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Te invito a subir... Amanda no había pensado que llegaría tan lejos… para tener tan cerca a su enemigo. Cuando Henry Porter le arrebató una propiedad que ella había planeado comprar, Amanda Carey le declaró la guerra a su examante y rival en los negocios. Pensó que disfrazarse de empleada doméstica era la manera perfecta para entrar en su mansión de Beverly Hills y averiguar todos sus secretos, pero no tardó mucho en terminar de nuevo en la cama de Henry. Una vez descubierto su brillante plan, Amanda se dio cuenta de que todo su futuro dependía de un hombre que parecía decidido a arruinarla. ¿O iba Henry a cambiar las tornas una vez más? El amor siempre vuelve ¿Tendría Serena que elegir entre su estabilidad emocional y su ex? Serena Carey, divorciada y con una hija, tenía que conseguir que la gala benéfica de los Carey saliera a la perfección. Y ese fue precisamente el momento en el que Jack Colton volvió a entrar en su vida. Después de siete años de ausencia, el hotelero estaba más guapo que nunca y la química entre ambos aún era latente. Jack le ofreció un acuerdo al que no pudo negarse. Por su parte, ella le hizo una invitación irresistible. Serena decidió que aquella era su oportunidad de dictar las reglas y cambiar las condiciones del juego. ¿Sería capaz de jugar y ganar en aquella ocasión?
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Seitenzahl: 351
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Avenida de Burgos, 8B - Planta 18
28036 Madrid
© 2024 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
N.º 550 - octubre 2024
© 2021 Maureen Child
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Título original: The Ex Upstairs
© 2021 Maureen Child
El amor siempre vuelve
Título original: Ways to Win an Ex
Publicadas originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2022
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-1074-094-5
Créditos
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Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
El amor siempre vuelve
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Si te ha gustado este libro…
Henry Porter sonrió.
–Está aquí, jefe. Y no parece contenta.
Él sonrió a su secretaria.
–Me parece bien, Donna. No estoy aquí para hacer feliz a la familia Carey.
–Pues… misión cumplida –le respondió ella–. ¿Quiere que la haga entrar? No ha pedido cita.
–Hazla esperar cinco minutos –le contestó él, poniéndose en pie–. Y, después, que entre.
Colgó la llamada y se acercó al ventanal, que tenía unas vistas impresionantes de Los Ángeles. Aprovechó los cinco minutos que tenía para tranquilizarse mientras observaba el ajetreo de las calles a sus pies.
Había sabido que Amanda Carey o su hermano mayor, Bennett, se presentarían en su despacho. Pensó que era una suerte que fuese Amanda la que estuviese esperando fuera.
A lo largo de los años, Henry había tenido varias oportunidades para sabotear los planes de los Carey. Había convencido a determinadas personas para que no llevasen a cabo fusiones con ellos, les había arrebatado contratos. Y siempre lo había hecho sin que supiesen que había sido él, para poder ser testigo en la sombra de su frustración.
Bueno, de la frustración de Bennett. De eso se trataba. Quería demostrar al que había sido su amigo que los tiempos habían cambiado. Que él había cambiado, pero que no había olvidado.
Sin embargo, en esa ocasión iba a permitir que corriese la voz de que había sido Porter Enterprises la empresa que había comprado la propiedad por la que habían pujado los Carey. Había sabido que lo querían y se había asegurado de que no lo obtuviesen.
Y si Amanda Carey había ido a verlo en persona, había tenido el efecto deseado. Henry no había hablado con ella desde que se la había encontrado en una fiesta benéfica en San Diego el año anterior. Al recordarlo, pudo ver su imagen aquella noche, con el pelo largo y rubio recogido en un moño en lo alto de la cabeza y un vestido blanco, largo hasta los pies y con un único tirante, que la hacía parecer etérea y una diosa del sexo al mismo tiempo.
Se había quedado sin aliento al verla, pero había disimulado. Era una mujer que lo atraía más que ninguna otra.
A Henry no le importaba que Amanda siguiese teniendo aquel poder sobre él. No podía engañarse, aunque no lo habría confesado delante de nadie más.
Había hablado con ella brevemente y solo de negocios porque había muchos ojos observándolos y oídos intentando escuchar lo que decían, pero ella no había podido evitar fulminarlo con la mirada.
Y su genio también le afectaba más que cualquier sonrisa tonta. Eso lo dejaba en muy mal lugar, pero le daba igual. Desde que la había conocido, cuando todavía estaba en la universidad y Bennett Carey era su amigo, se había sentido atraído por ella, la hermana pequeña de Bennett. La había conocido cuando ella tenía dieciocho años y se había enamorado cuando tenía veinte. Era guapa e inteligente, divertida y todo lo que él siempre había querido.
No había conocido a nadie igual. Cuanto más tiempo había pasado con ella, más había sentido esa atracción intensa e irresistible. Había pasado dos semanas de vacaciones con la familia Carey en Italia y, justo antes del final, la había conseguido. Por fin. Henry y Amanda habían tenido un encuentro sexual en la caseta del embarcadero que los Carey tenían en su mansión junto a un lago, y cuando él había descubierto que Amanda era virgen, ya había sido demasiado tarde para parar. Aunque, de todos modos, ella tampoco había querido parar. Se habían vuelto locos el uno por el otro y, cuando aquella pasión había explotado por fin, ninguno de los dos había sabido qué hacer. Por suerte, no habían tenido que lamentar consecuencias.
