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SEIS NOCHES DE SEDUCCIÓN Para Tessa Parker lo más embriagador de su trabajo era su jefe. Sin embargo, no había conseguido que Noah Graystone la considerara algo más que su eficiente secretaria. Harta, presentó su dimisión, aunque accedió a ir con Noah a Londres de viaje de negocios y aprovecharlo para tener una aventura sin compromiso. ROMANCE CON UN MILLONARIO Las chispas saltan cuando Adie Ashby-Tate y Hunt Sheridan se conocen. Lástima que Hunt no crea en las relaciones. Sin embargo, Adie es una tentación demasiado grande para el millonario. Cuando ella accede a tener una aventura, Hunt aprovecha la oportunidad. La única regla es: sin compromiso. Pero puede que el espíritu navideño cambie las normas. CÓMO RESISTIR LA TENTACIÓN Tobias Hunt nunca había tenido la menor dificultad en dejar a las mujeres, hasta que conoció a Allegra Mallory y, para poder recibir la herencia que le correspondía, le obligaron a vivir con la tentación. Estaba convencido de que podría superar su intensa atracción hacia Allegra, especialmente después de que ella anunciara que estaba prometida. Pero al descubrir que el compromiso era falso, decidió imponer sus propias reglas.
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Seitenzahl: 557
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Avenida de Burgos, 8B - Planta 18
28036 Madrid
© 2024 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
N.º 541 - junio 2024
© 2021 Maureen Child
Seis noches de seducción
Título original: Six Nights of Seduction
© 2020 Joss Wood
Romance con un millonario
Título original: Hot Holiday Fling
© 2021 Fiona Gillibrand
Cómo resistir la tentación
Título original: How to Live with Temptation
Publicadas originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2021, 2021 y 2022
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-1062-809-0
Créditos
Seis noches de seducción
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Romance con un millonario
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Cómo resistir la tentación
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Capítulo Once
Capítulo Doce
Capítulo Trece
Capítulo Catorce
Capítulo Quince
Si te ha gustado este libro…
–Llama a Matthew –Noah Graystone miró a su secretaria, Tessa Parker–. Quiero saber cómo va la búsqueda de un distribuidor en Míchigan.
Tessa tomó nota en el iPad y dijo:
–Veo que va a llamar a las cuatro para ponerte al día.
Noah volvió a mirarla, esta vez fijamente, a los azules ojos.
–Ya sabemos que no lo va a hacer. Es un estupendo vendedor y tiene buenos clientes, pero informar a la hora convenida no es uno de los puntos fuertes de mi hermano menor.
Los tres hermanos Graystone trabajaban en la destilería Graystone Fine Spirits y habían convertido el sueño de su abuelo en una empresa multimillonaria. Pero Noah sabía, hacía tiempo, que ni su hermano ni su hermana estaban tan comprometidos con el negocio como él.
Su despacho, en la última planta de un edificio de Newport Beach, en California, tenía vistas al puerto y al mar, aunque él pasaba la mayor parte del tiempo mirando la pantalla del ordenador. El despacho era grande y lujoso. En las paredes colgaban fotografías de la destilería y las estanterías estaban llenas de los premios que habían ganado los licores que en ella se producían.
Pero faltaba uno, que Noah estaba resuelto a ganar: el del mejor vodka del mundo. El vodka Graystone era creación de su abuelo, y Noah centraba sus esfuerzos en ganar esa distinción en su recuerdo de él. Cuando lo hubiera conseguido, seguiría ganando todos los premios existentes. No se detendría ante nada.
–Sí, Matthew no respeta los horarios, pero tú eres tan puntual que le sacas las castañas del fuego.
Noah enarcó las cejas.
–¿Es una indirecta?
–Posiblemente –miró la tableta y dijo–: Tu hermana ha mandado un correo electrónico para decirte que tiene que hablar contigo de las ofertas que está llevando a cabo.
Su hermana Stephanie era la directora de operaciones, así que él no tenía por qué actuar como tal.
–Dile que haga lo que mejor le parezca. Además, hoy no tengo tiempo para otra reunión.
–Muy bien. Hablando de reuniones, y de esta no te puedes librar, la que tienes con la empresa que va a realizar las nuevas etiquetas se ha trasladado a las tres.
–¿Qué? –el horario de Noah era inamovible, y él esperaba lo mismo de las personas con las que trabajaba–. ¿Por qué?
–Parece que la canguro de la señora Shipman no puede ir hoy. Se reunirá contigo en cuanto llegue su madre para quedarse con los niños.
¿Por qué las familias con hijos se empeñaban, además, en dirigir empresas? O una cosa o la otra. Las dos a la vez no podían hacerse bien. Era el motivo principal por el que evitaba cualquier clase de compromiso con una mujer. Hacía tiempo que había decidido dedicar su vida a honrar a su abuelo y a enmendar lo que su padre había estado a punto de destruir.
Cuando deseaba a una mujer la tenía, pero no dejaba que se quedara mucho tiempo. Si eso lo convertía en un canalla, al menos era sincero.
Negó con la cabeza y murmuró:
–Me está bien empleado por arriesgarme con un empresa pequeña.
–Recuerda que hicimos un concurso para encontrar una nueva porque nuestro fabricante de etiquetas se había quedado anticuado.
–Lo recuerdo –fue idea de Stephanie. Recibieron miles de propuestas de empresas grandes y pequeñas y la publicidad aumentó las ventas durante meses.
–Pues tranquilízate y dale la oportunidad a la señora Shipman de demostrarte que te equivocas. Tiene muy buena reputación y sabes perfectamente que el logotipo que ha ideado es fantástico.
Noah la miró con el ceño fruncido. Llevaba cinco años trabajando para él. ¿Lo había visto relajarse alguna vez?
–Nada de eso importa, si sus hijos le impiden trabajar.
–No lo hacen. Solo la han retrasado un poco hoy. Y tú vuelves a hacer lo mismo.
–¿El qué?
Ella ladeó la cabeza y el cabello rubio se le desplazó hacia el hombro.
–Lo de que, si las cosas no se hacen como quieres, tenemos una crisis.
Noah la fulminó con la mirada y no le extrañó que ella no se inmutara. Había dejado de hacerlo un mes después de empezar a trabajar y a veces discutía con él, cuando creía que estaba equivocado. Ahora no se equivocaba. Casi nunca lo hacía.
Sin embargo, se había percatado de que le resultaba útil su sincera opinión, aunque él no estuviera de acuerdo con ella.
–Muy bien, la señora Shipman a las tres.
Ella apuntó algo en la tableta. Él fingió que no había visto la sonrisita de satisfacción que esbozó. A menudo, evitaba mirar a Tessa porque, como era su empleada, no era correcto que percibiera el aroma a flores de su cabello ni se fijara en las curvas de su cuerpo, que él no podía tocar. Así que, en vez de despedirla y contratar a una secretaria menos atractiva y eficiente, fingir era su única opción.
–No te olvides de que nos vamos a Londres dentro de unos días.
–Es poco probable que me olvide.
Él tampoco lo haría. Los premios internacionales a los mejores licores del año incluían los que se concedían a los mejores vodkas, y eso no se lo perdería por nada del mundo. Entre las grandes marcas que se presentaban, el vodka Graystone era un recién llegado, por lo que tenía pocas posibilidades de ganar. Pero el concurso era importante, porque se darían a conocer, se hablaría de ellos. Y, al año siguiente, lo ganaría y brindaría a la memoria de su abuelo.
–Tengo que zanjar algunos asuntos antes de que nos vayamos, entre ellos el de la nueva etiqueta. Espero que la señora Shipman venga.
