Las aventuras de Pinocho - Carlo Collodi - E-Book

Las aventuras de Pinocho E-Book

Carlo Collodi

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Las aventuras de Pinocho, del autor italiano Carlo Collodi (1826-1890), es una de las obras célebres de la literatura infantil y juvenil de todos los tiempos. Pese a su popularidad y debido quizás a sus múltiples adaptaciones, se trata de una novela poco conocida en su versión original. Por este motivo y por la celebración de su 140 aniversario, la Editorial Costa Rica y la Embajada de Italia en Costa Rica presentan esta edición íntegra de las andanzas de este famoso títere en su búsqueda por convertirse en un niño de verdad. Este clásico de la literatura —que mezcla de una manera extraordinaria el humor, la crueldad y la fantasía— se embellece con el valioso legado gráfico del maestro Juan Manuel Sánchez (1907-1990).

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Carlo Collodi

Las aventuras de Pinocho

Historia de un títere

IlustracionesJuan Manuel Sánchez

PrólogoCarlos Rubio Torres

Presentación

Embajada de la República Italiana en Costa Rica

Tiene 140 años, pero no los aparenta. Pinocho, esa adorable marioneta, ha traspasado los siglos y las fronteras, convirtiéndose en un símbolo de la literatura infantil y un personaje querido por pequeños y mayores en el mundo entero.

Para la Embajada de Italia en Costa Rica es un privilegio presentar, junto a la Editorial Costa Rica, esta obra de gran valor cultural y artístico en el marco de la conmemoración del 140 aniversario de la publicación de Las aventuras de Pinocho. Historia de un títere del italiano Carlo Collodi (1826-1890).

Esta nueva edición se enriquece con ilustraciones del artista Juan Manuel Sánchez (1907-1990), uno de los principales representantes de la escultura y pintura costarricense y ganador del prestigioso Premio Magón de Cultura. Se convierte este libro en una oportunidad para redescubrir la magia de las aventuras del títere de madera, quien, con su inocencia y empeño, se transforma en un niño de verdad.

Esta edición histórica, trabajada con gran esmero por la Editorial Costa Rica, permitirá que las nuevas generaciones conozcan y aprecien una obra maestra de la literatura infantil. En una era donde la tecnología parece dominar la vida cotidiana, leer a Pinocho puede ser un momento de reflexión y un regreso a las raíces de la narración, la imaginación y la creatividad.

Estoy convencido de que esta nueva edición costarricense también está destinada a conquistar el corazón de los lectores de todas las edades, gracias a su belleza y su alto valor cultural.

¡Disfruten de la lectura!

Alberto Colella

Embajador de Italia en Costa Rica

Prólogo

Pinocho, ese italiano que llegó para quedarse en Costa Rica

A la memoria de Adela Ferreto y Carlos Luis Sáenz, maestros que tanto amaron a este muñeco de madera.

Como toda obra que ha alcanzado la universalidad, Pinocho no solo se caracteriza por sus indiscutibles raíces —en su caso, italianas—, sino también por haberse integrado a las culturas de innumerables países, entre estos, Costa Rica. Con esta edición del 140 aniversario de la publicación de Las Aventuras de Pinocho, la Editorial Costa Rica en conjunto con la Embajada de Italia presentan este clásico de Carlo Collodi a la niñez y la juventud de nuestro país; al mismo tiempo, se rescata el encomiable trabajo artístico del maestro Juan Manuel Sánchez.

No puede desligarse esta novela de la relevancia del periodismo humorístico que se manifestó en algunos diarios y revistas de Europa de la década del 80 del siglo xix. Para entonces, Carlo Lorenzo Fillippo Lorenzini, nacido en Florencia en 1826, era un comunicador y escritor que firmaba sus obras como Carlo Collodi. A su haber, en 1875, tenía conocimientos sobre literatura infantil pues había traducido, del francés al italiano, los cuentos de Charles Perrault, libro que tituló Racconti delle fate; por ello, se guarda absoluta certeza de que había estudiado clásicos como «Maese Gato o el Gato con Botas», «Cenicienta o el zapatito de cristal» o «La Bella Durmiente del Bosque».

