Mierdas Punk - Carles Feixa - E-Book

Mierdas Punk E-Book

Carles Feixa

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Beschreibung

Francisco Valle, un joven anónimo del enorme barrio-dormitorio mexicano Ciudad Neza, encarnaba todas las cosas que uno puede ser cuando es joven. Le llamaban el Baco, el Greñas, Dios, o simplemente el Iti (E.T., en inglés). La vida en Nezahualcóyotl está entregada a ese anonimato, a la desaparición de tantos nombres y rostros que la pobreza arrastra, tanta carne destinada a la violencia de la calle y la rudeza del margen. Tal fue la furia del Iti, para quien hasta los sábados eran una mierda, que quiso contrariar su destino. En 1982 nacen los Mierdas Punk, banda antisistema hermanada por el odio a la policía, la basura de sus vidas y la condena social. Con la cultura y la música como un arma de ruido y gritos, esta pandilla se disputó su destino con los dioses, a sabiendas del fracaso. El Iti murió en 2001, pero su rabia y su rebeldía son el testimonio de un episodio de la historia social del México del siglo XX, desde la revolución de 1910 y el movimiento cristero hasta la masacre de 1968, el No Futuro ochentero o el sismo de 1985. El antropólogo Carles Feixa escribe esta impactante historia de vida a partir de sus encuentros con el Iti en la década de 1990.

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Mierdas Punk

©Carles Feixa Pàmpols yFrancisco Valle Carreño, 2021

© De la imagen de cubierta: Familia Valle-Carreño

Diseño de cubierta: Nicolas Hermansen

©Fotos del interior: Familia Feixa-Iniesta, Familia Valle-Carreño

Corrección: Juan Carlos Meyer

Derechos reservados para todas las ediciones en castellano

© Ned ediciones, 2022

Primera edición: 2022

Preimpresión: Moelmo SCP

www.moelmo.com

eISBN:978-84-18273-30-8

La reproducción total o parcial de esta obra sin el consentimiento expreso de los titulares delcopyrightestá prohibida al amparo de la legislación vigente.

Ned Ediciones

www.nedediciones.com

Índice

PrólogoPachoParedes

PresentaciónCarles Feixa

Introducción. Diario de Asfalto

Del Defe a Neza York

Los Héroes de la Explanada

Todo empezó casi junto

Así nacieron los Mierdas Punk

Los Punks Nunca Mueren

La tira y el tambo

Bandas Unidas de Neza

Rocanrolear

¡Duro a la chamba!

Sábado de Mierda

Epílogo CoralVerónica y Miguel Ángel Valle, Margarita Mares, Pablo Hernández, Sergio García

Glosario

Bibliografía

Filmografía

Discografía

Prólogo

Pacho Paredes

En una insólita conversación con el crítico cultural Mark Dery sostenida a principio de 2021, Greil Marcus recordó que el ex cantante de los Sex Pistols, Johnny Rotten, se había declarado simpatizante de Donald Trump. ¿Cómo uno de los máximos íconos del punk podía identificarse con el siniestro demagogo republicano? Se sabe que Marcus es el autor del libro Rastros de Carmín, unahistoria secreta del sigloxx, donde establece una genealogía inconformista del punk, al cual vincula hasta con la vanguardia dadaísta y los agitadores culturales situacionistas. Marcus no es un ingenuo que idealice a las superestrellas, o que desconozca las contradicciones que siempre acontecen entre las escenas artísticas y musicales, pero el inusitado desplante de Rotten contradecía absurdamente el linaje subterráneo que Marcus le había atribuido en su libro. Ante ello, el crítico musical dibujó una sonrisa desencantada: «desde luego que ésa no es la razón por la que escribí aquel libro», zanjó de tajo. La charla con Dery siguió su curso y Marcus pasó a invocar viejos recuerdos:

No puedo decir a cuántos conciertos punks fui en los años setenta y ochenta, donde un artista en el escenario le daba el micrófono a alguien del público. De repente esta persona podía decir lo que quisiera al micrófono, pero nunca nadie dijo algo más que «¡Fuck you!». Eso era lo único que se les ocurría.

Incluso vi a Johnny Rotten hacer eso durante un concierto actuando como John Lydon. Creo que él realmente esperaba que alguien le dijera: «¡Eres un fraude, un falso, yo debería estar sobre ese escenario!» y entonces Rotten le diría «¡Súbete!»… Pero no. Ese chavo del público simplemente dijo «Fuck you».

En contraste, muy lejos de aquellos circuitos industriales de la música anglosajona que evoca Marcus, ubicado en la zona oriente del área metropolitana de la capital de México, justo al arrancar los noventas, un dinámico protagonista de la escena local tomó el micrófono de una grabadora para contar extensamente su propia versión de la escena punk mexicana. Francisco Valle, conocido por múltiples apodos, miembro de los célebres Mierdas Punk, baterista de la agrupación Colectivo Caótico, describe en este libro confeccionado por el antropólogo Carles Feixa una escena cuya impetuosidad, diversidad, creatividad y sentido social no le pide nada a la de ningún otro país.

Más allá de los destellos mediáticos sobre los punks más famosos que todo mundo conoce, Feixa entrega aquí el registro de un relato cotidiano desde una de las esquinas del sur. Tal es el mérito primigenio de este libro, ofrecer una historia sobre el siglo xx mexicano, relatada desde las calles de la zona metropolitana de la capital, a través de la mirada de un protagonista muy activo de los muchos que conformaron la escena punk de los barrios de esta ciudad. Se trata de una historia construida desde el palpitar diario, desde la experiencia íntima y cotidiana: pocas veces las pulsiones de una escena mexicana han aparecido tan vivas e incontenibles como las del punk. Este libro se suma a varios relatos y audiovisuales muy vitales sobre esta escena, corroborando una vez más que el punk mexicano es tan rico y diverso como la vida de cada uno de sus protagonistas.

Evidentemente este texto se aleja de la narrativa hegemónica del punk anglosajón. Tampoco extraña que el Tianguis Cultural del Chopo aparezca como un personaje recurrente dentro del relato, pues este inusual mercado callejero se convirtió en una especie de heterotopía que ha resultado central en las vidas de muchas bandas y jóvenes del país. Su historia ejemplifica muy bien la agencia de las comunidades culturales juveniles de la ciudad. El proyecto surgió en 1980 en el Museo Universitario del Chopo de la UNAM como un encuentro de música «no comercial» de todo tipo, según lo concibió el promotor Jorge Pantoja y sus colegas desde la institución museal, pero como el rock estaba proscrito en el país y los roqueros (rockeros) carecían de espacios para juntarse, nadie podía calibrar de antemano qué tan extensa era la afición de esta música estigmatizada, así que cuando los rockeros irrumpieron en el recinto, terminaron por desplazar inesperadamente a todos los demás géneros musicales dentro del tianguis. El éxito fue tan rotundo que nunca se detuvo.

El nombre del proyecto recurrió de manera natural a una palabra náhuatl que en México se usa para referirse a todos los mercados callejeros de la ciudad, tianguis; gesto curioso no porque haya surgido de algún ADN indígena, ni mucho menos, sino porque desde su origen parecía llevar ya implícito en el nombre su destino: la calle. El hecho es que el programa sabatino tuvo que salir del museo dos años después de inaugurado, para establecerse en la venturosa calle. A partir de entonces, ya de manera independiente, logró convocar cada vez más jóvenes, bandas y punks provenientes de toda la ciudad. Se trata de un Tianguis donde convive la diversidad y la empatía y en el cual circulan grabaciones e información provenientes de todo el globo a través de la compraventa, pero también gracias al trueque, es decir, sin mediación del dinero. Su continuidad se explica como producto de la impetuosidad e imaginación de las comunidades contestatarias de la metrópoli, quienes fueron capaces de construir y defender un punto de reunión e intercambio de experiencias que les enriquecía mutuamente. Su permanencia se explica asimismo por su cruce con otras luchas sociales del país, como la del movimiento urbano popular posterior al terremoto de 1985, que también aparecerá mencionado en este relato. Aludo a estas características porque, al igual que este Tianguis, muchas comunidades juveniles de nuestro país han debido desenvolverse con sus propios medios y por canales subterráneos para conformar experiencias y proyectos culturales de manera independiente, pese a los gobiernos corruptos en turno, siempre a contrapelo del sistema despótico en el que vivíamos y a pesar del desastre económico de nuestro país, según se hará evidente en el relato de Francisco Valle, que Feixa nos entrega treinta años después de haberlo registrado.

