La seducción de Xander Sterne - Carole Mortimer - E-Book

La seducción de Xander Sterne E-Book

Carole Mortimer

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Beschreibung

Se busca ayuda para dominar a un hombre… Seis semanas atrás, un accidente de coche dejó a Xander Sterne con una pierna fracturada y, para su inmensa irritación, la necesidad de una ayudante en casa. Pero, para su sorpresa, la ayuda llegó en forma de la exquisita Samantha Smith. Y una pierna rota no sería obstáculo para el famoso donjuán. Sam era una profesional y no iba a dejarse cautivar por las dotes de seductor de su jefe, que flirteaba e intentaba seducirla a todas horas. Pero empezaba a preguntarse cuánto tiempo tardaría en convencerla para darle un nuevo significado al término "ayudante personal".

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2015 Carole Mortimer

© 2016 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

La seducción de Xander Sterne, n.º 2450 - marzo 2016

Título original: The Taming of Xander Sterne

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-7658-3

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

Sé que te vas de luna de miel dentro de unos días, Darius, pero de verdad que no necesito que me busques una niñera para dos semanas – Xander Sterne fulminó con la mirada a su hermano mellizo.

–No es una niñera, solo alguien que podría ayudarte con cosas que tú aún no puedes hacer, como entrar y salir de la ducha, secarte, vestirte, conducir.

–Tenemos un chófer en la empresa para eso.

–Pero no hay nadie para ayudarte con el resto de las cosas – razonó su hermano–. O que cocine para ti.

–Por favor, hace seis semanas que me rompí la pierna.

–Por tres sitios y han tenido que operarte dos veces para arreglarla. No puedes aguantar de pie más de diez minutos – insistió Darius.

Xander lo miró malhumorado, sabiendo que todo lo que decía su hermano era cierto.

–Esto no tiene nada que ver con lo que pueda o no pueda hacer, ¿verdad?

Por fin suspiró, resignado.

–¿Qué quieres decir?

–Lo que quiero decir es que no tengo deseos de morir. Sí, me puse frente al volante cuando no debería, y sí, terminé chocando contra una farola y destrozando el coche, pero, afortunadamente, nadie más resultó herido. Pero no lo hice a propósito. En ese momento estaba furioso y no podía ver las cosas con claridad. Estaba furioso – repitió, con tono airado.

–Todo el mundo se enfada alguna vez.

–Mi rabia llevaba meses creciendo.

–Lo sé.

Xander parpadeó.

–¿Lo sabes?

Su hermano mellizo asintió con la cabeza.

–Trabajabas a todas horas y nunca estabas en casa. Era como si quisieras evitar algo o a alguien.

–Pues mira de qué me ha servido.

Si Xander hubiese podido pasear, se habría puesto a hacerlo en ese momento.

Seis semanas antes, por primera vez en su vida se había dado cuenta de que tenía un carácter volcánico. No el pausado temperamento de su hermano, sino un pronto fulminante como un volcán que había explotado sin control. Y el resultado fue que había estado a punto de golpear a otro hombre. Golpearlo sin parar.

Cierto que ese hombre había abusado verbalmente de la mujer que había ido con él esa noche a la exclusiva discoteca londinense de los hermanos Sterne. Era una situación que le despertaba recuerdos de la infancia, de cómo su padre había tratado a su madre.

Pero el deseo de golpear a alguien lo había sacudido hasta lo más hondo, hasta el punto de no confiar en sí mismo o en cómo podría responder ante una situación; nunca había querido golpear a nadie en toda su vida antes de esa noche. Ni siquiera al padre que lo pegaba cuando era niño.

Lomax Sterne había muerto veinte años atrás, después de caerse por la escalera de la casa familiar de Londres durante una noche de borrachera. Una muerte que ni su mujer ni sus hijos habían lamentado.

Y seis semanas antes, Xander se había llevado un susto de muerte al descubrir que, a los treinta y tres años, él tenía ese mismo temperamento.

–¿Qué te atormentó tanto, lo sabes? – Darius lo miraba con curiosidad.

Xander hizo una mueca.

–No lo sé. Sí, sí lo sé – su ceño se alisó–. ¿Recuerdas cuando estuvimos en Toronto hace cuatro meses? ¿Recuerdas al director de la empresa Bank’s? Fuimos a cenar con él y su mujer.

–Y él la despreció durante toda la noche – recordó Darius con tristeza–. Esa es la razón por la que decidimos no hacer tratos con él. Y la razón para tu rabia contenida durante todos estos meses, me imagino.

