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Deseo 2165 El hombre que la dejó había vuelto, y le esperaba una pequeña sorpresa. Sadie Harris no había podido resistirse a los encantos del empresario Justin Carey y tampoco había conseguido convencerlo para que se quedara. Después, había cometido el error de ocultarle su embarazo cuando cada uno había seguido su camino. Ahora Justin había regresado para cerrar un trato con la familia de Sadie… y conocer a su hijo. Con los sentimientos a flor de piel, enseguida ambos pasaron de la cólera a la pasión, e incluso a algo más. ¿Estaría él dispuesto a quedarse esta vez?
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Seitenzahl: 185
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Avenida de Burgos, 8B - Planta 18
28036 Madrid
© 2021 Maureen Child
© 2022 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Más que un negocio, n.º 2165 - noviembre 2022
Título original: One Little Secret
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-1141-238-4
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
Justin Carey recorrió con la vista la sala de juntas y recordó por qué solía evitar aquellas reuniones familiares.
Llevaba ya media hora en las oficinas de la Corporación Carey y apenas habían avanzado. Para gestionar el legado Carey era necesaria una reunión familiar al menos una vez al mes y Justin las evitaba siempre que podía. No era que no quisiera pasar tiempo con su familia, pero no le interesaba lo más mínimo convertirse en un eslabón más de aquella cadena familiar.
El Centro Carey, básicamente un palacio de las artes escénicas, era la gran joya de sus posesiones. También tenían restaurantes, un exclusivo centro comercial llamado FireWood y docenas de propiedades inmobiliarias. Pero nada de eso interesaba a Justin.
Quería forjarse su propio destino, aportar sus propias ideas al legado Carey y no acabar inmerso en la nave nodriza.
Aun así, tenía que admitir que se habían producido cambios en los últimos meses. Sus hermanas Amanda y Serena eran incapaces de hablar de otra cosa que no fuera sus bodas. Y el mayor de los hermanos, Bennett, parecía casi… relajado, lo que resultaba desquiciante.
Bennett siempre había sido el más impulsivo de todos. Se pasaba la vida organizando horarios y listas, y desde que había llegado a la reunión aquella mañana, no había borrado de su cara una sonrisa de satisfacción. Recostado en la butaca de cuero negra, Bennett observaba a su familia con gesto benevolente. Era increíble lo que había cambiado Bennett desde que había descubierto el amor con Hannah Yates, propietaria de una empresa de construcción.
Mientras esperaba a que se retomara la reunión después de un breve receso, observó a sus hermanas Amanda y Serena, que hojeaban una revista de novias con avidez.
Lo único que no había cambiado había sido la relación entre sus padres. Lo que sus hermanos y él llamaban «la guerra de la jubilación» seguía en pleno auge. Su padre, Martin, le había prometido a su esposa que cuando Bennett se hiciera cargo de la Corporación Carey se retiraría y juntos harían todas aquellas cosas que siempre habían planeado. Pero ese momento había llegado y Martin seguía sin dar el paso. Así que la madre de Justin, Candace, se había ido de casa y estaba viviendo con Bennett.
Justin sonrió para sus adentros al recordar los esfuerzos de Bennett por sacar a su madre de su casa sin ningún éxito. Desde que Hannah se había ido a vivir con él, a Bennett no parecía importarle tanto. No era más que otro de aquellos cambios desconcertantes. Tal vez debería asistir a más reuniones de aquellas, sería la única manera de mantenerse al tanto.
–Candy, es hora de acabar con esto –dijo Martin Carey–. Tenemos dos hijas a punto de casarse y Hannah se ha ido a vivir con Bennett. Seguramente querrán tener intimidad.
–No me metas en esto –terció Bennett.
Justin permaneció callado, atento a la conversación.
–Candy, vuelve a casa y hablemos de nuestros planes de jubilación.
–No, Marty, no voy a volver a casa de momento. Estoy muy cómoda en casa de Bennett. De hecho, Hannah y yo estamos disfrutando mucho convirtiendo ese palacio en un hogar.
–¡Eh! –intervino Bennett de nuevo, y esta vez las hermanas de Justin levantaron la cabeza.
–Lo siento, cariño –dijo Candace agitando la mano en el aire–, pero sabes que es verdad. Además, Hannah tiene muy buen gusto. Ahora mismo están reformando la cocina, y el salón ya está pintado de un precioso color verde.
–No me importa lo que estéis haciendo en casa de Bennett –refunfuñó Martin.
–Pues debería. Está quedando precioso.