Henry frunció el ceño y apartó aquellos recuerdos de su mente, se apoyó en el escritorio, se cruzó de brazos y esperó. Cuando la puerta del despacho se abrió, un rayo de sol la iluminó en el umbral como si se tratase de una estrella de Broadway subiendo al escenario y esperando los aplausos del público para continuar.
Estuvo a punto de reprenderla por aquello.
Llevaba puesta una chaqueta morada, con una camisa blanca debajo y una falda negra. Los zapatos de tacón rojos la hacían parecer más alta y alargaban sus maravillosas piernas. Se había dejado la melena rubia suelta y ondulada sobre los hombros y Henry deseó enterrar los dedos en ella.
–Amanda…
Esta respiró hondo, cerró la puerta con cuidado tras de ella y lo fulminó con la mirada.
–Lo has hecho a propósito.
Él sonrió a sabiendas de que eso solo la enfadaría todavía más.
–Yo también me alegro de verte.
–No pierdas el tiempo con galanterías, Henry –le advirtió ella.
–¿Te parezco un galán? Bueno es saberlo.
–No, no me lo pareces –replicó Amanda, pero él no la creyó.
La vio acercarse con paso largo y rápido.
–Lo que quiero saber es por qué lo has hecho –le dijo.
–¿Te importaría ser más precisa?
Henry sabía muy bien a qué se refería, pero prefería oírlo de sus labios.
–El viejo salón, cerca del Centro Carey. Lo has comprado.
Él se echó a reír, pero fue una risa falsa.
–¿Acaso era ilegal?
–No, pero es despreciable –le respondió ella dejando su bolso de piel negro en una de las sillas y poniendo los brazos en jarras–. Sabías que queríamos ese edificio.
Por supuesto que lo sabía.
–¿Y cómo iba a saberlo?
–Porque tienes espías.
Él se echó a reír. Estaba empezando a divertirse. Ver a Amanda enfadada era todavía mejor de lo que recordaba. Habían pasado diez años desde que habían pasado su primera y única noche juntos y estaba cada vez más guapa.
–¿En serio, Amanda? ¿De verdad piensas que tengo espías?
–¿Por qué no? Eso encajaría en tu plan de vengarte de los Carey.
–¿Vengarme, por qué?
Ambos sabían de qué estaban hablando, pero Henry quería que Amanda lo admitiese.
Pero, en vez de hacerlo, lo único que le dijo fue:
–Han pasado diez años, Henry.
–El tiempo vuela.
–¿Y qué es lo que tú quieres todavía? ¿Venganza?
–¿Venganza? –repitió Henry, riendo de manera falsa–. ¿No te parece que te estás poniendo un poco melodramática?
Ella se encogió de hombros.
–¿Y cómo lo llamarías tú entonces?
–¿Karma? –le sugirió él.
Por supuesto que aquello se remontaba diez años atrás. A una noche en particular.
Ella apretó los labios un instante.
–¿Tan importante es para ti hundirnos que has sido capaz de comprar ese edificio para que no lo adquiriésemos nosotros?
–Sí. Supongo que sí. Tengo que admitir que me enteré de que estabais interesados e hice una oferta mejor.
Amanda respiró hondo.
–Así, sin más.
–Exacto.
–¿Y qué vas a hacer con el edificio?
–No creo que eso sea asunto tuyo –le contestó él, pensando que estaba muy guapa y que todo su cuerpo anhelaba tocarla.
–Maldito seas, Henry –le dijo ella con frustración.
–¿Por qué te molesta tanto que uno de los planes de Bennett no haya salido bien?
–¿Y qué te hace pensar que era idea de Bennett? –le preguntó ella–. Lo has estropeado todo, Henry.
Si Amanda le hubiese hablado en tono enfadado, él habría replicado, pero parecía… derrotada y a Henry no le gustó. Tal vez no la hubiese visto mucho en los últimos diez años, pero sabía que había estudiado un grado en empresariales, que había conseguido que la nombrasen vicepresidenta de la empresa familiar y que era una persona con iniciativa, como él. Así que no le gustó verla tan decepcionada.
–¿Qué quieres decir?
–Nada, no importa. No tenía que haber venido –le respondió ella.
–Pues yo me alegro de que lo hayas hecho.
–Seguro que sí.
Amanda tomó su bolso para marcharse.
–Lo creas o no, no tiene nada que ver contigo –quiso aclararle Henry.
Ella se colgó el bolso del hombro y lo miró fijamente antes de responderle:
–No te creo, Henry. Y no sé qué más tramas, pero te advierto que es mejor que guardes las distancias.
–¿Esa amenaza viene de ti o de tu familia?
–Es lo mismo.
Años atrás, tal vez Henry habría argumentado lo contrario, pero en esos momentos era cierto. Amanda se sentía muy unida a su poderosa familia y él iba a hacer pagar a los Carey por lo que le habían hecho, aunque eso incluyese a Amanda…
La vio marcharse y disfrutó de las vistas. Amanda siempre había tenido un buen trasero. Como no volvería a verla en mucho tiempo, supo que tendría que continuar pensando en los recuerdos que tenía de la única noche que habían pasado juntos, de Amanda debajo de él, del sabor de su boca y el calor de su cuerpo.
Habían pasado diez años, pero él lo recordaba como si hubiese ocurrido el día anterior. Recordaba la magia de aquella noche y también cómo había terminado, su encontronazo con Bennett.
Lo recordaba todo.
