Lo mejor de todo - Henry James - E-Book

Lo mejor de todo E-Book

Henry James

0,0
2,99 €

oder
-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

Cuando después de la muerte de Ashton Doyne -sólo tres meses después- le hicieron a George Withermore eso que suele llamarse una proposición, con respecto a un «volumen», la comunicación le llegó directamente de sus editores, que habían sido también, y la verdad es que mucho más, los del propio Doyne; pero no le sorprendió saber, al celebrarse la entrevista que luego le propusieron, que habían recibido algunas presiones por parte de la viuda de su cliente en cuanto a la publicación de una Vida.

Das E-Book können Sie in Legimi-Apps oder einer beliebigen App lesen, die das folgende Format unterstützen:

EPUB
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



HENRY JAMES

LO MEJOR DE TODO

(The Best of All, 1899)

1

Cuando después de la muerte de Ashton Doyne -sólo tres meses después- le hicieron a George Withermore eso que suele llamarse una proposición, con respecto a un «volumen», la comunicación le llegó directamente de sus editores, que habían sido también, y la verdad es que mucho más, los del propio Doyne; pero no le sorprendió saber, al celebrarse la entrevista que luego le propusieron, que habían recibido algunas presiones por parte de la viuda de su cliente en cuanto a la publicación de una Vida. Las relaciones de Doyne con su mujer, por lo que sabía Withermore, habían sido un capítulo muy especial, que de paso podría ser también un capítulo muy delicado para el biógrafo; pero, desde los primeros días de su desgracia, había podido apreciarse por parte de la viuda un sentimiento de lo que había perdido, y hasta de lo que había faltado, del que un observador un poco iniciado bien podía esperar que se derivara una actitud de reparación, un apoyo, incluso exagerado, en favor de un nombre distinguido. George Withermore tenía la impresión de estar iniciado; pero lo que no esperaba era oír que le había mencionado a él como la persona en cuyas manos depositaría con más confianza los materiales para el libro.

Esos materiales -diarios, cartas, apuntes, notas, documentos de muchas clases- eran propiedad de la viuda, estaban totalmente en sus manos, sin condiciones de ninguna clase referentes a alguna parte de su herencia; de forma que era libre para hacer con ellos lo que quisiera, y libre, especialmente, para no hacer nada. Lo que Doyne hubiera dispuesto, de haber tenido tiempo para hacerlo, no podía ser otra cosa que meras suposiciones y conjeturas.

La muerte se lo había llevado demasiado pronto y demasiado de prisa, y la lástima era que los únicos deseos que se sabía había expresado eran deseos de que no se hiciera nada. Había desaparecido antes de tiempo, eso era lo que pasaba; y el final era irregular y necesitaba recortes. Withermore sabía muy bien lo cerca que había estado de él, pero también sabía que él era un hombre relativamente poco conocido. Era un periodista joven, un crítico, un hombre que vivía al día y que, como solía decirse, tenía todavía poco que mostrar. Sus obras eran pocas y pequeñas, sus relaciones escasas y vagas.

Doyne, en cambio, había vivido bastante tiempo -sobre todo había tenido bastante talento- para llegar a ser grande y, entre sus muchos amigos, acompañados también de grandeza, había varios a los que para quienes conocían a su viuda habría sido más natural acudir.

Pero la preferencia que había expresado -y la había expresado de una forma indirecta y considerada que le dejaba cierta libertad- hacía pensar al periodista que por lo menos debía ir a verla, ya que en cualquier caso tendrían mucho de que hablar. Escribió inmediatamente a la viuda, ella le dio una hora, y lo hablaron.

Pero salió de la entrevista con su idea personal mucho más reforzada. Era una mujer extraña, y él nunca la había encontrado agradable; sólo que ahora veía algo que le conmovía en su impaciencia jactanciosa y atolondrada. Quería que se hiciera el libro, y el individuo que entre los del grupo de su marido consideraba era el más fácil de manejar tenía que encargarse de que se hiciera. Mientras vivía Doyne, nunca le había tomado demasiado en serio, pero la biografía teníaqueserunarespuestacontundente a cualquier imputación que se le hiciese. No sabía gran cosa de cómo se hacían esos libros, pero había estado mirando y había aprendido algo. Desde el principio, Withermore se alarmó un poco al ver que estaba decidida a fijar cantidad. Hablaba de «volúmenes», pero él también tenía sus ideas al respecto.

«Pensé inmediatamente en usted, lo mismo que habría hecho mi marido», le dijo casi nada más aparecer delante de él, con sus grandes ropas de luto, sus grandes ojos negros, su gran peluca negra, su gran abanico y guantes negros, flaca,fea,peroconunairesorprendente y que, desde cierto punto de vista, podría parecer «elegante».

-Usted era el que más le gustaba. ¡Huy, con mucho! -le dijo, y eso fue suficiente para que perdiera la cabeza.

Poco importabaqueluegopudierapreguntarse si ella misma había conocido a Doyne lo bastante bien como para poder asegurarlo. Se habría dicho a sí mismo que su testimonio sobre ese punto tampoco contaba demasiado. Aparte eso, no podía haber humo sin fuego; ella, al menos, sabía lo que quería decir, y él no era una persona a la que pudiera tener interés en adular. Subieron en seguida al estudio vacío del gran hombre, que estaba en la parte de atrás de la casa, y daba sobre un jardín grande -una vista hermosa y capaz de inspirar al pobre Withermore- perteneciente a un grupo de casas caras.