En la década del 80 del siglo xix, circularon revistas orientadas específicamente a la infancia. En Inglaterra, los lectores infantiles se deleitaban con publicaciones como St. Nicholas o Harper’s Young People; por su parte, José Martí escribía en Nueva York los cuatro números de La edad de oro y, en Italia, se daba a conocer el periódico Giornale per i bambini. En este último medio, entre 1881 y 1883, apareció una novela, en entregas, que fue conocida como Storia di un Burattino, a veces traducida a nuestra lengua como Historia de un títere o Historia de una marioneta, o también conocida como Le avventure di Pinocchio o Las aventuras de Pinocho.

Se dice que Carlo Collodi no fue disciplinado ni puntual con la escritura. En algunas ocasiones, no terminaba a tiempo el capítulo para la siguiente entrega, lo que causaba decepción en los lectores del Giornale y afectaba, por supuesto, sus ventas. Para contrarrestar estos atrasos, el editor dividía cada entrega de Collodi en fragmentos más breves; de esta manera, se aseguraba algo de tiempo mientras recibía la continuación. Estas divisiones hicieron que la obra final quedara registrada con treinta y seis capítulos. Otra anécdota es la del famoso capítulo XV: se cuenta que el escritor, hastiado ya de la historia, decidió ahorcar a Pinocho y terminar abruptamente la novela. Sin embargo y como era de esperar, esto produjo un desencantamiento en la niñez, y Collodi se vio obligado a elaborar veintiún capítulos más.

Sin lugar a duda, Pinocho sobrepasó las expectativas de su creador; de esto, dan fe las traducciones a más de doscientas lenguas. En el caso de Costa Rica, existen evidencias de que fue leída y reinventada desde la segunda década del siglo xx.

Inicia el recorrido de Pinocho por Costa Rica

En palabras de Adela Ferreto, los primeros ejemplares de Pinocho en Costa Rica fueron vendidos por la Librería e Imprenta Alsina, la cual se encontraba en las inmediaciones de la avenida central. En esa época, se distribuyó la versión de la Editorial Saturnino Calleja, fundada en Madrid en 1876.

Fueron muchas las libertades que se tomaron los traductores que originalmente dieron a conocer la obra en la lengua española, por ejemplo, la de llamar «Goro» a «Geppetto» o «Tragafuego» al dueño del teatro de muñecos. Asimismo, crearon una serie denominada «Pinocho contra Chapete», y presentaron aventuras que nunca fueron firmadas por Carlo Collodi, como «Pinocho, Chapete y los Reyes Magos (Chapete busca el desquite)», «Pinocho en la isla de mentirijillas» o «Pinocho hace justicia». Lamentablemente, no se cuenta con el año de la primera edición de esas obras, pues la Editorial Calleja no acostumbraba a registrar ese dato en sus publicaciones.

Ese hecho permite explicar por qué los escritores Adela Ferreto y Carlos Luis Sáenz se refirieran a Goro, pues posiblemente así lo conocieron en los libros que leyeron durante su juventud. También, permite comprender las razones que llevaron a estos intelectuales a reinventar el diálogo de Pinocho con otros personajes de libros infantiles nacionales y extranjeros.

La escritora, maestra y política Carmen Lyra propulsó la lectura de Pinocho en la Escuela Normal de Costa Rica, institución dedicada a la formación magisterial desde 1915 y que contó con una Cátedra de Literatura Infantil, fundada por el profesor, editor y escritor Joaquín García Monge. Al respecto, Adela Ferreto, quien fue alumna de Carmen Lyra en esa Cátedra y posteriormente la sustituyó como profesora, expresaba:

En la Escuela Normal (1922) me volví a encontrar con Pinocho. Allí lo conocieron Luisa González y Carlos Luis Sáenz. En sus lecciones de literatura infantil, Carmen Lyra nos hizo elogio del libro, nos invitó a leerlo y nos puso a dramatizarlo (Ferreto, 1983).

De esta manera, Pinocho empezó a ser difundido entre el público lector por los maestros de Costa Rica, y logró gradualmente, como veremos en el siguiente recorrido, un sitial en la producción literaria de nuestro país.