Aquello era lo que lo había empujado a correr riesgos, a probar suerte, a montar una empresa que pudiese rivalizar con la de los Carey en todos los aspectos. Y, en esos momentos en los que su plan estaba a punto de culminar no iba a retroceder porque Amanda se lo pidiese.
No había terminado todavía.
***
Amanda pasó por delante de la secretaria, salió de las lujosas oficinas de Porter Enterprises y, al entrar en el ascensor, se dejó caer contra la pared y respiró hondo para intentar tranquilizarse.
Había llegado allí furiosa, pero lo que había sentido al volver a ver a Henry no había sido ira. Aunque fuese una locura, había sentido deseo nada más clavar la mirada en sus ojos verdes. Tenía el pelo moreno algo más largo de lo habitual y, como era tan alto, había tenido que mirarlo desde abajo a pesar de los tacones. Y ahí había surgido el problema. Siempre habían sido sus ojos lo que más la había atraído de Henry, aunque le gustase todo de él. Alto, delgado, vestido con un traje negro impecable, cualquier mujer en su sano juicio habría babeado un poco al verlo.
Y Amanda tampoco era inmune a él, a pesar de saber lo que sabía.
No sabía por qué tenía que ser Henry Porter el hombre que tuviese aquel efecto en ella, pero había sido así desde que lo había conocido, cuando, con dieciocho años, Bennett había llevado a casa a su compañero de habitación de la universidad a pasar un fin de semana. Después, año y medio más tarde, Henry había viajado con ellos a Italia y allí era donde se había enamorado de él.
Pero Amanda recordó que su encuentro había terminado muy mal y estiró la espalda en el ascensor antes de que este se detuviese en el vestíbulo. Salió de él y anduvo con paso firme hasta llegar a una concurrida calle de Los Ángeles. El ruido del tráfico y el ir y venir de los viandantes enseguida le sacaron a Henry de la cabeza, aunque fuese solo de manera temporal. Tenía un largo viaje de vuelta al condado de Orange y sabía que su cerebro iba a recordarle la escena que había tenido lugar con Henry una y otra vez.
La luz del sol entraba en la sala de reuniones a través de los ventanales con vistas a Irvine, California. Edificios de oficinas altos, casi todos de cristal y cromo, se erguían sobre las zonas verdes que parecían lazos de terciopelo envolviendo un regalo. En la autopista 405 los coches se amontonaban en el inevitable atasco de todos los días y, a lo lejos, Amanda vio una mancha azul que no era ni más ni menos que el océano Pacífico.
Los Carey habían decidido instalar las oficinas centrales de su empresa en la misma ciudad en la que se encontraba el Centro Carey, situado en un vasto terreno que en el pasado había sido un rancho. Todos los años se celebraba allí un festival de verano con actuaciones de todo tipo: desde ballet hasta orquestas sinfónicas y musicales.
Después del día que había tenido, lo último que le apetecía a Amanda era una reunión familiar, pero no podía evitarla. Si Henry no hubiese interferido, ella habría podido anunciar los planes que tenía para el edificio que se encontraba a menos de medio kilómetro del Centro Carey. Ese edificio llevaba allí toda la vida y los Carey habían ignorado siempre su presencia, pero cuando había salido a la venta a Amanda se le habían ocurrido muchas ideas para utilizarlo y expandir y mejorar el Centro Carey al mismo tiempo.
Habría sido una oportunidad para demostrarle a su familia cuánto podía aportar a la empresa.
–Pero ahora se ha ido todo el infierno –murmuró.
–¿Qué? –le preguntó Serena, su hermana mayor–. ¿Hay algo de lo que quieras hablarme?
Amanda la miró. Serena tenía treinta y dos años, dos más que ella. Tenía el pelo rubio dos tonos más claro que ella y sus ojos azules eran algo más dulces. Porque Serena siempre había hecho honra a su nombre. Serena. Tenía una hija de tres años, Alli, y después de divorciarse había entrado en la empresa y estaba intentando hacerse un hueco en ella.
Amanda miró a su alrededor. Ya estaba allí casi toda su familia, pero nadie parecía prestarles atención a ellas, así que bajó la voz y le dijo:
–He estado en Los Ángeles esta mañana.
–Eso lo explica todo –le respondió su hermana–. El tráfico pondría a cualquiera de mal humor.
–No, no ha sido el tráfico, sino Henry Porter.
–¿En serio? –le preguntó su hermana con sorpresa, pero sin levantar la voz–. ¿Has ido a ver a Henry?
–Sí. Tenía que hacerlo.
–¿Y cómo está?
–Como siempre –le respondió Amanda, pensando en lo guapo que lo había visto y sintiendo calor por todo el cuerpo.
¿Cómo era posible que siguiese sintiéndose así por un hombre que prácticamente se había declarado enemigo de su familia?
–¿Sabes que va a mudarse?
–¿Adónde?
Serena separó los labios para responderle, pero Bennett empezó a hablar en voz alta y la interrumpió. Obligada a prestar atención, Amanda pensó que continuaría su conversación con Serena después de la reunión.
–Hola a todos, vamos a empezar –dijo Bennett–. Tengo una reunión con el responsable de merchandising dentro de… –se miró el Rolex de oro que llevaba en la muñeca– cuarenta minutos.
Después, miró a Amanda.
–¿Cómo va el cartel para el festival?
Ella sonrió a pesar de la sensación de aturdimiento.
