Los Andes y el Amazonas o Notas de un viaje desde Guayaquil a Pará - James Orton - E-Book

Los Andes y el Amazonas o Notas de un viaje desde Guayaquil a Pará E-Book

James Orton

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Beschreibung

James Orton fue un célebre naturalista y explorador norteamericano que visitó el Ecuador a finales de la década de 1860. Se trata de un auténtico científico viajero, cuyas contribuciones ayudaron a una mejor comprensión del fenómeno andino y del bosque tropical. Su libro Los Andes y el Amazonas recoge las impresiones que tuvo del Ecuador en dicha época. Más allá de las importantes observaciones de tipo científico que Orton registró, el autor también llevó a cabo una excelente y muy cruda descripción de la sociedad ecuatoriana durante su paso por el país. El libro contiene una enorme cantidad de información útil para historiadores, antropólogos y, en general, para los estudiosos y catedráticos. Resulta interesante el análisis que hizo del país, al atribuir su atraso debido a la falta de una cultura económica moderna entre las élites locales.

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USFQ PRESS

Universidad San Francisco de Quito USFQ

Campus Cumbayá, Diego de Robles s/n y Pampite

Quito 170901, Ecuador.

https://usfqpress.com

EdiPUCE

www.edipuce.edu.ec

Quito, Av. 12 de Octubre y Robles. Apartado n.º 17-01-2184

Telf.: (593) (02) 2991 700, ext.: 1711

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Somos la casa editorial de la Universidad San Francisco de Quito USFQ. Fomentamos la misión de la universidad al divulgar el conocimiento para formar, educar, investigar y servir a la comunidad dentro de la filosofía de las Artes Liberales.

Esta obra es publicada en coedición con EdiPuce, Pontificia Universidad Católica del Ecuador.

Los Andes y el Amazonas o Notas de un viaje desde Guayaquil a Pará

James Orton

Traducción: Fernando Hidalgo Nistri e Irene Paz Durini

Estudio introductorio: Fernando Hidalgo Nistri

Esta obra es publicada luego de un proceso de revisión por pares ciegos (peer-reviewed).

Producción editorial: Andrea Naranjo

Cuidado de la edición: Gabriel Ortiz Armas

Editores: Diego F. Cisneros-Heredia y Elisa Sevilla

Diseño y diagramación: Krushenka Bayas

Diseño de cubierta: Krushenka Bayas

Corrección profesional: María del Pilar Cobo

© James Orton, The Andes and the Amazon; Or, Across the Continent of South America, 1876

© Universidad San Francisco de Quito USFQ, 2023

© Pontificia Universidad Católica del Ecuador, 2023

© Fernando Hidalgo Nistri e Irene Paz Durini, de la traducción, 2023

© Fernando Hidalgo Nistri, del capítulo “Un explorador en las regiones ecuatoriales”, 2023

© Diego F. Cisneros-Heredia y Elisa Sevilla, del “Prólogo”, 2023

Todos los derechos reservados. No se permite la reproducción total o parcial de esta obra, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio (electrónico, mecánico, fotocopia, grabación u otros) sin autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. La infracción de dichos derechos puede constituir un delito contra la propiedad intelectual.

ISBN USFQ PRESS: 978-9978-68-224-1

ISBNe USFQ PRESS: 978-9978-68-224-9

ISBN EdiPUCE: 978-9978-77-623-0

Registro de autor: UIO-062646

Primera edición digital: enero, 2023

Catalogación en la fuente Biblioteca de la Universidad San Francisco de Quito USFQ.

Hidalgo Nistri, Fernando

James Orton : Los Andes y Amazonas o notas de un viaje desde Guayaquil a Pará / Fernando Hidalgo Nistri, Irene Paz Durini. – Quito : USFQ Press : ediPUCE, ©2022.

p.: cm.

ISBN USFQ: 978-9978-68-224-1

ISBNe USFQ: 978-9978-68-224-9 (2023)

ISBN PUCE: 978-9978-77-623-0

1. Andes (Región) – Descripciones y viajes. – 2. Amazonas (Región) – Descripciones y viajes. – 3. Orton, James, 1830-1877. – I. Paz Durini, Irene. – II. Título.

Se sugiere citar esta obra de la siguiente forma:

Diego F. Cisneros-Heredia y Elisa Sevilla, eds. Los Andes y el Amazonas o Notas de un viaje desde Guayaquil a Pará. Traducido por Fernando Hidalgo Nistri e Irene Paz Durini. Quito: USFQ PRESS y EdiPuce, 2023.

Fernando Hidalgo Nisitri, “Un explorador en las regiones ecuatoriales”. En Los Andes y el Amazonas o Notas de un viaje desde Guayaquil a Pará. Editado por Diego F. Cisneros-Heredia y Elisa Sevilla. Quito: USFQ PRESS y EdiPuce, 2023.

El uso de nombres descriptivos generales, nombres comerciales, marcas registradas, etcétera, en esta publicación no implica, incluso en ausencia de una declaración específica, que estos nombres están exentos de las leyes y reglamentos de protección pertinentes y, por tanto, libres para su uso general.

La información presentada en este libro es de entera responsabilidad de sus autores. USFQ PRESS presume que la información es verdadera y exacta a la fecha de publicación. Ni la USFQ PRESS ni los autores dan una garantía, expresa o implícita, con respecto a los materiales contenidos en este documento ni de los errores u omisiones que se hayan podido realizar.

Tabla de contenidos

Prólogo

Un explorador en las regiones ecuatoriales

Los Andes y el Amazonas

Capítulo I

Capítulo II

Capítulo III

Capítulo IV

Capítulo V

Capítulo VI

Capítulo VII

Capítulo VIII

Capítulo IX

Capítulo X

Capítulo XI

Capítulo XII

Capítulo XIII

Capítulo XIV

Capítulo XV

Capítulo XVI

Capítulo XVII

Capítulo XVIII

Capítulo XIX

Capítulo XX

Capítulo XXI

Capítulo XXII

Capítulo XXIII

Capítulo XXIV

Notas al pie

Índice de figuras

Prof. James Orton

Vista de Lima desde las gradas de la Catedral (a partir de una fotografía)

