La liga de los pelirrojos/The Red-headed league - Arthur Conan Doyle - E-Book

La liga de los pelirrojos/The Red-headed league E-Book

Arthur Conan Doyle

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Beschreibung

En la historia que tiene lugar en 1890, un prestamista londinense llamado Wilson, un hombre con "cabellos muy rojos", visita a Holmes y Watson. Les dice que su joven empleado, Vincent Spaulding, le había enseñado un anuncio que daba trabajo a alguien con pelo rojo en algo llamado "la Liga de los Pelirrojos" y le había dicho que se presentara para hacer una entrevista. A la mañana siguiente, Wilson había esperado en una cola llena de pelirrojos, fue entrevistado y fue el único candidato contratado, porque ninguno de los demás candidatos tenía un pelo tan rojo como el de Wilson. Le pagaban bien, cuatro libras a la semana, solamente por copiar la Enciclopedia Británica en una oficina solitaria, pero una mañana sin previo aviso apareció un cartel en la puerta cerrada de la oficina que rezaba "Ha quedado disuelta la Liga de los Pelirrojos". Entonces Wilson fue al dueño de la casa, quien dijo que nunca había oído hablar de la Liga de los Pelirrojos, ni de Duncan Ross, la persona que representaba allí a la liga y actuaba como jefe de Wilson. Jabez Wilson, a London pawnbroker, comes to consult Sherlock Holmes and Doctor Watson. While studying his client, both Holmes and Watson notice his red hair, which has a distinct flame-like hue. Wilson tells them that some weeks before his young assistant, Vincent Spaulding, urged him to respond to a newspaper want-ad offering work to only red-headed male applicants. The next morning, Wilson had waited in a long line of fellow red-headed men, was interviewed and was the only applicant hired, because none of the other applicants qualified; their red hair was either too dark or too bright, and did not match Wilson's unique flame color.

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Veröffentlichungsjahr: 2014

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Colección Biblioteca Clásicos bilingües

La liga de los pelirrojos/The Red-headed league

 

©Ediciones74,

www.ediciones74.wordpress.com

[email protected]

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Valencia, España

Diseño cubierta y maquetación: Rubén Fresneda

Imprime: CreateSpace Independent Publishing

ISBN: 978-1502425270

 

1ª edición en ediciones74, septiembre de 2014

Título original de la obra: The Adventure of the Red-Headed League

Obra escrita en 1891 por Arthur Conan Doyle

Traducida al castellano en por Vicente García Aranda.

Vicente García Aranda (1825 Alicante-1902 Valencia)

Esta obra ha sido obtenida de www.wikisource.org

Esta obra se encuentra bajo dominio público

 

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de su titular, salvo excepción prevista por la ley.

Arthur Conan Doyle

 

 

 

 

La liga

de los

pelirrojos

The Red-Headed League

Las aventuras de Sherlock Holmes

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

biblioteca arthur conan doyle

 

 

 

 

Arthur Conan Doyle

La liga de los pelirrojos

 

Un día de otoño del año pasado, me acerqué a visitar a mi amigo, el señor Sherlock Holmes, y lo encontré enfrascado en una conversación con un caballero de edad madura, muy corpulento, de rostro encarnado y cabellos rojos como el fuego. Pidiendo disculpas por mi intromisión, me disponía a retirarme cuando Holmes me hizo entrar bruscamente de un tirón y cerró la puerta a mis espaldas.

––No podría haber llegado en mejor momento, querido Watson ––dijo cordialmente.

––Temí que estuviera usted ocupado. ––Lo estoy, y mucho.

––Entonces, puedo esperar en la habitación de al lado.

––Nada de eso. Señor Wilson, este caballero ha sido mi compañero y colaborador en muchos de mis casos más afor-tunados, y no me cabe duda de que también me será de la mayor ayuda en el suyo.

El corpulento caballero se medio levantó de su asiento y emi-tió un gruñido de salutación, acompañado de una rápida mirada interrogadora de sus ojillos rodeados de grasa.

