La Luna. Nuestra eterna vecina misteriosa - Carlos G. Tutor - E-Book

La Luna. Nuestra eterna vecina misteriosa E-Book

Carlos G. Tutor

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Desde el principio de los tiempos la Luna ha estado rodeada de misterios. Y es que cuando la miras, sabes que tiene algo mágico. En la actualidad, nuestra extraña vecina continúa ocultando algunos secretos que somos incapaces de descubrir. Desde la desconcertante relación de los masones con nuestro satélite hasta los escurridizos TLP o estructuras misteriosas que aparecen y desaparecen en la superficie lunar. En este libro, el investigador Carlos G. Tutor nos enseña y documenta algunos de estos secretos, enigmas para los que la ciencia no tiene todavía ninguna explicación o a los que evita enfrentarse. En el libro... -El influjo de Selene -Ovnis en la Luna -Fenómenos Transitorios Lunares -¿Y si nunca fuimos? -Masones en la Luna -Anomalías lunares -Algo se mueve en la Luna

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Desde el principio de los tiempos la Luna ha estado rodeada de misterios. Y es que cuando la miras, sabes que tiene algo mágico. En la actualidad, nuestra extraña vecina continúa ocultando algunos secretos que somos incapaces de descubrir. Desde la desconcertante relación de los masones con nuestro satélite hasta los escurridizos TLP o estructuras misteriosas que aparecen y desaparecen en la superficie lunar. En este libro, el investigador Carlos G. Tutor nos enseña y documenta algunos de estos secretos, enigmas para los que la ciencia no tiene todavía ninguna explicación o a los que evita enfrentarse.

La Luna

Nuestra eterna vecina misteriosa

Carlos G. Tutor

www.ushuaiaediciones.es

La Luna, nuestra eterna vecina misteriosa

© 2021, Carlos G. Tutor

© 2021, Ushuaia Ediciones

EDIPRO, S.C.P.

Carretera de Rocafort 113

43427 Conesa

[email protected]

ISBN edición ebook: 978-84-16496-69-3

ISBN edición papel: 978-84-16496-68-6

Edición: noviembre de 2021

Diseño y maquetación: Dondesea, servicios editoriales

Ilustración de cubierta: © Shutterstock / Elena11

Fotografías de interior: Libres de derechos excepto indicaciones, y © ocphoto https://www.shutterstock.com/g/ocphoto

Todos los derechos reservados.

www.ushuaiaediciones.es

Índice

Introducción

Capítulo 1. El influjo de Selene

Capítulo 2. Ovnis en la Luna

Capítulo 3. Fenómenos Transitorios Lunares: un misterio sin resolver

Capítulo 4. ¿Y si nunca fuimos?

Capítulo 5. Masones en la Luna

Capítulo 6. Anomalías lunares

Epílogo. Algo se mueve en la Luna

El autor

Del mismo autor...

A ella, a la Luna.

Introducción

Cuenta una antigua leyenda tehuelche que Kóoch, el ser supremo, creó el Sol para iluminar el día. Durante su paso diario por la Tierra, alumbraba y daba calor, pero con la llegada de la noche aparecía Tons, la oscuridad, y con ella el pánico se adueñaba del planeta. Los malos espíritus merodeaban por los campos y los bosques, y también quedaban en libertad los gigantes Hol-Gok, que salían de las profundidades de las cavernas y de los huecos de las rocas y aterrorizaban a los indios propagando todo tipo de males, enfermedades y desgracias.

Fue entonces cuando Kóoch creó a Keenyenkon, la Luna, para que iluminara la Tierra cuando llegaban las tinieblas y alejara con su clara luz a todos los malos espíritus. Las nubes, que avanzaban incansables por el cielo, pronto se dieron cuenta de su bella presencia, y le contaron al Sol los encantos de esa nueva compañera de viajes que había aparecido, radiante, en mitad del cielo nocturno. El Sol, intrigado, decidió conocerla, y una mañana apareció mucho más pronto de lo habitual en el horizonte. Nada más verla, se quedó prendado de su belleza. La Luna, por su parte, también quedó sorprendida por la presencia de ese rubio Sol que acababa de quebrar la oscuridad, y decidió acompañarle en su viaje diurno hasta que desapareció, al anochecer, tras los Andes.

La Luna ha sido muy importante en todas las culturas antiguas, como por ejemplo en la egipcia.

Desde que el hombre alzó por primera vez la vista al cielo y vio la Luna, quedó sin duda cautivado por un extraño poder que de ella emanaba y que hoy sigue siendo tan cautivador como desconocido. Fueron muchos los pueblos que la adoraron como a un dios y a su alrededor se forjaron centenares de historias, mitos y leyendas como la que acabamos de ver. Los druidas por ejemplo, rendían culto a la Luna y la veneraban como patrona de la prosperidad, símbolo de buena suerte. Los antiguos egipcios pensaban que la Luna menguante era lo poco que los hombres podían ver del dios Osiris después de que sus enemigos le destruyeran. Para los wongibones de Nueva Gales del Sur, esa pequeña porción de Luna era la espalda encorvada de un anciano que, al caer de una roca, se lesionó. Los antiguos semitas pensaban que, ciclo tras ciclo, siete malvados demonios atacaban a nuestro satélite hasta destruirlo. Los indios klamath, de Oregón, cuentan una leyenda que dice que la Luna mengua al romperse en pedazos, y para los dakotas, esto ocurre porque cuando está llena muchos ratones pequeños empiezan a mordisquearla hasta comérsela por entero. Cuando terminan, crece una nueva Luna, condenada a seguir los pasos de su predecesora.