–Muy bien. Volvemos a tener al ballet chino este año y las entradas se están vendiendo muy bien. Van a actuar en julio –respondió, encendiendo su tableta y repasando los artistas que ya estaban confirmados–, también tenemos la actuación de una coral formada por tres institutos de secundaria de la zona.
Su hermano gruñó, pero Amanda no le hizo caso.
–Son estupendos y nos viene bien porque es una demostración del talento local. También tenemos a la orquesta filarmónica de Los Ángeles, que va a hacer tres actuaciones a lo largo del verano. Además, todavía estamos en abril y la mayoría de los artistas del año pasado están dispuestos a volver.
–Lo de la coral no termina de convencerme –admitió Bennett–, pero el resto me parece bien.
Luego, miró a Serena.
–¿Cómo va la publicidad?
–Despacio –le respondió esta con voz clara y dulce al mismo tiempo–, pero tendrás un informe completo a finales de mes.
A Amanda no le gustaba ver tan insegura a su hermana. Serena no había trabajado antes en la empresa familiar. Lo único que había querido siempre había sido formar una familia. De hecho, había planeado tener seis hijos. Cuando se había enamorado, todos habían pensado que iba a conseguir su sueño, pero su pareja había decidido que no estaba preparado para aquello y se había marchado. Después, había conocido a Robert, que la había encontrado en un momento vulnerable y la había arrastrado a un matrimonio que no la había hecho feliz, por lo que se había divorciado y volvía a ser libre y feliz.
Entonces, había empezado a trabajar en la empresa familiar mientras Alli se quedaba en la guardería que esta tenía en el mismo edificio.
–Serena está siendo muy modesta –intervino Amanda de repente, haciendo que la mirada de Bennett volviese a clavarse en ella–. Está ocupándose de las audiciones para el festival y está poniendo el sitio web al día. Además, el equipo está trabajando en el sistema de votación online y con nuestra empresa de publicidad para preparar un par de anuncios que van a emitirse en las cadenas de televisión local.
–Pero no hay nada terminado… –añadió Serena enseguida.
Bennett levantó una mano.
–Parece que estás en ello, Serena, seguro que sale bien.
–Qué emocionante, ¿verdad? –comentó su madre, Candace Carey–. Me parece estupendo que demos la oportunidad a los artistas de realizar las audiciones en directo. Y me alegro de no tener que entender cómo funcionan las votaciones online, pero estoy deseando ver el concurso.
–Ha sido una buena idea –dijo Martin, su padre, sonriendo a su esposa.
Pero Candace lo miró de manera fría. Martín tenía sesenta y cuatro años y el pelo moreno salpicado de canas. Sus ojos azules seguían siendo inteligentes. Sus dos hijos habían heredado su complexión musculosa. A pesar de la edad, su presencia todavía era imponente.
Amanda pensó que ese era, en parte, el problema. Que su padre llevaba retirándose un año, insistiendo en que sus hijos tomasen las riendas de la empresa que él había levantado, pero sin dejarles el camino libre. Y su esposa estaba empezando a perder la paciencia.
–Serena –dijo Martin–. Si la página web está preparada ya, ¿por qué no funciona todavía?
Bennett, el hijo mayor y director general de la empresa, se metió las manos en los bolsillos mientras su padre tomaba las riendas de la situación. Apretó los dientes con fuerza para evitar hablar. Amanda vio cómo su rostro se tensaba. Llevaba el pelo rubio con un corte juvenil y tenía los ojos azules clavados en la ventana que había en la otra punta de la habitación. Amanda pensó que su hermano parecía haber nacido con traje. Con treinta y cuatro años, su padre lo había puesto al frente del negocio familiar, pero después Martin no había terminado de marcharse.
Serena se aclaró la garganta, miró a Bennett, a su padre y dijo:
–La página web está casi terminada. Estamos retocando parte de la información y quiero que el equipo pueda actualizar las votaciones y las fotografías casi al instante, así que Chad Davis está trabajando para conseguir que sea fácil de utilizar para todo el mundo. Hay que darle una semana o dos más.
–Que sea una semana –le respondió Martin, golpeando la mesa con los dedos.
–Dos está bien –lo interrumpió Bennett, retando a su padre con la mirada–. Nos sobra tiempo, papá.
Candace suspiró pesadamente y Martin hizo una mueca y asintió.
–Está bien. Tú estás al mando, Bennett.
Este continuó, decidido a terminar antes de que su padre volviese a intervenir.
–¿Alguien ha tenido noticias de Justin?
–No –le contestó Serena, mirando de reojo a Amanda para ver si esta había hablado con su hermano pequeño.
Amanda negó con la cabeza y Serena miró hacia la cabecera de la mesa, donde estaban sentados sus padres.
–Yo intenté llamarlo la semana pasada, pero me saltó el buzón de voz. Seguro que está bien, mamá. Ya conoces a Justin.
Candace Carey tenía casi sesenta años y, gracias a unos genes excelentes y a un completo ritual de belleza diario, parecía que tenía cincuenta. Llevaba el pelo corto teñido de castaño con mechas cobrizas que hacían brillar sus ojos azules. Las pocas arrugas que tenía eran todas de sonreír y Amanda pensó que eran también la prueba de una vida bien vivida.
–Lo sé, Serena. Está bien. Hable con él ayer y está en Santa Mónica.
–Debería estar aquí –protestó Martin–. Es un Carey. Tenía que estar en esta reunión.
Candace cambió de postura en su silla y fulminó a su marido con la mirada.