Como queda claro en éste y otros relatos, en los años ochenta y noventa la escena DIY punk de esta metrópoli fue una de las más potentes comunidades musicales underground de la ciudad. Evidentemente estuvo conformada por muchas personalidades, hombres y mujeres, en extremo activas, creativas y lúcidas, todas ellas con sus propias versiones e historias, como corresponde a los participantes de un movimiento que de origen se enorgullece de su colectividad y su horizontalidad. Toda esta fuerza explica que el punk mexicano haya influido a varios sectores sociales del país (incluido el mundo del arte contemporáneo, por ejemplo), y su vehemencia le permitió conectarse con escenas de muchos otros países sin la mediación de las industrias culturales, y ello desde los días previos a Internet, cuando esto resultaba todavía muy difícil en nuestro territorio. Por eso es tan importante contar con historias de vida como la de Francisco Valle, quien lamentablemente ya no se encuentra entre nosotros. Relatos como el suyo nos permiten vislumbrar desde la perspectiva de los protagonistas, la manera en que el fulgurante punk mexicano se configuró como un referente ineludible de la escena planetaria. Seguramente Greil Marcus hallaría aquí nuevos rastros de otra historia punk del siglo xx, ahora contada desde el sur global.

Presentación

Carles Feixa

El Iti es la transcripción fonética de la pronunciación en inglés de E.T., por las iniciales de la película El Extraterrestre, de Steven Spielberg, estrenada en 1982. Es también el apodo de Francisco Valle Carreño, conocido asimismo como Paco, Baco, el Dios, el Alien, el Taco, el Greñas, el Brujo, el Escuincle o el Carnicero —aunque él prefería autonombrarse Ome Toxt­li, el dios azteca del pulque. El Iti fue uno de los miembros históricos de los Mierdas Punk, banda mítica de Ciudad Nezahualcóyotl, el enorme barrio-­dormitorio situado al oriente del otrora Distrito Federal (hoy CDMX), conocido como «Neza York». Así le bautizaron sus cuates de la banda cuando ésta surgió en 1982, año del estreno de la célebre película. El Iti parecía un extraterrestre no sólo por su facha sino por su manera de hablar, de pensar y de vivir, pero estaba muy apegado a este planeta. Este libro recoge su autobiografía, fruto de múltiples momentos de convivencia y de siete largas sesiones de entrevista, realizadas entre abril y septiembre de 1991, de las que resultaron 23 casettes grabados y más de 200 páginas transcritas a un espacio, que tras editarlas y revisarlas quedaron condensadas en el presente relato. Las cintas fueron transcritas por mi y por Montserrat Iniesta, intentando respetar el tono oral y coloquial de las conversaciones, pero al mismo tiempo buscando la legibilidad y coherencia narrativa.1

El relato del Iti es pues una versión elaborada de su historia de vida, en la que apliqué los principios que mucho tiempo después explicitaría en mi libro La imaginación autobiográfica (2018). A diferencia de mi autobiografía más reciente de otro líder pandillero, El Rey. Diario de un Latin King (Feixa & Andrade, 2020), en el caso del Iti opté por organizar el relato no a partir de las conversaciones, sino como una historia más lineal, estructurada en capítulos cronológicos y temáticos; también he optado por suprimir mis intervenciones, pues interrumpirían la narración y el discurso del protagonista estaba de por sí muy estructurado. El resultado muestra la gran capacidad descriptiva del narrador, así como su capacidad interpretativa, presentándose como ideólogo de su propia biografía. Por ello también he suprimido mi propia interpretación, para la que remito a algunas de mis publicaciones anteriores sobre las bandas y culturas juveniles en México (Feixa, 1993; 1998; 2000). Por último, pese a que en la introducción del libro aparece normalmente nombrado como Ome Toxt­li, el nombre que él escogió para el texto, en el título he optado por el Iti, pues es el apelativo con el cual sigue siendo recordado por la banda.

El libro empieza con una introducción que recoge las anotaciones del «Diario de Campo» en que se describe con detalle mi encuentro con el Iti, el contexto del «pacto autobiográfico» que establecí con él, las condiciones de las entrevistas, y las situaciones de la vida cotidiana que tuvimos ocasión de compartir (en Neza, en las tocadas o en el Chopo). Incluye también varios Postcriptums en los que se explica lo sucedido desde entonces: los motivos por los que el relato no se pudo publicar en ese momento y por qué vale la pena hacerlo treinta años después. Los diez capítulos centrales relatan diversos episodios de su vida. El primero recoge los antecedentes familiares (que se remontan a su abuela zapatista), así como el contexto histórico y ecológico de Neza. El segundo aborda su trayectoria escolar. El tercero relata la iniciación en diversas bandas juveniles a lo largo de 1982, cuando empezó casi todo. El cuarto evoca minuciosamente los orígenes, estructura y evolución de su banda: los Mierdas Punk. El quinto expone las relaciones con otras bandas punks del Distrito Federal y del Estado de México. El sexto relata las relaciones con otra «banda» más nociva, la tira, con la experiencia de la extorsión, el encarcelamiento y la tortura. El séptimo analiza la segunda etapa de los Mierdas, la fase «constructiva» que sigue a la «autodestructiva» y que va del terremoto de 1985 a la emergencia del BUN (Bandas Unidas de Neza). El octavo repasa la tradición rocanrolera de México y de Neza, confluyendo en el Colectivo Caótico,2 el grupo de hardcore donde el Iti toca la batería. El noveno aborda su trayectoria laboral en diversas empresas legales y en la economía sumergida, así como su conciencia de clase. El décimo, por último, es un relato intensivo de las rutinas cotidianas a lo largo de toda una semana (una semana de mierda, según su propia cáustica definición). Al final del volumen se incluye un Epílogo Coral de personas vinculadas familiarmente o por amistad con el protagonista, así como un Glosario elaborado por el propio informante, que recoge los términos de argot, mexicanismos y palabras técnicas de difícil comprensión para el lector no familiarizado con el lenguaje de la banda o con la cultura punk. El libro se completa con la Bibliografía, Filmografía y Discografía, que documentan las principales fuentes sobre el punk internacional y mexicano, los chavos banda, los Mierdas Punk y el Colectivo Caótico.

La publicación de este libro ha sido posible por mi implicación en el proyecto de investigación que actualmente dirijo: TRANSGANG.3 El estudio se basa en un trabajo de campo colaborativo, realizado en doce ciudades del sur de Europa, el norte de Africa y América Latina, documentando experiencias de mediación cutural y comunitaria en las que hayan participado los grupos juveniles de calle. Aunque el estudio no incluye México, me ha parecido oportuno recuperar la historia del Iti, pues la misma contiene muchos ejemplos e interpretaciones sobre el papel proactivo, mediador (y remediador), de las bandas juveniles, que sirve de contrapunto a la visión criminológica dominante (en 1991 y también en 2021).4

Quiero agradecer a diversas personas que han hecho posible que la biografía del Iti salga a la luz: a Verónica Valle, su hermana, que amablemente accedió a que se publicara después de tanto tiempo y me facilitó fotos y la discografía del Colectivo Caótico; a Pablo Hernández, el Podrido, protagonista de uno de mis libros anteriores, que me facilitó el contacto con la familia, me envió fotos de su cuate y revisó la filmografía; a Margarita Mares, ex compañera y amiga del Iti, que fue la primera que me convenció que valía la pena recuperar su historia; a Eurídice Sosa, que desde la academia dio los primeros pasos para encontrar editor; a Laura Hernández, que revisó el manuscrito y fue la última persona que me confirmó el valor del relato; a José Luis Paredes, Pacho, por haber aceptado escribir el prólogo; a Maritza Urteaga, que fue la persona que me presentó al Iti y que, pese a algún desencuentro con él, ha sido fundamental para que el manuscrito vea finalmente la luz; y por supuesto a todos los ex jóvenes de Neza, conocidos y anónimos, que siguen recordando en el grupo de Facebook creado sobre la banda cuándo nacieron los Mierdas Punk.

