La Liga de los Pelirrojos - Arthur Conan Doyle - E-Book

La Liga de los Pelirrojos E-Book

Arthur Conan Doyle

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Beschreibung

En "La liga de los pelirrojos" de Arthur Conan Doyle, Sherlock Holmes investiga una peculiar oferta de trabajo hecha exclusivamente a hombres pelirrojos. Cuando el trabajo desaparece de repente, Holmes y el Dr. Watson descubren una trama más profunda relacionada con un plan criminal. Utilizando sus agudas habilidades deductivas, Holmes desentraña el misterio, que conduce a una sorprendente e inteligente resolución.

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Seitenzahl: 41

Veröffentlichungsjahr: 2024

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La Liga de los Pelirrojos

Arthur Conan Doyle

SINOPSIS

En “La liga de los pelirrojos” de Arthur Conan Doyle, Sherlock Holmes investiga una peculiar oferta de trabajo hecha exclusivamente a hombres pelirrojos. Cuando el trabajo desaparece de repente, Holmes y el Dr. Watson descubren una trama más profunda relacionada con un plan criminal. Utilizando sus agudas habilidades deductivas, Holmes desentraña el misterio, que conduce a una sorprendente e inteligente resolución.

Palabras clave

Misterio, Engaño, Deducción.

AVISO

Este texto es una obra de dominio público y refleja las normas, valores y perspectivas de su época. Algunos lectores pueden encontrar partes de este contenido ofensivas o perturbadoras, dada la evolución de las normas sociales y de nuestra comprensión colectiva de las cuestiones de igualdad, derechos humanos y respeto mutuo. Pedimos a los lectores que se acerquen a este material comprendiendo la época histórica en que fue escrito, reconociendo que puede contener lenguaje, ideas o descripciones incompatibles con las normas éticas y morales actuales.

Los nombres de lenguas extranjeras se conservarán en su forma original, sin traducción.

 

La Liga de los Pelirrojos

 

Un día del otoño del año pasado visité a mi amigo, el señor Sherlock Holmes, y lo encontré conversando profundamente con un caballero de edad avanzada, muy corpulento, de rostro florido y pelo rojo fuego. Tras disculparme por mi intrusión, me disponía a retirarme cuando Holmes me hizo entrar bruscamente en la habitación y cerró la puerta tras de mí.

—No podría haber llegado en mejor momento, mi querido Watson —dijo cordialmente.

—Temía que estuvieras comprometido.

—Así es. Mucho.

—Entonces puedo esperar en la habitación de al lado.

—En absoluto. Este caballero, el señor Wilson, ha sido mi socio y ayudante en muchos de mis casos más exitosos, y no me cabe duda de que también me será de gran utilidad en el suyo.

El corpulento caballero se levantó a medias de la silla y saludó con un movimiento de cabeza y una rápida mirada interrogativa desde sus pequeños ojos rodeados de grasa.

—Pruebe en el sofá —dijo Holmes, recostándose en su sillón y juntando las puntas de los dedos, como era su costumbre cuando estaba de humor judicial—. Sé, mi querido Watson, que comparte usted mi amor por todo lo que es extraño y está fuera de las convenciones y de la monótona rutina de la vida cotidiana. Ha demostrado su gusto por ello con el entusiasmo que le ha impulsado a relatar y, si me disculpa, a embellecer en cierto modo muchas de mis pequeñas aventuras.

—Sus casos han sido de gran interés para mí —observé.

—Recordará que el otro día comenté, justo antes de entrar en el sencillísimo problema presentado por la señorita Mary Sutherland, que para conseguir efectos extraños y combinaciones extraordinarias debemos acudir a la vida misma, que siempre es mucho más atrevida que cualquier esfuerzo de la imaginación.

—Una proposición que me tomé la libertad de poner en duda.

—Lo hizo, doctor, pero sin embargo, usted debe venir a mi punto de vista, porque de lo contrario voy a seguir apilando hecho sobre hecho en usted hasta que su razón se rompa bajo ellos y me reconozca que tiene razón. Bien, el señor Jabez Wilson ha tenido la amabilidad de venir a verme esta mañana y comenzar un relato que promete ser uno de los más singulares que he escuchado en mucho tiempo. Ya me habrán oído decir que las cosas más extrañas y singulares suelen estar relacionadas no con delitos mayores, sino con delitos menores, y a veces, de hecho, cuando cabe dudar de que se haya cometido algún delito. Por lo que he oído, me es imposible decir si el presente caso es un caso de delito o no, pero el curso de los acontecimientos es sin duda uno de los más singulares que he escuchado nunca. Quizás, señor Wilson, tendría la amabilidad de recomenzar su relato. Se lo pido no sólo porque mi amigo el doctor Watson no ha oído la primera parte, sino también porque la peculiar naturaleza de la historia me hace desear conocer todos los detalles posibles de sus labios. Por regla general, cuando he oído algún leve indicio del curso de los acontecimientos, puedo guiarme por los miles de casos similares que me vienen a la memoria. En el presente caso me veo obligado a admitir que los hechos son, a mi entender, únicos.

El corpulento cliente hinchó el pecho con una apariencia de cierto orgullo y sacó un periódico sucio y arrugado del bolsillo interior de su gabán. Mientras echaba un vistazo a la columna de anuncios, con la cabeza inclinada hacia delante y el periódico aplastado sobre la rodilla, le eché un buen vistazo y me esforcé, al igual que mi compañero, por leer los indicios que pudieran presentar su vestimenta o su aspecto.