Lucha animal - Javier Ballarín - E-Book

Lucha animal E-Book

Javier Ballarín

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¿Qué derechos tienen los animales? ¿Te lo has planteado alguna vez? Este libro pretende analizar las principales preguntas que surgen cuando se habla de respetar a los animales. ¿Has pensado que, igual que el ser humano, los demás animales son seres con sentimientos?, ¿que están en el mundo para disfrutar plenamente de sus vidas y no para servirnos? El veganismo defiende que las vidas de los demás animales son suyas y que no nos pertenecen, pero a menudo este mensaje no llega tan claro como debería. Hay ideas que quedan sesgadas, pensamientos que se desvirtúan, razonamientos que se ridiculizan..., y por ello mucha gente no entiende qué hay en realidad detrás de conceptos como «veganismo» o «antiespecismo». En Lucha animal encontrarás todo lo que tienes que saber para entender por qué cada vez hay más personas que defienden que todos los animales merecen respeto y que, por tener sentimientos e intereses, también tienen derechos. Casi a modo de guía práctica, el libro repasa conceptos teóricos, argumentos, falacias, y todo lo que hay detrás de algunas etiquetas o de afirmaciones como: «Si ya está muerto, da igual que nos lo comamos», «no es lo mismo matar animales para comer que por diversión» o «hacerse vegano es una decisión personal». * * * Si no eres vegano después de leer este libro entenderás por qué cada vez hay más personas que sí lo son. Si ya lo eres, encontrarás en él un auténtico manual de guerrilla oral, lleno de respuestas, recursos y argumentos para sobrevivir en un mundo especista.

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¿Qué derechos tienen los animales? ¿Te lo has planteado alguna vez? Este libro pretende analizar las principales preguntas que surgen cuando se habla de respetar a los animales.

¿Has pensado que, igual que el ser humano, los demás animales son seres con sentimientos?, ¿que están en el mundo para disfrutar plenamente de sus vidas y no para servirnos? El veganismo defiende que las vidas de los demás animales son suyas y que no nos pertenecen, pero a menudo este mensaje no llega tan claro como debería. Hay ideas que quedan sesgadas, pensamientos que se desvirtúan, razonamientos que se ridiculizan..., y por ello mucha gente no entiende qué hay en realidad detrás de conceptos como «veganismo» o «antiespecismo».

En Lucha animal encontrarás todo lo que tienes que saber para entender por qué cada vez hay más personas que defienden que todos los animales merecen respeto y que, por tener sentimientos e intereses, también tienen derechos. Casi a modo de guía práctica, el libro repasa conceptos teóricos, argumentos, falacias, y todo lo que hay detrás de algunas etiquetas o de afirmaciones como: «Si ya está muerto, da igual que nos lo comamos», «no es lo mismo matar animales para comer que por diversión» o «hacerse vegano es una decisión personal».

«Si no eres vegano después de leer este libro entenderás por qué cada vez hay más personas que sí lo son. Si ya lo eres, encontrarás en él un auténtico manual de guerrilla oral, lleno de respuestas, recursos y argumentos para sobrevivir en un mundo especista».

Lucha animal

Javier Ballarín

www.diversaediciones.com

Lucha animal. Todo lo que necesitas saber sobre el antiespecismoy el veganismo

© 2022, Javier Ballarín

© 2022, Diversa Ediciones

EDIPRO, S.C.P.

Carretera de Rocafort 113

43427 Conesa

[email protected]

ISBN edición ebook: 978-84-18087-31-8

ISBN edición papel: 978-84-18087-30-1

Primera edición: diciembre de 2022

Diseño y maquetación: Dondesea, servicios editoriales

Ilustración de cubierta: © Manop Boonpeng / Shutterstock

Todos los derechos reservados.

www.diversaediciones.com

Índice

Prefacio. ¿Tienen derechos los animales?

Capítulo 1. Introducción y conceptos básicos

Capítulo 2. La justificación de la discriminación de especie

Capítulo 3. Preguntas y respuestas

Capítulo 4. Preguntas morbosas

Capítulo 5. Falacias

Capítulo 6. Etiquetas

Capítulo 7. Insultos

Capítulo 8. Afirmaciones

Capítulo 9. Temas polémicos

Bibliografía

El autor

Prefacio

¿TIENEN DERECHOS LOS ANIMALES?

Cuando decimos que alguien merece respeto nos referimos a que debemos respetar sus derechos, por lo tanto, cuando hablamos de respeto a los animales implícitamente estamos reconociendo que tienen derechos. Pero ¿qué derechos tienen los animales? Este libro pretende responder esta cuestión.

Descubriremos que los derechos de los animales no son algo que les concedamos los humanos; esos derechos forman parte de ellos, y nosotros podemos aprender a respetarlos.