El Iti falleció la nochebuena de 2004 sin ver publicada su historia de vida. Al volver la vista atrás y releer su relato, estoy convencido que sigue en gran medida vigente y fresco, como un retablo de la historia de la cultura punk global y de la historia de México de fines del siglo xx.5 Cincuenta y cuatro años después de su nacimiento, treinta años después de las entrevistas que mantuvimos, y diecisiete años tras su desaparición, sirva esta publicación póstuma como homenaje a este sabio personaje, y a los punks de Neza y de más allá con quienes compartió su vida.

Su Vida de Punk.

México DF, 1991-Lleida, 2021

1. El texto editado ha sido revisado por un corrector profesional mexicano [sus comentarios o addendas aparecen entre corchetes].

2. Por decisión del protagonista, algunos nombres de personas, grupos o lugares han sido cambiados, con una excepción: aunque en la versión original el Iti usó el pseudónimo de Caos Suburbano para referirse a su grupo musical, hemos optado por recuperar el nombre original de Colectivo Caótico, de acuerdo con su hermana Verónica Valle, depositaria de la marca.

3. Transnational Gangs as Agents of Mediation. Experiencies of conflict resolution instreet youth groups in Southern Europe, North Africa and the Americas. El proyecto ha recibido financiación del Consejo Europeo de Investigación (ERC), en el marco del programa de investigación e innovación HORIZON 2020 de la Unión Europea, en virtud del acuerdo de subvención 742705.

4. Además de la biografía del Iti, en el marco del proyecto acabamos de publicar la traducción castellana del primer estudio académico riguroso sobre las bandas, The Gang (Thrasher, 1927/2021), con la colaboración del SIJ-UNAM, que por su parte publicará este mismo año un libro sobre la primera banda importante de México, los Panchitos (Pérez Islas y Morgan, 2021).

5. Existen algunas publicaciones autobiográficas o basadas en la historia oral del punk (por ejemplo, McCain & McNeil, 2017), aunque en su mayor parte se centran en las estrellas de la música y en el punk anglosajón. Este libro aspira a recuperar la memoria cotidiana de los punks de carne y huesos, especialmente en el ámbito iberoamericano.

Introducción. Diario de Asfalto

El Chopo

23-3-91. Según el dicho popular, «cuando dos mexicanos se juntan, arman un tianguis». El tianguis es el nombre en náhuatl del mercado callejero, una verdadera institución nacional en México. El trueque, la venta, la conversación, el paseo, son actividades que articulan espacios de convivencia e intercambio de origen prehispánico, que a través de múltiples formas han pervivido a lo largo de los siglos. El Tianguis Cultural del Chopo es una de las variantes contemporáneas de esta vieja tradición: se trata del mercado creado espontáneamente por coleccionistas de rock y chavos banda hacia 1980 frente al Museo del Chopo, que a pesar de diversos cambios de escenario, clausuras, algunas metamorfosis y múltiples razzias policiales, ha cristalizado en un espacio creativo y autogestionado que cada sábado congrega a millares de jóvenes en su actual ubicación detrás de la Terminal de Ferrocarriles Buenavista, no muy lejos de la tristemente célebre plaza de las Tres Culturas.

Sobre las 12 de la mañana estamos citados en el metro Revolución con Maritza, socióloga peruana que está estudiando el rock mexicano, y que fue quien nos habló por primera vez del Chopo (el acceso a este mundo de iniciados proviene siempre de la información oral). En el camino hacia el tianguis nos vamos juntando con una hilera de chavos y chavas de aspecto extravagante, que se dirigen al mismo sitio o retornan satisfechos con un disco o un fanzine bajo el brazo. Detrás de la estación de trenes se abre la calle de Aldama, en una cuadra entre dos calles de nombre simbólico —del Sol y de la Luna—, en la frontera entre dos colonias populares —Buenavista y Guerrero—, cuyos habitantes toleran la invasión semanal de la chaviza. De esa calle desangelada, rodeada por fábricas y postes eléctricos que recrean un escenario plenamente suburbano, surge un hormiguero humano tan bullicioso como bien organizado. Múltiples «changarritos» o puestos que ofrecen mercancías diversas en cuatro hileras paralelas que componen dos calles; compradores o curiosos que las recorren en sentido circular; la imagen típica del tianguis azteca. Y sin embargo, se trata de un tianguis bien particular: los colores que predominan son pocos y oscuros (nada del impacto multicolor del resto de mercados ambulantes); las mercancías seleccionadas especiales (no se venden comestibles ni productos comerciales); el fondo musical muy diferente de las habituales rancheras (las múltiples variantes del rocanrol); y el público, finalmente, le da al tianguis su sello distintivo (casi todos son jóvenes y la mayoría se viste y comporta en sintonía con el marco en que se mueven).

En este microcosmos nada se deja a la improvisación: los espacios se organizan en función de las «bandas» que los habitan. Antes del mercado propiamente dicho, en la calle de acceso, recostados sobre el muro, los viejos jipitecas ofrecen sus artesanías y productos: aretes, joyas, pañuelos, mocasines. Un tanto al margen de la estela «dark» que predomina en el tianguis, se presentan como garantes del espíritu subterráneo de la contracultura, de la autenticidad antimercantil y ecológica, que remiten en su discurso a la identidad prehispánica, a una ética y estética «tribales» —en el supuesto que pudieran calificarse de «tribales» los imperios mesoamericanos precolombinos— que contraponen a la actual sociedad de consumo. Ya dentro del mercado, en la hilera derecha, el colectivo punk se distingue por su indumentaria y por su número. En sus changarritos, organizados como un escaparate, ofrecen los objetos, atuendos, insignias y músicas que configuran su mundo; predominan las botas y botines de cuero negro con chapas y puntas metálicas. En la hilera central los metaleros —también numerosos— venden sobre todo camisetas, gadgets y casettes con música heavy metal. En el resto de los puestos, menos identificables —rockers, rockabillies, nuevaoleros, progres, neorrománticos, sicodélicos: sólo están excluidos chavos fresa y pijoputos—, la chaviza puede adquirir fanzines, discos nuevos o usados, pósters y fotos, casettes piratas, collares, colgantes, cachuchas, tatuajes, pulseras, vestidos, cinturones, cadenas, y todos los elementos y accesorios que alimentan los valores e indumentaria de las diversas tribus urbanas. En torno a las tres hileras —unos 150 changarritos— la numerosa chaviza —más de dos millares de gentes— desfila en forma de noria. Chavos banda provenientes de la periferia urbana, chavas metaleras, punks enterados de las colonias populares, viejos rockeros, estudiantes despistados, turistas y güeritos curiosos, y pocos, muy pocos que rebasen los 30 años. Algún espontáneo se coloca más allá de los puestos y monta su parada improvisada: ofrece discos bajo el brazo, adornos en el suelo, o simplemente propone el trueque. En sintonía con el paisaje, el lenguaje: al extranjero le cuesta entender este idioma que se habla en el Chopo, repleto de giros, argot, entonaciones características. Para dar la vuelta completa a la noria, tardamos una hora y media. Maritza va saludando a amigos y conocidos; curioseamos aquí y allá en busca de un casette, una revista, un objeto. El ambiente es familiar: la chaviza se reconoce y saluda, en una complicidad renovada cada sábado. Nos dirá más tarde Emmanuelle, una joven etnóloga francesa que está estudiando este escenario: «Se trata de una microsociedad sabatina. Hay una especie de obligación moral de acudir cada sábado al Chopo. Es casi tan sagrado como acudir a misa». Reina la paz y la tolerancia absoluta: no hay intermediarios ni extorsionadores como en otros tianguis; nadie se mete con nadie; la droga parece ausente. Sólo se rompe la armonía cuando hace signo de presencia otra banda, la más violenta de todas: se trata de la tira (la policía), que anda al acecho en las fronteras del Chopo, acosando a los chavos de pinta extraña, apresando a los que beben sus chelas en la acera, extorsionándolos para sacar una mordida, y señalando con su presencia los límites de la precaria libertad del tianguis (sólo extraordinariamente su «guerrilla» se hace «guerra», cuando con cualquier excusa se organiza una razzia). Nos sentamos en un bar para descansar y recuperarnos del fuerte calor. Casi sin darnos cuenta, vemos cómo la tira sube a un chavo en la furgoneta, sin que nadie mueva un dedo: «Tomaba una chela fuera del bar. Eso aquí es delito, y lo aprovechan para extorsionar». Comentamos extrañados que en nuestra ciudad si pasara eso la gente se echaría encima de la policía, o al menos protestaría: «¡Imposible! ¡Si hacemos eso se acaba el tianguis!»

