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Aquel saber que Émile Zola buscaba sobre la posición social del escritor y su día a día en la llana esfera de lo económico sigue siendo un asunto des atendido. Hoy, quienes pueden subsistir a partir de la venta de sus libros son relativamente pocos; de ellos la mayoría sobreviven, con mayor o menor desahogo, gracias a colaboraciones en prensa, traducciones, becas y cursos. Por supuesto, no deja de ser significativo escuchar a grupos destacados de autores quejarse de la dificultad para mantener un estatus económico digno una vez que se alcanza la edad de la jubilación. Por todo ello, Literatura y dinero resulta oportuno y necesario para quien quiera reflexionar sobre la situación material de los escritores y el papel del dinero en la cultura literaria moderna.
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Seitenzahl: 71
Veröffentlichungsjahr: 2024
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COLECCIÓN POPULAR
927
LITERATURA Y DINERO
Traducción deGABRIELA TORREGROSA
Prólogo deCONSTANTINO BÉRTOLO
FONDO DE CULTURA ECONÓMICA
Primera edición en francés, 1891Primera edición, 2024[Primera edición en libro electrónico, 2024]
Distribución mundial
D. R. © 2020, Trama EditorialPublicado por acuerdo con Trama EditorialTítulo original: L’argent dans la littérature
D. R. © 2024, Fondo de Cultura EconómicaCarretera Picacho-Ajusco, 227; 14110 Ciudad de México
Comentarios: [email protected].: 55-5227-4672
Diseño de portada: Laura Esponda Aguilar
Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, sea cual fuere el medio, sin la anuencia por escrito del titular de los derechos.
ISBN 978-607-16-8265-9 (rústico)ISBN 978-607-16-8341-0 (electrónico-epub)ISBN 978-607-16-8355-7 (electrónico-mobi)
Impreso en México • Printed in Mexico
Prólogo, Constantino Bértolo
LITERATURA Y DINERO
I
II
III
IV
V
El dinero es el mejor novelista del mundo: convierte en destino la vida de los hombres.
RICARDO PIGLIA
Escrito por Émile Zola en 1880, este texto sigue manteniendo su relevancia para cualquier aproximación que se pretenda hacer a la hora de investigar e interpretar el complejo mundo de las relaciones entre el escribir y sus circunstancias, entre la creación literaria y la economía, entre lo que llamamos literatura y la industria editorial, entre la escritura y el mercado editorial, entre la cultura y el dinero. En suma, sobre la situación “material y moral de los escritores en los últimos siglos”.
Como pieza literaria tiene y mantiene ese tono rotundo y contundente tan propio del Zola polémico. Como una versión del J’accuse…!, escrita con la patente pretensión de rebatir una creencia sobre las relaciones entre los escritores y los dineros, que entiende, por equivocada, dañina. Ya en sus primeras líneas deja clara esa intención y su voluntad de intervenir: “A menudo oigo esta queja a mi alrededor: ‘el espíritu literario agoniza’, ‘la literatura está desbordada por el mercantilismo’, ‘el dinero acaba con el talento’. Y otras tantas acusaciones desconsoladas en contra de esta democracia nuestra que invade salones y academias”.
Para rebatir esta opinión, Zola se remite en primer lugar al pasado no tan lejano y da cuenta de la situación de servidumbre de los escritores durante el Antiguo Régimen, cuando la literatura era un ornato para las élites aristocráticas, y donde los escritores estaban obligados a mendigar rentas y prebendas a los poderosos a fin de garantizarse su subsistencia. Y, una vez comentado y argumentado en lo posible aquel estado de cosas, el autor de novelas como El dinero,Germinal o La obra pasa a analizar la situación material de los escritores en la actualidad (recordemos: 1880) en la que, dopo della rivoluzione, el escritor es uno de los ciudadanos cuya situación ha cambiado de manera más radical y en la cual, como consecuencia entre otras causas de la generalización de la educación, existe ya una alta demanda de libros y, por tanto, la protección de los grandes se ha vuelto innecesaria y “el autor se convierte en un obrero como cualquier otro que se gana la vida por medio de su trabajo”.
En muchos aspectos, esta verdadera proclama y canto de Zola en favor del capitalismo, el dinero y la extensión de la lógica mercantil a los espacios de la literatura recuerda al Manifiesto comunista publicado en 1848. Al fin y al cabo, en él también se encomia lo que el capitalismo supuso de avance contra las ataduras del feudalismo y sus servidumbres, si bien en Zola no aparecen las reservas, denuncias y condenas del marxismo acerca de las nuevas relaciones sociales que el éxito histórico, innegable, de la burguesía mercantil estaba produciendo.