Debemos entender que los demás animales, igual que tú y que yo, están en este mundo para disfrutar plenamente de sus vidas, y no para servir a otros.

Este libro pretende analizar algunas cuestiones teóricas que surgen incansablemente cuando se habla de respetar a los animales. Los capítulos que lo componen, aunque relacionados, se pueden leer independientemente.

Capítulo 1

INTRODUCCIÓN Y CONCEPTOS BÁSICOS

A comienzos de este siglo conocer a un vegano en España era tan raro como encontrar un trébol de cuatro hojas; el término veganismo lo conocía muy poca gente, de hecho, incluso la palabra vegetariano suscitaba gran confusión. No eran pocos los que decían ser vegetarianos aunque comían pescado. «¿Cómo que los vegetarianos no comen pescado? —comentaban extrañados algunos—. ¡Pues yo tengo una vecina que es vegetariana y come pescado, y a veces chorizo y jamón!».

Aunque sigue habiendo bastante confusión sobre estos conceptos, se puede afirmar que en los últimos años se han producido avances notables. Ya no es tan inusual conocer a gente vegana. En la calle y en los medios de comunicación se habla más de veganismo, si bien es cierto que el tema se trata de una manera demasiado superficial.

Cuando los grandes medios de comunicación dedican un espacio al veganismo, más que de veganismo hablan de los veganos. De manera algo sensacionalista comentan la existencia de un grupo de personas que forma parte de nuestra sociedad y que recibe el llamativo nombre de veganos. Explican que no se alimentan de la misma manera que el resto, pero raramente analizan con profundidad los aspectos morales por los que los veganos rechazan el consumo de ciertos productos. En ese sentido decía que se trata el tema de manera superficial.

Los fundamentos del veganismo, sus pilares morales, siguen siendo ampliamente ignorados por una sociedad que se muestra indiferente ante las injusticias que padecen los animales. Nos podemos preguntar: ¿de qué sirve que a la gente le suene el término veganismo si no saben por qué la gente se hace vegana?

En las siguientes páginas aclararemos los motivos (morales) por los que muchas personas deciden mantener un estilo de vida vegano y responderemos a las principales preguntas que surgen cuando se habla sobre ello.

Vegetarianismo

La Vegetarian Society, fundada en Manchester (Inglaterra) en 1847, define al vegetariano de dos modos: una definición formulada de forma positiva y otra de manera negativa. En la positiva describe lo que sí comen los vegetarianos y en la negativa lo que no comen. En el primer caso expone:

Un vegetariano es alguien cuya dieta se basa en cereales, legumbres, frutos secos, semillas, vegetales (verduras) y frutas, además puede consumir productos lácteos o huevos y sus derivados.

En su definición negativa, la Vegetarian Society indica:

Un vegetariano no come carne, pollo, caza, pescado, marisco, crustáceos o productos derivados de la muerte de animales.

Con estas dos definiciones ya se responde a todas aquellas personas que dicen conocer a vegetarianos que comen pescado, pollo o jamón. No hay ningún vegetariano en el mundo que coma pescado, porque precisamente la definición del vegetarianismo especifica que no lo hacen. Otra cosa diferente es que haya gente que diga ser vegetariana sin serlo.

En función de si consumen o no consumen huevos y/o leche, la Vegetarian Society distingue entre los lacto-ovo-vegetarianos, lacto-vegetarianos, ovo-vegetarianos y veganos. En realidad, estas «etiquetas» son poco utilizadas en la calle, ni siquiera los vegetarianos hacen este tipo de especificaciones. Se suele diferenciar, eso sí, entre vegetarianos y veganos.

Con respecto al origen del término vegetariano hay discrepancias. Mientras que muchos (como el Oxford English Dictionary) consideran que proviene del término vegetal, al que se le ha añadido un sufijo, otros (entre los que destacan la Vegetarian Society) creen que proviene del latín vegetus que significa «sano, vivaz o vigoroso».

Así, la Vegetarian Society destaca la relación entre el vegetarianismo y la salud, y es que una gran parte de los vegetarianos adoptan esta dieta por cuestiones meramente de salud. No obstante, se sabe que ya en el siglo vi a. C. había personas que seguían una dieta vegetariana por motivos éticos. Por ejemplo, el filósofo y matemático griego Pitágoras (580 a. C.-495 a. C.) enseñaba a sus alumnos (¡y alumnas!) que todos los animales debían ser considerados semejantes a los humanos, y por ello rechazaba comerlos.

El término “veganismo”

Ya en 1851, tan solo cuatro años después de la fundación de la Vegetarian Society, en la revista de esta organización apareció un artículo sobre las alternativas al uso del cuero, lo que hace pensar que el grupo incluía a veganos y veganas1, solo que todavía no se había inventado esa palabra.

