Las voces interiores - CHARLES FERNYHOUGH - E-Book

Las voces interiores E-Book

Charles Fernyhough

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Beschreibung

Todos escuchamos voces. El pensamiento ordinario suele ser una especie de conversación que nos llena la cabeza de discursos: las voces de la razón, de la memoria, de ánimo y de reproche, el diálogo interior que nos ayuda a tomar decisiones difíciles o a resolver complicados problemas. Para otros -los que escuchan voces, los que han sufrido un trauma y los profetas-, las voces parecen venir del exterior: voces amistosas o maliciosas, la voz de Dios o del diablo, las musas del arte y la literatura. En Las voces interiores, el psicólogo preseleccionado para el Premio de la Royal Society, Charles Fernyhough, ofrece los resultados de una amplia y original investigación, además de multitud de puntos de conexión cultural, para contarnos cómo operan nuestras voces interiores y de qué forma se relacionan con la creatividad y el desarrollo. Desde Virginia Woolf hasta el Movimiento Escuchando Voces, Fernyhough transforma la imagen que teníamos acerca de las personas que han escuchado voces tanto en el pasado como en el presente. A partir de las más recientes teorías, entre las que se incluye el nuevo modelo de "pensamiento dialógico", y empleando los últimos avances en neuroimagen y otras técnicas de investigación de vanguardia, Fernyhough ha escrito una guía autorizada y atrayente acerca de las voces que escuchamos en nuestra cabeza.

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Charles Fernyhough

Las voces interiores

Qué nos dicen la historia y la ciencia

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Colección Espiritualidad y Vida interior

Las voces interiores

Charles Fernyhough

1.ª edición en versión digital: marzo de 2018

Título original: The Voices Within

Traducción: Antonio Cutanda

Corrección: M.ª Jesús Rodríguez

Diseño de cubierta: Diseño de cubierta: Isabel Estrada sobre una imagen de Shutterstock

© 2016, Charles Fernyhough

(Reservados todos los derechos)

Publicado por acuerdo con International Editors’Co. Ag. Lit.

© 2018, Ediciones Obelisco, S.L.

(Reservados los derechos para la presente edición)

Edita: Ediciones Obelisco S.L.

Collita, 23-25. Pol. Ind. Molí de la Bastida

08191 Rubí - Barcelona - España

Tel. 93 309 85 25 - Fax 93 309 85 23

E-mail: [email protected]

ISBN EPUB: 978-84-9111-333-

Maquetación ebook: Plataforma de conversión digital

Reservados todos los derechos. Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de la cubierta, puede ser reproducida, almacenada, trasmitida o utilizada en manera alguna por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación o electrográfico, sin el previo consentimiento por escrito del editor.

Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

Índice

 

Portada

Las voces interiores

Créditos

Contenido

Dedicatoria

Cita

1. Divertidas lonchas de queso

2. Abriendo el gas

3. En el interior del charlatán

4. Dos vagones

5. Una historia natural del pensamiento

6. Voces en las páginas

7. El coro del yo

8. No yo

9. Las diferentes voces

10. La voz de una paloma

11. Un cerebro escuchándose a sí mismo

12. Una musa habladora

13. Mensajes del pasado

14. Una voz que no habla

15. Conversando con nosotros mismos

 

 

 

Para Jim Russell

 

 

 

«No pensamos con palabras, sino con sombras de palabras».[01]

Vladimir Nabokov

 

 

 

 

[01]. Vladimir Nabokov, Strong Opinions, Londres: Weidenfeld & Nicolson, 1974, p. 30.

1

Divertidas lonchas de queso

Es un día de otoño en la zona oeste de Londres. Voy en un tren de la línea Central del metro, camino a un restaurante donde tengo una cita. Las avalanchas de gente del mediodía todavía no han comenzado, y he conseguido encontrar asiento en uno de esos vagones donde la gente se acomoda en dos filas enfrentadas, lo suficientemente cerca como para echar una ojeada a los titulares de cualquier periódico que pueda estar leyendo alguien en la fila de enfrente. El tren se ha detenido entre dos estaciones y estamos esperando algún tipo de anuncio o aviso. Algunas personas están leyendo novelas de bolsillo, periódicos basura, esos extraños manuales tecnológicos que sólo se estudian con detenimiento en el metro. El resto nos limitamos a mirar fijamente los oscuros tubos coloreados que discurren por las paredes del túnel, al otro lado de las ventanillas del vagón. Holand Park estará todavía a casi medio kilómetro de distancia. No estoy haciendo nada extraño; de hecho, no estoy haciendo nada en absoluto. Es un momento de tranquila quietud en la que uno es débilmente consciente de sí mismo. Soy un hombre normal, en el lado equivocado de los cuarenta, en perfecta salud física y mental. He dormido un poquito más de la cuenta, he desayunado un poquito menos de la cuenta y estoy pensando en la comida en Notting Hill con una agradable sensación de apetito insatisfecho.

De repente, una explosión de risa. Hace un instante, yo era un anónimo pasajero con una tarjeta Oyster, que me permite utilizar distintos transportes urbanos, y ahora he hecho saltar por los aires mi anonimato con una risa que quería pasar desapercibida pero no pudo. Yo vengo con frecuencia a la capital, pero no estoy acostumbrado a que tantas personas que no conozco me miren, y que además lo hagan todas a la vez. Tengo la suficiente presencia de ánimo, y soy lo suficientemente consciente de mi público, como para ponerle riendas a mi risa antes de que un chiste privado se convierta en una situación embarazosa pública. Lo interesante no es tanto de qué me estoy riendo como el hecho de que me esté riendo en sí. No es que haya captado algún chiste de algún otro pasajero o algún retazo divertido de alguna conversación, sino que he hecho algo mucho más mundano. Se podría decir que he tenido la experiencia más normal que una persona pueda tener en el metro. He tenido un pensamiento.

Lo que me provocó la risa aquel día fue un pensamiento en modo alguno notable. No fue uno de esos momentos en los que un pensador alcanza por fin la solución a un importante problema, da a luz una idea que revolucionará su negocio o perfecciona los primeros versos de su mejor poema. Los pensamientos pueden hacer historia, pero normalmente no la hacen. En aquel momento, en el túnel entre las dos estaciones del metro, yo estaba pensando en un relato corto en el que había estado trabajando. Era un relato rural, de gente de pueblo y de desavenencias posagrícolas, y yo quería que mi protagonista, un exagricultor, tuviera un lío extraconyugal. Había estado dándole vueltas a la posibilidad de que tuviera un lío con la mujer que conducía la oficina de Correos móvil, un lío que se consumaría tras las cortinillas de las ventanas de una Ford Transit especialmente equipada. Los amantes se verían los jueves por la tarde, después del despacho semanal de una hora en el pueblo. La puerta estaría cerrada, la radio bidireccional apagada, y se descubrirían el uno al otro sobre el mostrador, atestado de cientos de pequeñas transacciones de cambio. Mientras construía la escena en mi imaginación, veía una brillante furgoneta roja de Correos estacionada en una carretera rural, con todas las ventanillas selladas y cerradas, en silencio para todo aquel que pudiera pasar por allí, hasta que súbitamente comenzaba a balancearse, con el insistente chirrido de los resortes de la suspensión, mientras los cuerpos en su interior iniciaban las fricciones…

Fue en ese momento cuando solté la carcajada. Esas palabras vinieron a mi cabeza y me resultaron tremendamente divertidas. No habrían tenido el mismo efecto en ninguna otra persona, porque nadie más había podido oír la frase clave, el remate divertido. Pero mis acompañantes en el vagón sabían que había un remate divertido de algún tipo. Ellos no se rieron con mi chiste privado (porque no pudieron oírlo), pero tampoco se rieron de mí por reírme. Comprendieron que yo, como la mayoría de la gente en aquel vagón de metro, estaba ocupado con mis propios pensamientos, y sabían que los pensamientos –pensamientos salvajes, pensamientos mundanos, reflexiones sagradas o profanas– pueden provocar risa de cuando en cuando. Hablar contigo mismo en tu cabeza es una actividad de lo más normal, y la gente normal lo reconoce cuando lo ve. No sólo eso, sino que también reconoce sus cualidades privadas. Tus pensamientos son tuyos y, pase lo que pase ahí, ocurre en una esfera a la cual no se admite a ninguna otra persona.