–Lo hará. Y quedará zanjado el asunto a las tres, en vez de a las dos –dijo Tessa. Y añadió–: Creí que serías algo más comprensivo. Callie Shipman dirige la empresa de su difunto esposo. Quiere expandirla y crear algo para su familia. ¿Te suena?
Noah se tragó su respuesta. Claro que le sonaba, ya que era lo que él estaba haciendo con la destilería fundada por su abuelo.
–La diferencia está en que yo mantengo mis citas.
–Y ella también lo hará. A las tres.
Como no podía hacer nada al respecto, Noah se dio por vencido.
–Muy bien.
–El hotel Barrington de Londres nos ha enviado un correo electrónico para confirmar las reservas y asegurarnos que tendrás las cosas especiales que has solicitado.
–Perfecto –sabía que Tessa hacía las cosas bien, aunque a veces lo distrajera, como, por ejemplo, ahora: ¿por qué olía tan bien? Pero era la persona más organizada que conocía. La verdad era que no sabía lo que habría hecho sin ella los cinco años anteriores.
–¿De verdad necesitas sábanas de mil ochocientos hilos? –preguntó ella.
–Si las probaras, no me lo preguntarías.
–¿Es una invitación?
–No.
Ella no estaba flirteando, sino que tenía sentido del humor. Aunque si no fuera su secretaria… Largo cabello rubio, ojos azules como el cielo de verano, piel suave y blanca, alta y con más curvas de las que estaban de moda.
«Y la estás mirando. Basta», se dijo con firmeza.
–De acuerdo. El director del hotel también te ha conseguido el coche que quieres, aunque escapa a mi comprensión que tenga que ser un Aston Martin.
–James Bond –bromeó él.
–Claro –se dio golpecitos en la barbilla con el dedo–. Tal vez pueda conseguirte una reunión con M y Q.
Noah la miró, sorprendido.
–¿Te gusta James Bond?
–En dos palabras: Daniel Craig.
–¿En serio? ¿Es tu tipo?
–Veamos: guapísimo, fuerte, musculoso. Y, además, está el acento.
Él la miró con el ceño fruncido, aunque no sabía por qué le molestaba que a ella le atrajera un actor.
–Bueno, yo lo que quiero es su coche.
–Por supuesto.
–Me parece que no lo apruebas, pero me da igual.
–Muy bien. La embotelladora de Arizona tiene problemas para atender los últimos encargos que le hemos mandado.
–Son buenas noticias, porque eso significa que pronto tendremos que contratar otra embotelladora. Dile a Stephanie que comience a tantear el terreno.
Llevaba años trabajando para dar aquel paso adelante. Estaba muy bien que la familia tuviera dinero, ya que hacía más fácil dirigir la empresa. Sin embargo, reconstruir Graystone Spirits era la fuerza motriz de su vida y no pararía hasta que hubiera llevado la empresa a lo más alto.
–Graystone va a crecer como nunca y nos harán falta empresas que estén a la altura.
–Se lo diré a Stephanie.
–¿Algo más sobre el viaje a Inglaterra? –preguntó él.
Era importante tanto para él como para el futuro de la empresa.
Graystone llevaba veinte años hundiéndose; mejor dicho, hasta el momento en que él, hacía diez años, se había hecho cargo de la empresa y se había esforzado en cambiar de rumbo. Ahora se hallaba en el buen camino. Un día brindaría ante la tumba de su abuelo para decirle que su nieto había salvado su sueño.
Aunque la fortuna familiar procedía del whisky, su abuelo soñó con crear un vodka de primera clase como homenaje a su padre. Pero se dejó vencer por su espíritu competitivo y convirtió el whisky en una marca de fama mundial, y el vodka pasó a segundo plano. Trabajaba en él cuando podía y se juraba que un día sería tan famoso como las distintas clases de whisky de la destilería. Y podría haber sucedido, si el padre de Noah no hubiera tomado las riendas de la empresa y hubiera acabado con aquel sueño.
Jared Graystone quería el dinero de la familia, pero no le interesaba hacerlo crecer ni proteger las empresas que le proporcionaban el estilo de vida que tanto le gustaba. Eso no había afectado a la mayoría de los negocios, porque los protegía la junta directiva. Sin embargo, el vodka Graystone se quedó solo, por lo que a Jared le resultó muy fácil hundirlo.
Se dedicó a las mujeres y la buena vida y murió como había vivido: en un coche, con su última amiga, los dos borrachos, despeñándose por un acantilado y cayendo al mar.
Después de tantos años, a Noah, su padre le seguía produciendo ira y vergüenza.
–¿Noah?
Parpadeó y abandonó sus pensamientos. Tessa lo miraba inquisitivamente.
–¿Estás bien?
–Sí –se obligó a centrarse en el presente y olvidar el pasado.
–Ya –Noah percibió la curiosidad en su voz, pero no iba a satisfacerla. Al final, Tessa se encogió de hombros y siguió hablando.
–Están revisando el avión para que esté a punto para el vuelo. Y tu madre ha vuelto a llamar.
Noah se recostó en la silla. Su madre se había vuelta a casar y vivía en las Bermudas, de lo cual él se alegraba. Era indudable que había tenido que soportar lo indecible por culpa de su padre. Se merecía ser feliz, Sin embargo, él no tenía tiempo ni ganas de oírla decir que estaba desperdiciando la vida por trabajar; de que le recordara que su querido abuelo había pasado más horas en la empresa que con su familia; que el tiempo pasaba y, si no hacía algo pronto, acabaría siendo el multimillonario más solo del mundo.
No se sentía solo. Nunca lo estaba, a no ser que lo deseara. Tenía amigos. Tenía mujeres cuando le apetecía. Y en cuanto a trabajar en exceso, no había hallado otra cosa que lo cautivara tanto como la empresa y su deseo de convertir el vodka Graystone en el mejor del mundo. Y si debía pasarse la vida trabajando para conseguirlo, lo haría.
–¿Ha dejado un mensaje?
Tessa consultó las notas de la tableta.
–Ha dicho, textualmente: «Dile que no puede evitarme eternamente».
No la evitaba. Simplemente, estaba ocupado.
–La llamaré después.
Tessa lanzó un bufido.
–¿A qué viene eso?
–Sabes perfectamente que no vas a hacerlo.
–¿Ah, sí? –contratacó él.
–No quieres que te diga que tienes que tener una vida fuera de la empresa.
–La tengo, gracias.
–Seguro.
Noah alzó la vista y la miró enojado. Tenía el rostro tenso. En los cinco años que llevaba trabajando para él, nunca había observado nada en ella que no fuera profesional. ¿Por qué ese día no era así?
–¿Qué te pasa?
Tessa respiró hondo.
–Intento hallar el modo de decirte que lo dejo.
–¿El qué? –preguntó él con el ceño fruncido.
Ella puso los ojos en blanco.
–El trabajo, Noah. Renuncio.
–No seas absurda –dijo él riéndose.
–No lo soy –Tessa lo observó, esperando a que procesara lo que le acababa de decir. Cuando lo hizo, la miró desconcertado.
–¿Hablas en serio?
–Totalmente –llevaba varios meses meditándolo y había llegado a la conclusión de que la única manera de tener vida propia era dejando el trabajo y al hombre al que quería. Y cuanto antes, mejor.
–¿Por qué vas a dejarlo? –preguntó él al tiempo que se levantaba de un salto.
No podía explicarle el motivo fundamental de su renuncia. No iba a decirle que llevaba enamorada de él prácticamente desde que habían comenzado a trabajar juntos. Sería penoso.
Así que él dio el segundo motivo, que, en cierto modo, era tan importante como el primero.
