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Novios de papel Compromiso fingido, pasión auténtica Cuando la experta en Relaciones Públicas Lily Ford firmó un contrato con el magnate Gage Forrester, sin darse cuenta también le estaba entregando su vida. Gage quería tenerla a su disposición las veinticuatro horas del día y, cuando necesitó buena publicidad para su empresa, encontró una solución tan inesperada como original: anunciar públicamente su compromiso con Lily. Todo por el negocio, naturalmente. Sería un compromiso falso, pero Gage era muy tradicional cuando se trataba de cortejar apasionadamente a una mujer… Atraída por su enemigo Ella debía ocultar su vulnerabilidad y controlar la atracción que existía entre ellos desde el primer momento… Cuando el negocio de Elsa entró a formar parte de sus adquisiciones, Blaise Chevalier pensó en deshacerse de él, como solía hacer con las empresas que no generaban suficientes beneficios. Pero entonces conoció a Elsa. Una mujer hecha de una pasta tan dura como él, que se convirtió en una fascinante adversaria con la que pretendía divertirse un poco… Elsa era una mujer orgullosa, fuerte y bella, que estaba decidida a demostrarle a Blaise que se equivocaba acerca de su negocio y de su valía profesional.
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Seitenzahl: 339
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Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
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28036 Madrid
© 2024 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
N.º 489 - diciembre 2024
© 2011 Maisey Yates
Novios de papel
Título original: Marriage Made on Paper
© 2011 Maisey Yates
Atraída por su enemigo
Título original: The Highest Price to Pay
Publicadas originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2012
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-1074-079-2
Créditos
Novios de papel
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Atraída por su enemigo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Si te ha gustado este libro...
A LILY Ford no le gustaba nada ver a Gage Forrester en su despacho, apoyado en su escritorio, su aroma envolviéndola y haciendo que su corazón se acelerase. No le gustaba nada ver a Gage, el hombre que había rechazado los servicios profesionales de su empresa de relaciones públicas, pero su cuerpo parecía tener mente propia.
–He oído que Jeff Campbell la ha contratado –empezó a decir, cruzando los brazos sobre su impresionante torso.
No, Gage Forrester no era de los que estaban todo el día detrás de un escritorio. Un físico como aquél no ocurría por accidente, ella lo sabía por experiencia. Tenía que ir cuatro veces por semana al gimnasio para combatir los efectos de un trabajo sedentario, pero debía hacerlo. Su imagen era importante porque su trabajo consistía en hacer que la imagen de sus clientes fuera perfecta a ojos del público.
–Ha oído correctamente –respondió, echándose hacia atrás en la silla para poner distancia entre ellos y sentir que tenía cierto control sobre la situación. Era su oficina, maldita fuera. Gage Forrester no tenía por qué estar allí.
Pero los hombres como él actuaban de ese modo: llegaban, veían y conquistaban a las mujeres.
Pero no a ella.
–¿Ha venido a felicitarme? –le preguntó.
–No, he venido a ofrecerle un contrato.
Eso la dejó sin habla, lo cual era raro en Lily.
–Pero rechazó mi oferta de representar a su empresa, señor Forrester.
–Y ahora le estoy haciendo una oferta.
Lily frunció el ceño.
–¿Esto tiene algo que ver con que Jeff Campbell sea su mayor competidor?
–No lo considero un competidor –Gage sonrió pero en sus ojos podía ver un brillo de acero, la dureza que lo hacía legendario en el mundo empresarial. No se llegaba a la cima siendo blando, ella lo sabía y lo respetaba por ello. No le gustaba Gage porque lo consideraba moralmente corrupto pero llevar la cuenta de la empresa Forrestation sería un enorme empujón para su agencia, la cuenta más importante que hubiera tenido nunca.
–Le guste o no, es su competidor. Y resulta fácil trabajar con él. No crea tantos problemas como usted.
–Y por eso no es un competidor. Está demasiado preocupado por su imagen pública.
–A usted no le haría daño preocuparse un poco más por su imagen –replicó ella–. Esa interminable lista de actrices y modelos con las que sale hacen que parezca un frívolo y últimamente ha tenido mala prensa.
–¿Ésta es una consulta gratuita?
–No, yo cobro por horas.
–Si no recuerdo mal, sus servicios son caros.
–Lo son, desde luego. Si quiere algo barato, tendrá que irse a la competencia.