–Candy, te echo de menos –dijo Martin apretando los dientes–. Vuelve a casa, hablemos.
–Ya hemos hablado todo lo que teníamos que hablar –dijo Candace–. Sabes lo que tiene que pasar para que esto termine.
Justin hizo una mueca. Sabía lo mucho que sus padres se querían, pero también sabía que su madre era muy testaruda.
–No estás siendo razonable –dijo Martin.
–Has faltado a tu palabra.
–Claro que no –protestó.
–¿Acaso estamos en un crucero y no me he dado cuenta? –dijo Candace mirando a su alrededor.
Martin apretó la mandíbula y Justin quiso decirle a su padre que se diera por vencido. Candace Carey siempre se salía con la suya.
Mientras la familia seguía charlando, Justin se acomodó en su asiento y se quedó contemplando la escena como si fuera un extraño porque, en la práctica, lo era. En un mundo de trajes hechos a medida y grandes ambiciones, Justin era una oveja negra empeñada en seguir su propio rumbo. No le gustaba seguir órdenes y no tenía el más mínimo interés en el negocio familiar.
Nadie en su familia lo entendía.
Durante toda su vida el legado Carey había sido como un aro por el que se esperaba que pasara. Suponía que para algunas personas habría sido la promesa de un futuro resuelto, una senda que se abría ante él con un trazado perfectamente ordenado.
Pero para Justin, esa senda no conducía adonde él quería. Amaba a su familia, pero la idea de pasar todos los días de su vida detrás de una mesa era una condena. Hacía tiempo que había aprendido que tratar de complacer a la familia era una pérdida de tiempo. Siendo el más pequeño de los hermanos Carey, todos opinaban acerca de lo que debía hacer. La única manera de no guardarles rencor era poner tierra de por medio y hacer su propia aportación al legado Carey. Y ya lo tenía. Casi estaba listo para demostrarle a su familia que era algo más que el benjamín.
–De acuerdo, hablemos de la serie de conciertos de verano –dijo Bennett, y las conversaciones comenzaron a decaer.
La luz del sol llenaba la habitación, pero gracias a los vidrios tintados, la claridad se tamizaba. De las paredes colgaban retratos de la familia, así como fotos del Centro Carey, del restaurante y del centro comercial. Algún día también colgarían fotos de su contribución al negocio familiar. Lo estaba deseando.
–Lo tengo controlado, Bennett –dijo Amanda, sin levantar la vista de la revista.
–Gracias por tu atención, Mandy –replicó Bennett con ironía.
Ella levantó la cabeza para encontrarse con la mirada de su hermano.
–No es la primera vez que organizo nuestra serie de conciertos de verano, Bennett. Todas las noches están completas. Los artistas que repiten están encantados de volver y los nuevos están deseando tocar en el Centro Carey. La venta de entradas va muy bien y tengo que decir que ya tenemos los planos para el pub y el bulevar comercial entre el centro y el nuevo restaurante, y son fantásticos.
–¿Cuándo comienzan a trabajar en el nuevo proyecto? –preguntó Bennett sin dejar de mirarla.
–Ya sabes que Hannah está ocupada con la construcción del nuevo castillo de Alli y el muro de contención de casa de Jack, así que hemos buscado otro contratista para que empiece la obra. La excavación comenzará el mes que viene.
–Es una buena noticia –dijo Bennett–. En un par de semanas, Hannah habrá acabado con el castillo, pero tiene trabajo para los dos próximos meses. Por no mencionar que parte de su equipo está en mi casa construyendo un nuevo comedor de desayuno y pintando paredes.
–Estupendo –dijo Amanda–, no más beis.
–Muy graciosa –replicó Bennett.
–Bueno, sigamos a lo nuestro –continuó Amanda, señalando con la cabeza a su hermana–. Serena tiene algunas ideas nuevas para el programa Summer Stars, pero por mi parte, todo está en marcha –dijo y respiró hondo antes de quedarse mirando fijamente a su hermano–. Quisiera recordarte que me caso en unos meses y necesito tiempo para organizar la boda.
–Cierto –afirmó Bennett y dirigió la mirada a su otra hermana–. Muy bien, Serena. Los campeones del Summer Stars. ¿Ya hemos confirmado que actuarán este verano?
Serena asintió y sus rizos dorados ondularon sobre sus hombros.
–Por supuesto, Bennett. ¿Me tomas por incompetente?
–No, claro que no. Solo estaba intentando…
–¿Controlar? –preguntó Serena poniéndose de pie lentamente–. ¿Qué les hace pensar a los hombres que saben todas las respuestas y que solo nos tienen para su diversión?
