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Ristridín es llamado por el rey para que acuda al Bosque Salvaje y averigüe qué hay de cierto en los rumores que circulan sobre la existencia en él de ladrones, espíritus, Hombres de Verde, caminos muertos y ruinas. Ristridín parte entonces en compañía del caballero Arwaut y de una veintena de guerreros... Pasa el tiempo. Como Ristridín no ha acudido a la cita que una vez prometió a sus amigos, Tiuri y su escudero Piak deciden salir en su busca. Siguen las pocas pistas dejadas por Ristridín, y éstas los arrastran hasta el Bosque Salvaje. En su interior descubren los secretos que oculta. Ellos que los han descubierto, ¿lograrán salir con vida de allí para contar lo que saben? Además, ¿qué habrá ocurrido con Ristridín?
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–El sol se esconde en el mar, en el agua –dijo el Loco de la Cabaña del Bosque–. Se lo diré a mis hermanos, ellos no lo saben. ¿O es un secreto?
–Ya no hay más secretos –contestó Tiuri.
El Loco frunció el ceño.
–¿Ya no hay más secretos? –repitió-. Me llaman Loco, pero no creo que no haya más secretos.
Tiuri le miró de pronto con cierto respeto.
–Sí –dijo–, tienes razón. Ya puedo contar mi secreto pero por supuesto quedan muchos otros. Los secretos del Bosque Salvaje (o Selva Virgen), por ejemplo, y muchos más. Sí, de algunos tal vez ni hayamos oído hablar. Y otros no los entenderemos jamás.
–Ahora no entiendo lo que dices –dijo el Loco.
Carta al rey, octava parte
El graznido de un grajo rompió de pronto el silencio. El pájaro revoloteó y se posó en una rama; era una mancha negra frente a todo aquel blanco y gris. Un poco de nieve cayó de la rama como un fino polvo.
El caballero Ristridín se detuvo, se ajustó más el manto y se preguntó si aquello querría decir algo.¿Sería una señal? ¿Un aviso de peligro? Pensó, burlándose de sí mismo, cuánto había cambiado si un grajo, sólo un animal hambriento en aquel crudo invierno, le hacía vacilar.
Qué lejano le parecía el momento en el que el rey Dagonaut le había llamado para decirle: «He oído extraños rumores sobre el Bosque Salvaje que hablan de salvajes ladrones y peligrosas tribus, de espíritus del bosque y Hombres de Verde. Quiero que tú, el más experimentado de mis Caballeros Errantes, investigues qué hay de cierto en ellos. Y quiero que partas de inmediato, porque muchos peligros pueden amenazar nuestro reino desde allí».
Ristridín se había marchado en compañía del caballero Arwaut y una veintena de seguidores. Ahora caminaba por allí en solitario, pero sabía que no estaba solo en el bosque. Y no podía dejar de pensar en lo que su amigo, Edwinem de Foresterra, le había dicho en una ocasión: «Debes ir al Bosque Salvaje porque, después de todo, debes conocer tu propio país,todo el territorio del rey Dagonaut.Sé por las viejas historias que antes había un gran camino que atravesaba el bosque hacia el oeste, hacia el reino de Unauwen. ¿Por qué habéis permitido que la vegetación lo cerrara? Volved a abrirlo,despejadlo a hachazos; entonces los seres que se ocultan de la luz del día huirán. Así además habrá otra unión entre nuestros países:los reinos de Unauwen y de Dagonaut».
Edwinem había sido un caballero al servicio de Unauwen, el noble rey que gobernaba al oeste de la Gran Cordillera. Pero había sido asesinado por los Caballeros Rojos;no allí sino en otro bosque.Caballeros Rojos de Eviellan, el oscuro país del sur. Había guerra entre Unauwen y Eviellan a pesar de que el monarca de este último era hijo del rey Unauwen; su hijo menor y su mayor enemigo. Edwinem había luchado en esa guerra, pero finalmente había sido asesinado a traición en territorio de Dagonaut.
Un aleteo sacó a Ristridín de sus pensamientos. El grajo se alejó volando.
Continuó caminando despacio. La nieve crujía bajo sus pies y de vez en cuando se partían pequeñas ramas. No se oía ningún otro sonido. Se sintió como un viajero en el País de la Muerte. Aquél era el Bosque Salvaje, cuyo rey era Dagonaut, aunque él nunca lo hubiera pisado y no supiese qué secretos ocultaba. «¿Y yo?», pensó Ristridín. «Yo que los he descubierto,¿saldré vivo de aquí para contar lo que sé?» En algún lugar había aldeas y ciudades, casas y castillos en los que la gente vivía tranquila y en paz, ignorando la existencia de zonas salvajes como aquella. Se preguntó si llegaría a esos lugares. «¡Es preciso!», pensó, pero se sentía cansado y viejo.
Volvió a detener su paso. Otros habían atravesado el sendero que él seguía. Vio pisadas en la nieve. Pisadas de mucha gente.
Y él estaba solo. ¿Dónde se encontraba? Muchos días atrás había cruzado el río Negro, llevaba mucho tiempo vagando sin rumbo. Se había abierto camino a través de arbustos espinosos y entramado de ramas, con nieve, con niebla y escarcha. Al este, no muy lejos, debía estar Islán, el castillo solitario en campo abierto rodeado de bosques. Allí quería ir.
¿A quién pertenecerían las huellas recientes que tenía ante sus pies? ¿Tan cerca se encontraba ya de Islán? ¿O se equivocaba y se había perdido? Miró hacia arriba, vio ramas desnudas, un entramado de tallos y, a través de ellos, el cielo plateado.
Echó de nuevo a andar.Tenía la impresión de que le seguían y observaban. Tenía la delgada cara contraída y alerta, y su mano descansaba en la empuñadura de su espada. Así buscaba un camino hacia el castillo de Islán.
Allí, en el castillo de Islán, empezaba el mundo habitado. Una vez que Ristridín hubiera llegado allí podría continuar su viaje; entonces volvería a montar un caballo y se reencontraría con sus amigos.
Había hecho una promesa, fijado una cita. En primavera se reuniría con sus amigos en el castillo de sus antepasados: el castillo de Ristridín a orillas del río Gris. Todos sus amigos eran caballeros; no, uno de ellos aún no había sido nombrado como tal, aunque tal vez para entonces ya hubiese ocurrido. Tiuri, hijo de Tiuri, había demostrado ser merecedor de recibir el espaldarazo. Había cumplido aquella misteriosa misión: llevar una carta al rey Unauwen.
El caballero Tiuri cabalgaba sobre su corcel negro, Ardanwen, por el cenagoso sendero que bordeaba el río Azul. Hasta hacía poco, aquel río había estado lleno de témpanos de hielo; ahora el agua podía volver a correr libremente.Estaba crecido y era impetuoso porque allá lejos, en las montañas, la nieve debía de estar derritiéndose. Tiuri levantó la cabeza y respiró profundamente. El aire era frío, pero diferente al de los días anteriores. Los campos y el bosque a su derecha aún estaban desnudos, pero sobre ellos revoloteaban los pájaros excitados que también lo sabían: el invierno había concluido. Los viajeros volverían a los caminos; a él también le apetecía viajar, alejarse de Tehuri, de las propiedades de su padre en las que había vivido los últimos meses.
Miró hacia delante, al sur. Allí, a muchos días de viaje, en torno a la desembocadura del río, había una tierra pantanosa a la que llamaban la Tierra del Delta. Más hacia el oeste estaba Eviellan, el reino gobernado por un malvado monarca. No quería ir allí. Pero junto al río Gris, que hacía de frontera con Eviellan, había un castillo en el que había pensado a menudo, aunque nunca hubiera estado en él: Ristridín, el castillo ancestral del Caballero Errante con el mismo nombre, Ristridín del Sur. El caballero Ristridín se había dirigido al Bosque Salvaje en el otoño del año anterior, pero regresaría a su castillo en primavera. Allí se reencontraría con sus amigos y Tiuri también había sido invitado.
Tiuri detuvo su caballo y dijo en voz alta:
–Por supuesto que iré. Tan pronto como pueda. ¡Mañana mismo!
Ardanwen movió sus agudas orejas como si entendiese lo que decía su joven amo. Tiuri le dio unas palmadas en el cuello.
–¿Tú también echas de menos volver a viajar como antes? –preguntó susurrando–. ¿Como hacía el caballero Edwinem?