–Porque quiero tener tiempo para centrarme en mi negocio. He ahorrado el dinero suficiente para ser autónoma.
–¿Tienes un negocio?
Tessa quiso lanzar un suspiro, pero no se molestó en hacerlo. Ya le había hablado de eso varias veces, en los dos años anteriores, pero, si no tenías «vodka» estampado en la frente, ni te escuchaba ni te veía.
–Sí. Hago velas, lociones y jabones y los vendo en internet. Y las ventas comienzan a subir. Quiero dedicarme a eso.
Él se pasó las manos por el rubio cabello y negó con la cabeza.
–Si has montado el negocio mientras trabajabas aquí, ¿por qué vas a dejar de hacerlo?
Porque no podía soportar seguir llegando al despacho otros veinte años y continuar enamorada y fingir que no lo estaba; porque no le gustaba concertarle citas para cenar con una modelo o una actriz; porque no le gustaba comprar regalos a mujeres con las que se acostaba una noche y mandárselos con una nota de agradecimiento y despedida. Todo tenía un límite.
–Porque, a diferencia de ti, Noah, quiero tener una vida fuera del despacho.
–Acabas de decirme que la tienes.
–No. Lo que tengo son cortos periodos de tiempo que puedo dedicar a mi trabajo, porque estoy de guardia para ti las veinticuatro horas del día, fines de semana incluidos.
–Exageras.
–¿Ah, sí? ¿Dónde estaba el domingo pasado por la noche? En tu ático, porque me llamaste a las once y media para decirme que se te habían ocurrido una serie de ideas para los vodkas varietales que vas a producir la primavera que viene. Me necesitabas para que investigara y me asegurara de que íbamos a crear algo nuevo.
–Fue algo inusual.
–¿En serio? El día antes estaba con una amiga y me mandaste un mensaje para decirme que fuera al despacho a recoger el archivo de Finnegan y te lo llevara a casa.
Había estado en su casa, en los acantilados de Dana Point, innumerables veces durante los cinco años anteriores. Pero, pensó ella, nunca había subido al piso superior ni había estado en su dormitorio. Para ella era la tierra prometida, y probablemente nunca la vería, porque él no la miraba de una forma que le indicara que verdaderamente la veía.
–Era importante. El viejo Finnegan trataba de impedir la fusión y…
Ella no lo dejó acabar porque, cuanto más hablaran de aquello, más le parecería que hacía años que debería haberse marchado. Nada iba a cambiar entre ellos, por lo que seguir allí esperando que las cosas fueran distintas no la ayudaba en absoluto.
–¿No te das cuenta? Siempre es importante, Noah. Dejé a mi amiga en el cine, vine aquí, agarré el archivo y me pasé las diez horas siguientes en tu casa trabajando –frunció el ceño al recordarlo y añadió–: Acabé durmiendo en el sofá del salón porque, por muy motivado que estés, yo necesito dormir. Y, después de todas las molestias, acabé con tortícolis.
–¿Se trata del sueldo? Te lo subiré.
Ella volvió a suspirar, sin poder evitarlo. Él no lo entendía, y estaba segura de que lo hacía a propósito.
–No se trata de dinero.
Él rodeó el escritorio y se detuvo frente a ella. Durante unos segundos, Tessa tuvo la fantasía de que la tomaría en sus brazos y le declararía que la amaría eternamente. Estuvo a punto de echarse a reír.
–¿Quieres un coche de la empresa?
–No me escuchas. Tampoco quiero un coche, sino una vida propia, Noah. Y si sigo trabajando para ti, no la tendré –observó el lujoso despacho y se detuvo a contemplar el mar por los ventanales, antes de volver a mirarlo–. Acabaré como tú, que solo vives entre estas cuatro paredes, sin tiempo para la amistad ni el amor.
–¿Lo dices en serio? ¿Mi madre no ha podido hablar conmigo, pero lo ha hecho contigo?
–Aunque no te lo creas, no me hace falta que tu madre me diga que es importante tener a alguien a quien querer.
–No te impido hacerlo.
Claro que se lo impedía, porque era a él a quien quería. Pero estaba tan ciego a todo lo que no fuera el vodka Graystone que ni siquiera la veía. Para él, era una eficiente pieza del mobiliario del despacho, una buena impresora, un ordenador de primerísima calidad.
–No quiero discutir contigo, sino decirte que me marcharé dentro de quince días. Si quieres que entreviste a candidatos al puesto, lo haré.
–No –se metió las manos en los bolsillos–. No quiero seguir hablando de esto ahora. Llama a Finnegan. Tengo que ultimar algunos detalles.
–Muy bien –Tessa se dirigió hacia la puerta.
–Esto no se ha acabado, Tessa.
–Me temo que sí, Noah.
Salió del despacho sintiéndose como la superviviente de un naufragio que ha alcanzado la playa. Le temblaban las piernas y tenía el pulso acelerado, pero lo había hecho: había presentado su dimisión. Ahora solo tenía que resistir otras dos semanas.
Tessa conocía muy bien a Noah, y sabía que intentaría por todos los medios que se quedase.
Tessa se detuvo y respiró hondo. No había sido fácil, pero lo había hecho. Y había sobrevivido.
Y, al cabo de dos semanas, sería libre . Trabajaría desde casa en su propio negocio. No tendría que ir allí todas las mañanas y estar con un hombre que la miraba sin verla. Aunque no toda la culpa era suya, se dijo. Suponiendo que él se sintiera atraído por ella, como era su jefe, no podía decírselo. Pero Tessa llevaba cinco años pensando eso mismo, y ya no se lo creía. Noah jamás había dado muestras del más mínimo interés por ella. Así que, en vez de seguir deseando a un hombre que no la veía, había llegado el momento de marcharse.
El teléfono de su escritorio estaba sonando.
–Despacho de Noah Graystone.
–Hola, Tessa.
Matthew Graystone llamaba siete horas antes de lo acordado. El hermano de Noah era impredecible.
–Hola, Matthew. ¿Qué tal el viaje?
–Muy bien. Por eso tengo que hablar con el jefe.
–Te lo paso.
–Gracias.
Llamó a Noah para decirle que su hermano estaba al teléfono.
Cuando colgó, se sumergió en el trabajo, cosa que siempre hacía para mantener la mente ocupada. Al cabo de una hora, sin embargo, tuvo que reconocer que esa vez no le servía. Ya que había puesto en marcha su plan, no dejaba de preguntarse si había hecho lo correcto.
Claro que sí. Pero una vocecita en un rincón del cerebro le insistía en que no volvería a ver a Noah, lo cual hacía que se replanteara la situación. Y eso era exasperante, porque la razón de su renuncia era poner distancia entre ambos.
Llevaba años soñando con él. Ya era hora de reconocer que sus sueños no se convertirían en realidad. «Pero», le susurraba la traicionera voz, «¿cómo vas a renunciar a lo que nunca has tenido?».
Con el ceño fruncido, buscó el programa de Noah para los premios internacionales al mejor vodka. Mientras hacía correcciones y tomaba notas, la vocecita seguía insistiendo.
«Sexo, Tessa. Me refiero al sexo».
Lo había tenido muchas veces. Incluso había estado prometida una vez, hasta que él la engañó con su mejor amiga. De todos modos, se dijo que era mejor haber descubierto antes de la boda que su prometido era un canalla mentiroso. Y su antigua amiga era aún peor.
Esa fue una de las razones por las que se marchó de Wyoming y se fue a vivir a California, para empezar de nuevo. Sus padres seguían felizmente casados. Su hermano mayor estaba casado y tenía hijos, e incluso sus primos tenían pareja o estaban casados, lo cual hacía que se sintiera mal en las reuniones familiares. Por eso hizo la maleta y se marchó. Ahora solo se relacionaba con todos ellos por teléfono.
