La vocación filosófica en Chile - Ivan Jaksic - E-Book

La vocación filosófica en Chile E-Book

Iván Jaksić

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Beschreibung

Estas entrevistas se realizaron en la década de 1980. Los filósofos entrevistados —Humberto Giannini, Gastón Gómez Lasa, Juan Rivano, Félix Schwartzmann y Juan de Dios Vial— todos vivieron la creciente especialización del campo filosófico, la expansión y democratización de la educación superior, y esto en el contexto de la Guerra Fría y la polarización política que desembocó en la dictadura de Augusto Pinochet. Conocemos a los filósofos a través de sus libros y de sus funciones docentes, pero contadas veces hemos tenido la oportunidad de oír las razones por las cuales llegaron a la filosofía y lo que encontraron en ella a lo largo de su trayectoria profesional. En tiempos en que la especialización ha derivado en una exigencia central en la vida universitaria, resulta revelador constatar cómo la entendieron ellos e identificar los momentos, las lecturas y los sucesos que los condujeron a un compromiso con la filosofía. De acuerdo con algunos, no puede haber filosofía sin especialización, es decir, sin un conocimiento histórico, profesional y riguroso de la tradición filosófica en universidades y centros académicos. ¿Pero qué decir en los casos en que los filósofos más importantes llegaron a ser tales no solo sin una especialización, sino en muchos casos a pesar de ella?

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Jaksic Iván / La vocación filósofica en Chile

Santiago de Chile: Ediciones Universidad Diego Portales, 2021, 1a edición, p.161, 15,5 x 22,5 cm.

Dewey: 199.83

Cutter: V8513

Colección Pensamiento Contemporáneo

Incluye prefacio, anexo, índice onomástico, notas al pie, biografía y obra filosófica de los autores estudiados.

Materias:

Filosofía Chile.

Filósofos Chile.

Filosofía chilena. Historia.

Giannini, Humberto, 1927-2014.

Rivano, Juan, 1928-2015

Vial Larraín, Juan de Dios, 1924-2019.

Schwartzmann, Félix, 1913-2014.

Millas, Jorge, 1917-1982.

LA VOCACIÓN FILOSÓFICA EN CHILE

IVÁN JAKSIĆ

© Iván Jaksić, 2019

© Ediciones Universidad Diego Portales, 2021

Primera edición: abril de 2021

Inscripción n.° 2021-A-2172 en el Departamento de Derechos Intelectuales

ISBN: 978-956-314-486-4

ISBN Digital: 978-956-314-560-1

Universidad Diego Portales

Dirección de Publicaciones

Av. Manuel Rodríguez Sur 415

Teléfono: (56 2) 2676 2136

Santiago – Chile

www.ediciones.udp.cl

Edición Adán Méndez

Diseño: Mg Estudio

Fotografía de portada: Universidad de Chile, 1950.

Diagramación digital: ebooks [email protected]

CONTENIDO

Prefacio

Introducción

La vocación filosófica en Chile

Los inicios filosóficos

Biografía y obra filosófica

Filosofía y especialización

El concepto de vocación filosófica

Félix Schwartzmann

Humberto Giannini

Gastón Gómez Lasa

Juan de Dios Vial

Juan Rivano

Anexo: Jorge Millas

PREFACIO

La vocación filosófica en Chile es un texto con algo de historia, que me permito resumir para dar cuenta de su gestación y posterior evolución hasta llegar ahora a manos del lector. A raíz de mi tesis doctoral (1981), sobre el papel de los filósofos en el proceso de reforma universitaria de la década de 1960, me interesé en la trayectoria de quienes no solo abordaron problemas centrales de la filosofía, sino que se interesaron e involucraron en el quehacer universitario y nacional. Durante las convulsionadas décadas en que se desempeñaron como profesionales, estos filósofos enfrentaron grandes transformaciones sociales y políticas que impactaron tanto su pensamiento filosófico como sus manifestaciones públicas.