Y pensó: «Yo también quiero ser un Caballero Errante. Más adelante, cuando tenga la edad de mi padre, viviré en Tehuri. Siempre volveré porque es mi hogar, pero antes quiero ver más mundo. Y quién sabe si el rey Dagonaut vuelve a necesitarme alguna vez, para poder demostrarle que soy digno de ser uno de sus caballeros».
Hizo girar al caballo y volvió al castillo de Tehuri, que ya veía en la lejanía.
Poco después cabalgó sobre el puente levadizo que, en aquellos tiempos de paz, siempre estaba tendido. Los guardianes le saludaron con gran afecto. Los dos Tiuris, padre e hijo, eran muy queridos. El mayor llevaba el apodo de «El Valiente», nombre merecido que había recibido hacía mucho en tiempos de guerra. Su hijo era el caballero más joven de Dagonaut y el único que podía llevar escudo blanco por haber prestado un gran servicio a Unauwen,el soberano del reino del oeste.
Cuando Tiuri se bajó del caballo en el patio, se acercó a él un joven de unos quince años. Era Piak, su mejor amigo y, además, su escudero.
–¡Eh, Tiuri! –llamó–. ¿Dónde has estado? Estaba jugando al ajedrez con tu padre y cuando levanté la vista ya habías desaparecido.
–Tenía que salir un rato –contestó Tiuri–, y Ardanwen también.
Ha cambiado el tiempo.
Llevó su caballo a la caballeriza; siempre lo hacía él mismo. Nadie podía acercarse a Ardanwen salvo Piak.
–Yo también lo he olido –dijo Piak mientras caminaba con él–. Hace un momento he subido a la torre más alta y lo he olido.
Tiuri sonrió. Piak seguía sintiendo predilección por los lugares altos, aunque sólo fueran simples torres en lugar de las montañas de las que procedía.
–Ya podemos viajar –comentó.
–¡Vaya tontería! –exclamó el anciano jefe de cuadras junto a la entrada de la caballeriza–. ¡Vaya tontería! –repitió–. Marzo es demasiado frío para viajar,abril es cambiante,y todavía falta mucho para ese mes. Esperad mejor hasta mayo.
–Tal vez mayo sea demasiado suave –observó Tiuri riendo.
–Y junio demasiado soleado –añadió Piak.
El jefe de cuadras negó con su canosa cabeza.
–Vosotros, los jóvenes, sois demasiado apresurados –dijo–. Apresurados, insensatos y nunca estáis satisfechos con el lugar en el que os encontráis.
Miró con severidad al hijo de su señor y a su amigo. No se comportaba como correspondería frente a un caballero y su escudero,pero para él, que había conocido al padre de Tiuri cuando éste era un niño, nunca se harían mayores.
–Esperad al menos hasta el primer día de la primavera –continuó–. Acabáis de llegar a vuestro hogar. ¿Por qué correr el riesgo de perderos,romperos el cuello,ser asesinados por ladrones,coger frío en la cabeza y tener reuma por dormir en los caminos?
–Pero, Waldo –contestó Tiuri alegre–, aún renegarías más si nos quedásemos en casa y no saliésemos nunca.
Waldo refunfuñó un poco, pero sus ojos eran amables.
–Es posible –dijo–. Pero has de saber, Tiuri hijo de Tiuri, que no es necesario ir en busca de aventuras. Ellas le buscan a uno si le están destinadas. Tal vez antes de que te des cuenta vuelvas a estar en apuros sin haberlo buscado.
–Probablemente tengas razón –contestó Tiuri–. Pero no vamos a buscarlas. El caballero Ristridín del Sur me invitó a ir a su castillo en primavera.
–¿Pero el caballero Ristridín tiene castillo? –preguntó Waldo–. Creía que era un Caballero Errante sin tierras ni propiedades.
–Eso es cierto –respondió Tiuri–. En realidad el castillo pertenece al caballero Arturin, el hermano de Ristridín, pero también es su hogar cuando descansa de sus viajes.
–Algunas personas están mal de la cabeza cuando ceden sus castillos a otros para poder vagabundear por ahí –dijo el anciano en su tono gruñón habitual–. Bien,así que allá vas,al castillo del caballero Arturin con tu amigo.
–Será mi primer viaje como escudero –dijo Piak. Sus ojos marrones brillaban ante la idea de lo que podría vivir–. Y no está lejos de las grandes montañas –añadió nostálgico.
–Y más cerca aún del Bosque Salvaje –comentó Waldo–. Bueno, vosotros sabréis lo que hacéis. Aquí cerca también hay un bosque y seguro que es mucho más bonito y mucho mejor que ese peligroso bosque al sudoeste. Esperemos que el caballero Ristridín haya regresado sano y salvo.
Cuando Tiuri fue nombrado caballero tras su viaje al reino de Unauwen, el rey Dagonaut le había dicho que no necesitaría en breve de sus servicios. Antes debía acompañar a sus padres al castillo de Tehuri, para reponerse allí de sus aventuras. A Tiuri esto último no le pareció necesario en absoluto,pero sí le apetecía ir a la casa de sus padres donde hacía tanto que no estaba. Por supuesto, Piak fue con él. En Tehuri aprendió de Tiuri y de su padre mucho de lo que un escudero debe saber. Los padres de Tiuri le cogieron mucho aprecio y lo trataban como a un hijo.
Tiuri también aprendió mucho. Su padre se lo llevaba a visitar sus propiedades y le preparaba para la misión que llegaría a tener como gobernante de ellas.
De esa forma pasó rápidamente el otoño. Durante el invierno, el frío acompañado de nieve y heladas retuvo más a menudo a los habitantes de Tehuri en el interior del castillo. Aquel fue un tiempo tranquilo. Prácticamente ningún viajero cruzaba el puente levadizo pidiendo hospitalidad; apenas se oía nada del mundo exterior. Sin embargo, los jóvenes no se habían aburrido. Continuaban saliendo a pesar del frío y en casa siempre había algo que hacer; por ejemplo, Tiuri y su padre jugaban al ajedrez y Piak también había aprendido a jugar.Su amigo nunca le dejaba ganar;Tiuri jugaba bien e incluso ganaba a su padre.
Pero en los meses invernales a Tiuri le invadía de vez en cuando una sensación de intranquilidad. Ya era caballero, pero en el apacible Tehuri no ocurría nada que lo pusiera a prueba.
Recordaba su viaje al reino de Unauwen al oeste de la Gran Cordillera. Lo que entonces había experimentado y aprendido era muy difícil de conciliar con la vida diaria. Lejos, al oeste, los caballeros de Unauwen tal vez estuvieran librando una lucha feroz con sus enemigos de Eviellan. No tenía ni idea de cómo iban las cosas por allí; al castillo de Tehuri nunca llegaban noticias de aquellas regiones.
Y de pronto añoraba la ciudad de Unauwen y el río Arco Iris y otros lugares en los que había estado. También pensaba a menudo en el lejano Mistrinaut donde vivía la noble Lavinia. ¿Cuándo volvería a verla?
Además había otras personas a las que le gustaría volver a ver, como al caballero Ristridín que había ido con Arwaut y sus seguidores al Bosque Salvaje por las cosas extrañas que se contaban de él.
Y ahora que sentía la primavera en el aire, Tiuri estaba más convencido que nunca de que quería hacer aquello que se había propuesto: recorrer el mundo como Caballero Errante, al igual que Ristridín. Lo primero que haría sería aceptar la invitación de éste e ir al castillo a orillas del río Gris. Piak, por supuesto, le acompañaría; sentía lo mismo que él.
Tiuri cabalgaba a lo largo del río Gris montado, por supuesto, en Ardanwen, el caballo negro cuyo nombre significaba «Viento de la Noche» en la antigua lengua del reino de Unauwen. El joven caballero llevaba puesto un casco, una espada colgaba de su cinto y la túnica que llevaba sobre su armadura era azul y oro, los colores de Tehuri.Su escudo era blanco, como los escudos de los caballeros del oeste. Tiuri se sentía orgulloso de ese escudo y por eso lo había llevado con él.
Piak iba a su lado,montado en un caballo que era igual de castaño que su pelo. Quien lo hubiera conocido antes, cuando aún vivía en las montañas, apenas lo reconocería así, vestido de escudero.