–Está trabajando en algo que es importante para él y…
–¿Qué hay más importante que este negocio? –inquirió Martin.
En esa ocasión fue Amanda la que hizo una mueca al oír decir aquello a su padre. Vio que su madre estaba a punto de perder los nervios y se preguntó cómo era posible que su marido no se estuviese dando cuenta.
–Esa pregunta lo dice todo de ti, Martin –le dijo Candace, y Amanda se estremeció.
Cuando todo iba bien, Candace llamaba a su marido Marty. Así que la cosa no iba bien.
Este se dio cuenta por fin, aunque demasiado tarde.
–No, Candy, es que no me has entendido bien.
–Te he entendido bien –le respondió ella–. Y, sinceramente, Martin, hemos hablado de este tema cientos de veces. Dijiste que te ibas a retirar. Hicimos planes.
–Lo sé, cariño. Y vamos a hacer todo lo que planeamos.
–¿Cuándo? –insistió ella, ladeando la cabeza.
–Bueno, ahora llega el festival de verano y…
–Y Amanda se ocupa de él y está haciendo un trabajo excelente –lo interrumpió ella–. ¿Qué más?
–Está la fusión con el hotel Macintosh…
–Bennett está trabajando en eso –le aseguró Candace.
–¿Y Justin? –le preguntó él.
–Justin estará bien sin tu supervisión, Martin. Hemos educado bien a nuestros hijos. Sinceramente, tengo la sensación de que lo que no quieres es pasar tiempo conmigo.
Amanda miró a su hermana con preocupación.
–Sabes que eso no es verdad, cariño –le dijo Martin, tendiéndole la mano.
Pero ella se apartó y sacudió la cabeza.
–Pues yo pienso que es evidente cuáles son tus prioridades.
–Mamá… –intervino Bennett.
Esta levantó un dedo y su hijo se quedó en silencio.
–Voy a ir a comer con tu tía Viv…
–Pensé que íbamos a comer juntos –le dijo Martin.
–Y yo pensé que esta semana iba a estar en Palm Springs, así que ambos nos sentimos decepcionados –replicó Candace.
Amanda volvió a mirar a Serena y vio que su hermana miraba a su madre de manera comprensiva.
–Pero quería asegurarme de que todo iba bien antes de…
Candace arqueó las cejas.
–El problema es que no eres capaz de delegar del todo. Has formado a Bennett, le has dado las riendas de la empresa y me has prometido a mí que ibas a retirarte y que íbamos a empezar a viajar.
–Y vamos a hacerlo –protestó él.
–¿Cómo vamos a ir a Europa, si no hemos ido ni a Palm Springs? –le preguntó Candace sacudiendo la cabeza y metiéndose el bolso debajo del brazo–. Lo cierto es que no quieres viajar.
Luego, miró a Bennett un instante.
–Buena suerte, cariño.
–Espera un momento –la llamó Martin, poniéndose en pie.
–Ya he esperado suficiente, Martin. Se ha terminado.
Miró a sus hijos.
–Qué tengáis todos un buen día. Tú no, Martin.
–Cariño…
Candace no se molestó en mirar a su marido mientras salía de la habitación y Amanda pensó que era muy extraño que tanto ella como su madre tuviesen problemas con los hombres.
De pie en el salón de la mansión de estilo Tudor de Beverly Hills, Henry oyó esa voz interior que volvía a decirle que saliese de allí. Por fin iba a hacerlo. La casa no estaba mal. Miró a su alrededor y vio los antiguos muebles que tanto le habían gustado a su madre y que tan poco le gustaban a él.
Sin darse cuenta, levantó la vista al retrato que colgaba sobre la chimenea. «Tiempos felices», pensó mientras estudiaba a la sonriente familia que había sido inmortalizada por un artista de talento. Sus padres, por supuesto, estaban jóvenes y parecían felices y él, con diez años, tenía en el rostro una sonrisa tensa que dejaba ver que no le gustaba el traje que le habían obligado a ponerse.
Dos años después de aquello, su madre había fallecido y su padre se había convertido en la sombra del hombre que aparecía en aquel cuadro. Desde entonces, él no había vuelto a ser feliz en aquella casa. Por eso había decidido mudarse a Texas cinco años antes. Aunque allí tampoco era feliz, pero al menos no estaba rodeado de recuerdos que prefería olvidar.
Henry frunció el ceño, marcó un número de teléfono y esperó a que su padre respondiese.
–Hola, papá.
–Henry. ¿Qué ocurre?
Directo al grano. Ese era su padre. Nunca tenía tiempo para charlar de cosas sin importancia. A pesar de que estaba jubilado, Michael Porter era un hombre brusco y parco en palabras.
–Que voy a vender la casa.
–Ya era hora –le respondió su padre.
Henry sacudió la cabeza. Cuando su madre había fallecido, o «los había abandonado», como decía su padre, Michael Porter había pasado el menos tiempo posible en aquella casa. No la había vendido porque había sabido que era una buena inversión, y no se había equivocado.
Henry se había quedado allí porque estaba cerca de las oficinas de su empresa, pero prácticamente solo iba a dormir y, dado que había decidido trasladar la sede al sur, ya no tenía sentido mantener la casa.
–Solo quería saber si quieres que te mande el retrato a Texas.
Hubo un breve silencio.
–No, no lo quiero –le respondió su padre por fin.
Henry ya había conocido la respuesta antes de hacer la pregunta, pero había sentido la obligación de llamar a su padre. Pensó que se llevaría él el retrato.
