Las niñas bien - Guadalupe Loaeza - E-Book

Las niñas bien E-Book

Guadalupe Loaeza

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Beschreibung

El presidente que prometió defender al peso como un perro ha dejado una nación en bancarrota. El dólar se dispara hasta los cielos. Los mexicanos menos privilegiados se ven obligados a apretarse el cinturón para sobrevivir. Nada de esto parece preocuparle a Sofía, quien está a punto de celebrar su cuarenta aniversario en su casa de Las Lomas y se siente en la cima del mundo. Sin embargo, su vida de lujos no durará mucho. También a ella le caerá encima la realidad económica de un país que, durante un sexenio, se creyó moderno, próspero y de primer mundo. Entre el melodrama y la comedia, entre la crónica y la ficción, Guadalupe Loaeza retoma el argumento del largometraje Las niñas bien, que a su vez se inspiró en los personajes de Loaeza. El resultado es un juego de espejos que nos cuenta la historia de una clase social en la que el privilegio y la apariencia terminan por amenazar hasta los cimientos de la amistad, la lealtad y la armonía familiar.

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Para Miguel Ángel Granados Chapa

1

Entre más admiraba Sofía su silueta reflejada y multiplicada una infinidad de veces en los espejos del vestidor de Saks, más se convencía de que debía comprar el vestido. Le quedaba perfecto, la caída de la tela crêpe de soie era majestuosa, el color champagne le iba muy bien al rubio castaño de su pelo. Lo que más le gustaba, sin embargo, eran las hombreras: hacían lucir su cintura aún más reducida y le daban al conjunto un estilo entre sofisticado y moderno, ideal para una mujer a punto de festejar sus cuarenta años. Desde que se habían puesto de moda, una de las tantas obsesiones de Sofía eran las hombreras. Nunca de los nuncas salía sin ellas, y con el tiempo se había hecho de una gran colección: las compraba en todos colores, tamaños, volúmenes y texturas, no obstante que la mayoría de sus vestidos, blusas y sacos venían ya de fábrica con las hombreras incluidas. Tanto dependía de ellas que incluso a sus camisones, batas y rebozos de seda les hacía coser un par de hombreras. “No me da pena reconocer que me dan seguridad. Me hacen sentir importante. Son como my security blanket”, se confesaba en secreto. “Además, te hacen ver con más cintura y más delgada”, les decía a sus amigas.

En el caso del vestido que estaba a punto de comprar, tenía las hombreras del tamaño y espesor precisamente como a ella le gustaban. El vestido iría perfecto con los aretes de perlas comprados la semana anterior. Le pediría a Noel, su coiffeur de toda la vida, que le hiciera un peinado como los que llevaba Lady Diana; y a Martita le pediría que la maquillara supernatural.

—Oh, Mrs. Garay, you look really wonderful! —exclamó la vendedora.

Miss Elizabeth se ocupaba de Sofía desde hacía muchos años. Cada vez que llegaban las nuevas colecciones o había sales, le llamaba por teléfono para avisarle de las novedades. La vendedora también se ocupaba de sus amigas: Inés, Alejandra y Ana Paula. Para Miss Elizabeth no había mejores clientas que las mexicanas, sobre todo las de Monterrey. Gracias a ellas y a las comisiones de sus compras, había adquirido un coche, un departamento y había podido meter a sus dos hijos a un colegio privado muy cerca de su casa.

—Thank you... The dress it’s really beautiful. But it must be very expensive, no? —preguntó Sofía entre tímida y temerosa.

—You are a lucky woman... It’s on sale!

Las dos se rieron. Le dio tanto gusto a Sofía saber que su vestido estaba en barata que hasta le dieron ganas de abrazar a miss Elizabeth. Nada le gustaba más que comprar en “barata” de ese modo se sentía, además de “muy suertuda”, atinadísima para encontrar exactamente lo que le quedaba a su estilo.

—How much? —preguntó, sonriéndose ante el espejo.

