Mirar y pensar la belleza - François Cheng - E-Book

Mirar y pensar la belleza E-Book

François Cheng

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Beschreibung

¿Qué es la belleza? ¿Necesita el universo ser bello? En un momento en el que parece haber quedado relegada al aspecto de las cosas y los seres, François Cheng nos introduce, siguiendo las grandes tradiciones de Oriente y Occidente, a una visión filosófica y ética de la belleza. A lo largo de los dos textos recogidos en este libro, el académico francés reflexiona en torno a la antigua convicción de que existe un lazo íntimo que une belleza y bondad, un viaje que abarca desde la representación de la santidad, pasando por la singularidad de la creación artística y la simbología de la pintura China, hasta las virtudes humanas que Confucio atribuía a las grandes entidades vivas de la naturaleza. Una invitación a renovar la mirada, a descubrir el pálpito estético que late en cada acción y la dimensión moral que se esconde en toda belleza.

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FRANÇOIS CHENG

MIRAR Y PENSAR LA BELLEZA

Traducción de Cristina Zelich

GG

ÍNDICE

Prólogo deXavier Antich

¿Cómo mirar ypensar la belleza?

Ilustraciones

Discurso sobrela virtud

PRÓLOGO

Existe un hilo rojo, sutil, que vincula desde los antiguos bien y belleza. O, si el bien parece una noción excesiva, incluso metafísica, podemos entender el bien en su dimensión humana, como bondad, y precisar el vínculo recordando que, desde tiempos remotos, belleza y bondad han vivido hermanadas, casi como inseparables. Así sucede, a pesar de la distancia geográfica, en dos culturas tan potentes y deslumbrantes como la griega y la china antiguas. En tiempos de Platón y Confucio, hace veinticinco siglos, la relación entre belleza y bondad expresaba una verdad profunda: que lo bueno es bello, y que lo bello, bueno. Esta verdad sugiere que la belleza no afecta solo al aspecto o la forma de las cosas, ya sean naturales o artísticas, proporcionando así en quienes las contemplan una sensación de agrado y placer, de bienestar emocional y de estímulo intelectual, sino que la belleza es también manifestación de la bondad, puesto que no puede reconocerse belleza allí donde hay maldad, inhumanidad o barbarie: la monstruosidad siempre ha aparecido como maligna. Y, de modo correlativo, esta verdad también sugiere que la bondad, como plenitud en la virtud y como estado de perfección en aquello que hace que una cosa o persona sea lo que es, es bella, puesto que, justamente por haber alcanzado ese estado, es deseable y deseada.

Algo de esa sabiduría milenaria, que se remonta a siglos atrás de nuestra era, pervive todavía en el lenguaje común actual cuando alguien se refiere a una bellísima persona para elogiar su actitud, como ejemplo en su comportamiento de virtud y bondad, o cuando hablamos de una cosa fea para identificarla como indeseada por su maldad ética o moral.

Los tiempos modernos, sin embargo, han acentuado una tendencia cultural, que es también educativa y social, incluso laboral, a la especialización, es decir, a la separación de las diversas dimensiones del ser humano. Tal vez, ello sea fruto inevitable del no siempre beneficioso progreso, que parece impulsar a desarrollar algunas aptitudes, habilidades o intereses, y también por supuesto ocupaciones, en detrimento de otras. Sin embargo, ello ha comportado separaciones artificiales o forzadas entre ámbitos que, de hecho, solo pueden comprenderse de manera articulada y conjunta. Así, hemos acabado separando la belleza de la bondad, así como la belleza natural de la belleza artística, pensando de manera reductiva que la belleza tiene que ver con el arte y con la estética, o con el gusto y el deseo, sin que ello tenga necesariamente que ver con la ética y el comportamiento moral. No ha ayudado, en este sentido, esa tendencia a entender la belleza como una cosa de las bellas artes y de esos extraños objetos que denominamos obras de arte, custodiados en los museos, pues parece que, así, asignándoles un lugar cultural, separamos la belleza de la vida y de todo aquello a lo que, en la vida, la belleza está conectada. Del mismo modo, esa separación entre belleza y bondad, o entre estética y moralidad, ha conducido a no reconocer la belleza en las acciones o comportamientos humanos, justamente por haber desprovisto a la belleza de su íntima relación con la vida. Con todo lo vivo, casi diríamos.

Por este motivo, los dos maravillosos textos de François Cheng que se publican conjuntamente en este volumen, dedicados a la belleza y la virtud, son un brillante estímulo, lleno de sugerencias y evocaciones, a reconocer su mutua implicación, a través de ese hilo rojo sutil que vincula una arraigada convicción de los tiempos antiguos, en Grecia y China, a una aspiración que todavía hoy puede reconocerse en los más altos impulsos que alimentan, a pesar de todo, a veces, estos tiempos convulsos en los que nos ha tocado vivir. Cheng es uno de los grandes intelectuales de nuestra época. Y, sin embargo, o justamente por ello, renuncia a las complicadas argumentaciones teóricas y recurre a la simplicidad, que no tiene nada de banal, cuando, por ejemplo, para ilustrar lo que entiende por virtud, recurre a los efectos benéficos y a la belleza de algunas plantas, como el bambú, el ciruelo, el loto o la orquídea, reconociéndolas como “seres de bien” y descubriendo en ellas propiedades, a un tiempo, estéticas y morales, como ejemplo de bellezay virtud. Una belleza y una virtud, me atrevería a decir, en minúscula, modestas, de tono menor, que permite aproximarlas, así, a nuestra experiencia cotidiana de las cosas para entender, aunque sea de modo intuitivo, la sutileza que anida en nociones tan complejas y, a la vez, grandiosas, como estas.