El viejo Waldo tenía razón: el tiempo seguía siendo frío y no les facilitaba el viaje. Pero su destino ya no estaba lejos. Veían castillos y fortalezas a ambos lados del río, «vigilándose y espiándose mutuamente», tal y como lo expresó Piak.Sólo el agua les separaba de Eviellan, el país del que procedían los hostiles Caballeros Rojos y donde los caballeros llevaban escudos negros o rojos. Pero no habían visto a los habitantes de Eviellan.
–Ni siquiera se fijan en nosotros –les contó un caballero cuando pernoctaron en un castillo–.Eviellan sólo mira al reino de Unauwen. He oído rumores sobre una gran batalla que se ha librado allí,pero no sé cómo ha terminado.
Tiuri había preguntado si se sabía algo del caballero Ristridín. ¿Habría regresado ya a su castillo? Pero el caballero,al igual que todos los demás, no había sabido responder a esa pregunta.
–Enseguida lo sabremos –dijo Piak al ver en la lejanía las torres de un castillo que no podía ser otro que el de Ristridín–. Cuánto se parecen todos estos castillos,¿no te parece? Todos son grandes y de piedra, con gruesos muros y almenas. En realidad no me gustan mucho, aunque por dentro sean acogedores –soltó un momento las riendas y se frotó las manos azules por el frío. Poco después exclamó–: Allá lejos veo algo más. ¡Montañas!
Sí, frente a ellos, en la lejanía, podían ver las vagas cumbres de la Gran Cordillera del oeste, apenas distinguibles por las nubes grises que las cubrían.
–Estamos cabalgando por el Tercer Gran Camino hacia el oeste –dijo Tiuri–. Discurre por el paso que lleva al reino de Unauwen.
–El año pasado recorrimos un trecho por el Primer Gran Camino, pasando por el castillo de Mistrinaut –comentó Piak–.Pero ¿dónde está el Segundo Gran Camino?
–El Segundo Gran Camino prácticamente ha desaparecido, engullido por el Bosque Salvaje.
–También veo bosque. ¿Será aquello el Bosque Salvaje?
–No creo. He oído que está más hacia el oeste.
–Tal vez luego nos cuente algo el caballero Ristridín –dijo Piak–. ¿Sabes que tengo la sensación de que le conozco? Aunque no le haya visto en mi vida. Me has hablado tanto de ellos; de Ristridín y de Bendú, de Arwaut y Ewain. Fíjate, conozco perfectamente sus nombres.
–Y además conoceremos al caballero Arturin, el hermano de Ristridín. Yo tampoco le conozco, aunque será nuestro anfitrión.
Llegaron al castillo antes de que anocheciera. El vigía de una de las torres había anunciado ya su llegada con toque de trompeta. El puente levadizo bajó chirriando y cuando pasaron por él una de las puertas del paso se abrió lentamente apareciendo tras ella un cuarteto de guardias armados.
–Aquí no permiten la entrada a los invitados así como así –susurró Piak a Tiuri.
Éste saludó a los guardias.
–Venimos en calidad de amigos, y pedimos hospitalidad. Somos el caballero Tiuri y Piak, su escudero.
–¿El caballero Tiuri? –repitió uno de los guardias–. ¿Entonces no viene usted del oeste? Lleva escudo blanco como haría un caballero de Unauwen y es mucho más joven de como imaginaba a Tiuri el Valiente.
–Soy su hijo. Tiuri del Escudo Blanco. El caballero Ristridín me ha invitado.
–¡El caballero Ristridín! –exclamó el guardia–.¿Tiene noticias de él?
–No. ¿Es que aún no ha regresado?
–Todavía no –contestó el guardia.
–¿No debía volver en primavera?
–Así es –dijo el guardia–, pero aún no ha venido. El caballero Bendú también le está esperando. Llegó antes de ayer. Pero entre. Anunciaré su llegada al caballero Arturin, Tiuri hijo de Tiuri.
Un poco después los amigos estuvieron frente a Arturin, el señor del castillo, que los saludó afectuosamente.
–Bienvenido,caballero Tiuri –dijo–, y tú también, escudero. El fuego arde en el hogar y la cena está lista. Le doy la bienvenida también en nombre de mi hermano que fue quien le invitó según he oído.
El caballero Arturin no se parecía a Ristridín, opinó Tiuri. Era más bajo que el caballero errante y mucho menos delgado. Sólo tenía el mismo pelo rizado.
En ese momento otra persona se acercó a los amigos: un hombre robusto, moreno y barbudo.
–¡Caballero Bendú! –exclamó Tiuri.
–El mismo –contestó éste estrechándole la mano–. Es un placer volver a verte, Tiuri. Y tal y como te dije una vez, ya eres caballero como debe ser –se dirigió a Piak que se sentía algo cohibido–. ¿Quién eres tú? –preguntó.
–Es Piak, mi mejor amigo –contestó Tiuri–. Fue mi guía en las montañas y compañero de viaje en el reino de Unauwen. Ahora es mi escudero.
Bendú también estrechó la mano de Piak con tanta fuerza que le hizo parpadear un poco.
–¿Tienes alguna noticia que contar sobre Ristridín? –preguntó entonces a Tiuri.
–Le vi hace meses. Poco antes de que fuese al Bosque Salvaje.
–Oh –exclamó Bendú decepcionado.
–Como puede ver, aún no ha llegado –dijo el caballero Arturin–. Pero tampoco está ya en el Bosque Salvaje.
–¿Ah no? –preguntó Tiuri algo sorprendido–. ¿Y entonces dónde está? ¿Y qué le ha sucedido en el bosque?
–No sabemos gran cosa al respecto –contestó Arturin–. Y no tenemos ni idea de dónde está ahora. Abandonó el Bosque Salvaje en invierno. Eso es lo que vino a contarme un mensajero de Islán. El castillo de Islán está cerca del bosque, como tal vez sepas. Ristridín pasó por allí y le pidió al señor del castillo que nos informara al rey Dagonaut y a mí.Pretendía ir a otra región en la que hubiera más cosas que ver. Los caminos del Bosque Salvaje, según dijo, se cortan o conducen a casas en ruinas abandonadas hace mucho tiempo.
–Puede que sea así –dijo Bendú–, pero sigo pensando que podía haber contado adónde pretendía ir. ¿Será cierto que el señor de Islán no sabe nada más?
–Le escribí una carta –contó el caballero Arturin–. Me respondió que no sabía nada más. Ristridín ni siquiera estuvo en su castillo. Tenía prisa y cabalgó hacia el este.
Calló y frunció el ceño.
–¿Y por qué no al sur? –dijo Bendú–. Allí también tenía una misión que cumplir.
–¿Una misión? –repitió Tiuri. Entonces comprendió. Ristridín, al igual que Bendú, había jurado castigar al Caballero Negro (el Caballero Negro del Escudo Rojo, capitán de los Caballeros Rojos) que había asesinado a su amigo Edwinem. Luchó con la visera bajada; nadie sabía quién era ni cuál era su aspecto–. ¿Acaba de regresar de Eviellan? –preguntó–. ¡Cuénteme! ¿Encontró al Caballero del Escudo Rojo?
–¿Que si lo encontré? ¡No sé la cantidad de ellos que encontré! –contestó Bendú gruñendo–. Eviellan está lleno de caballeros.La mayoría llevan armadura negra y casi todos tienen escudos rojos. Pedí responsabilidades por la muerte de Edwinem a todo el que encontré con esas características, pero todos negaron incluso saber algo de ello. Tuve doce duelos, pero, si no me equivoco, aún no he derrotado a aquel al que buscaba.
–En Eviellan no debe serles muy simpático –dijo el caballero Arturin algo burlón.
–Preferían verme ir que venir. Pero eso no me impedirá seguir buscando a ese caballero infame. Ahora estoy aquí porque es lo que acordé con Ristridín, y espero que en breve me acompañe al sur.Dos tienen más oportunidad de encontrar a ese asesino que uno solo.
–Nunca lo conseguirá –dijo Arturin–. El monarca de Eviellan volverá a expulsarle de su país como extraño indeseado.Al menos eso es lo que haría yo si estuviese en su lugar. ¿Por qué tiene que vengar la muerte de Edwinem? Ésa es misión de los hombres del oeste.¿Acaso no era Edwinem un caballero de Unauwen? Que sea el rey Unauwen quien castigue a su asesino.