—Eight thousand dollars —respondió Miss Elizabeth, y con toda la cortesía del mundo le explicó a su clienta que de verdad se trataba de una ganga, ya que a pesar de que era de la temporada primavera-verano pasada era un diseño del gran estilista francés Gérard Pipart, de la casa Nina Ricci de París. En esos momentos, Sofía empezó a escuchar en su cabeza la voz de su madre. “Acuérdate, hija, que hay que comprar como rica para que dure como pobre. Tú aprovecha, no seas tonta. Además está en barata y es... ¡francés! ¿Te das cuenta de la envidia que les vas a dar a tus amigas tan pretenciosas?”

Por otro lado, también oía en su fuero interno las últimas recomendaciones que le hizo Fernando antes de irse a Nueva York: “Sofía, llévatela leve con tus tarjetas. Las pinches devaluaciones están a punto de duplicar las deudas de la empresa. No gastes tanto, caray...”.

La súplica de su marido no era estéril, las devaluaciones en México estaban a la orden del día. A pesar de que el presidente López Portillo había ofrecido defender al peso como “un perro”, sus promesas se vinieron abajo ante la falta de divisas. En agosto de 1982, el dólar había subido de 27 a 38 pesos.

“Con mayor razón —se dijo Sofía— hay que aprovechar el hecho de que el vestido está on sale.” Además, ella intuía que ya no viajaría tanto debido a la situación del país.

Estaba de verdad ante un dilema, comprarlo o bien olvidarse del vestido y, por primera vez, ser razonable en esos momentos tan aciagos del país.

“Si no lo compro me voy a arrepentir toda mi vida”, pensó. Lo usaría para su cumpleaños, para la fiesta de Año Nuevo del club Chapultepec, era tan clásico que podía llegar a ponérselo hasta en las futuras bodas de sus hijos... “To buy or not to buy?”, se preguntaba a modo shakesperiano, con cara de angustia, haciendo todo lo posible por verse relajada ante la vendedora. Y entre más se veía en el espejo, más coqueteaba con su propio reflejo. Pasaba las palmas de sus manos medio sudorosas sobre la suavidad de la seda, sus dedos recorrían las costuras sin perder detalle. Se miraba de reojo, por delante y por detrás. No había duda, el corte la hacía verse escultural. Era obvio que en México no podría conseguir algo semejante, ni siquiera en la boutique de Frattina.

“Ya sé, ya sé qué voy a hacer... —se dijo—. Divido el total, entre mis tres tarjetas. ¿Cuánto es ocho entre tres? Híjole, qué complicado, siempre he sido fatal para los números. Pensemos en algo más sencillo: a dos les pongo tres mil dólares, y a la Carnet le cargo dos mil. ¡Ya estuvo! ¡Será mi regalo de cumpleaños, de Navidad y de reyes! It’s now or never!” se dijo entre dientes.

—Okay, I’ll take it —le comunicó a la vendedora con aire triunfante.

Si en algo era buena Sofía era en encontrarle una solución casi siempre exprés a los embrollos en los que ella misma se metía. Gracias a los cuatro años de psicoanálisis, su sentimiento de culpabilidad había desaparecido casi por completo. Fue tan impulsiva en su decisión que ni siquiera se tomó la molestia de convertir el precio en pesos mexicanos. Para qué sufrir si de todas maneras se lo llevaba. Para qué averiguar que 8,000 dólares correspondían a 38,000 pesos. Si llegaba a ponérselo 38 veces, como pensaba hacerlo, cada puesta le saldría en 1,000 pesos, la verdad es que era casi un regalo... Era el típico vestido que jamás pasaría de moda. “Le voy a sacar mucho provecho”, se decía para justificarse. La seda era de tan buena calidad y estaba tan bien confeccionado que con el tiempo lo usaría su hija para su primera fiesta formal.

Mientras Sofía firmaba con su pluma Mont Blanc los tres vouchers frente a la caja, con su letra picudita del Colegio Francés, a lo lejos escuchaba la voz de Julio Iglesias, cantando: “De tanto correr por la vida sin freno, me olvidé que la vida se vive un momento. De tanto querer ser en todo el primero, me olvidé de vivir los detalles pequeños...”.

