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¿Qué secretos ocultaba su marido? Cuando su marido, Luke Talbot, se la llevaba a casa para protegerla después de haberla sacado precipitadamente de una fiesta de la alta sociedad, Abby se dio cuenta de que él tenía una doble vida. Sus secretos, por muy necesarios que fueran, hicieron que se sintiera insegura. ¿Cómo había podido casarse con aquel hombre, acostarse con él y entregarle su corazón sin saber quién era realmente? Sus mentiras no le dejaron otra opción que pedir el divorcio. Pero entonces descubrió que Luke no estaba dispuesto a dejarla marchar fácilmente...
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Seitenzahl: 153
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Avenida de Burgos, 8B - Planta 18
28036 Madrid
© 2007 Maureen Child
© 2024 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Entre el deber y el amor n.º 1561 - octubre 2024
Título original: THE PART-TIME WIFE
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 9788410741782
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
–¡Un brindis por las Debs! –dijo Abby Baldwin Talbot y brindó por sus cinco mejores amigas.
–¡Por nosotras! –exclamó Felicity y las demás también levantaron las copas.
Abby las miró y sonrió. Ellas eran los miembros originales del Debs Club. Juntas habían ido al instituto Eastwick y sobrevivido a su debut en sociedad. Emma, Mary, Felicity y Abby se conocían desde siempre y los lazos que las unían eran irrompibles. No obstante, sí eran lo bastante flexibles como para permitir la entrada de dos nuevos miembros. Lily y Vanessa se habían integrado muy bien y Abby ya no podía imaginarse la vida sin ellas.
«Sobre todo ahora», pensó para sus adentros. Como su mundo se estaba derrumbando, necesitaba el afecto y el cariño de sus amigas más que nunca.
–Bueno, siento estropear el momento –dijo Mary con una sonrisa–. Pero quiero bailar con Kane –su sonrisa se desvaneció–. ¿Estás bien, Abby?
–Sí, muy bien –esbozó una sonrisa. Tenía seca la garganta, así que bebió un sorbo de champán–. Venga, iros a bailar toda la noche.
–Eso suena bien –dijo Felicity.
–Ahora mismo voy –dijo Vanessa antes de mirar a las otras tres, que estaban al fondo de la sala de fiestas–. ¿Vais a venir, chicas?
–Yo sí –dijo Lily mientras se alisaba la falda del vestido sin necesidad.
–Iré en unos minutos –dijo Abby–. Sólo quiero quedarme aquí un rato.
–Vale –repuso Vanessa señalándola con el dedo–. Pero si no estás en la pista en quince minutos, vendré a buscarte.
Abby asintió.
–He captado la advertencia.
Vanessa y Lily se perdieron en la muchedumbre y Abby respiró hondo. Era agotador fingir alegría ante las personas que más quería, pero no estaba dispuesta a arruinar la fiesta en la que tanto habían trabajado.
–Has hecho un buen trabajo, Emma.
–Hicimos… un buen trabajo.
Casi todo Eastwick estaba presente en ese baile de otoño. Los diamantes relucían por todas partes y las mujeres llevaban vestidos en colores vivos que animaban la llegada del otoño. Todas se saludaban con abrazos y besos al aire antes de empezar a cotillear sobre los asistentes al evento. Vestidos de traje, los hombres hacían grupos para hablar de fútbol, la Bolsa… Pero eso a Abby le daba igual. Lo importante era que las Debs habían hecho brillar aquel club de campo. Bajo una luz tenue, una orquesta tocaba viejos éxitos y algunos clásicos del rock and roll. La fuente de champán, aunque algo cursi, había sido colocada en el centro de la habitación y los elegantes camareros se movían entre la multitud con bandejas de canapés.
El Club de las Debs.
Abby sonrió. Sus amigas y ella se habían puesto las Debs en honor al día en que habían debutado en sociedad. Entonces les había parecido algo anticuado, pero su amistad había resistido el paso del tiempo.
No obstante, todo había cambiado mucho. Abby miró a su alrededor y encontró a sus amigas. Habían pasado muchas cosas en los últimos meses y ya le parecía que todo el mundo contenía la respiración en espera del próximo bombazo. Pero… ¿quién podía culparles? El asesinato y la extorsión no eran algo común en Eastwick.
Los ojos de Abby se llenaron de lágrimas. Tenía la vista nublada pero no sabía si era por las lágrimas contenidas o por el champán que llevaba bebiendo desde su llegada. Debería haber comido algo, pero tenía un nudo en el estómago.
Todo era culpa de Luke. Su marido le había prometido que iría, pero las promesas de Luke Talbot no valían nada.
