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"La demolición de los derechos de los trabajadores se observa en el lenguaje de la economía on demand: no trabajas para, sino que colaboras con; no te despiden, te desconectas; no te controlan, te valoran. Nos hemos convertido en pilas que fabrican datos, braceros de la información, jornaleros del consumo. Vivimos la servidumbre cotidiana como si fuera una actividad liberadora. La vida y el trabajo se integran, no se concilian, y las relaciones sociales capitalistas colapsan las arterias sociales con ese colesterol llamado "mercancía". Si todo depende de lo que pasa, nos convertimos en esclavos de la coyuntura, siempre disponibles por lo que pueda llegar a pasar en un mundo donde nos acaba pasando de todo. Este es el laberinto que tenemos que resolver: el tránsito que va del "no tengo tiempo" a la sociedad del tiempo garantizado. "Una guía fundamental para comprender las mutaciones del trabajo contemporáneo." Raimundo Viejo "Jorge Moruno se ha convertido en un pensador imprescindible de y contra la era de la precariedad." Iñigo Errejón
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Akal / Pensamiento crítico / 65
Jorge Moruno
No tengo tiempo
Geografías de la precariedad
Prólogo: Raimundo Viejo
La demolición de los derechos de los trabajadores se observa en el lenguaje de la economía on demand: no trabajas para, sino que colaboras con; no te despiden, te desconectas; no te controlan, te valoran. Nos hemos convertido en pilas que fabrican datos, braceros de la información, jornaleros del consumo. Vivimos la servidumbre cotidiana como si fuera una actividad liberadora.
La vida y el trabajo se integran, no se concilian, y las relaciones sociales capitalistas colapsan las arterias sociales con ese colesterol llamado «mercancía». Si todo depende de lo que pasa, nos convertimos en esclavos de la coyuntura, siempre disponibles por lo que pueda llegar a pasar en un mundo donde nos acaba pasando de todo. Este es el laberinto que tenemos que resolver: el tránsito que va del «no tengo tiempo» a la sociedad del tiempo garantizado.
«Una guía fundamental para comprender las mutaciones del trabajo contemporáneo.» Raimundo Viejo
«Jorge Moruno se ha convertido en un pensador imprescindible de y contra la era de la precariedad.» Íñigo Errejón
Jorge Moruno Danzi es sociólogo y escritor. Ha sido el responsable del área de Discurso en Podemos desde su nacimiento hasta febrero de 2017. Analista de la actualidad en redes sociales y en varios medios, se pueden seguir sus reflexiones en el blog «La revuelta de las neuronas» (alojado en www.publico.es) y en Cuarto Poder, así como en Twitter (@jorgemoruno) o en su canal de Telegram (https://t.me/jorgemoruno). En esta misma colección ha publicado La fábrica del emprendedor. Trabajo y política en la empresa-mundo (2015).
Diseño de portada
RAG
Motivo de cubierta
Antonio Huelva Guerrero
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Nota a la edición digital:
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© Jorge Moruno, 2018
© Ediciones Akal, S. A., 2018
Sector Foresta, 1
28760 Tres Cantos
Madrid - España
Tel.: 918 061 996
Fax: 918 044 028
www.akal.com
ISBN: 978-84-460-4574-8
Para Cris, porque estás hecha de estrellas.
Prólogo
Lavorare con lentezza senza fare alcuno sforzo
chi è veloce si fa male e finisce in ospedale
in ospedale non c’è posto e si può morire presto
Lavorare con lentezza senza fare alcuno sforzo
la salute non ha prezzo, quindi rallentare il ritmo
pausa pausa ritmo lento, pausa pausa ritmo lento
sempre fuori dal motore, vivere a rallentatore
Lavorare con lentezza senza fare alcuno sforzo
ti saluto ti saluto, ti saluto a pugno chiuso
nel mio pugno c’è la lotta contro la nocività
Lavorare con lentezza senza fare alquno sforzo
Lavorare con lentezza
Lavorare con lentezza
Lavorare con lentezza
Lavorare con lentezza
Lavorare con lentezza
Enzo Del Re, 1974
En algún momento, allá por los albores del mundo moderno, el tiempo se volvió contra la vida. Hasta ese momento la había acompañado, inevitable, grabando en su registro las experiencias de la gente y, en los cuerpos, las metamorfosis de la carne. El tiempo se manifestaba en las arrugas de los rostros, las cosechas o las ruinas, no en las agujas de relojes. Fue ahí que empezamos a luchar contra el tiempo y su maquinaria de cronómetros, horarios y ritmos; a la manera de Chaplin, girando entre unos engranajes fabriles que, para nuestra desorientación, se han invisibilizado. Tal es el sino de nuestra posmoderna condición: enfrentarnos al tiempo en pos de la recuperación de una vida perdida de inicio, por nacimiento o nación, y que siempre se nos acaba escapando por obedecer −aun sin querer− alguna modalidad de mando que nos devuelve irremediablemente al tajo.