Al escuchar la letra de la canción de moda de esos momentos, a Sofía se le llenaron los ojos de lágrimas. Mientras se dirigía a la puerta de salida del gran almacén, con su gran caja donde llevaba el vestido y otras bolsas más, se dijo: “En realidad me compré el vestido para gustarle a Julio”.

2

Desde que Sofía se enteró que el cantante español se había presentado, hacía apenas unas semanas, en una fiesta privada en casa de los barones Sandra y Ricky di Portanova en Acapulco pensó que nada le gustaría más que invitarlo a su fiesta de cuarenta años. Sabía que Iglesias adoraba México y que tenía una mansión espectacular en el fraccionamiento del hotel Villa Vera de Acapulco. “El que seguro sabe cómo conectarlo es Sánchez Osorio. Yo leí la crónica de esa fiesta en ‘Snobíssimo’ del Novedades. Llegando a México le llamo a Nicolás”, pensaba en el taxi camino al hotel. Sofía, además, había visto el reportaje de la fiesta en la revista ¡Hola! Allí estaban las fotografías a todo color de la propiedad de los Di Portanova, y su vagón funicular para transportar a los huéspedes a cada piso; había visto la terraza abierta Paso de Camello, con capacidad para ochocientos comensales; había visto los enormes arcos moriscos de triple altura y la alberca de quinientos metros cuadrados que aparentaba desaparecer en el mar. En el piano-bar El Harem, recubierto con murales pintados a mano, estaba la foto de Julio Iglesias, con su smoking blanco, entre los barones Di Portanova, los Corcuera, los Landucci y los Kissinger. Se veían felices, como si vivieran eternamente de vacaciones. En los últimos meses en que su marido estaba tan sumido en sus problemas, fantasear con Julio Iglesias le permitía darle cauce a su tremenda fantasía y soledad. Era como un escape a su cotidianidad. A veces sentía que se aburría con Fernando y sus amigas empezaban a provocarle un cierto tedio. “Siempre hablan de lo mismo. Cuentan los mismos chistes y chismes. Y para colmo no leen ni las columnas de sociales. ¡Son unas imbéciles!” Aunque las quería mucho, especialmente a aquellas que habían ido juntas al colegio, al pensar en ellas lo hacía con un cierto desprecio. “En el fondo me dan flojera”, le comentaba a su marido.

Mientras Sofía se dirigía a su hotel, se acordó en el taxi que debía comprar otra maleta, de lo contrario no le cabría toda su ropa. Compraría una de marca Hartmann, las más resistentes de todas. Para ello se tendría que despertar muy temprano, debía estar en el aeropuerto a más tardar a las 3:00 p.m. Necesitaba tiempo para hacer las últimas compras, los regalos de las maids: a cada una le compraría un walkman; a Toñis, su nana que tanto quería, le llevaría un radio portátil, y a Miguel, el chofer, un reloj digital. “Ya tengo los regalos de los gemelos y de mi hija. A mi mamá le llevo sus medias para la circulación y un gran frasco de perfume Fleurs de Rocaille, que tanto le gusta. Me pregunto para qué le llevo cosas si nunca me las agradece, seguro me va a decir que por qué mejor no le compré un traje sastre... Ay, mamá, a ti nunca se te da gusto. Siempre te quejas y dices que tus hijas son unas malagradecidas...”

Después de que Sofía hizo su maleta, se puso sus cremas de noche y se tomó su pastilla azul para dormir, vio en la tele un poco de noticias en donde aparecía Ronald Reagan lamentando el desempleo, 11.6 millones de norteamericanos estaban sin trabajo. Sofía apagó la tele y se dispuso a dormir. Esa noche tuvo un sueño, se veía bailando cheek to cheek con Julio Iglesias. Naturalmente llevaba puesto el vestido Nina Ricci que acababa de comprar en Saks. Julio le cantaba al oído. De repente en su sueño descubrió un enjambre de paparazzi de todo el mundo, que no dejaban de fotografiarla. También rondaban por allí los fotógrafos de la revista ¡Hola! Sus amigas, Alejandra, Inés y Ana Paula, la observaban de lejos y, muertas de la risa, le hacían señas para que metiera la panza. De pronto veía a Fernando en medio de la pista de baile, totalmente borracho, quien a gritos le preguntaba: “Sofía, ¿cuánto llevas gastado en tus tarjetas? ¿Sabes en cuánto está el dólar hoy?”. Del otro lado de la fiesta, su mamá la señalaba con el dedo: “Te ves horrible con ese vestido tan apretado. Si sigues bailando de ese modo tan descarado, Fernando se va a divorciar de ti”.

