Meditaciones - Marc Aurel - E-Book

Meditaciones E-Book

Marc Aurel

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Beschreibung

Las 'Meditaciones' de Marco Aurelio son un conjunto de reflexiones personales que ofrecen una visión profunda del estoicismo, donde el emperador romano se sumerge en la búsqueda de la virtud y la serenidad ante los desafíos de la vida. Escrito en forma de notas para sí mismo, el estilo es introspectivo y a la vez filosófico, lo que permite al lector vislumbrar la lucha interna de un líder poderoso que se esfuerza por mantener su humanidad en un mundo tumultuoso. El contexto literario de la obra se sitúa en el siglo II d.C., cuando el estoicismo cobraba una relevancia particular en la sociedad romana, reflejando la necesidad de control emocional y una vida guiada por la razón. Marco Aurelio, conocido como uno de los cinco buenos emperadores, fue educado en los principios estoicos desde una edad temprana. Su vida estuvo marcada por la guerra, la pérdida y la responsabilidad imperial, lo que, sin duda, moldeó su pensamiento filosófico. A lo largo de su vida, escribió estas meditaciones no como un tratado filosófico, sino como un ejercicio personal de reflexión que buscaba fortalecer su carácter y encontrar paz en la adversidad. Recomiendo encarecidamente 'Meditaciones' a aquellos que buscan comprender la filosofía estoica y su aplicación práctica en la vida cotidiana. No solo ofrece una perspectiva única sobre la mente de un emperador, sino que también nos invita a reflexionar sobre nuestras propias vidas y decisiones. Este libro se convierte en una guía atemporal sobre la resiliencia, la auto-reflexión y la búsqueda del equilibrio emocional.

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Marco Aurelio

Meditaciones

Reflexiones estoicas sobre la vida, el deber y la virtud. Nueva Traducción
Editorial Recién Traducido, 2024 Contacto: [email protected]
EAN 4066339599307

Índice

Primer libro
Segundo libro
Tercer libro
Cuarto libro
Quinto libro
Sexto libro
Séptimo libro
Octavo libro
Noveno libro
Décimo libro
Undécimo libro
Duodécimo libro

Primer libro

Índice

1

Por mi abuelo [Verus] sé lo que son los modales nobles y lo que significa estar libre de ira.

2

La reputación y la memoria de mi padre me predican la modestia y la hombría.

3

De mi madre es que sea temeroso de Dios y comunicativo; que evite no sólo las malas acciones sino también los malos pensamientos; que viva con sencillez y no haga ostentación de mí mismo como la gente rica.

4

Mi bisabuelo no permitió que asistiera a la escuela pública, sino que se ocupó de que me enseñaran en casa maestros competentes, y me persuadió de que no se debe economizar para tal fin.

5

Mi tutor no admitió que participara en las carreras, ni de verde ni de azul, ni que practicara la lucha libre y la esgrima. Me enseñó a soportar las dificultades, a necesitar poco, a echarme una mano a mí mismo, a preocuparme poco por los asuntos de los demás y a tener aversión a todo soplido de orejas.

6

Diognet me apartó de todas las ocupaciones inútiles; de creer en lo que los milagreros y malabaristas enseñaban sobre fórmulas mágicas, sobre desterrar espíritus, etc.; de guardar codornices, y de otras diversiones por el estilo. Me enseñó a tolerar una palabra libre; me acostumbró a los estudios filosóficos, me envió primero a Baco, luego a Tandasis y a Marciano, me hizo escribir diálogos incluso de niño, y me dio el gusto por el sencillo catre cubierto con una piel, como el que usaban los maestros de la escuela griega.

7

Debo a Rústico que pensara en cuidarme moralmente y en trabajar en mi mejora; que me mantuviera libre de la ambición de los sofistas; que no escribiera tratados sobre asuntos abstractos, ni pronunciara discursos con fines edificantes, ni me presentara pomposamente como un joven estricto y bienintencionado, y que me abstuviera de los estudios retóricos, poéticos y estilísticos; que en casa no iba vestido de estado ni hacía nada por el estilo, y que las cartas que escribía eran sencillas, tan sencillas y sin adornos como la que él mismo escribió a mi madre desde Sinuesa. También tengo que agradecerle el hecho de que me reconcilie fácilmente con quienes me han ofendido o me han ofendido de otro modo, en cuanto ellos mismos están dispuestos a enmendarse rápidamente. También me enseñó a leer lo que leo con atención y a no contentarme con un conocimiento superficial, ni a estar de acuerdo inmediatamente con lo que dicen los que juzgan superficialmente. Por último, fue él quien me introdujo en los escritos de Epicteto, que compartió conmigo por propia voluntad.