Este ensayo surfea a golpe de aceleradas reflexiones una revolución geohistórica que no es otra que la seguida desde sus inicios por las propias formaciones sociales capitalistas. Con su surgimiento, la relación entre tiempo y vida mutó en modalidades de explotación siempre dispuestas a indagar en la potencia productiva del cuerpo social, sus singularidades y sus simbiosis. Una constante marcaría desde entonces las sociedades humanas: explotar la potencia constituyente de la vida por medio del control político del tiempo. De ahí que, al final, la lucha por la abolición del trabajo se haya acabado convirtiendo en una pugna por la significación, reapropiación y reconfiguración de la relación entre tiempo y vida.
A lo largo de las páginas de este libro, Jorge Moruno profundiza en esta cuestión de la relación entre tiempo y vida desde un punto de fuga que él mismo expone en los siguientes términos: «Toda revolución, toda aspiración de cambio, pasa por reordenar el reparto y el sentido del tiempo; es la tensión impaciente e indómita que desobedece al contador del capital». He ahí una guía para comprender las mutaciones del trabajo contemporáneo. Si queremos alcanzar a comprender qué está sucediendo en nuestras sociedades y cómo es que se nos hace tan difícil sustraernos y combatir las relaciones de explotación, justamente allí donde antes todo parecía tan evidente, es preciso resolver primero el problema que liga hoy tiempo y vida.
A tal fin se hace inevitable el análisis genealógico de las formas de explotación, cuyas mutaciones se suceden ante nuestros ojos de manera acelerada. Desde la revuelta del sujeto proletario industrial contra la fábrica nacida de «la entrada del cronómetro en el taller» −al decir de Coriat−, hasta las formas actuales de la precariedad laboral, se han seguido innúmeras metamorfosis cotidianas, a menudo imperceptibles, que a cada momento han venido a responder, desobedeciendo, a las exigencias políticas del mando capitalista. Este, por su parte, las ha necesitado siempre para poder acometer su propia regulación y asegurarse la pervivencia bajo formas a cada paso más creativas, innovadoras y robustas. Por eso, por más intrincada que se haya hecho la realidad social −o precisamente debido a ello−, nunca deberíamos perder de vista que ha sido siempre el desarrollo capitalista el que ha sido explicado por el antagonismo y no al revés.
La complejidad de las relaciones de explotación laborales en nuestras sociedades, tan difícil de aprehender en lo ideológico como de impugnar en lo discursivo, no ha logrado tampoco esquivar las formas moleculares de resistencia, desobediencia y deserción sobre las que se ha configurado el magma que es hoy la multitudinaria composición de la producción y reproducción social. Después de todo, ha sido y es en el antagonismo donde siempre se ha radicado la posibilidad misma de formular ese reordenamiento de reparto y sentido del tiempo al que nos remite Moruno como horizonte de vida recuperable.
Con una tarea tan ambiciosa por delante, nos propone pensar sobre sus «reflexiones veloces». Puede parecer paradójico a primera vista y, sin embargo, es tan inevitable como acertado. ¿Qué sentido tendría, si libramos una batalla del tiempo, en el tiempo y por el tiempo como batalla por la vida misma, someternos a la producción académica del conocimiento? ¿Acaso no es mucho más interesante elegir otro lugar para analizar, otro locus desde el que enunciar hipótesis, cartografiar realidades y buscar explicaciones?
Jorge Moruno es todo un ejemplo de practicante de la dirty social theory o modalidad de conocimiento subjetivo, situado y precario que reivindicamos como única praxis cognitiva emancipadora posible. Se trata de alguien dedicado a una teorización antagonista al alcance de la existencia precaria, de la vida a borbotones y de la existencia siempre puesta en suspenso. A pesar de que nunca como en nuestros días han abundado tanto las figuras del cognitariado precario (falsos becarios, falsos profesores asociados y tantas otras modalidades de lo falso), no es para nada frecuente encontrar un conocimiento liberado de ataduras institucionales, audaz en la formulación de hipótesis, extrañamente laborioso en la búsqueda de ejemplos y ajeno por completo a los destinos del homo academicus.