Pinocho en el escenario costarricense

El primer registro de Pinocho en la literatura costarricense data de 1923, en la revista San Selerín, publicación dirigida a la niñez que circuló en dos épocas: la primera de ellas entre 1912 y 1913, dirigida por Carmen Lyra y Lilia González, y la segunda, en 1923, bajo los cuidados de esas mismas educadoras junto a Joaquín García Monge. Se trata de una pieza teatral titulada «Pinocho enfermo», firmada como un «arreglo» —adaptación— de Luisa González.

La obra «Pinocho enfermo», publicada el 15 de junio de 1923, ostenta el subtítulo de «Juguete cómico». Es una adaptación de lo que narra Collodi en los capítulos XIV, XVI y XII de su obra. Presenta al muñeco, que convaleciente en la cama, dialoga con el hada y narra sus aventuras con la zorra y el gato. Con la finalidad de curarlo, el hada llama a los médicos e intenta darle su medicina. Pinocho se niega a tomar el amargo remedio; entonces, entran cuatro conejos al escenario, con un ataúd a cuestas, para llevárselo. Asustado, toma la medicina y recupera de inmediato su salud.

Esta pieza está acompañada de una partitura compuesta por Rodolfo Quesada y fechada a mano el 24 de noviembre de 1922, en Heredia. Se encuentran, a manera de ejemplo, los siguientes versos: «Pinocho se está muriendo / Pinocho se va a morir, / Tan tararán tan tan, / redoble de tambor» (González, 1923).

Con la finalidad de celebrar el centenario de la primera edición de esta obra de Collodi, la maestra Adela Ferreto dio a conocer la obra «Los pies nuevos de Pinocho» en el Repertorio Americano de abril–junio de 1983, publicación de la Universidad Nacional. En esta obra, se dramatizan hechos narrados en los capítulos IV y VI: el encuentro del muñeco con el grillo parlante y su negación de estudiar, y como el títere se queda dormido frente a la chimenea y se quema por descuido los pies. Goro (nombre que se le da Geppetto) le confecciona un par de nuevos pies, y un alegre Pinocho parafrasea una canción folclórica tradicional: «Tengo pies / que no están al revés / como los de doña Inés. / La vieja Inés con las patas al revés…» (Ferreto, 1983).

De esta pieza, resulta relevante el intertexto de versos anónimos y tradicionales cantados por los niños costarricenses, lo que plantea el interés por dotar al personaje de características culturales del país centroamericano. Asimismo, la autora coloca, en los labios del personaje del hada, una proverbial sentencia: «¡Si hacemos niños felices, lograremos hombres buenos!» (Ferreto, 1983).

Otro Pinocho con características de la cultura costarricense se halló en el montaje realizado por la Compañía de Teatro para Niños Aníbal Reyna, en el Teatro Nacional de Costa Rica, en 1974. Quienes observamos, en nuestra niñez, esa puesta en escena recordamos a «Pinocho, el rey del bizcocho» en clara referencia a nuestro «pastelillo de harina de maíz, aliñado con queso u horneado» o nuestra «rosquilla de maíz tostada y pequeña», como señala Miguel Ángel Quesada Pacheco en el Nuevo diccionario de costarriqueñismos.

Por su parte, las dramaturgas Leda Cavallini Solano y Guadalupe Pérez Rey ofrecieron otra versión teatral titulada Pinocho (basada en la obra de Carlo Collodi), publicada por la Editorial Costa Rica en 2000. Sintetizaron la obra y tomaron licencias sobre el texto original para proponer un espectáculo con pocos actores, el cual incluía canciones.

El espectáculo inicia cuando un hada y dos flores, llamadas Clavel y Girasol, preparan una fiesta de cumpleaños para Pinocho. De repente, entra el caballo Casquito cargado con maderos; entre estos, hay uno que tiene la capacidad de hablar y es entregado a Geppetto para moldear la marioneta. En esta obra, interviene el gato Fígaro, personaje que no se encuentra en la novela de Collodi y que procede de la versión cinematográfica de Disney de 1940.