8

Apolonio me mostró que la libertad de espíritu es una firmeza que no concede nada al juego del azar; que hay que prestar tanta atención a la nada sin excepción como a los dictados de la razón. También aprendí de él lo que es la ecuanimidad ante el dolor intenso, la pérdida de un hijo y las largas enfermedades. - Me mostró con un ejemplo vivo que se puede ser la persona más impetuosa y la más serena al mismo tiempo, y que no es necesario perder el buen humor cuando se estudian obras filosóficas. Me hizo ver a un hombre que evidentemente consideraba como la menor de sus buenas cualidades el poseer práctica y habilidad en la enseñanza de las leyes fundamentales de la ciencia; y me mostró cómo uno debe recibir los llamados favores de los amigos sin por ello volverse dependiente de ellos, pero también sin pasar por encima de ellos insensiblemente.

9

Sexto me enseñó lo que es la bondad de corazón. Su casa era el modelo de un régimen paternal y me dio el concepto de una vida que corresponde a la naturaleza. Poseía una dignidad sin afectación y siempre se esforzaba por adivinar los deseos de sus amigos. Tolerante con los ignorantes, no tenía ojo para los que se aferraban a meros prejuicios. Por lo demás, sabía ponerse en buenos términos con todo el mundo, de modo que infundía al mismo tiempo la mayor reverencia a aquellas personas que no podían adularle por su carácter bondadoso y apacible. Su orientación para encontrar los principios necesarios para la vida y perfilarlos más de cerca era bastante comprensible. Nunca mostró ni rastro de ira ni de ninguna otra pasión, sino que era a la vez el más desapasionado y el más devoto de los hombres; buscaba la alabanza, pero una alabanza sin ruido; era muy culto, pero sin ostentación.

10

De Alejandro, el gramático, aprendí a abstenerme de utilizar cualquier lenguaje abusivo y a aceptar sin reproches lo que se te dice de forma errónea, burda o torpe; pero también a hablar con destreza sólo de lo que hay que decir, ya sea en forma de respuesta o confirmación o de reflexión conjunta sobre el asunto en sí, no sobre la expresión, o mediante otra observación pertinente.

11

A través de Phronto me convencí de que el despotismo tiende a engendrar la envidia, la deshonestidad y la hipocresía en alto grado, y de que los nobles de nacimiento son por lo general bastante innobles.

12

Alejandro, el platónico, me enseñó que rara vez, y nunca sin necesidad, debía hablar o escribir a nadie: no tenía tiempo; y que no debía así, bajo pretexto de asuntos urgentes, negarme constantemente a cumplir los deberes que nos imponen las relaciones con aquellos con quienes vivimos.

13

Catulo me aconsejó que no hiciera caso omiso si un amigo se quejaba conmigo de algo, aunque no tuviera motivos para ello, sino que intentara aclarar el asunto. Vi en él la fuerza con la que uno puede ser tomado por sus maestros, pero también lo querido que uno debe ser con sus hijos.

14

En mi hermano Severo tuve que admirar el sentido doméstico, el amor a la verdad y a la justicia. Él me presentó a Fraseas, Helvidio, Catón, Dio y Bruto y me condujo al concepto de un Estado en el que todos los ciudadanos son iguales ante la ley y a un gobierno que no tiene nada tan elevado como la libertad civil. Además, por pasar por alto otras cosas, siempre mantuvo el mismo respeto por la filosofía; era caritativo, incluso generoso en alto grado; siempre esperaba lo mejor y nunca dudó del amor de sus amigos. Si tenía algo en contra de alguien, no se lo guardaba, y sus amigos nunca necesitaron averiguar lo que quería o no quería, porque estaba al descubierto.