–¿Ab? –le preguntó Emma mirándola a los ojos–. ¿Te encuentras bien?
Llevaba mucho tiempo sin encontrarse bien y las cosas no hacían más que empeorar. Abby miró a su amiga y volvió a mentir.
–Estoy bien, Emma –puso una sonrisa artifical y respiró hondo–. De verdad. Estoy muy bien –al dar un paso adelante se pisó el largo vestido color burdeos y tropezó.
–Eh, cuidado –dijo Emma.
–Oh, siempre tengo cuidado. Soy yo. La cuidadosa Abby, la que siempre hace lo correcto. Siempre. ¿De qué estábamos hablando?
Emma frunció el ceño y miró a su alrededor en busca de las otras.
–Creo que deberías sentarte un rato. Te traeré algo de comer.
–No tengo hambre. Me lo estoy pasando bien. Sin preocupaciones –bebió un poco de champán y tomó a Emma del brazo–. Todas trabajamos duro para preparar esta fiesta. Sobre todo tú, así que hay que pasarlo bien esta noche.
–Creo que ya has tenido bastante por hoy.
–Emma –Abby balanceó la copa y derramó un poco de champán–. ¡Ups! Estoy bien. Estoy bien –dijo mientras Emma tomaba un par de servilletas de la bandeja de un camarero–. Todo está bien.
–Abby, ¿cuánto champán has bebido?
–No lo suficiente –la sonrisa que había mantenido toda la noche se desvaneció durante un instante.
El mundo se le estaba cayendo encima, pero nadie lo sabía, excepto ella y el hombre al que había creído conocer. ¿Qué dirían las Debs si supieran que había visto a un abogado para divorciarse de Luke? ¿Qué dirían si supieran que se había casado con un mentiroso infiel?
Abby respiró profundamente, se irguió y pestañeó hasta que se le aclaró la vista.
–Estoy bien, Emma. Ve a buscar a tu marido y divertíos. ¿De acuerdo? Yo me voy a sentar en la terraza.
–Hace mucho frío ahí fuera.
–Me pondré un chal. Estaré bien –para demostrarlo, se puso su estola negra de cachemira y dejó la copa en la bandeja de un camarero–. ¿Lo ves? Soy una chica buena. Anda, ve a bailar.
–Vale –Emma le dio un beso en la mejilla–. Pero vendré a verte dentro de un rato.
–Aquí estaré –dijo Abby con una sonrisa de oreja a oreja. «Sola», añadió en silencio.
Se quedó observando a Emma mientras se abría paso entre la multitud hasta llegar a los brazos de Garret, su esposo. Entonces empezaron a bailar. Abby sintió una punzada de envidia y pensó que era una amiga horrible. ¿Cómo podía envidiar la felicidad que tanto le había costado lograr a Emma?
Pero deseaba tanto volver a sentirse así… Aún recordaba cómo se había sentido al ver a Luke por primera vez: los rápidos latidos de su corazón, el vuelco en el estómago. Sin embargo, ya llevaba mucho tiempo sintiéndose sola y no quería más que llorar la pérdida de lo que ella y su marido habían tenido.
En esa abarrotada fiesta se sentía más abandonada que nunca. La música la envolvía y una suave brisa le llevó una ráfaga de voces alegres.
–No debería haber venido –susurró para que nadie la oyera.
No obstante, tendría que volver. Las Debs eran responsables del éxito de la velada y se lo debía a sus amigas.
Ojalá hubiera podido estar en otro lugar. Ya ni siquiera soportaba ser parte del club de campo porque nada era lo mismo. Ya nada era… seguro.
Un escalofrío le recorrió todo el cuerpo. En aquellos rostros no podía ver sino sospecha, culpa y miedo. Al descubrir que la muerte de su madre no había sido un accidente, sino un asesinato, Abby se había visto obligada a admitir que muchos de aquéllos a los que conocía no eran lo que parecían.
Y su marido era el primero. Pero a pesar de todo, deseaba que aquel hombre del que se había enamorado estuviera allí con ella.
Con tristeza, dejó que los recuerdos la invadieran.
Un día después de graduarse, Abby se embarcó en su primera aventura: dos semanas en París. Sola. Tenía en mente visitar la ciudad y sentarse en las terrazas de las cafeterías con un aire de aburrimiento, beber vino en el parque, ver la Torre Eiffel y deambular por Nôtre Dame.
Había planeado aquel viaje minuciosamente porque creía firmemente en la organización y los planes. Incluso había llevado un itinerario del que se deshizo cuando Luke Talbot se sentó a su lado en el vuelo de ida.