La obra de Cavallini Solano y Pérez Rey presenta a Pinocho como un héroe que vence, en cruenta lucha de espadas, al temible pez que mantiene cautivos a Geppetto y Fígaro. Como recompensa a sus buenas acciones, el muñeco de madera ingresa a una caja mágica de la que sale convertido en un niño que canta: «¡Soy un niño como ustedes, / ahora sé lo que es vivir! / ¡Soy un niño, qué alegría! / ¡Soy un niño, soy feliz!» (Cavallini Solano y Pérez Rey, 2000).

En esta propuesta teatral, se entremezcla léxico proveniente de Italia con expresiones propias de la cultura costarricense. Por ejemplo, el boletero pregunta: «¿Para qué quiero un libro de escuela? Yo no soy un bambino». Además, el circo pertenece a Carmelo Sabatini, apellido de raíces italianas. Asimismo, se hace uso del voseo, trato coloquial de nuestro país: «¡Si sos valiente, peleá conmigo, panza de gelatina!» (Cavallini Solano y Pérez Rey, 2000).

En 2017, el Teatro Contraluz en coproducción con la Compañía Nacional de Teatro, bajo la dirección de Gladys Alzate, presenta la adaptación de la obra de Collodi Yo soy Pinocho de José Fernando Álvarez. Un año después, repitió una temporada en el marco del programa “Érase una vez...” del Teatro Nacional de Costa Rica, el Ministerio de Cultura y Juventud y el Ministerio de Educación Pública. Esta iniciativa llevó a miles de estudiantes de Educación Preescolar, Primaria y Secundaria a disfrutar del espectáculo en el Teatro Nacional de Costa Rica y recibir un libro con la obra de Álvarez e ilustrado por la artista Ruth Angulo.

Alzate, en su condición de directora escénica, resaltó el humor y la reflexión. Por su parte, Álvarez presentó un final disruptivo, pues Pinocho decide continuar con su apariencia original de títere y encontrar valor dentro de sí mismo: «Pinocho seguirá siendo Pinocho. / Él quiere seguir siendo como es, / un muñeco de madera / tan humano como usted. / Pinocho tiene / ¿Qué tiene, qué tiene? / Pinocho tiene / un gran corazón» (Álvarez, s.f.).

En la literatura costarricense, se registran, además de las anteriores, piezas teatrales escritas por Carlos Luis Sáenz y Adela Ferreto. En estas, Pinocho protagoniza aventuras que no fueron narradas por Collodi e interactúa con otros personajes de la literatura infantil.

Carlos Luis Sáenz incluyó, en su libro Papeles de risa y fantasía (1962), tres piezas de teatro para niños: «El corazón de Pinocho», «Una alegre Navidad» y «Sueño y nada». Estas obras tenían como finalidad ser representadas en asambleas escolares o en actividades familiares; por esta razón, había una abundancia de personajes para que fueran representados por la mayor cantidad posible de niños.

«El corazón de Pinocho» se desarrolla en la casa de Caperucita y su madre. Pinocho, al irse la madre de Caperucita a hacer un mandado, entra a la casa a jugar con la niña. En medio de juegos y recitaciones de fragmentos poéticos de Gabriela Mistral y Leopoldo Lugones, dejan la puerta abierta y el lobo aprovecha el descuido para entrar con la finalidad de devorar a la pequeña. A tiempo, llega la madre y espanta a la fiera. La mamá de Caperucita le da un beso a Pinocho y al muñeco le brota un corazón dentro del pecho.

En «Una alegre Navidad», se reúnen tío Conejo, Pulgarcito, Cenicienta y Margarita —la protagonista del conocido poema de Rubén Darío— para celebrar la Nochebuena. Pinocho mal disfrazado de San Nicolás irrumpe en la reunión y, tras ser descubierto por los niños, devuelve los regalos que había robado a San Nicolás; luego, expresa su arrepentimiento. La Nochebuena aparece y sentencia: «Que se levante Pinocho, que venga al corro a cantar, / porque el Niño ya ha nacido en las pajas de un pajar» (Sáenz, 1962).

