentaran sobre la yerba para escucharla y empezó el relato diciendo Je me souviens... («Me acuerdo»). Lo que recordaba eran las canciones de la infancia, que empezó a tararear ante la mirada admirada de sus familiares e invitados. Cuando acabó de recitar la larga canción, Suzanne exclamó: «Me he acordado de esta canción verso a verso. Tiene 19 coplas y las aprendí cuando no tenía más que 12 años. Fue antes de marcharme de casa de mis padres. A los 12 años me fui para ganarme la vida a casa de la hermana de mi padre, en esta famosa Mayenne. Pues todo lo que sé lo aprendí antes de los 12 años». Y concluyó: «¡Puede creerse que hablo de un tiempo... del diablo! Pero en realidad son cosas vividas». Cosas vividas que parecen fluir espontáneamente, pero que en realidad responden a modelos formalizados tanto en la forma como en el contenido, como deja entrever el sermón en defensa de los artesanos que recita a continuación (una apología del trabajo artesanal a la que ella y su marido dedicaron su vida).