–Creo que sí – asintió él.

–Pero lo controlaste, como lo controlaste hace seis semanas – insistió Darius, impaciente–. Olvídalo, todo ha terminado.

Xander desearía poder olvidarlo tan fácilmente.

–De verdad agradezco que te hayas mudado aquí durante estas últimas cuatro semanas, pero no me apetece tener a otra persona, un extraño, viviendo conmigo ahora mismo – le dijo. En realidad, estaba deseando volver a tener el ático para él solo otra vez–. No quiero ser desagradecido, pero es que no me imagino tener que sentarme a la mesa del desayuno todos los días con el sin duda musculoso Sam Smith, a quien quieres contratar para que sea mi niñera y guardián mientras tú estás fuera.

Darius soltó una carcajada.

–Si pensaran que vives con un hombre que no es tu hermano, los vecinos se lo pasarían en grande.

–¿Qué?

Siendo uno de los multimillonarios hermanos Sterne, la fama de playboy de Xander era algo sobre lo que los medios de comunicación llevaban años especulando. De modo que sí, sin duda se lo pasarían en grande si supieran que estaba compartiendo apartamento con otro hombre.

–Afortunadamente para ti, eso no va a pasar. Samantha Smith es una mujer – le explicó Darius, burlón.

Xander abrió los ojos como platos.

–¿Sam Smith es una mujer?

–Me alegra saber que tu oído no resultó afectado por el accidente – bromeó su mellizo.

Darius se había tomado su tiempo para darle una información tan importante.

–¡No tienes que alegrarte tanto por dejarme completamente a merced de esa mujer durante dos semanas!

–Le pediré que sea delicada contigo – replicó su hermano, guasón.

–Muy gracioso – murmuró Xander, distraído. La idea de tener a una extraña allí con él lo hacía sentirse incómodo–. ¿De qué conoces a esa mujer?

–Es amiga de Miranda. Le cae muy bien, tanto que le ha pedido que trabaje en su estudio de ballet a tiempo parcial cuando volvamos de nuestra luna de miel. Ah, y su hija es alumna suya.

–¡Un momento! – Xander levantó una mano, respirando agitadamente–. No habías mencionado que tuviera una hija. ¿Qué piensa hacer con la niña mientras se aloja aquí?

–La traerá con ella, por supuesto – respondió su hermano con toda tranquilidad.

–¿Te has vuelto loco? – estalló Xander por fin, levantándose con ayuda de las muletas–. Darius, te he contado lo que me pasó en la discoteca hace seis semanas. ¿Te he contado cómo perdí el control y ahora vas a traer a una niña a vivir conmigo? ¿Cuántos años tiene la hija de la señora Smith?

–Cinco, creo.

–¿Y vas a permitir que esa mujer traiga a una niña de cinco años a vivir conmigo? – Xander hizo un esfuerzo para calmarse–. Esto ha sido idea de Andy, ¿verdad? – era una afirmación más que una pregunta–. Le has contado lo que me pasó y…

–No me dijiste que no lo hiciera – lo interrumpió Darius.

–Me da igual que le hayas contado a Andy lo que pasó esa noche – insistió Xander impaciente–. Después de todo, va a ser tu mujer y mi cuñada. Lo que sí me importa es que Andy quiera traer a la señora Smith y a su hija para demostrar que no me he convertido en un monstruo. Un ingenuo intento por su parte de hacer que no tenga tan mala opinión de mí mismo.

–Ten cuidado – le advirtió su hermano.

Pero Xander estaba demasiado enfadado como para hacer caso de esa advertencia.

–La vida no es un cuento de hadas. ¡Y, si lo es, entonces yo soy el monstruo y no el príncipe azul!

Darius miró a su hermano, pensativo.

–¿Sabes una cosa? Como Miranda me dijo una vez, la vida no consiste en lo que tú quieras o dejes de querer – dijo por fin, poniéndose serio–. Aparte de sentirme tranquilo, ¿se te ha ocurrido pensar que Samantha Smith tiene una hija y que podría necesitar el dinero que voy a pagarle por ser tu niñera mientras estoy fuera?

Xander no lo había pensado, desde luego.

Pero ¿y si esa mujer hacía algo que despertase el carácter violento que acababa de descubrir? ¿Y si lo hacía su hija? Darius no encontraría nada de lo que reírse entonces. Y Xander jamás se perdonaría a sí mismo si perdiese la paciencia con una de ellas, porque eso lo convertiría en el monstruo que había sido su padre.

Darius frunció el ceño en un gesto de disgusto.

