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De entre todos los pensadores liberales, el diputado, periodista y economista francés Frédéric Bastiat (1801-1850) es uno de los más antiguos y sin duda uno de los más brillantes. Bastiat escribió "La Ley" como contrapunto a los excesos socialistas en los que Francia estaba cayendo en esa época. Al igual que mucha gente en pleno siglo XXI, los franceses de su época aún creían que el gobierno debía ser responsable de todo lo relacionado con sus ciudadanos, incluso la restricción a la libertad basada en la fuerza de la ley. Los argumentos de Bastiat contra esta ingenua idea son tan relevantes hoy como lo fueron para Francia en su tiempo. El libro electrónico "La Ley" es un grito de libertad que todo demócrata debería leer.
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Seitenzahl: 84
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Frédéric Bastiat
LA LEY
Título original:
“La Loi”
Primera edición
De todos los pensadores liberales, el diputado, periodista y economista francés Frédéric Bastiat (1801-1850) es uno de los más antiguos y, aunque aún no es tan conocido, sin duda es uno de los más brillantes. Además de su enorme lucidez y clara visión de la economía real, Bastiat poseía una cualidad que no se encuentra fácilmente entre los economistas: la capacidad de transmitir en sus textos grandes ideas de manera simple y didáctica, comprensible no solo para los estudiosos de la economía, sino también para el ciudadano común interesado en el tema. Bastiat contaba en su arsenal con un pensamiento lógico y un sentido del humor sutil que se convirtieron en un azote para los defensores de la supremacía del Estado sobre el individuo, en su época y hasta el día de hoy.
Bastiat escribió "La Ley" como contrapunto a los excesos socialistas en los que Francia estaba cayendo en ese momento. Como mucha gente aquí en Brasil, en pleno siglo XXI, los franceses de su época aún creían que el gobierno debe ser responsable de todo lo que concierne a sus ciudadanos, incluso la restricción a la libertad basada en la fuerza de la ley. Los argumentos de Bastiat contra esa ingenua idea son tan relevantes para Brasil hoy como lo fueron para Francia en su tiempo.
Excelente lectura."
LeBooks Editora
"El derecho colectivo tiene, por lo tanto, su principio, su razón de ser, su legitimidad, en el derecho individual. Y la fuerza común, racionalmente, no puede tener otra finalidad, otra misión que no sea la de proteger las fuerzas aisladas que representa, es decir, al individuo."
Frédéric Bastiat
Sobre el autor
Sobre su obra
CAPÍTULO I
CAPÍTULO II
CAPÍTULO III
CAPÍTULO IV
CAPÍTULO V
CAPÍTULO VI
CAPÍTULO VII
CAPÍTULO VIII
CAPÍTULO IX
CAPÍTULO X
CAPÍTULO XI
CAPÍTULO XII
CAPÍTULO XIII
CAPÍTULO XIV
CAPÍTULO XV
CAPÍTULO XVI
CAPÍTULO XVII
Frederic Bastiat
1801 - 1850
Frédéric Bastiat vivió en Francia durante la primera mitad del Siglo XIX. Fue aquella una época convulsionada y divisiva, en la que a la juventud se le exigía involucrarse en las luchas ideológicas y en las revoluciones que culminaron con la destrucción del antiguo régimen en Europa. Pero, la alternativa a los Estados Nacionales Monárquicos, a los Emperadores autócratas, o a las tiranías militares, no estaba clara y el debate habría de durar hasta bien entrado el Siglo XX.
Las opciones del intervencionismo del Estado en la economía mediante los privilegios fiscales – el proteccionismo -, el radical movimiento comunista y el indefinido socialismo, eran las corrientes más populares. Ante estas corrientes destructoras del progreso de los pueblos, Bastiat enarboló la bandera de la libertad, caída tras la degeneración de principios y las luchas sanguinarias en que culminó Revolución Francesa.
De sus numerosos ensayos, todos ellos escritos con ejemplos claros y argumentos demoledores de sus opositores, "LA LEY" (1848), es el más conocido. La ley es la justicia; es la prevalencia del derecho sobre el poder; es, en síntesis, la libertad definida. Pero, también puede la ley pervertirse y pasar a ser un instrumento de robo legalizado. A ello el autor le llama "expoliación". Bastiat, en pocas palabras, definió las circunstancias que nos conducen o nos alejan a lo que hoy se conoce como EL ESTADO DE DERECHO.
Para los países como el nuestro, en que el proteccionismo arancelario, los privilegios fiscales y los derechos sociales son "la ley", y en donde la corrupción y la "crisis de gobernabilidad" son los temas de la retórica política, el mensaje de Bastiat es muy iluminador. Ya hemos creado la forma de ser y de organización de la vida pública que él aborreció: "El Estado es la ficción mediante la cual todos tratamos de vivir a expensas de los demás". Escuchemos sus advertencias.
La ley, título original en francés La loi, fue escrito por Bastiat. en Mugron dos años después de la tercera Revolución francesa de 1848 y unos meses antes de morir de tuberculosis a los 49 años. El ensayo fue influenciado por el Segundo tratado sobre el gobierno civil de John Locke, a su vez influyó Economía en una lección de Henry Hazlitt. Se trata de la obra por la que Bastiat es más conocido, junto con la Petición de los fabricantes de velas y la Parábola del cristal roto.