Las entrevistas que se presentan a continuación comenzaron en la década de 1980, época en que los filósofos incluidos, Humberto Giannini, Gastón Gómez Lasa, Juan Rivano, Félix Schwartzmann y Juan de Dios Vial Larraín tuvieron en su mayoría enormes dificultades para ejercer la disciplina con la que se habían comprometido. Todos ellos acogieron mis preguntas con buena voluntad y revelaron aspectos de su trayectoria que eran desconocidos. Sus testimonios son hoy en día verdaderos documentos históricos.

Tuve la oportunidad de presentar y publicar diferentes elementos de las entrevistas en diversos medios, pero solo se publicaron algunas de ellas en 1996 en Anales de la Universidad de Chile. Desde entonces me ha rondado la idea de publicarlas como libro. El paso del tiempo no ha sido en vano, ya que me dio la oportunidad de elaborar un concepto de vocación filosófica que es común a los pensadores que instalaron la filosofía como disciplina universitaria en nuestro país. En tiempos en que la especialización ha derivado en una exigencia central en la vida universitaria, resulta revelador constatar cómo la entendieron ellos e identificar los momentos, las lecturas y los sucesos que los condujeron a un compromiso con la filosofía.

Quiero agradecer a quienes tuvieron la paciencia para conversar conmigo sobre diferentes aspectos de esta obra. Son demasiados en los cuarenta años transcurridos desde la primera entrevista. Por lo mismo, me limito a reconocer los generosos aportes recientes de Renato Cristi, Teresa Matte, Juan Luis Ossa, Carlos Ossandón y Augusto Varas. También quiero agradecer a mis editores, Matías Rivas y Adán Méndez, y a Ediciones Universidad Diego Portales, que con anterioridad publicó mi historia de la filosofía chilena (2013) en su serie Pensamiento Contemporáneo. Quizás los mismos filósofos entrevistados, ya todos fallecidos, verían con algo de benevolencia el por qué los abrumé con tantas preguntas. En sus respuestas hay una clave para comprender la vocación filosófica en Chile.

INTRODUCCIÓN

La vocación filosófica en Chile

Hace algunos años, con el profesor Jorge J. E. Gracia, desarrollamos una tipología para clasificar la actividad filosófica en América Latina. En ese momento, y sobre todo en relación con el problema de la identidad cultural en el continente, encontramos que los conceptos de universalismo, culturalismo y crítica recogían gran parte de la bibliografía al respecto.1 Por “universalismo” entendimos aquella literatura que considera que no existe una filosofía latinoamericana que se pueda distinguir de la filosofía producida en otras partes del mundo. La filosofía, argumentan los autores representativos de dicha corriente, es una filosofía “sin más”, y por lo tanto no le caben connotaciones de carácter nacional o regional. Por “culturalismo” englobamos aquella literatura que toma una postura opuesta, y que considera que desde el momento en que hay una cultura latinoamericana puede y debe haber una filosofía latinoamericana. Por último, por “crítica” incluimos aquella literatura que ha cuestionado la relevancia social y pedagógica de la filosofía universitaria contemporánea en América Latina.

Con el profesor Gracia nos preguntamos, además, si acaso existían temas que caracterizaran el quehacer filosófico latinoamericano. Gracia y Risieri Frondizi ya habían demostrado la preocupación por el hombre y los valores en los “fundadores de la filosofía latinoamericana”.2 Cuando realizábamos nuestra propia investigación, nos llamó la atención el hecho de que, tanto en el siglo XIX como en el XX, persistiera una preocupación filosófica por el grado en que la técnica representaba una solución, un reto o quizás una amenaza para América Latina. Concluimos entonces que, más allá de las respuestas que cada corriente da a la pregunta sobre la existencia y carácter de una filosofía latinoamericana, existía una temática que resulta, si bien no completamente original, bastante presente en las preocupaciones de los filósofos latinoamericanos.