Por suerte para quienes lo podemos leer, Moruno ha esquivado el riesgo de caer en un discurso academicista. Me consta porque lo conocí hace años ya, cuando elaboraba sus hipótesis e ideas sustrayendo valor cognitivo a su trabajo en el Bus Turístic de Barcelona. Su método es, como corresponde al conocimiento «sucio» del precariado, a un tiempo generoso y detallado en lo empírico, ágil y pragmático en lo conceptual, experimental y resolutivo en lo metodológico. Adelantamos por esto mismo que no todas las subjetividades que lean el texto que sigue saldrán indemnes, ni afectadas por igual ante sus enunciados. Estamos ante conocimientos situados que no pueden interpelar por igual a quienes lean estas páginas. Al fin y al cabo nunca ha sido cosa de entender el mundo, sino de transformarlo.
Raimundo Viejo Viñas
El infierno de los vivos no es algo que será. Ya existe aquí: lo habitamos todos los días; lo conformamos todos juntos. Dos formas hay de no sufrirlo. La primera es fácil para muchos: aceptar el infierno y convertirse en parte de él hasta el punto de dejar de verlo. La segunda es arriesgada y exige atención y aprendizaje continuos: buscar y saber quién y qué, en medio del infierno, no es infierno, y darle espacio, y hacerlo durar mientras vivamos.
Italo Calvino
El proletariado moderno no tiene un esquema previo, válido de una vez para siempre, ni una guía infalible que le muestre el camino que debe recorrer; no tiene otro maestro que la experiencia histórica.
Rosa Luxemburg
Introducción
Napoleón afirmaba que el trabajo es la guadaña del tiempo; el trabajo se come al tiempo. Sobre la relación entre el tiempo y el trabajo, el tiempo y la vida, tratan estas reflexiones pensadas a la carrera: «la vida va deprisa cuando se va corriendo», que cantaba Kortatu. El tiempo ordena la vida en la sociedad y la sociedad es ordenada por cómo se vive el tiempo. La manera en la que ordenamos y jerarquizamos el acceso al tiempo determina la posición y capacidad de intervención pública y viceversa. El tiempo es la cualidad que caracteriza por igual a la política y la economía: sin tiempo no puedes decidir, sin decidir no puedes tener tiempo. Sin tiempo se es nada.
La premodernidad estaba dominada por distintas clases de tiempos concretos; tiempos que se regulan en función de los acontecimientos, como el tiempo que mide lo que tarda en hacerse el arroz o en rezar un padrenuestro. El tiempo era dependiente de la actividad, los acontecimientos no pasaban en el tiempo sino que daban sentido al propio tiempo; la luna y las estaciones servían de orientación para calcular el paso del tiempo y ordenar la actividad. Jacques Le Goff, el célebre historiador de la Edad Media, traza el tránsito que va desde el tiempo eclesiástico al tiempo empresarial a través de las campanillas de trabajo, un sistema de medición y de ordenamiento de las jornadas laborales que sustituye al amanecer y al ocaso a la hora de marcar el principio y el final de la jornada. Con motivo de la concentración de la industria textil enfocada a la exportación, este sistema se implantará en las ciudades flamencas del siglo XIV; ya entonces encontramos las primeras luchas, cuando los empresarios textiles retrasan la hora de los relojes, recién introducidos en los talleres, con el fin de alargar las jornadas laborales. De este modo, comienza a tomar forma un tiempo nuevo, abstracto, que avanza a la par que se extienden las relaciones sociales capitalistas. En lugar de medir el tiempo partiendo de la duración de hechos, sucede al revés y es el tiempo abstracto el que pasa a medir aquello que se hace; la actividad. Un tiempo uniforme, continuo, homogéneo e independiente de los acontecimientos. Un tiempo absoluto emancipado de los hechos.
Los municipios introducen en las torres relojes mecánicos y, a finales del siglo XIV, se establece la hora de 60 minutos. Pero es cuando se establece la hora que da comienzo al día, la hora cero, cuando realmente avanza el tiempo «burgués», el tiempo contable que tanto odiaba Gramsci en cada año nuevo. La ciudad se adueña del tiempo y se lo arrebata a la Iglesia pero, en su efecto, el ser humano se ve despojado de su dominio por un tiempo indómito al cual se ve obligado a subordinarse. La modernidad se cierra en un contrato social basado en el tiempo humano gastado y el trabajo remunerado.