–Miranda responde por ella y Sam necesita el dinero que voy a pagarle por vivir aquí mientras estamos fuera. Fin de la historia.

Xander no estaba de acuerdo.

Sí, su ático de Londres era lo bastante grande como para acomodar a una docena de personas sin que tuvieran que molestarse unas a otras. Aparte de los seis dormitorios con cuarto de baño había un gimnasio, una sala de cine, dos salones, un estudio con paneles de madera en las paredes, un comedor grande y una cocina aún más grande.

Pero esa no era la cuestión.

La cuestión era que él no quería compartir su espacio con una mujer a la que no conocía y menos con su hija de cinco años.

Pero ¿qué podía hacer? Al menos, debía intentarlo. Darius se había portado mejor de lo que cabría esperar al mudarse al ático para cuidar de él desde que salió del hospital cuatro semanas antes.

¿Era justo dejar que se preocupase mientras estaba en su luna de miel con Miranda?

Desgraciadamente, Xander conocía.

Capítulo 2

 

El señor Sterne es una buena persona, mami? – preguntó Daisy en voz baja mientras iban en el asiento trasero de la limusina enviada por Darius Sterne.

¿Era Xander Sterne una buena persona?

Sam solo lo había visto una vez, durante la entrevista que había tenido con los hermanos Sterne dos días antes, mientras Daisy estaba en el colegio.

En consecuencia, la pregunta resultaba difícil de responder. Xander había dejado hablar a su hermano y solo había contribuido a la conversación al final, cuando le soltó una docena de preguntas a toda velocidad sobre el colegio de su hija y el tiempo que Daisy pasaría en el apartamento.

Dejando claro que, aunque estaba dispuesto a tolerar su presencia en la casa durante las siguientes dos semanas, no le hacía la menor gracia.

Una actitud que a Sam tampoco le hacía gracia en absoluto.

Pero no podía elegir.

No siempre había tenido problemas económicos. Su exmarido, Malcolm, no era tan rico como los hermanos Sterne, pero también era un empresario de éxito que poseía una mansión en Londres, una villa en el sur de Francia y otra en el Caribe.

Sam tenía veinte años y Malcolm treinta y cinco cuando se conocieron. Ella era una secretaria y él el propietario de la empresa. Se había enamorado a primera vista del elegante, sofisticado, moreno y rico empresario y, aparentemente, Malcolm había sentido lo mismo por ella, porque dos meses después de conocerse se habían casado.

Sam estaba ilusionada al principio, locamente enamorada de su guapo y rico marido. Sus padres habían muerto años antes y había sido criada en una serie de casas de acogida. Su familia era prácticamente inexistente, solo un par de tías lejanas a las que no veía nunca.

Pero el embarazo había cambiado su matrimonio de manera irrevocable.

Malcolm y ella nunca habían hablado de tener hijos, pero Malcolm no quería hijos que interrumpiesen su vida, como descubrió cuando le contó, emocionada, que estaba embarazada de dos meses.

Entonces estaba convencida de que había sido solo una reacción instintiva a la idea de convertirse en padre por primera vez a los treinta y seis años. Malcolm no podía hablar en serio cuando sugirió que interrumpiese el embarazo.

Estaba equivocada.

Su matrimonio había cambiado de la noche a la mañana. Malcolm se mudó a otro dormitorio porque no aceptaba la transformación de su cuerpo a medida que el embarazo se hacía más evidente. Sin embargo, incluso entonces había esperado ingenuamente que cambiase, convencida de que su matrimonio no podía estar roto después de un año y de que Malcolm se acostumbraría a la idea de la paternidad, o antes o después de que naciese el bebé.

De nuevo, estaba equivocada.

Su marido había seguido en el otro dormitorio, ignorando el embarazo por completo, y ni siquiera había ido a visitarla al hospital cuando Daisy nació. Incluso se había ausentado de la casa cuando volvió del hospital, sola, llevando orgullosamente a Daisy en brazos, y la acomodó en la habitación que había pasado tantas horas decorando.

Sam luchó durante dos años, intentando que su matrimonio funcionase, convencida de que Malcolm no podía seguir ignorando la existencia de su hija para siempre. ¿Cómo podía no querer a su adorable niña?

Pero no había sido así.

Al final de esos dos años de espera se vio obligada a admitir la derrota. Ya no podía amar a Malcolm, no sentía nada por él. ¿Cómo podía un hombre negarse a reconocer a sus propias esposa e hija?

Pero los últimos tres años no habían sido fáciles. Ni emocional ni económicamente.