En el mismo año de la publicación del artículo nació Henry Stephens Salt (1851-1939), el popular escritor y activista de la no violencia que introdujo el pensamiento de Thoreau y Gandhi. Salt no solo estuvo involucrado en promover cambios sociales en relación a la política penitenciaria y la educación, también se interesó en analizar y transformar la relación que mantenemos los humanos con los animales. De hecho, la primera obra en tratar el concepto de derechos de los animales fue escrita por Salt en 1894 y en ella se puede leer:

La noción de que la vida de un animal no tiene valor moral pertenece a una clase de ideas que el avanzado pensamiento humano no puede aceptar.

Aunque ya habían existido muchos veganos, nadie había decidido ponerles un nombre. Como enseguida veremos, el término fue acuñado por los británicos Donald Watson y Elsie Shrigley (otras fuentes señalan a Watson y a su esposa Dorothy).

Watson nació en Mexborough, un pueblo minero de Yorkshire (Inglaterra) en 1910. Desde pequeño manifestó gran empatía por los animales. Tenía contacto con ellos cuando acudía a la granja de su tío George, algo que debía de parecerse a lo que hoy se denomina una granja de corral:

Estaba rodeado de animales interesantes. Todos daban algo: el caballo de faenas tiraba del arado, el más pequeño tiraba del coche de caballos, las vacas daban leche, las gallinas daban huevos y el gallo era un buen despertador; no me percataba entonces de que tenían también otra función. Las ovejas daban lana. Nunca pude entender qué daban los cerdos, pero me resultaban unas criaturas muy amigables: siempre se ponían contentos cuando me veían.2

Cuando con 14 años vio cómo mataban a un cerdo, Watson hizo la conexión entre los amigables cerdos y el consumo de carne y como objetivo de Año Nuevo se propuso dejar de comer animales, decisión que mantuvo hasta que falleció en 2005 a los 95 años. Este hecho refleja la fuerza de voluntad que tuvo aquel niño de 14 años, que no conocía a ningún vegetariano y que vivía en un pueblo minero inglés a comienzos del siglo pasado. Afortunadamente, los padres de Donald, sin ser vegetarianos, le apoyaban y se sentían orgullosos de tener un hijo capaz de tomar sus propias decisiones y de seguirlas con determinación, a pesar de los obstáculos con que se topaba.

En los años 40 del siglo pasado Watson tomó conciencia de la realidad de la industria de la leche y fue entonces cuando dio el paso hacia el veganismo, aunque todavía no existía esta palabra. Él mismo fue quien la acuñó con unos amigos y así se fundó la Vegan Society.

Watson era miembro de la Vegetarian Society y veía una clara distinción entre las personas que eran vegetarianas por motivos únicamente de salud y aquellas preocupadas especialmente por cuestiones de tipo moral. En términos prácticos la diferencia se traducía en que los primeros, los comúnmente conocidos como vegetarianos, seguían utilizando cuero y lana porque no consideraban que perjudicase a su salud, además de beber leche y comer huevos, mientras que los segundos se preocupaban por las consecuencias que sus hábitos de consumo tenían también sobre los animales.

Así es como Watson y Shrigley llegaron a la conclusión de que emplear un mismo término para referirse a personas con inquietudes tan diferentes creaba confusión y, además, ocultaba el planteamiento ético de quienes se abstenían de consumir productos de origen animal y por eso adoptaron el término vegan, que es simplemente una abreviatura de la palabra vegetarian. Más tarde, en una entrevista realizada en 2002, Watson explicó que para crear el nuevo término había utilizado las tres primeras letras de la palabra vegetarian y las dos últimas «porque el veganismo comienza con el vegetarianismo y lo lleva hasta su conclusión lógica».

A la hora de definir el veganismo Watson lo hizo así:

El veganismo es una filosofía de vida que excluye todas las formas de explotación y crueldad hacia el reino animal e incluye una reverencia a la vida. En la práctica se aplica siguiendo una dieta vegetariana pura, y anima al uso de alternativas para todas las materias derivadas parcial o totalmente de animales.

Así, deja patente que la principal base del veganismo no es la ecología o la salud (ni la religión), como frecuentemente se piensa, sino el reconocimiento de los animales como sujetos morales.

Pero Watson no se limitó a sacar a la luz las injusticias que padecen los animales, sino que, al establecer un paralelismo entre la esclavitud humana del pasado y la situación que padecen los animales en la sociedad actual, expresó así en 1944 la idea de que las injusticias que sufren no son menos graves que las de los humanos:

Nuestra civilización actual está basada en la explotación de animales, de la misma manera que las civilizaciones del pasado estuvieron fundadas en la explotación de esclavos, y creemos que el destino espiritual del ser humano conducirá a que en el futuro contemplemos con horror el hecho de que el hombre se alimentó de productos hechos con los cuerpos de otros animales.