Nunca deja de sorprenderme esta cualidad de la consciencia. Nuestra experiencia no es sólo convincente y viva para nosotros, es que es así sólo para nosotros. Al cabo de un segundo o dos de mi carcajada, me di cuenta de que estaba intentando enviar señales sociales con las cuales pretendía excusar mi comportamiento. Uno no se ríe en voz alta delante de un compartimento de metro casi lleno sin sentir, al menos, un poco de vergüenza. No era mi intención fingir que mi risa no había tenido lugar, quizás encubriéndola con una socorrida tos, pero seguía preocupado por enviar a mi alrededor determinados mensajes: que no estaba loco; que había recuperado el control con rapidez; de hecho, que todo había pasado ya, que el momento de hilaridad había pasado. Me descubrí a mí mismo esbozando una expresión curiosa, una especie de sonrisa con una mezcla de complicidad y vergüenza. Pero con la sonrisa emergió otro pensamiento, una voz en mi cabeza que decía, No irán a creer que me estoy riendo de ellos, ¿verdad? La risa es una señal social, pero mi chiste había sido un chiste privado. Yo había roto una de las reglas de la interacción humana, y tenía que declarar de algún modo que reconocía este hecho.

Sin embargo, no tenía por qué haberme molestado. El resto de las personas que había en el vagón lo debieron de comprender, a menos que fueran niños pequeños, venusianos o pacientes psiquiátricos de determinado tipo. Es tan fuerte nuestra convicción en la privacidad de la experiencia interior que sus alternativas –leer la mente, la telepatía y la invasión de pensamiento– suelen ser motivo de risa o de miedo. Las personas extrañas del metro debieron de reconocer rápidamente las ramificaciones de este rasgo del pensamiento, después de todo, habrían tenido necesariamente experiencias similares. Para mí había sido sólo un sorprendente recordatorio de la privacidad de mis pensamientos, al tiempo que me hacía plenamente consciente de su inmediatez para mí. Mi cerebro estaba ciertamente activo en ese momento –de lo contrario, no habría conjurado la imagen de la furgoneta de Correos dando saltos–, pero también era consciente de este desfile interno de ideas. Eso es lo que te proporciona el hecho de tener un cerebro: un asiento en primera fila para ver un show que es exclusivamente para ti.

Fue esa intensa dramatización interior la que me había llevado a soltar aquella carcajada. Aunque gran parte de la actividad mental humana discurre por debajo del umbral de la consciencia, la persona no deja de ser consciente sin embargo de una buena cantidad de actividad mental. Cuando forcejeamos con un problema, recordamos un número de teléfono o rememoramos un encuentro romántico, tenemos la experiencia de hacer esas cosas. Es poco probable que sea una imagen completa o precisa de los mecanismos cognitivos implicados –estamos lejos de ser unos testigos fiables de lo que hace nuestro cerebro–, pero constituye no obstante una experiencia coherente. Utilizando una expresión que gusta a los filósofos, hay «algo que se parece a»[02] ser consciente interiormente de que hay un cerebro en funcionamiento. Estar ocupado con una línea de pensamiento, al igual que bucear en una piscina o dolerse por un ser querido, es una experiencia que tiene unas cualidades particulares.

Pero aún podemos decir otra cosa importante acerca de la experiencia interior.[03] Multitud de libros de divulgación científica han transmitido la idea, con frecuencia de una forma admirablemente clara, de que los científicos sabemos cómo funciona la consciencia. Sin embargo, estas explicaciones tienden a centrarse en la maravilla que supone la experiencia perceptiva y afectiva, dejándonos sorprender, por ejemplo, por la característica fragancia de ese lirio blanco, o por la cantidad de posibilidades emocionales agridulces que pueden emerger con las secuelas de un escándalo familiar. Dicho de otro modo, el tratamiento que le dan a la experiencia mental esos libros de divulgación se centra, normalmente, en las respuestas del cerebro a los acontecimientos del mundo exterior. Sin embargo, cuando nos ponemos a pensar en el propio pensamiento, tenemos que explicar cómo la consciencia puede montar su propio show. Cada persona es responsable de sus propios pensamientos, o al menos tenemos la poderosa impresión de serlo. Pensar es algo activo, es algo que hacemos. El pensamiento se mueve, crea algo donde previamente no había nada, sin precisar de indicación alguna del mundo exterior. Esto es parte de lo que nos hace diferenciadamente humanos: el hecho de que, sin estimulación externa alguna, una persona en una habitación vacía puede hacerse reír o llorar a sí misma.

¿Cómo se tiene tal tipo de experiencias? La propia cotidianidad del pensamiento puede suponer, paradójicamente, que no pensemos demasiado en cómo funciona. Y, por otra parte, las leyes de la privacidad mental mantienen la experiencia oculta a la vista. Puedes compartir el contenido de tus pensamientos –puedes decirle a alguien en qué estás pensando–, pero es más complicado compartir la cualidad de un fenómeno que se supone es exclusivamente para ti. Si pudiéramos escuchar los pensamientos de otra persona, ¿nos encontraríamos con que son como los nuestros? ¿O bien los pensamientos tienen un estilo personal, una atmósfera emocional que es distintiva de la persona que los piensa? ¿Qué hubiera pasado si la gente hubiera podido leer mi mente en el metro aquel día? ¿Qué escucharía un espía mental si pudiera escuchar tus pensamientos justo en este momento? El filósofo Ludwig Wittgenstein resaltaba que si un león fuera capaz de hablar,[04] no seríamos capaces de comprenderlo. Y yo sospecho que algo similar puede ocurrir con nuestra corriente de consciencia cotidiana. Aunque pudiéramos hacer oír nuestros pensamientos, es probable que las demás personas tuvieran que esforzarse mucho para darles sentido.

Un motivo de esto es que cuando pensamos hacemos uso de las palabras, pero de una manera muy particular. Imagina que yo te preguntara, por ejemplo, en qué idioma piensas. Supongo que no vas a poder responder a esta pregunta con absoluta sinceridad si debes responder por cada uno de los pensamientos que tienes, pero sí podrías reconocer que la pregunta tiene sentido. Muchas personas estaremos de acuerdo en que pensar tiene una[05] cualidad lingüística. Si eres bilingüe, puede que incluso tengas la opción de elegir en qué idioma piensas. No obstante, existen variedades de pensamiento cuyas propiedades lingüísticas no siempre son obvias. Cuando estás pensando, hay cosas que no necesitas comunicarte a ti mismo, porque ya las sabes. Te puedes desembarazar directamente del lenguaje, porque el mensaje está dirigido sólo para ti.

Otro motivo de por qué nuestro pensamiento podría no ser inteligible para los demás es que no sólo hay palabras en el proceso. Por ejemplo, en aquellos momentos en el metro, en mi cabeza sonaba una canción de High School Musical, que estuvo acompañando al resto de las sensaciones corporales y emocionales. Mientras mis retinas se fijaban en el cableado y los tubos del túnel que había al otro lado de la ventanilla, mi imaginación estaba ocupada conjurando la imagen de la furgoneta de Correos. Algunas de esas sensaciones se conectaron con el pensamiento; las demás no fueron más que un fondo de escritorio mental. La cuestión es que pensar es una experiencia multimedia. El lenguaje juega un papel destacado en el proceso, pero en modo alguno lo constituye todo.