Uno de los aspectos que más intrigó al hombre desde un principio fueron las manchas oscuras que salpican la superficie de nuestro satélite. Para los hotentotes, el culpable de que aparecieran fue un conejo. Cierto día, la Luna le pidió que fuera a la Tierra para decir a las personas que, del mismo modo en que ella lo hacía, ellas también renacerían después de morir, pero el conejo se equivocó y les explicó todo lo contrario: que solo darían «una vuelta en la vida». La Luna, al ser conocedora de lo que había dicho, se enfadó tanto que le arrojó un palo que le partió el labio (por eso este animal tiene el labio superior escindido) y el conejo, enojado por la reacción que había tenido la Luna, le arañó la cara y le dejó todas esas marcas que hoy siguen siendo visibles.

Para los khasias del Himalaya, las eternas manchas son fruto de un castigo. La Luna sería un hombre que se enamora una vez cada mes de su suegra, y su mujer, enfadada, le hecha cada vez que esto ocurre cenizas en la cara en señal de desaprobación. La mitología malaya, en cambio, explica que las manchas son un jorobado que está sentado bajo una higuera.

Como vemos, son muchos los mitos y leyendas que se han tejido en torno la Luna y con ellos se mezclan también las supersticiones. Las mujeres de algunas zonas rurales de Nueva Guinea llevaban a cabo un curioso rito para garantizar la seguridad de sus hombres durante los largos viajes que emprendían. Pocos días antes de que hubiera Luna nueva, le cantaban a esta sus tradicionales melodías, ya que creían que eso ayudaba a devolverle la vida que poco a poco se le iba. Si no lo hacían, la Luna desaparecería, y con ella sus hombres; sin la protección de una Luna que resurgía, ellos también desaparecerían y jamás regresarían de sus viajes.

Hasta bien entrado el siglo XX, algunos armenios temían el poderoso poder de la Luna y realizaban ceremonias al aire libre para impedir que influyera en sus hijos. Los judíos alemanes, por su parte, también creían en su enorme influencia, y solo se casaban durante el plenilunio.

Poco a poco, estas leyendas y viejas creencias van quedando en el olvido, pero ¿qué sabemos de la Luna? Nos separan apenas 384.000 kilómetros de nuestro satélite, una cifra astronómicamente muy pequeña, y sin embargo estamos a años luz de destapar los secretos que encierra.

¿Nos afecta nuestro satélite sin que lo sepamos? ¿Llegó el hombre a la Luna antes de lo que nos han dicho? ¿No ha vuelto a ir desde el último viaje oficial? ¿Había huellas de otras visitas anteriores? ¿Había ya «alguien» allí? ¿Y si nunca fuimos? ¿Nos han dicho toda la verdad sobre nuestro satélite? ¿Es realmente un satélite?

Capítulo 1. El influjo de Selene

En la década de los años 20 del siglo pasado, el economista estadounidense Burton Pugh realizó un estudio que le mostró que durante los plenilunios el dinero se nos va mucho más rápidamente de las manos. Es un dato simpático (o antipático, según se mire), pero refleja que numerosas investigaciones que tienen como objeto de estudio al ser humano conceden a la Luna un papel importante y le prestan mucha atención.

Hace algunos años nos planteábamos si la Luna —esa esfera brillante que siempre estaba ahí, cambiando constantemente su apariencia, naciendo, creciendo, muriendo y renaciendo de nuevo en el cielo, acompañándonos— nos podía llegar a influir de alguna manera. Hoy, nadie duda que la respuesta es afirmativa, y en lugar de plantearnos todavía si hay una correlación entre las fases de la Luna y el comportamiento humano, nos preguntamos por qué existe esa correlación, qué es lo que la causa. O sea, lo que la Luna parece que hace, ¿cómo lo hace?

La Luna y su rostro femenino

Está comprobado que muchas actividades regulares de algunos animales y plantas están regidas de acuerdo al ciclo lunar. Este, de aproximadamente 29 días y medio, también rige en los seres humanos, como por ejemplo la menstruación en la mujer. La Luna siempre ha sido relacionada con lo femenino y con la mujer. Ambas se rigen por un mismo ciclo y nuestro satélite ha sido asociado a menudo a la fertilidad humana. Cada mes crece en el cielo al igual que crece la tripa de la mujer embarazada.