De esta manera, con el profesor Gracia intentamos proporcionar una interpretación tanto de la actividad como de las preocupaciones filosóficas principales de los filósofos latinoamericanos. No era nuestro propósito dar una respuesta definitiva sobre la existencia o no de una filosofía latinoamericana, y mucho menos defender una postura específica. Simplemente quisimos recoger las diferentes interpretaciones de modo de hacer más accesible y coherente la amplia literatura sobre el tema. Somos conscientes, ayer como hoy, de que el debate al respecto continúa y seguirá dando pie a múltiples discusiones. Con suerte, quienes se interesan por el tema podrán, al calor de tales discusiones, conocer cada vez más sobre la actividad filosófica latinoamericana en general y sobre los filósofos en particular.

En relación con esto último es que quiero sugerir un tema que me parece no ha recibido toda la atención que debiera y que tal vez podría proporcionar una clave para comprender la filosofía latinoamericana contemporánea. Sabemos algo respecto de la actividad de los filósofos y sus diferentes maneras de comprender la disciplina. Sabemos incluso algo sobre sus temáticas principales. Pero sabemos poco sobre las razones por las que el filósofo latinoamericano ha llegado a la filosofía. Poco también sobre sus expectativas, sus ideales y las razones biográficas por las cuales se han interesado por una escuela o un autor en lugar de otros.

En resumen, conocemos a los filósofos latinoamericanos a través de sus libros y de sus funciones docentes,3 pero contadas veces hemos tenido la oportunidad de oír, a modo de testimonio, las razones por las cuales llegaron a la filosofía y lo que encontraron en ella a lo largo de su trayectoria profesional. Es fundamental determinar tales razones, puesto que ellas pueden suministrar una clave importante a propósito de cómo se estableció la filosofía profesional en América Latina. De acuerdo con algunos, no puede haber filosofía sin especialización, es decir, sin un conocimiento histórico, profesional y riguroso de la tradición filosófica en universidades y centros académicos. ¿Pero qué decir en los casos en que los filósofos más importantes llegaron a ser tales no solo sin una especialización, sino en muchos casos a pesar de ella? Si el filósofo latinoamericano surge, no de la formación proporcionada por las universidades, sino de una serie de experiencias biográficas y sociales, es probable que esto nos ayude a identificar un aspecto importante de la naturaleza del pensamiento filosófico latinoamericano.

El presente estudio es el resultado de investigaciones que he desarrollado por varias décadas sobre la historia de la filosofía y la educación superior en Chile.4 Durante el curso de ellas tuve la oportunidad de entrevistar a diversos filósofos chilenos para preguntarles sobre el papel que desempeñaron en los movimientos de reforma universitaria en el país. Aunque ese era mi objetivo principal, al calor de las entrevistas surgieron varios temas que ahora expongo, y que creo proporcionan la base para esbozar el concepto que da título a este trabajo: el concepto de “vocación filosófica”.

Mediante esas entrevistas –además de escritos autobiográficos allí donde los encontré disponibles– busqué determinar, en primer lugar, las motivaciones por las que los filósofos chilenos más importantes llegaron a la filosofía para dedicar a ella su vida profesional. En segundo lugar, sugerir la manera en que este testimonio ilumina aspectos importantes no solo de la obra de cada filósofo, sino del desarrollo de la filosofía chilena en general. Y, en tercer lugar, establecer una definición del concepto de vocación filosófica y las implicaciones que este tiene sobre la manera en que actualmente entendemos la filosofía latinoamericana.

Es importante señalar, a modo de contexto general para la discusión de la filosofía chilena contemporánea, que la disciplina logró establecerse como una actividad académica autónoma e independiente de otras disciplinas hacia finales de la década de 1940. Por largos años, e incluso ya en el siglo XIX, existía una marcada tendencia hacia la especialización por parte de los filósofos chilenos. Pero fue solo a partir de esa época que se instaló un Departamento de Filosofía con un complejo programa de estudios, que se creó una Sociedad Chilena de Filosofía y una revista especializada de filosofía. Como he tratado de demostrar en otro ensayo, esto significó un divorcio de las tendencias sociales, políticas e incluso pedagógicas que habían caracterizado a la disciplina con anterioridad.5 Durante la década de 1950 se afianzó lo que he llamado “la edad dorada del profesionalismo filosófico”, es decir, una época en que los filósofos pudieron dedicarse exclusivamente a los temas más especializados de la disciplina, compartir sus inquietudes filosóficas con colegas en un ámbito internacional, y definir su campo de actividades como un campo netamente académico.