–Está bien. ¿Y el resto de las cosas?
–Ya me traje a Tejas lo que quería conservar –le dijo su padre–. Puedes deshacerte de todo lo demás o hacer lo que quieras con ello.
Henry volvió a mirar a su alrededor. Toda la casa había sido decorada por Evelyn Porter y su marido y su hijo no querían nada. Henry se preguntó qué habría pensado su madre de aquello.
–¿Va todo bien por San Antonio?
–Todo bien. De hecho, me gustaría que le echases un vistazo a una nueva empresa tecnológica que se está haciendo un nombre en el mundo de los videojuegos. Al parecer, se ha corrido la voz de que están buscando inversores para crecer más deprisa.
–¿Quieres decir que tienes a un espía infiltrado que te pasa información?
–No me gusta la palabra espía.
–Pero es la correcta, ¿verdad?
Michael se echó a reír.
–Digamos que tenemos una semana o dos para intervenir. Si te das prisa, a nuestros competidores les rechinarán los dientes de la rabia.
El viejo siempre había tenido buen olfato para los negocios. Y Henry no podía culpar a su padre por el modo en que había conseguido la información. Él también utilizaba informadores para vigilar las actividades de sus competidores y pensó en los Carey, sus enemigos. Amanda no se había equivocado en aquello.
Le dio la espalda a las vistas, salió del salón y fue al despacho, donde se sentó detrás del que había sido el escritorio de su padre y tomó papel y lápiz.
–Está bien, papá. Dime todo lo que sepas.
Su padre volvió a reír al otro lado del teléfono.
–Me alegra ver que te vas pareciendo a mí, Henry.
Y mientras su padre hablaba y él tomaba nota, Henry se preguntó si de verdad quería parecerse a él.
***
Tras la interminable reunión familiar, Amanda fue a comer con Serena a La Ferrovia, un buen restaurante italiano que no estaba lejos del trabajo. Mientras tomaban unas excelentes berenjenas a la parmesana, hablaron de la familia, de qué hacer con sus padres y de cómo convencer a Justin para que volviese al redil. A pesar de que no encontraron ninguna solución, a Amanda siempre le ayudaba hablar con su hermana.
–Después de esa reunión, teníamos que haber comido con vino –reflexionó ella.
Su hermana se echó a reír y sacudió la cabeza.
–Si hiciésemos eso cada vez que la familia Carey tuviese una reunión controvertida, estaríamos siempre borrachas.
«No me parece un mal plan», pensó Amanda, pero no lo dijo. Siempre había estado muy unida a su hermana, salvo durante el año que esta había estado casada con Robert O’Dare. Después, se había dado cuenta de que Serena se había apartado de ella porque no había querido que nadie supiese que había cometido un tremendo error.
Durante mucho tiempo, Amanda se había sentido culpable por no haber sido capaz de ver lo que le estaba ocurriendo a su hermana. Y en esos momentos agradecía volver a sentirse tan cerca de ella.
Después de comer, se sentaron en uno de los sofás rojos que había en la guardería, desde donde Serena podía ver a Alli. En realidad, Amanda también disfrutaba de aquellas visitas. Su sobrina era adorable y verla jugar con sus amigos era una buena manera de desconectar de todo lo demás.
Además, aquel día tenía algo rondándole la cabeza y aquella breve pausa antes de volver al trabajo le ofreció la oportunidad perfecta para abordar el tema. Porque para que su plan funcionase iba a necesitar la ayuda de Serena.
–Serena, antes me has dicho que Henry va a mudarse. ¿Cómo lo sabes?
Su hermana la miró como si aquello le resultase divertido.
–Porque me lo ha contado, evidentemente.
Sorprendida, Amanda la miró fijamente.
–¿Cómo que evidentemente? Nadie de la familia habla con Henry desde hace años.
–Yo, sí –le contestó Serena encogiéndose de hombros.
–¿Y nunca has dicho nada?
–Venga ya. ¿Por qué iba a hacerlo? Bennett se habría enfadado conmigo. Y no sabía cómo reaccionarías tú.
–¿Por qué dices eso?
–Por favor –le dijo su hermana, mirándola con incredulidad–. Es evidente que Henry no te cae bien, pero yo siempre he pensado que era ridículo dejar de tener relación con él.
–Pero…
Serena suspiró.
–Quiero decir que si yo dejase de hablar con todas las personas con las que Bennett está enemistado, solo hablaría con la familia… Ni siquiera podría hablar con mi hermano pequeño.
Amanda pensó que no le faltaba razón.
–Pero ¿y lo que ocurrió entre Henry y yo, no te incomodó?
–Por supuesto –admitió su hermana–. Fue terrible. Pero tú nos tenías a nosotros y Henry no tenía a nadie de su parte.
–¿Y tú te pusiste de su parte? –le preguntó Amanda con incredulidad.
–No exactamente. Es solo que no quería meterle más presión de la que ya tenía, así que un día lo llamé y… a partir de entonces, hemos estado hablando de vez en cuando.
–¿Desde cuándo?
–Desde hace un par de años, supongo.
–¿Y lo llamaste así, de repente?
Serena suspiró.
–No, me lo encontré por casualidad. Fue justo después de mi divorcio, cuando fui a aquel spa en Santa Mónica, ¿te acuerdas?
–Sí –le respondió ella, sintiéndose culpable por estar haciendo que su hermana hablase de una época que había sido muy dolorosa para ella–. Te alojaste en un balneario en la playa y papá y mamá se quedaron con Alli. Dijiste que lo habías pasado muy bien.