Ome Toxt­li

«El Chopo es un foco de infección en esta ciudad». Son palabras de Ome Toxt­li, un chavo punk de Ciudad Nezahualcóyotl que constituye uno de los personajes más característico del mercado. Ome Toxt­li —también conocido como «el ET»— acostumbra a plantarse en una esquina; a veces vende alguna mercancía, pero la mayor parte de las ocasiones se dedica a «cotorrear» (extraña palabra, que significa a la vez hacer de todo y no hacer nada). Allí lo encontramos, hablando con otros chavos banda, con su pantalón de mezclilla hecho trizas, su chamarra negra y un original «amuleto» hecho con imperdibles y hojas de afeitar. Nos saludamos según el ritual de la banda (estrechando las manos en dos tiempos: primero con el dedo gordo y después con todos los dedos). Maritza nos lo presenta y le explica que he estudiado las tribus urbanas en Cataluña y que tengo interés en estudiarlas en México. Su primera pregunta es directa: «¿En Cataluña también sois partidarios de la independencia?». La mayoría de mexicanos que hemos conocido —incluso algún antropólogo— no saben ni dónde está Cataluña. Que un chavo del suburbio proletario inquiera sobre la identidad diferencial de nuestro país es algo que refleja el carácter transnacional de la circulación cultural en las bandas: buen conocedor de la música punk vasca, y de las tendencias europeas del rock, a través del sonido se ensancha su visión del mundo. Tras platicar un rato sobre Cataluña y la música, le expongo mi deseo de reconstruir la historia de los «Mierdas Punk», una legendaria banda de Neza de la cual él forma parte. El camino no está trillado: «Hay mucha gente que nos quiere entrevistar y después nunca más se supo. Aprovechan la información para fines sensacionalistas. Incluso, los maestros de escuela encargan a los alumnos que estudien a los pandilleros y nos vienen a ver». Empieza la negociación, fundada en un razonable deseo de reciprocidad. Tras el mutuo rechazo de que ésta se establezca en términos pecuniarios, Maritza nos propone un intercambio, que Ome Toxt­li reelabora en términos paritarios: si ellos me ofrecen información, yo les puedo ofrecer casettes de grupos de rock catalanes, información del movimiento punk en Europa, libros o ropa negra. Le doy mi dirección y quedamos en que me llamará para acabar de negociar sus servicios como introductor en el espacio y el tiempo de la banda. Tras cumplir mi primer día de «observación participante», abandonamos el Chopo.

12-4-91. Al día siguiente de volver de Los Ángeles, Estados Unidos, dónde tuve ocasión de visitar los murales cholos, recibo la llamada de Ome Toxt­li, como habíamos quedado. Me sorprende su formalidad y concretamos cita para el viernes siguiente. Ese día me llama por la mañana diciéndome que se retrasará un poco: «Tengo que pasar a arreglar un asunto por la Procu» (la Procuraduría General de Justicia). También me pregunta si me importa que venga acompañado. Se presenta con Margarita, una despierta chava punk también de Neza (al cabo de un tiempo sabré que fue su novia, ahora ya sólo son amigos): «Venimos de la Procu, teníamos pendiente un problemilla, a causa de una detención que nos hicieron, sólo por ir vestidos a nuestra manera». El incidente da pie a iniciar la conversación al hilo de la «banda» policial y la represión que los chavos padecen en este país donde la mordida es ley. Represión tanto más indiscriminada cuanto toma a los chavos como chivo expiatorio de la violencia social, y como fuente de recursos a través de la extorsión. La tira siempre puede hacer uso de un código penal obsoleto, que penaliza un montón de conductas «desviadas» en la vía pública (como el consumo de alcohol, las «actitudes inmorales» y el aparentar ser un pandillero). Respeto a los derechos humanos, sí señor. Le tengo preparado a OmeToxt­li unos regalos: un libro y fotocopias de algún artículo míos sobre la juventud, que ojea interesado, y una cinta de «El Último de la Fila», que oímos juntos. Al principio le parece demasiado «popie», pero luego va entrando en la onda. Hablamos de rock, de Neza, de política, del movimiento punk en el mundo, de las chavas (también Margarita interviene a menudo en la conversación). Tras un buen rato de plática, les expongo mi intención de llevar a cabo un estudio sobre una banda juvenil, y mi interés por que sea los Mierdas Punk. Al principio insisten en las reticencias del primer encuentro: «Hubo una chava que vino a estudiarnos, incluso vivió una temporada con la banda, y después desapareció, publicó su libro, y no nos llegó ni un solo ejemplar». De nuevo se trata de plantear un intercambio recíproco: me comprometo a hacerles llegar el producto de mi trabajo (biografías, publicaciones), además de intentar conseguir música punk de allende el mar. Supongo que me ven de buena fe, y están absolutamente abiertos a todo lo que venga de fuera. Antes de marchar me invitan al «Carrusel», un local de música juvenil situado en Neza que cada dos jueves programa una sesión de música punk. En eso quedamos. Mientras escuchan la música que han llevado consigo les voy a buscar unas tortas y comemos juntos. Tras discutir sobre mitos prehispánicos, Ome Toxt­li y Margarita se despiden afectuosamente.