Los filósofos de quienes me ocupo en este trabajo, la mayoría de ellos nacidos en los años 1920, realizaron su vida académica durante esta edad dorada de la filosofía chilena. Ellos son Félix Schwartzmann (1913-2014), Gastón Gómez Lasa (1926-2019), Juan Rivano (1926-2015), Juan de Dios Vial Larraín (1924-2019) y Humberto Giannini (1927-2014). Junto con Jorge Millas (1917-1982), lamentablemente fallecido mientras iniciaba este ciclo de entrevistas, ellos son los filósofos chilenos más importantes y productivos en el Chile de la mayor parte del siglo XX.6 Todos vivieron una experiencia particular, que es la creciente especialización del campo filosófico, la expansión y democratización de la educación superior, además del contexto de la Guerra Fría y la polarización política que desembocó en la dictadura de Augusto Pinochet.

Los inicios filosóficos

A pesar de que desempeñaron un papel importante en el proceso de especialización de la disciplina, los filósofos chilenos que aquí discuto llegaron a la filosofía por caminos que tienen poco que ver con la especialización o incluso con una formación escolar completa. En la mayoría de los casos, siguieron estudios muy accidentados, con interrupciones frecuentes o, como en el caso de Schwartzmann, truncados. Este último, por ejemplo, indicó durante el curso de la entrevista que:

De primero a quinto de humanidades, el despertar y tener que ir al Liceo [de Aplicación] era para mí la suprema pesadumbre. Uno que otro profesor me entendía. En todo lo demás, yo descubría que no me enseñaban nada. Yo en ese tiempo ya había leído a Kant, a Platón e iba al observatorio a calcular paralajes de estrellas. Y descubría que sentía al mundo como sin sentido. Tanto así que le dije a mi padre, cuando decidí retirarme del liceo, que me interesaba más encontrar un sentido para seguir viviendo que estudiar.

Schwartzmann intentó completar sus estudios formales mediante una petición a las autoridades para rendir exámenes que le permitieran ingresar a la universidad. En la entrevista relata que tropezó con múltiples obstáculos que lo llevaron a concluir que la educación disponible para él en aquel momento era prácticamente inútil. Su rechazo de los requisitos propios de una educación formal se relaciona con la carencia de una formación universitaria. Su nombramiento como profesor universitario, de hecho, se debe a un mecanismo de inspiración alemana utilizado por la Universidad de Chile, el título de Profesor Extraordinario, único medio por el cual una persona sin educación formal podía ingresar al profesorado universitario chileno.

Un cuestionamiento similar de la educación formal se encuentra en Humberto Giannini, quien abandonó sus estudios secundarios “por problemas de disciplina”, y para embarcarse en la marina mercante chilena en los tiempos de la Segunda Guerra Mundial. Solo se reintegraría algunos años más tarde, con el propósito de iniciar estudios universitarios. La insatisfacción con la educación formal, sin embargo, no es el único motivo por el cual podían enfrentarse dificultades académicas. Juan Rivano se vio apremiado por urgencias económicas:

Había mucha orfandad, en mi caso por lo menos, un estar abandonado, tratando de llegar a algo, pero con muy escasas y cuestionables posibilidades. Recuerdo que a los diecinueve años, cuando en condiciones normales tendría que haber sido un universitario o un hombre que ya está por egresar, todavía arrastraba canastos por las calles de Santiago.

Gastón Gómez Lasa no tuvo los problemas de sus colegas durante su educación secundaria, salvo por el fracaso en un examen durante el último año de liceo, el cual, sin embargo, probaría ser muy significativo para su formación posterior en filosofía. Una vez en la Universidad de Chile, pasó de los estudios de Medicina a los de Derecho, y de los de Derecho a los de Filosofía y Lenguas Clásicas, en intentos frustrados por determinar la especialidad a través de la cual canalizar inquietudes filosóficas todavía precariamente definidas.