¿Quiénes son los/as veganos/as?

Generalmente, cuando se habla de personas veganas se recurre a una explicación negativa; negativa en el sentido de que se utiliza una negación: «Los veganos son los que NO comen carne, pescado, leche, huevos y NO utilizan cuero u otros productos de origen animal».

Esta explicación realmente no dice nada de por qué los veganos rechazan el consumo de esos productos. Como no se le ofrecen las razones, la gente imagina por sí misma los motivos que subyacen al veganismo, y se crean una imagen sesgada de las personas veganas y el veganismo. Hay quienes piensan, por ejemplo, que no comen carne porque les da asco, porque no les gusta su sabor, por llamar la atención, porque creen en la reencarnación, porque se lo ha aconsejado su dietista...

Si se dejase de decir lo que no hacen los veganos y se comenzase a emplear una definición positiva (afirmativa) del veganismo, la atención se centraría en los fundamentos de este: «Veganismo es, sencillamente, llevar una forma de vida respetuosa con los derechos de los animales». Con esta explicación los derechos de los animales sí ocupan el lugar destacado que merecen. Las preguntas que puedan surgir a partir de esta nueva definición irán dirigidas a los derechos de los animales. ¿Qué son los derechos de los animales?, ¿por qué los animales tienen derechos?, ¿cuáles son esos derechos? y ¿por qué esos derechos y no otros? Si se logra responder a esas preguntas se transmitirá una idea clara de qué es el veganismo, se desterrarán falsos mitos y se contribuirá a que las personas veganas se sientan comprendidas. Es decir, se establecerán las bases para su difusión.

Derechos de los animales

Cuando se habla de derechos de los animales no se alude a la acepción jurídica o legislativa del término derechos, sino que se hace referencia al sentido moral del mismo: a los derechos morales. Por ello, quienes reivindican que se respeten los derechos morales de los animales no necesariamente centran sus esfuerzos en cambios de tipo legislativo. Muchas personas se esfuerzan en lograr un cambio social más que una reforma legal o un cambio parlamentario. Consideran que lo fundamental es concienciar a la sociedad.

También hay, por supuesto, quienes persiguen que los cambios sociales vayan acompañados de cambios legales. Sostienen que no es suficiente con que una gran parte de la sociedad reconozca los derechos (morales) de los animales, sino que además estos deben estar respaldados por el sistema legislativo estatal (derechos legales).

Tras esta pequeña aclaración comentaré por qué los animales tienen derechos (morales).

Para que se le reconozca a alguien un derecho es necesario que tenga interés en tal derecho. Por ejemplo, un bebé tiene interés en ser atendido adecuadamente durante el parto y por consiguiente tiene derecho a ello, pero no tiene sentido que a un adulto se le reconozca el derecho a nacer con apropiada atención sanitaria.

Con los animales sucede exactamente lo mismo, a los animales se les deben reconocer unos derechos que convengan a sus intereses. Esto quiere decir que quienes reclaman los derechos de los animales no están pidiendo que se les conceda derecho al voto. Los animales no tienen ningún interés en votar y, por consiguiente, ningún defensor de los derechos de los animales demandaría que se reconociese tal derecho. Aunque bien es cierto que hay quienes intentan ridiculizar los derechos de los animales recurriendo a argucias de este tipo: difunden la idea de que los derechos de los animales consisten en llevarlos a las urnas o disparates similares. Si queremos entender en qué consisten los derechos de los animales, lo más sencillo es que nos paremos a pensar en cuáles son sus intereses. Esto es lo que vamos a hacer a continuación.

Los animales disponen de un sistema nervioso que les permite tener sensaciones. Dentro de esas sensaciones están aquellas que podríamos llamar agradables o placenteras y las desagradables (dolor, estrés, miedo, etc.). Como es lógico, los animales tienen interés en conseguir sensaciones agradables y evitar las desagradables. Dicho de otro modo, desean disfrutar de la vida en libertad y no sufrir. Además, tampoco quieren que se los mate.

En consonancia con estos tres intereses fundamentales, podríamos destacar los correspondientes tres derechos básicos de los animales:

1. El derecho a disfrutar.

2. El derecho a que no se les cause sufrimiento.

3. El derecho a la vida.

Gary Lawrence Francione resumía en 2010 estos derechos en uno solo:

Los animales tienen derecho a que no les tratemos como si fuesen recursos a nuestro servicio.

La noción de que los animales son seres con sentimientos, que no están en este mundo para servirnos a las humanas y que desean disfrutar de sus vidas, es una idea comúnmente aceptada desde una perspectiva vegana. De hecho el veganismo es exactamente eso, llevar a la práctica la idea de que los animales no son recursos a nuestro servicio, que sus vidas son suyas y que no nos pertenecen.