Por su parte, la obra «Sueño y nada» constituye una reflexión sobre el viaje de la vida hacia la muerte. Pinocho y Hansel —quien se halla desconsolado por la muerta de su hermana Grettel— realizan un viaje a un sitio fantástico que se encuentra en el cielo, donde habitan los personajes de los cuentos populares; por ejemplo, Hansel se sorprende al encontrar unas zapatillas brillantes y Pinocho le explica: «Las zapatillas de cristal de Mariquilla Cenicienta, pero como esas hay aquí a montones…» (Sáenz, 1962). En ese lugar onírico y hermoso, Hansel se encuentra con su hermana fallecida; sin embargo, el muñeco de madera le advierte que deben regresar y, por lo tanto, salir del sueño, pues ya está a punto de amanecer.

Estas tres piezas dramáticas fueron publicadas nuevamente por Carlos Luis Sáenz en el libro En lo que paró el baile, publicado por la Editorial Costa Rica en 1982, justo un año antes de conmemorar el centenario de la primera edición de Pinocho.

Con la finalidad de celebrar dicho centenario, Adela Ferreto dio a conocer la obra teatral «El cumpleaños de Pinocho», en 1983, en Repertorio Americano. En esta propuesta, se representan los preparativos para la fiesta de los cien años del muñeco de madera. Los encargados de ese agasajo son Hansel, Gretel, Simón Bobito, Caperucita y su abuela, y servirán pestiños a los invitados. Aunque el vocablo «pestiño» o «prestiño» no aparece en el Diccionario de costarriqueñismos de Carlos Gagini ni en el Nuevo diccionario de costarriqueñismos de Miguel Ángel Quesada, se asume, por contrastividad, como una palabra propia de la región; tal hecho reafirma la integración del personaje italiano a la cultura costarricense.

En esta obra, el cumpleañero, disfrazado de anciano, ingresa a escena. La niña de la caperuza roja lo invita a desprenderse de esos ropajes y lo exhorta:

Cuando hace como trescientos años salimos de los libros para niños, ya éramos viejos de andar por el mundo en boca de las abuelas. Pero siempre hemos sido niños y lo seguiremos siendo. Para alegrar y divertir a los niños las hadas nos concedieron ese don: ¡Ser eternamente niños! Tú también, Pinocho, eres hijo de un hada, serás niño siempre (Ferreto, 1983).

A mediados de la década del 70, el dramaturgo, director y actor costarricense Antonio Yglesias Vargas estrenó en México y Costa Rica la obra teatral dirigida al público adulto Pinocho Rey, bajo la dirección de escénica de Olga Marta Barrantes.

El teatro es el género en el que prioritariamente Pinocho ha tenido su sitio en la literatura costarricense; sin embargo, este famoso títere se ha hecho espacio incluso en un libro dedicado al aprendizaje de la lectura y la escritura.

Pinocho va a la escuela

El personaje de Collodi se encuentra en Buenos días, un libro dedicado al aprendizaje de la lectoescritura de niños de primer grado. Esta obra, que obtuvo la categoría de texto oficial autorizado por el Consejo Superior de Educación Pública, no registra los nombres de sus redactores e ilustradores; sin embargo, se atribuye al escritor Carlos Luis Sáenz —hecho que confirma su nieta Li Sáenz Urgell — y es posible que fuera ilustrada por el artista Francisco Amighetti. La falta de una firma se debe a que los autores vinculados al Partido Comunista preferían mantenerse en el anonimato al escribir textos didácticos en los años posteriores a la Guerra Civil de 1948.

En «Jugar de comida», Pinocho comparte la mesa con Lolita, Paco, Guaria y un oso de peluche llamado Pancho; todos se dedican a dar ejemplo de buenos modales. En el texto «Pinocho da un almuerzo», los personajes ya mencionados invitan al convite a la naranja, la leche, la mantequilla, el pan, la sopa caliente, el huevo, la papa y las espinacas. Reunidos todos, los niños se comen a los invitados y no dejan ni una migaja.

De esta manera, se comprueba que los niños costarricenses de la década del 50 aprendían a leer y escribir con Pinocho; por esta razón, lo integraban a su imaginario y sus juegos.