Lo vio entrar en el avión y contuvo la respiración hasta que él le sonrió al encontrar su asiento: justo al lado del de ella.
–Bueno, parece que este vuelo va a ser divertido –dijo antes de meter el equipaje de mano encima del asiento. Entonces se sentó y le extendió la mano–. Luke Talbot.
Al tocarle, Abby supo que aquel momento era… especial. Diferente. Un torrente de calor le recorrió el brazo hasta llegar a su pecho. Le miró a los ojos y no pudo apartar la vista.
–Abby Baldwin.
Él se resistió a soltarle la mano y cuando por fin lo hizo ella cerró el puño para no dejar escapar aquella energía.
–¿Es su primer viaje a París? –le preguntó él.
–¿Cómo lo sabe? –inquirió Abby.
–Hay emoción en sus ojos.
–¿De verdad? –dijo ella, algo decepcionada–. Y yo que quería parecer una mujer de mundo.
–Oh, esto es mejor. Créame.
A Abby le dio un vuelco el estómago cuando sus miradas se encontraron. Su cabello castaño oscuro parecía algo despeinado y llevaba un jersey gris con vaqueros. Parecía un estudiante, pero era muy sexy. Su aventura no podía haber empezado mejor. Un poquito de flirteo le iría bien.
–¿Y usted? ¿Es su primer viaje a París?
Sus ojos se oscurecieron durante un instante y entonces sacudió la cabeza.
–No. Suelo viajar por negocios.
–¿A qué se dedica?
–Soy analista en una empresa de software –sonrió–. ¿Y qué me dice de usted?
–Me acabo de graduar.
–Enhorabuena. ¿Qué estudió?
–Gracias. Estoy licenciada en comunicaciones y me diplomé en lenguas extrajeras.
–Oh, qué pena. Esperaba que necesitara un intérprete.
Abby sonrió.
–No necesito un intérprete –respiró hondo. No podía creerse que estuviera a punto de hacer aquello. Ni siquiera le conocía, pero algo en su interior le decía que debía conocerle–. Pero si está interesado, podría necesitar un guía en París.
Él esbozó una sonrisa que la hizo derretirse.
–Estaría encantado, Abby Baldwin.
Abby se sobresaltó y tuvo que agarrarse del asiento mientras despegaban.
–¿Le da miedo volar? –le preguntó mientras ponía la mano sobre la de ella.
–Un poco. Bueno, no me asusta volar, sino el despegue. Nunca creo que sean capaces de elevarnos en el aire.
Él la tomó de la mano.
–Créeme, Abby. El avión despegará y juntos descubriremos París.
Y eso fue lo que hicieron. Pasaron dos semanas juntos, comiendo creps y bailando bajo la Torre Eiffel al compás de músicos callejeros. Hicieron picnic a orillas del Sena y pasaron tardes enteras en una diminuta habitación de hotel, ajenos al bullicio de la calle.
Hicieron el amor durante horas y pronto descubrieron que sus vidas nunca volverían a ser igual.
De vuelta a la realidad, Abby se arropó en su estola y suspiró mientras se dirigía hacia la puerta.
Luke le había pedido matrimonio la última noche. Le había dado un beso delante del Louvre y había prometido amarla para siempre. Ciega de felicidad, ella nunca se había preguntado qué sentían el uno por el otro y no le había importado que él tuviera que viajar por negocios. El amor les había pillado por sorpresa y, después de tantos años, no era amor lo que les mantenía juntos, sino rutina, una rutina que era hora de romper.
–¿Champán, señora? –le preguntó un camarero.
En ese momento, Abby vio a un hombre que se abría paso entre la muchedumbre en dirección hacia ella. Era Luke. Por fin había llegado.
Abby no pudo evitar que se le acelerara el pulso con sólo mirarle. ¿Cómo podía quererle todavía, después de saber que llevaba años mintiéndole?
–¿Señora? –insistió el camarero–. ¿Más champán?
–Sí –dijo al agarrar la copa–. Creo que tomaré un poco más.
Luke Talbot se abrió paso entre la multitud con discreción sin quitarle ojo a su mujer. Llegaba tarde, pero no había podido evitarlo. Sabía lo mucho que Abby y sus amigas habían trabajado para que la fiesta fuera un éxito y quería estar allí. Por ella.
Pero él sabía que eso no era del todo cierto. Su esposa no estaba muy contenta de verle, pero él quería estar allí porque no soportaba estar lejos de ella. Sus viajes de negocios eran necesarios y así se lo había dicho a Abby antes de casarse, pero cada día se hacía más duro dejarla.