15

De Maximus pude aprender a controlarme, a no vacilar de un lado a otro, a tener buen valor en circunstancias difíciles o en la enfermedad, y también a combinar la sabiduría con la dignidad en el propio comportamiento, y a no emprender un trabajo que debe llevarse a cabo con rapidez, pero no precipitadamente. Todo el mundo estaba convencido de que pensaba como hablaba y hacía lo que hacía con buenas intenciones. Admirar algo o asombrarse, apresurarse o vacilar, estar perplejo y abatido o exuberante de alegría o enfadado o receloso, todo eso no era asunto suyo. Pero consideraba su deber ser caritativo y conciliador. Odiaba toda falsedad y por ello daba la impresión de ser un hombre recto más que fino. Nadie se creía despreciado por él; pero nadie se atrevía a creerse mejor de lo que era. También sabía bromear con gracia.

16

Mi padre tenía algo de gentil en su naturaleza, pero al mismo tiempo una firmeza inquebrantable en lo que había considerado a fondo. Era poco ambicioso en lo que suele llamarse honor. Trabajaba con gusto y sin descanso. Escuchaba a los que venían con cosas que prometían promover el bien común y nunca dejaba de dar a cada uno el crédito que merecía. Sabía dónde avanzar y dónde mantenerse. Era condescendiente con todo el mundo; se imponía el deber de cenar siempre con sus amigos o, cuando viajaba, ir con ellos; y siempre se mantenía a la altura de aquellos a los que se veía obligado a dejar en casa. Sus discusiones en las reuniones del consejo eran siempre muy precisas, y perseveraba y no se contentaba con ideas que quedaban en agua de borrajas para dar por concluida la reunión. Se esforzaba por conservar cuidadosamente a sus amigos, nunca se cansaba de ellos, pero tampoco los ansiaba. Era autosuficiente en todas las cosas y siempre estaba alegre. Tenía buen ojo para lo que se avecinaba y hacía los preparativos para las cosas más insignificantes sin hacer aspavientos, del mismo modo que prohibía todo aplauso y adulación. Siempre supervisaba lo necesario para su gobierno, era ahorrador con los fondos públicos y soportaba que se le reprochara por ello. - Estaba libre de supersticiones hacia los dioses y, en cuanto a su relación con el pueblo, no se le ocurría cortejar el favor popular, complacer y congraciarse con la gran multitud, sino que en todos los asuntos era sobrio, prudente, tenía tacto y no deseaba ninguna novedad. Hacía uso de las cosas que contribuyen a lo agradable de la vida -y la fortuna le ofrecía abundancia de ellas- sin ostentación, pero también sin disculparse, de modo que simplemente tomaba lo que había y no prescindía de lo que no había. Nadie podría decir que era un crítico, ni que era un hombre ordinario o un pedante, sino que había que llamarle un hombre maduro y consumado, por encima de toda adulación, que sabía presidir sus propios asuntos y los de los demás. Además, tenía en gran estima a los verdaderos filósofos, pero dejaba intactos a los demás, aunque no les permitía ninguna influencia sobre él. En su comportamiento también era extremadamente amable e ingenioso, sin exagerar. En el cuidado de su cuerpo sabía mantener la justa medida, no como un adicto a la vida, o como alguien que renquea o se descuida; sino que sólo con su propia atención consiguió que apenas necesitara al médico y no tuviera necesidad de remedios internos ni externos. - Sin embargo, por encima de todo, era característico en él dar precedencia a aquellos que realmente lograban algo, ya fuera en elocuencia o en jurisprudencia o en enseñanza moral o en cualquier otra materia, sin envidiarlos, y apoyarlos siempre que podía, para que cada uno encontrara el reconocimiento necesario en su materia. Gobernaba como lo habían hecho sus antepasados, pero sin querer dar la impresión de que velaba por las viejas costumbres. No se dejaba mover ni disuadir fácilmente de nada, sino que le gustaba quedarse donde estaba y en lo que hacía. Después de los dolores de cabeza más fuertes, se le veía apresurado en sus quehaceres habituales, fresco y vigoroso. Guardaba muy pocos secretos y sólo en contadas ocasiones y únicamente por el bien general. Sensato y moderado a la hora de organizar obras de teatro, edificios, donaciones al pueblo y cosas por el estilo, se mostraba como un hombre que sólo miraba por su deber, pero al que no le importaba nada la fama que pudieran reportarle sus acciones. - Se bañaba sólo a la hora de costumbre, no le gustaba construir, no daba importancia a la comida, ni a la ropa y sus tejidos y colores, ni a las esclavas hermosas. Normalmente se hacía traer la ropa de Lorium, el estado inferior, o de Lanubium y recurría al inquilino general de Tusculum, que le había solicitado este servicio. - No había nada impropio, ni siquiera indecoroso, ni siquiera impetuoso en toda su manera de ser, o lo que se dice: "al punto de acalorarse", sino que todo estaba bien pensado, tranquilo, sereno, bien organizado, firme y en armonía consigo mismo. Se le podría aplicar lo que se ha dicho de Sócrates, que era capaz tanto de abstenerse de cosas de las que muchos no pueden abstenerse por debilidad, como de disfrutar de lo que a muchos no se les permite disfrutar porque se dejan llevar. Tolerar a fondo lo uno y ser sobrio en lo otro es cosa de un hombre de espíritu fuerte e invencible, como el que mostró, por ejemplo, en la enfermedad de Máximo. -