Es importante que quede claro que los derechos morales no se otorgan o se conceden, los derechos de los individuos forman parte de ellos, son intrínsecos, inherentes e inalienables. Por ejemplo, los derechos de las mujeres no son algo que hayan concedido los hombres, son suyos, forman parte de ellas y quienes no se sienten mujeres tienen la obligación moral de reconocer y respetar sus derechos, les guste o no. Del mismo modo, las humanas tampoco otorgan derechos al resto de animales, son suyos, forman parte de ellos; nosotras tenemos que limitarnos a aceptar y respetar sus derechos.

Que en la práctica no se respeten los derechos morales de los individuos no quiere decir que no tengan esos derechos: que haya sociedades en las que no se respete el derecho de una mujer a decidir sobre su cuerpo (por ejemplo, obligándola a casarse con una persona que no desea) no quiere decir que las mujeres en tal o cual cultura no tengan derecho a decidir sobre su cuerpo. Tienen ese derecho, pero no se respeta. Del mismo modo, cuando una mujer es violada en un país occidental se ha vulnerado un derecho (o varios) inherente a ella.

Como se ha señalado, los derechos morales son intrínsecos, forman parte de los individuos: las mujeres tienen derecho a decidir sobre sus cuerpos en China, Nueva York, Afganistán o Alaska. Esto refleja las diferencias entre los derechos legales, que cambian en función del momento histórico y la sociedad, y los derechos morales, que forman parte del individuo y que por tanto no varían según la localidad o el momento histórico.

Los animales también tienen derechos intrínsecos. Para explicar que los derechos morales de los individuos forman parte de ellos se pueden poner infinidad de ejemplos. Por ejemplo, tienen derecho a la libertad: aunque en los zoos, granjas, laboratorios, etc., no se respete el derecho a la libertad de los animales, no quiere decir que no lo tengan. Tienen derecho a ser libres, pero algunos humanos no lo respetan.

Liberación animal

El término derechos se asocia tan frecuentemente con los cambios legales o parlamentarios que hay personas que no quieren dar pie a que se produzca esta confusión, y optan por hablar de liberación animal.

De entre los tres derechos básicos de los animales (a la libertad, a que no se les cause sufrimiento y a la vida), quienes hablan de liberación animal ponen especial énfasis en el primero. Sin embargo, si lo analizamos con detenimiento comprobaremos que una persona que crea en el derecho a la libertad de un individuo necesariamente creerá en su derecho a que no se le cause sufrimiento, porque hacerlo implica atentar contra su libertad. Así mismo, cree en su derecho a la vida, porque al matarle también se le está arrebatando su derecho a decidir con libertad. Lo que nos lleva a concluir que hablar de derechos de los animales y de liberación animal, al fin y al cabo, es lo mismo, o al menos muy parecido.

El principio ético de igualdad

El principio ético de igualdad apunta que ante dos individuos que tienen el mismo interés, dicho interés será valorado por igual, independientemente de características irrelevantes: si una persona alta y una baja tienen el mismo interés, por ejemplo, en sentirse queridas, el interés de cada uno de ellos deberá ser valorado de la misma manera sin prestar atención a la estatura.

Este principio se aplica también a individuos de distintos grupos étnicos. Por ejemplo, el interés en no ser matado es igual, independientemente de que el sujeto sea de origen africano o asiático, y por lo tanto es igual de injusto matar a uno o a otro.

Quienes creen en los derechos de los animales aplican ese mismo principio a individuos de distintas especies. Por ejemplo, debido a que un animal tiene tanto interés en no ser víctima de tortura como un humano, es tan injusto causar sufrimiento a uno como lo es provocárselo a otro.

Por tanto la «raza», el sexo, la especie, la inteligencia, la orientación sexual, etc. no pueden ser óbice para valorar y respetar los derechos de un individuo.

Especismo

Igual que las ideas supremacistas de una raza se conocen como racismo, la discriminación de un individuo en base a su especie recibe el nombre de especismo. Este término fue acuñado por el psicólogo británico Richard D. Ryder en 1970.

El especismo surge de no aplicar el principio ético de igualdad, o sea, de llevar a cabo una discriminación moral arbitraria. Se trata, como hemos visto, de valorar más los intereses de un individuo en función de la especie a la que pertenece.

La forma más común de especismo es el antropocentrismo: considerar que los humanos y sus intereses son más importantes que el resto de animales y sus intereses, por el mero hecho de pertenecer a la especie humana. Pero hay más formas de especismo: creer que los intereses de un perro o un gato son más importantes que los de una gallina o una vaca sería otra de ellas.