Así que por supuesto que había tenido sexo.
«Pero no con Noah».
Claro que no. Era su jefe.
«Ya no».
Dejó de teclear. Frunció el ceño, pero no consiguió rechazar lo que la molesta vocecita le sugería.
Dos semanas después se habría marchado. Dos semanas más y Noah desaparecería de su vida. Pero ¿acaso formaba parte de ella? Sí, ya que se había pasado casi todos los días de los cinco años anteriores con él, e incluso alguna noche, aunque no del modo que hubiera deseado.
«Tal vez sea sexo lo que necesites».
La voz se estaba volviendo irritante, porque tenía razón. Si iba a despedirse de Noah para siempre, ¿por qué no gozar de una noche de sexo memorable? Sabía que sería memorable porque no había más que ver a Noah.
«Técnicamente, ha dejado de ser tu jefe».
Era cierto. No había nada, ni legal ni éticamente, que se interpusiera entre ellos.
«Así que si no hay nada que te lo impida, ¿qué te detiene?».
Suspiró y volvió a teclear, aunque sin prestar atención a lo que aparecía en la pantalla. Solo pensaba en Noah.
En seducirlo.
Y no hallaba ningún motivo para no hacerlo. ¿Por qué no iba a conseguir, antes de marcharse, aquello con lo que llevaba soñando cinco largos años?
* * *
–¿Me estás escuchando? –la voz de Matthew sonaba enojada.
–¿Qué? –Noah volvió a prestar atención a su hermano–. Claro que te escucho. Tienes al distribuidor de Nashville.
–Ya veo que desbordas de entusiasmo.
–Lo siento. Buen trabajo. ¿No ibas a conseguir un distribuidor en Michigan?
–Sí, eso ya está. Considera lo de Nashville un extra. Me han comunicado el acuerdo esta mañana y he pensado en decírtelo inmediatamente, ya que llevamos seis meses detrás de él.
–Muy bien –Noah giró la silla para contemplar el mar por el ventanal. La vista debería haberlo calmado, pero no lo hizo.
–Me parece que te debes estar muriendo o algo así. Es la primera vez que muestras esa falta de interés por el negocio.
–¿Cómo? –Noah dio la espalda a la ventana y trató de concentrarse–. Claro que me interesa. Me alegro de que hayas conseguido un acuerdo con ambos distribuidores.
–Ya –dijo Matthew–. ¿Qué te pasa?
Noah dirigió la vista a la puerta del despacho. Al otro lado, Tessa estaba sentada al escritorio, como los cinco años anteriores. Nadie entraba en el despacho, si ella no le daba el visto bueno. Se sabía los nombres de todos los empleados de Graystone Spirits y, probablemente, también los de sus hijos.
Tessa tenía al día los horarios y obligaciones laborales de su jefe y se podría afirmar que dirigía la empresa.
Llevaban cinco años formando un equipo estupendo y, de repente, ¿ella decidía que se había acabado? No se lo creía. Tenía que haber algo más y estaba dispuesto a averiguarlo.
Su hermano seguía esperando una explicación, así que le dijo:
–Tessa me acaba de presentar su dimisión.
–¿De verdad? –Matthew parecía tan desconcertado como él, lo cual hizo que se sintiera mejor–. ¿Por qué?
–Dice que quiere tener vida propia. ¿Qué demonios tiene ahora?
–Un empleo.
–Un muy buen empleo. Nunca se ha quejado.
–Entonces, pregúntate qué le has hecho.
No lo había pensado. Si algo la hubiera molestado, se lo habría dicho.
–Nada.
–Pues algo ha tenido que provocar esa situación, así que habla con ella para saber qué le pasa. Tú eres quien resuelve los problemas, Noah. Si este no lo solucionas tú, nadie lo hará.
Era cierto. Desde niño, Noah siempre examinaba una situación y hallaba la mejor salida.
–Tienes razón.
–Vaya –dijo Matthew riéndose–, ha merecido la pena llamarte solo para oírtelo decir.
–Pues no te acostumbres. ¿Hay noticias del distribuidor de Kansas City?
–Sí, ya lo he llamado y espero su respuesta. Mañana tomaré un avión para allá para conocerlo en persona.
–Muy bien. Háblame del acuerdo con el distribuidor de Nashville –solo oyó a medias lo que su hermano le dijo, porque su cerebro buscaba una solución al problema de Tessa.
–Lo he hecho.
Después de trabajar, Tessa se sentó a la mesa de la cocina de su vecina Lynn y agarró la copa de vino que le había servido. Dio un trago largo para que el vino, frío y seco, calmara la inquietud que llevaba horas sintiendo.
Noah se había pasado casi todo el día tratando de convencerla de que no renunciara. Le recordó lo bien que trabajaban juntos, cosa que ella ya sabía; lo mucho que habían conseguido y que, si se marchaba, el equipo se rompería.
Pero solo había conseguido aumentar su necesidad de marcharse. Ya no soportaba pasarse todo el tiempo con él. Estaba cansada de luchar contra su atracción por él.
–Enhorabuena –dijo Lynn sonriendo–. No creí que lo harías.
Lynn tenía buen corazón. Era la «madre» del barrio, aunque solo tenía treinta y cinco años. Todo el mundo sabía que, si necesitaba ayuda, había que ir a verla.
–Gracias por tu apoyo.
–Venga, sabes que estoy de tu lado. ¿Cómo se lo ha tomado?
–Me ha ofrecido un aumento de sueldo.
–Típico de un hombre –afirmó Lynn riendo–. Si hay un problema, se resuelve con dinero.
Tessa asintió.
–Se ha quedado atónito cuando se lo he dicho.
–¿Cómo no iba a estarlo? Llevas allí cinco años, cariño. Y le haces todo, salvo cortarle el cabello.
Tessa dio un sorbo de vino y no dijo nada. ¿Cómo iba a contarle a Lynn que se lo había cortado una vez? Solo las puntas, porque a Noah no le gustaba lo ondulado que lo tenía y estaban en su avión privado, de camino a una reunión. Por eso le pidió que se lo cortase. Pero no iba a decírselo a Lynn, ya que sería el cuento de nunca acabar.
Desde hacía dos años, cada viernes, Tessa y sus vecinas se reunían en casa de una de ellas a tomar una copa de vino y unos aperitivos. Ese viernes, la reunión era en casa de Lynn, que preparaba los mejores aperitivos.
Tessa agarró un espárrago envuelto en panceta y suspiró. Estaba buenísimo.
–¿En que piensas? –preguntó Lynn.
–Me preguntaba por qué Carol y tú no pesáis cien kilos. Se te da muy bien cocinar.
–Incluso he conseguido que mis hijos coman verdura –dijo Lynn sonriendo–. Verás –se volvió y gritó–: Jade, Evan.
La niña y el niño, de diez y ocho años respectivamente, llegaron corriendo.
–¿Queréis un espárrago? –preguntó su madre.
–¡Claro! –Jared agarró uno y le dio un gran mordisco. Evan tomó otro, le quitó la panceta y dio el espárrago a su madre. Cuando se fueron, Tessa se echó a reír.
–Uno de dos, no está mal –dijo Lynn con ironía.
Carol llegó en ese momento, dejó el bolso en la encimera y se dirigió a la mesa. Besó a su esposa antes de agarrar un copa de vino.
–¡Qué bien volver a casa! –se dejó caer en una silla y se sirvió vino.
–¿Has tenido mucho trabajo?
–No os hacéis una idea. Ha venido un grupo de madres con sus hijos, once en total, porque uno tenía varicela y querían que examinara a los otros, por si acaso. Y les he dicho que llevarlos juntos, como si fueran un rebaño garantizaba que todos se contagiarían.