–Yo no pienso…
–Sois todos iguales –dijo Serena y Justin se sorprendió al ver a su hermana con los ojos llenos de lágrimas.
–Espera –la interpeló Bennett, poniéndose en pie–. No pretendo controlarte, Serena, pero puedo hacerlo si quieres.
–Sinceramente, Bennett, podrías ser un poco más comprensivo. Cómo os gusta hacer piña.
–¿Qué está pasando? –preguntó Martin.
–No tengo ni idea –respondió Candace y miró con preocupación a su hija.
–Bennett –intervino Justin–, tal vez todos deberíamos tranquilizarnos un momento y…
–Mantente al margen –dijo Serena y se limpió una lágrima de la mejilla–. Tú, que nunca estás aquí, ¿vas a ponerte ahora del lado de Bennett?
–No me estoy poniendo del lado de nadie –protestó y miró a su hermano en busca de ayuda.
Pero Bennett estaba igual de confuso.
–¿De qué lado se supone que estoy? ¿De qué estás hablando?
–Jack –dijo secamente–. Quién si no Jack. Quiere casarse este verano, pero no hay tiempo. Ya es verano, por el amor de Dios. Prefiero esperar a Navidad.
–Claro, porque no tienes nada que hacer en Navidad –farfulló Justin.
–Tú también estás del lado de Jack.
–Cariño, esto no es ninguna tragedia –intervino Candace–. Ya se nos ocurrirá algo.
–Hoy no puedo lidiar con esto.
Serena salió de la sala y Amanda vio cómo se marchaba.
–¿Has visto lo que has conseguido? No puedo creer que seas tan insensible, Bennett. ¿Conoce Hannah esta faceta tuya? –preguntó Amanda recogiendo su revista–. Es muy poco atractiva.
Se marchó detrás de Serena y Bennett miró a Justin.
–¿De qué iba todo eso? ¿Cómo demonios hemos pasado del Summer Stars a hablar de que soy un insensible?
–A mí no me preguntes –contestó Justin y se volvió hacia Candace–. Mamá, ¿tienes idea de lo que está pasando?
Candace se puso de pie lentamente, miró a sus hijos y después a su marido.
–Lo que está pasando es que, una vez más, los hombres os negáis a escucharnos y, lamentablemente, eso incluye a Jack y probablemente a Henry también. Supongo que ninguno podéis evitarlo. Es algo que va con el género.
–Espera un momento –dijo Martin levantándose–. ¿Cómo he acabado metido en esto?
–Eres hombre y no escuchas.
Candace se dio media vuelta y abandonó la sala, seguida de Martin un par de pasos detrás.
–¿Qué demonios es lo que hemos hecho? –preguntó Justin mirando a Bennett.
–Nacer hombres. Me alegro de que esta vez hayas estado aquí para vivir este momento.
–Sí, claro, no sabes cuánto me alegro de haber sacado un hueco para venir a esta reunión familiar.
–Tal vez si vinieras más a menudo –terció Bennett frunciendo el ceño– podrías ayudarme a lidiar con nuestras hermanas.
–No, gracias –replicó Justin y se metió las manos en los bolsillos de la cazadora–. Tú eres el presidente de la compañía, es tu misión ocuparte de los marrones.
–Eso no venía en el contrato –farfulló Bennett.
–¿Papá te ha hecho firmar un contrato?
–No te molestes –dijo Bennett sacudiendo la cabeza y apoyando la cadera en la mesa–. Por cierto, ¿por qué has venido a la reunión de hoy? Por suerte, ha sido la reunión más breve de la historia.
Justin sonrió. Desconocía aquella faceta de su hermano.
–Vaya, Bennett, no sabía que no te gustaran estas reuniones. ¿Qué te ha pasado?
Bennett esbozó una medio sonrisa y su mirada se suavizó.
–Ha sido conocer a Hannah y he descubierto lo que es tener una vida.
Se refería a Hannah Yates, contratista y, al parecer, domadora de hermanos. Solo había coincidido con ella una vez, en una fastuosa cena en The Carey, el restaurante insignia de la familia que Hannah y su equipo habían reformado después del incendio. A pesar de que solo la había visto en aquella ocasión, Justin había advertido el cambio que había provocado en su hermano. Si Bennett Carey podía cambiar, cualquier cosa era posible.
–Solo he venido para agradecerte en persona el préstamo que me hiciste hace unas semanas. Hoy le he pedido al contable que te extienda un cheque para devolvértelo –dijo y se lo tendió.