En este libro me pregunto qué aspecto tiene todo lo que ocurre ahí dentro, en tu cabeza. Investigo cómo se siente uno al verse atrapado en el flujo de impresiones, ideas y enunciados internos que constituyen la corriente de la consciencia. Sin embargo, no todo lo que pueden hacer la mente y el cerebro podrá ser calificado dentro de este tipo de experiencias. Muchas de las cosas realmente inteligentes que puede hacer un ser humano, como atrapar una pelota de críquet o navegar a través del Pacífico orientándose por las estrellas, se pueden realizar sin tener plena consciencia de cómo se hacen. En cierto modo, «pensar» se refiere simplemente a todo lo que hace nuestra mente consciente (en contraposición a la mente inconsciente). Pero ésa sigue siendo una definición demasiado amplia. No he querido incluir cálculos mentales tan poco glamurosos como contar un puñado de guijarros o rotar una imagen mental, que en gran medida se basan en subsistemas cognitivos altamente automatizados y evolucionados. Uno de los motivos por los cuales no incluyo esos procesos es porque sus puntos de partida y final están claramente definidos. Sin embargo, gran parte de la magia de pensar estriba en que puede no tener utilidad alguna,[06] puede ser circular o puede estar dirigida hacia un objetivo mal definido. En el metro aquel día, yo no sabía hacia dónde iba con la elaboración de mi historia. En ocasiones, pensar es, ciertamente, algo que está «dirigido hacia una meta», como cuando se resuelven ciertos tipos de problemas intelectuales. Pero la corriente de la consciencia también puede ir dando vueltas por ahí sin objetivo alguno. El pensamiento no suele tener un punto de partida obvio, y muchas veces nos exige también que lleguemos a su meta antes de que comprendamos realmente cuál es esa meta.

Éste, por tanto, es el tipo de pensamiento en el que estoy interesado. Es consciente, en el sentido en que sabemos lo que estamos pensando, pero también en que posee lo que los filósofos llaman una cualidad fenoménica: que hay algo que se parece a estar haciéndolo. Es lingüístico y, como veremos, suele estar más estrechamente ligado al lenguaje de lo que podría parecer en un principio. Sí, hay imágenes implicadas, al igual que otros muchos elementos sensoriales y emocionales, pero no son más que parte del cuadro. Pensar (en palabras o de cualquier otro modo) también es algo privado: lo que pensamos es pensado en el contexto de la firme suposición de que los demás no pueden percibirlo. Los pensamientos son típicamente coherentes; es decir, encajan en cadenas de ideas que, por caótica que sea su forma, están conectadas con lo que ha acaecido antes. Por último, los pensamientos son activos. Pensar es algo que hacemos, y normalmente lo reconocemos como obra propia.

No soy la primera persona en interesarse por el papel que las palabras juegan en nuestros procesos mentales. Los filósofos llevan siglos discutiendo si el lenguaje es necesario para el pensamiento (aunque han podido ser a veces un poco vagos acerca de qué entienden exactamente por «pensamiento»),[07] y los investigadores del comportamiento de los animales han llevado a cabo ingeniosos experimentos para averiguar qué tipos de pensamientos pueden utilizar los animales, e incluso si se les puede enseñar algún lenguaje.

Todos estos hallazgos son relevantes para mi investigación, pero mi enfoque es ligeramente diferente. Yo quiero comenzar con un simple hecho en esta cuestión: que cuando pensamos acerca de nuestra propia experiencia de pensar, o cuando le pedimos a otra persona que nos diga cómo la vive ella, nos encontramos con que nuestra cabeza está llena de palabras. Eso no significa que todo el mundo informe de tales corrientes verbales de pensamiento: el hecho de que algunas personas no lo hagan deberá ser explicado. Formular esa pregunta de la forma correcta podría resultar ser muy informativo sobre el vínculo entre lenguaje y pensamiento.

Si pudiéramos leer la mente de otras personas, nos dedicaríamos simplemente a escuchar los pensamientos de las personas que nos rodean. Pero la privacidad mental es la realidad que se nos impone, por lo que tendremos que buscar otras maneras de obtener información. Una cosa que podemos hacer es utilizar las distintas formas en que las personas comunican sus pensamientos al hablar, escribir, bloguear, tuitear o escribir un mensaje de texto acerca de lo que ocurre en su cabeza. Podemos ver también lo que han escrito diversos autores acerca de su experiencia interna, o lo que los psicólogos han documentado acerca de gente que las describía. La neurociencia nos será de gran ayuda, pues nos ofrecerá una visión de escáner de cómo se forman los pensamientos en el cerebro. Podemos ver, así mismo, cómo se desarrolla el pensamiento en la infancia, y qué ocurre cuando el pensamiento no funciona bien. Sin embargo, mi punto de partida está mucho más cerca de casa. No se trata de intentar retratar algo extraño o poco familiar, como podría ser la consciencia de la mascota de la familia o lo que constituye ser un bebé recién nacido. Yo sé positivamente lo que es tener todas esas cosas en la cabeza. Lo que necesito es encontrar la manera de expresarlo en palabras.

Obtienes divertidas lonchas de queso en la Terminal Uno

No es precisamente el pensamiento más trascendental del que me pueda hacer responsable. Lo he elegido al azar para ofrecerlo no como ejemplo de sabiduría que puede transformar la vida de alguien, sino como un ejemplo de la corriente de consciencia de esta mañana. Estaba en mi cabeza cuando me desperté, pero no sé en lo que había estado soñando inmediatamente antes, ni qué conexiones podría tener esa frase. Obtienes divertidas lonchas de queso en la Terminal Uno. Eso es todo. Todavía no sé a qué aeropuerto podría estar refiriéndose, o de qué queso se trataba. Pero sé que estaba ahí, como algo que hubiera pronunciado una pequeña voz interior, y que yo lo sentí como real. Afirmo que no tengo ni idea de dónde vino y, sin embargo, lo sé. Vino de mí. Si adopto el papel de psicólogo racional, yo diría que era una de esas frases que habitualmente revolotean por mi mente; simplemente, otra pizca de esa fecundidad mental que mantiene el flujo de la corriente de consciencia.

A Claire también le aparecen de pronto frases en la cabeza. Sus voces mentales le hablan de forma tranquila pero insistente, y le dicen cosas como «Eres un pedazo de mierda» o «Nunca llegarás a ninguna parte». Claire padece una depresión. Está recibiendo terapia cognitiva conductual para detener esos pensamientos verbales intrusivos y no deseados, para documentarlos, examinarlos científicamente y, así, socavarlos hasta que llegue un momento (eso se espera) que desaparezcan.

A Jay también le vienen palabras a la cabeza, pero son diferentes de las de Claire. Normalmente, suenan como si alguien le estuviera hablando realmente. Pueden tener determinado acento o cierto tono de voz. En ocasiones son frases completas y otras veces se trata de declaraciones fragmentadas. Comentan las acciones de Jay y le dan instrucciones para que haga alguna cosa, cosas inofensivas como ir a la tienda a comprar leche. Otras veces, las voces son mucho más difíciles de definir. Jay me ha dicho que sabe cuándo una voz está ahí, aunque no esté hablando; en esas situaciones, no es tanto una voz como una presencia en su cabeza. ¿Cómo que una voz que no habla? Hace unos cuantos años, a Jay le diagnosticaron una enfermedad psiquiátrica, y ahora tiene lo que se conoce como un «historial de recuperación». Jay ha regresado de algo que algunas personas consideran como una enfermedad cerebral degenerativa.[08] Todavía escucha voces, pero ahora vive la situación de un modo diferente. Vive con las voces; ya no les tiene miedo.