–No me gusta en absoluto lo que ha dicho –dijo Bendú enfadado–. Edwinem de Foresterra era mi amigo. Que fuese de otro país es para mí algo secundario. Ristridín, Arwaut, Ewain y yo juramos vengar su muerte y, en lo que a mí respecta, pienso atenerme a ello.
–Como quiera –dijo Arturin encogiéndose de hombros–. Pero tal vez sea el único que aún no haya olvidado ese juramento o,mejor dicho, que no ve la inutilidad del mismo.Hace meses que vuestro cuarteto se separó porque había cosas más importantes que hacer. Creo que tendrá que continuar su viaje de venganza solo. Ristridín y Arwaut no están y Ewain tampoco ha venido.
–Quien olvida un juramento pierde su honor –dijo Bendú a secas.
Tiuri y Piak se miraron. Parecía que los dos caballeros iban a discutir. Arturin zanjó la conversación invitando a sus huéspedes a sentarse junto al fuego y beber un vaso de vino con él.
Poco después llegó la hora de cenar. Entraron muchos habitantes del castillo y los amigos conocieron a la mujer y al hijo pequeño de Arturin. El caballero Bendú no dijo una palabra más. Siempre había sido callado y nunca demasiado amable, pero ahora parecía que realmente estuviera tramando algo. Tal vez por eso Tiuri encontraba el ambiente algo deprimente. Además, Piak estaba bastante lejos. Él, por su condición de caballero,ocupaba uno de los asientos cercanos al señor del castillo.Su amigo había sido ubicado con los demás escuderos y sirvientes. Lo lamentaba, pero era una costumbre que prácticamente nunca se saltaba.
Al final de la cena Bendú cambió un poco de actitud: empezó a hablar de nuevo del Bosque Salvaje y se preguntó por qué no habían oído nada de su primo Arwaut.
–Creo que se fue con Ristridín –dijo Arturin. Contó a Tiuri que había recibido una carta de su hermano fechada el día once del mes del vino, octubre, del año anterior. Aquel mensaje era breve («a Ristridín no le gusta escribir», comentó). Decía que los caballeros habían encontrado un nido de ladrones entre los ríos Verde y Negro–. Los ladrones vivían en antiguas ruinas –siguió contando Arturin–. Ristridín y sus seguidores les habían combatido y vencido.Fueron enviados como prisioneros al rey Dagonaut con el mensaje de que Ristridín, Arwaut y sus compañeros se encontraban bien. La carta que me llegó era una copia de dicho mensaje. Por lo demás, ponía que los caballeros planeaban internarse más en el bosque, hacia el oeste, para buscar a los Hombres de Verde.
–¿Quiénes son los Hombres de Verde? –preguntó Tiuri.
–Los Hombres de Verde –contestó Bendú– viven entre el río Verde y las colinas Verdes. Eso es lo que dicen los leñadores y los cazadores y también se lo he oído mencionar alguna vez a algún monje. Unos dicen que son muy grandes y bellos,otros aseguran que son pequeños engendros, como enanos. Por eso no les creo. Para mí alguien es grande o pequeño, no las dos cosas.
–Tal vez no sean personas –dijo Arturin–. ¿Quién si no podría vivir en esos bosques que jamás ha pisado un cristiano?
Bendú puso cara de incredulidad y continuó:
–En cualquier caso, Ristridín no los vio. De lo contrario nos lo habría hecho saber. En realidad no puede haber pasado nada en particular. Eso se desprende del hecho de que no hayamos tenido noticias de él.
Miró a Arturin como esperando que éste respaldara sus palabras.
El señor del castillo guardó silencio y,con el ceño fruncido,bajó la mirada a su plato.
–Bien –dijo éste finalmente–, no podemos hacer otra cosa que esperar hasta que venga tal y como prometió.
–Siempre que no pase mucho tiempo –masculló Bendú.
Tiuri miró a uno y luego al otro y pensó: «Sí, siempre que no pase mucho tiempo. Aquí habrá buen ambiente cuando el caballero Ristridín haya regresado a casa».
Pasaron algunos días sin que Ristridín apareciese.
El caballero Arturin se esforzaba por hacer la estancia de sus huéspedes lo más agradable posible; se los llevaba de paseo al exterior y dentro del castillo les mantenía entretenidos con juegos y conversación. Pero por animado que fingiese estar, seguía rodeándolo un ambiente de preocupada espera.
Una tarde pareció que el invierno quisiera volver: llovía y granizaba y el viento aullaba alrededor del castillo.Pero en la gran sala el fuego llameaba alegre en la chimenea. La señora del castillo y sus sirvientas hilaban sentadas a uno de sus lados. Piak jugaba delante del fuego con el hijo de Arturin y sus dos perros.Tiuri y el caballero Arturin estaban al otro lado de la chimenea frente a un tablero de ajedrez. Bendú era el único que no hacía nada:caminaba un poco de acá para allá, se detenía a hablar junto a las ruecas, miraba un momento a los ajedrecistas o se acuclillaba junto a los perros.
Un fuerte toque de trompeta hizo que todos levantaran la vista.
–¡Tenemos visita! –exclamó el caballero Arturin mientras movía uno de sus alfiles.
–Iré un momento a ver de quién se trata –dijo Bendú, y desapareció.
«¿Será el caballero Ristridín?», pensó Tiuri mirando el tablero sin darse cuenta de que podía comerse el alfil de Arturin.
Todo el mundo dejó de prestar atención a lo que hacía. El señor del castillo se disculpó,se levantó y siguió a Bendú. La señora del castillo ordenó a sus sirvientas que fueran a comprobar si las estancias de invitados estaban preparadas.
–¿Vamos a ver quién es? –preguntó Piak incorporándose de un salto.
–Yo también ver –balbució el pequeño Arturin.
Los amigos, con el niño entre ambos, se dirigieron al corredor en el que desembocaba la sala. Desde allí había una buena vista del patio a través de un par de altas ventanas arqueadas.Miraron uno al lado del otro y Piak subió al pequeño Arturin a hombros.
–¡Los veo! –exclamó el niño.
Sí, por allí venían. Era toda una comitiva: hombres a caballo... caballeros. La lluvia difuminaba todo, pero los escudos de los caballeros se veían claramente. ¡Escudos blancos!
–¡Caballeros del rey Unauwen! –dijo Piak–. Veo a dos. Y además hay guerreros.
Algunos sirvientes se apresuraban a ayudar a los huéspedes a desmontar y se hacían cargo de sus caballos.
–¡También veo a papá! –gritó Arturin–. Y allí está el caballero Bendú. ¿Vienen aquí esos extraños caballeros?
–Sí, claro –contestó Piak poniéndolo en el suelo con un balanceo–. Entrarán enseguida.
Poco después los dos caballeros entraron en la sala acompañados por sus escuderos, además de por Arturin y Bendú. El más joven de los caballeros saludó amistosamente a Tiuri.
¡Era Ewain!
El caballero Arturin presentó al caballero y a sus acompañantes.
–El caballero Ewain –dijo– y el caballero Ídian.
Tiuri no conocía a este último y se asombró un tanto de que este caballero se hubiera dejado puesto el casco, por lo que su cara apenas resultaba visible. Era alto y tenía una actitud orgullosa. Su voz le resultó especialmente seductora, aunque no hizo más que saludar.
–Éste es Marvain,escudero de Ewain –siguió diciendo Arturin–,y este hombre es...
–...en este momento el escudero del caballero Ídian –le interrumpió– y en otros momentos bufón del rey Unauwen.
Echó hacia atrás la capucha de su manto de viaje, lo que provocó que salpicaran gotas, e hizo una airosa reverencia.
–¡Tirillo! –exclamó Tiuri sorprendido.
–¡Tirillo! –repitió Piak.
–Exacto, Tirillo como viajero bajo la lluvia –dijo el bufón contento.
–¡Y como vencedor en la batalla! –comentó Ewain.
–¿Así que es cierto que se ha librado una batalla? –preguntó Arturin.
–Hemos luchado junto a las montañas del Viento del Sur –contestó el caballero Ídian.
–Y abatido a los guerreros de Eviellan –añadió Ewain.
–Les hemos hecho batirse en retirada –corrigió el bufón–. Ahora estarán descansando y lamiéndose las heridas. Más adelante volverán a ponerse en camino. Si estás en la cima de las montañas del Viento del Sur y miras hacia Eviellan, no verás más que soldados y campamentos militares. Ésta sólo ha sido una pequeña escaramuza, querido Ewain.