3

Lo primero que hizo Sofía al llegar del aeropuerto a su casa fue preguntarle a Toñis si no había llegado el estado de cuenta de Carnet. “No, Sofía. ¿Gastó mucho, mi niña?”, le preguntó su nana en un tono de complicidad. Antonia Rojas, originaria de Oaxaca, ahora de cincuenta y cuatro años y vestida con su eterno uniforme blanco, conocía a su “niña” como la palma de su mano, la había cuidado desde recién nacida. Sabía de sus debilidades, sus miedos, sus soledades pero, sobre todo, del vacío que padecía en su interior desde que era pequeña. Para Sofía, Antonia era como su “mamá buena”. En cambio, la otra, su verdadera madre... Sofía siempre se sintió en total desventaja frente a esa señora tan autoritaria que todo el tiempo quería tener la razón. La relación con su padre no era mejor, aunque lo adoraba; tenía la impresión de que no existía para él. Por ello, desde que Sofía era una niña, y para no sufrir lo que ella llamaba “la no-existencia” por parte de su familia inventó unos polvos mágicos que la hacían transparente. La época en que más recurrió a ellos fue en su adolescencia. Nunca se había sentido tan sola como cuando se fue a estudiar a Canadá. Curiosamente durante los dos años que vivió en París, en casa de su hermana, Sofía jamás sintió la necesidad de recurrir a sus polvos mágicos. Al contrario, lo único que quería en esos tiempos era sentir, vivir y existir. Mientras paseaba por Les Champs-Élysées se prometió que nunca sería como su mamá.

4

De: Fernando Jr.

Para: Mis papás adorados

Queridos papis, aquí todo es ¡padrísimo! ¡Los gringos son mi máximo! Anoche quemamos bombones en una fogatota, todo era como las películas que les gustan a ustedes. Ya se me están acabando los mil dólares que me dieron; mi hermano de plano se los gastó dos días después de llegar al camp. Necesitamos más money. ¿Saben cuánto dinero le dieron a Santiago sus papás? Tres mil dólares y ya les escribió para que le mandaran más. Bueno, salúdenme a todos. Dile a mi nana que le voy a llevar chocolates para sus hijos. Mamá, no seas floja y escríbeme. A mi papi no le digo lo mismo, porque siempre está muy ocupado en sus business.

Love, Fernando. Su hijito adorado.

De: Sofía

Para: Fernandito y José Luis

Queridos gemelitos adorados: ¡Qué maravilla que la estén pasando tan padre! Nos encantaron las fotos que nos enviaron donde aparecen con ese pescadote que atraparon en el lago. Congratulations! Aprovechen al máximo, este camp nos salió particularmente caro. Tu papá tuvo que desembolsar tres mil dólares por cada uno de ustedes. Ya no les digo cuánto es eso en pesos mexicanos para no aguarles la fiesta.

Estos días han sido muy complicados para nosotros. Fíjense que cambié todos los muebles del family room. Los mandé forrar con terciopelo azul pavo. Quedaron divinos. Ayer jugué toda la tarde tenis en el club. Me fue superbién. Les gané a Alejandra y a Ana Paula. Cada día soy más ducha en este deporte. Dice mi profesor que tengo un swing precioso. Seguramente vamos a ir por ustedes con su tía Marta. Después nos iremos todos juntos a San Diego, ¿qué les parece? Bueno, gorditos lindos, cuídense mucho. Cuiden sus manners y recuerden: no se junten con mexicanos.