El Carrusel

25-4-91. A las cuatro de la tarde me esperan Ome Toxt­li y Margarita en una de las salidas del Metro Pantitlán. Voy a hacer mi primera incursión en Ciudad Nezahualcóyotl, y apenas puedo disimular mi ansiedad. Neza York —como la conocen los chavos— es una inmensa ciudad-dormitorio que pese a tener apenas 30 años de vida, rebasa los tres millones de habitantes: la tercera urbe del país, tras México y Guadalajara. Aunque no forma parte del Distrito Federal, sino del Estado de México, Neza está integrada en la gran metrópoli, cuyos márgenes fueron poblando los «paracaidistas», colonos ilegales provenientes de las zonas rurales del país. Construida sobre la llanura salitrosa del oriente del valle de México, sobre el antiguo lago de Texcoco recientemente desecado, la ciudad recibió el nombre del rey-poeta de Texcoco, célebre monarca de una de las ciudades de la triple alianza encabezada por los mexicas. Hacia los años de 1960 los fraccionadores “hicieron su agosto” vendiendo porciones de un antiguo territorio lacustre convertido en yermo, sin luz, agua ni los servicios mínimos, gracias a la complicidad de un poder corrupto. Sin ningún control, el arrabal creció anárquicamente con pobladores de las superpobladas «vecindades» del DF descritas por Oscar Lewis, y sobre todo con millares de emigrantes de todos los extremos del país que buscaban la tierra prometida en el apéndice de la gran Tenochtitlán, como reflejan los nombres que los primeros pobladores dieron a las nacientes colonias: Manantiales, Aurora, la Perla, Maravillas, Loma Bonita, Las Flores, El Vergel, La Esperanza, Pirules... El edén prometido pronto se trocó en infierno o purgatorio, cuando los pobladores comprobaron las dificultades para sobrevivir en la gran urbe: «Muchos al poco de venir se arrepintieron, pero ya no podían volver a su pueblo de origen». Pues Neza no dispone de casi ninguno de los servicios que caracterizan a una gran ciudad: los lugares de reunión social son escasos; apenas hay ocho teléfonos públicos, dos oficinas de correo, una librería, dos bancos, un puesto de la Cruz Roja, tres gasolineras; pero no hay parques, ni bibliotecas, ni hoteles, ni teatros, ni diario local, ni... ¡cementerio! Los que tienen un salario fijo —varones adultos principalmente— trabajan muy lejos de su casa, en las industrias del norte del DF: «Se levantan a las cuatro de la mañana para entrar a trabajar a las ocho. Entre ida y vuelta consumen cuatro, cinco horas en peseras». Otros muchos —jóvenes, mujeres— sobreviven a base de ingresos procedentes de la economía sumergida. Todos los ingredientes para convertirse en una «ciudad sin ley», hostil y violenta. Ésta es la fama que se ha ganado. Cuando les digo que voy a Neza, nuestros parientes y amigos clasemedieros se echan las manos a la cabeza: «¡No sabéis dónde os metéis! ¡Seguro que os atracan! ¡De allí nadie sale vivo!»

Llego con algunos minutos de antelación y mis valedores ya me están esperando. Pantitlán es una inmensa terminal donde se juntan tres líneas de metro y múltiples paradas de camiones y combis: «Apenas hay transporte interno en Neza; casi todos conducen al DF». Pasadizos, escaleras, vendedores ambulantes que gritan su mercancía con la clásica cantilena, un verdadero espectáculo. Tomamos un «chimeco», un destartalado y supercontaminante autobús de los que sólo quedan en la periferia urbana (en el centro predominan los camiones modernos). Ome Toxt­li duda del origen del nombre: o viene de «chimenea» (por el humo que expulsa) o bien es un «verlan» de «mexica», para legitimar su carácter de patrimonio nacional. No pagamos: «A los bandoleros nos perdonan o nos cobran menos». Nos dirigimos por la avenida Pantitlán hacia la calle Tlalpan, donde vive una pareja que está promoviendo «TVNeza», un intento de video comunitario y alternativo. El paisaje es grisáceo: un mar de casas de una planta a tocho limpio, sin pintar, techos de uralita, calles cimentadas no hace mucho (todavía quedan muchas de tierra), avenidas longitudinales sin ningún árbol, ni zona verde, ni plaza que rompan la monotonía de la periferia urbana: «A los chavos sólo les queda ir a la esquina y juntarse en bandas». Paisaje físico y paisaje humano se alimentan mutuamente. Miguel y su mujer tienen dos hijos pequeños y viven en una típica casa del barrio, construida con tochos: un patio y una única estancia que hace de cocina, comedor y dormitorio. Nos ofrece una «agüita» y esperamos que acuda el resto de la gente. Aprovecho para empezar la plática con Ome Toxt­li, que me cuenta su primera detención a los doce años. Llega el personal y empieza la reunión: se proponen hacer un colectivo de video que produzca y difunda programas alternativos frente al monopolio de Televisa, que reflejen los problemas cotidianos de la gente de Neza. Su método es sencillo: la gente les pasa cintas vírgenes y ellos las devuelven con los programas grabados. Ya tienen terminado el primer programa piloto, que están empezando a distribuir. Tras la reunión, tomamos dos camiones que nos dejan en la avenida Chimalhuacán, cerca del «Carrusel», el local donde acudiremos por la noche. Margarita se va a su casa (quedamos en vernos en el Carrusel). Con Ome Toxt­li nos dirigimos a casa del Vibra, un compadre suyo, miembro también de los Mierdas Punk. Por el camino, en medio del ruido y el tráfico de la destartalada avenida, con una zanja en medio donde se descomponen perros muertos, me va exponiendo —con una enorme lucidez— su visión del mundo, la política y el arte: el 68, los guerrilleros, el punk, el PRI, Neza, el terremoto...

El Vibra vive con su familia en la calle Margaritas, colonia el Palmar. La casa es más grande que la anterior —tiene varias habitaciones—, pero el aspecto es descuidado y el agua se tiene que tomar de un único conducto en el patio de entrada. El Vibra nos invita a pasar a su habitación, cubierta de pósters y con una batería en el suelo. El muchacho, de unos 24 años, tiene todavía el pelo teñido de un color rojizo, y acaba de llegar del Centro Cultural Municipal, donde da unas clases de danza moderna, profesión a la cual se quiere dedicar. Me siento en el sofá mientras ellos se recuestan en la cama. He estado a punto de asentar mis posaderas sobre los excrementos todavía húmedos del perro de la casa, que a nadie extraña ver sobre el sofá. Pienso que la mierda física debe ser una metáfora del nombre de la banda. Haciendo tiempo hasta las ocho, cuando empieza la sesión en el Carrusel, empezamos a platicar. Ahora es El Vibra quien va tejiendo el discurso sobre los chavos de Neza, las drogas, la represión, la necesidad de buscar alternativas a la esquina, la creatividad cultural de las bandas, etc. Grabo toda la conversación informal, en la que aparecen cosas interesantes.

Tras una hora de plática, iniciamos el camino hacia el Carrusel, desandando en camión el trayecto por la avenida Chimalhuacán. El Carrusel es un local de hormigón que durante el día es utilizado como «kínder» —o guardería infantil— y que diariamente, de ocho a diez de la noche, se convierte en una discoteca improvisada para los chavos del barrio. Sobre la fachada está pintado el emblema del PRI; el local parece depender indirectamente de una organización local del partido. Frente a la puerta, la calle —sin pavimentar— está llena de corrillos de chavos y chavas cotorreando, esperando a la banda o juntando el dinero para poder entrar. El boleto vale 2,000 pesos —unas 60 PTA [0,36€].6 Entre la chaviza predominan los punks y los metaleros: no en vano los jueves ponen su música. Ome Toxt­li y el Vibra me van presentando a la banda como un «valedor». Simpatizo con alguno de sus miembros: un muchacho pelón muy cariñoso que vivió en Tijuana y pasó de «mojado» a los Estados Unidos (le llaman «el Nene» por faltarle un diente); una chava muy modosita que acaba de entrar en la banda; un chavo muy bien vestido líder de los Rotos —otra banda punk de Neza—, que toca en un conjunto de hardcore, milita en el anarquismo, se conoce todos los grupos punk españoles, y tiene muchas ganas de venir a Barcelona. Tras colectar el dinero —solidariamente entre todos —quien más tiene pone más— entramos en el Carrusel. «Hoy no es el mejor día», dice Ome Toxt­li. Pero el ambiente es impactante. El ruido ensordecedor de heavy metal es el único adorno a un escenario de hormigón; el edificio está a medio construir, y la parte central —donde se baila— no está cubierta. Hay corros de gente tomando cerveza o hablando. En la zona de baile, los metaleros giran frenéticamente en torno al slam, moviendo los brazos de forma violenta. Los punks silban para señalar su descontento: ya tienen suficiente heavy. Cuando cambia la música, cambian los danzantes; ahora son una multitud de punks —unos pocos con crestas, la mayoría con chamarras negras y pantalones rotos— los que giran en torno al slam —la forma de baile punk—, construyendo un círculo perfecto en movimiento. Predominan los chavos, pero se ven también muchos rostros femeninos, como el de la «güera», una conocida punk de Neza. No hay nadie drogado, y tampoco borracho. Entre la observación y la participación, voy captando algunas de las claves de la ceremonia. Ome Toxt­li sale para acompañar a Margarita a su casa, y me deja en compañía del «Pelón». Algunos chavos se acercan para preguntarme mi opinión sobre el rock español y mexicano, y a pesar del ruido se esfuerzan en mantener la conversación. A eso de las diez se acaba la sesión. La gente me despide cordialmente, y me acercan a la avenida donde puedo esperar al pesero que me llevará a la estación del metro. Me recomiendan que me sitúe en la siguiente esquina, pues los conductores tienen miedo de recoger a la chaviza que a menudo no les paga el boleto. En la oscuridad del gran suburbio, obreros y subproletarios se aprestan a reparar su cansancio con el sueño, mientras un pesero me devuelve a los rumbos del centro urbano, al lugar donde la ciudad recupera su nombre.