Carol era una excelente pediatra. Le encantaban los niños. Eran los padres los que a veces la enojaban. Su largo cabello rubio estaba recogido en una cola de caballo y sus grandes ojos azules parecían cansados.
–¿No se les vacuna ahora contra esa enfermedad? –preguntó Tessa.
–Claro que sí, pero los padres no se las ponen a sus hijos. No te creerías…
–No estamos aquí para hablar de trabajo –dijo Lynn mirando severamente a su esposa–. Tampoco para quejarnos. Al menos hasta que hayamos bebido lo suficiente para que todo nos dé igual.
Carol fue a protestar, pero se contuvo.
–Tienes razón, cariño. Que corra el vino.
Tessa sintió envidia, como siempre que estaba con sus amigas. Las dos mujeres tenían la mejor relación que había visto en su vida. Discutían, como todo el mundo, pero siempre se apoyaban mutuamente. Casi se palpaba el amor entre ellas. Llevaban juntas quince años y seguían siendo felices.
Los niños estaban en el salón viendo una película. Desde la cocina se oían sus risas. Lynn acercó el plato de queso y galletas saladas a Carol y le dijo:
–Lo ha hecho.
–¿Quién ha hecho qué?
–¿Quién crees? –preguntó Lynn riéndose–. Tessa ha dejado el trabajo.
–¿En serio? –preguntó Carol mirándola con los ojos como platos.
Tessa reprimió un gemido. ¿Sus amigas estaban orgullosas de que renunciara a un empleo que le encantaba?
–Por favor, chicas, no es un milagro ni nada parecido. Simplemente he dado el aviso de que me marcharé dentro de dos semanas. No es nada del otro mundo.
Carol alzó la copa.
–Claro que no es nada del otro mundo, salvo porque llevas dos años hablando de ello.
–Creo que es la señal de que se acerca el apocalipsis –susurró Lynn.
–Muy graciosa –Tessa hizo una mueca y agarró otro espárrago.
–Vamos, cariño, estamos bromeando –dijo Lynn.
–Sí –intervino Carol–. Y nos alegramos de que por fin lo hayas hecho. Ahora tienes que mantenerlo.
–Sé que bromeáis, pero ya vale –Tessa dio un sorbo de vino–. Y claro que voy a mantenerlo. Si no, ¿para qué iba a haber dejado el puesto?
–Noah no va a darse por vencido fácilmente –apuntó Lynn.
Era cierto. Echaría de menos tenerla a su entera disposición. ¿A quién iba a contratar que estuviera dispuesto a trabajar por la noche y los fines de semana?
–Lo sé, pero he tomado una decisión.
–Demuéstralo –dijo Lynn.
–Cuando te llame este fin de semana…
–Y lo va a hacer –intervino Carol.
–No le contestes. O aún mejor, apaga el móvil.
Tessa lo pensó durante unos segundos. No le gustaba la idea de apagarlo, porque era adicta al maldito aparato. Pero si no lo hacía y Noah la llamaba, cosa que haría, contestaría. ¿Qué indicaba eso sobre ella? ¿Acaso era masoquista, como le decía su abuela?
–Tenéis razón, pero aún voy a trabajar con él dos semanas más.
–Los días laborables y de día –afirmó Carol–. Las noches y los fines de semana son tuyos. Incluso yo libro un fin de semana de cada dos.
Tessa respiró hondo.
–Por eso he dejado el trabajo y por eso voy a apagar el móvil este fin de semana.
Y para demostrarles que hablaba en serio, se sacó el móvil del bolsillo y lo apagó. Y la vocecita interior le susurró: «¿Y qué pasa con las emergencias?». Pero la única «emergencia» sería una llamada de Noah para que se pusiera a trabajar. Debía distanciarse de él para mantener la cordura.
–¿Estás bien? –preguntó Lynn riéndose.
–No lo sé –Tessa le sonrió con ironía–. Sobreviviré. Probablemente.
–Brindo por tu liberación y por la expansión de tu negocio. Y –añadió Carol alzando la copa– porque encuentres a un hombre.
El problema, pensó Tessa, era que ya lo había encontrado, pero que, por desgracia, no era para ella.
–Aunque –propuso Lynn– si quieres extender las alas, tengo una amiga…
–No, gracias –contestó Tessa riendo–. Me limitaré a los hombres.
Aunque solo quería estar con Noah. Pero eso no sucedería.
La vocecita le susurró: «Ya no es tu jefe. Sedúcelo antes de marcharte. No tienes nada que perder».
Noah nunca había estado en casa de Tessa. Tuvo que preguntar en Recursos Humanos dónde vivía, lo que le molestó, porque debería haberlo sabido. Tessa había ido a su casa varias veces, pero no sabía que ella vivía casi a la vuelta de la esquina.
Aparcó frente a su pequeña casa. Era un buen barrio. Había árboles a ambos lados de la calle. Las casas eran pequeñas y estaban cuidadas y se veía luz en las ventanas.
La casa de Tessa destacaba entre todas. Era como un castillo en miniatura, con un torreón y la yedra trepando por las piedras grises. Tessa no viviría en un lugar corriente. Por lo que él había visto en los cinco años anteriores, era cualquier cosa menos una mujer corriente.
Flores se alineaban a lo largo del camino adoquinado hasta el porche. Noah pensó que aquella casa no tenia nada que ver con la suya. Prefería, desde luego, su inmenso ático, con piscina privada y vistas al Pacífico. Solo veía a gente cuando quería. En aquella calle, sin embargo, los vecinos podían salirte al encuentro a robarte tiempo con conversaciones anodinas.
Había ido a convencer a Tessa de que se quedara en la empresa. Y le daba igual lo que tuviera que hacer para conseguirlo.
El jardín era pequeño y bonito. Una luz brillaba en el porche. La puerta era un arco de madera oscura y pesada, que podría ser muy bien la de un castillo de verdad.
La casa era algo extraña para ser la de Tessa, que era tan pragmática y realista. Contemplar aquella otra faceta suya le abrió los ojos, en el sentido de que tal vez no la conociera tan bien como creía.
«Es absurdo», pensó. Claro que la conocía, incluso mejor de lo que ella se conocía a sí misma, porque sabía que, en realidad, no quería renunciar a su puesto. Le gustaba el trabajo y se le daba muy bien.
Llamó a la puerta con fuerza y esperó impaciente a que le abriera. Cuando lo hizo, Noah se quedó sin habla.
Llevaba el rubio cabello suelto sobre los hombros y una camiseta que se le ajustaba al cuerpo como no lo hacía su atuendo en el despacho. La camiseta le dejaba unos centímetros de piel al aire, por encima de la cintura de los pantalones cortos. Sus largas piernas estaban desnudas y llevaba las uñas de los pies pintadas de rojo. Estaba para comérsela.
–¿Noah? –lo miró confundida–. ¿Qué haces aquí?
–Tenemos que hablar –la empujó y entró.
–Entra, por favor –dijo ella detrás de él.
Noah se paró en el umbral y la miró con ironía. Después echó un vistazo al interior. El vestíbulo era de piedra gris. Había una alfombra de colores y cuadros y fotografías en las paredes.
Siguió andando y llegó al minúsculo salón, donde había un sofá y dos sillas. La mesa brillaba y las lámparas emitían una luz suave y dorada que creaba un ambiente hogareño, en vez de claustrofóbico, lo que era todo un logro, ya que la habitación no era mayor que un vestidor.
Se volvió a mirarla. Tenía que reconocer que le gustaba mucho aquella inesperada Tessa. Ella cerró la puerta, por lo que Noah pudo admirar la curva de sus nalgas y supo que no la olvidaría.