Hay una mujer que escucha voces y que ha escrito de forma elocuente acerca de su experiencia, y que ha llegado a comprender sus voces de un modo novedoso. En una charla TED del año 2013,[09] cuyo vídeo se ha visto más de 3 millones de veces en el momento de escribir estas líneas, Eleanor Longden contaba que las voces dentro de su cabeza llegaron a hacerse tan agresivas que empezó a pensar en taladrarse la cabeza para que pudieran salir por el agujero. Varios años después de aquello, la relación de Eleanor con sus voces había cambiado radicalmente, al igual que en el caso de Jay. Aunque de vez en cuando siguen siendo muy perturbadoras, Eleanor las ve ahora como los remanentes de una «guerra civil psíquica»,[10] el resultado de los reiterados traumas de su infancia. Con el apoyo adecuado, parece que muchas personas pueden cambiar la relación que mantienen con sus voces y aprender a vivir con ellas más o menos cómodamente. La suposición de que las voces son siempre una señal de grave deterioro mental es limitante y perjudicial. Ése es el motivo por el cual yo prefiero un término más neutral, el de «audición de voces», en lugar de «alucinación», con sus negativas connotaciones.[11]

Si las experiencias de Jay y de Eleanor son realmente diferentes de mis propias voces mentales, ¿en qué se diferencian exactamente? Mis «voces» suelen tener un acento y un tono determinados, son privadas y sólo las oigo yo; y, sin embargo, con mucha frecuencia suenan como si fueran personas de verdad. Pero, en determinado nivel, reconozco como mías esas voces que escucho en mi cabeza, en tanto que Jay las considera como algo ajeno a él. Jay dice que normalmente puede distinguir entre sus pensamientos, que los siente como creaciones propias, y esas otras experiencias, que parecen proceder de alguna otra parte.

En otras ocasiones, la distinción es mucho más imprecisa. Otra persona que escucha voces, Adam, cuya principal voz es la de una personalidad muy diferenciada, autoritaria (tanto que Adam le llama «el Capitán»), me dijo que a veces se siente confuso a la hora de valorar si lo que experimenta son sus propios pensamientos o los de su voz. Yo he oído decir a estas personas que escuchan voces que el comienzo de sus extrañas experiencias fue como sintonizar con una banda sonora que siempre había estado ahí, como si fuera un ruido de fondo de la consciencia; un ruido al que, por algún motivo, la persona comenzó de pronto a prestarle atención.

Uno de los motivos por los cuales las personas que escuchan voces atribuyen sus experiencias a algo externo a ellas es porque las voces dicen cosas que la persona cree que nunca habría dicho. Una mujer me contó que su voz decía cosas tan horribles y desagradables que ella sabía que no podían proceder de ella. Pero también puede suceder todo lo contrario, pues he visto a personas así echarse a reír a carcajadas por algo que su voz les acababa de decir en la más absoluta privacidad. Otra de estas personas, intentando explicar por qué creía que su bromista visitante mental no era una creación suya, me dijo, «No puedo ser yo. Yo jamás tendría ocurrencias tan divertidas».

Conviene que comprendamos mejor estas experiencias. Mis pensamientos verbales y las voces de las personas que escuchan voces pueden ser experiencias completamente diferentes, o pueden tener importantes rasgos en común. En determinado nivel, puede que incluso sean una y la misma cosa. Como ocurre siempre en la ciencia de la experiencia humana, las cosas son más complicadas de lo que parecen a primera vista. Conviene que no partamos de la suposición de que un tipo de voz se reduce al otro; de hecho, convendría evitar la agenda de que algo se supone que se reduce a otro algo. Estas experiencias les suceden a las personas, y las personas difieren (no puedo dar por hecho, por ejemplo, que mi propia cháchara mental vaya a ser siquiera remotamente similar a la tuya). En este libro, me intereso en todas esas voces: las amables, las orientadoras, las que dan ánimos y las que dan órdenes, las voces de la moralidad[12] y de la memoria, y las a veces terribles, a veces benéficas voces de aquellas personas que escuchan hablar a otros cuando no hay nadie a su alrededor.

Cuando me planteé este tema en la década de 1990, siendo estudiante de grado en la universidad, ni siquiera me pareció un buen tema de investigación. Investigar algo tan privado y tan inefable como nuestras voces interiores era, podrían haberme advertido mis mayores, algo que nunca me proporcionaría demasiado éxito como investigador. Para empezar, parecía que tendría que depender de una tarea casi imposible, la de la introspección (reflexionar sobre los propios procesos mentales), herramienta de indagación que hacía mucho tiempo ya había perdido el favor como método científico. Otro problema era, y sigue siendo, que la idea de una «voz interior»[13] se suele utilizar de forma vaga y metafórica para referirse a todo tipo de fenómenos, desde las corazonadas y las intuiciones hasta los instintos creativos, y ni siquiera podía contar con unas definiciones suficientemente robustas, algo realmente necesario para hacer una sólida investigación.

No obstante, había buenas razones para ir en pos de esa presa, y en los últimos años el marco científico ha cambiado de una forma radical. Una de las evidencias que emergen de esta investigación es que las palabras que suenan en nuestra cabeza juegan un papel vital en el pensamiento humano. Desde la psicología se está demostrando que ese discurso interior, tal como lo denominamos en este campo, nos ayuda a regular nuestro propio comportamiento, nos motiva para la acción, evalúa esas acciones e, incluso, nos hace conscientes de nuestro propio yo. Desde la neurociencia se está demostrando que las voces mentales se basan en algunos de los mismos sistemas neuronales que subyacen al discurso externo, encajando así con importantes ideas acerca de cómo se desarrollan. Ahora sabemos que el discurso interno llega bajo diferentes formas y habla en diferentes lenguas, que tiene un acento y un tono emocional, y que corregimos los errores en ese discurso de algunas de las mismas maneras con que corregimos los deslices en el discurso externo. Muchas personas pensamos realmente con palabras, y existen buenas y malas formas de este tipo de pensamiento. Los pensamientos negativos, perpetuados en el discurso interior, tienen un papel importante en la angustia que generan determinados trastornos mentales, pero también pueden convertirse en la clave para su mejoría.

Más allá del laboratorio científico, las preguntas acerca del discurso interior nos vienen fascinando a los seres humanos desde que comenzamos a pensar sobre nuestros propios pensamientos. Una de las cosas que podemos decir acerca del pensamiento es que suele presentársenos como una especie de conversación entre diferentes voces que proponen diferentes puntos de vista. Pero ¿cómo suenan esas voces? ¿Qué lenguaje utilizan? ¿Acaso tu yo pensante habla con frases totalmente gramaticales, o se parece más a escuchar algo escrito en una nota? ¿Hablan suavemente tus pensamientos o levantan la voz? Y, en todo caso, ¿quién escucha cuando tu yo pensante está hablando? ¿Dónde estás «tú» en todo esto? Estas preguntas pueden parecer un tanto extrañas, y sin embargo estas cualidades del pensamiento deben definir lo que significa habitar la propia mente.

Todos estos enigmas se pueden explicar si nos tomamos en serio la idea (tan persuasiva para nuestra introspección) del pensamiento como de una voz, o voces, en la cabeza. Quiero explorar este punto de vista y ponerlo a prueba hasta el límite. De una forma u otra, este enfoque, que yo denomino modelo de Pensamiento Dialógico, ha dado forma a la mayor parte de mi trabajo académico en psicología, y constituirá el foco de atención a lo largo de este libro. Proviene de una teoría particular de la emergencia del pensamiento en la primera infancia, y se sustenta en estudios psicológicos y neurocientíficos sobre la cognición, tanto la normal como la trastornada. Sin embargo, con independencia de lo fuertes que sean las evidencias del modelo, es obvio que existen muchos aspectos de nuestra experiencia interior que no son verbales ni semejan voces. Debido a ello, exploraré si la hipótesis se puede desarrollar y expandir para explicar el pensamiento de aquellas personas que no disponen de un lenguaje en el cual pensar; y también exploraré las evidencias que indican que una buena parte de la experiencia interior es visual y se basa en la imaginería.