–Qué palabras más tristes –dijo Arturin–. Pensé que los bufones debían precisamente alegrar a la gente.
–Los bufones muestran la verdad a la gente –dijo Tirillo–. Y la mayoría de las veces ésta resulta tan increíble que les hace reír. Nosotros intentamos mantenernos animados a pesar de la amenaza de las regiones malignas en lugar de cerrar los ojos ante ellas.
–¿Guarda usted bien sus fronteras? –preguntó el caballero Ídian.
–Siempre lo he hecho –contestó Arturin–. Si bien últimamente Eviellan no se hace sentir en absoluto.
–Eso demuestra que en Eviellan son tontos –comentó Tirillo–. Aquí no hay montañas.Sólo tienen que cruzar un río.No,no pueden ser tan tontos, y por eso pienso justo lo contrario: el Poder del Sur es astuto y taimado. ¡Guárdese bien de ellos, caballero Arturin, Señor de Ristridín a orillas del río Gris!
–Gracias por su sabio consejo –dijo sin más el señor del castillo y después preguntó a sus huéspedes si deseaban ponerse ropas secas. Aceptaron gustosos y así volvieron a desaparecer acompañados por Arturin y su mujer.
Pero Ewain volvió un momento la vista a Tiuri y dijo:
–Qué bien que tú también estés aquí. Tendremos muchas cosas que contarnos dentro de un momento.
En la gran sala se habían encendido velas. Sólo Tiuri, Piak y Bendú se encontraban en ella esperando a los demás.
–¡Vaya!,ha llegado Ewain –dijo Bendú–.Ojalá Ristridín y Arwaut vengan pronto. Así volveremos a estar juntos.
Tiuri estaba sentado junto al ajedrez observando las piezas con mirada ausente.
–El caballero Ewain ha llegado justo a tiempo –dijo–. ¿Conoce al caballero Ídian?
–No, no le había visto nunca –contestó Bendú–. Tampoco conocía su nombre,pero debe de ser un caballero poderoso;deberías haber visto con qué respeto le trataban sus guerreros.Ese bufón sí es un conocido tuyo, ¿no es así?
–Sí, le conocí el año pasado en el reino de Unauwen –contestó Tiuri.
–Es muy amable –dijo Piak.
–Entonces es que no soy un buen bufón –comentó Tirillo, que entraba en ese momento seguido por el caballero Arturin–.Los bufones deben ser burlones, deben irritar y provocar a la gente.
Se sentó frente a Tiuri y preguntó:
–¿A quién le toca mover?
–A mí –contestó el joven–. Sí, le toca a las blancas.
–¡Mueve! –ordenó Tirillo.
Tiuri cogió el alfil negro y dijo:
–Ahora le tocaría mover al caballero Arturin.
Se acomodó en el asiento con la intención de hacerle al bufón todas las preguntas del mundo.
Pero éste apoyó uno de sus dedos en su nariz puntiaguda y miró al tablero.
–Juegue tranquilamente mi partida –dijo Arturin.
–Con mucho gusto, gracias –contestó el bufón moviendo una figura–. Te toca otra vez, Tiuri.
A Tiuri no le apetecía mucho jugar al ajedrez en aquel momento.
–¿Qué tal van las cosas en el reino de Unauwen? –preguntó.
–Como aquí –contestó Tirillo–. El blanco lucha contra el negro, o lo que es lo mismo, los caballeros de Unauwen contra Eviellan. Los alfiles deliberan, los jinetes galopan, los castillos son asediados. El bien y el mal intentan darse jaque mate.
Miró al tablero con una sonrisa y siguió diciendo:
–Hace mucho que no juego.Estas casillas blancas y negras me traen muchos recuerdos.
Tiuri se dio cuenta enseguida de que el bufón no había olvidado jugar al ajedrez. Con pocos movimientos Tirillo se comió tres piezas blancas y dijo:
–Estás distraído, caballero Tiuri.
Tiuri tuvo que reconocerlo. Prefería hablar y preguntar.
–La conversación vendrá después –dijo el bufón–.Fluirá cuando estemos todos juntos. Hazme un favor y concéntrate en nuestra partida.
Así que siguieron jugando.
La señora del castillo entró con Ewain y el caballero Ídian. Ewain entabló una conversación con Bendú y Piak.El caballero Ídian se detuvo ante la partida de ajedrez.
–En tres movimientos le darás mate, Tirillo –dijo–,a no ser que el caballero Tiuri piense en la única posibilidad que tiene de salvar a su rey. Sí, entonces tal vez hasta ponga el tuyo en peligro.
Tiuri intentó pensar qué movimiento sería ése.
–Juegue en su lugar, caballero Ídian –propuso Tirillo–. Hace años que no se sienta frente a mí ante un tablero.
Tiuri levantó la mirada hacia el caballero. Éste se había quitado el casco. Su pelo relucía como el oro a la luz de las velas, su cara era joven y amable.
–Me temo que por el momento no jugaré al ajedrez –comentó.
Tiuri se levantó y dijo:
–Ayúdeme entonces, señor, y mueva en mi lugar.
El caballero Ídian sonrió.Se sentó y movió el último caballo blanco. Explicó a Tiuri por qué lo hacía. Tiuri escuchaba mientras miraba las manos de Ídian.En una de ellas brillaba un bonito anillo.Había visto más anillos como ése:sólo había doce en todo el mundo y el rey Unauwen se los había regalado a sus paladines más fieles. Nunca antes había oído hablar de Ídian, a pesar de lo cual debía de tratarse de un caballero especial.
Un cuarto de hora más tarde el tablero había sido olvidado. Los huéspedes del caballero Arturin hablaban e intercambiaban noticias de todo tipo.
Resultó que Ewain sería el único que permanecería más tiempo en el castillo,hasta que Ristridín hubiese regresado.Los demás sólo le habían acompañado durante un tramo. El caballero Ídian quería regresar rápidamente al reino de Unauwen; Tirillo viajaría al norte para hablar con el rey Dagonaut en calidad de emisario del reino del oeste.
–¿Emisario? –preguntó Bendú poniendo cara de extrañeza ante la idea de que un bufón hubiese sido elegido para una misión así.
Tiuri quiso decir algo pero Tirillo le hizo guardar silencio con un guiño.
–En estos tiempos de peligro es aconsejable estrechar los lazos de amistad entre nuestros dos países –dijo el caballero Ídian–. Tenemos un enemigo peligroso en el sur.
–Eviellan es su enemigo y no he oído nada bueno de ese país –dijo el caballero Arturin–. Pero nosotros, en el reino de Dagonaut, no estamos en guerra.
–¿Se siente seguro? –preguntó Tirillo.
–Nunca relajamos la vigilancia de nuestras fronteras –contestó Arturin–. Pero debo decir que, desde que reina este monarca, no tenemos problemas con el sur. Y aquí, en realidad, no tenemos nada que ver con la vieja enemistad entre él y vuestro rey.
–¡No estoy de acuerdo con eso! –exclamó Tiuri indignado. Se sentía tan estrechamente unido al reino del oeste. ¿Acaso no llevaba un escudo blanco regalado por el rey Unauwen?
–Ni yo tampoco –le respaldó Bendú–. El monarca de Eviellan es un canalla, eso lo sabe todo el mundo.
La cara del caballero Ídian se desencajó un poco como si una sombra la sobrevolase.
–Un canalla como sus Caballeros de Escudos Rojos –añadió Bendú.
–Sólo hay un caballero de escudo rojo al que considere enemigo suyo porque asesinó a Edwinem,que en gloria esté –le dijo Arturin–. Pero quiere vengar a Edwinem porque era amigo suyo y no porque fuera un súbdito del rey Unauwen y, por lo tanto, un enemigo de Eviellan. Usted mismo lo ha dicho.
–Es cierto –bramó Bendú–. Pero ¿puede fiarse alguien de un país en el que viven caballeros de ese tipo, en el que reina un monarca tan traidor?
–Yo tampoco me fío de Eviellan –dijo Arturin–, pero entre ese país y el nuestro ahora hay paz y espero que siga siendo así.