Entre-vistas

6-5-91. Hacia las ocho de la mañana me llama Ome Toxt­li para confirmar la entrevista. Llega puntual, como siempre, hacia mediodía. Hoy es la primera sesión, pues finalmente ha aceptado el pacto autobiográfico que le propuse. Incluso, parece ilusionado con reconstruir su historia. Hasta el momento le han hecho muchas entrevistas (según me dijo Emmanuelle, la antropóloga, incluso sale en una guía turística francesa sobre México), pero nadie había recogido su historia de vida. Ome Toxt­li es un muchacho de 24 años, bastante enclenque, pero de buena salud, y con una enorme lucidez. Va vestido con unos pantalones entubados, unas botas de piel raídas, una chamarra apedazada y una vieja camisa color crema. Todo su cuerpo está lleno de adornos y amuletos: las manos adornadas con un montón de anillos metálicos y un par de bandas de cuero que a manera de anillo le cubren la mitad de los dedos; dos brazaletes finos de plástico; un broche hecho de hojas de afeitar y dos grandes imperdibles; un imperdible más pequeño en la bragueta; las uñas largas y afiladas, con una medio pintada; el pelo lacio, cortado en punta en la parte de la coronilla y peinado con fijapelo en las sienes hacia atrás. A pesar de todo, declara que su manera de vestir se ha moderado: «Antes sí iba de bandolero, ahora voy muy pacífico». Empezamos la entrevista, que se alarga hasta las nueve de la noche, con un intervalo para comer. En total más de cinco horas de grabación. Mi intervención es mínima: me limito a solicitar que hable despacio, a aclarar algún término, a pedir ampliación sobre algún asunto, etc. Pero es él mismo quien de manera ordenada y pausada va desbrozando los caminos de su trayectoria vital. Además, no se limita a hablarme de su pertenencia al movimiento punk o a la banda, como me pasa con otras entrevistas si no hago preguntas concretas sobre otros aspectos. El relato empieza con una alusión al primer grupo de rock que le impactó cuando tenía ocho años (Secos y Mojados), pero continúa con una larga digresión sobre la historia de su familia, pequeña metáfora de la historia contemporánea de México: un abuelo zapatista, la abuela soldadera, otros abuelos propietarios de un rancho en Hidalgo, luchando frente a villistas y cristeros; los padres residentes de una vecindad popular del DF, «rebeldes sin causa», llegados a Neza en 1968, huyendo de la masacre estudiantil. Las referencias históricas, así como las musicales, son constantes, muestra de la erudición de mi informante. La historia de Neza, los recuerdos de la infancia, la escuela primaria y secundaria, la entrada en el CCH Oriente, los inicios del movimiento punk, la detención, la tortura y la cárcel, la participación en movimientos estudiantiles, son los ejes de esta primera sesión. El clímax llega cuando relata los momentos de gran solidaridad en el seno de la banda, como el recibimiento que le dan a su salida de la cárcel, o el discurso de un compadre tras pelearse con otro componente de la banda: «¡Aquí todos somos una familia!», y también en los momentos trágicos (la tortura, la muerte de un compadre a balazos). En la cena continúa la sociabilidad, ya de manera más informal.

10-5-91. Segunda sesión biográfica con Ome Toxt­li. Tan maratoniana como la primera: estamos platicando desde la una hasta pasadas las nueve de la noche. Hoy Ome Toxt­li llega un poco tarde y somnoliento: «Ayer estuvimos en un reventón de un compadre en Naucalpan, y me fui a dormir hacia las cinco. Pero cuando hay que cumplir se cumple». La formalidad de los punks mexicanos no deja de sorprenderme, sobre todo comparándola con la de algunos punks de mi ciudad. Lleva consigo unos pequeños carteles anunciando diversas tocadas, a las cuales me invita. Este domingo es el cumpleaños de una chava de Neza y habrá un reventón. Sentimos no poder ir. El próximo fin de semana habrá una tocada en el balneario olímpico (en Pantitlán) con alguno de los mejores grupos punks mexicanos. El Colectivo Caótico, el grupo del cual forma parte, tiene prevista alguna actuación. Me recuerda que los martes ensayan y que tengo que asistir a alguno. Constantemente hay actos que agrupan a la banda y articulan su tiempo. Incluso él mismo se convirtió en empresario para organizar una tocada en diciembre pasado, que desgraciadamente fue un fracaso. Tras una breve descripción de lo que hizo ayer, la sesión se centra en su trayectoria laboral, de inicio temprano, como la mayor parte de niños mexicanos. Me doy cuenta que la gestualidad cuenta mucho: a menudo las tareas son descritas más que con palabras con movimientos corporales (por ejemplo, cuando explica su trabajo en la vulcanizadora, o en la construcción). A media tarde le pregunto si no está cansado: «Me sabe mal explotarte tanto, sobre todo hoy que has dormido poco» «No te preocupes, no es un trabajo sino un placer, y estamos acostumbrados a dormir siempre poco». Entramos a continuación en la historia de su pertenencia a bandas, los orígenes de los Mierdas, y su relación con otras bandas. La historia del rock se entremezcla en todo el recorrido. Ya son las nueve y llega José Luis, compañero de mi mujer Montserrat en la coordinación de Servicios Comunitarios del INAH y viejo «rocanrolero». Vamos a cenar los cuatro juntos.

27-5-91. Tercera sesión de entrevista con Ome Toxt­li. Llega a las once y media y permanece en casa hasta las cinco de la tarde. Platicamos durante tres horas y media. La sesión empieza con un repaso sistemático de sus actividades a lo largo de las últimas dos semanas, que sirven para delinear los ritmos cotidianos en la vida de un chavo, y para rescatar la crónica de una paliza policiaca, los avatares de una tocada, y la aventura cotidiana de buscarse la vida. Hacia las cuatro nos ponemos a comer (hoy ya tenemos tortillas). Durante la comida escuchamos unos corridos y músicas populares que Montserrat ha comprado en el INAH. Cuando marcha le acompaño hasta la glorieta Insurgentes, donde hoy empieza una semana «subterránea» organizada por el colectivo punk. Encontramos a diversos compadres de Ome Toxt­li esperando y nos sentamos a platicar hasta que nos cansamos de esperar.