Sus emociones y cómo se enfrentaba a ellas eran su problema, claro, pero un multimillonario como Xander Sterne no podría entender que había tenido que vivir con lo mínimo y ahorrar dinero quedándose sin comer algunos días solo para poder pagar la clase de ballet de su hija una vez a la semana. Algo sobre lo que Daisy había hablado desde que empezó a caminar y que ella no iba a negarle.

Tras el divorcio, Malcolm se había negado a contribuir a la manutención de la niña y se limitaba a ingresar una mínima cantidad de dinero en su cuenta del banco una vez al mes. Una cuenta a nombre de Samantha Smith y no a su nombre de casada, Samantha Howard.

Había renunciado a su apellido de casada, a la pensión alimenticia que correspondía a Daisy y a los regalos y joyas que su marido le había dado durante el matrimonio a cambio de que Malcolm aceptase darle la custodia de la niña. Un precio que Sam había estado dispuesta a pagar y que volvería a pagar si tuviese que hacerlo.

Xander Sterne, un hombre que poseía y dirigía un imperio económico con su hermano mellizo, no podría entender lo difícil que era encontrar un trabajo para una mujer que tenía una niña pequeña. Y más uno que se ajustase a las horas en las que Daisy estaba en el colegio. Trabajar como camarera por las mañanas había sido una de las opciones desde que la niña empezó las clases en septiembre, pero incluso eso se convertía en una pesadilla cuando llegaban las vacaciones. Y lo hacían invariablemente.

Pero ese último problema iba a ser resuelto en dos semanas, gracias a su nuevo trabajo en el estudio de ballet de Andy. Mientras tanto, esas dos semanas cuidando del señor Sterne le permitirían pagar las facturas del gas y la luz.

Iba a pasar dos semanas en casa de un hombre al que solo había visto una vez y con quien no se sentía cómoda en absoluto. No había sido exactamente grosero con ella, pero tampoco había sido amable.

Entonces, ¿era su nuevo jefe una buena persona?

Sinceramente, no tenía ni idea.

No podía negar que era muy masculino, de anchos hombros, cintura y caderas estrechas y largas piernas. El pelo dorado, desordenado y algo largo, unos ojos castaños, oscuros y penetrantes en un rostro bronceado; nariz larga y recta entre unos pómulos perfectamente esculpidos, unos labios gruesos y sensuales, el de arriba más que el de abajo, sobre un mentón cuadrado y decidido. ¿Indicación de una naturaleza sensual?

Bueno, probablemente no habría podido disfrutar de eso durante las últimas seis semanas, ya que el accidente en el que se rompió la pierna lo había tenido recluido en su apartamento durante todo ese tiempo.

Aunque eso no habría evitado que recibiera visitas femeninas, claro.

Era algo en lo que no había pensado hasta ese momento, pero las conquistas amorosas del multimillonario Xander Sterne habían ocupado los titulares de las revistas durante muchos años.

Y las mujeres con las que salía fotografiado en festivales de cine y otros eventos siempre eran guapísimas, altas, de piernas largas y rezumando sex-appeal.

–¿Mamá? – el tono curioso de Daisy le recordó que aún no había respondido a su pregunta.

Sam se volvió para sonreír a su hija.

–El señor Sterne es un hombre muy agradable, cariño – le dijo, evitando mirar en dirección al chófer por si acaso veía una expresión escéptica en su rostro como confirmación a sus recelos.

Porque «agradable» no era una palabra que pudiese describir a Xander Sterne. Dinámico, arrogante, letalmente atractivo. Pero ¿agradable? No, eso no.

–¿Y tú crees que le caeré bien? – preguntó Daisy, con cierta intranquilidad.

La ansiedad de su hija hizo que apretase los labios. Una ansiedad fruto de los años de desinterés de Malcolm, su padre, y que había dado como resultado que Daisy siempre se sintiera nerviosa con los hombres.

–Por supuesto que le caerás bien, cielo mío – Sam destrozaría a Xander Sterne si decía o hacía algo que hiriese a su vulnerable hija–. Bueno, ¿te has acordado de guardar tu oso de peluche en la maleta?

Cambió deliberadamente de tema porque no había ninguna razón para preocupar a Daisy cuando ella misma estaba nerviosa por las dos.

 

 

Xander no estaba exactamente paseando por los pasillos de su ático, sino más bien arrastrándose poco elegantemente arriba y abajo con sus muletas mientras esperaba impaciente la llegada de Samantha Smith y su hija.