Cuando estuvo lo bastante cerca para mirar aquellos ojos azules, vio un destello de emoción. Ella estaba furiosa, aunque nadie más se diera cuenta.
–Cariño –dijo él, forzando una sonrisa–. Lo conseguí.
–Ya lo veo.
Él se inclinó para darle un beso, pero ella retrocedió y tropezó levemente. Luke se quedó mirando la copa de champán que tenía en la mano.
–¿Cuánto has bebido?
–Eso no es asunto tuyo, ¿no? –le espetó entre dientes.
Aunque furiosa, Abby siempre le dejaba sin aliento. Llevaba el pelo recogido en un moño del que asomaba una lluvia de mechones dorados. Se había puesto el collar de rubíes que le había regalado en su primera Navidad juntos, y aquella enorme piedra preciosa reposaba sobre su escote, y hacía juego con el traje rojo oscuro que llevaba puesto. Los pendientes también eran un regalo de aniversario y relucían como gotas de sangre sobre su blanca piel.
Luke se encogió de miedo ante aquella metáfora.
Abby no era alta, pero tenía un hermoso cuerpo. Era el tipo de mujer con el que soñaban los hombres, y él no había sido una excepción.
–¿Por qué has venido, Luke? –le preguntó enojada.
–¿Qué quieres decir? –respondió él mientras miraba a su alrededor por si los estaban escuchando.
–Quiero decir que no me puedo imaginar por qué te has molestado en venir.
–Te dije que vendría.
–Oh –asintió con la cabeza y esbozó una irónica sonrisa–. Y tú nunca me mientes, ¿verdad, Luke?
Él permaneció en silencio y metió las manos en los bolsillos para no agarrarla. Siempre elegía la respuesta más segura: responder a una pregunta con otra pregunta.
–¿Por qué habría de mentirte, cariño?
–Eso era justo lo que yo me preguntaba –Abby alzó la voz y atrajo algunas miradas.
–Abby…
Luke fulminó con la mirada al hombre que tenían al lado y éste se apartó un poco, pero siguió escuchando.
–Éste no es el lugar para…
–¿Para qué? –balanceó la copa y derramó algo de champán–. ¿Para hablar de por qué me miente mi marido?
Luke se puso tenso y la agarró del brazo, pero ella se echó hacia atrás rápidamente. La forma en que huía de él le dolió mucho.
–No te mentí –«hasta este momento», pensó avergonzado.
Había sido muy cuidadoso a lo largo de los años y siempre había camuflado la verdad a la hora de dar excusas. Aquellas verdades maquilladas le habían servido de consuelo durante muchas noches solitarias, a pesar de saber que estaba mintiendo a la mujer que amaba.
Pero tendría que haber sabido que no duraría para siempre.
–Mentiroso –susurró Abby con la voz herida–. Te llamé al hotel de Sacramento hace un par de días.
–Sí, lo sé. Hablamos durante media hora.
–¡Ah! –levantó la barbilla y lo miró desafiante–. Yo ya había llamado al hotel antes de eso –dijo y siguió de largo con paso vacilante.
Luke volvió a mirar la copa de champán. Había bebido demasiado.
–Abby…
–No tenía el número que me habías dado, así que llamé a información. ¿Quieres saber qué me dijeron? –el sarcasmo y el tono de su voz hizo volverse a muchos invitados.
–Creo que ya has bebido bastante champán –dijo Luke al quitarle la copa.
–¡Eh! Aún no he terminado.
–Oh, sí. Yo creo que sí –insistió Luke, asiendo la copa con una mano y agarrándola del brazo con la otra. Decidido, la condujo hacia la puerta y salieron al patio.
Fuera se oía un hilo de música y un leve murmullo. Las otras parejas que se habían atrevido a salir aquella fría noche de octubre se habían apartado en busca de privacidad.
Abby no tardó en soltarse y él la dejó ir. Desde allí se podía vislumbrar la penumbra del campo de golf, iluminado por la luz de la luna y algunas farolas. Los rayos de luz se derramaban en claros sobre la hierba y se hacían añicos sobre los árboles alineados a ambos lados de la calle. Oyeron el ruido del motor de un coche sobre el incesante murmullo del agua de la fuente que adornaba el patio.
Abby le miró y Luke habría querido estrecharla entre sus brazos, pero sabía que su abrazo no sería bienvenido. Ella tenía los ojos llenos del dolor que él le había causado.
Nunca había tenido intención de hacerle daño, pero siempre había sabido que al final ocurriría.