Los seis Napoleones - Arthur Conan Doyle - E-Book

Los seis Napoleones E-Book

Arthur Conan Doyle

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Beschreibung

¿Es normal que Sherlock Holmes cometa errores voluntariamente? Un demente criminal destruye múltiples bustos de Napoleón por todo Londres. Su extraña fijación por el emperador francés no es clara para los inspectores de Scotland Yard, por lo que contactarán a Sherlock Holmes y el Dr. Watson.Durante su investigación, un hombre es brutalmente asesinado y otros bustos siguen siendo encontrados. Para Holmes, el sospechoso está completamente coherente y sus acciones tienen un objetivo especifico. Anímate a deducir junto a Holmes y el Dr. Watson, los objetivos de este criminal hasta llegar a la verdad de este misterioso caso. -

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Seitenzahl: 42

Veröffentlichungsjahr: 2019

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Arthur Conan Doyle

Los seis Napoleones

Saga

Los seis NapoleonesOriginal titleThe Adventure of the Six NapoleonsCover design: Breth Design www.brethdesign.dk Copyright © 1904, 2019 Arthur Conan Doyle and SAGA Egmont All rights reserved ISBN: 9788726463057

1. e-book edition, 2019

Format: EPUB 2.0

All rights reserved. No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

SAGA Egmont www.saga-books.com – a part of Egmont, www.egmont.com

No era algo excepcional que el señor Lestrade, de Scotland Yard, se pasase a vernos por la tarde, y sus visitas eran bien recibidas por Sherlock Holmes, ya que le permitían mantenerse al corriente de todo lo que sucedía en la central de la policía. A cambio de las noticias que Lestrade le llevaba, Holmes se mostraba siempre dispuesto a escuchar con atención los detalles de algún caso del que se estuviese encargando, y, de vez en cuando, podía, sin intervenir activamente, darle alguna pista o sugerencia que extrajese de entre sus vastos conocimientos y experiencias.

Esa tarde en concreto, Lestrade había estado hablando del tiempo y de la prensa. Luego se quedó en silencio, dando caladas a su cigarro concentrado. Holmes lo miró fijamente.

—¿Se trae algo especial entre manos? —preguntó.

—Oh, no, señor Holmes, nada que se salga demasiado de lo común.

—Entonces, hábleme de ello.

Lestrade se rió.

—Bueno, señor Holmes, es inútil negarle que le estoy dando vueltas a algo. Sin embargo, es un asunto tan ridículo que dudaba si molestarle con eso. Por otra parte, aunque sea banal, es, sin duda alguna, extraño, y sé que le gusta todo lo que se salga de lo común. Pero, a mi entender, entra más en el campo del doctor Watson que en el nuestro.

—¿El de la enfermedad? —dije.

—El de la locura, en todo caso. ¡Y una locura bien extraña! ¿A que ni se le hubiese pasado por la cabeza que haya alguien vivo todavía hoy que odie tanto a Napoleón I como para romper cualquier imagen suya que tenga delante de los ojos?

Holmes se arrellanó en su sillón.

—No es asunto de mi competencia —dijo.

—Exacto. Eso es lo que yo decía. Pero, por otra parte, cuando un hombre allana una casa con el fin de romper imágenes que no son de su propiedad, el asunto sale del ámbito del médico para pasar al del policía.

Holmes se enderezó en su asiento.

—¡Allanamiento! Eso es más interesante. Hábleme de los detalles.

Lestrade sacó su libreta oficial y repasó sus páginas para recordarlos.

—El primer caso denunciado sucedió hace cuatro días —dijo—. Pasó en la tienda de Morse Hudson, que tiene un local en Kennington Road en el que se venden cuadros y esculturas. El ayudante había ido al almacén un momento cuando oyó un ruido estrepitoso, y, al entrar corriendo allí, se encontró hecho trizas un busto de escayola de Napoleón que estaba con varias obras más sobre el mostrador. Se precipitó a la calle, pero, aunque varios transeúntes afirmaron haber visto a un hombre saliendo de la tienda a la carrera, ni pudo ver a nadie ni tuvo manera de identificar al granuja. Parecía haber sido uno de esos actos absurdos de gamberrismo que ocurren de vez en cuando, y se denunció al agente de ronda como tal. La pieza de escayola no valía más que unos chelines y todo el asunto resultaba demasiado pueril como para dedicarle una investigación a aquello.

»Sin embargo, el segundo caso fue más grave y también más peculiar. Ocurrió ayer por la noche.

»En Kennington Road, y a apenas cien yardas de la tienda de Morse Hudson, vive un médico de familia famoso, el doctor Barnicot, que tiene una de las clientelas más extensas al sur del Támesis. Su residencia y principal consultorio está en Kennington Road, pero tiene una consulta y dispensario auxiliar en Lower Brixton Road, a dos millas de allí. El tal doctor Barnicot es un admirador entusiasta de Napoleón y su casa está llena de libros, cuadros y reliquias del emperador francés. Hace poco, le compró a Morse Hudson dos réplicas de escayola de la célebre cabeza de Napoleón realizada por el escultor francés Devine. Una de ellas se hallaba en el vestíbulo de su casa en Kennington Road, y la otra, en la repisa de la chimenea de la consulta de Lower Brixton. Pues bien, cuando el doctor Barnicot llegó allí esta mañana, se quedó estupefacto al descubrir que habían allanado su casa durante la noche, pero que no le habían quitado nada salvo la cabeza de escayola del vestíbulo. La habían llevado afuera y la habían estrellado violentamente contra la tapia del jardín, al pie de la cual se encontraron sus añicos».

Holmes se frotó las manos.

—Desde luego, esto es muy original —dijo.



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