––Siéntese en el canapé ––dijo Holmes, dejándose caer de nuevo en su butaca y juntando las puntas de los dedos, co-mo solía hacer siempre que se sentía reflexivo––. Me consta, querido Watson, que comparte usted mi afición a todo lo que sea raro y se salga de los convencionalismos y la monótona rutina de la vida cotidiana. Ha dado usted muestras de sus gustos con el entusiasmo que le ha impelido a narrar y, si me permite decirlo, embellecer en cierto modo tantas de mis pequeñas aventuras.

––La verdad es que sus casos me han parecido de lo más interesante ––respondí.

––Recordará usted que el otro día, justo antes de que nos metiéramos en el sencillísimo problema planteado por la se-ñorita Mary Sutherland, le comenté que si queremos efectos extraños y combinaciones extraordinarias, debemos buscar-los en la vida misma, que siempre llega mucho más lejos que cualquier esfuerzo de la imaginación.

––Un argumento que yo me tomé la libertad de poner en duda.

––Así fue, doctor, pero aun así tendrá usted que aceptar mi punto de vista, pues de lo contrario empezaré a amontonar sobre usted datos y más datos, hasta que sus argumentos se hundan bajo el peso y se vea obligado a darme la razón. Pues bien, el señor Jabez Wilson, aquí presente, ha tenido la amabilidad de venir a visitarme esta mañana, y ha empezado a contarme una historia que promete ser una de las más curiosas que he escuchado en mucho tiempo. Ya me ha oído usted comentar que las cosas más extrañas e insólitas no suelen presentarse relacionadas con los crímenes importantes, sino con delitos pequeños e incluso con casos en los que podría dudarse de que se haya cometido delito alguno. Por lo que he oído hasta ahora, me resulta imposible saber si en este caso hay delito o no, pero desde luego el desarrollo de los hechos es uno de los más extraños que he oído en la vida. Quizá, señor Wilson, tenga usted la bondad de empezar de nuevo su relato. No se lo pido sólo porque mi amigo el doctor Watson no ha oído el principio, sino también porque el carácter insólito de la historia me tiene ansioso por escuchar de sus labios hasta el último detalle. Como regla general, en cuanto percibo la más ligera indicación del curso de los acontecimientos, suelo ser capaz de guiarme por los miles de casos semejantes que acuden a mi memoria. En el caso presente, me veo en la obligación de reconocer que los hechos son, hasta donde alcanza mi conocimiento, algo nunca visto.

El corpulento cliente hinchó el pecho con algo parecido a un ligero orgullo, y sacó del bolsillo interior de su gabán un periódico sucio y arrugado. Mientras recorría con la vista la columna de anuncios, con la cabeza inclinada hacia adelante, yo le eché un buen vistazo, esforzándome por interpretar, co-mo hacía mi compañero, cualquier indicio que ofrecieran sus ropas o su aspecto.

Sin embargo, mi inspección no me dijo gran cosa. Nuestro visitante tenía todas las trazas del típico comerciante britá-nico: obeso, pomposo y algo torpe. Llevaba pantalones gri-ses a cuadros con enormes rodilleras, una levita negra y no demasiado limpia, desabrochada por delante, y un chaleco gris-amarillento con una gruesa cadena de latón y una pieza de metal con un agujero cuadrado que colgaba a modo de adorno. Junto a él, en una silla, había un raído sombrero de copa y un abrigo marrón descolorido con cuello de terciopelo bastante arrugado. En conjunto, y por mucho que lo mirase, no había nada notable en aquel hombre, con excepción de su cabellera pelirroja y de la expresión de inmenso pesar y disgusto que se leía en sus facciones.

Mis esfuerzos no pasaron desapercibidos para los atentos ojos de Sherlock Holmes, que movió la cabeza, sonriendo, al adivinar mis inquisitivas miradas.

