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Un día de fuertes vientos, Holmes estaba sentado en su sillón cuándo tocan el timbre. Era un joven llamado John Openshaw que quería consejos y ayuda sobre un caso en su familia; empieza a contar el caso. El padre de John (Joseph) había patentado unos neumáticos irrompibles que lo hicieron rico, tanto que vendió la empresa y se retiró aún más rico. El tío de John (Elías), en cambio, emigró a USA, dónde consiguió el cargo de coronel en el ejército, y compró una plantación en Florida. En 1869, Elías volvió a Inglaterra, donde adquirió una finca. Era un hombre violento, irascible y con repugnancia hacia la etnia negra; fumaba mucho y tomaba brandy en abundancia. En 1878, Joseph le pidió a Elías que John se quedara en su casa. Elías aceptó amablemente. El 10 de marzo del 1883, en el correo apareció una carta Que venía desde Pondicherry, India. Cuándo el tío la abrió, salieron 5 semillas de naranja y un papel que decía ‘’K.K.K’’. Elías se desmayó y nunca más estuvo igual.A young Sussex gentleman named John Openshaw has a strange story: in 1869 his uncle Elias Openshaw had suddenly come back to England to settle on an estate at Horsham, West Sussex after living for years in the United States as a planter in Florida and serving as a Colonel in the Confederate Army.Not being married, Elias had allowed his nephew to stay at his estate. Strange incidents have occurred; one is that although John could go anywhere in the house he could never enter a locked room containing his uncle's trunks. Another peculiarity was that in March 1883 a letter postmarked Pondicherry, in India, arrived for the Colonel inscribed only "K.K.K." with five orange pips enclosed.More strange things happened: Papers from the locked room were burnt and a will was drawn up leaving the estate to John Openshaw. The Colonel's behaviour became bizarre. He would either lock himself in his room and drink or he would go shouting forth in a drunken sally with a pistol in his hand. On 2 May 1883 he was found dead in a garden pool.
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Veröffentlichungsjahr: 2014
Colección Biblioteca Clásicos bilingüe
Las cinco semillas de naranja/The five orange pips
©Ediciones74,
www.ediciones74.wordpress.com
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Valencia, España
Diseño cubierta y maquetación: Rubén Fresneda
Imprime: CreateSpace Independent Publishing
ISBN: 978-1502504296
1ª edición en Ediciones74, septiembre de 2014
Título original de la obra: The Five Orange Pips
Obra escrita en 1891 por Arthur Conan Doyle
Traducida al castellano en por Vicente García Aranda.
Vicente García Aranda (1825 Alicante-1902 Valencia)
Esta obra ha sido obtenida de www.wikisource.org
Esta obra se encuentra bajo dominio público
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Arthur Conan Doyle
Las cinco
semillas de
naranja
Las aventuras de Sherlock Holmes
biblioteca arthur conan doyle
Arthur Conan Doyle
Las cinco semillas de naranja
Cuando repaso mis notas y apuntes de los casos de Sherlock Holmes entre los años 1882 y 1890, son tan-tos los que presentan aspectos extraños e interesantes que no resulta fácil decidir cuáles escoger y cuáles descartar. No obstante, algunos de ellos ya han recibido publicidad en la prensa y otros no ofrecían campo para las peculiares fa-cultades que mi amigo poseía en tan alto grado, y que estos escritos tienen por objeto ilustrar. Hay también algunos que escaparon a su capacidad analítica y que, como narraciones, serían principios sin final; y otros sólo quedaron resueltos en parte, y su explicación se basa más en conjeturas y supo-siciones que en la evidencia lógica absoluta a la que era tan aficionado. Sin embargo, hay uno de estos últimos tan nota-ble en sus detalles y tan sorprendente en sus resultados que me siento tentado de hacer una breve exposición del mismo, a pesar de que algunos de sus detalles nunca han estado muy claros y, probablemente, nunca lo estarán.
El año 87 nos proporcionó una larga serie de casos de ma-yor o menor interés, de los cuales conservo notas. Entre los archivados en estos doce meses, he encontrado una cró-nica de la aventura de la Sala Paradol, de la Sociedad de Men-digos Aficionados, que mantenía un club de lujo en la bó-veda subterránea de un almacén de muebles; los hechos relacionados con la desaparición del velero británico Sophy Anderson; la curiosa aventura de la familia Grice Patersons en la isla de Uffa; y, por último, el caso del envenenamiento de Camberwell. Como se recordará, en este último caso Sher-lock Holmes consiguió, dando toda la cuerda al reloj del muerto, demostrar que le habían dado cuerda dos horas antes y que, por lo tanto, el difunto se había ido a la cama durante ese intervalo... una deducción que resultó fundamental para resolver el caso. Es posible que en el futuro acabe de dar forma a todos estos, pero ninguno de ellos presenta características tan sorprendentes como el extraño encadenamiento de cir-cunstancias que me propongo describir a continuación.