Catedral de Guayaquil

Equipados para los Andes

Subiendo los Andes

Quito desde el Norte

Los aguateros

Calle de Quito

Palacio de Gobierno - Parlamento

Viviendas indias

Mujeres lavando

Los Eclesiásticos

Volcanes ecuatorianos

Cráter del Pichincha

Humboldt en 1802

Ibarra

Un peón de Napo

Árbol de papaya

Trapiche

Nuestra nave en el Napo

Caza de huevos de tortuga

Aullador

Cocina en el Amazonas

Nativos del Amazonas Medio

Siesta

Manaos

Pará

Vendedoras de frutas

Igarapé o sendero de canoa

Planta de coca

Iguana

Tucanes

Colibríes

Capibara

Jaguar

Peinilla

Prólogo

Es para nosotros un gusto presentar este libro que trae a la lengua española la magnífica obra de James Orton Los Andes y el Amazonas, publicada originalmente en 1870, y ampliada en 1875. Debido a la atenta y la dedicada traducción de Irene Paz Durini y Fernando Hidalgo Nistri, llega esta narración que nos invita a viajar junto a Orton y explorar el recorrido de Sudamérica por su parte más ancha, desde Guayaquil hasta Pará. Sus travesías mostraron a la sociedad occidental del siglo XIX escenarios fabulosos con infranqueables montañas, profusos bosques y sociedades diversas. Pero, ¿por qué hoy en día, tantos años más tarde, podría interesarnos esta obra, en especial cuando los parajes y las sociedades que vivió Orton han cambiado tanto? Pues porque Orton no fue un viajero casual, ya que sobrepasa la mera descripción para llegar a una detallada y apasionada exploración de territorios, naturalezas y humanos como pocos lo han logrado. Con dedicación, el viajero fue acumulando gran cantidad de observaciones naturalistas y colecciones científicas que no quedaron congeladas en 1867, sino que han sido claves para entender mejor a una Sudamérica viva, ofreciéndonos recorridos por paisajes y realidades que nos permiten entender la evolución de los Andes y la Amazonía en la actualidad. Las exploraciones de Orton fueron esenciales para poner definitivamente en el mapa de la sociedad occidental a dos regiones geográficas insignes: la cordillera de los Andes y la cuenca Amazónica. Obviamente, no fue el primero en llegar a estas tierras, pues ricas, complejas y diversas sociedades nativas americanas habían habitado, interactuado y transformado a los Andes y la Amazonía durante miles de años. Tampoco fue el primer “occidental” en llegar, pues las primeras noticias de estos parajes llegaron a la sociedad europea con los conquistadores españoles y portugueses; quienes hablaban de paisajes que parecían vivir entre lo onírico y lo fantasioso. Spix, Jiménez de la Espada y Humboldt fueron otros nombres que harían llegar cada vez más novedades, visiones y narrativas de estos parajes. Sin embargo, Orton se une, y en muchos casos supera, a estas obras por la atención a los detalles naturales, sociales y políticos con los que va diseccionando sus viajes y destaca con las abundantes colecciones que llevaría a los nacientes Estados Unidos de América, los cuales constituirán algunas de las primeras fuentes científicas con las que la comunidad científica norteamericana empezaría a detallar a Sudamérica. James Orton estuvo tan fascinado por este territorio y por las preguntas teóricas que podría resolver, que volvió dos veces más al Amazonas por distintas rutas, hasta morir trágicamente en el lago Titicaca; en donde, por un tiempo yacieron sus restos en una isla privada. Orton fue un pionero en la ciencia, pero también en la promoción de la educación de las mujeres en la búsqueda de escenarios donde probar las ideas darwinistas.

Los Andes y el Amazonas estaba pensada como una obra destinada a los viajeros que quieran seguir sus pasos, pues cuenta con detalles muy útiles, por ejemplo cuánto cuesta un carguero o dónde obtener apoyo de los locales. Pero también está concebida para los viajeros de escritorio, que viajan a través del libro y sus bellas panorámicas y grabados con detalles como firmas de peones o pequeñas peinetas de mujeres amazónicas. El mapa de los Andes ecuatoriales y el curso del Amazonas es otra de las joyas que encierra este libro, y cuya edición de la USFQ PRESS y EdiPUCE realza con mucho cariño, a partir del original que hoy se encuentra en la Biblioteca Ecuatoriana Aurelio Espinosa Pólit. Agradecemos a Krushenka Bayas y Andrea Naranjo por su impecable trabajo.

Fernando Hildalgo Nistri nos presenta un muy completo estudio introductorio que analiza bajo diferentes lupas las distintas facetas del autor y su obra. Primero, sitúa la traducción del original The Andes and the Amazon en una cronología de esfuerzos por llevar al público ecuatoriano los libros de viajeros que visitaron Ecuador en el pasado. Llama la atención que un recuento tan detallado en los aspectos sociales, antropológicos y científicos, como fue la obra de James Orton, no solo para Ecuador, sino también para Perú, Brasil y Bolivia aún no cuente con la traducción al castellano. El análisis de Fernando Hidalgo Nistri compara la obra de Orton con otros viajeros de su siglo, así como indaga sobre los aportes científicos del norteamericano al estudiar la naturaleza del territorio que recorrió y las sociedades con las que interactuó a su paso. Un punto muy importante de este trabajo introductorio es que pone siempre la obra de Orton en el contexto de las visiones de la época, de las suyas propias y de las ideas que circulaban en el siglo XIX sobre la naturaleza y el humano.

La Universidad San Francisco de Quito USFQ busca hacer accesible a los investigadores y al público en general este rico relato de viaje, porque permite seguir los pasos de Orton y las personas que colaboraron y lo acompañaron durante su viaje. La traducción junto con el estudio preliminar son fuentes muy valiosas para la investigación histórica sobre las regiones costera, andina y amazónica de Ecuador, Perú y Brasil, pero también para científicos de varias ramas, como la zoología, la botánica, la ecología, y la geología, además de la antropología y la sociología históricas. Vale aclarar que se mantuvieron los nombres científicos originales de las especies encontradas por Orton a lo largo de su viaje, y sólo en algunos casos hemos señalado en las notas de editor la nomenclatura actualizada.

La USFQ Press se propone en un segundo momento publicar un volumen adicional de esta serie que contenga las publicaciones científicas de Orton, con base a las colecciones botánicas, zoológicas o geológicas de este explorador norteamericano. Este segundo volumen contará además con varios análisis de diversos académicos que estudian la faceta científica y artística de James Orton.

Elisa Sevilla y Diego F. Cisneros-Heredia

WILLIAM NOTMAN, PROF. JAMES ORTON SCIENCE PROFESSOR, VASSAR COLLEGE, PLOUGHKEEPSIE, NY, 1870, NOTMAN PHOTOGRAPHIC ARCHIVES, MCCORD MUSEUM, 1870, SALES DE PLATA SOBRE PAPEL.

Un explorador en las regiones ecuatoriales

Estudio introductorio

Fernando Hidalgo Nistri

1. Consideraciones previas

La literatura de viajes es un género que ha tardado mucho en concitar el interés de los intelectuales ecuatorianos. Para convencernos basta ver lo poco citados que han sido los escritos de ese ejército de extranjeros que visitaron el país. Si se miran las cosas con perspectiva, ni siquiera la obra de un personaje tan representativo como Humboldt ha sido muy tomada en consideración. Las referencias a sus obras son ínfimas si se tiene en cuenta el peso específico que tuvo su producción científica para el país. Incluso los trabajos de Wolf y de Sodiro, que de alguna manera también hicieron las veces de viajeros, solo despertaron de manera discreta el interés en la república de las letras. Una buena prueba de lo ninguneado que estuvo el género entre los intelectuales es el tiempo que se tardó en traducir y publicar obras emblemáticas sobre Ecuador. Crónicas de insignes viajeros tales como Osculati, Festa, Gosselman, Kolberg, Stevenson, André, Monnier, Hassaurek, Karsten, etc., no entraron en circulación sino muy tarde. Por último, el libro Ecuador de Michaux, el poeta del surrealismo francés, que publicó Gallimard en 1929, tampoco tuvo mayores repercusiones en el país. Aquí la diferencia la marcaron los científicos: ellos son los que mejor supieron apreciar y aprovechar este tipo de literatura. Augusto Martínez fue un entusiasta estudioso y traductor de crónicas de viaje, lo cual hizo de él una excepcionalidad respecto de sus contemporáneos. Hacia comienzos del siglo pasado empezó a publicar en Anales de la Universidad de Quito varios relatos de viaje entre los cuales se cuentan textos de personalidades tales como Humboldt, Wagner, Stübel, Wisse, etc. Esta labor la prosiguieron años más tarde César Bahamonde, Gustavo Salgado y Jonás Guerrero. El primero de los citados fue el traductor del libro de Whymper, Entre los altos Andes del Ecuador en 1921.