La misantropía consiste en valorar menos a los humanos y a sus intereses que al resto de animales. Quienes creen en los derechos de los animales se oponen al especismo en cualquiera de sus modalidades; están en contra del antropocentrismo y de la misantropía a partes iguales.

En resumen, afirmar que el veganismo valora más a los animales que a los humanos es una estrategia para desprestigiar el movimiento de derechos de los animales; tal afirmación no se ajusta en absoluto a la realidad.

Maltrato animal

Maltrato quiere decir tratar mal a alguien. ¿Cuándo tratamos mal a alguien? Cuando no respetamos sus derechos.

Ya hemos visto que los derechos de un individuo coinciden con sus intereses (pero terminan donde empiezan los de otro). Por ejemplo, un niño tiene interés en recibir cariño, en sentirse escuchado, en ser atendido cuando está enfermo, en poder jugar, etc. Debido a que tiene esos intereses le corresponden unos derechos (tiene derecho a recibir cariño, a que le escuchen, a recibir atención sanitaria, a jugar, etc.); no satisfacer esos intereses supone no respetar los derechos del niño, y por supuesto estaríamos hablando de maltrato. Podemos afirmar entonces que hay formas de maltrato (como el maltrato por negligencia) que suelen pasar más desapercibidas que el maltrato físico, pero no por ello dejan de ser maltrato.

En el caso de los derechos de los animales ocurre exactamente lo mismo; los casos de maltrato animal no son exclusivamente aquellos en los que a un perro se le clavan alfileres en los ojos o cuando se mete a una camada de gatos en un saco y se los arroja a un río. Cada ocasión en la que no se respetan los derechos de los animales (cualquiera de ellos) es un caso de maltrato. Maltratar es torturar a un perro, pero también es maltrato que se separe, en una granja, a una vaca de su ternero, aunque el granjero no agreda físicamente a la madre o a su cría, porque la vaca tiene interés (y por lo tanto, derecho) en estar con su ternero y el ternero tiene interés (y derecho) en estar con su madre.

En sentido coloquial, es cierto, se habla de maltrato solo ante los casos más escalofriantes de violencia física hacia los animales. Conforme la sociedad se vaya concienciando de que los derechos de los animales son mucho más amplios que el derecho a no ser torturado físicamente, se hablará de maltrato también en otras situaciones.

Bienestarismo y abolicionismo

Si conoces a alguna persona activista por los derechos de los animales probablemente le hayas oído distinguir el abolicionismo del bienestarismo, y quizás no hayas visto con nitidez la diferencia. Intentaré hacer una escueta aclaración.

Igual que cuando hablábamos de maltrato decíamos que quiere decir tratar mal, cuando hablamos de bienestar decimos que significa estar bien. ¿Y qué individuos están bien? Aquellos a quienes se les respetan sus derechos. Aunque lo lógico sería que hablar sobre bienestar animal implicase hablar de derechos de los animales, en la práctica no es así. Coloquialmente, cuando se habla de bienestar animal o de normativa de bienestar animal se alude a ciertas formas de explotación animal que son bien vistas en nuestra sociedad. Son normas que se refieren al tamaño de las jaulas en las que se encierran a los animales, a la manera en que son degollados, etc. Quienes promueven reformas relacionadas con estas áreas son llamados bienestaristas.

Las defensoras de los derechos de los animales, por definición, reconocen el derecho de los animales a la libertad y a la vida, y por tanto no desean que se cambie la forma de enjaular, sino que se deje de enjaular; tampoco pretenden que se cambie la forma de degollar, sino que se deje de matar. Dicho de otra forma, lo que persiguen es la supresión (abolición) de la explotación a los animales, por eso son llamadas abolicionistas.

Dicho así parece claro que las abolicionistas son quienes creen en los derechos de los animales y abogan por que se dejen de explotar, mientras que las bienestaristas no creen que los animales tengan derecho a la vida y a la libertad. Admiten que sean explotados, siempre y cuando se procure reducir su sufrimiento.

La distinción entre abolicionistas y bienestaristas es bastante más conflictiva y polémica de lo que aquí se ha explicado. Hay gente que piensa que «mejorar» el modo de matar a los animales o ampliar el tamaño de sus jaulas son pasos hacia la erradicación de la explotación animal.

Hay otra parte que no está de acuerdo; creen que las citadas reformas son en realidad negativas: cuando las activistas piden que se cambie el tamaño de las jaulas de los animales están difundiendo la idea de que es aceptable enjaularlos. Advierten que muchas veces es la propia industria cárnica la que propone estas reformas para acallar las conciencias de quienes consumen productos de origen animal, de tal modo que se dificulta el cambio social.