Juan de Dios Vial Larraín, por su parte, declaró que en su educación secundaria “me aburrí mucho. No soportaba la rutina de misa, estudio, clase, salida, tarea y vuelta al día siguiente”. Además, y en particular, “me peleo con el profesor de filosofía”.

Todos los accidentes e interrupciones en la vida escolar de estos filósofos coinciden ya sea con los inicios o con la consolidación de sus intereses por la disciplina. Félix Schwartzmann explicó durante la entrevista que luego de retirarse del liceo, en 1931, se refugió en el sur chileno en las cercanías de Puerto Montt:

Con mi amigo Federico García Rival nos instalamos, en la soledad de la selva, en una casita de campo donde su madre era profesora primaria… Ahí conocí el campo, conocí Chile. García se había suscrito a la Revista de Occidente, que nos llegaba con gran generosidad de Ortega y Gasset a la selva del sur. Así recibimos de regalo La rebelión de las masas… Originalmente nuestros maestros fueron Dostoievski, Shakespeare, Goethe. Teníamos algunos diálogos de Platón, Neruda, libros de la Revista de Occidente y Espasa-Calpe, Keyserling, Husserl, Max Scheler, quien influyó mucho en mí y de quien teníamos El puesto del hombre en el cosmos… Yo comencé a tener la idea de que lo primario y original en el hombre era su relación con el hombre. Había comenzado a ver en el campesino la parquedad, la suspicacia, etc. Le hablé de esto a García, quien me dijo, “pero tendrías que conocer América”. Al año siguiente regresé a Santiago. Mis padres insistieron en que reingresara al liceo. Pero después de haber vivido en el sur me pareció todo tan estrecho… Y yo ya estaba entusiasmado concretamente con la búsqueda del filosofar…

Schwartzmann señaló también que fue un impulso vital el que le condujo a la filosofía, y que consistía en experiencias de infancia y adolescencia. Ellas le hicieron padecer sentimientos de “pesadumbre y angustia” que se tradujeron en una búsqueda de sentido para la vida; búsqueda suficientemente urgente para abandonar sus estudios secundarios. En ese proceso se encontró con la filosofía, a la que se dedicó de lleno desde entonces.

El caso de Humberto Giannini es similar al de Schwartzmann, en cuanto a que su interés por la filosofía surgió en un momento de quiebre con la educación formal, la que no respondía a inquietudes vitales que iban adquiriendo cada vez mayor urgencia.

A mí me gustaba Leyes cuando niño, pero al salir del colegio me puse a navegar, y durante dos años fui marino. Y allí, no sé, creo que fue la soledad del mar la que hizo surgir en mí un interés por la filosofía. Yo no tenía una gran afición por la teoría, pero en el mar sentí una inclinación a una idea de la filosofía que, sin embargo, era aún muy romántica. Después me reintegré a los estudios, en un liceo nocturno, y allí me transformé en un gran lector de filosofía.

En el caso de Rivano, existe una autobiografía en la que detalla paso a paso su interés y exigencias con respecto a la filosofía.7 Pero, a partir de la entrevista, es evidente que su interés por esta antecede a su contacto con la educación formal. En efecto, allí sugirió que:

Mis primeras conmociones filosóficas las experimenté de niño en el terreno de las correspondencias naturales. Las especies y su ambiente, por ejemplo, los apetitos y su consumación y cosas semejantes. Con las categorías también sudaba cuando niño: que el espacio no tenía fin y todo eso. La noción de firmeza (o, si prefiere, de verdad) también me inspiraba, lo que fue más claro cuando conocí en mis primeros años de liceo el argumento de los escépticos sobre la imposibilidad de conocer.

Además, su opción por la disciplina ocurrió en el lapso en que la educación formal no era una posibilidad para él, ya que se encontraba trabajando como obrero.

A esas alturas recuerdo mi lectura del Parménides de Platón. Recuerdo el entusiasmo de leerlo. Esa noción de apropiación de la realidad por el lenguaje... esa noción del habla y sus categorías como instrumentos de apropiación… Ahí me sentía muy bien. Desde luego en ese entonces yo no lo estaba percibiendo de esa manera, sino que estaba, por así decir, contemplando la estructura misma del universo. Y además esa dialéctica del Parménides, ese trabajo con las categorías, ese paso de unas a otras, ese construir el argumento de una manera que queda imbatible… Recuerdo cómo me impresionó todo eso.