«El hombre es el animal que usa relojes», nos dice Antonio Machado; precisamente porque es el único que tiene conciencia de la muerte y porque cree en ella, usa relojes. «Reloj» es una voz que proviene de horologium; contador de horas. El reloj es el contador del capital. Primero colgado en los ayuntamientos para luego, en el siglo XVI, empezar a usarse en la actividad marítima como instrumento de navegación. Posteriormente se convertirá en símbolo de distinción burguesa –el reloj de bolsillo– y colonizará las estaciones de tren a mediados del XIX, cuando la hora unitaria de Greenwich rija los nuevos tiempos del ferrocarril. Ya entrado el siglo XX, el reloj de pulsera se populariza masivamente a raíz de la Primera Guerra Mundial y las necesidades de sincronización de la guerra moderna. Los soldados llevaban varios artefactos en la mano y el reloj de bolsillo les resultaba incómodo frente al reloj de pulsera, que tras la contienda bélica pasará a sincronizar la vida en toda la sociedad.
Este dominio político sobre el tiempo se observa en el primer cambio de hora oficial en la Inglaterra de 1916, que acabó en disturbios. En España costó aceptar lo que hasta hace poco más de medio siglo se llamaba «la semana inglesa», que incluye al sábado como día festivo en la semana. En la España preindustrial, la comida del mediodía era a las 12 o la 1, y la cena antes de las 8; es en el Madrid bohemio de principios del siglo XX cuando empiezan a dilatarse los tiempos de la comida, usos que más tarde se extienden al resto del país. Las tradiciones, como las instituciones, son una creación social, pero se emancipan de esta relación y se presentan como al margen de su origen social: se trata de congelar el tiempo y repetir el hoy como el ayer, y el mañana como el hoy, sin contingencia, sin equilibrios.
Por supuesto, incluso con la actual homogeneización temporal, cada sociedad mantiene una experiencia distinta con el tiempo. Tampoco todas las personas ordenan y viven igual su tiempo; vemos distinciones por franjas de edad y se observa siempre una brecha de género –la mujer soporta más tareas y responsabilidad y disfruta de menos tiempo propio–. Como se destaca en el estudio del CIS La percepción de los españoles sobre el tiempo, en 1992 solo el 46 por 100 de los entrevistados respondía que le faltaba tiempo. En 2012 asciende al 60 por 100, cifra que aumenta hasta el 78 por 100 en el caso de las mujeres que tienen entre 18 y 34 años. Según la Encuesta europea sobre calidad de vida 2016, el porcentaje de españoles con bajos ingresos que declaran dificultades para cumplir con las tareas familiares a causa del trabajo ha pasado de suponer el 31 por 100 en 2007 al 56 por 100 en 2016, y en la UE28 ha pasado del 31 por 100 al 46 por 100.
El reparto, el uso, disfrute y decisión sobre el tiempo tiene que ver con el modo de convivencia en una comunidad, es decir, el tiempo es fruto de una relación sociopolítica; eso es así desde la antigua Grecia hasta nuestros días. Los calendarios son una forma de explicar la manera de comprender el tiempo; los relojes son, además, la forma social bajo la cual vivimos el tiempo. La manera en la cual se vive el tiempo tiene que ver con una estructura de dominación social concreta, compleja por supuesto, en la cual se relacionan y cruzan distintos factores, pero que siempre pivota sobre el sentido y el acceso al tiempo.
La Revolución francesa introdujo un calendario nuevo en un intento de nombrar el flujo del tiempo de otro modo. Toda revolución, toda aspiración de cambio, pasa por reordenar el reparto y el sentido del tiempo; es la tensión impaciente e indómita que desobedece al contador del capital: la historia por la emancipación de los hábitos asumidos como hechos. Los sans culottes y los campesinos destrozarán los relojes ubicados en los ayuntamientos e iglesias, algo similar a lo sucedido en la Revolución de Julio de 1830 cuando, según cuenta Walter Benjamin, «ocurrió que en varios sitios de París, independiente y simultáneamente, se disparó sobre los relojes de las torres», y lo mismo ocurrirá en la Comuna de París de 1871. A fin de cuentas, una huelga siempre ha sido una demostración de fuerza, el despliegue de la capacidad soberana para disputar el tiempo en un territorio dado. Parar el tiempo, parar la cadena, implica parar la máquina, esto es, parar «la continuidad constante del capital» (Marx).