Esta correlación puede verse reflejada en las creencias y tradiciones de muchos pueblos. Griegos y romanos, de hecho, llevaban la cuenta de los embarazos contando lunas y ha habido una creencia generalizada en muchas culturas: la Luna sería la responsable de la menstruación y controlaría el flujo de sangre en las mujeres al igual que controla el flujo de agua en el mar.

El ciclo lunar influye tanto a nuestro planeta como a nosotros mismos.

Algunos pueblos aún han llevado más lejos esta creencia de la influencia de la Luna en la mujer y han considerado nuestro satélite como responsable de los embarazos. En las tradiciones de muchos pueblos primitivos se acepta que la Luna tiene una relación carnal con la mujer y la deja encinta. En Groenlandia, por ejemplo, la creencia popular decía que la Luna visitaba regularmente a las mujeres para fecundarlas y se creía también que la joven que mirase fijamente a la Luna quedaría en estado. Entre los campesinos británicos, la tradición decía que las mujeres que expusieran su cuerpo a la luz de la Luna serían embarazadas por esa, y de sus vientres saldrían hijos que serían como monstruos. Algunos pueblos mongoles, entre otros, creen que el hombre y la Luna trabajan juntos para embarazar a la mujer; así, el hombre rompe primero el himen y dilata el conducto vaginal y la Luna fecunda penetrando con su luz.

Todas estas tradiciones veneran a la Luna como una suerte de deidad masculina con poderes fecundadores, pero a la Luna también se le ha rendido culto como deidad femenina. Es la Gran Madre, cuyo poder protector envuelve y protege, encarnada en diosas como Diana o Artemisa. Esta dualidad masculino-femenino no deja de ser una sorprendente paradoja y se ha mantenido en infinidad de pueblos a lo largo de los siglos.

Bajo su rostro femenino, las mujeres le han pedido protección para dar a luz y le han dado apodos como la humedecedora, pues se creía que era capaz de lubrificar a la mujer para facilitar el parto. Y también se le ha pedido muchas veces su intercesión para incrementar la fertilidad de las mujeres a fin de que estas puedan tener una numerosa descendencia.

Como vemos, y más allá de las tradiciones, la de la Luna no es una influencia superflua. Por ejemplo, la marea terrestre hace que la distancia entre el Empire State y la torre Eiffel varíe hasta 19 metros dependiendo de la fase lunar en que se mida.

La Luna siempre se ha relacionado con la mujer y en algunas tradiciones se ha considerado responsable de los embarazos. (Foto: ©Carlos Mendoza – Licencia Creative Commons CC-BY-SA-2.0)

Un ejemplo típico pero que es bien válido para ver la influencia lunar es el de las mareas —«descubiertas» a principios del siglo XVII por Johann Kepler, a quien Galileo trató de chalado, ya que, según él, cualquier teoría que se basara en la influencia de la Luna olía a superstición o a astrología—. Es uno de los casos más claros y que nos permite ver de forma más evidente la existencia y la importancia de este influjo. La Luna hace que suba o baje el nivel del agua de manera que el planeta tiene dos mareas altas y dos mareas bajas cada día.

Este hecho, de sobra conocido por todo el mundo, tiene más trascendencia de la que en un principio pudiera parecer; si nuestro organismo está formado en gran parte por agua, parece evidente la influencia de la Luna sobre este. No en vano, algunos trastornos emocionales son tratados con fármacos que equilibran los niveles de agua en el organismo.

Cómo nos afecta nuestro satélite

Desde tiempos inmemoriales se ha relacionado la Luna con los comportamientos de nuestro organismo, y muy especialmente se ha vinculado la Luna llena con la furia y la locura. De hecho, esta unión es una de las creencias más antiguas y sólidas del ser humano. En la cultura mediterránea se solía culpar de la locura a los dioses y demonios de la Luna que visitaban la mente de la persona que sufría este tipo de problemas. Los egipcios también relacionaban la locura con nuestro satélite, y decían que para curarla había que cocinar albóndigas con carne de una determinada serpiente y comerlas una noche de plenilunio. Los beduinos, por ejemplo, creen que si el hombre mira fijamente la Luna puede volverse loco. En Alemania, algunas amas de casa de las zonas rurales decían que la Luna hacía que las chicas se volvieran descuidadas y se les cayeran los platos, y un dicho islandés asegura que si una mujer encinta se sienta de cara a la Luna, tendrá un hijo loco.

Más allá de las tradiciones populares, numerosas personas reputadas han hablado sobre la locura y su relación con Selene a lo largo de los siglos. El historiador galés Giraldus dijo que los lunáticos son personas cuya locura se observa una vez al mes, coincidiendo con la Luna llena. Parcelaso llegó a afirmar que la atracción de la Luna tenía la culpa de la insania humana, ya que atraía y se quedaba la lucidez de las personas como el polo norte atraía la aguja de una brújula. Sir Matthew Hale, Justicia Mayor de Inglaterra, aseguró que la locura la causaba la Luna, principalmente cuando estaba llena, durante los equinoccios y el solsticio de verano.

Uno de los influjos más evidentes de nuestro satélite es el que ejerce sobre las mareas.