«Ojalá estuviera aquí el caballero Ristridín», pensó Tiuri. «Él sí que comparte lo que ocurre fuera de nuestras fronteras.» Su patria era la de Dagonaut, al este de la Gran Cordillera, pero el mundo era más grande:nadie que hubiera estado alguna vez en el reino de Unauwen, al otro lado de las montañas, podía olvidarlo. Y Eviellan tampoco podía ser olvidado aunque fuese por motivos muy diferentes.
Miró al caballero Ídian y a sus compañeros con la esperanza de que dijesen algo más. Pero éstos guardaron silencio.
Ristridín tampoco apareció al día siguiente. Bendú masculló:
–No entiendo dónde se ha metido. Si ha abandonado el Bosque Salvaje no tiene ningún motivo para no atenerse a lo que convinimos. Creo que iré a Islán. Tal vez allí me entere de adónde ha ido.
–Yo acabo de llegar –dijo Ewain–. Quién sabe lo pronto que nuestros amigos pueden ser anunciados con toque de trompetas.
–Espero que, en efecto, sea pronto –contestó Bendú.
–Yo espero lo mismo –habló el caballero Ídian–. Me encantaría encontrarme con el caballero Ristridín y no puedo permanecer aquí mucho tiempo.
Volvía a ser de noche.El caballero Arturin y sus huéspedes estaban reunidos en la gran sala.
Tiuri y el caballero Ídian jugaban una partida de ajedrez a petición de este último.
Tiuri miraba a Ídian. Aquel caballero le interesaba. No había dicho gran cosa, pero era alguien cuya presencia no dejabas de sentir por la atención con la que escuchaba, las escasas observaciones pausadas que había hecho,la expresión de su rostro.No era tan joven como Tiuri había pensado en un principio; finas arrugas alrededor de sus ojos delataban, probablemente, el paso de muchos y muy difíciles años. Los ojos en sí eran oscuros y parecían soñadores a primera vista. Si te miraban eran penetrantes,por lo que Tiuri tenía la sensación de que Ídian sabía más de él que al contrario. Se preguntaba por qué el caballero le despertaba tanto interés.«¡En realidad no sé nada de él!»,pensó.«No ha hablado ni una vez de sí mismo. Tal vez sea precisamente por eso.»
Había notado que Ídian era el capitán indiscutible de los visitantes del oeste y aquello le resultaba muy revelador: no sólo porque era el mayor de los tres y llevase un anillo del rey Unauwen. Pero Ewain y Tirillo no le habían contado nada sobre su compañero.
Sí, pensándolo bien, habían evitado cualquier pregunta sobre él. Había algo misterioso en el caballero Ídian.
Tiuri despertó de sus pensamiento con un sobresalto porque el caballero le miró de repente directamente a los ojos y le dijo:
–Soy uno de los muchos paladines del rey Unauwen.
Tiuri no supo qué contestar, pero el caballero dirigió su mirada al tablero y añadió en tono dulce:
–Qué agradable es estar en un castillo seguro y jugar con un amigo. Y,por raro que suene,es como si estuviese haciendo algo más que jugar al ajedrez.
Tiuri seguía callado, pero se le ocurrió que tampoco se esperaba que respondiese.
Tirillo se puso junto a ellos y susurró:
–Ahora parece que el tiempo se ha detenido y...
Sus palabras fueron interrumpidas por toque de trompetas.
–Bueno, no del todo –añadió el bufón–. El tiempo está llamando a la puerta: huéspedes, acontecimientos, viajeros en la oscuridad…
–¿Serán por fin Ristridín y Arwaut? –masculló Bendú.
Los guardias de la puerta trajeron otro mensaje.
–Dos caballeros del sur han cruzado el río –comunicaron al señor del castillo–. Solicitan alojamiento.
–¿Caballeros del sur? –repitió Arturin.
–¿De Eviellan? –preguntó Bendú–. ¿Llevan escudos rojos?
–Sí, señor –fue la respuesta.
–En ese caso no les dejaremos entrar –gritó Bendú–. Caballeros de Escudos Rojos, ¡qué se han creído! Diles que salgo para medirme con ellos.
El caballero Arturin puso su mano sobre el brazo de Bendú.
–Mantenga la calma –dijo–. Solicitan alojamiento y eso yo, Señor del castillo de Ristridín, no puedo negárselo.
–¿Ha olvidado que Edwinem también fue su huésped? –gritó Bendú enfadado–. Él fue asesinado por uno de esos caballeros.
–¿Por qué caballero? –preguntó Arturin–.Lo desconoce tanto como yo. Y la ley de la hospitalidad también debe ser sagrada para usted, Bendú.
–¡Piense que ya tiene huéspedes! –exclamó Bendú–. Y por demás Caballeros de Escudos Blancos, enemigos mortales de esos hombres que están en la puerta.
Arturin no supo qué decir. Con cara intranquila miró a sus otros huéspedes, que habían estado escuchando sin decir nada.
Tirillo se acercó a él y preguntó:
–¿Cuál es el problema?
–Ya lo has oído –dijo Bendú–. Dos caballeros de Eviellan quieren entrar.
–¿Qué señor de castillo puede cerrar sus puertas a alguien que pide hospitalidad? –siguió preguntando el bufón.
–Sí, pero... –empezó a decir Arturin.
–Usted ya está aquí –añadió Bendú mirando al caballero Ídian.
–¿Y qué? –dijo éste tranquilamente–. ¿Acaso no es esto terreno neutral? En este castillo pueden encontrarse los enemigos en paz. ¡Permítales entrar!
Sonrió a Bendú y añadió:
–Guarde su reto hasta que hayan abandonado el castillo.
–¿Así que le parece bien? –preguntó Arturin.
–Que a mi señor le parezca bien no tiene importancia –contestó el bufón en lugar de Ídian–. Él ha dicho «permítales entrar», y yo digo: No les haga esperar demasiado con este frío.
El caballero Arturin y los guardias fueron hacia la puerta.
–¡Aquí se va a liar una buena! –exclamó Piak sorprendido.
–Ah no, todos mantendremos la calma –dijo Tirillo–. En lo que a mí respecta, me agrada la idea de estar cara a cara con mis enemigos.
Son tan diferentes a mí,¿sabes? Tienen brazos,piernas,ojos y una boca.
–Y un corazón –dijo Ídian.
Bendú miró algo desdichado al bufón y al otro.
El caballero Ídian se levantó y anduvo de un lado a otro como si estuviera pensando en algo y dudara.
–Señor –le dijo Tirillo–, ¿quiere que nos retiremos o prefiere que Ewain y yo nos quedemos con los nuevos huéspedes?
–Quedaos tranquilamente aquí, en esta sala –contestó el caballero–, y esperad acontecimientos –se fue a paso lento. Cerca de la puerta se giró un momento–: Yo estaré cerca –dijo, y después desapareció.
Piak se inclinó hacia Tiuri y susurró:
–¿A ti también te gustaría saber más del caballero Ídian?
Su amigo pensaba exactamente lo mismo que él.A Tiuri no le dio tiempo a contestar porque el caballero Arturin regresó seguido por dos caballeros con armaduras negras y escudos rojos.
–Les presentaré –dijo–: el caballero Melas de Darokitam y el caballero Kraton de Índigo.
Cuando los sirvientes hubieron ayudado a los caballeros recién llegados a liberar sus armaduras, hubo un silencio durante el cual todos se miraron.
Tirillo fue el primero en hablar.
–A usted, caballero Kraton, le conozco de hace tiempo, cuando aún era Señor de Índigo.
–Sigo considerándome Señor de Índigo –apuntó con rudeza el caballero Kraton. Era un hombre alto de cara triste.
–Índigo ya no existe –dijo Ewain.
–Mi castillo de Índigo a la orilla del río Blanco está en ruinas. Sus guerreros lo arrasaron y saquearon.
–Porque usted se había alzado contra su rey, Unauwen –dijo Ewain.
–Porque me mantuve fiel a mi señor, el príncipe, monarca de Eviellan.
–Usted nació en el reino de Unauwen, no en Eviellan –comentó Tirillo–.Si no me equivoco,antes llevaba un escudo blanco.¿Tanto le gusta cambiar de color?
–He elegido el rojo y con eso tengo bastante –contestó el caballero Kraton a secas–. No tengo ninguna necesidad de llevar todo el arco iris como los bufones.
Se dirigió a Melas y le dijo algo en un idioma incomprensible.