Soy afortunado al poder disponer de un amplio repertorio de evidencias en las cuales basar mi trabajo. Algunos aspectos del misterio de las voces mentales han recibido atención durante cientos, incluso miles de años. Los filósofos han forcejeado con peliagudos problemas al preguntarse cómo la mente puede representar el conocimiento, por ejemplo construyendo argumentos relacionados con la posibilidad de que el pensamiento pueda tener lugar en el lenguaje natural. En las investigaciones en psicología se les han planteado tareas de razonamiento a las personas participantes, para después pedirles que hablaran de sus procesos de pensamiento en voz alta con el fin de analizarlos mejor. En las investigaciones neurocientíficas se ha seguido el rastro del discurso interior mediante el registro de las señales eléctricas de los músculos de la articulación de palabras en personas que estaban pensando en silencio, o bien estimulando partes del cerebro y viendo de qué modo afectaban los procesos de lenguaje. Por otra parte, escritores y escritoras vienen llenando sus novelas y sus poemas a través de los siglos con pensamientos verbales, y han representado corrientes de consciencia, líneas de pensamientos y movimientos de la mente, proporcionándonos así evidencias impagables acerca de cómo hacen su trabajo las voces mentales.

En los capítulos que vienen a continuación, me basaré en todas estas fuentes de evidencia. Escucharemos a niños pequeños y ancianos, a deportistas, novelistas, practicantes de meditación, artistas visuales y personas que escuchan voces. ¿Es cierto que los niños pequeños no piensan con palabras? ¿Desaparecen las voces de algunos pacientes psiquiátricos cuando abren la boca? ¿Es posible pensar una cosa en el discurso interior al tiempo que se dice todo lo contrario en voz alta? ¿Qué ocurría en la mente, el cerebro y el cuerpo de Juana de Arco cuando escuchaba una «hermosa, dulce y delicada voz» que la exhortaba a ir a levantar el asedio de Orleans? ¿Cómo puede ser que el discurso interior sea más veloz que el discurso ordinario, sin que le parezca a la persona que piensa que su voz interior va precipitada? ¿Por qué dicen cosas divertidas las voces de las personas que oyen voces? Constataré si las representaciones literarias y otras representaciones artísticas de estos fenómenos están en sintonía con los hechos que nos ofrecen las investigaciones científicas, y si tales tratamientos «objetivos» se pueden comparar con las evidencias de la introspección. Me someteré a mí mismo a un escáner cerebral por resonancia magnética funcional (fMRI) y veré cómo mi cerebro teje pensamientos en su telar encantado.[14] Intentaré describir lo efímeras que son las voces en nuestra cabeza, así como trazar sus trayectorias más pesadas. También detallaré los historiales de varias personas que escuchan voces, intentando captar cómo se siente tal experiencia, cómo se puede manejar y qué nos revela acerca de la naturaleza del yo.

Hacia el final del libro, espero haberte persuadido de varias cosas. Hablar con uno mismo es una parte de la experiencia humana que, aunque en modo alguno es universal, parece jugar múltiples y diferentes papeles en nuestra vida mental. Según una importante teoría, las palabras que escuchamos en la cabeza actúan como una «herramienta» psicológica que nos ayuda a hacer cosas con nuestro pensamiento, del mismo modo que las herramientas del personal de mantenimiento permiten realizar tareas que serían imposibles de otro modo. El discurso interior puede planificar, dirigir, exhortar, preguntar, persuadir, prohibir y reflexionar. Desde jugadores de críquet a poetas, las personas hablan consigo mismas de múltiples maneras y con un amplio rango de propósitos.

Es lógico, por tanto, que la experiencia llegue de muchas formas. A veces, el discurso interior es como el lenguaje hablado en voz alta; otras veces, es más telegráfico y condensado, una versión abreviada de lo que podría pronunciarse de forma audible. Ha sido recientemente cuando los investigadores han comenzado a tomarse en serio la idea de que el discurso interior puede darse bajo diferentes formas y tamaños, que las distintas formas del discurso interior quizás adapten el pensamiento a diferentes funciones y que las variedades del fenómeno tendrán diferentes fundamentos en el cerebro.

Las múltiples formas y funciones del discurso interior tienen pleno sentido si nos fijamos en cómo emerge este discurso en la infancia. Existen buenas razones para pensar que el discurso interior se desarrolla cuando las conversaciones de los niños con los demás «se sumergen», se interiorizan, para conformar una versión silenciosa de esos intercambios verbales externos. Esto significaría que el pensamiento que desarrollamos a través de las palabras comparte algunos de los rasgos de las conversaciones que mantenemos con los demás, que a su vez se conforman a los estilos de interacción y las normas sociales de nuestra cultura. «Pensar es hablar con uno mismo[15] –escribió el filósofo y novelista español Miguel de Unamuno en la década de 1930–, y hablamos cada uno consigo mismo gracias a haber tenido que hablar los unos con los otros». Intentaré persuadirte de que algunos de los misterios del discurso interior se hacen más comprensibles cuando reconocemos que éste tiene las cualidades del diálogo.

El origen social del discurso interior nos permite comprender también la familiar polifonía de la consciencia humana. Reconocer que el discurso interior es una especie de diálogo nos permite explicar por qué la mente se puede ver atravesada por muchas y diferentes voces, del mismo modo que una obra de ficción contiene las voces de diferentes personajes con distintas perspectivas. Argumentaré que este punto de vista nos permite comprender algunos rasgos importantes de la consciencia humana, incluida la apertura a perspectivas alternativas, que podría ser una de las marcas distintivas de la creatividad. Examinaré esta idea en relación con la obra de artistas verbales y visuales, preguntando si una forma importante de ser creativo es mantener una conversación consigo mismo.

También quiero persuadirte de que esta manera de entender el discurso interior nos permite comprender esas otras voces más inusuales que caracterizan la experiencia humana. El fenómeno de la escucha de voces (alucinaciones verbales auditivas) se vincula normalmente con la esquizofrenia, pero también se ha visto emerger en otros trastornos psiquiátricos y en una minoría significativa de personas mentalmente sanas. Muchos psiquiatras y psicólogos creen que esto es el resultado de un trastorno del discurso interior, en el cual la persona atribuye erróneamente sus pronunciamientos internos al discurso de otra entidad. Un problema que presentan las investigaciones realizadas hasta la fecha es que no se han tomado lo suficientemente en serio el discurso interior como fenómeno. Si comenzamos con un cuadro más preciso de las voces ordinarias en nuestra cabeza, podríamos terminar con una explicación mejor de por qué las personas escuchan voces cuando no hay nadie alrededor.

Sin embargo, existen pocas posibilidades de obtener una comprensión científica decente de tal experiencia si no reconocemos que ésta también adopta muchas y diferentes formas. Desde los místicos medievales hasta los creadores de ficción literaria, seres humanos de todos los siglos han descrito la experiencia de escuchar voces. Todos estos testimonios tienen que ser examinados en el contexto de las vidas, los tiempos y las culturas en las cuales emergieron. Para comprender la escucha de voces tendremos también que explicar la estrecha relación existente entre la escucha de voces y las adversidades en una época temprana de la vida, así como las implicaciones del hecho de que la escucha de voces se relacione con recuerdos de acontecimientos terribles. Hablaré de algunas personas que escuchan voces que creen que sus voces deberían entenderse como mensajes de su pasado que están revelando conflictos emocionales no resueltos, en lugar de entenderlas como pronunciamientos absurdos de un cerebro confuso.