El que alguien adopte una postura abolicionista o una bienestarista (o mejor dicho, neobienestarista) a veces obedece a cuestiones puramente estratégicas. No obstante conviene recordar que llamar a alguien que cree en los derechos de los animales bienestarista o neobienestarista puede interpretarse como un insulto, puesto que se le está diciendo que es una traidora a los animales y que acepta que se los mate o se los enjaule.

También se puede hablar del abolicionismo en un sentido crítico, ya que a veces se acusa a sus partidarios de «no tener los pies en el suelo»; se dice que buscan un cambio social tan grande que al final no lograrán nada.

Si queremos que dentro del movimiento de derechos de los animales se cree un clima propicio para el trabajo, se debe mantener una actitud dialogante y constructiva entre las distintas tendencias. Es posible que sea conveniente evitar el uso de ciertas etiquetas ofensivas. Criticar las estrategias de otras, aportar ideas y sugerir cambios es algo positivo: para avanzar, todos los movimientos sociales necesitan analizar sus fallos y resolverlos. No obstante, las críticas deben efectuarse siempre con el debido respeto.

1 A lo largo del libro procuraré alternar las formas masculinas con las femeninas, pero con el fin de agilizar la lectura no siempre será así. Pido disculpas si alguien se siente ofendido/a.

2 Palabras de Donald Watson en una entrevista que le hizo George D. Roger en diciembre de 2002.

Capítulo 2

LA JUSTIFICACIÓN DE LA DISCRIMINACIÓN DE ESPECIE

La sociedad en la que vivimos es absolutamente especista: desde pequeños se nos inculca la idea de que los animales están aquí para servir a los humanos y que podemos disponer de ellos según nos convenga. También se nos dice, es cierto, que no están justificadas determinadas formas de crueldad hacia los animales, pero la idea que predomina es que los intereses de los seres humanos merecen mayor consideración que los del resto de animales.

El cuestionamiento de este tipo de discriminación causa gran impresión en muchas personas (al menos a mí me lo provocó). Por una parte nos damos cuenta de que si dos individuos tienen los mismos intereses, es irrelevante la especie a la que pertenezcan; pero por otra parte somos conscientes de que llevamos practicando esa forma de discriminación toda la vida y que casi toda la sociedad la lleva a cabo. Nos resulta difícil aceptar que haya tanta gente haciendo algo que no es justo y asumir que nosotros también lo hemos hecho. Surge, dicho en otros términos, una disonancia cognitiva: una diferencia entre nuestra conducta (discriminar a los animales) y nuestras nuevas ideas (la creencia en el principio de igualdad).

Ante esta disonancia entre la creencia en el principio ético de igualdad a los animales y el hecho de que nosotros no lo aplicamos, caben tres posibles soluciones: a) Convivimos con la disonancia relegándola a un segundo plano; b) cambiamos nuestros hábitos para ajustarlos a las nuevas creencias; c) rechazamos los nuevos pensamientos y mantenemos los hábitos. A continuación comentaré estas tres posibilidades.

Primero, podemos aceptar la disonancia y convivir con ella, apartarla en cierta manera de nuestro pensamiento, sin darle mucha importancia. La gente que opta por esta solución dice cosas como: «Tienes razón, no estoy de acuerdo con la situación que padecen los animales, pero a mí me gusta mucho el jamón». Y a veces añaden: «Pero yo respeto que tú no lo comas».

A muchos veganos y veganas los irritan estos comentarios, porque la persona en cuestión admite que lo que hace es injusto pero aun así afirma sin tapujos que lo seguirá haciendo porque le gusta y le supone algún tipo de beneficio. Personalmente, considero que esta postura es honesta, quien hace este tipo de afirmaciones no está poniendo excusas, ni inventa o busca desesperadamente incoherencias en el mensaje de los derechos de los animales; tampoco manipula, ni recurre a insultos o a otras artimañas. Se limita a admitir que tiene sentido lo que se le ha expuesto pero que, con total sinceridad, no piensa en cambiar sus hábitos porque prefiere velar por sus intereses (disfrutar del sabor del jamón) antes que hacer algo que es justo (respetar los derechos de los animales).

Como segunda opción, ante la disonancia cognitiva podemos cambiar nuestro comportamiento ajustándolo a las nuevas creencias: adaptar nuestra forma de vida de manera que respetemos los derechos de los animales, es decir, hacernos veganos y veganas. Esta decisión es mucho más fácil de lo que se suele pensar, pero requiere algún esfuerzo. Aceptar que hemos estado participando durante mucho tiempo en algo que no es justo supone ya de por sí un esfuerzo personal, un esfuerzo de tipo cognitivo, pero un esfuerzo al fin y al cabo.