Mimosa, su perra, los echa mucho de menos. Cuiden a su hermana, no dejen que coma muchos Milky Ways y díganle que no se olvide de ponerse sus frenos por la noche.

Les mando a los tres, lots of love.

Su mamá que los extraña mucho.

P.D. Su papá también les manda muchos besos y abrazos.

5

Ya van a ser las nueve y todavía no me visto. Siempre llego tarde a todos lados, es el colmo que hasta en mi propia fiesta me suceda lo mismo. Qué bueno que ya llegaron los meseros, que ya están los ramos de flores, aunque no me gustaron mucho las gladiolas; hubiera comprado mejor tulipanes. Se lo comenté a mi nana, pero me dijo que estaban carísimos...

Que no se les olvide prender las veladoras que van alrededor de la alberca, y que no se les olvide poner las de la sala y el comedor. A veces las maids no entienden. Son bien lentas, y eso que les pago superbién. Dice Alejandra que me paso de buena gente. Eso lo dice porque ella les paga una verdadera miseria. Si no le dan el cambio justo, les hace un “pancho” y todo el tiempo cree que le roban. La verdad es que ese aspecto de Alejandra me choca. A sus muchachas y al chofer les compra comida diferente a la que comen ellos; si van a comer filete, sus maids comen salchichas de las más baratas; si de postre hay fresas, les pide que coman una gelatina que ni siquiera es de la de marca Jell-O, como la que comen sus hijos; con su voz de mustia, les dice que “por favorcito, no coman las carnes frías, ni los quesos del señor”. “A ellos les da igual comer lo que sea —me ha dicho varias veces—. No tienen paladar. Te lo juro que no les importa. Con sus frijoles, arroz y tortillas, están más que satisfechos. ¿Te imaginas lo que comerán en su pueblo?”

Me quedan cinco minutos para quitarme la mascarilla. Es de lo más eficaz, después de media hora quedo radiante. La verdad, más que de cuarenta años, me veo de veintiocho. Bueno, quizás exagero... más bien me veo como de treinta y dos, cuando más...

Estoy a punto de lavarme la cara, cuando mi nana llama a la puerta.

—Sofía, ya llegaron la señora Ana Paula y su esposo Beto.

No lo puedo creer, siempre hacen lo mismo. Son las nueve en punto y ya están aquí con cara de fiesta de pueblo. No, no es posible, lo hacen adrede. Ana Paula es la advenediza del Grupo. Todo en ella es vulgar y exagerado, no es niña bien como nosotras. Peor cuando se pone sus pupilentes color violeta, dizque para que sus ojos se le vean como los de Elizabeth Taylor. Se siente muy orgullosa porque son importados de Canadá, de marca Durasoft Colors. Según ella, duran mucho y no molestan. ¡Qué ridícula! ¿Por qué no se dará cuenta de que es cursísima? ¿Cómo es posible que nos copie en todo, menos en la forma de vestir? O compra telas Bayón y se manda a hacer con su costurera vestidos tipo batitas sueltas, o de plano se compra ropa carísima que ni le va. El otro día le caché que en el cuello de su blusa todavía llevaba la etiqueta. Tampoco sé por qué abusa de los accesorios, todos tienen que llevar el logo de la marca enorme, como si fuera un anuncio ambulante.

Y luego las joyas... El otro día fue al club para jugar tenis con su reloj Piaget rodeado de brillantes. A fuerzas tiene que demostrarle a todo el mundo que se puede comprar cosas caras y de marca. Además, habla pésimo inglés. Siempre dice: “Me encanta Nueva Yor...”, pero sin pronunciar la k. La otra vez estábamos comiendo las cuatro en Polanco y de pronto dijo: “Give me a break” y nadie le entendió. Lo tuvo que repetir como diez veces. La mala de Inés le dijo: “Ay, Ana Paula, hablas inglés como mexicana”. Todas nos reímos y vi cómo a ella se le aguaron los ojos con todo y sus pupilentes.