Los investigadores están comenzando a pensar ahora que la escucha de voces implica el sentido de estar en comunicación con otra entidad, con las profundas repercusiones que esto tiene para nuestras teorías respecto a cómo computamos las relaciones sociales, así como para la comprensión del discurso interior ordinario.

Esta manera de comprender las voces interiores no carece de problemas, claro está, y las posibilidades que se abren para futuras investigaciones son intrigantes. Uno de los retos a los que se enfrenta esta visión de las voces mentales es el hecho de que algunas personas no dan cuenta de ningún discurso interior en absoluto. ¿Cómo funciona el pensamiento en tales casos? ¿Cómo se inicia, si no hay un lenguaje previo que lo conforme? ¿Cómo se juntan las palabras con la imaginería mental para crear las intensas y multisensoriales vistas del pensamiento? Parece que las voces de nuestra cabeza pueden tener tanto efectos positivos como negativos, y el estudio de su evolución nos podría aclarar algo acerca de las fuerzas que podrían haber reunido lenguaje y pensamiento durante la emergencia de la consciencia. Las implicaciones para todos los seres humanos serían profundas. ¿Podríamos conseguir algún día que, mediante la mejora y el control de la forma en que nos hablamos interiormente, las enfermedades mentales se convirtieran en un mal recuerdo del pasado? ¿Podemos evolucionar como especie hasta conseguir evitar los pensamientos intrusivos, la irracionalidad y la distractibilidad? Quizás podamos hacerlo, pero entonces la creatividad podría convertirse también en algo del pasado. Una cosa es segura, y es que comprendiendo mejor nuestras voces mentales apreciaremos mejor de qué modo nuestra mente hace lo que hace, y cómo podemos vivir de forma más productiva con los a veces dichosos, a veces displicentes –pero siempre flexibles y creativos–, murmullos de nuestra cabeza.

[02]. Thomas Nagel, «What is it like to be a bat?», Philosophical Review, 83, pp. 435-450, 1974. Existe un animado debate en filosofía de la mente sobre si el pensamiento tiene una fenomenología; si existe «algo que se parece a» para hacerlo. Si deseas un punto de vista a favor de la fenomenología cognitiva, ve a Terence Horgan y John Tienson, «The intentionality of phenomenology and the phenomenology of intentionality», en David J. Chalmers, ed., Philosophy of Mind: Classical and contemporary readings, Oxford: Oxford University Press, 2002. Para un punto de vista contrario, véase Peter Carruthers y Bénédicte Veillet, «The case against cognitive phenomenology», en Tim Bayne y Michelle Montague (eds.), Cognitive Phenomenology, Oxford: Oxford University Press, 2011.

[03]. Utilizo el término de «experiencia interior» para referirme a los contenidos de la consciencia, entre los que se encuentran pensamientos, emociones, sensaciones, percepciones y otras experiencias. Se puede equiparar a términos como «experiencia consciente» y «consciencia fenomenal». Véase Russell T. Hurlburt y Eric Schwitzgebel, Describing Inner Experience? Proponent meets skeptic, Cambridge, Massachusetts: MIT Press, 2007.

[04]. «Si un león pudiera hablar, no podríamos comprenderlo». Ludwig Wittgenstein, Philosophical Investigations (G. E. M. Anscombe, trad.), Oxford: Basil Blackwell, 1958, II xi, p. 223.

[05]. Como quedará claro en los capítulos que siguen, no estoy afirmando que el lenguaje tenga lo que los filósofos denominarían un papel «constitutivo» en el pensamiento. Es decir, el lenguaje no es necesario para pensar; más bien, es una herramienta que muchos seres humanos utilizan durante gran parte de su tiempo.

[06]. Philip N. Johnson-Laird, The Computer and the Mind: An introduction to cognitive science, Londres: Fontana, 1988.

[07]. Ray Jackendoff, A User’s Guide to Thought and Meaning, Oxford: Oxford University Press, 2012, capítulo 15; Charles Fernyhough, «What do we mean by thinking?», blog post en The Voices Within, Psychology Today, 16 de agosto de 2010, www.psychologytoday.com/blog/the-voices-within/20108/what-do-we-mean-thinking. Daniel Kahneman, en su bestsellerThinking: Fast and slow (Londres: Penguin, 2012) adopta una definición liberal del «pensamiento» que incluye la cognición no consciente (o Sistema I de acción rápida). Yo utilizo el término de un modo más cercano a los procesos deliberados y sin esfuerzo del Sistema 2 de Kahneman.

[08]. Robert B. Zipursky, Thomas J. Reilly y Robin M. Murray, «The myth of schizophrenia as a progressive brain disease», Schizophrenia Bulletin, vol. 39, pp. 1363-1372, 2013.

[09]. TED es una organización de medios de comunicación que cuelga en Internet charlas en abierto (libre distribución) bajo el eslogan de «ideas dignas de ser difundidas». Se trata de una organización no lucrativa donde convergen tecnología, entretenimiento y diseño (TED) y que cubre tanto temas científicos y empresariales como temas globales en más de cien idiomas. (N. del T.)

[10]. Eleanor Longden, Learning from the Voices in My Head, TED Books, 2013.

[11]. Una alucinación se define como una experiencia perceptiva irresistible en ausencia de cualquier estímulo externo.

[12]. Para una discusión acerca de la «voz» de la conciencia.

[13]. En este libro, me intereso en las experiencias que tienen algo de las propiedades lingüísticas, acústicas y comunicativas de las voces que hablan y se escuchan.

[14]. Sir Charles Sherrington, Man on His Nature, Cambridge: Cambridge University Press, 1940, p. 225.

[15]. Miguel de Unamuno, The Tragic Sense of Life in Men and in Peoples (J. E. Crawford Flitch, trad.), Londres: Macmillan, 1931, p. 25.

2

Abriendo el gas

Cierra los ojos y ten un pensamiento. No importa demasiado en qué pienses; el tema puede ser profundo o mundano, no importa. Eso sí, mantén ese pensamiento, saboréalo. Reprodúcelo en tu mente. Y, ahora, hazte esta pregunta: ¿cómo es pensar ese pensamiento? Todos sabemos cómo son determinados tipos de actividades mentales; soñar, por ejemplo, o hacer una suma utilizando la aritmética mental. Pero ¿qué tipo de actividad es pensar?[16] ¿En qué variedades nos llega? ¿Qué se siente al estar haciendo algo tan normal y, sin embargo, tan notable?

En primer lugar, no espero que hayas tenido dificultades para ocupar tu cabeza durante uno o dos segundos. (Hubiera sido considerablemente más difícil si te hubiera pedido que vaciaras la cabeza). Pensar es algo que hacemos en todo momento, no sólo cuando tenemos que tomar una decisión o cuando resolvemos un problema. Incluso cuando tu cerebro se encuentra claramente en un mal momento, tu mente es muy probable que esté haciendo de todo menos guardar silencio.[17] Las evidencias obtenidas en las investigaciones psicológicas confirman lo que nuestra propia introspección sugiere: que, durante la mayor parte de nuestra vida despierta, nos vemos transportados por una corriente continua interior de ideas e impresiones que dirigen nuestras acciones, fundamentan nuestros recuerdos y conforman la fibra central de nuestra experiencia.