–¿A qué has venido?
–Ya te lo he dicho. Tenemos que hablar.
–Sí –dijo ella cruzándose de brazos, lo que elevó lo senos– pero cuando tenemos que hablar, me llamas por teléfono para que vaya a tu casa. Ni siquiera creía que supieras dónde vivía.
–Claro que lo sabía –mintió él. No iba a decirle que había tenido que buscar la dirección. Llevaba cinco años trabajando para él y no sabía nada de su vida. No sabía que llevaba un negocio en su tiempo libre ni que vivía en una casita que parecía salida de un cuento de hadas.
Ni, desde luego, que los pantalones cortos le quedaban tan bien.
A ella le sorprendió, pero lo aceptó.
–Muy bien. Repito la pregunta: ¿a qué has venido?
–A hablar contigo.
–¿De qué, Noah?
–Lo sabes de sobra –le espetó él, sin saber si estaba más molesto con ella o consigo mismo. Verla tan relajada, despreocupada y tentadora le abría toda clase de posibilidades–. Vas a marcharte, pero no lo acepto. Es absurdo.
–No lo es. En realidad, debería haberlo hecho hace mucho tiempo –dijo ella pasando a su lado y dirigiéndose al corto y estrecho pasillo como si no estuviera allí.
Noah la siguió.
–¿Dónde vamos?
–Yo voy a la cocina y luego al garaje. No sé qué vas a hacer tú.
–Seguirte.
Entró en la cocina y no le sorprendió que fuera pequeña y acogedora. Había una mesa para dos personas y, en la encimera, docenas de pequeños tarros vacíos.
Tessa se dirigió directamente a la cocina, que parecía tener más edad que ella, y removió el contenido de una cacerola, que emitió olor a jazmín.
Noah se quitó la chaqueta y la colgó en el respaldo de una silla.
–¿Qué haces?
–Velas.
–¿En serio? ¿Te haces tus propias velas? –no conocía a nadie que lo hiciera–. Supongo que sabes que las venden. ¿Se trata de eso? ¿De un elevado aumento de sueldo? ¿También fabricas tu propio jabón?
–Sí, no, no y sí –ella contestó a las cuatro preguntas–. Podría comprar velas, pero me las hago yo. Estas son para venderlas en Etsy. Y no, no se trata de un aumento de sueldo, ya te lo he dicho. Y también te he dicho que hago jabón y lociones.
No lo recordaba.
Cuando ella acabó de remover el contenido de la cacerola, con el cucharón vertió un poco de cera fundida en cada tarro y les añadió un pábilo.
Noah la observaba en silencio. No entendía lo que hacía, pero le encantaba mirarla. Ella se movía con gracia y sin hacer ruido, descalza. Cuando se volvió de nuevo hacia la cocina, tuvo otra hermosa vista de su trasero y vio que, al final de la espalda, le sobresalía por la cintura de los pantalones un tatuaje.
E inmediatamente quiso verlo entero.
Se desabrochó el cuello de la camisa y se aflojó la corbata.
Unos minutos después, ella se puso una manopla para retirar la cacerola del fuego. Vertió la cera en los tarros, ajustando los pábilos para que quedaran rectos. Llenó seis tarros, enderezó los pábilos con unos palillos y dejó la cacerola en la cocina.
–¿Cómo quitas la cera sobrante de la cacerola?
–No la quito. La vuelvo a calentar para rellenar los tarros, cuando la que ya he echado se ha asentado.
–¿Hay que verterla en dos veces?
–Sí, la primera vez, la cera se asienta, pero se abre una concavidad a lo largo del pábilo. Al verter más cera, se cierra.
–Entiendo –en realidad le daba igual. Solo quería seguir mirándola.
–Tengo que ir al garaje. Ahora mismo vuelvo.
Pero él no iba a quedarse solo en la cocina, como un idiota, por lo que la siguió y volvió a disfrutar de la vista de sus nalgas. Se preguntó qué sería el tatuaje: ¿un delfín?, ¿el arcoíris?, ¿una sirena?
Noah negó con la cabeza. Tessa había conseguido camuflar sus estupendas nalgas con los trajes de chaqueta que llevaba al trabajo. A él no se le había ocurrido que tuviera un tatuaje. Era un sorpresa agradable e inquietante a la vez. No le gustaba cómo lo afectaba mirarla, pero no podía hacer mucho al respecto.
Se metió las manos en los bolsillos y, mientras se dirigían al garaje, echó un vistazo al jardín.
También era pequeño. Era sorprendente que pudiera haber tantas plantas y árboles en un espacio tan reducido. Todos estaban muy bien cuidados.
Tessa abrió la puerta lateral del garaje y encendió la luz. Él entró detrás de ella.
Volvió a sorprenderse y entendió por qué el coche de Tessa estaba aparcado en el sendero que conducía a la casa.
Aquello no era un garaje, sino más bien un taller. En medio había dos sólidas mesas con cajas colocadas ordenadamente. En las paredes había estantes con cajas de tarros de cristal y jarras llenas de líquidos de colores. Más jarras con un líquido lechoso se alineaban en el suelo. Y de una barra sujeta entre dos armarios colgaban rollos de cintas.
–¿Qué es todo esto? –preguntó Noah, desconcertado.
–Mi negocio –contestó ella mientras sacaba de una caja un bloque de cera dividido en pequeños cuadrados–. Aquí guardo la cera de las velas y las bases de los aromas y las lociones. Y utilizo las mesas para los grandes encargos.
–¿Cuándo tienes tiempo para hacer todo eso? –preguntó él sin poder contenerse.
–Buena pregunta. Trabajo cuando puedo, sacando tiempo de aquí y de allá. No tengo tiempo suficiente para dedicarme a ello. Si recuerdas, ese es el motivo por el que he renunciado a mi puesto.
Él frunció el ceño.
–Prefieres trabajar en un garaje que trabajar para mí.
–Prefiero trabajar para mí, sí –dijo ella asintiendo al tiempo que se encaminaba a la puerta.
Al pasar a su lado, él la detuvo, agarrándola del brazo. Notó una sacudida. ¿Qué le pasaba?
Llevaba años trabajando con Tessa y, salvo en contadas ocasiones, no había reparado en que era preciosa. Ahora era lo único que veía y lo único en lo que pensaba.
La soltó rápidamente, pero las puntas de los dedos le siguieron quemando.
–Podríamos buscar una solución –dijo mirándola a los ojos. ¿Siempre habían tenido ese profundo color?
–No serviría de nada.
–No lo sabes.
–Por favor, ¿quién mejor que yo va a saberlo? No puedo estar a tu disposición permanentemente y tener tiempo para dedicarme a lo mío. Llevo cinco años intentándolo y no lo he conseguido.
Él le quitó el bloque de cera y le sorprendió lo pesado que era.
–Ahora que sé que tienes este negocio –se interrumpió y la miró con dureza– del que podía haberme hablado hace tiempo, podemos sacar tiempo.
–Aunque ahora lo digas en serio… –dijo ella sonriendo levemente.
–Yo nunca digo nada que no esté dispuesto a cumplir –la interrumpió él.
–… no duraría –prosiguió ella, como si no lo hubiera oído–. Estás tan centrado en el trabajo, que es lo único que existe para ti.
No en ese momento, pensó el, mirando el impresionante escote que lucía ella con aquella camiseta de cuello en forma de V. En aquel momento, el trabajo era lo último en que pensaba.
–A pesar del poco tiempo que le dedico, el negocio aumenta. Ahora también vendo joyas que hace mi vecina. Necesito tiempo. Así que, gracias, pero he tomado la decisión acertada –se dirigió a la puerta y él la siguió.