Colectivo Caótico

28-5-91. Ome Toxt­li me ha invitado a asistir a un ensayo del Colectivo Caótico. A las once me recoge en una de las salidas del metro Pantitlán. Primero acudimos a la imprenta del Amaya, el líder del «Síndrome del Punk», uno de los históricos del punk mexicano: «Al tener una imprenta puede sacar los volantes de las tocadas sin costo». Ome Toxt­li quiere confirmar una tocada prevista este domingo en las factorías de la Pepsi. El Amaya, un cuarentón rudo y simpático, le dice que finalmente no han dado el permiso y se ha tenido que suspender: «A veces el municipio da el permiso, pero la policía lo niega. Nunca puedes estar tranquilo». Como contrapartida, proponen organizar otra tocada a finales de junio en Neza. Entre los dos escogen cuatro grupos punks y cuatro más de rock y metal, para montar el cartel. Ome Toxt­li se encarga de buscar el local. Antes de marchar el Amaya nos regala el primer número del fanzine «Demencia», elaborado por él, hecho a raíz de la visita del grupo punk vasco Eskorbuto. Tomamos una de las múltiples peseras que pasan, que nos conducirá a la casa del Vibra, donde ensaya el Colectivo Caótico. Las calles son un caos vial de peseras, microbuses y chimecos. Los blancos del DF y los azules del Estado de México rivalizan por captar pasajeros. Ome Toxt­li me comenta el problema con el que se van a enfrentar los bandoleros: «En los chimecos no estamos acostumbrados a pagar; ahora cuando se impongan las peseras y microbuses, van a relegar los camiones a los límites de Neza, y la chaviza se va a rebelar porque no querrán pagar». El boleto se multiplica por cuatro (según la distancia), lo que provoca que haya obreros que gasten la quinta parte de su sueldo en transporte (microbús, metro y pesera para llegar a la fábrica en el norte del DF). Llegamos a casa del Vibra a mediodía, y no contesta nadie. Ome Toxt­li se da cuenta que sus compas se han escondido tras una camioneta cercana y va a su encuentro. Ya me había avisado que es habitual hacer «carrilla» (broma) a cada recién llegado. El Vibra y el Espía se carcajean y nos saludan. Al poco llega el Bravo, un joven muy tímido que es el nuevo guitarrista del grupo. Trabajaba de vendedor en el metro, pero lo ha dejado porque el salario es de miseria. Tras beber una cocacola, entramos en la casa, amplia y siempre en obras, como la mayoría de las de Neza. El local de ensayo está situado al fondo. Se trata de un minúsculo cuchitril que empezó a utilizar el hermano mayor del Vibra hace más de una década como local de ensayo y reventones. En la tarima está dispuesta la batería, con la guitarra y el bajo apilados al lado. En el suelo la caja de mezclas, el micrófono y los amplificadores. La decoración sintoniza con la función: la pared del fondo está pintada con el lema de la primera banda de la que formaron parte: «La pandilla de Cadeneros rock». En la pared lateral hay un collage de aspecto bien punk: desechos industriales, restos de carros, recortes de periódicos, fotografías de estrellas del rock, basura. Como soy el nuevo, la sesión empieza con un interrogatorio sobre mi identidad e intenciones, que de inmediato se traslada a preguntas sobre Cataluña, el rock español, la ETA, mi valoración de la juventud mexicana, etc. Me da la impresión de pasar bien el examen, pues el Vibra me toma confianza. Ome Toxt­li les comunica la suspensión de la tocada del domingo, y empiezan a discutir sobre los planes futuros: tocadas, necesidad de mejorar el equipo, nuevas rolas. Quieren grabar su segunda cinta, y ya casi tienen todos los temas. También discuten sobre el riesgo que supone hacer una compra que no puedan amortizar: «Hay que aventurarse», sentencia Ome Toxt­li.

Después de una buena hora de cotorrear, se deciden a empezar el ensayo. Yo me quedo sentado en la puerta, y cada uno de los cuatro componentes de la banda se sitúa en su lugar: Ome Toxt­li a la batería, el Vibra de solista, el Espía al bajo, y el Bravo a la guitarra. Empiezan a cantar las rolas clásicas y después van introduciendo las nuevas, que tienen menos ensayadas. Media hora en total de sonido ininterrumpido, que en este pequeño local resuena como un tambor. Al fondo, Ome Toxt­li se transforma ante la batería, su frágil cuerpo parece dotarse de una energía inusitada, y descarga en los tambores y los platillos toda su voluntad. Va con una camisa rota que se quita al poco: todo su cuerpo se llena de sudor. El Vibra sustituye al Bravo, pues todavía no conoce los acordes de las nuevas rolas en la guitarra. Las letras son realmente buenas, más que la música que se pierde un poco por las imperfecciones del instrumental. Tras el ejercicio, un descanso. El Vibra va por una agüita de limón, para reponer el sudor. Su mamá ha llegado, pero se mantiene discretamente a distancia. Nos volvemos a sentar en torno a la estancia y se renueva la plática y el cotorreo: sexo, drogas y rock and roll. Al poco llega un chavo que Ome Toxt­li había invitado: es un artesano de aspecto cuidado que forma parte del colectivo Punk del Chopo, donde vende botas y ropa. Ome Toxt­li le había propuesto entrar en el grupo, pero se le avanzó el Bravo, que de nuevo es objeto del albur y la carrilla (rito de iniciación informal al grupo). El tiempo pasa hablando de anécdotas y proyectos, y parece que no tienen intención de volver a las tablas. Hasta que se sumergen de nuevo en el sonido, ahora ante tres espectadores (a modo de concierto privado). Empiezan a tocar las nuevas rolas, y tienen que repetirlas una y otra vez, porque todavía las tienen poco ensayadas. El estilo musical no sufre fisuras, aunque adapta elementos rockabillies y hardcorianos más marcados. Nos habían anunciado un ensayo breve, pero la sesión —a la cual asistimos silenciosos— se prolonga más de una hora. Cuando se deciden a acabar, sudorosos y roncos, ya son casi las seis de la tarde. Las seis horas pasadas en este cuchitril se han esfumado sin apenas darnos cuenta, y sin comer siquiera. Con el chavo del Chopo salimos de la casa y tomamos un microbús en la cuarta avenida.

En el trayecto de retorno me expone su planteamiento sobre el movimiento punk en México: «No hay esfuerzos por superar la marginalidad. Los conjuntos no evolucionan musicalmente y no se esfuerzan en perfeccionarse técnicamente. Por ejemplo: no intentan grabar sus rolas en estudio, a pesar de que es muy barato. En el Chopo alguno empieza a vender, pero no persisten, lo dejan en seguida, a pesar de que tienen facilidades. A mí me acusan de burgués capitalista por ganarme la vida vendiendo los productos que hago (compro zapatos y prendas viejas y las remozo), pero ganarse la vida de manera independiente exige disciplina y trabajo. Los estudios que se han hecho sobre la banda caen o bien en presentarlos como drogadictos vándalos, o bien los idealizan, pero no captan el movimiento real. Los esfuerzos de autoorganización se han ido a pique». Me habla también de su novia, una secretaria que se perdió un día en el Chopo y de ahí se enamoraron. Nos separamos en el metro Balderas, y yo bajo en Insurgentes, donde durante toda la semana se celebran actos en el local de la Juventud, antigua sede del CREA (institución del gobierno para la juventud), organizados por el colectivo punk. Cuando llego se acaba la performance que estaban haciendo. Encuentro a Pablo el Podrido, amigo de Ome Toxt­li, la gente de TvNeza, Maritza, Juantxo (un vasco que tiene un puesto en el Chopo), y varios chavos que he conocido estos días. Me agrada sentirme arropado: parece que ya he conseguido integrarme a la chaviza de la onda. El clima no es, sin embargo, optimista: desde la primera semana punk que se organizó en el mismo local en 1985, poco antes del sismo, y que tuvo continuidad en otros encuentros en Toluca y Monterrey, las energías creativas parecen haberse diluido: «La gente ya no hace nada y acuden sólo como espectadores», me comenta uno de los chavos que hacen «La Peornada», el fanzine del colectivo punk del Chopo.

Entre-vistas II

31-5-91. Cuarta sesión de entrevista con Ome Toxt­li. Es viernes por la mañana y hoy tenemos la intención de completar su biografía, de la que ya tenemos grabadas trece cintas. La primera hora y media la ocupamos, sin embargo, en escuchar la cinta que me ha grabado juntando rolas de su colección. Se trata de un original «collage» de la historia del rock mexicano, con grabaciones raras y difíciles de encontrar, que abarca desde las primeras canciones de rock en español a principios de los sesenta, a la onda del festival de Avándaro (el Woodstock mexicano), el rock progresivo, el rock pesado, las influencias prehispánicas, el blues, el tecno-rock y el punk, de Santana a Arturo Valdez, el Náhuatl y la Bostik. Es una auténtica clase de música, en la que mi amigo va explicándome con detalle la historia y características de cada grupo o cantante, y las diferencias entre uno y otro estilo (por ejemplo, las diferencias entre el rock progresivo y el hard rock). Tras la ilustrativa sesión, retomamos la entrevista, que se extiende de la una a las ocho, con un intervalo para comer. Seis horas en total, con lo cual las cintas grabadas son ya 19. La experiencia carcelaria (en la que se detiene con detalle), el sismo, los inicios del BUN (Bandas Unidas de Neza), los esfuerzos creativos, la historia de los conjuntos musicales, los conciertos de la Polla Records, las generaciones y sectores de los Mierdas, el papel de las chavas en la banda, son los temas centrales del discurso. En general, la biografía ya está bastante completa, y sólo restaría perfilar y aclarar algunos aspectos cuando haya transcrito las grabaciones.