En el caso de Gómez Lasa, el interés por la filosofía surgió en un momento de crisis de confianza con respecto a la educación formal. Luego de relatar cómo llegó a adquirir la Historia de la filosofía de Émile Bréhier después de reprobar un examen, Gómez Lasa explicó que la adquisición de este libro, con su énfasis en los orígenes de la filosofía, respondía a una inquietud central que se había planteado en 1942, mientras esperaba su turno para repetir el examen reprobado:

A partir de esa inquietud sin dirección, amplia, visceralmente apremiante, como lo es la inquietud que por primera vez hace temblar al adolescente, no cabe duda que al abrir un libro y encontrarme, a los diecisiete años, con que un hombre con cierta autoridad y poder de convicción me hacía ver que la palabra punto de partida, principio, era la primera pregunta que se podía establecer para fijar el hito en que comienza la filosofía como disciplina autónoma, eso fue para mí como un despertar. Encontré en Bréhier una respuesta que yo ignoraba y que, sin embargo, se había dado veinticinco siglos antes. O sea la búsqueda del principio, punto de partida o como dicen ahora otros más solemnes, los fundamentos, aquello a partir de lo cual se piensa, se conoce o se hacen las cosas. Esto bien puede ser el punto que separa la inquietud filosófica de cualquier otra. Para un hombre carente de formación o información especializada como un adolescente de diecisiete años, el comenzar a hablar de los primeros principios, de los primeros puntos de partida aplicables a todo orden de cosas, era de alguna u otra manera el comienzo de un largo y aterrorizador viaje hacia lo desconocido.

Juan de Dios Vial Larraín también reconoció que sus propios y tempranos intereses en filosofía se remontaban a su juventud en un campo cercano a Santiago. Declaró no recordar exactamente el momento, pero allí entendió con claridad que la filosofía era parte de su necesidad de autoconocimiento. Así fue “conducido, lenta y maravillosamente, a una especie de lugar natural, en el sentido de la física aristotélica”.

Se puede decir que en todos estos filósofos hay por lo menos dos impulsos principales que los llevaron a la disciplina: por una parte, una cierta inquietud, un deseo de saber, una búsqueda de sentido que se manifiesta muy temprano y parece ser muy apremiante, y que inevitablemente los conduce a autores y temas filosóficos. Por otra, un momento de crisis en la trayectoria educativa que los hace buscar en la filosofía respuestas a inquietudes vitales. Los filósofos que parecen tener mayor influencia en ellos les llegan de manera fortuita. En ninguno de estos filósofos chilenos el interés por la filosofía surge, o al menos así lo declaran, como resultado de una formación rigurosa, ni de la mano de un especialista, en los temas de la tradición filosófica. El interés de todos ellos, ya se encuentra definido.

La filosofía, al menos en estos pensadores chilenos, no es el producto de una formación especializada o de una “normalidad filosófica”, como la llamaría Francisco Romero, sino más bien el producto de accidentes educativos y, sobre todo, un impulso vital hacia la disciplina.8 Para examinar más de cerca este último punto, importa constatar la medida en que los antecedentes autobiográficos dictan el curso y carácter del trabajo filosófico de los pensadores chilenos.

Biografía y obra filosófica

Una “normalidad filosófica”, como la entendemos comúnmente, requeriría que el trabajo filosófico siguiera pautas definidas por el desarrollo de la disciplina misma. Es decir, que a partir de la tradición filosófica, los filósofos tomaran ciertos aspectos fundamentales e inscribieran su propio trabajo dentro del marco de una disciplina que ya tenía un carácter y un desarrollo definido. Sin embargo, en estos casos, se observa que, aunque existe una conexión con los problemas fundamentales de la disciplina, el desarrollo de su propio trabajo filosófico guarda mayor relación con antecedentes biográficos o con una cierta opinión ya formada no solo sobre la filosofía, sino también sobre la realidad social y política tanto de sus lugares de trabajo como del país en general.