Muy enojado, apagó la luz, cerró la puerta y la siguió a la casa. Dejó el bloque de cera en la encimera. Tessa volvió a calentar la cera con la que había estado trabajando antes.
–¿Qué haces ahora?
–Caliento la cera para volver a echarla –murmuró ella sin molestarse en volverse a mirarlo.
Aunque fuera absurdo, no estaba acostumbrado a que no le hiciera caso.
–¿Cuántas veces tienes que verterla?
–Normalmente dos, pero se puede hacer más. Depende cómo se asiente la cera y de lo que pretendas.
Él miró las velas y vio que, en efecto, la cera se asentaba, se hundía. Se dio cuenta de cuánto trabajo suponía una cosa tan sencilla. Prefería trabajar con licores.
Una destilería funcionaba sin complicaciones y los empleados solucionaban los problemas inmediatamente. Él sabía desenvolverse muy bien en el mundo de los negocios. Y, a pesar de que no le gustaba reconocerlo, Tessa era uno de los motivos de su éxito. No podía perderla.
No la perdería.
Y empezaría por tentarla con lo que más le importaba: su negocio.
–Si te quedas… –esperó a que ella se volviera a mirarlo para continuar.
Ella lo hizo y él estuvo a punto de perder el hilo de sus pensamientos, lo cual era inaudito. Se enorgullecía de su capacidad para centrarse en las situaciones, pero Tessa lo distraía.
–¿Qué?
–Podríamos hacer algo con respecto a tu negocio.
–¿Ah, sí? –preguntó ella riéndose.
Él frunció el ceño, pero ella no lo vio porque se había puesto a remover la cera de nuevo.
–Te reformaré el garaje.
–¿Cómo? ¿Por qué? –ahora lo miraba con los ojos como platos.
Se acercó a ella, pero se detuvo a una distancia prudente.
–Quieres ampliar el negocio, pero trabajas en esta cocina claustrofóbica y en un garaje en el que ya no cabe nada más. ¿Cómo vas a ampliar el negocio, si trabajas en un espacio limitado?
Ella lanzó un profundo suspiro.
–Lo ampliaré si tengo más tiempo para dedicárselo. No pretendo ser la mayor vendedora de velas, jabones y lociones de la Costa Oeste.
Eso contradecía todo lo que a él le habían enseñado. Si hacías algo, tenías que intentar ser el mejor; el único, a ser posible.
–¿Por qué no? ¿Por qué no quieres ser la mejor y la mayor?
–Porque no todos estamos tan motivados como tú, Noah. Lo que quiero es poder vivir de mi negocio. No todos queremos convertirnos en magnates. Algunos preferimos tener vida propia.
–Yo la tengo.
Ella lanzó un bufido y él volvió a fruncir el ceño.
–Pues no lo he visto –dijo ella al tiempo que agarraba la cacerola y volvía verter más cera en cada tarro. La cocina se llenó de un seductor olor a jazmín.
Tessa dejó de nuevo la cacerola en la cocina y se volvió hacia Noah con los brazos en jarras, postura que resaltaba sus senos, que él no conseguía dejar de mirar.
–Te agradezco tu egoísta generosidad, pero no la necesito. Me gusta mucho trabajar en mi cocina.
–¿Aunque la oferta incluya una cocina de calidad comercial y todo el equipamiento que necesites para dirigir el negocio de forma más eficaz?
Tessa pareció reflexionar, y él supo que, al menos, había captado su interés. Pero ella dijo:
–Aquí no hay espacio para una cocina de calidad comercial.
–Reformaremos la cocina.
Tessa rio, negando con la cabeza.
–He renunciado, Noah, pero no es el fin del mundo. Te llevarás bien con tu nueva secretaria.
No sería así. Tessa conocía la empresa tan bien como él.
–No, tardaré años en formarla.
–O en someterla –murmuró ella.
–¿Qué has dicho?
–Nada. He hecho mi trabajo y ha llegado el momento de hacer otra cosa.
¿Someterla? ¿Había hecho él eso? No veía cómo, puesto que Tessa rara vez lo trataba con deferencia, dirigía la empresa e incluso le dirigía la vida. No iba a aceptar aquel comentario sin pedirle explicaciones.
–¿Cómo puedes decir que te he sometido?–la pregunta quedó en suspenso entre ambos durante un par de minutos, hasta que ella respondió.
–No voy a entrar en eso ahora.
–Dejas el trabajo –contratacó él con fiereza– así que, si no es ahora, ¿cuándo?
–Nunca, ¿qué te parece? –preguntó ella bromeando.
Tessa se dijo que era culpa suya.
No debería haberlo dejado entrar, aunque él no le había dado la oportunidad de negarle la entrada. Ni, desde luego, debería haber consentido que se quedase, ni murmurar aquel comentario lo bastante alto para que él lo oyera.
La cocina le pareció, de repente, muy pequeña. Guardaba recuerdos de su abuela, que había sido la propietaria de la casa. Al morir se la dejó a Tessa. La familia iba a visitar a la abuela casi todos los veranos, por lo que la casa estaba llena de recuerdos.
Era suficientemente grande para Tessa y su negocio. Y la cocina le hacía sentirse segura. Pero esa noche, la presencia de Noah había encogido el espacio, de modo que ella no podía respirar sin que le llegara el aroma de su loción para después del afeitado, una mezcla vegetal que siempre le había parecido que olía a gloria.
El corazón le latía a toda velocidad y tenía la boca seca. Estaba tan habituada a que el cuerpo le temblara al estar a su lado que no le extrañó. Pero que la estuviera mirando con atención era una inquietante novedad. Sus ojos azules parecían más oscuros y grandes, y su forma de apretar la mandíbula la hizo preguntarse qué pensaba.
–Tal vez he sido un poco dura. No se trata tanto de someterme como de agotarme. No quiero un trabajo en el que siempre tenga que estar de guardia.
–Pero es que no lo estás.
–¿De verdad? –extendió las manos y lo miró–. Es viernes por la noche y estás en mi casa.
–Pero no para pedirte que trabajes.
Para pedirle que se quedara, pero no podía hacerlo. Se moriría de vergüenza si tenía que decirles a Lynn y Carol que su renuncia no había durado ni veinticuatro horas. Pero no se trataba solo de eso. Era por su propio bien. Debía pensar en un futuro que no incluyera a Noah.
Estar tan cerca de él que la volvía loca. En la oficina solía descartar lo que sentía porque era inadecuado. La atracción entre el jefe y la secretaria era un cliché de tal calibre que ni siquiera ella lo soportaba Pero ahora él estaba allí, en su casa. Y tan cerca que ella no podía hacer caso omiso de la tentación contra la que llevaba tanto tiempo luchando.
No obstante, resistiría.
–Claro que sí –contratacó ella–. Tratas de sobornarme para que continúe en un puesto al que he renunciado.
–Sobornar es una palabra excesiva.
–¿En serio? –se rio porque Noah se pasaba fácilmente de la raya sin darse cuenta–. Me acabas de ofrecer reformarme el garaje y la cocina y equiparlos con aparatos de primera calidad.
–Que me fusilen al amanecer por tratar de hacerte la vida más fácil.
Ella suspiró.
–Sabes perfectamente que no he dicho eso.
–Pensaba que te conocía, pero me he dado cuenta de que no es así.
Pues se alegraba de, por fin, haberlo sorprendido, aunque eso implicara que estuviera allí oliendo de maravilla y despidiendo tanto calor que a ella le quemaba la piel.