–Mi amigo sólo conoce unas pocas palabras de su lengua –añadió–. Tal vez sea mejor que no haya comprendido lo que ha dicho Tirillo, ese cabeza hueca del rey.
–Paladín del rey –gritó Ewain indignado.
–No hace falta llevar una espada y un escudo para ser caballero –añadió Tiuri.
El caballero Kraton miró a los jóvenes.
–¿Quiénes son estos jóvenes? –preguntó–.No serán caballeros,¿no?
–Son el caballero Ewain del oeste y Tiuri, caballero de Dagonaut –respondió Arturin ya un poco enfadado.
–No he oído hablar de Ewain, pero de Tiuri...
Miró a éste con antipatía.
Tiuri pensó que los caballeros de Eviellan debían de considerarle como enemigo aunque fuese habitante de un país neutral. Eso si es que sabían que él había llevado una importante carta al rey Unauwen.
El caballero Bendú miró a Kraton con desconfianza. El señor del castillo miraba intranquilo a uno y a otro. Después llamó a un sirviente para que llevase vino en honor de los nuevos huéspedes. Posiblemente con ello intentara mejorar el ambiente.
El vino fue llevado y servido, pero todos se observaban por encima de los bordes de sus copas. Los caballeros de Eviellan no decían nada y Arturin intentaba inútilmente acabar con aquel clima hostil haciendo comentarios intrascendentes.
–¡Hablemos del tiempo! –exclamó Tirillo al fin–. El sol y la lluvia nos tratan igual. Incluso en Eviellan hay luna llena todos los meses.
–Sólo un bufón lunático puede proponer algo así –dijo el caballero Kraton,despectivo–. Tengo otras cosas en la cabeza que la luna,sea llena o no. No me dejo influir por el tiempo ni el viento.
–Y eso siendo usted una mala veleta –comentó Tirillo–. Primero mirando al oeste y después girando al sur.
–Había una veleta de oro en la torre más alta de mi castillo de Índigo –dijo Kraton–. ¿Dónde estará ahora? Pero alguna vez esa torre, ese castillo en ruinas serán reconstruidos.Con eso sueño todas las noches, haya luna o no.
–¿Sueña también alguna vez con el castillo de Foresterra? –preguntó Tirillo–. ¿O de Ingewel? Los caballeros que vivían allí fueron asesinados por los suyos.
–¡Las palabras de este bufón son cada vez más sensatas! –dijo Kraton en tono de burla–. ¿Cómo se puede hacer la guerra sin matar?
Volvió a decir algo a su silencioso compañero.
El caballero Melas rió y vació su copa de un trago. Kraton siguió su ejemplo y dejó que le sirvieran de nuevo. Después se dirigió a Bendú y a Arturin.
–Desconozco lo que los señores del reino de Unauwen les han hecho creer.Seguro que les han contado que mi rey,el monarca de Eviellan, es pérfido y malvado. Y que su oponente, el príncipe heredero, hijo de Unauwen, es noble y bueno. ¿No es eso lo que les han contado? Pero ¿les han dicho además que el monarca de Eviellan también es hijo del rey Unauwen, que los príncipes son gemelos? ¿Por qué uno de ellos debería ser príncipe heredero y obtenerlo todo? ¿Por qué el otro no obtendría nada sólo por nacer un poco más tarde?
–Lo está contando mal –intervino Ewain–. La enemistad no partió del príncipe heredero. Su hermano siempre le ha tenido envidia.
–Sólo puede haber un sucesor al trono –dijo Tirillo.
–Su monarca empezó la guerra –comentó Ewain–.Se le han dado todas las oportunidades posibles, pero no quiso obedecer a su padre y atentó contra la vida del príncipe heredero, su propio hermano.
–Señores, por favor –pidió Arturin casi suplicando–, compórtense como huéspedes en un territorio apacible.Hagan una tregua también con sus palabras.
–No hay nada que desee más –dijo Kraton mientras le servían otra copa–. El caballero Melas y yo estamos aquí por motivos pacíficos. Vamos a ver al rey Dagonaut como emisarios de nuestro monarca.
–¿Ustedes también? –preguntó Bendú.
–Entonces podemos viajar juntos –dijo Tirillo con amabilidad–. Mi destino es el mismo.
–¿Debe ser animado el rey Dagonaut? –preguntó Kraton sarcástico–. Sea bienvenido como compañero de viaje. Vamos a proponer al rey Dagonaut la firma de una alianza con Eviellan.
–Yo debo pedir al rey Dagonaut que firme una alianza con Unauwen –dijo Tirillo riendo–. Será bonito presentarnos juntos ante él.
El caballero Kraton no se dignó responder. Acabó su tercera copa, volvió a llenarla y dijo a Bendú:
–Espero que no me retenga después. Le aseguro por mi honor de caballero que no maté a Edwinem de Foresterra. De modo que sería un disparate que empezase usted con sus duelos.
–Eso lo juzgaré yo mismo –dijo Bendú con firmeza.
–¿Dónde está su amigo... cómo se llamaba... el caballero Ristridín del Sur? –continuó diciendo Kraton–. Me habría gustado verle.
–Se fue al Bosque Salvaje –contestó Bendú.
–¿El Bosque Salvaje? –repitió Kraton.
–Sí, pero ahora está en otra parte –dijo Arturin–. Viene hacia aquí. Esperamos su llegada en cualquier momento.
–¡Santo cielo! ¿Qué se le ha perdido al caballero Ristridín en el Bosque Salvaje? –preguntó Kraton.
–Uno debe conocer su propio país –contestó Tirillo.
–Ristridín no encontró nada en el Bosque Salvaje –dijo Arturin–. Lo abandonó en invierno.
–Ah, ahora lo entiendo –comentó Kraton–. Oí rumores de que vagaba por la Tierra del Delta.
–¿La Tierra del Delta? –gritó Bendú–. ¿Dónde? Y ¿cuándo?
–No sé nada de eso –contestó Kraton–. Sólo oí rumores. Y tampoco sé quién me los contó. No tiene por qué ser cierto.
–La Tierra del Delta está cerca –dijo Arturin.
La conversación llegó hasta la Tierra del Delta y ahí acabó.
«Espero que se vayan pronto», pensó Tiuri. Miró a Tirillo, el único que podía animar al grupo si quisiera.
Pero el bufón colocó en fila las piezas del tablero de ajedrez y pareció no prestar atención a nada más. Bendú se levantó y deambuló arriba y abajo. El caballero Kraton se sirvió una copa más de vino. Ya había bebido mucho y, al parecer, tenía pensado seguir haciéndolo.
Después de un tiempo se volvió hablador e hizo todo tipo de comentarios mordaces a costa de Ewain y Tirillo. Éstos no reaccionaron, lo que naturalmente fastidió a Kraton, que concluyó diciendo:
–¿Qué ha sido de esos famosos paladines del rey Unauwen? Un chico tímido y un bufón, ¡eso es lo único que veo de ellos! Usted les llamó caballeros, ¿no es así, anfitrión mío?
–Y lo son –contestó Arturin–, y le pido...
Kraton le interrumpió.
–Había otro caballero de escudo blanco –dijo–. No me refiero a Tiuri, que lo es del rey Dagonaut, sino a un tercer caballero del oeste. Usted me dijo su nombre, señor Arturin, cuando tan amablemente me permitió entrar en su castillo. ¿Dónde está ese caballero?
–La verdad es que no lo sé –contestó Arturin.
–¡Nosotros venimos aquí con la visera levantada! –gritó Kraton–. Ewain y Tirillo al menos salieron a nuestro encuentro. ¿Por qué el otro no? ¿Se está escondiendo?
Se levantó y miró desafiante a su alrededor.
El caballero Melas le dio unos golpecitos en el codo y murmuró algo, pero Kraton no le prestó atención. Bendú apretó los labios como teniendo que controlarse para no abalanzarse sobre él. Arturin miró enfadado. Ewain y Tirillo guardaron silencio.
–¿Se está escondiendo? –repitió Kraton.
Tirillo levantó la vista del tablero.Por primera vez parecía algo intranquilo.
–¿A usted qué le importa? –preguntó Ewain en tono altivo.
–Nada, nada, amigo mío –contestó Kraton–. Sólo me gustaría estrecharle la mano. ¡Si es que se atreve a venir aquí! ¿Quién es él?
Hubo un momento de silencio.