Hacia fines de los años treinta y comienzos de los cuarenta, la tendencia marcó un primer punto de inflexión cuando Eliecer Enríquez se dedicó a publicar una serie relatos de viaje a los que hasta ese momento el gran público no había tenido acceso. Sus dos libros, Quito a través de los siglos (1938-1941) y Guayaquil a través de los siglos (1946), supusieron toda una novedad entre los círculos intelectuales de la época. La ruptura que impuso Enríquez consistió en haber publicado textos más bien dedicados a describir la vida cotidiana de la sociedad ecuatoriana, sobre todo del siglo XIX. De esta época data también la publicación de Galápagos, las últimas islas encantadas de Paulette Everard de Rendón, un libro que en su tiempo no generó mayor repercusión.1 Posteriormente la posta la tomó Humberto Toscano quién recibió el encargo de hacer la edición de El Ecuador visto por los extranjeros, un trabajo que formó parte de la colección Biblioteca ecuatoriana mínima que apareció en 1960. Desafortunadamente, tanto en el caso de Enríquez como en el de Toscano, no publicaron las obras completas, sino que tan solo se limitaron a hacer las consabidas selecciones de textos.2 Lo más reseñable de estas publicaciones fue que la temática científica quedó relegada a un segundo plano. Pero, tal como era la tónica de ese momento, este esfuerzo editorial tampoco llegó a impactar en medios académicos. Historiadores, sociólogos y más siguieron prescindiendo de esta magnífica fuente de información. Lejos de atreverse a tirar del hilo y de extraer buenas interpretaciones, la estimación de los lectores no pasó del plano de lo meramente anecdótico, de lo pintoresco y hasta de lo prosaico. Una prueba adicional del poco interés que concitó el género viajero es ver cómo la casi totalidad de los libros de Rolf Blomberg encontraron su público natural en el extranjero y en otros idiomas. Quizás un libro que fue una excepción y que marcó la diferencia fue Ecuador, retrato de un pueblo del norteamericano Albert Franklin.3 Este clásico de la literatura de viajes del siglo XX ejerció cierto influjo, particularmente entre los intelectuales que se sentían próximos a la órbita del socialismo y que estuvieron en activo en los años cuarenta y cincuenta.

La poca atención que se prestó a estos libros tiene mucho que ver con el hecho de que la historiografía de la época seguía estando muy enfocada en lo político. Áreas tales como la vida cotidiana, el estudio de los comportamientos sociales, las mentalidades, la historia cultural, etc., todavía no habían despertado mayor interés. Personajes de la talla de Jacinto Jijón y Caamaño, de Julio Tobar Donoso o de Isaac Barrera estaban enfrascados en la tarea de construir un relato sobre la formación de la nacionalidad ecuatoriana, más que otra cosa. Hacia la primera mitad del siglo veinte, el conflicto liberal-conservador todavía era una constante que seguía pautando el debate. El develar las miserias del país o sus costumbres, tal como lo hacían los viajeros, no resultaba muy interesante. Incluso, en un momento dado podía resultar contraproducente para unas élites que aspiraban a que Ecuador se legitimase ante el gran coro de las naciones civilizadas. Al fin y al cabo los viajeros no solo se habían limitado a describir los bellos paisajes ecuatorianos, sino que también se habían propuesto airear los trapos sucios de la sociedad de la época. Para muestra ahí están los duros relatos de Orton o de Hassaurek.

Hacia los años setenta y ochenta del siglo pasado, el panorama experimentó otro importante giro de tuerca debido a que la literatura de viajes empezó a captar la atención de ciertos intelectuales del país y a ser tenida como una fuente de estudio imprescindible. Un buen síntoma de ello fue la publicación de Nach Ecuador de Joseph Kolberg (1977) o de América ecuatorial de Onffroy de Thoron4 (1983). Posteriormente apareció el libro de Manuel Miño, La economía colonial. Relaciones económicas de la Real Audiencia de Quito, que fue la primera y más seria apuesta por incorporar el libro de viajes a los estudios histórico-económicos.5 Años más tarde, empezaron a circular de forma sucesiva las obras de otros viajeros tales como Whymper, Meyer, Stubel, Reiss, Festa y otros. Incluso en el año 2011 se editó una recopilación de las crónicas ecuatorianas que había publicado la famosa revista francesa Le Tour du Monde a cargo del mítico editor Edouard Charton. Emprender la publicación de estos textos, muchos de ellos olvidados por la desmemoria colectiva, era una asignatura pendiente. Ciertamente todos estos esfuerzos editoriales no fueron un mero brote de entusiasmo sin más, sino una respuesta a las demandas de las nuevas generaciones de académicos que estaban empeñadas en explorar otras áreas de estudio. Esta empresa, al tiempo que comportaba la diversificación de las fuentes, también fue el indicador de un clima intelectual que demandaba liberarse de las estrecheces ideológicas como la de abrir nuevos campos de estudio. Hay que tener presente que hacia la segunda mitad de la década de 1980, la escuela de los Anales ya había empezado a abrirse paso en Ecuador. Este impulso que se dio a la literatura de viajes, asimismo, dejó de estar marcado por el énfasis en lo meramente anecdótico o en lo pintoresco. Ahora se buscaba descifrar territorios poco explorados tales como la vida cotidiana, los encuentros con la otredad, las prácticas religiosas o la fenomenología de las representaciones. Pero no todo quedó ahí, hay quienes también se han dedicado a estudiar el propio género y a desvelar sus entresijos y sus secretos. Ahí está el estudio introductorio de José Gómez Rendón al libro Ecuador en las páginas de Le Tour du Monde.6

En los actuales momentos está fuera de toda duda el interés que tiene el rescate de este tipo de fuentes dado el enorme caudal de información que contienen y por la diversidad de disciplinas que pueden abordarlos.7 Estos singulares documentos son los que ahora nos ayudan a entender cómo Sudamérica fue pensada y representada por los extranjeros. No hay que perder de vista que estas crónicas se elaboraron a imagen y semejanza de los prejuicios operativos en otras latitudes.8 La literatura de viajes ha puesto a disposición de los estudiosos un enorme repertorio de imágenes y de hechos cotidianos característicos de la alteridad ecuatoriana y de los pueblos amazónicos. Las descripciones que aportan estas fuentes resultan muy apropiadas para redescubrir los comportamientos, las formas de ser y la microfísica de las costumbres ecuatorianas de la época. Aunque muchos viajeros fueron científicos y, como tales buscaron cultivar la objetividad y procuraron despersonalizar el texto, esto no quiere decir que se hubieran sustraído del todo de sus prejuicios. Pero es precisamente esto y sus particulares visiones de lo ecuatoriano lo que interesa poner de relieve. Allí se hallan contenidos muchos de los mitos, de las estructuras mentales, sensaciones y a priori con los que se construyó la imagen de Ecuador y en general de los trópicos.9 La literatura de viajes expone la experiencia intercultural que se produjo a raíz del encuentro con las otredades bajo relaciones de poder en las “zonas de contacto.” y también las reflexiones que configuraron eso que hoy se conoce como “conciencia planetaria”.10 Sus visiones de Ecuador, tanto en lo físico como en lo humano, no fueron una reducción del país, sino representaciones consensuadas. El relato de Orton, en concreto, resulta un lugar privilegiado para presenciar el choque de una modernidad en pleno apogeo contra los dos frentes que todavía se mantenían firmemente anclados a la tradición: la sociedad mestizo-criolla y los pueblos originarios. Dicho testimonio, vertido por los extranjeros sobre nosotros, permitió describirnos haciéndonos ver lo que éramos incapaces de ver. El viaje, en tanto que práctica cultural y retórica, nos ofrece la visión que los otros se formaron de nosotros y que luego fue canonizada y estereotipada desde las metrópolis. Desde luego, los retratos que se hicieron del país acusaban toda una retahíla de prejuicios, complejos de superioridad e incomprensiones. La crudeza de algunos comentarios sobre la sociedad ecuatoriana llevó a que algunos intelectuales locales manifestaran cierta hostilidad hacia el género y hacia los propios viajeros. La sustantividad de las imágenes que se hicieron de América, hay que valorarlas teniendo en cuenta la enorme difusión que este tipo de literatura llegó a tener entre el gran público de Europa y los Estados Unidos. Hay que advertir que en el siglo XIX, el género de la literatura de viaje compitió en popularidad nada más y nada menos que con la omnipresente novela. Publicaciones de gran tiraje como Le Tour du Monde, Magasin Pittoresque y otras similares influyeron mucho en la construcción de los imaginarios sobre Sudamérica y que todavía ahora son de consumo general tanto en Europa como en Norteamérica. Por otro lado, la utilidad de estos relatos viene dada por el hecho de que el tipo de información que aportan, difícilmente se puede encontrar en las fuentes burocrático-procesales que suelen albergar los archivos públicos. Los usos sociales, los comportamientos y la misma física de la cotidianidad son asuntos que por lo general no han quedado bien plasmados en los procesos judiciales o en los documentos oficiales.