No, no la conocía en absoluto. Si la conociera, no habría ido allí, cuando ella estaba nerviosa por haber dejado el empleo y saber que ya no tenía que ser prudente en su modo de tratarlo, porque, técnicamente, había dejado de ser su jefe.
«Entonces, ¿no está bien que esté aquí?», le susurró la vocecita interior.
«No».
Aquella vocecita comenzaba a resultarle muy molesta, sobre todo porque sus susurros eran cada vez más tentadores.
–Estoy ocupada, Noah. No tengo tiempo de volver a lo mismo una y otra vez.
«Muy bien. Dile que se vaya».
«Pídele que se quede».
–Tal vez pueda ayudarte.
–¿Qué? –lo miró asombrada. ¿El dueño del universo quería bajar al mundo real y trabajar en una pequeña cocina?
–No parece muy difícil y mientras trabajamos podemos seguir hablando.
–Estupendo.
«También podrías olvidarte de las velas y hacer otra cosa».
–De acuerdo –dijo ella con brusquedad, esforzándose en silenciar la vocecita interior–. Ahí está la despensa –le señaló una puerta en una esquina–. Agarra una de las cacerolas del estante inferior.
Lo observó mientras iba a la despensa y admiró la vista que llevaba contemplando cinco años. Ningún hombre debería tener un trasero tan bonito. ¿Y sus largas piernas, estrechas caderas, estómago liso y ancho pecho? Eran verdaderamente increíbles.
«¿A qué esperas, Tessa?».
¿Una señal, tal vez? ¿Un meteorito? ¿Un asteroide que chocara contra el planeta?
Él se inclinó para agarrar la cacerola y Tessa suspiró. Iba a ser una noche muy larga.
Una hora después, el desorden reinaba en la cocina, cuatro tarros más estaban llenos de cera de arándanos y Noah se quitaba cera roja de la camisa de quinientos dólares.
–Te pagaré la camisa –dijo ella.
–¿Por qué? –masculló él–. Soy yo quien se ha salpicado.
–Decías que no parecía difícil.
–Y no lo es. Es… peligroso.
Tessa se le acercó, le apartó las manos y, con la uñas le quitó la cera adherida a la tela. Y estando tan cerca de él aspiró su aroma y la envolvió su calor. Oyó su respiración y juraría que también los latidos de su corazón. Cuando notó que se le aceleraban estuvo segura.
Se irguió y lo miró a los ojos. Lo que vio en ellos sobresaltó a la vocecita, que gritó: «Ha llegado el momento de hacer algo, Tessa».
Los ojos de Noah se oscurecieron y, al mismo tiempo, se iluminaron con un fuego que ella también sentía arder en su interior. Él le apartó un mechón del rostro y la punta de sus dedos se le deslizó por la piel como un deseo. Y a ella le pareció que se quemaba por dentro. No le importaron las llamas porque llevaba cinco años apagándolas.
Tal vez hubiera llegado el momento de avivarlas.
–Ya no eres mi jefe.
–Hasta que te haga cambiar de opinión.
«Haz algo, Tessa. Aunque sea un error, haz algo».
Y lo hizo. Soltó el aire que no había notado que estaba conteniendo y dijo:
–De momento, no lo eres.
–No, no lo soy.
–Estamos los dos de acuerdo –se puso de puntillas para besarlo y la vocecita interior, por suerte, se quedó en silencio.
Tessa lo dejó aturdido.
Ella notó que se sobresaltaba al rodearle el cuello con los brazos y posar la boca en la suya. Pero se recuperó de forma sorprendentemente rápida, ya que la abrazó y le devolvió el beso.
Todo fue como ella creía que sería, y más de lo que había soñado. La boca de Noah era firme, suave y experta. A ella le cosquillearon los pezones, apretados contra el torso masculino. Se quedó sin respiración, pero le dio igual, porque ¿quién necesitaba respirar?
Se entregó al momento que vivía, que la tentaba con la promesa de algo más. La mezcla de emociones que experimentaba la confundía, por lo que decidió concentrarse exclusivamente en las sensaciones. Él le acarició la espalda y la agarró de las nalgas, apretándola contra sí hasta hacerla gemir.
Pasaron varios segundos y lo único que se oía era el fuerte latido de sus corazones. Él le introdujo la lengua en la boca y ella ahogó un grito a causa de la electrizante sensación que le recorrió el cuerpo.
Había abierto la caja de Pandora y no estaba segura de qué hacer a continuación. Cuando él deslizó la mano hasta uno de sus senos, ella suspiró disfrutando del momento con el que tanto había soñado. Pero la realidad asomó su fea cabeza, el cerebro se le aclaró y supo que tenía que detenerse. Y pensar.
«¡Nada de pensar!».
«Tienes la oportunidad frente a ti. No la dejes escapar».
Pero no podía hacerlo, porque tenía que seguir viendo a Noah en el trabajo las dos semanas siguientes.
Aparó la boca de la de él y se soltó de sus brazos. Le temblaban las piernas y había perdido el sentido del equilibrio.
–¿Qué pasa, Tessa? –preguntó Noah dando un paso hacia ella–. ¿Por qué has parado?
Ella alzó la mano y respiró hondo, como si eso fuera a servir para algo.
–Porque me había prometido no dejar el trabajo sin hacer eso, al menos una vez. Ya lo he hecho, así que ya está.
–Ya, así que ya está. Sabes que podríamos hacer muchas otras cosas, al menos una vez…
No había nada que ella deseara más. Contuvo la respiración al imaginarse los cuerpos desnudos de ambos entrelazados sobre las sábanas. Pero negó con la cabeza firmemente.
–Tenemos que seguir trabajando dos semanas.
–Ahora no estamos trabajando.
–No, así que sería mejor que te fueras.
–¿En serio? –preguntó él sorprendido–. ¿Me besas como me has besado y me dices que me vaya?
–Sí, lo siento –claro que lo sentía. Sentía haber parado, que no hubieran ido al dormitorio y tener que pasarse las dos semanas siguientes pensando en ese beso.
–Muy bien, me marcho.
«No dejes que se vaya. ¿En qué estás pensando?».
Él agarró la chaqueta que había dejado en una silla, se la puso y se volvió hacia ella. Tessa pensó que iba a besarla de nuevo, pero luego se dio cuenta de que no lo haría, ya que ella lo había detenido.
–Me voy. Hasta el lunes.
–Sí, hasta el lunes.
Noah le puso la mano en la mejilla y le levantó la cabeza para que lo mirara a los ojos.
–Irás el lunes a trabajar, ¿verdad?
–Por supuesto.
–Muy bien –dijo él sonriendo–. No me gustaría que tuvieras miedo.
¿De volver a verlo? ¿De dejarlo? En cualquiera de los dos casos, Tessa se sintió insultada, aunque sabía que la estaba desafiando para asegurarse de que iría a trabajar.
–No tengo miedo.
–¿En serio? –hizo una mueca–. Me parece que es lo que te acaba de pasar.
Tal vez tuviera razón.
–Simplemente, he recobrado la sensatez.
–Pues no creo que eso sea todo.
–No me asustas, Noah –susurró ella.
–Bueno es saberlo. Asustarte es lo último que desearía –dio media vuelta y se dirigió al pasillo para salir mientras decía–: Hasta el lunes, Tessa.
Ella suspiró y se apoyó en la encimera.
«Has desaprovechado la oportunidad».
–Vamos, Tessa –masculló–. Acaba las velas, recoge y tómate una copa de vino. O varias. Y date una ducha fría.
«Una ducha fría. Es lamentable».
–¡Cállate! –ordenó a la vocecita. Y se preguntó si no sería una mala señal que hubiera comenzado a discutir consigo misma.
Fue un fin de semana muy largo.