–Y así fue. De hecho, estoy pensando que estaría bien volver. Me pregunto si mamá querría quedarse de nuevo con Alli.
–Por supuesto que sí, pero estás cambiando de tema. ¿Cómo te encontraste con Henry?
–¿No pensarás que yo era el único huésped del hotel?
–No, pero…
–Es una broma –le dijo su hermana, dándole unas palmaditas en la mano–. Ya sabes que, además de balneario, es un hotel, y Henry estaba allí alojado también.
–Qué casualidad.
–Al parecer, estaban pintando su casa y se había trasladado allí una semana.
–Ya, ya…
–Venga, Amanda –le dijo Serena frunciendo el ceño–. No le des más vueltas al tema. No todo es una conspiración. A veces, uno se encuentra con alguien por casualidad. Te estás volviendo como Bennett y eso no es bueno.
–¿Qué quieres decir?
–Quiero decir que te estás volviendo desconfiada y suspicaz y que, si sigues pasando tanto tiempo en la empresa, con Bennett, solo va a ir a peor.
–No soy desconfiada, solo soy… cauta.
–Sí, claro. No es sano ir por la vida pensando que todo el mundo te va a traicionar.
–Ni tampoco pasearse por un campo de minas.
Serena sonrió, miró a su hija y después volvió a clavar la vista en Amanda.
–Yo no hago eso, solo estoy dispuesta a confiar en las personas hasta que me dan un motivo real para no hacerlo.
Ninguna de las dos nombró a Robert O’Dare, pero ambas supieron de quién estaban hablando. Y Amanda volvió a sentirse culpable por haber sacado aquel tema de conversación.
–En cualquier caso –continuó Serena–, bajé a cenar la primera noche que estaba en el hotel y me encontré con Henry en el bar. Y, dado que ambos estábamos solos, cenamos juntos.
Amanda sintió envidia, pero no quiso admitirlo.
–¿Así de fácil?
Serena se encogió de hombros.
–¿Por qué no?
Amanda la miró fijamente. ¿Era posible que su hermana no lo entendiera?
–Bueno, porque Porter Enterprises ha estado en guerra con Carey Corporation durante los últimos cinco años.
–Pero yo no soy la empresa, Mandy –le recordó su hermana–. Ni tú tampoco.
–Pero nosotras somos Carey y Henry es Henry. ¿Por qué estuvo tan simpático? ¿Quería sonsacarte información? –inquirió, teniendo que hacer un esfuerzo por contener la ira que le causaba pensar que aquel hombre hubiese podido utilizar a su hermana contra su propia familia.
–¿Por qué no iba a ser simpático conmigo? –le preguntó Serena tan tranquila–. Yo no soy Bennett. Ni tú tampoco. No tenía ningún motivo para evitarme. Y, no, antes de que me lo preguntes, ya te digo que no intentó sacarme información. Esto no es una telenovela, Mandy, deja de darle vueltas.
–Una telenovela, no –admitió ella–, más bien un thriller empresarial. Venga, Serena, sabes tan bien como yo que Henry nos ha arrebatado varias propiedades en los últimos años. Por no hablar de los empleados que nos ha robado…
–¿Al ofrecerles mejores sueldos y más beneficios? –comentó Serena sacudiendo la cabeza–. Eso no es robar, sino hacer una oferta mejor… que Bennett habría podido igualar si hubiese querido.
–¿Y eso hace que esté bien?
–Así son los negocios.
–No, no es cierto. Así es la guerra.
–Vaya, no sabía que fueses tan melodramática –comentó Serena riendo.
–A mí no me parece gracioso.
¿Cómo era posible que su propia hermana no se diese cuenta de que Henry Porter era capaz de cualquier cosa para hundir a la empresa de su familia?
–Pues lo es, cariño. Henry no es tan malo, no planea dominar el mundo ni nada de eso…
–No, el mundo, no, solo Carey Corporation.
–Bennett tampoco es un santo.
–Eso es verdad, pero…
–No hay peros que valgan –la interrumpió Serena–. Estoy empezando a pensar que no se trata de que Henry adquiera propiedades o empleados, sino de lo que ocurrió entre vosotros.
–Estás equivocada –le respondió Amanda con firmeza.
Aunque, tal vez, también hubiese algo de eso, pero, sobre todo, se trataba de que Henry quería vengarse de su familia.
Serena sacudió la cabeza.
–Mira, Mandy, todos sabemos lo que hubo entre Henry y tú hace diez años…
Amanda cambió de postura en el sofá, incómoda, y dio un sorbo al café que tenía en la mano. Sí, todo el mundo lo sabía porque Bennett los había sorprendido juntos y desnudos. Se ruborizó solo de recordarlo.
–Pero de eso hace diez años. ¿Cuándo vas a pasar página?
–¿Yo? ¿Cuándo va a pasar página Henry? ¿O piensas que ha escogido a la familia Carey como objetivo por casualidad? Teniendo en cuenta que no deja de sabotearnos y que Bennett se encuentra en un estado constante de irritación, me resulta bastante difícil sacarlo de mi memoria.
–Tienes razón –le dijo Serena, apoyando una mano en su brazo–. Lo entiendo, pero ¿qué es lo que quieres exactamente de mí?
–Ayuda –admitió Amanda–. Necesito saber qué sabe Henry de nosotros.
Serena frunció el ceño.
–No sé cómo voy a ayudarte con eso. Nunca hablamos de negocios, Mandy.