Gage se sentó al borde del escritorio, descolocando sus cosas, y Lily frunció el ceño de nuevo. Le gustaría tanto colocar la grapadora como tocar su brazo para ver si era tan duro como parecía…
De inmediato, hizo una mueca ante tan absurdo pensamiento. Ella no fantaseaba con los hombres.
–Eso es algo que me gustó de usted cuando la entrevisté. Tiene confianza en sí misma.
–¿Y entonces qué fue lo que no le gustó de mí, señor Forrester? Porque contrató a la agencia Synergy, no la mía.
–No suelo contratar mujeres jóvenes. Particularmente, si son atractivas.
Lily lo miró, boquiabierta.
–Eso es absurdamente sexista.
–Tal vez, pero así no tengo que lidiar con un afecto que no deseo, como me pasó con mi antigua ayudan te, que se enamoró perdidamente de mí.
Aquello era increíble.
–Tal vez lo imaginó. O tal vez usted mismo la animó –sugirió ella. Aunque debía admitir que Gage era un hombre muy atractivo, eso no significaba que todas las mujeres se enamorasen «perdidamente» de él. Sí, seguramente Gage lo creía. El poder le hacía eso a la gente, a los hombres sobre todo. Empezaban a ver a todo el mundo como una propiedad, como si tuvieran derecho a recibir devoción.
Algunos hombres ni siquiera necesitaban dinero, sólo a alguien más débil que ellos.
Lily intentó apartar de sí los recuerdos.
–No lo imaginé, se lo aseguro. Y nunca la animé –dijo Gage– no estaba interesado en ella. Los negocios son los negocios, el sexo es sexo.
–¿Y no deben mezclarse nunca? –preguntó Lily, irónica.
–Exactamente. Además, cuando la despedí me montó una escena.
–¿Por que la despidió?
Gage levantó una ceja.
–Una mañana llegué a la oficina y la encontré desnuda sobre mi escritorio.
Lily volvió a quedarse boquiabierta.
–¿Lo dice en serio?
–Desgraciadamente, sí. Pero desde entonces no he vuelto a contratar a una mujer joven y desde entonces no tengo problemas. Usted no estará prometida o esperando un hijo, ¿verdad?
Ella estuvo a punto de soltar una carcajada.
–No se preocupe, señor Forrester, no tengo planes de boda y menos de tener hijos. Mi carrera es lo más importante.
–He oído eso muchas veces. Pero entonces una mujer conoce a un hombre, oye campanas de boda… y yo termino teniendo que entrenar a otra persona.
–Si algún día oigo campanas de boda, saldré corriendo en dirección contraria.
–Estupendo –dijo Gage.
–Pero sigo pensando que es usted sexista. Suponer que en cuanto se case una mujer va a dejarlo todo para tener hijos es ridículo. Y aunque así fuera, hay millones de mujeres trabajando siendo madres.
–No soy sexista, hablo por experiencia. Yo no cometo el mismo error dos veces, pero he visto los comunicados de prensa que ha hecho para Campbell y he visto también que sus acciones subían.
–Las suyas también han subido –comentó Lily.
–Puede ser, pero las de Campbell estaban bajando antes de que la contratase.
Lily levantó una mano y fingió examinar sus uñas de color granate, esperando que no notase el ligero temblor de sus dedos.
–¿Y ahora quiere que renuncie a mi contrato con Campbell? Tendría que hacerme una oferta que no pudiera rechazar, señor Forrester.
–Eso es lo que pienso hacer –Gage dijo una cifra que aceleró su corazón hasta límites peligrosos.
Llevaba tanto tiempo trabajando, luchando para mantener a flote su agencia de relaciones públicas que pensar en todo ese dinero hizo que le diera vueltas la cabeza.
Y el dinero sólo era una parte del trato. La notoriedad de trabajar para la empresa Forrestation sería impagable. Gage tenía fama de ser un poco canalla y eso era a la vez atrayente y aterrador para los inversores. Se arriesgaba a veces a expensas de su popularidad y casi siempre acertaba.
Algunos de sus proyectos de construcción habían sido impopulares con una minoría muy ruidosa y, aunque los hoteles eran un éxito una vez terminados, había tenido piquetes protestando en la calle frente a sus oficinas de San Diego en más de una ocasión. Muchas de las protestas eran sencillamente contra una nueva edificación pero, para Lily, algunas veces eran comprensibles.
Sin embargo, por controvertido que fuera, Gage era también multimillonario y, aunque a veces hubiera simpatizado con las protestas, las cifras de negocio eran indiscutibles.