En su interior dio las gracias a su abuelo por haber dejado a cada uno de los hermanos Carey un sustancioso legado. Aun así, había algunas trabas que superar cuando necesitaban disponer de ese dinero. No había podido esperar y Bennett había salido en su ayuda cuando más lo había necesitado, algo que Justin jamás olvidaría.
Bennett dejó el cheque sobre la mesa y se cruzó de brazos.
–¿Puedo saber para qué lo necesitabas?
Justin sonrió. Llevaba tres meses trabajando en aquel acuerdo, incluso más, teniendo en cuenta que había intentado cerrarlo año y medio antes. Había hecho el pago hacía dos semanas y no había vuelta atrás. Ya tenía marcado un rumbo y solo le quedaba demostrar a todos que sabía lo que estaba haciendo, que crear una nueva rama de la Corporación Carey era lo mejor para él.
–Aquí la Tierra llamando a Justin.
–¿Qué? –preguntó saliendo de su ensimismamiento.
–Te he preguntado para qué necesitabas el dinero. ¿Vas a contarme qué has estado haciendo estos últimos meses?
Todavía no estaba preparado para contárselo a su familia.
–Ya veo que no –dijo Bennett y suspiró–. Lo estoy viendo en tu cara.
–Pronto lo sabrás.
–Es lo que siempre dices, pero nada cambia.
–Ya verás como sí. Pronto, muy pronto.
Ese era el problema de ser el menor de los hermanos. Todos se sentían con derecho a opinar sobre su vida. Lo que él quería era forjar su propio camino, demostrar a su familia que, a pesar de no seguir las normas de la compañía, seguía siendo un Carey. Hasta la médula.
Un par de horas más tarde, Justin estaba justo donde quería.
En medio de un patio de pizarra, dirigió la vista hasta donde se perdía en la vasta extensión del Pacífico. Las pesadas nubes grises del horizonte amenazaban con acercarse. A su espalda tenía el hotel que sería su eslabón a la cadena de la familia Carey.
Todo dependía de aquello. Hacía años que había decidido no dejarse arrastrar por el negocio familiar. Aquella era su oportunidad de demostrarles a todos que había merecido la pena.
Allí en La Jolla, a pocos kilómetros de San Diego, estaba a dos horas del condado de Orange, en California, centro del universo Carey. Allí no era el más pequeño de los Carey, sino que podía ser quien quisiera.
Nunca sería feliz sentado detrás de una mesa y asistiendo a una reunión tras otra. Para Justin, ese tipo de vida le haría sentirse encorsetado. Quería a su familia, pero siempre había sentido que no acababa de encajar. Con el tiempo había dejado de intentarlo y había tomado la decisión de buscar su propio camino.
Su familia no lo entendía. Seguían viéndolo como la oveja negra, el rebelde. Pero en cuanto les dijera lo que estaba haciendo, tal vez eso cambiaría.
Envuelto en la fría brisa marina, Justin rememoró el final de la conversación de esa mañana con su hermano.
–Llevas meses evitando a la familia, Justin. Es hora de que nos digas qué estás tramando.
–Lo haré pronto.
–Eso es lo que dijiste el mes pasado.
–Créeme, Bennett, pronto lo sabréis todos –le había dicho.
–Muy bien. Me alegro de que hayas venido hoy. Espero que vengas a más reuniones familiares.
–No formo parte de la Corporación Carey.
–Eres parte de la familia Carey, Justin, y es hora de que empieces a comportarte como tal.
Al recordar la conversación, Justin sacudió los hombros. Le había molestado el último comentario de Bennett porque era verdad. Echaba de menos a la familia y no era su intención alejarse de ellos. Pero hasta que no hubiera puesto en marcha su negocio, se mantendría al margen.
Justin se quedó contemplando el océano embravecido y el romper de las olas en la arena. ¿Por qué demonios iba a preferir estar en una reunión en la sede de la Corporación Carey pudiendo estar allí, entre el mar y aquel hotel que sería su contribución al legado Carey?
Admiraba lo que había conseguido su familia, básicamente un templo de las artes, pero no era suyo. Nunca le había atraído de la misma manera que a sus hermanos. Incluso su hermana Selena había acabado formando parte de la compañía y, por lo que tenía entendido, se le daba muy bien. Pero Justin quería y necesitaba dejar su propia huella. En ese sentido, era igual que su padre y su hermano mayor. Tal vez ellos no se dieran cuenta, pero él sí.
–Hola –dijo una voz a sus espaldas–. Llevo media hora buscándote.