Ahora, hazte algunas preguntas más acerca del pensamiento que acabas de tener. ¿Sonaba como si una persona estuviera hablando ahí dentro? Si es así, ¿esa persona eras «tú»? ¿Se sentía como si fuera algo, o era simplemente el subproducto de un cerebro en actividad, sin cualidad fenoménica alguna que lo distinguiera? ¿Reconocerías ese pensamiento si tuviera lugar de nuevo? ¿Cómo sabes que era tuyo?

Yo creo que todas estas preguntas tienen sentido, pero también que son muy difíciles de responder. Tenemos acceso directo únicamente a nuestros propios pensamientos, pero sólo a los nuestros, y eso hace que sean muy difíciles de estudiar. Concretamente, es muy difícil tener la convicción de que los juicios que haces acerca de tu experiencia son fiables, porque no puedes comparar tus juicios con los de ninguna otra persona. En el último capítulo describo algunas de las razones que nos llevan a creer que la experiencia interior de muchas personas contiene multitud de palabras. Pero ¿es realmente así? ¿Cómo respondemos a la pregunta de «realmente», e incluso qué significa la pregunta cuando se trata de indagar acerca de nuestros mundos internos? ¿Cómo vamos a estudiar el contenido de nuestra cabeza?

El enfoque obvio consiste en recurrir al acceso directo que tenemos a nuestra propia experiencia. «¿Por qué –se pregunta Sócrates en el Teeteto de Platón– no revisar suave y pacientemente nuestros propios pensamientos, y examinar y ver en qué consisten realmente estas apariciones en nuestro interior?».[18] Por otra parte, el filósofo francés del siglo XVII René Descartes no veía ningún problema en esa idea. Sentado junto al fuego, envuelto en su bata invernal, observó sus propios procesos de pensamiento y vio que su existencia era lo único de lo que no podía dudar. Cogito ergo sum:[19] pienso, luego existo. Reflexionar sobre sus propios estados mentales fue el «primer principio» del método de Descartes. Posteriormente, en 1890, el filósofo y psicólogo estadounidense William James pensó que, aunque la existencia de estados de consciencia era innegable, observarlos en uno mismo era «difícil y falible».[20] Pero, para él, ese tipo de observación aún era posible; en principio, no era diferente de ningún otro método utilizado para describir el mundo. Con un enfoque suficientemente cuidadoso, una persona podía entrenarse para hacerlo mejor. Quien sacó la introspección del sillón de orejas del filósofo para introducirla en el laboratorio científico fue el psicólogo alemán Wilhelm Wundt. Fundador del primer laboratorio científico psicológico, establecido en Leipzig en 1879, Wundt también pasó a la historia como el autor del primer libro de texto de Psicología en el mundo. En sus ideas acerca de la experiencia interior, Wundt distinguía entre dos tipos de introspección.[21] En primer lugar, estaba lo que él denominaba «autoobservación» (Selbstbeobachtung): el examen casual de los propios procesos mentales en el que puede quedarse atrapado cualquiera que tenga una mente. No hace falta ser Descartes para sentarse junto al fuego y pensar en los propios pensamientos; la cuestión es si eso es hacer buena ciencia. Para Wundt, otra cosa muy diferente era la categoría, una categoría más formal, de la «percepción interior» (innere Wahrnehmung). Allá donde sea posible, pensaba Wundt, el método científico requiere que el observador intente mantenerse al margen del proceso de observación, y esto era lo que Wundt tenía en mente para su segundo enfoque, que implicaba la dolorosa separación del observador del objeto que estaba siendo observado. En la técnica de percepción interior de Wundt, el investigador adoptaba realmente una posición de desapego clínico hacia sus propios pensamientos. En sí misma, según Wundt, la percepción interior no era un método científico decente, pero podía serlo mediante un exhaustivo entrenamiento de los participantes.

Y eso es lo que hizo Wundt, entrenar a sus participantes. Los críticos de la introspección han dado a veces la impresión de que la introspección de Leipzig implicaba una reflexión de sillón casual –cartesiana, de hecho– sobre los propios procesos mentales. Pero los introspectores de Wundt eran profesionales entrenados. Se decía que, con el fin de proporcionar datos para la investigación publicada, un miembro del laboratorio de Wundt tenía que haber realizado no menos de 10.000 «reacciones» introspectivas.[22] En el análisis de William James, la introspección no era diferente de ningún otro tipo de observación: se podía hacer bien o mal. Tenías que ser bueno en eso. El mero hecho de tener las experiencias no era suficiente para garantizar que pudieras tener alguna habilidad para observarlas o describirlas; de otro modo, señalaba James, los bebés serían excelentes introspectores.[23]

Los esfuerzos de Wundt dieron lugar a una nueva metodología para el estudio de la experiencia interna que, en última instancia, atravesó el Atlántico rumbo a América. En las manos de los seguidores de Wundt, entre los cuales se encontraba Edward Titchener, el método introspectivo se fue haciendo más estrecho, más mecanicista, y su debilidad –en particular su dependencia de la no verificable autoobservación– se situó con más claridad en el foco de atención. A mediados del siglo xx, la psicología angloamericana era esclava de las teorías conductistas de John B. Watson y B. F. Skinner, que afirmaban que sólo la medida de comportamientos observables podía garantizar una ciencia de la mente con el suficiente rigor. La introspección parecía haber quedado consignada a la historia. Un problema, dificultad que William James había abordado, era que las introspecciones eran siempre en algún nivel recuerdos de las experiencias, en lugar de experiencias en sí mismas, y la memoria es notoriamente falible. Por encima de todo, existía la consciencia creciente de que la experiencia no podía ser descrita sin resultar cambiada por el mero acto de observación. Intentar reflexionar sobre los propios pensamientos era, según una memorable frase de James, como «intentar subir el gas lo suficientemente rápido como para ver qué aspecto tiene la oscuridad».[24] Para muchos, el clavo final en el ataúd de la introspección[25] se remachó con la revolución cognitiva, que comenzó en la década de 1950 y ganó fuerza a lo largo de las dos décadas posteriores. En 1977, Richard Nisbett y Timothy Wilson revisaron las evidencias sobre la precisión de los informes que hacía la gente acerca de sus procesos cognitivos superiores. Uno de los experimentos que revisaron se había llevado a cabo con personas que habían tenido problemas para conciliar el sueño. A una parte de los participantes se les había dado una pastilla «excitadora»,[26] de la cual les decían que les produciría síntomas físicos y emocionales de insomnio, pero que en realidad era un placebo que no tenía ningún efecto fisiológico. Al otro grupo se les dijo que sus pastillas (fisiológicamente inactivas también) los relajarían. En ambos casos, las pastillas no tenían ingredientes activos, pero las expectativas de los voluntarios acerca de sus efectos se manipularon de maneras bien diferentes.

Los investigadores pasaron entonces a comprobar cómo ambos grupos se las manejaban con el insomnio. Tal como se esperaba, aquellos participantes a los que se les dijo que la pastilla era para mantenerlos despiertos se fueron a la cama antes de lo habitual, dando a entender que su creciente excitación la atribuían al efecto de la pastilla, en lugar de a su propio insomnio. En el grupo al que se les dijo que la pastilla los relajaría se observó el patrón opuesto. La gente de este grupo se fue a la cama después de lo habitual, presumiblemente porque esperaban sentirse relajados y terminaron sintiéndose de todo menos relajados; lo cual les llevó a la conclusión de que debían de estar más excitados de lo acostumbrado. Sin embargo, cuando se les preguntó posteriormente, los participantes hablaron poco de los efectos de las pastillas, atribuyendo el cambio en su patrón de sueño a factores externos, como su rendimiento en un examen o problemas con la novia. Nisbett y Wilson concluyeron que no tenía demasiado sentido pedirles a los participantes del otro grupo, el grupo experimental, que explicaran sus propios procesos cognitivos. A pesar de la minuciosa observación de los instrospeccionistas, el resultado es que, sorprendentemente, no disponemos de demasiada información sobre cómo funciona en realidad nuestra mente.