Hoy vivimos una descomposición de un determinado orden temporal –el de la sociedad del empleo– que, si bien ha sido históricamente corto, había conseguido proyectarse e instalarse como aquel que iba a perdurar y que ahora, en su derrumbamiento, todavía se reivindica. Ese orden del tiempo estable separaba claramente las esferas del tiempo de no trabajo y de trabajo; hoy, todo es tiempo humano disponible para el trabajo, del mismo modo que el trabajo necesita disponer de menos tiempo humano. Bajo la extensión de la competitividad, el tiempo se queda corto, por eso el crédito compra tiempo a futuro, especula y apuesta sobre la base de una promesa extendida en el tiempo. Es la acumulación por simulación; tókos, recuerda Aristóteles, «porque lo engendrado –tiktómena– es de la misma naturaleza que sus engendradores, y el interés resulta como hijo del dinero». Así pues, si la mercancía hace del tiempo algo escaso, el capitalismo alicatado de la financiariazación explora nuevos horizontes temporales sostenidos no ya en el trabajo social, sino en la apuesta a futuro sobre un reflejo de espejos. En la búsqueda por ganar tiempo y acotar el lapso, la inteligencia artificial consigue reducir el tiempo que se tarda en realizar una compraventa, pasando de los 20 segundos de hace dos décadas, a los 10 microsegundos actuales.
El orden social moderno de la representación política y el parlamentarismo, así como su correlato constitucional del trabajo ajustado al tiempo de la jornada laboral, está claramente erosionado. La política se ha mercantilizado al mismo tiempo que el trabajo ha tomado la forma propia de la política. Los ingredientes con los que se cocina la publicidad y el consumo se encuentran en la información y los datos registrados: el rastro y la huella que vamos dejando cuando compramos y se pasa un código de barras, cuando buscamos información, cuando opinamos e intercambiamos fotos, pareceres y comentarios, cuando conducimos; todo queda registrado y todo es susceptible de ser vendido y usado para vender otras cosas.
Ese tiempo que se gana a futuro encarna la manera acelerada en la que vivimos nuestra temporalidad contemporánea. Tempus fugit, que decía Virgilio, «el tiempo se nos escapa», nunca es suficiente y nos empuja a una competitividad extrema por encontrar bolsas de tiempo que pesan sobre nuestras espaldas y las ajenas. El tiempo se vive de forma cada vez más cardiaca. Cómo se lucha contra una realidad cuando la propia realidad contra la que se lucha es la causa que impide luchar, cómo ganar el tiempo que no se tiene pero que abunda como nunca antes. Este es el laberinto histórico que tenemos que resolver.
Este libro es un conjunto de reflexiones veloces, como no podía ser de otra forma. Quiero agradecer especialmente a Antonio Sánchez y a Cristina Castillo las revisiones, aportaciones, ideas y correcciones que han podido hacer de estas líneas sacando tiempo de donde no tienen. Lo bueno que hay en este libro es aportación suya, del resto culpen a un servidor.
CAPÍTULO I
A la deriva
Es más fácil convencer cuando en lo que se presenta al pueblo se ve ganancia aunque esconda en sí una pérdida, y al contrario, es difícil que elija algo con apariencia de vileza o de pérdida, aunque oculte en su seno salvación y ganancia.
Maquiavelo.
SALMONES
Cada primavera, alrededor de 500 millones de salmones de distintas especies emprenden su viaje de retorno al río que les vio nacer para desovar y reproducirse. Es toda una aventura plagada de peligros. Cuentan con una especie de GPS y un olfato que les permite detectar una gota de su río natal entre 8.000 litros de agua. En su larga travesía, que parte del océano Pacífico y se extiende a lo largo de 4.500 kilómetros hasta los ríos en la costa oeste de Norteamérica, deben enfrentarse a toda una catarata de obstáculos, depredadores y retos que sortear. Nada más llegar a las zonas costeras, les están esperando las orcas, los leones marinos, los tiburones salmón y las águilas calvas, para comérselos. Avanzando en tropel, consiguen entrar en la desembocadura de los ríos incorporándose al agua dulce; a partir de ese instante, el calvario se intensifica: sus riñones dejan de funcionar, dejan de comer y de beber. Tienen por delante un tortuoso viaje río arriba contando únicamente con la energía acumulada.