Edición costarricense de Pinocho

La Editorial Costa Rica publicó, en 1983, en el marco de celebración del centenario de publicación de la novela, una edición íntegra de Pinocho. Esta obra fue ilustrada por el artista Juan Manuel Sánchez (1907-1990), quien fue un destacado dibujante, escultor y profesor de artes visuales. Sánchez recibió el Premio Nacional de Cultura Magón, en 1982, máximo reconocimiento que otorga al Estado costarricense por la trayectoria de vida en los campos de la cultura, la educación o las ciencias.

En otras palabras, esta edición constituyó un doble homenaje: a una obra universal y centenaria como Pinocho, y a la prolífica carrera artística de Juan Manuel Sánchez, la cual inició en 1928 cuando exponía en los salones organizados en el Teatro Nacional de Costa Rica.

En palabras de Li Sáenz Urgell —nieta de Carlos Luis Sáenz y Adela Ferreto—, los propulsores de esta edición fueron sus abuelos, quienes deseaban que Costa Rica se uniera de esta forma a las actividades relacionadas con el centenario de Pinocho en el contexto mundial.

Entre lápices, pinceles y computadoras: Pinocho en las ilustraciones costarricenses

El reconocido muñeco de madera irrumpió en la gráfica costarricense en 1923, cuando Luisa González publica en la revista San Selerín la obra teatral «Pinocho enfermo». Ahora bien, la ilustración de Pinocho rechazando la medicina de manos del hada no tiene una firma y se desconoce la autoría; es probable que haya sido tomada de alguna edición que circulara en Costa Rica por esa época.

Algo similar sucede en los grabados del libro Buenos días, específicamente en el ejemplar de 1957: las ilustraciones carecen de firma; sin embargo, es probable que fueran elaboradas por el artista Francisco Amighetti (1907-1998). En el apartado «El almuerzo de Pinocho», se presentan elementos de la vida cotidiana y hogareña de ese entonces, por ejemplo, una pila para lavar ropa y banderines con los que se solían decorar las fiestas de niños.

Como se mencionó, la Editorial Costa Rica conmemoró en 1983 el centenario de Pinocho con la publicación de la obra ilustrada por Juan Manuel Sánchez. Estos dibujos, elaborados con tinta china, destacan por el movimiento de sus líneas y una síntesis de elementos. Sánchez, aparte de crear las primeras imágenes de Los cuentos de mi tía Panchita de Carmen Lyra, en 1936, realizó una amplia obra en la que mantuvo su identidad gráfica; asimismo, aportó imágenes para las revistas infantiles Triquitraque y Farolito e ilustró obras emblemáticas de la literatura infantil costarricense como Almófar, duende hidalgo y aventurero de Lilia Ramos, en 1966; Mulita Mayor de Carlos Luis Sáenz, en 1967; o Aventuras de Tío Conejo y Juan Valiente de Adela Ferreto, en 1982.

Por su parte, el artista Jorge Illá ilustró la obra teatral Pinocho de Leda Cavallini Solano y Guadalupe Pérez Rey en el año 2000. Recurrió a técnicas digitales y colocó sombreros semejantes a chonetes en las cabezas del muñeco de madera y Geppetto. Tal hecho no resulta fortuito, pues el chonete es una prenda que suelen emplear hombres y mujeres que trabajan en el campo costarricense. El lingüista Miguel Ángel Quesada, en su Nuevo diccionario de costarriqueñismos, hace alusión a la frase «estar chonete» que remite a un estado de pobreza, muy acorde con personajes como Pinocho y su padre.

Ruth Angulo, artista y arquitecta costarricense, fue la encargada de ilustrar la edición de la obra teatral Yo soy Pinocho de José Fernández Álvarez en 2018. Son imágenes coloreadas a mano, con la técnica de la acuarela. En esta propuesta gráfica, se hace continua referencia a los arabescos y figuras geométricas que caracterizan las carretas de Sarchí, cantón de Alajuela. Además, debe rescatarse que la carreta pintada es símbolo nacional desde 1988 y fue inscrita en la Lista Representativa del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad de la Unesco, en 2008. Igualmente, en una de las ilustraciones, se observa a Pinocho que vuela sobre la paloma y, como fondo, se aprecia la fachada del templo católico de Sarchí.