En el caso de Félix Schwartzmann, por ejemplo, resulta obvio que la inspiración y posterior publicación de su obra El sentimiento de lo humano en América (1950-1953) es el producto de su propia experiencia mientras indagaba sobre la esencia de lo americano en el campo chileno y argentino. También de su postura en relación con la filosofía, que expresó durante la entrevista cuando sugirió que “el problema de la filosofía ha sido siempre el hombre”. Su Teoría de la expresión (1966), redactada durante una posterior estadía en el sur chileno, fue también escrita bajo la inspiración de este mismo principio. Además, su interés por la filosofía de las ciencias, que constituye un aspecto importante de su trayectoria y que ha quedado plasmado en varios ensayos,9 guarda también directa relación con su interés adolescente por la astronomía, a través de la cual declara haber encontrado una suerte de escape ante el ambiente opresivo de su educación secundaria en el Liceo de Aplicación. Schwartzmann mismo estableció una relación entre biografía y trabajo filosófico cuando respondió a la pregunta sobre la unidad que pudiera existir en su obra:

Siempre tuve la experiencia de que hay algo cósmico en lo humano y de humano en lo cósmico. Somos creadores de modelos de universo. Le dije que había estado oprimido en el liceo por la búsqueda de un sentido al mismo tiempo que estudiaba astronomía. Todo lo que yo he desarrollado en filosofía de las ciencias dice relación con el problema del asombro originario respecto del otro. Dice relación con una antropología del conocimiento. Así, por ejemplo, mis últimos trabajos tienen que ver con la evolución de la física en relación con la concepción de la realidad. Otro trabajo que estoy concluyendo versa sobre una historia de la autognosis de Occidente desde Píndaro hasta nuestros días. Pero es también una historia de la ciencia y del hacer científico. Responde fundamentalmente a la pregunta ¿qué es el hombre?, pero va finalmente a un análisis de la ciencia. Mi propósito es superar la diferencia entre ciencias de la naturaleza y ciencias humanas, mostrar el trasfondo del sujeto que existe como supuesto de la historia. Trato de encontrar una teoría unificada del saber a partir de lo que es el hombre. Es decir, el problema del otro.

Humberto Giannini hizo suya también una preocupación por el ser humano o, más propiamente, la convivencia humana, preocupación que, como sugirió durante la entrevista resumía todo su pensamiento. Su primer libro, en efecto, se titula Reflexiones sobre la convivencia humana, y en él hace también reflexiones de carácter autobiográfico:

¿En qué sentido la vida de cada cual es un absoluto? ¿Y qué es este absoluto? Quererlo saber ha significado para mí vivir con simpatía la vida cotidiana, vida en la cual el prójimo se aproxima con un nombre, con un rostro y con una intimidad que siempre se revela irreductible a la nuestra.10

Durante la entrevista sugirió, además, que el lenguaje constituía un aspecto central de su trabajo sobre el problema de la convivencia humana. Cabe destacar su libro Desde las palabras, en donde explica que el lenguaje constituye un elemento de la vida cotidiana que hace posible la convivencia humana.11 Pero la conexión más explícita se encuentra en el siguiente pasaje de su entrevista:

Si yo tuviera que resumir todo lo que he pensado diría que siempre he pensado lo mismo, que en cierto sentido he dado vueltas, como en un círculo, y todo ha girado en torno a la convivencia humana. Ese es mi tema. Lo he trabajado esencialmente a través del lenguaje. Ahora, en estos últimos años, lo estoy trabajando a través de los actos cotidianos. La cotidianeidad como muestra de fractura y exaltación de esa convivencia. En eso estoy.

En cuanto a Juan Rivano, la impresión que le produjo su encuentro con el Parménides explica en gran parte su interés por la lógica dialéctica que guió su trabajo por casi dos décadas, trabajo que sostuvo a pesar de las escuelas filosóficas dominantes en la Universidad de Chile durante la década de 1950.12