Entiendo que este prólogo no es el lugar apropiado para cuestionar a profundidad la optimista visión que el padre del naturalismo literario nos ofrece en este texto. Baste de momento con citar brevemente las palabras que su contemporáneo Paul Lafargue, yerno de Marx y autor de El derecho a lapereza, le dedica:
Hoy, que ha superado victoriosamente todas las dificultades encontradas en sus comienzos, cuando su renombre, extendido por todo el mundo, le asigna un puesto único entre los escritores actuales, se contenta con escribir novelas prometedoras del mayor éxito y del provecho más grande; no piensa en su escuela sino cuando se trata de sostener a los escritores que se agarran a sus faldones.
Pero no es nuestra intención, ni un prólogo es el espacio adecuado para ello, hacer una crítica de este muy oportuno escrito de Zola cuyo mayor mérito, visto desde nuestro presente, reside en lo conveniente, sugestivo y necesario que resulta para quien quiera hoy reflexionar sobre esa misma cuestión, es decir, sobre cuál sea, aquí y ahora, la situación material de los escritores, un tema sobre el que no existe demasiada atención.
En España, el mundo del libro, de la escritura, es el elemento consustancial básico de toda una industria editorial que supone para la economía nacional una facturación anual de más de 2 500 millones de euros. Una industria que da lugar a un conjunto de oficios laborales: editores, correctores, maquetadores, ilustradores, comerciales, encargados de marketing y promoción, administrativos, community managers… que desempeñan, de modo directo o indirecto, más de 30 000 empleos. Y lo curioso es que, en general, podría decirse que en ninguno de esos puestos de trabajo se encuentra el escritor a pesar de ser él quien aporta el material básico, los textos, sobre el que descansa todo ese sector industrial. El escritor no está en plantilla, está “suelto”, va libre, paradójicamente fuera de la estructura que se asienta alrededor de su trabajo.
Aquel saber que Zola pedía acerca de cuál era la posición social del escritor y sobre el cómo vivía sigue siendo, decíamos, materia poco documentada. Sabemos que quienes pueden vivir a partir de la venta de sus libros son relativamente pocos. Se habla de tres o cuatro docenas como mucho, y se hace ver que la mayoría sobrevive, con mayor o menor desahogo, gracias a lo que Isaac Rosa llama “la industria auxiliar del escritor”: colaboraciones en prensa, traducciones, conferencias, becas, prólogos y cursos, y no deja de ser significativo que hasta muy recientemente un grupo destacado de autores venía quejándose de la dificultad para poder mantener un estatus económico digno una vez que se alcanzaba la edad de la jubilación. Por supuesto que, tal y como enuncia Zola, hay quienes, por el monto de sus ventas, viven de la literatura, pero como hemos dicho hay acuerdo en que no es ése el caso ya no de una mayoría sino de esa inmensa minoría de quienes deben ganarse la vida más allá de la venta de sus libros.
Esperemos que la publicación de esta obra de Zola sirva para impulsar nuevas y necesarias investigaciones en ese campo. En los territorios de la sociología de la literatura entendemos que quedan, de las cuestiones planteadas por Zola, bastantes por responder. Se felicitaba, por ejemplo, por la desaparición de los salones literarios que consideraba como un efecto, más directo que colateral, de la jerarquía social causante del servil estado de domesticidad al que se veían sometidos, con mayor o menor intensidad, los escritores. No sé si tal felicitación no es, todavía, un poco apresurada. Han desaparecido los salones donde los escritores leían sus obras y eran pagados con comida, dineros, paternalismo cultural y halagos. Pero, tal y como Isaac Rosa comenta, en el campo literario actual, al lado de una literatura que gira alrededor de la venta de libros, para gran parte de los escritores sus ingresos provienen mayormente de lo que en la jerga profesional se conocen como “bolos” que, bien mirados, no dejan de ser una variedad de aquellos salones aristocráticos donde ya no un monarca, pero sí un ayuntamiento, una diputación, una fundación o una entidad financiera convocan, y a los que el cuerpo de letras asiste con satisfacción, no sólo por razones monetarias sino como confirmación y fuente de prestigio.