––Aparte de los hechos evidentes de que en alguna época ha realizado trabajos manuales, que toma rapé, que es masón, que ha estado en China y que últimamente ha escrito mu-chísimo, soy incapaz de deducir nada más ––dijo.

El señor Jabez Wilson dio un salto en su silla, manteniendo el dedo índice sobre el periódico, pero con los ojos clavados en mi compañero.

––¡En nombre de todo lo santo! ¿Cómo sabe usted todo eso, señor Holmes? ––preguntó––. ¿Cómo ha sabido, por ejem-plo, que he trabajado con las manos? Es tan cierto como el Evangelio que empecé siendo carpintero de barcos.

––Sus manos, señor mío. Su mano derecha es bastante más grande que la izquierda. Ha trabajado usted con ella y los músculos se han desarrollado más.

––Está bien, pero ¿y lo del rapé y la masonería?

––No pienso ofender su inteligencia explicándole cómo he sabido eso, especialmente teniendo en cuenta que, contravi-niendo las estrictas normas de su orden, lleva usted un alfiler de corbata con un arco y un compás.

––¡Ah, claro! Lo había olvidado. ¿Y lo de escribir?

––¿Qué otra cosa podría significar el que el puño de su manga derecha se vea tan lustroso en una anchura de cinco pulgadas, mientras que el de la izquierda está rozado cerca del codo, por donde se apoya en la mesa?

––Bien. ¿Y lo de China?

––El pez que lleva usted tatuado justo encima de la muñeca derecha sólo se ha podido hacer en China. Tengo realizado un pequeño estudio sobre los tatuajes e incluso he contribuido a la literatura sobre el tema. Ese truco de teñir las escamas con una delicada tonalidad rosa es completamente exclusivo de los chinos. Y si, además, veo una moneda china colgando de la cadena de su reloj, la cuestión resulta todavía más sencilla.

El señor Jabez Wilson se echó a reír sonoramente. ––¡Quién lo iba a decir! ––exclamó––. Al principio me pareció que había hecho usted algo muy inteligente, pero ahora me doy cuenta de que, después de todo, no tiene ningún mérito. ––Empiezo a pensar, Watson ––dijo Holmes––, que cometo un error al dar explicaciones. Omne ignotum pro magnifico, como usted sabe, y mi pobre reputación, en lo poco que vale, se vendrá abajo si sigo siendo tan ingenuo. ¿Encuentra usted el anuncio, señor Wilson?

––Sí, ya lo tengo ––respondió Wilson, con su dedo grueso y colorado plantado a mitad de la columna––. Aquí está. To-do empezó por aquí. Léalo usted mismo, señor.

Tomé el periódico de sus manos y leí lo siguiente:

«A LA LIGA DE LOS PELIRROJOS.––Con cargo al legado del difunto Ezekiah Hopkins, de Lebanon, Pennsylvania, EE.UU., se ha producido otra vacante que da derecho a un miembro de la Liga a percibir un salario de cuatro libras a la semana por servicios puramente nominales. Pueden optar al puesto todos los varones pelirrojos, sanos de cuerpo y de mente, y mayores de veintiún años. Presentarse en persona el lunes a las once a Duncan Ross, en las oficinas de la Liga, 7 Pope’s Court, Fleet Street.»

––¿Qué diablos significa esto? ––exclamé después de haber leído dos veces el extravagante anuncio.

Holmes se rió por lo bajo y se removió en su asiento, como solía hacer cuando estaba de buen humor.

––Se sale un poco del camino trillado, ¿no es verdad? ––di-jo––. Y ahora, señor Wilson, empiece por el principio y cuéntenoslo todo acerca de usted, su familia y el efecto que este anuncio tuvo sobre su vida. Pero primero, doctor, tome nota del periódico y la fecha.

––Es el Morning Chronicle del 27 de abril de 1890. De hace exactamente dos meses.

––Muy bien. Vamos, señor Wilson.