–Digamos que estuviera interesada –empezó a decir–. En la cláusula del contrato con Campbell hay una fecha de rescisión.
–Yo cubriré cualquier pérdida.
–Y necesitaría una cuenta de gastos.
Gage se inclinó hacia delante, su aroma masculino haciendo que el corazón de Lily latiera más deprisa por segunda vez en unos minutos.
–Mientras no incluya las manicuras –bromeó, tomando su mano.
Las de él eran duras, fuertes como las de un trabajador, aunque el roce no le resultaba desagradable. Al contrario, le hizo sentir un calor inesperado.
Lily apartó la mano, intentando fingir que no la había afectado en absoluto. A ella no la afectaba nada, especialmente cuando estaba trabajando.
–Por supuesto que no. Aunque la imagen es extremadamente importante en mi trabajo. La imagen del cliente y la de la persona que se encarga de las relaciones públicas van unidas.
–¿Es el discurso habitual? –preguntó Gage.
Lily sintió que le ardían las mejillas.
–Sí.
–Muy bien ensayado. Pero creo haberlo escuchado el día que me ofreció sus servicios.
Ella apretó los labios, intentando controlar su temperamento. Algo en Gage Forrester la hacía sentir inquieta. Despertaba emociones que eran nuevas para ella, emociones que normalmente solía controlar con mano de hierro.
–Ensayado o no, es cierto. Cuanto mejor sea mi imagen, mejor será la imagen de la compañía a la que represento. Y eso significa más dinero.
–¿Esta charla es una forma de decir que sí?
–Sí –respondió ella.
–Quiero que trabaje para mí personalmente. No quiero a otra persona de su equipo, tiene que ser usted.
–Es así como suelo trabajar.
–El proyecto de Tailandia es controvertido y mis inversores empiezan a agarrarse la cartera.
–¿Por qué es controvertido?
–Temen que construyendo más hoteles distorsionemos la cultura de la zona, que algo tan occidental no muestre la verdadera Tailandia, que le estemos dando a los turistas un parque temático.
–¿Y es cierto?
Gage se encogió de hombros.
–¿Eso le importa?
–No tiene que caerme bien, señor Forrester, pero mi trabajo es hacer que usted caiga bien.
–Entonces, aunque tuviera un problema personal con el proyecto…
–Como las campanas de boda, daría igual –lo interrumpió Lily–. Mi negocio consiste en presentar su mejor cara al público y a sus accionistas.
–Muy bien. Necesito los detalles tan pronto como sea posible –de nuevo, Gage se inclinó para tomar su maletín del suelo–. Éste es el contrato. Si necesita cambiar algo, dígamelo y lo discutiremos. Pero debe rescindir el contrato con Campbell, su agencia no puede representarlo en ninguna capacidad. Sería un conflicto de intereses.
–Por supuesto.
Gage tomó el móvil que había sobre el escritorio y se lo ofreció.
–¿Quiere que lo llame ahora mismo?
–El tiempo es dinero.
Lily marcó el número de Jeff Campbell, intentando disimular su nerviosismo. No le gustaba que Gage Forrester la pusiera tan nerviosa y no ayudaba nada que Jeff Campbell hubiera intentando coquetear con ella. Aunque, por eso, rescindir el contrato le dolería un poco menos. Lo último que quería era trabajar con un hombre que sólo pensara en el sexo.
El teléfono sonó dos veces antes de que Jeff contestase:
–Hola, soy Lily.
Gage levantó una ceja pero no dijo nada.
–Lo sé –Jeff parecía demasiado contento por su llamada, su tono de voz casi íntimo.
–Siento mucho tener que decirte esto, pero me han ofrecido un contrato mejor y no puedo rechazarlo.
Lily escuchó mientras Jeff expresaba su disgusto. Aunque, considerando que estaba rompiendo un contrato que habían firmado unas semanas antes, fue relativamente amable. Seguramente seguía esperando conseguir una cita… y se lo confirmó preguntando si podían cenar juntos para hablar del asunto.
–Lo siento, voy a estar muy ocupada.
Los ojos azules de Gage clavados en ella la ponían nerviosa. Pero los hombres nunca la ponían nerviosa, ni la alteraban. Ella no dejaba que la afectaran en absoluto.
–Hay una penalización económica por ruptura del contrato, tú lo sabes –estaba diciendo Jeff, con voz de hielo.