Justin se volvió y sonrió al ver a Sam Jonas acercándose. Alto, desgarbado, con el pelo rubio y largo, vestido con vaqueros y camiseta desgastados, Sam tenía el aspecto de lo que era: un surfista. También era copropietario de la empresa Construcciones Jonas e hijo a la que se había encargado la reforma del hotel.
–Hola, Sam.
–Debería haber imaginado que te encontraría aquí.
–Es difícil resistirse –admitió Justin.
En el agua había varios surfistas y un par de veleros, con sus velas hinchadas al viento.
–Es una vista espectacular.
–Desde luego.
Había conocido a Sam cinco años atrás, en la puerta de un pub en Irlanda, cuando ambos estaban recorriendo Europa con sus mochilas. Enseguida habían congeniado y habían pasado los siguientes meses viajando juntos.
Su amistad se había mantenido después del viaje. Sam se había ido a trabajar con su padre y desde entonces, Construcciones Jonas e hijo operaba en San Diego. Por su parte, aunque Justin no tenía ningún interés en el negocio familiar, a veces envidiaba a Sam por tener la posibilidad de hacer lo que le gustaba a la vez que complacía a su familia.
–¿Por qué me estabas buscando?
–Quería avisarte de que los decoradores están trabajando en las habitaciones del hotel.
–Buena noticia.
Con la fachada principal terminada, la que miraba hacia el océano, y la rápida reforma de las habitaciones, el hotel estaría listo para abrir al público antes de finales de mes.
–Y una cosa más. Las cabinas de tratamiento están terminadas también a excepción de algunos detalles de la iluminación que se completarán esta tarde.
–¿En serio? Vaya, ya veo que no has perdido el tiempo –dijo Justin sonriendo.
Apoyó los brazos en la barandilla de forja y se quedó mirando en dirección al viento.
–No me pagas por perder el tiempo, colega –observó Sam–. Solo nos falta por terminar las saunas y la piscina, todo lo demás está listo.
–Voy a tener que regalarte una buena botella de whisky.
–Desde luego –replicó Sam dándole un golpe en el hombro–. Que sea un escocés de quince años.
–Cuenta con ello –dijo Justin sonriendo–. ¿Algo más?
–Lo cierto es que sí. Una vez inaugures el hotel, quiero una de las mejores habitaciones para pasar un fin de semana.
–¿En serio quieres una habitación? –preguntó Justin sin borrar la sonrisa de sus labios.
–No para mí, sino para Kate.
Kate O´Hara, la prometida de Sam, era enfermera.
–Por supuesto, amigo. Cuenta con la mejor habitación del hotel. Todavía no comprendo cómo te eligió.
–Es una mujer con un gusto exquisito –afirmó Sam y se llevó una mano al pecho–. No puedo creer que la boda sea en tres semanas.
–¿No estás nervioso, verdad?
–Nervioso no es la palabra –respondió Sam encogiéndose de hombros–. Aterrorizado. ¿Qué hay de malo en fugarse para casarse? ¿Por qué tengo que casarme delante de doscientas personas?
–Porque es lo que quiere Kate y estás loco por ella.
Un par de segundos más tarde, Sam asintió.
–Es cierto, lo estoy. Bueno, como padrino de boda, ¿has preparado ya la despedida de soltero?
–Por supuesto. Va a ser épica.
En cuanto la organizara, porque se había olvidado completamente. Pero no iba a ser complicado.
–Que no sea la víspera de la boda o Kate se molestará. No quiere que me case resacoso.
–Mujeres… –dijo Justin dándole una palmada en la espalda a su amigo–. No te preocupes. Llegarás sobrio a la boda.
–Puede que esa no sea tampoco una buena idea.
Sin dejar de sonreír, Justin se volvió al percibir un movimiento, acompañado de un sonido y un olor. Todo su cuerpo se tensó en el instante en que la vio. Sam se volvió hacia donde Justin estaba mirando.
–Bueno, creo que será mejor que vuelva al trabajo.
–¿Qué? Ah, sí, de acuerdo. Ya hablaremos luego.
Con solo mirarla, Justin se había olvidado del amigo que tenía a su lado.
Al echar a andar, Sam pasó junto a la mujer que avanzaba hacia Justin.
–Buenos días, Sadie.
Ella sonrió, pero en cuanto se cruzó con Sam, borró la sonrisa de sus labios y en su rostro apareció la misma expresión gélida a la que lo tenía acostumbrado.
Sadie Harris, la única mujer que no había conseguido quitarse de la cabeza. La única que seguía apareciendo en sus sueños. La única que lo miraba con un desprecio que Justin disfrutaba.