Los diarios de los exploradores también dan cuenta de la visión científica del país que difundieron en medios académicos tanto de Europa como de los Estados Unidos. Crónicas como las de Orton, Reiss, Stübel, Meyer, Wagner, etc., muestran hasta qué punto la naturaleza ecuatoriana llegó a convertirse en un centro prioritario de atención de alguna de las nacientes disciplinas como es la biología o la geología. Incluso se dio el caso de que llegaron a poner de moda al país. En efecto, la llegada de botánicos, de geólogos, de zoólogos, etc., fue un factor que confirió a Ecuador relieve y centralidad a nivel mundial en ciertos temas como el vulcanismo o el estudio de la biodiversidad. Si en el plano político el protagonismo del país resultaba del todo insignificante, en el plano del reconocimiento de su naturaleza, ahí sí que brillaba con luz propia. Más que las hazañas de su tormentosa vida política, lo que ha hecho de Ecuador una estrella rutilante han sido las islas Galápagos o su condición de top ten en biodiversidad a nivel mundial. Si hacemos un poco de historia hay que convenir que el primer hito que publicitó y visibilizó a la naturaleza ecuatoriana a nivel mundial lo pusieron los geodésicos franceses hacia mediados del siglo XVIII. Su visita a la Audiencia quiteña a fin de medir el arco del meridiano, permitió situarla en el mapa de la curiosidad científica de la época. Sus observaciones dieron protagonismo en el resto del mundo letrado, a uno de los rincones más remotos del imperio español. Fue gracias a este pelotón de sabios que Quito empezó a brillar tanto en las academias científicas como entre las grandes lumbreras de la filosofía.11 Los trabajos de las misiones botánicas como la de Nueva Granada o la de Perú fueron, asimismo, en esta dirección. Sus resultados circularon con relativa celeridad por los filamentos de unas redes científicas que en la época ya se hallaban plenamente operativas. Es bien sabido como hacia fines del siglo XVIII, José Celestino Mutis, director de la Real Expedición Botánica de la Nueva Granada, mantenía un fluido intercambio epistolar con Linneo y otros sabios.12 El otro gran hito, no cabe la menor duda, lo puso Humboldt. Su Geografía de las plantas, un texto escrito en Guayaquil, y su apéndice gráfico, el famoso Naturgemälde, contribuyeron grandemente a incrementar la notoriedad del país y a hacer de él un centro privilegiado de interés científico.13 Gracias a este trabajo, Ecuador logró estar en boca de personajes de la talla de su hermano Wilheim o del exclusivo círculo de Goethe. Este último llegó a hacer un dibujo en donde aparecía representado el Chimborazo. De la Geografía de las plantas, de Cosmos o de Vistas de las cordilleras proceden buena parte de las conocidas apologías que se hicieron del Rey de los Andes, el volcán Chimborazo, y que a la larga dieron pie a que este coloso se convirtiera en un auténtico ícono para geógrafos, geólogos, vulcanólogos y para los amantes de la montaña.14 Aquí, y como no podía ser de otra manera, hay que mencionar a Charles Darwin, pero sobre todo a los divulgadores del darwinismo, que confirieron a las Galápagos la fama que aún hoy goza.15 El hecho de que en el archipiélago se hubieran encontrado algunas de las evidencias que permitieron sustentar su famosa tesis sobre la evolución, ayudó a sacar a Ecuador de la periferia y a situarlo en el centro mismo de las miradas científicas.

James Orton fue un naturalista norteamericano nacido hacia 1830 en la pequeña localidad de Seneca Falls en el Estado de Nueva York. Primero se desempeñó como instructor en Ciencias Naturales en la Universidad de Rochester. Posteriormente ocupó el cargo de profesor de Historia Natural en el Vassar College, en Poughkeepsie (NY).16 Sus trabajos que circularon entre lo más granado de la clase científica le otorgaron mucho prestigio al punto que durante largo tiempo llegó a ser considerado toda una autoridad y un referente en temas relacionados con la Amazonía y con los Andes.17 El nombre de James Orton figura con pleno derecho junto a todas esas otras autoridades que se dedicaron a explorar la región como fueron Martius, Spix, Bates, Agassiz, Wallace, Spruce, etc. En su calidad de sabio moderno, estuvo vinculado a numerosas redes científicas especialmente dedicadas a incrementar los conocimientos geográficos, botánicos, geológicos, zoológicos, etc. A primera vista, aparece como un viajero solitario, pero en realidad formaba parte de numerosas redes científicas que tenían un proyecto en común. Fue miembro de la Academia de Ciencias Naturales de Filadelfia y del Liceo de Ciencias Naturales de Nueva York, la institución que costeó y patrocinó su primer viaje a Sudamérica. Sus expediciones al Amazonas y a los Andes también contaron con el auspicio del Instituto Smithsoniano que le donó los instrumentos científicos que empleó en sus exploraciones. A cambio, nuestro explorador se comprometió a presentar informes y a enviar colecciones de plantas, de minerales y otros objetos de interés para el enriquecimiento de herbarios, laboratorios y museos.

James Orton mantuvo relaciones muy estrechas con lo más prestigiosos naturalistas de la época. Concretamente el año de 1866 fue clave en su vida debido a que descubrió las tesis de Darwin, cuyo famoso libro había sido editado en 1859. El entusiasmo que le generó El origen de las especies fue tal que a partir de ese momento se convirtió en un fervoroso darwinista.18 De hecho, los dos científicos llegaron a entrevistarse y a mantener relaciones muy fluidas y cordiales.19 Un dato a tener muy en cuenta, Darwin fue el que instó a Orton a realizar su viaje de investigación en América del Sur.20 Una buena muestra de la devoción que nuestro explorador llegó a profesar al científico británico fue la dedicatoria que estampó a su persona en The Andes and the Amazon. Su descubrimiento de la teoría de la evolución coincidió con el momento mismo en que ejercía como profesor en Vassar College, una circunstancia que aprovechó para incluir el darwinismo en el programa de estudios de este centro. Esta audaz decisión hizo de esta universidad norteamericana una de las pioneras en abordar un tema que en esa época resultaba controvertido y lleno de fanáticos detractores. Aquí, sin embargo, es pertinente señalar como buena parte de su visión de la naturaleza la obtuvo de Humboldt, de Darwin y de Emerson, uno de los filósofos de referencia de los Estados Unidos del siglo XIX. Fue a través del primero que entró en contacto con el organicismo de la Naturphilosophie alemana, una doctrina que estuvo muy presente en sus labores científicas. Humboldt había adquirido una bien ganada fama en la Unión Americana desde tiempos del presidente Jefferson y además había sido una de las fuentes de inspiración de los pintores de la reputada Escuela del río Hudson. Emerson, por su parte, también fue un personaje muy influyente en los círculos intelectuales de los estados del Nord East y su ascendiente es perfectamente reconocible en personalidades tales como Walt Whitman, Henry David Thoreau o en el pintor paisajista Frederic Church.21 Emerson, así mismo, fue determinante para que Orton se familiarizara con pensadores alemanes tales como Schiller, Goethe y sobre todo Schelling, el gran teórico de la filosofía de la naturaleza.

En su calidad de naturalista recorrió por varios países de Europa, pero, sin lugar a dudas, los viajes más importantes y que le dieron renombre, fueron sus tres exploraciones sudamericanas. Sus periplos se enmarcaron dentro de los esfuerzos que la Unión Americana hizo por tener presencia en la región y por competir con las potencias europeas que ya llevaban tiempos empeñadas en esta tarea. A través de sus escritos se nota que la doctrina Monroe estaba muy presente.22 Hay que considerar que en cuestión de exploraciones, los norteamericanos acumulaban un cierto retraso sobre todo respecto de ingleses, franceses y alemanes. Como bien señaló, su país estaba tan alejado de Sudamérica, que mucho más familiar le resultaba el mundo antiguo. En el prefacio del libro se quejaba de que sus connacionales tenían más conocimiento del Nilo que del propio Amazonas. Pero Orton, también fue otro eslabón más de esa pléyade de científicos que emprendieron los nuevos ciclos exploratorios de la Amazonía que ya habían iniciado los románticos von Spix, von Martius y Poeppig. Su primera expedición americana, la de 1867, siguió un itinerario que lo llevó de Guayaquil a Quito para luego continuar al Gran Pará, y todo ello, siguiendo el curso del Amazonas. Como la mayoría de viajeros, optó por la habitual ruta que se utilizaba para ir a Quito, navegó por el río Babahoyo hasta la ciudad homónima, para luego continuar hacia Guaranda y de ahí enfilar rumbo a la capital ecuatoriana. Una vez llegado a este punto de destino se aprestó a organizar su gran expedición a la cuenca del Amazonas, un periplo que finalmente le llevaría hasta las playas del Atlántico. Su estancia en Quito y alrededores fue relativamente larga y duró en torno a tres meses. A más de los porteadores y de las personas con las cuales le tocó relacionarse por motivos prácticos de su viaje, Orton mantuvo un cierto contacto con las elites locales de la época. Aunque no se prodigó en dar nombres es evidente que recibió información de personas de relieve y que estaban al tanto de la situación del país. Son muy claras las relaciones que mantuvo con la familia Aguirre, una de las más influyentes y emprendedoras de la época. Prueba de ello es que llegó a hospedarse en la hacienda de Chillo en donde certificó la existencia de un retrato de Humboldt23 y una Crucificción, acaso un posible “original” de Tiziano.24 Ahí contactó con Carlos Aguirre Montufar, uno de los pocos quiteños progresistas que habían estudiado ciencias en Europa y que bien podía presumir de moderno. Una gran fuente de información que consultó cuando programaba el viaje fue Friederik Hassaurek, el antiguo ministro de la Unión Americana entre 1861 y 1865. Aunque no coincidió con él, fue a través de su libro Cuatro años entre los ecuatorianos que Orton adquirió las primeras noticias acerca de las rarezas y de los absurdos del país. Llama la atención como The Andes contiene pasajes que son casi calcados a los relatos de Hassaurek.25

En Quito también debió haber llegado a conocer a William Jameson, el famoso químico y botánico escocés que vivió en Ecuador y que exploró el territorio a lo largo de cincuenta años. Resulta sumamente raro que no hiciera mayores comentarios de este singular personaje que durante mucho tiempo fue el científico de referencia y a cuya autoridad solían acudir los exploradores que visitaban Ecuador. Tanto él como sus hijos solían acompañar a los visitantes para mostrarles los lugares que ofrecían más interés científico. Los Jameson se desempeñaron como intermediarios con la población local cuyas costumbres normalmente resultaban extravagantes y muy difíciles de entender para los extranjeros. De todas maneras, también cabe la posibilidad de que cuando Orton anduvo por Quito, Jameson estuviera ausente debido a motivos políticos o por un viaje a Argentina. Lo que sí parece más cierto es que logró consultar su archivo, el mismo que por precaución había sido depositado en la legación norteamericana. Posteriormente la valiosa documentación fue a parar, y no se sabe bien cómo, a la biblioteca del herbario Gray de la Universidad de Harvard.26 El archivo en cuestión fue probablemente enviado a Estados Unidos por el propio Orton, aunque tampoco hay que descartar que fuera el ministro norteamericano residente en Quito el que los remitiera a este destino.

El segundo viaje a Sudamérica, su Second journey, lo llevó a cabo hacia 1873 y también tuvo por escenario principal la cuenca del Amazonas. Esta vez, sin embargo, introdujo algunas variantes: por un lado, optó por navegar el gran río en sentido contrario al que había hecho años atrás y, por otro, ya no exploró el Napo, sino el Madeira y otros ríos situados en la margen meridional del Amazonas. Finalmente, en 1876 realizó una tercera expedición, esta vez a la cuenca del Mamoré, el gran río de la Amazonía boliviana. Adicionalmente también se dedicó a estudiar la geografía y la morfología de los Andes centrales de Bolivia y Perú. Allí efectuó importantes descubrimientos que estuvieron vigentes durante muchos años. Orton, sin embargo, ya no volverá con vida a su país natal puesto que murió en 1877 a orillas del lago Titicaca y con tan solo 47 años a cuestas. Los titánicos esfuerzos, las precarias condiciones de vida y las peripecias que pasó en las selvas amazónicas, finalmente terminaron pasándole factura. Por si fuera poco, tuvo que pasar un largo y molesto calvario hasta que se pudiera enterrar su cadáver en un lugar decente. Tal como ya había sucedido en Quito con el Coronel Phileas Staunton, el pintor que había contratado para documentar gráficamente la expedición, las quisquillosas e intransigentes autoridades eclesiásticas de Puno le negaron una sepultura en el cementerio católico. Su condición de protestante y la de no haber sido bautizado vetaban cualquier posibilidad de que sus restos descansaran en paz. Un amigo y admirador suyo, “el señor Esteves” un influyente personaje de la localidad solucionó el problema permitiendo que su cuerpo fuera enterrado en una isla de su propiedad situada en pleno lago Titicaca.27

Aunque un análisis más prolijo de las actividades que desarrolló en Sudamérica puede sacar a la luz otros aspectos de su viaje, hay cinco grandes ejes que articulan el relato de su experiencia andino-amazónica. En primer lugar, The Andes muestra la faceta del moderno científico positivista ávido por descubrir unas regiones del planeta todavía muy desconocidas para los sabios de medio mundo. La meticulosidad de sus descripciones fue clave para que esta parte de Sudamérica adquiriera un mayor grado de resolución y fuera visualizada con mayor exactitud. El segundo eje está constituido por su aproximación a las otredades. Aunque indudablemente el centro de interés de su libro fue la naturaleza, también prestó mucha atención a los aspectos puramente culturales y etnográficos. De hecho si algo caracterizó a sus quehaceres científicos, esto fue la utilización del método comparativo. En este campo se manifestó como un buen observador del complejo y fascinante espectro humano que se le presentó ante sus ojos. Como lo hicieron otros exploradores, zoologizó al americano, y esto incluía a indios, mestizos y hasta el blanco-criollo. Su descripción de la sociedad permitió que afloraran aspectos curiosos de las formas de ser de los ecuatorianos de la época y del mundo indígena. Más allá del retrato que hizo de estas sociedades, es digno de destacar el papel que tuvo el darwinismo a la hora de caracterizar a los habitantes de las selvas amazónicas. El tercer eje es su condición de manual para viajeros, exploradores e inversionistas interesados en incorporar la Amazonía al mundo del capital. Tal como veremos más adelante, las descripciones de Orton se enfocaron a crear un saber útil para potenciales empresarios y colonos decididos a hacer buenos negocios a fuerza de identificar los recursos de la gran cuenca hidrográfica. Sus opiniones llegaron a ser muy valoradas y tomadas en cuenta por hombres de negocios que anhelaban conocer con detalle las posibilidades económicas de los países que recorrió. El cuarto eje está constituido por la atención que prestó al paisaje. De consideraciones puramente científicas, como por ejemplo sus estudios sobre la morfología de los Andes, pasó a tratar sobre la estética y a extraer significados morales del entorno. Orton dio continuidad a las sensibilidades romántico-positivistas, estableció una teoría del paisaje americano y por último hizo una exaltación de la belleza de las zonas tropicales. Finalmente, y al igual que otros contemporáneos suyos que trabajaron el género viajero, fue un gran cultivador de la escena pintoresca. La descripción de países lejanos y de sus costumbres resultaba muy atractivo para una burguesía lectora y ansiosa por efectuar viajes reales o imaginarios a lugares exóticos. Como ya era costumbre entre los exploradores, Orton incluyó la trama de lo pintoresco con fines eminentemente comerciales. The Andes, por lo tanto, fue un libro de viajes que combinó la utilidad científico-económica con el entretenimiento. Su autor fue perfectamente consciente de que había una demanda de exotismo que urgía satisfacer. Ello, además, aseguraba un éxito editorial y en definitiva la obtención del consiguiente beneficio económico.

Tanto la publicación de The Andes como del resto de monografías científicas no solo le confirieron voz pública, sino también una bien ganada fama entre sus colegas. Prueba de ello son los elogios y los homenajes que recibió en vida y luego después de muerto. Reputados científicos de la época coincidieron en afirmar que “era el mejor libro sobre Sudamérica” que se había escrito. La prestigiosa y muy consultada Appletons' Cyclopædia of American Biography, lo señalaba como “the best autority on the subject of geology and physical geography of the west coast of South America. No one since the time of Alexander von Humboldt has contributed so much to the exact knowledge of that country”.28 Aquí, sin embargo, resulta interesante señalar como no todos coincidieron en valorar de la misma forma al explorador. Es un hecho, los científicos también albergaban celos, envidias y una que otra actitud de miseria. Este era el caso de Augusto Martínez, uno de los más insignes exploradores ecuatorianos, quien consideró que Orton y Whymper no daban la talla de científicos y que no pasaban de ser meros turistas.29 Estos comentarios, probablemente, los dijo ignorando la copiosa producción científica de Orton. Seguramente, no llegaron a sus manos las monografías y los papers sobre botánica, zoología, geología, etc. Sospechamos también que detrás de esto estuvo de por medio el vibrante espíritu nacionalista de sus buenos amigos, los geólogos alemanes. La competencia que existía entre los imperios de la época se dejó, asimismo, sentir en el ámbito de las ciencias. Todos a su manera aspiraban a presentarse como los mejores de su especialidad y a dejar bien sentado el nombre de sus respectivas patrias.

Siguiendo la estela de otros exploradores se reveló como un gran comunicador de realidades lejanas. Sin lugar a dudas sus reports supusieron una gran contribución para la ciencia. Los resultados de su expedición, muchos de los cuales eran totalmente nuevos para la época, aparecieron en revistas especializadas o en los habituales papers que circulaban entre los miembros de la comunidad científica. Ahí están las “Observaciones físicas en los Andes y en el Amazonas” y “Notas geológicas en los Andes ecuatorianos” que fueron publicadas por el American Journal of Science. También el Rochester Democrat, publicó un estudio sobre el terremoto de Ibarra del año 1868. Finalmente habría que agregar un artículo titulado “En el valle del Amazonas”, un texto que fue leído ante la Asociación Americana de Salem. Como en muchos casos era costumbre, esbozos o capítulos del libro aparecieron en publicaciones periódicas norteamericanas como el Evening Post, un periódico que se editaba en la ciudad de Nueva York; en Scientific American, The Independent, Engineering and Mining Journal y en Annals and magazine of Natural History. Tal como ya adelantamos, la redacción de The Andes and the Amazon fue concebida, más para consumo del gran público norteamericano, que otra cosa. En este sentido, el libro entra a formar parte de la literatura de viajes, que dentro del ámbito propiamente científico. La obra despertó mucho interés entre el público, al punto que en el lapso de menos de diez años se hicieron un total de tres ediciones. La versión que ahora presentamos está basada en la última, la de 1876 que es la más completa. El autor en uno de los prefacios se encargó de advertir en la propia portada que el texto había sido “revised and enlarged”. En años posteriores se han puesto en circulación unas cuantas ediciones más, de mayor o menor calidad.

2. El explorador

La figura de Orton encaja perfectamente dentro del perfil del explorador de la fase romántico-positivista que fue tan típico en el panorama de la segunda mitad del siglo XIX. Él, sin lugar a dudas, forma parte de pleno derecho de la época heroica de los descubrimientos. La imagen que nos ofrece es la de un científico esforzado, diligente y afanado por arrancar los secretos más celosamente guardados por la naturaleza. Bien podríamos calificarlo como un naturalista militante, como un filósofo errante que hizo del viaje el sustento de una empresa científica. Su intrepidez y su pasión por el riesgo lo llevaron a incursionar por sitios remotos y totalmente alejados de cualquier centro de la civilización. Como otros naturalistas de la época, su propósito fue descubrir y poner de manifiesto lo inédito. Cuando navegaba por el Napo y exclamó “Todo era nuevo para nuestros ojos”, con ello no quería sino mostrar la satisfacción que le provocaba el hecho del descubrimiento y el haber puesto un pie allí en donde solo muy pocos habían estado.30 Como fiel producto de su tiempo, Orton dio rienda suelta a un espíritu expansivo que le hacía anhelar y sentir fruición por los espacios abiertos y diáfanos. Como les ocurría a muchos de sus colegas, le resultaba muy difícil soportar el encierro en medio de las cuatro paredes de las aulas de clases o de las academias. Para él, la posibilidad de filosofar con la experiencia por delante, no solo agudizaba la inteligencia, sino que resultaba una fuente de satisfacciones íntimas. Nada como el gusto que generaba el descubrir una especie nueva o el llegar a un paraje desconocido y jamás hollado por el hombre; nada en definitiva como razonar en medio de la selvatiquez. Normalmente los libros de viaje solían exponer de manera retórica el valor de la presencia y del tiempo que duraba la aventura.31 A partir del siglo XVIII los científicos habían alentado el viaje como un medio válido para la construcción del conocimiento.32 Orton también se propuso innovar el saber y no seguir reproduciendo las lecciones de esas viejas autoridades que a todas luces estaban desfasadas. Las vetustas y empolvadas bibliotecas ya no decían nada y se habían convertido en un depósito de saberes caducos y anacrónicos. Los libros estaban plagados de errores y de inexactitudes que había que corregir a toda costa. En su condición de científico moderno estuvo imbuido de ese imperativo que consistía en refundar y en reorganizar el saber a fuerza de establecer un contacto epidérmico con el territorio y con las otras humanidades que encontró a su paso. Esta era una operación que implicaba un “borra y va de nuevo” que se resumía en una revisión completa del saber y en una vuelta a esa fuente primaria que era la naturaleza. Los sabios de nuevo cuño de los siglos XVII y XVIII ya habían denunciado como el conocimiento se hallaba contaminado con múltiples adherencias espurias que dificultaban la comprensión de las cosas.33 El viaje era una expresión de libertad hecha a efectos de desembarazarse de las rutinas, de los libros y de lo dado por hecho. En el caso de los científicos, esta refundación del saber supuso, entre otras cosas, el establecer un vis a vis con la naturaleza. El estar ahí dotaba al explorador de una capacidad interpretativa autónoma y al margen de la tradición. El viaje formó parte de una episteme que exigía la presencia y el trabajo de campo como requisitos para producir la verdad, la autenticidad y dejar sentada la autoridad. Vistas así las cosas, resultaba que la credibilidad del científico se incrementaba desde el momento mismo en que este demostraba que había estado en el lugar de los hechos. Ya, a partir del siglo XVIII, quienes solo hacían ciencia limitándose a citar a otros, eran sujetos poco dignos de confianza. Con los exploradores es claro que se confirmaba el viejo adagio latino, in itinere veritas.

En otro orden de cosas, Orton fue programado para captar con todo detalle y nitidez los entornos naturales y humanos que proyectó visitar. Concretamente su aparato sensorial había sido previamente sometido a disciplina y protocolo. Esta operación era la que en definitiva permitía producir información inédita, poner en evidencia el dato falso y eso que tanto se demandaba: el logro de la precisión y de la exactitud. Particularmente importante fue el protagonismo que se dio a la vista. Sobre esto se ha hablado mucho: esta facultad fue la que más se valoró en unos siglos en los que tuvo lugar el despegue de las ciencias. El mirar no solo se convirtió en un fin en sí mismo, sino que, además, fue un factor que confería autoridad y confianza. En su calidad de científico moderno, el mirar era parte de una episteme, una forma de pensar y hasta por último, una categoría estética. Su curiosidad le inducía a observarlo todo, incluso aquello que en un primer momento podía parecer superfluo o intrascendente. En esta línea y a diferencia del clásico viajero-turista que se limitaba a describir lo pintoresco o los meros efectos de superficie, se propuso visibilizar y dar cuenta de esa gran diversidad que le ofrecían los trópicos. Nuestro viajero estuvo dotado de un ojo avizor que en todo momento le permitió ver más y mejor. Si algo ponen de manifiesto sus descripciones, esto es que estaba provisto de una mirada selectiva capaz de discriminar y de separar el grano de la paja. Estos ojos expertos eran, en definitiva, los que lograban visibilizar el territorio, sus características, sus producciones y, según el caso, hasta su pasado remoto. Ahí donde unos veían una simple playa, él era capaz de ver una formación geológica o un antiguo mar de aguas poco profundas. Muy asociado al aparato sensorial, Orton también había adquirido las destrezas que lo capacitaban para manejar instrumentos de precisión. Ya no solo se trataba de educar a los ojos, sino que también había que potenciar sus poderes. La necesidad de captar en su totalidad el espectáculo de la naturaleza y el deseo de alcanzar el imperativo de la exactitud, demandaba urgentemente aparatos de este tipo. Cuando se los utilizaba de manera correcta, se lograba la apoteosis de los sentidos. Toda esta parafernalia tecnológica ofrecía múltiples ventajas que iban más allá de lo que estamos viendo: también tenían la propiedad de reducir los fenómenos a cifras. Así, pues, se podía concluir que un explorador que no llevaba a cuestas este valioso equipaje, perdía crédito y credibilidad. Estos aparatos eran, en definitiva, los que en la práctica marcaban la diferencia entre el científico y el simple viajero-turista.34

Aquí también vale la pena poner de relieve que Orton se prodigó en usar recursos visuales a efectos de volver más inteligible el texto escrito. Como era costumbre en este género, su autor insertó muchas imágenes, tanto para ser más creíble como para acercar las antípodas a las academias y al público. Ahí está toda esa amplia gama de grabados que van desde vistas de la selva, muestras de especies botánicas y zoológicas, hasta escenas de la vida cotidiana. Por último, incluso, llegó a mostrar objetos tan triviales como un peine de los Tecumas. Pero también todo indica que había previsto incluir una buena colección de vistas tanto de los Andes como de los bosques tropicales. No en vano había incorporado a la expedición a Phineas Staunton, un pintor especializado en el género paisajista. Más allá del cuidado estético que demandaba este tipo de libros, el uso de grabados se planteó como un medio para solucionar importantes problemas epistemológicos y como un modo de ordenar una realidad completamente inédita. Las imágenes ayudaban a discernir mejor las cosas.35 A través de ellas Orton aspiraba a completar el texto escrito, a equilibrarlo y a volver presente lo que estaba ausente a miles de kilómetros de distancia. A esta operación podríamos verla como una estrategia diseñada para acercar un mundo lejano y exótico al público norteamericano. Los soportes gráficos lograban describir y volver inteligible aquello que las palabras se mostraban incapaces de expresar. Su utilización, vale decir, era un recurso que permitía superar todas esas barreras discursivas y verbales que impedían dar cuenta de la totalidad del fascinante mundo de las latitudes tropicales. Desde el siglo XVI ya lo habían manifestado muchos exploradores, en América había espectáculos tan sorprendentes que resultaba imposible describirlos con simples palabras. Esta será una queja que la encontraremos continuamente citada, desde el viejo Fernández de Oviedo, hasta en textos de exploradores más modernos tales como Alfonso Stübel36 o Hans Meyer. De todas formas, Orton se esmeró por hacer descripciones lo más fidedignas y exactas de aquello que veía. Lo suyo era procurar que la verdad empírica de la naturaleza fuera inseparable del discurso. Para verbalizar la naturaleza e, incluso, para pintarla, echó mano de una vieja figura retórica, la ekphrasis. Esta era una vieja técnica y un discurso sobre lo empírico que, entre otras cosas, lograba hacer presente la imagen del objeto descrito. Gracias a este recurso era que se podía salvar la separación existente entre la experiencia y el lenguaje. Orton, en este sentido, hizo las veces de mediador entre la naturaleza y el lector. La ekphrasis moderna enlazaba tres cosas: sensibilidad, un ojo educado y calidad literaria.

Si algo caracterizó a los exploradores e, incluso a los meros viajeros-turistas, fue el espíritu de curiosidad. Muy deseoso de dejar constancia de sus descubrimientos y de su necesidad de extraer un saber lo más completo posible sobre las regiones ecuatoriales, Orton se manifestó como un gran preguntón. El estar siempre persiguiendo la novedad, le inducía a agudizar el sentido de la curiosidad. Esta obsesión le generaba inestabilidad, porque lo descubierto le despertaba cada vez más inquietudes y más preguntas. A lo largo de su viaje se dedicó a formular verdaderos interrogatorios con todos los interlocutores con los que tenía la oportunidad de coincidir. Nadie se le escapaba: ni los notables ni los sujetos invisibilizados por su condición de ínfimos. Ahí estaban los comerciantes de Guayaquil, los de Manaos o los del Pará; campesinos, porteadores, diplomáticos, personajes relevantes, etc. De todos ellos extrajo información muy valiosa que anotó meticulosamente en su diario. Fue, pues, su curiosidad lo que convirtió a Orton en intermediario entre dos mundos. A él, en definitiva, hay que verlo como una especie de canal de transmisión por el que circulaban, de ida y de vuelta, formas de ser distintas y mundos extraños entre sí. Esta singularidad fue lo que convirtió a los exploradores en auténticos intérpretes (traductores) de realidades lejanas y desconocidas. Sobre todo si nos referimos a la mirada que proyectó sobre la sociedad de la época, esta tenía una ventaja: era más objetiva respecto de la que tenían de sí mismos los nacionales de los países que visitó. Todo esto fue lo que le dio prestigio, protagonismo y un nombre en los anales de las ciencias.

Si bien es indiscutible que el viaje de Orton tuvo objetivos científicos muy concretos, no es menos cierto que tras de él había motivaciones y componentes de realización personal. Como buen hombre de su tiempo se trataba de un sujeto que demandaba buenas dosis de libertad y de independencia.37 La figura de Orton, por lo tanto, no se agota en su calidad de científico positivista, sino que también refleja esa demanda muy de la época que instaba al hombre a proyectarse sobre el mundo y a reencontrarse consigo mismo en tierras lejanas. Esta vocación expansiva encontró en la aventura del viaje ese punto de fuga a través del cual era posible salir de las estrecheces y de las mediocridades tan propias de las ciudades como de las patrias chicas. Un rasgo muy digno de destacar de estos nuevos hombres, es que buscaban lo asombroso, lo sorprendente y, por último, el darse el lujo de ignorar las inflexibles y aburridas restricciones sociales. El viaje, por lo tanto, no solo otorgaba autonomía física, sino también una autonomía de tipo moral. Nuestro explorador trasluce la voluntad de huir de un ámbito cerrado al que lo encontraba monótono y poco excitante para sus expectativas intelectuales y espirituales. Las selvas y los glaciares desmontan el mito de lo urbano, un mito que en Ecuador fue alimentado a conciencia por más de tres siglos de barroco. Como atinadamente observó Luis A. Maravall, la contrarreforma se había caracterizado por ser una cultura muy urbanita y poco dispuesta a involucrase o a interesarse por la wilderness.38 Los barrocos vivían intensamente la ciudad con todos sus espectáculos, mientras que las periferias les resultaban un mundo completamente ajeno a sus intereses. Orton en realidad quería mostrar la superioridad de las obras de la naturaleza respecto de las del hombre. El Chimborazo le parecía el espectáculo más sublime del Nuevo Mundo, mientras que San Pedro de Roma, le había decepcionado y no le encontraba mayor gracia.39 La obsesión por la libertad y el inconformismo estructural que adolecía, le impulsó a buscar las alturas y a desear los espacios abiertos y los horizontes diáfanos: “Si pudiera alcanzar la cima (del Chimborazo) la vista podría alcanzar 100 000 millas cuadradas”;40 “¡Cómo sería el panorama desde una altitud quince veces mayor!”41