Cuando acabamos la sesión, y ya fuera de grabación, Ome Toxt­li se pone solemne y me hace un repaso franco y pausado de nuestra relación: «Cuando los vi en el Chopo los miré de reojo, no les quise hacer demasiado caso, pues hemos aprendido a desconfiar de la gente que viene en este plan, que son un tanto aprovechados. Después pensé que quizá valía la pena darles confianza. Además, me los presentó Maritza, y claro, es una chava muy buena onda. Les hablé y empezamos a relacionarnos, y me han caído bien: son bien sencillos, tanto tu como Montse. Al principio quedamos en que tu aportación sería la música y la información de lo que pasa en Cataluña. Sólo que ahora hay un rol». Durante media hora Ome Toxt­li me expone el problema de una deuda contraída a raíz de una tocada fallida, por la cual unos matones están persiguiendo a su amigo. Ya me había hablado de esta tocada en la historia, y sé que me está contando la verdad. Acaba ofreciéndome devolver todo lo que le he ido regalando estos días (libros, revistas, periódicos), renunciando a la coautoría del libro que ha de salir del trabajo mutuo, y preguntándome si le puedo ayudar en algo: «Si no se puede, todo lo que hemos hecho queda, no me vuelvo atrás de ninguna manera». Tras su exposición respira profundamente, como si se hubiera quitado de encima un gran peso. Por supuesto, le digo que su planteamiento me ha parecido sincero y que considero justo ayudarle. Si el trato económico lo hubiera planteado al principio, sin duda me hubiera negado (siempre he sido reticente a pagar a los informantes, práctica implantada por los antropólogos norteamericanos). Pero el problema se ha planteado como un «paro» (ayuda) entre amigos, tras compartir muchos momentos durante estos últimos dos meses, grabar casi veinte horas de entrevista, y compartir cotidianamente la solidaridad y hospitalidad gratuita de los chavos. Y ningún amigo puede negarle la ayuda a otro cuando está en condiciones de prestarla. A pesar de todo, continúo sintiéndome en deuda con él.

6-6-91. Quinta sesión de entrevista con Ome Toxt­li. Viene satisfecho tras saldar la deuda más urgente, y trae consigo un nuevo casette con música del grupo Aquelarre de Tampico, con relleno de otros grupos punks. Por mi parte, le paso las cintas de rock catalán (Sau, Sopa de Cabra...) que me han traído Albert y Roser, unos amigos catalanes que pasarán unos días con nosotros. Le parecen un poco «popies», pero me agradece el regalo. Viste pantalones de mezclilla rotos, una camisa azul marino desabrochada, que deja entrever una llamativa corbata roja. Pasamos la mañana escuchando rolas y aprendiendo historia del rock mexicano (Ome Toxt­li es un buen maestro). Tras comer unas tortas, nos ponemos frente a la grabadora. Hoy la sesión se centra en repasar algunas lagunas en su itinerario biográfico: la historia del movimiento punk en Neza y en México; las relaciones de los Mierdas con las bandas de otras zonas del Estado de México, y con las del DF (en particular con los PND, sus cómplices-rivales históricos). Todavía estamos en ello cuando regresan nuestros amigos del Museo de Antropología. Dejamos la sesión y nos ponemos a hablar de música, de la tortura y la violencia policial, del PRI. Resulta muy ilustrativo para los turistas empezar así el viaje.

Neza York

9-6-91. Domingo por la tarde, acudimos a Neza a una tocada organizada por Ome Toxt­li en la Casa de Cultura. Antes pasamos por casa de Margarita, cuya familia nos recibe efusivamente, sobre todo la mamá. Roser nos comenta su sorpresa ante lo espacioso y bien cuidado de la casa de Margarita («Esperaba ver más lumpen»). Nuestra amiga, a la que habíamos encontrado sin arreglar, se pinta y viste en pocos minutos, dispuesta a acompañarnos a la tocada («¡Ya se va con los pinches punks!», comenta su hermano). La Casa de Cultura es un mausoleo construido por el gobierno municipal que parece poco activo. Ome Toxt­li está en la puerta con los boletos y nos deja pasar sin pagar («os haremos un paro»). Hay muy poca gente: ha llovido a raudales y toda Neza parece una ciudad de canales; tampoco la propaganda fue demasiado exitosa. Saludamos al Pelón, al Vibra y al Roto. Todos están muy contentos de vernos. Nos sentamos con Margarita en las primeras filas. Empiezan a actuar una serie de principiantes: Afasia (donde el Pelón toca la batería), los Rotos, Escándalo Antisocial, y Degeneración... Música enérgica, pero instrumental y calidad deficiente (las rolas apenas se entienden). Debemos marchar a media tocada, sin haber podido escuchar al Colectivo Caótico, porque a las 20 horas sale el tren para Guadalajara, a donde vamos invitados a un curso en la universidad y nos encontraremos con nuestra amiga Anastasia y nuestra colega Rossana Reguillo, que está estudiando los chavos banda tapatíos. A la salida Ome Toxt­li está intentando impedir la entrada a unos punks bien fachosos que quieren entrar sin pagar. Cuando nos despedimos de él se burlan de su trato con «güeritos».

Santa Fe

3-8-91. Hacia las once de la mañana me encamino al tianguis, donde he quedado con Ome Toxt­li. Por la tarde hay una tocada en Santa Fe, en solidaridad con un chavo banda que está en la cárcel (los fondos que se recauden serán para pagar los costos legales del proceso). Cuando llego al Chopo todavía no hay demasiada gente, se puede caminar sin dificultad. Saludo al chavo artesano de los punks, que ha pasado una semana en Huautla (mítico pueblo de María Sabina, la sabia de los hongos alucinógenos). También saludo a Juantxo, el vasco que tiene un puesto de serigrafía y objetos varios en el Chopo. Hoy vende los videos de la Polla Records, cuando estuvieron en México (en uno de ellos aparece el Colectivo Caótico). En diez minutos una docena de chavos pregunta el precio del video y la mitad de ellos lo compra. Hablamos de su programa de radio y de la posibilidad que venga Kortatu próximamente. Ome Toxt­li todavía no ha llegado y me encamino al final del tianguis, sentándome en una barda a leer el periódico «Generación», y a observar el espectáculo: lo más curioso de la mañana es la imagen de una «maría» (mujer indígena) con su niño a cuestas, que vende cacahuates y otras chucherías. Más tarde vendrá otra abuelita indígena a vender mosquito (un licor típico del campo). En medio de los chavos banda no desentonan lo más mínimo, a pesar del contraste en la indumentaria. Tras cotorrear con el chavo que se sentó a mi lado (le presto el periódico) y tras hacer unas fotografías, me levanto para dar otra vuelta al tianguis. En esta ocasión me llevo una sorpresa al encontrar a Emmanuelle (la antropóloga francesa que estudia el Chopo) y su compañero el Ardillo (miembro de los PND). Ella regresó de Francia hace un mes y nos alegramos mutuamente de encontrarnos. Están haciendo fotos del tianguis y de tatuajes. Me presentan a chavos que están tatuados. Les invito a ir a la tocada, y aceptan. Juntos acudimos otra vez al final del tianguis para ver si Ome Toxt­li