Es un bochornoso día de julio en Berlín, y Lara se pregunta si no se tomará otra cerveza.

—Estaba dejando la botella vacía y era como si en mi cabeza oyera, «¿Quiero otra?». Estoy casi convencida de que pensé esas palabras. Y entonces fue cuando sonó el «bip».

Lara es una joven chino-americana de Los Ángeles que se encuentra en Berlín en un viaje de estudios de un año. Para el experimento en el que está tomando parte se le pedido que lleve con ella a todas partes un pequeño dispositivo (del tamaño más o menos de un casete) sujeto a su ropa. A intervalos aleatorios, el dispositivo se activará y emitirá un pitido, un bip, a través del auricular. Ésa es la señal para prestar atención a lo que sea que haya ocurrido en su experiencia interior en el momento inmediatamente anterior al pitido. Lara, entonces, tiene que tomar nota de lo que estuviera ocurriendo, en cualquier formato que le venga bien y siempre en una libreta de notas que se le ha dado para tal fin. Lara ha de tomar notas sobre seis bips y sus correspondientes momentos de experiencia, para luego quitarse el auricular y no seguir con el tema. Al día siguiente va al laboratorio y se le hace una entrevista en detalle acerca de esos seis momentos. El incidente con la cerveza es el correspondiente al tercer bip de su primer día de muestreo. Quien le hace la entrevista acerca de estos flases de la consciencia es Russell Hurlburt, el inventor del método.

—¿Fueron esas palabras exactamente? –pregunta Russ.

—No puedo decir al cien por cien que fueran ésas las palabras exactas –responde Lara–, porque no las transcribí con exactitud… Y en ese momento recuerdo la sensación de beber una cerveza fría y lo mucho que lo disfrutaría, y me pregunto, «¿Quiero otra?».

—Entonces, ¿tuviste el recuerdo de la sensación de beberte una cerveza?

—Sí, y de pensar, «¿Quiero más de esa experiencia?».

—¿Es que querías más cerveza –pregunta Russ– o que estabas teniendo el recuerdo de haber disfrutado previamente de una cerveza fría?

—Yo creo que son las dos cosas, porque yo me estaba formulando a mí misma esa pregunta, y empecé a recordar aquello, supongo que con el fin de responder a la pregunta.

¿Cuáles fueron las palabras exactas de la experiencia de Lara en aquel momento? Lara no puede recordarlo.

—A partir de ahora –dice Russ–, tomarás nota de las palabras exactas, porque revisten importancia. Si estamos interesados en cómo nos hablamos a nosotros mismos en la cabeza (junto con todas las demás cosas que ocurren ahí), las palabras exactas son muy importantes.

Y Russ añade:

—¿Esas palabras venían en forma de voz? ¿O bien las leías, o las veías…?

—Sí, era una voz…, mi propia voz.

—De acuerdo. ¿Y era como si tú las estuvieses pronunciando, o como si las estuvieses escuchando, o…?

—Um… Supongo que era como si yo las estuviese pronunciando. Pero diciéndomelo a mí misma, de la forma en que alguien haría una pregunta. El caso es… ahora que estoy respondiendo a estas preguntas… El caso es que me preocupa que lo que estoy diciendo acerca de esos momentos pudiera cambiar porque estoy pensando más acerca de ellos, ¿entiendes?

Hurlburt es uno de los científicos que están replanteándose la introspección.[27] Un hombre de elevada estatura, con cerca de setenta años, con el cabello gris y gafas, Russ comenzó como ingeniero, trabajando para una empresa que hacía armas nucleares; pero lo que de verdad quería hacer era tocar la trompeta. Era la época de la guerra de Vietnam, y Russ recibió un número preliminar que le situaba en la lista de posible reclutamiento, de modo que se presentó voluntario para formar parte de la banda del Ejército en Washington D. C. Allí, sus habilidades como trompetista tuvieron, indirectamente, un efecto decisivo en su carrera. Terminó aceptando un empleo como trompetista intérprete del «Taps», el sonido de trompeta ceremonial que se interpreta durante los funerales militares (algo parecido al «Last Post» del Ejército británico). Su cometido era esperar en el Cementerio Militar de Arlington a que llegara un funeral y a que sonaran las salvas para a continuación interpretar «Taps» sobre el féretro de aquella pobre víctima de la guerra. Después, se retiraba lo más discretamente posible hasta su automóvil, que estaba bajo unos árboles cercanos, y esperaba –ataviado con todas sus galas militares– hasta el siguiente funeral, que muchas veces podía tardar más de dos horas. Aquello le supuso poder disponer de mucho tiempo, que Russ ocupó llenando su auto de libros de la Biblioteca del condado de Arlington. Se leyó todo aquello que un ingeniero no suele tener ocasión de leer: literatura, poesía, historia y, en particular, psicología. Al cabo de unos meses se había devorado toda la colección de psicología de la biblioteca.

«Lo que descubrí fue que todos los libros de psicología comenzaban diciendo, “Voy a contarte algo interesante acerca de las personas”, y luego, cuando me terminaba el libro, yo decía “Bien, no he aprendido nada que realmente me pareciera interesante; he aprendido teoría, pero no he aprendido nada de las personas”». Lo que Russ quería era algo que hablara de la experiencia cotidiana de las personas. «Yo pensaba que sólo con que se pudiera hacer una muestra aleatoria de estas cosas, eso ya estaría bien […]. Recuerdo que iba en la camioneta, conduciendo por el desierto o por las calles de alguna ciudad y me decía, “Sé cómo hacer un dispositivo de bips, un bíper”. Y cuando llegué a la Universidad de Dakota del Sur, que es donde me gradué, el director dijo, “¿Qué quieres hacer, Russ?”. Y yo le dije, “Quiero hacer una muestra aleatoria de pensamientos, y he pensado en la manera de hacerlo mientras venía hacia aquí en la camioneta”».

El orientador escolar de grado se quedó impresionado con la idea de Russ, pero pensó que el bíper parecía técnicamente irrealizable. De modo que Russ le propuso un trato: si él era capaz de hacer el bíper, ellos renunciarían al requisito de que obtuviera un máster en Psicología (pues él ya tenía uno en Ingeniería) y le permitirían entrar directamente en el programa de doctorado. En el otoño de 1973, Russ creó el bíper y ganó la apuesta, y comenzó a utilizar su nueva tecnología para explorar los pensamientos de sus participantes, al principio a través de unos breves cuestionarios y de los complejos análisis estadísticos que se necesitaban para dar sentido a la montaña de datos resultante. Pero con el tiempo se dio cuenta de que este método no decía nada que fuera más interesante acerca de la mente o de las personas de lo que había visto en las investigaciones que, en otro tiempo, había criticado, de modo que comenzó a centrarse más en la naturaleza cualitativa de los informes: las descripciones que sus participantes hacían de sus procesos de pensamiento y lo que los hacía distintivos de esa persona.

Durante los últimos cuarenta años, Russ ha sido miembro del profesorado de la Universidad de Nevada, Las Vegas (UNLV). Se ha pasado su carrera refinando y poniendo a prueba este método para examinar la experiencia interna, al cual llama Muestreo de Experiencia Descriptiva (MED).[28] Cuando llegó a la UNLV, estuvo llevando consigo el bíper del MED durante todo un año mientras averiguaba qué hacer con él. Debido a su conspicuo auricular, sus colegas en el campus pensaban que estaba sordo, aunque muchos eran demasiado corteses como para preguntárselo. Aún hoy en día, algunas personas en el campus tienen la tendencia a hablar en voz alta en su presencia.