—Gracias, Toñis. Les puedes decir que se instalen en la sala y ve que les sirvan algo de tomar. ¿Ya encerraron a Mimosa? No quiero que esté dando lata entre los invitados.

—Sí, niña. No te tardes...

6

Relax, Sofía, calma... Todo te va a salir muy bien. Con Víctor Nava, el mejor traiteur de México, no hay pierde. Él llegó desde las seis de la tarde con los tres meseros; uno para el bar y los otros dos, para la mesa. Tranquila, Sofía... Tus tres sirvientas tienen todo bajo control. Una está terminando de secar las copas, la otra está acomodando las servilletas en cada lugar, y Mari le sigue dando fuerte al pulpo con el rodillo. Le ha pegado más de sesenta veces, tal como le ordenaste. Ya están los petits fours en las charolas de plata. Todo está perfecto, tal como a ti te gusta. Todo el mundo dice que eres la mejor anfitriona de México, que sabes recibir de maravilla. Ya acomodamos los vinos en el bar: las botellas de Chablis, las de vino blanco Puligny-Montrachet, el champagne Moët & Chandon, el Grand Marnier y dos botellas de tequila. Ya está el consomé de doble jerez con morillas rellenas de foie gras, los medallones de robalo rodeados de salmón ahumado y hierbas finas, las pechugas de pato importadas, con su salsa de ciruela... Ya está tu pastel de la Reina, que te hizo especialmente tu amiga Elenita Souza. Quedaste guapísima, Sofía. Te ves divina con tu vestido nuevo. Ya puedes salir, porque ya llegó la mayor parte de los invitados. Conserva la calma... Todo va a salir muy bien...

7

—El otro día mi marido me estaba explicando eso de los mexdólares, que no entiendo nada. Ahora sí que nos amolaron porque si quieres comprar dólares buenos tienes que pagar cuarenta pesos más de lo que te dieron por tus “pendólares”.

—¿Cómo? ¿Hay otro tipo de cambio?

—Así los llaman por “pen... itente” de no habértelos llevado antes. Lo que todavía no logro comprender es a qué paridad voy a pagar mis tarjetas American y Diners. Ayer me habló miss Elizabeth de Saks preocupadísima para preguntarme cuándo iba a liquidarles mi adeudo. Parece ser que tienen millones de clientas mexicanas con cuentas elevadísimas.

—Cállate, nada más de acordarme de las toallas, sábanas y colchas que me acabo de traer, y todo pagado con tarjeta Visa. Ahora sí, ¿qué vamos a hacer?

—Ay, tú, pues en lugar de que vayas cuatro veces al otro lado pues nada más irás dos. ¿Qué quieres que te diga? Esta situación va a cambiar muchas cosas. Nada más de pensar que ahora sí no me voy a poder traer mi Betamax, me dan ganas de llorar.

—Cuando quieras ven a la casa a ver la película que se te antoje. Ayer vimos Rocky II. Pero ustedes con su departamento en Coronado están del otro lado. ¿Te das cuenta de lo que vale ahorita?

—Sí, bendito sea Dios. El otro día le estaba diciendo a Antonio que nos fuéramos a vivir de plano a San Diego. ¿Te has fijado que allá en las playas te bronceas en dorado, y que aquí, en Acapulco, en prieto y te manchas? ¿Te das cuenta cómo se van a poner las cosas?

—Imagínate los secuestros, los rescates en dólares. Hasta los nacos tienen dólares. Qué van a hacer con ellos, ¿eh?

—Díaz Serrano tenía razón con lo del petróleo. Y luego la corrupción. ¿Sabes que debemos ochenta mil millones de dólares?

—Eso dicen, pero mínimo ha de ser lo doble. Yo sí acepto el control de cambios, pero que ya no nos roben.

—Me dijeron que si el Fondo Monetario Internacional no nos hubiera ayudado, habría un golpe de Estado.

—Qué bueno que nos prestaron dinero, ¿verdad? Ésos del Fondo van a venir a poner las cosas en orden porque saben ver el fondo de la situación, por eso se llama Fondo Monetario Internacional.