Entonces habló Tirillo, en voz baja pero con claridad:
–Es el caballero Ídian.
Kraton frunció el ceño y se pasó la mano por la frente como intentando recordar algo. Un poco después dijo en voz alta:
–Reto al caballero Ídian a que aparezca para que mi amigo y yo podamos saludarlo.
Levantó su vacía copa de vino y la estrelló en el suelo.
–¡Caballero Kraton! –exclamó Arturin enfadado.
–¡Caballero Ídian! –volvió a llamar Kraton.
Tirillo también se levantó, cruzó los brazos y miró a Kraton y después a la puerta.
Ésta se abrió y el caballero Ídian apareció en el umbral. Parecía muy alto cuando se detuvo un momento antes de entrar lentamente en la sala.Su llegada tuvo un gran efecto en los caballeros de Eviellan.
El caballero Kraton se aferró al borde de la mesa y su cara se paralizó. El caballero Melas se incorporó con tal violencia que su silla cayó al suelo y por un momento pareció que iba a arrodillarse. Kraton le agarró con fuerza y siseó:
–¡No, no, no lo hagas!
El caballero Ídian se detuvo cerca de ellos. Su cara era grave, casi severa.
–No se equivoquen –dijo–. No soy el que ustedes tal vez piensan. Dicen que mi hermano, el monarca de Eviellan, y yo nos parecemos mucho.
–¡Es el príncipe heredero! –susurró Kraton.
En ese momento habló Tirillo:
–Caballero Ídian, o mejor dicho, príncipe Irídian, hijo mayor del rey Unauwen, príncipe heredero, Señor de los Siete Castillos, virrey del reino del oeste.
Todos miraron al príncipe. Sí, parecía un señor poderoso.
–Nunca le confundiría con su hermano –dijo el caballero Kraton despacio y casi con dificultad–. Mis disculpas. Ahora que sé quién es comprendo por qué prefería no dejarse ver.
El príncipe negó con la cabeza.
–Tal vez hubiera sido mejor haberme mostrado desde el principio, caballero Kraton. Pero ¿qué iba yo a decirle? Sabe lo que pienso de usted. Nunca me confundiría con mi... con el monarca de Eviellan. Pero yo era su legítimo señor en la provincia de los Cuatro Ríos y su rey es mi padre, Unauwen.
–He elegido al monarca de Eviellan como rey –dijo Kraton en tono desafiante, pero tuvo que bajar la mirada ante la de Ídian.
–Ha elegido mal, caballero Kraton –sentenció el príncipe en voz baja. Y suspiró de forma casi inaudible.
–Es posible, señor –contestó Kraton–, pero me mantengo en ello.
–Que así sea –dijo el príncipe–. Sólo una cosa más, caballero Kraton y caballero Melas: le contarán nuestro encuentro a su monarca.
Díganle que nunca olvidaré que es mi hermano, pero que le combatiré con todas mis fuerzas.No puede aspirar al trono de nuestro padre y lleva a cabo su lucha sólo por odio y rencor.
–¿Acaso no tiene ningún motivo para odiar y querer vengarse?
–preguntó Kraton.
–No –contestó el príncipe con dureza y añadió–: No obstante,me duele pensar que todo el mal que hace recae, sobre todo, en él. Tiene una pesada carga que soportar. Incluso ahora yo firmaría la paz, pero a voluntad de los súbditos de mi padre debo combatirle a menos que cambie. Díganle esto también.
–Y si cambiase, ¿volvería a ser bien recibido en el reino de su padre? –preguntó Kraton.
–Sí –respondió Ídian–. Pero no podrá entrar como príncipe ni tampoco como monarca de Eviellan.
–¿Y cómo entonces? –preguntó nuevamente Kraton–. ¿Tal vez como pedigüeño o penitente? ¡Nunca lo hará! –dio un paso atrás e hizo una reverencia con desgana–. Transmitiré sus palabras, Alteza, aunque creo que mi monarca ni siquiera las escuchará.
Hizo un gesto a Melas, que también hizo una reverencia, y abandonó la sala con él.
–Alteza –empezó a decir Arturin.
–Permítame que aquí continúe siendo el caballero Ídian –se sentó, y quien lo miraba no se atrevía a decir nada porque la expresión de su cara era de infinita tristeza.
Después de un breve espacio de tiempo, Tirillo dijo en voz baja:
–¿Ahora qué, señor?
El caballero Ídian despertó de sus cavilaciones.
–Probablemente ha sido muy bueno que hablara con ese caballero –dijo–. Y en respuesta a tu pregunta, Tirillo, nuestros caminos se separarán en breve. Yo volveré a nuestro país. Ahora sé lo que quería saber.
–Que usted regrese también me parece lo mejor. Y preferiblemente ahora mismo, señor. No me fío de esos Caballeros de Escudo Rojo –dijo el bufón, y Bendú asintió con la cabeza enérgicamente–. Ahora que saben quién es usted, pueden mandar a sus compatriotas un mensaje para que le sigan y le ataquen.
–No temas por mi seguridad –dijo el caballero Ídian.
–Sí temo por su seguridad –apostilló Tirillo–.Usted es la esperanza de nuestro reino, el sucesor del rey Unauwen.
–¿Qué sería de nosotros si le pasase algo? –preguntó Ewain.
–Tengo un hijo... –empezó a decir el caballero Ídian.
–Su hijo aún es un niño –dijo el bufón–. En serio, señor, debe irse sin que esos caballeros se den cuenta. Uno de nosotros les dará conversación hasta que haya abandonado el castillo de incógnito.
–Bien –dijo el caballero Ídian con una sonrisa–.Eres tú el que debes darles conversación, Tirillo. Eso es lo que te confío.
–A su servicio, señor –respondió el bufón.
Ídian se incorporó de golpe.
–Escuchad mis órdenes –dijo,ahora otra vez como príncipe en lugar de caballero–. Tú, Tirillo, viajarás mañana a la ciudad de Dagonaut para abogar por una alianza con el rey de ese país.
Tirillo hizo una reverencia.
–Adiós –dijo el príncipe–, y hasta la vista.
Estrecharon sus manos. Después Tirillo se dio la vuelta y se alejó rápidamente.
–Y tú, Ewain, quédate aquí hasta que llegue el caballero Ristridín –siguió diciendo el príncipe–. Me gustaría escuchar lo que tenga que decir y así después podrás informarme. No puedes quedarte demasiado tiempo; dentro de un mes te espero en mi ciudad.
–Yo obedezco, señor –dijo el joven caballero.
Después el príncipe Irídian se dirigió a Tiuri y a Piak.
–Vosotros no sois súbditos de mi padre. No obstante, estáis unidos a nuestro país con un lazo inquebrantable. Una vez nos prestasteis un gran servicio y el caballero Tiuri lleva incluso un escudo blanco. Manteneos fieles al rey Dagonaut, pero no olvidéis a Unauwen. Estad alerta contra Eviellan y haced lo que os dicte la conciencia.
Los amigos hicieron una reverencia. Tiuri dijo únicamente:
–Gracias, señor.
Y Piak no supo en absoluto qué responder. Sus ojos decían exactamente lo mismo que los de su amigo: «Nunca olvidaré a Unauwen ni tampoco al príncipe Irídian».
–Caballero Bendú –dijo entonces el príncipe–, seguro que usted seguirá esperando a su amigo Ristridín. Lo que hará después aún no puede saberlo. Está buscando a un caballero de escudo rojo, pero le encuentre o no,sé que siempre luchará contra el mal. Si Ristridín no volviese, debe buscarle antes a él que a su enemigo porque Ristridín es su amigo y su misión puede haberle llevado a extraños lugares.
Finalmente se dirigió al caballero Arturin.
–Le agradezco su hospitalidad –dijo–. Si tuviera que encargarle una misión sería una que lleva años cumpliendo fielmente: vigile sus fronteras. Tal vez no esté de acuerdo conmigo en lo siguiente: es posible que usted, a pesar de todo, tenga que elegir partido, que tenga que ir al combate lo quiera o no.
Arturin también hizo una reverencia.
–Espero que no, Alteza –contestó–. Pero si así fuera, quisiera luchar en el lado correcto.
A continuación, el príncipe volvió a saludarlos a todos y, acompañado por Arturin, abandonó la sala para despedirse de la señora del castillo y preparar lo necesario para una salida rápida.