–Ya –comentó ella, porque no podía creerse aquello, seguro que hablaban de negocios, pero Serena no se había dado cuenta–. No espero que me des respuestas, sino que me ayudes a obtenerlas.
–¿Cómo?
–Necesito que me ayudes a entrar en casa de Henry.
Serena la miró con sorpresa y a Amanda no le extrañó.
–No puedes estar hablando en serio –le dijo su hermana, mirándola como si se hubiese vuelto loca–. Si quieres hablar con Henry, ve a su casa directamente.
–No quiero hablar con él, quiero espiarlo.
Serena se echó a reír, entonces, se dio cuenta de que Amanda estaba seria.
–¿No te parece que estás yendo demasiado lejos?
–No. Llevo pensando en ello desde que he ido a verlo esta mañana a su despacho.
–¿Pensando en qué?
Amanda miró a su alrededor para asegurarse de que nadie las escuchaba antes de volverse hacia su hermana.
–Me parece que solo hay dos maneras de averiguar qué trama: o poniendo un espía en su casa o… convirtiéndose en ese espía.
–Madre mía, Mandy, ¿te estás oyendo? –le preguntó Serena poniendo los ojos en blanco.
–Por supuesto –le respondió ella sonriendo porque su plan le parecía brillante–. Si consigues meterme en su casa, averiguaré qué trama, qué sabe de nosotros y cómo está consiguiendo la información.
–¿Ahora eres Amanda Bond?
–¿Por qué no? Aunque tal vez me parezca más a Mata Hari –le dijo a su hermana, pensando en todas las posibilidades que tenía delante.
Además, se dijo que, si lo tenía cerca durante un tiempo, tal vez conseguiría sacárselo de la cabeza de una vez por todas.
Hacía diez años que habían pasado una noche juntos y todavía no había sido capaz de olvidarse de él. Y lo había intentado. Había tenido varios amantes, pero no había vuelto a sentir lo que había sentido con Henry.
Y eso la enfadaba. ¿Por qué le había tenido que ocurrir aquello precisamente con Henry Porter?
–De acuerdo –comentó Serena riendo–. ¿Y cómo planeas hacerlo?
–En realidad, todavía no lo he pensado bien –admitió Amanda–, pero me has dicho que se va a mudar, ¿verdad? Supongo que va a necesitar algo de ayuda.
–Supongo.
–Pues dile que conoces a alguien que podría ayudarlo.
–¿Tú? ¿Vas a trabajar para Henry? ¿De empleada de hogar?
–Empleada de hogar o de lo que sea. Solo necesito estar cerca de él unos días.
Serena frunció el ceño, pensativa, y suspiró.
–La semana pasada me comentó que Martha, su ama de llaves, iba a contratar a algunos empleados para poner la casa a punto.
–¡Perfecto!
–No del todo –le recordó Serena–. Aunque le diese tu nombre a Martha y te contratasen… Henry te reconocería.
–No, no me va a reconocer.
–Es una mala idea –le advirtió Serena.
–En absoluto. Va a ser estupendo.
Aunque tuviese alguna duda, Amanda las apartó de su mente.
Tal vez disfrazarse pareciese una tontería, pero era lo único que se le ocurría para poder entrar en su casa. El plan funcionaría porque ella lo haría funcionar. Quería conseguir información acerca de Henry. Y no tenía nada que ver con el calor que sentía cuando lo tenía delante, como aquella mañana. Ni tampoco con los sueños que, de vez en cuando, la asaltaban por las noches. Quería demostrarle a su familia que era capaz de hacer algo por su dinastía.
Sabía que Bennett confiaba en ella, pero también era consciente de que la tenía ocupando un puesto en el que no iba a darle problemas. Era un respeto con salvedades y ella quería más.
–¿Puedes hacerlo? ¿Puedes meterme en casa de Henry?
Serena se quedó pensativa y después asintió. Amanda suspiró con satisfacción.
–Lo haré, con una condición –le dijo entonces su hermana.
–¿Cuál?
–Antes me has dicho que no podías olvidarte tan fácilmente de lo que ocurrió hace diez años.
Amanda frunció el ceño.
–¿Y?
–¿Cuál es el motivo real?
–¿Me estás psicoanalizando?
Su hermana sonrió.
–¿Debería hacerlo?
–¿No me digas que estás preocupada por mí? –le preguntó Amanda sorprendida–. Bennett se siente tan herido que dispara a todo lo que se mueve; Justin ni siquiera se presenta a las reuniones familiares; papá y mamá no paran de pelearse; y tú…
–¿Yo? –le preguntó Serena con sorpresa.
–Tú llevas dos años divorciada, Serena. ¿Has vuelto a mirar a otro hombre? ¿O vas a seguir utilizando a Robert como escudo durante el resto de tu vida?
Amanda llevaba guardándose aquello durante demasiado tiempo y lo dejó salir.
Su hermana frunció el ceño.
–Eso ha sido un golpe bajo.
–Tal vez, pero no me has respondido.
–Estás proyectando, Mandy.
–Ahora sí que pareces una terapeuta.
–Y tú, en vez de responder a mis preguntas, estás intentando cambiar de tema todo el tiempo. Además, a ti tampoco te he visto con ningún hombre últimamente. No eres tan optimista como pareces, ¿verdad?
–Tenías que haber estudiado psicología. Respondes a una pregunta con otra.
–Eso tampoco es una respuesta –insistió Serena.