17

Tengo que agradecer a los dioses que tenga excelentes antepasados, excelentes padres, una excelente hermana, excelentes maestros, excelentes sirvientes y casi todos excelentes parientes y amigos, y que no me haya faltado ninguno de ellos, aunque podría haberlo conseguido fácilmente con mi naturaleza. Es un favor de los dioses que las circunstancias no coincidieran tanto como para desgraciarme. Lo dispusieron de modo que ya no me criara la amante de mi abuelo; que conservara la frescura de mi juventud, y que estuviera sometida a mi principesco padre, que deseaba ahuyentar de mí todo engreimiento y persuadirme de que se podía vivir en la corte sin guardaespaldas, sin ropas costosas, sin antorchas, sin ciertas estatuas y pompas similares, y que estaba muy bien hacerse lo más ciudadana posible, con tal de no volverse demasiado humilde y descuidada en el cumplimiento de los deberes que el regente tiene para con el conjunto. Los dioses me han dado un hermano cuyo comportamiento moral me hizo cuidarme, y cuyo respeto y amor me hicieron feliz. - Me han dado hijos que no carecen de dones espirituales y que tienen cuerpos sanos. - Debo a los dioses el no haber llegado más lejos en el arte de la oratoria y la poesía y en los demás estudios, que me habrían absorbido por completo si hubiera progresado adecuadamente. También que honrara a mis tutores desde el principio, como parecían exigirme, y no me limitara a darles esperanzas de que lo haría más tarde, ya que entonces aún eran muy jóvenes. Además, que llegué a conocer a Apolonio, Rústico y Máxima; que tuve la imagen de una vida natural tan clara y tan a menudo ante mi alma que no puede deberse a los dioses y a los dones, ayudas y señas que recibí de ellos si se me ha impedido llevar una vida así; pero si no la he llevado hasta ahora, debe ser culpa mía, por no haber atendido a los recordatorios de los dioses, me gustaría decir a sus instrucciones explícitas. Debo a los dioses que mi cuerpo haya soportado una vida así durante tanto tiempo; - que nunca haya tocado ni a la Benedicta ni al Teodoto, y que más tarde me recuperara por completo de esta pasión; que en mi vehemente disgusto, que tantas veces sentí contra Rústico, no hiciera nada más de lo que debiera arrepentirme; y que mi madre, que estaba destinada a morir pronto, aún pudiera vivir sus últimos años conmigo. También se ocuparon de que, siempre que quise apoyar a un pobre o necesitado, nunca me dijeran que carecía de los medios necesarios, y de que yo mismo nunca me viera en la necesidad de pedir prestado a otra persona; y de que tuviera una esposa así: tan obediente, tierna y sencilla en sus modales, y de que pudiera proporcionar a mis hijos educadores capaces. A través de los sueños, los dioses me dieron remedios contra todo tipo de enfermedades, como las hemorragias y los mareos. También impidieron que, cuando comencé el estudio de la filosofía, cayera en manos de un sofista, o que malgastara mi tiempo con tal escritor, o que me enfrascara en resolver sus falacias, o que me ocupara de la ciencia celestial. Pues todas estas cosas requieren la ayuda de los dioses y la buena fortuna.

Escrito en los Quades del Granna.