Nos encontrábamos en los últimos días de septiembre, y las tormentas equinocciales se nos habían echado encima con excepcional violencia. Durante todo el día, el viento había aullado y la lluvia había azotado las ventanas, de manera que hasta en el corazón del inmenso y artificial Londres nos veíamos obligados a elevar nuestros pensamientos, desvián-dolos por un instante de las rutinas de la vida, y aceptar la presencia de las grandes fuerzas elementales que rugen al género humano por entre los barrotes de su civilización, co-mo fieras enjauladas. Según avanzaba la tarde, la tormenta se iba haciendo más ruidosa, y el viento aullaba y gemía en la chimenea como un niño. Sherlock Holmes estaba sentado melancólicamente a un lado de la chimenea, repasando sus archivos criminales, mientras yo me sentaba al otro lado, en-frascado en uno de los hermosos relatos marineros de Clark Russell, hasta que el fragor de la tormenta de fuera pareció fundirse con el texto, y el salpicar de la lluvia se transformó en el batir de las olas. Mi esposa había ido a visitar a una tía suya, y yo volvía a hospedarme durante unos días en mis an-tiguos aposentos de Baker Street.
––Caramba ––dije, levantando la mirada hacia mi com-pañero––. ¿Eso ha sido el timbre de la puerta? ¿Quién podrá venir a estas horas? ¿Algún amigo suyo?
––Exceptuándole a usted, no tengo ninguno ––respondió––. No soy aficionado a recibir visitas.
––¿Un cliente, entonces?
––Si lo es, se trata de un caso grave. Nadie saldría en un día como éste y a estas horas por algo sin importancia. Pero me parece más probable que se trate de una amiga de la casera.
Sin embargo, Sherlock Holmes se equivocaba en esta conje-tura, porque se oyeron pasos en el pasillo y unos golpes en la puerta. Holmes estiró su largo brazo para apartar de su lado la lámpara y acercarla a la silla vacía en la que se sentaría el recién llegado.
––Adelante ––dijo.
El hombre que entró era joven, de unos veintidós años a juzgar por su fachada, bien arreglado y elegantemente vestido, con cierto aire de refinamiento y delicadeza. El chorreante paraguas que sostenía en la mano y su largo y reluciente impermeable hablaban bien a las claras de la furia temporal que había tenido que afrontar. Miró ansiosamente a su alrededor a la luz de la lámpara, y pude observar su ros-tro pálido y sus ojos abatidos, como los de quien se siente abrumado por una gran inquietud.
––Le debo una disculpa ––dijo, alzándose hasta los ojos sus gafas––. Espero no interrumpir. Me temo que he traído algunos rastros de la tormenta y la lluvia a su acogedora ha-bitación.
––Déme su impermeable y su paraguas ––dijo Holmes––. Pueden quedarse aquí en el perchero hasta que se sequen. Veo que viene usted del suroeste.
––Sí, de Horsham.
––Esa mezcla de arcilla y yeso que veo en sus punteras es de lo más característico.
––He venido en busca de consejo.
––Eso se consigue fácilmente.
––Y de ayuda.
––Eso no siempre es tan fácil.
––He oído hablar de usted, señor Holmes. El mayor Pren-dergast me contó cómo le salvó usted en el escándalo del club Tankerville.
––¡Ah, sí! Se le acusó injustamente de hacer trampas con las cartas.
––Me dijo que usted es capaz de resolver cualquier problema.
––Eso es decir demasiado.
––Que jamás le han vencido.
––Me han vencido cuatro veces: tres hombres y una mujer.
––¿Pero qué es eso en comparación con el número de sus éxitos?
––Es cierto que por lo general he sido afortunado.
––Entonces, lo mismo puede suceder en mi caso.
––Le ruego que acerque su silla al fuego y me adelante algu-nos detalles del mismo.
––No se trata de un caso corriente.
––Ninguno de los que me llegan lo es. Soy como el último tribunal de apelación.
––Aun así, me permito dudar, señor, de que en todo el curso de su experiencia haya oído una cadena de sucesos más mis-teriosa e inexplicable que la que se ha forjado en mi familia.
––Me llena usted de interés ––dijo Holmes––. Le ruego que nos comunique para empezarlos hechos principales y luego ya le preguntaré acerca de los detalles que me parezcan más importantes.