En La ley, Bastiat afirma que "cada uno de nosotros tiene un derecho natural - de Dios - para defender su persona, su libertad y su propiedad". El Estado es una "sustitución de una fuerza común para las fuerzas individuales" para defender este derecho. La ley se pervierte cuando se castiga el derecho a la legítima defensa de uno en favor del derecho adquirido para saquear de otro.
Bastiat define dos formas de saqueo: "la codicia estúpida y la falsa filantropía". La avaricia estúpida son "los aranceles proteccionistas, subsidios, beneficios garantizados" y la falsa filantropía son "garantías de empleo, planes de socorro y asistencia social, educación pública, la tributación progresiva, de crédito gratis, y las obras públicas". El monopolismo y el socialismo son saqueo legalizado que Bastiat enfatiza que son legales pero no legítimos.
La justicia tiene límites precisos, pero la filantropía es ilimitada y el gobierno puede crecer indefinidamente cuando esta última se convierte en su función. El estatismo está "basado a esta hipótesis triple: la inercia total de la humanidad, la omnipotencia de la ley, y la infalibilidad del legislador". La relación entre el público y el legislador se convierte en "como el barro al alfarero". Bastiat dice: "No discuto su derecho a inventar combinaciones sociales, para anunciar, para defender, y para tratar sobre sí mismos, por su propia cuenta y riesgo. Pero niego su derecho a imponer estos planes sobre nosotros por la ley -la fuerza- y que nos obliguen a pagar por ellos con nuestros impuestos".
- * -
¡Ley pervertida! ¡Ley — y con ella, todas las fuerzas colectivas de la Nación — desviada de su objetivo legítimo y dirigida a un objetivo totalmente contrario! ¡Ley convertida en instrumento de todas las codicias, en lugar de frenar las codicias! ¡Ley hacedora de iniquidad, cuando su misión era castigar la iniquidad! Ciertamente se trata de una situación grave y de su existencia se me debe permitir alertar a mis conciudadanos.
Recibimos de Dios el don que contiene todos los dones: la vida, física, intelectual y moral. Pero la vida no se sostiene a sí misma. Quien nos la dio dejó en nosotros la tarea de mantenerla, desarrollarla y perfeccionarla. Para ello, Dios nos enriqueció con un conjunto de facultades maravillosas y nos sumergió en un ambiente de elementos diversos. Mediante la aplicación de nuestras facultades a esos elementos se realiza el fenómeno de apropiación o asimilación, y por medio de ese fenómeno la vida recorre el círculo que le ha sido asignado. Existencia, facultades, asimilación; en otras palabras, persona, libertad, propiedad. He allí al hombre.
Fuera de toda sutileza demagógica, estos tres conceptos son anteriores y superiores a toda legislación humana. La existencia de la persona, de la libertad y de la propiedad no se deriva de las leyes promulgadas por los hombres. Por el contrario, debido a la preexistencia de la persona, la libertad y la propiedad, los hombres promulgan leyes.
¿Qué es, entonces, la ley? He contestado a esta interrogante en otra parte. La ley es la organización colectiva del derecho individual de legítima defensa. La naturaleza —Dios — confiere a cada uno de nosotros el derecho de defender su persona, su libertad y su propiedad, puesto que son estos los tres elementos constitutivos o conservadores de la vida, elementos que se completan entre sí, de tal forma que la comprensión de cada uno requiere la conciencia de los otros dos. En efecto, nuestras facultades son una prolongación de nuestra persona, y nuestra propiedad es una prolongación de nuestras facultades.
Si cada hombre goza del derecho de defender, incluso por la fuerza si es preciso, su persona, su libertad y su propiedad, varios hombres gozan del derecho de concertarse, de entenderse, de organizar una fuerza común para proveer esa defensa con regularidad. Luego, el derecho colectivo deriva su principio, su razón de ser, su legitimidad del derecho individual. Y la fuerza común no puede, racionalmente, poseer otra finalidad, otra misión que las fuerzas aisladas que reemplaza.
Así como no puede ser legítimo que un individuo utilice su propia fuerza para atentar contra la persona, la libertad y la propiedad de otro, tampoco, por la misma razón, puede ser legítimo que la sociedad utilice la fuerza común para agredir la persona, la libertad y la propiedad de los individuos o los grupos. Tanto en el caso individual como en el caso colectivo, esta perversión de la fuerza sería una contradicción de nuestras premisas.
¿Quién se atrevería a afirmar que el don de la fuerza nos fue dado, no para defender nuestros derechos, sino para aniquilar los derechos iguales de nuestros hermanos? Y si ello no puede ser cierto cuando se trata de la fuerza individual, que actúa aisladamente, ¿cómo puede ser cierto cuando se trata de la fuerza colectiva, que no es más que la asociación organizada de las fuerzas individuales?
Por lo tanto, esto es evidente: la ley es la organización del derecho natural de legítima defensa. Es el reemplazo de las fuerzas individuales por la fuerza colectiva, para actuar dentro del círculo que limita el radio de acción de aquellas, para alcanzar los objetivos que aquellas tienen el derecho de perseguir, para garantizar las personas, las libertades, las propiedades, para mantener a cada uno dentro de su derecho, para que reine entre todos la justicia. Y si la constitución de un pueblo se inspirara en este principio, me parece que habría orden en los hechos y en las ideas. Me parece que ese pueblo tendría el Gobierno más simple, más económico, más liviano, menos perceptible, más justo y, en consecuencia, tendría el Gobierno más sólido que pueda uno imaginar, sea cual sea su forma política.