18

Uno debe decirse a sí mismo de antemano: Me encontraré con un descarado, un desagradecido, un malicioso, un astuto o un envidioso o un intolerante. Pues tales cualidades son naturales para cualquiera que no conozca los verdaderos bienes y los verdaderos males. Pero una vez que me he dado cuenta de que sólo la virtud es un bien y sólo el vicio un mal, y de que el que hace el mal está emparentado conmigo, no por la sangre o la descendencia, sino en la disposición y en lo que el hombre tiene de los dioses, no puedo sufrir daño de nadie entre ellos -pues no me dejaré engañar- ni puedo enfadarme con el que está emparentado conmigo ni apartarme de él con hostilidad, ya que hemos nacido para apoyarnos unos a otros, igual que los pies, las manos, los párpados, las hileras de dientes superiores e inferiores se sirven unos a otros. Por lo tanto, vivir hostiles unos con otros va contra la naturaleza. Y eso es lo que hace quien se enfada con alguien o trabaja en su contra.

19

Lo que soy es triple: cuerpo y alma y lo que gobierna el todo. - Deja a un lado lo que te distrae, los libros y todo lo que no conduce a nada aquí; ¡desprecia la carne como quien está a punto de morir! Es sangre y hueso y una red tejida de nervios, venas y vasos. Luego considere su alma, y lo que es: un aliento; no siempre el mismo, pero continuamente emitido y aspirado de nuevo. En tercer lugar, ¡lo que gobierna! No seas tonto, ya no eres joven: ¡que ya no sirva; que sea aceptado por un curso que te aleja de lo humano; que se resienta de la fatalidad o del momento presente, o que evite lo que está por venir!

20

Lo Divino está lleno de huellas de la Providencia; lo accidental en especie, conexión y entrelazamiento no puede separarse de lo ordenado por la Providencia. Todo fluye de aquí. Además, lo que es necesario y lo que es propicio para el universo, del que usted forma parte. Cada parte de la naturaleza, sin embargo, es buena si está sostenida por la naturaleza del todo, que a su vez la sostiene. El mundo, sin embargo, se sustenta tanto en las transformaciones de las sustancias básicas como en las de las cosas compuestas. - Esto debe bastarle y debe mantenerse firme para siempre. No te esfuerces por alcanzar la sabiduría tal y como se encuentra en los libros, sino mantenla alejada de ti, para que puedas morir sin suspiros, con verdadera paz de espíritu y agradecido a los dioses desde el fondo de tu corazón.

Segundo libro

Índice

1

Recuerde cuánto tiempo ha estado posponiendo estas contemplaciones, y cuántas veces los dioses le han dado el tiempo y la hora para hacerlo sin que usted hiciera uso de ellos. Por fin debería darse cuenta de a qué clase de mundo pertenece, y de cómo gobierna el mundo del que usted es el desbordamiento; y de que se le ha asignado un tiempo que, si no lo utiliza para aclararse, pasará como usted mismo y no volverá.

2

Ten siempre presente, como corresponde a un hombre, ejercer una diligencia estricta y sin afectación, amor, franqueza y justicia en todo lo que tengas que hacer, y mantén a raya todos los pensamientos secundarios. Y los mantendrá a raya en cuanto considere cada una de sus acciones como la última de la vida: lejos de toda temeridad y de la excitación que le hace sordo a la voz de la razón juiciosa, libre de la pretensión del amor propio y del disgusto por lo que el destino le ha deparado. - Ya ve lo poco que tiene que adquirir para llevar una vida feliz, incluso divina. Pues ni siquiera los dioses piden más a quienes observan esto.

3

¡Sólo sigue haciéndote daño, alma querida! Apenas tendrás tiempo para progresar. Pues la vida huye de todos. Pero es como si hubiera terminado para ti que, sin amor propio, transfieres tu felicidad fuera de ti a las almas de los demás.

4

A pesar de su esfuerzo por crecer en conocimiento y abandonar su naturaleza inestable, ¿las cosas externas le siguen dispersando? Tal vez, si sólo te aferras a ese empeño. Pues ésa sigue siendo la mayor locura, trabajar fatigosamente sin una meta a la que dirigir todos sus pensamientos y aspiraciones.