Debía admitir que se quedó un poco sorprendido por su aspecto cuando la conoció el miércoles por la mañana, tanto que no había sido capaz de hablar durante casi toda la entrevista, dejando que lo hiciese Darius.

Para empezar, debió de casarse siendo jovencísima y no parecía lo bastante mayor como para tener una hija de cinco años.

Además, era muy bajita, poco más de metro y medio, y casi tan delgada como su futura cuñada. Aunque, por las ojeras bajo sus llamativos ojos de color amatista y sus pálidas mejillas, parecía como si su delgadez fuese debida más a la falta de alimento que a las horas de ejercicio de las que tanto disfrutaba Miranda.

Esos inusuales ojos de color amatista no eran el único rasgo llamativo del rostro de la señora Smith. También tenía unos pómulos altos con unas cuantas pecas sobre las mejillas hundidas y el puente de la respingona nariz y una boca de labios gruesos y sensuales. El pelo, apartado de la cara y recogido en una coleta alta, era lo bastante largo como para caer en cascada hasta la mitad de la espalda, de un rojo profundo, vívido. ¿Tal vez indicativo de una naturaleza ardiente?

De ser así, no había visto ese fuego durante la entrevista de media hora dos días antes. Al contrario, había respondido en voz baja a las preguntas de Darius y luego a las suyas, bajando las largas y oscuras pestañas. Apenas lo había mirado un momento, pero lo suficiente como para admirar esos inusuales ojos de color amatista.

Tal vez era tímida, o tal vez no le gustaban los playboys multimillonarios, pero estaba dispuesta a soportarlo por el dinero que Darius iba a pagarle. Su hermano había preferido atribuir su silencio al nerviosismo por ser el centro de atención de los dos hermanos Sterne.

Y era posible, debía admitir. Darius solo o Xander solo podían intimidar a cualquiera, pero si además estaban juntos…

Fuera cual fuera la razón para su actitud retraída, Xander solo estaba dispuesto a soportar su compañía el tiempo suficiente para que Darius y Miranda disfrutasen de su luna de miel y ni un día más.

¿Y dónde estaba? Paul había ido a buscarlas una hora antes y ya deberían estar allí. Que no fuese capaz de salir de su casa a la hora acordada no auguraba nada bueno.

Necesitaba hablar con la señora Smith en cuanto llegase y dejar bien claro desde el principio qué iba a tolerar y qué no por parte de su hija. Ya tenía una lista de reglas preparada.

Nada de correr por los pasillos del ático.

Nada de gritar.

Nada de programas de televisión a todo volumen, especialmente por las mañanas.

Nada de entrar en su dormitorio.

Y absolutamente nada de tocar sus obras de arte o sus cosas personales.

De hecho, Xander preferiría no notar la presencia de la niña en el ático. ¿Sería eso posible con una niña de cinco años?

Tendría que serlo. La señora Smith y su hija no eran sus invitadas, sino sus empleadas… al menos la madre, y esperaba que tanto ella como su hija se portasen debidamente.

 

 

–Mira, mamá, ¿habías visto alguna vez una televisión tan grande?

Xander, que apenas había tenido tiempo de registrar la presencia de dos personas cuando se abrieron las puertas del ascensor privado, intentó apartarse cuando una niña de pelo rojo empezó a correr como un torbellino por el pasillo en dirección a la puerta abierta del cine casero, golpeándolo sin querer en un codo y haciendo que perdiese una de las muletas. Xander intentó mantener el equilibrio, pero apenas podía apoyar la pierna en el suelo.

La afligida mirada de Sam siguió el vuelo de su hija por el pasillo alfombrado con la horrorizada fascinación de alguien que presencia un choque de trenes.

Cerró los ojos cuando Daisy pasó corriendo frente a un boquiabierto Xander Sterne, y los abrió justo a tiempo para ver que perdía el equilibrio.

Sí, definitivamente un choque de trenes.

Sam soltó su bolso a toda prisa para correr al lado de Xander Sterne, justo a tiempo para poner un hombro bajo su brazo y evitar que se cayera al suelo.

O, al menos, ese era el plan.

Desgraciadamente, Xander pesaba el doble que ella y, cuando perdió el equilibrio del todo, la arrastró con él. Terminaron los dos en el suelo, uno encima del otro. La caída, aunque ligeramente amortiguada por la alfombra, provocó un gruñido de dolor por parte de Xander, que había caído de espaldas.

¡Aquello no era solo un choque de trenes, era una catástrofe!

–Bueno, la regla número uno ya ha quedado sin efecto – murmuró Xander entre dientes.