Este italiano llegó para quedarse en Costa Rica

Este breve esbozo da constancia de cómo Pinocho, ese niño de madera nacido en Italia entre 1881 y 1883, llegó a Costa Rica en los ejemplares de la Editorial Saturnino Calleja que distribuía la extinta Librería Alsina, para convertirse en un personaje universal que adopta características culturales de nuestro país en las últimas propuestas gráficas, donde el títere vive sus aventuras en un cantón de nuestra tierra.

Esta edición rescata el valioso legado gráfico de Juan Manuel Sánchez, se une a la celebración mundial del 140 aniversario de la obra y es también un convite literario que invita a viajar, con este muñeco de madera, por esos territorios de humor, magia y humanismo que nos legaron célebres antepasados.

Carlos Rubio Torres

Profesor de Literatura Infantil,

Universidad de Costa Rica y Universidad Nacional

I

Cómo fue que el maestro Cereza, carpintero, encontró un pedazo de madera que lloraba y reía como un niño.

Había una vez…

—¡Un rey! —dirán de inmediato mis pequeños lectores.

No, niños, están equivocados. Había una vez un pedazo de madera.

No era una madera de lujo, sino un simple pedazo de leña, de esos que durante el invierno se meten en las estufas y en las chimeneas para encender el fuego y calentar las habitaciones.

No sé cómo sucedió, pero el hecho fue que un buen día este pedazo de madera apareció en la tienda de un viejo carpintero cuyo nombre era Antonio, pero a quien todos llamaban maestro Cereza, porque la punta de su nariz siempre estaba lustrosa y rojiza como una cereza madura.

Apenas el maestro Cereza vio ese pedazo de leña, se emocionó y, frotándose las manos de la felicidad, murmuró:

—Este pedazo de madera apareció justo a tiempo: quiero hacer con este la pata de una mesa.

Dicho esto, tomó entre sus manos un hacha afilada y comenzó a pulirlo y a desbastarlo; pero, en el momento cuando iba a dar el primer hachazo, se quedó con el hacha suspendida en el aire, porque oyó el hilo de una voz que le rogaba:

—¡No me vaya a golpear muy fuerte!

Ante esta petición, imagínense cómo quedó el buen hombre del maestro Cereza.

Repasó con la mirada toda la habitación tratando de descubrir de dónde había salido esa voz, pero no vio a nadie; buscó dentro del armario que siempre estaba cerrado, y nada; buscó entre la viruta y el serrín, y nada; abrió la puerta de la tienda para echar una mirada a la calle, y nada. ¿Será que…?

—¡Claro! —dijo entonces riendo y rascándose la peluca—. Me he imaginado la voz. Retomemos el trabajo.

Volvió a sujetar el hacha y encajó un poderosísimo golpe sobre el pedazo de madera.

—¡Ay, me has hecho daño! —gritó lamentándose la misma vocecita.

Esta vez el maestro Cereza se quedó de una pieza, con los ojos desorbitados por el miedo, la boca abierta y la lengua que le colgaba hasta el mentón, como la figura de una fuente.

Apenas pudo volver a hablar, temblando del miedo, balbuceó:

—Pero ¿de dónde habrá salido esta vocecita que ha dicho “ay”?… Aquí no hay ningún alma. ¿Será acaso que este pedazo de madera aprendió a llorar y a quejarse como un niño? No lo puedo creer. Este leño acá… es un pedazo de leña para la chimenea, como todos los demás, capaz de calentar, si se arroja al fuego, una olla de frijoles… ¿O será que…? ¿Hay alguien escondido dentro? Si hay alguien escondido, tanto peor por él. ¡Ya lo pongo en su lugar!

Y diciendo así tomó firmemente entre sus manos este pobre pedazo de madera y comenzó a golpear con él las paredes de la habitación.

Luego se puso a escuchar, para ver si oía alguna vocecita lamentarse. Espero dos minutos, y nada; cinco minutos, y nada; diez minutos, y nada.