5

Si no puede averiguar lo que ocurre en el alma de la otra persona, eso apenas es una desgracia; pero es necesariamente infeliz si no tiene claros los impulsos de su propia alma.

6

Debe recordar siempre cuál es la naturaleza del mundo y cuál es la suya, y cómo se relacionan ambas, es decir, qué parte del todo es usted y a qué todo pertenece, y que nadie puede impedirle hacer y hablar siempre sólo lo que corresponde al todo del que usted forma parte.

7

Teofrasto dice en su comparación de las faltas humanas -como mejor pueden compararse- que las cometidas por lujuria son más graves que las cometidas por ira. Y, en efecto, el iracundo parece un hombre que se ha apartado de la razón sólo con cierto dolor y con una desgana interior, mientras que el que se equivoca por lujuria, porque la lujuria le domina, parece más desenfrenado y más débil en sus faltas. Por eso, cuando afirma que es una falta mayor cometer un error con alegría que con pesar, esto es ciertamente correcto y sólo propio de la filosofía. Entonces se declara generalmente que el uno es una persona que ha sido ofendida y se ve obligada a enfadarse a su pesar, mientras que al otro, que hace algo por deseo, se le considera como si cometiera la falta a cara limpia.

8

Hacer y considerar todas las cosas como quien está a punto de apartarse de la vida es lo correcto. Pero apartarse de los hombres, cuando hay dioses, no es una desgracia. Pues entonces cesará el mal. Pero si no los hay, o si no se preocupan de los asuntos humanos, ¿de qué me sirve vivir en un mundo sin dioses, en un mundo sin providencia? Pero los hay y se preocupan de los asuntos humanos. Aún más. Han dejado enteramente en manos del hombre la protección contra los males, los males reales. De hecho, incluso con respecto a otros males, se puede decir que lo han dispuesto de modo que sólo dependa de nosotros que nos sobrevengan. Porque, ¿cómo podría empeorar la vida del hombre algo que no la empeora? Incluso la mera naturaleza -ya sea que la imaginemos sin conciencia o dotada de conciencia; es cierto que es incapaz de evitar el mal o de volverlo bueno- no habría pasado por alto tales cosas si no hubiera carecido de la impotencia o la falta de disposición para conceder el bien y el mal por igual y de forma indiscriminada a las personas buenas y malas. Pero la muerte y la vida, la fama y la infamia, la tristeza y la alegría, la riqueza y la pobreza, y todas estas cosas se conceden indistintamente a los hombres buenos y malos por igual, como cosas que no son ni méritos ni deméritos morales: de ahí que no sean ni buenas ni malas (ni felicidad ni infelicidad).

9

¡Cómo se desvanece todo tan rápidamente! ¡En el mundo visible los cuerpos, en el mundo espiritual su memoria! ¡Qué es todo lo sensual, especialmente lo que atrae por el placer o desalienta por el dolor o se extiende en el orgullo y la arrogancia! ¡Qué vano y despreciable, qué sucio, caduco, muerto! - Siga el tren del espíritu; pregunte por aquellos que se han hecho famosos mediante obras del espíritu; examine lo que significa realmente morir (y si no permite que la imaginación influya en sus pensamientos, no reconocerá en ello otra cosa que una obra de la naturaleza: pero sería infantil tener miedo de una obra de la naturaleza que de todos modos también le es beneficiosa); aclare cómo capta el hombre a Dios y con qué parte de su ser, y cuál es la situación de esta parte del hombre cuando ha captado a Dios.

10

No hay nada más miserable que un hombre que recorre todo como en círculos, que quiere sondear las profundidades de la tierra, como dice Píndaro, que se preocupa por todo y por nada, incluso por lo que nadie más piensa, que no se detiene a pensar en los procesos del alma de su prójimo y no comprende que basta con vivir para el Dios de su propio pecho y servirle como se merece. Pero este es su servicio: mantenerlo puro de pasión, de temeridad y de disgusto por lo que hacen los dioses y los hombres. Pues honrar las acciones de los dioses está dictado por la virtud, y compadecerse de las de los hombres por la igualdad de ascendencia, aunque estas últimas tengan a veces algo de lamentable, porque tantos no saben lo que es bueno y lo que es malo, una ceguera no menor que la de no saber distinguir entre el blanco y el negro.