Hay personas que tienen una gran capacidad crítica consigo mismas, a quienes no les resulta difícil ver en qué se equivocan y buscar soluciones; otras, sin embargo, carecen de esta habilidad, piensan que todo lo que hacen está bien, que jamás cometen errores y detestan que otros les sugieran algún cambio. En mi opinión, lo realmente difícil de hacerse vegano es que seamos capaces de mirarnos a nosotros mismos y reconocer que algunos de nuestros hábitos vulneran los derechos de los animales y que sería conveniente cambiarlos.

Además del esfuerzo que implica el autoanálisis, la autocrítica y el cambio de postura, una persona que se hace vegana tendrá que informarse sobre aspectos de tipo nutricional. Para ser vegana no es necesario ser una experta nutricionista ni haber estudiado un curso de grado superior de Dietética, pero sí tener unos conocimientos básicos. En realidad, el esfuerzo que conlleva aprender a seguir una dieta equilibrada no solo lo deben realizar los veganos, sino también los no veganos. Si todo el mundo tuviese este tipo de conocimiento se evitaría que en nuestra sociedad hubiese una proporción tan elevada de personas con problemas nutricionales o relacionados con la alimentación.

Otro esfuerzo que deben de hacer las personas que deciden adoptar una forma de vida vegana es prestar atención a los ingredientes de los productos que consumen, así como aprender alguna receta nueva. A algunos, que no somos especialmente diestros en la cocina, esta fase de aprendizaje nos puede resultar al principio algo frustrante, pero con el tiempo, cuando aprendemos a hacer platos rápidos, sencillos y sabrosos, todos acabamos disfrutando de la cocina.

Otra tarea que deben hacer las personas que se hacen veganas es continuar informándose sobre derechos de los animales, al menos lo suficiente para que se sientan seguras consigo mismas y estén convencidas de que han tomado la decisión correcta.

Por último, un esfuerzo adicional que no podemos olvidar es el que supone aguantar los comentarios impertinentes que algunas personas harán cuando se enteren de que hemos decidido respetar los derechos de los animales.

Todos los pequeños esfuerzos que hemos comentado hacen que esta segunda manera de afrontar la disonancia cognitiva (entre nuestros hábitos y el principio de igualdad) no sea la más cómoda ni la que se elige con mayor frecuencia. Aunque sí es la más justa.

La tercera manera de enfrentarse a la disonancia cognitiva es posiblemente la más cómoda. Consiste en reafirmar nuestro comportamiento y rechazar sistemáticamente la idea de que los animales merecen respeto. Esto se puede efectuar de infinidad de formas, pero básicamente distinguiremos dos: insultando o atacando al emisor del mensaje, y atacando directamente el mensaje. A lo largo del libro se analizarán ambas estrategias, pero por el momento nos centraremos en la segunda. Vamos a ver cómo la gente justifica la situación actual de supremacía humana sobre los animales. Estas son las cosas que nos dicen:

1. Los humanos merecemos mayor consideración moral por el mero hecho de ser humanos

Esto no es un argumento propiamente dicho, por consiguiente no se puede rebatir. Es como si alguien dice: «Los españoles somos los mejores». Otro le pregunta: «¿Por qué?». «Porque somos españoles», responde el primero.

Es lo que se llama falacia del razonamiento circular, o lo que Aristóteles denominó demostración en círculo.

Quiero hacer un inciso para aclarar el significado del término falacia porque se va a repetir en las próximas páginas. Una falacia es un argumento que aparentemente tiene sentido y es correcto, pero que cuando se analiza detenidamente no cumple las normas de la lógica y que por tanto induce al error; es, dicho de otra manera, un engaño, una distorsión de la realidad. Por el contrario, el razonamiento lógico, llevado a cabo de manera correcta, respeta unas normas que nos permiten llegar a conclusiones válidas. Así, partiendo de unas premisas verdaderas, podemos llegar a conclusiones que también son verdaderas.

Volvamos a la persona que sostiene que los españoles son los mejores. Quien le pregunta en qué se basa para hacer tal afirmación espera recibir un motivo que:

—justifique esta afirmación; no puede ser un motivo irrelevante que no respalde la idea de que los españoles son los mejores. Se trata del criterio de relevancia.

—debe ser cierto para todos los españoles (porque cuando dice «los españoles somos los mejores» se refiere al conjunto de los españoles —y españolas—, no está hablando de algunos españoles sino de todos y cada uno de ellos). A esto se le llama el criterio de la totalidad del grupo; y por último

—ese rasgo de los españoles debe ser genuinamente suyo y distintivo, no poseerlo nadie más (porque si lo poseyesen personas que no son españolas entonces ya no estaría justificado que solo mencionase a los españoles y se excluyese al resto). Se trata del llamado criterio de la exclusividad.

Veámoslo con un ejemplo. Supongamos que en lugar de decir que los españoles son los mejores porque son españoles hubiese contestado que los españoles son los mejores porque son altos. Nos encontraríamos con que: