Los hacendados de Reigate - Arthur Conan Doyle - E-Book

Los hacendados de Reigate E-Book

Arthur Conan Doyle

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Beschreibung

El joven William Kirwan, cochero de la familia Cunninghams a sido asesinado.Su misterioso asesinato, un robo y un papel roto como la única pista de lo ocurrido darán la suficiente motivación a un abatido Sherlock Holmes para resolver este caso.Arthur Conan Doyle nos demostrará que tan humano pueden llegar a ser Sherlock Holmes y el Dr. Watson a la hora de resolver este misterio.Atrévete a escuchar este interesante caso, en donde las intenciones humanas mas oscuras se basarán en el interés, el chantaje y la mentira para encubrir la verdad.-

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Seitenzahl: 38

Veröffentlichungsjahr: 2019

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Arthur Conan Doyle

Los hacendados de Reigate

Saga

Los hacendados de ReigateOriginal titleThe Adventure of the Reigate SquireCover design: Breth Design www.brethdesign.dk Copyright © 1893, 2019 Arthur Conan Doyle and SAGA Egmont All rights reserved ISBN: 9788726463002

1. e–book edition, 2019

Format: EPUB 2.0

All rights reserved. No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

SAGA Egmont www.saga–books.com – a part of Egmont, www.egmont.com

«Jamás he visto una confesión de culpabilidad tan manifiesta en un rostro humano.»

Watson.

Pasó algún tiempo antes de que la salud de mi amigo, el señor Sherlock Holmes, se repusiera de la tensión nerviosa ocasionada por su inmensa actividad durante la primavera de 1887. Tanto el asunto de la Netherland–Sumatra Company como las colosales jugadas del barón Maupertins son hechos todavía demasiados frescos en la mente del público y demasiado íntimamente ligados con la política y las finanzas, para ser temas adecuados en esta serie de esbozos. No obstante, por un camino indirecto conducen a un problema tan singular como complejo, que dio a mi amigo una oportunidad para demostrar el valor de un arma nueva entre las muchas con las que libraba su prolongada batalla contra el crimen.

Al consultar mis notas, veo que fue el 14 de abril cuando recibí un telegrama desde Lyon, en el que se me informaba de que Holmes estaba enfermo en el hotel Dulong. Veinticuatro horas más tarde, entraba en el cuarto del paciente y me sentía aliviado al constatar que nada especialmente alarmante había en sus síntomas. Sin embargo, su férrea constitución se habla resentido bajo las tensiones de una investigación que había durado más de dos meses, un periodo durante el cual nunca había trabajado menos de quince horas diarias, y más de una vez, como él mismo me aseguro, había realizado su tarea a lo largo de cinco días sin interrupción. El resultado victorioso de sus desvelos no pudo salvarle de una reacción después de tan tremenda prueba, y, en unos momentos en que su nombre resonaba en toda Europa y en el suelo de su habitación se apilaban literalmente los telegramas de felicitación, lo encontré sumido en la más negra depresión. Ni siquiera el hecho de saber que había triunfado allí donde había fracasado la policía de tres países, y que había derrotado en todos los aspectos al estafador más consumado de Europa, bastaban para sacarle de su postración nerviosa.

Tres días más tarde nos encontrábamos de nuevo los dos en Baker Street, pero era evidente que a mi amigo habla de sentarle muy bien un cambio de aires, y también a mí me resultaba más que atractivo pensar en una semana de primavera en el campo. Mi viejo amigo, el coronel Hayter, que en Afganistán se había sometido a mis cuidados profesionales, había adquirido una casa cerca de Reigate, en Surrey, y con frecuencia me había pedido que fuese a hacerle una visita. La última vez hizo la observación de que, si mi amigo deseaba venir conmigo, le daría una satisfacción ofrecerle también su hospitalidad. Se necesitó un poco de diplomacia, pero cuando Holmes se enteró de que se trataba del hogar de un soltero y supo que a él se le permitiría plena libertad, aceptó mis planes y, una semana después de regresar de Lyon, nos hallábamos bajo el techo del coronel. Hayter era un espléndido viejo soldado que había visto gran parte del mundo y, tal como yo ya me había figurado, pronto descubrió que él y Holmes tenían mucho en común.

La noche de nuestra llegada, nos instalamos en la armería del coronel después de cenar, Holmes echado en el sofá, mientras Hayter y yo examinábamos su pequeño arsenal de armas de fuego.

–A propósito –dijo el coronel–, creo que voy a llevarme arriba una de estas pistolas, por si acaso se produce una alarma.

–¿Una alarma? –repetí.

–Si, últimamente tuvimos un susto en estas cercanías. El viejo Acton, que es uno de nuestros magnates rurales, sufrió en su casa un robo con allanamiento y fractura el lunes pasado. No hubo grandes daños, pero los autores continúan en libertad.

–¿Ninguna pista? –inquirió Holmes, fija la mirada en el coronel.