Como otros viajeros de su tiempo, sentía el deseo de experimentar el espacio, ya no en su propio cuerpo, sino fuera de él. Los viajeros y exploradores de la época acusaban claramente un conflicto entre lo interior y lo exterior; un conflicto cuya solución parecía estar en la aventura de soltar amarras y partir a tierras extrañas. La economía de lo bello, de lo sublime y el logro de proezas personales aconsejaban invertir en buenas dosis de peligro y en un romántico dejarse llevar por los impulsos instintivos, por ese go ahead que le pedía su cuerpo. Ellos querían acción, entrar en contacto con el drama de las grandes autenticidades de la naturaleza y forjar una leyenda. Una erupción volcánica, el estruendo de una catarata o el vértigo de los glaciares andinos generaban sensaciones que satisfacían su sed de trascendencia. Su pasión por las ciencias le hizo asumir una actitud de desafío al riesgo, una actitud que en definitiva exigía superar la dificultad de enfrentarse a una naturaleza salvaje y muchas veces violenta. Muy poco le motivaban los espectáculos carentes de fuerza y de carácter. Un riachuelo o una pacífica escena bucólico-pastoril con paisajes bien domesticados y campos cultivados de cereales, carecían de ese dramatismo que demandaban las almas apasionadas. El poner un pie en un lugar remoto ponía de manifiesto la intrepidez del explorador, pero al mismo tiempo le generaba un sentimiento de orgullo. Fue consciente de su condición de privilegiado, de hombre que había llegado a sitios remotos y desconocidos. Lo salvaje, a la vez que medía su resistencia a la humillación, le permitían mostrar todo su poder y su capacidad de no salir derrotado de este encuentro. De aquí surgió una mezcla extraña de terror y de placer, pero por otro también le indujo a sentir la fruición que comportaba el confundirse con el todo. Y es que el contacto con lo exótico y con la wilderness le permitía desahogar instintos y fantasías que eran larga y sistemáticamente reprimidos. Ciertamente el valor que la época dio a este tipo de empresas es lo que confirió al explorador un cierto halo de heroísmo. Digamos de paso que este espíritu es el que llevó a hacer una crítica a los ecuatorianos por su falta de arrojo y de curiosidad que manifestaban por su entorno natural. Su apatía y su condición de urbanitas apoltronados al más puro estilo barroco, era lo que los mantenía anclados al mediocre confort de las ciudades. Eran reticentes al viaje, no exploraban, no conocían el país, nada preguntaban y nada les llamaba la atención.42 A todas luces los ecuatorianos acusaban un déficit de espíritu épico. Haciendo suya una observación del botánico Guillermo Jameson, Orton destacó como en todo el país y pese a lo fácil que era el acceso al cráter del Pichincha, “ni siquiera diez quiteños” se habían atrevido a visitarlo.43 Comentarios de este tipo fueron insistentemente repetidos por otros viajeros y exploradores.

3. Reflexiones sobre el país

Por lo general los exploradores que se dedicaron a recorrer por las lejanas periferias del planeta no se privaron de examinar ni de evaluar a las sociedades con las que se topaban. Este era un capítulo casi obligado de las empresas exploradoras. Al margen de las labores científicas que Orton llevó a cabo, también mostró ser un agudo observador de la vida cotidiana y de las formas de ser de los diferentes pueblos y sociedades con las que tuvo oportunidad de entrar en contacto. Con los viajeros, por lo general, se daba la circunstancia de que eran capaces de ver lo que los ecuatorianos eran incapaces de reconocer o de darse cuenta. Orton estaba en disposición de captar detalles que, por su condición de rutinarios y de repetidos, pasaban inadvertidos entre las poblaciones locales. El ensimismamiento que acusaban era un factor que les impedía ver bien y ejercer la autocrítica, mientras que la supuesta neutralidad que envolvía a los exploradores lograba que vieran las dinámicas con otra perspectiva. Pero hay que matizar las cosas: también es cierto que su falta de inserción en el medio les restaba comprensión de los diversos fenómenos que presenciaban. Orton, en concreto, carecía de esos marcos contextuales que le habrían permitido captar y, sobre todo, entender a cabalidad según qué comportamientos o costumbres propias del país. Desde luego, todo hay que decirlo, él también fue observado y analizado al milímetro. En una sociedad de dimensiones limitadas y en donde todos se conocían, el forastero era una novedad que atraía miradas y provocaba comentarios de todo tipo. La presencia de los extranjeros implicaba, pues, una doble mirada y un escrutinio mutuo. Asimismo, dentro de este marco, el viajero provocaba sentimientos contradictorios; por un lado, admiración, pero también temores y algo de desconfianza. Para la población local, sus rarezas y sus excentricidades, resultaban chocantes y hasta desconcertantes. No se diga si de por medio estaba el factor religioso. Ahí se encendían todas las alarmas. Sobre todo el capítulo cuarto del libro de Orton nos ofrece un amplísimo repertorio de estos desencuentros, incomprensiones y dificultades que suponía el cara a cara con la diferencia.

Muy convencido de su condición de vanguardia de la civilización, Orton definió a América del Sur como un mundo retrasado y que vivía en un perpetuo anacronismo. Para el caso concreto de Ecuador, la visión que tuvo de sus habitantes no fue ni mucho menos favorable y no escatimó en adjetivos para censurar su peculiar modo de ser. Su libro está repleto de moral, de crítica social y de consejos políticos. La mala impresión que tuvo de los ecuatorianos, le llevaron a pensar que en el país lo único rescatable era su magnífica naturaleza:

“La justicia de Dios es como las grandes montañas”, tienen a sus pies una de las más bajas y corruptas formas de gobierno republicano existentes sobre la faz de la Tierra. Sus cimas nevadas, que predican en vano sermones de pureza y los grandes pensamientos de Dios […] son incapaces de extraer a esta orgullosa capital del lodo de la ignorancia medieval y de la superstición.44

El ecuatoriano era algo así como una molesta mancha que afeaba el magnífico espectáculo que mostraban las selvas y las montañas ecuatorianas. Si bien el objeto principal de su proyecto fue eminentemente científico, se propuso hacer una disección quirúrgica del mundo criollo. Valiéndose de fórmulas retóricas muy bien hilvanadas, puso frente a frente el orden y la magnificencia de la naturaleza y, por otro, las miserias y la vida desordenada de sus habitantes. Definitivamente no había nada que hacer, la sublimidad de la geografía era el contrapunto de la fealdad moral y de la fracasada condición de los ecuatorianos. Orton expuso en toda su crudeza la idiosincrasia, las costumbres y los modos de ser de los sudamericanos. Captó razonablemente bien la psicología y la mentalidad imperante entre los miembros de la sociedad ecuatoriana de la época y, muy especialmente, la de los sectores blanco-mestizos. Orton fue más allá de las clásicas y consabidas observaciones que denunciaban la suciedad de las ciudades, los malos caminos, las pulgas, la escasa imaginación culinaria, etc.