–Lo sé –Lily miró a Gage, intentando leer su reacción–. Pero es algo que debo hacer. Es lo mejor para mi agencia.
–¿De modo que la ética y los compromisos no significan nada para ti? ¿Lo único importante es el dinero?
Lily llevó aire a sus pulmones.
–Si estuvieras en mi posición, tú harías lo mismo. Los negocios son los negocios.
–Pero nunca lo habías tratado como si sólo fuera un acuerdo comercial.
Estaba dando a entender que había algo entre ellos cuando no era verdad. Los hombres parecían pensar que un saludo amable significaba que querías acostarte con ellos. Pero era su problema, no el suyo.
–Siento haberte dado una impresión equivocada –le dijo, consciente de que Gage seguía mirándola–. Pero sólo era un acuerdo comercial. Y me temo que debo romperlo.
Gage le quitó el teléfono de la mano, con una expresión demasiado satisfecha para su gusto.
–Sólo quiero confirmarte que la señorita Ford trabaja para mí ahora.
Lily se sentía como un hueso por el que peleaban dos perros y no le hacía ninguna gracia. No le gustaba estar en medio de dos machos alfa ni que Jeff pareciera pensar que estaba interesada en él como algo más que una fuente de ingresos.
Un segundo después, Gage cortó la comunicación y dejó el móvil sobre su escritorio.
–Ésta es mi oficina, señor Forrester –dijo Lily, levantándose–. Voy a trabajar para usted, pero espero que lo recuerde.
–Está trabajando para mí, señorita Ford, eso es lo importante, estemos en su oficina o no.
Por fuera podía parecer la clase de hombre que no se tomaba la vida en serio. Se había forjado una reputación de playboy saliendo con una interminable sucesión de modelos y actrices, pero ella sabía que no era verdad. Gage Forrester había llegado a la cima siendo implacable y seguramente no hacía demostraciones de poder porque no tenía que hacerlas; aquel hombre irradiaba poder. Intuía que tenía el alma de un predador y que hubiera ido a buscarla a su despacho para ofrecerle un contrato si rompía el suyo con Jeff Campbell lo dejaba bien claro.
Antes, un hombre así la hubiera intimidado. Pero ya no. Empezaba a hacerse un nombre en el mundo empresarial y no iba a conseguir su objetivo mostrándose como un conejito asustado.
Tampoco ella había llegado donde estaba siendo una tonta y, aunque la molestase que Gage usurpara su autoridad en la oficina, no iba a pelearse con él.
–Disculpe –dijo entonces, intentando mostrarse calmada y segura de sí misma–. Pero debo confesar que soy un poquito territorial.
Gage intentó ignorar el efecto que su voz ejercía en él. Aquella mujer prácticamente susurraba y cuando se levantó de la silla su paso era tan grácil como el de una gata, sus curvas recordándole que era un hombre.
Era asombrosa, no como las mujeres con las que solía salir, con su estilo de la Costa Oeste y su bronceado falso. Era más bien como una pieza de museo: refinada, elegante y envuelta en terciopelo. Tenía el cartel de «no tocar» escrito en la frente y, sin embargo, como una pieza de museo, eso la hacía más tentadora.
Lily inclinó a un lado la cabeza y puso una mano de uñas perfectas sobre su redondeada cadera. El traje de chaqueta se ajustaba a sus curvas como si fuera hecho a medida, que seguramente lo era, destacando su figura pero no de una manera demasiado obvia. Tenía el pelo castaño, sujeto en un moño, y la piel pálida, algo raro en una California obsesionada por el sol, y llevaba la cantidad justa de maquillaje.
–¿Cuáles son sus condiciones? –le preguntó Lily entonces.
–¿Mis condiciones?
–¿Qué espera de mí para que merezca esa exorbitante suma de dinero?
Tenía personalidad pero eso era bueno, pensó Gage. Tendría que lidiar con los medios de comunicación en beneficio de Forrestation y para hacer eso hacía falta un carácter de hierro. Y Lily Ford parecía dispuesta a demostrar que lo tenía.
–Si de verdad cree que la suma es exorbitante, podría ofrecerle menos.
–Pero yo no podría rechazar una oferta tan generosa, sería una grosería –bromeó ella.
Gage soltó una carcajada.
–Por supuesto que sí. En cuanto al resto, espero que esté disponible las veinticuatro horas del día, siete días a la semana. Tengo varios proyectos por todo el mundo y, si ocurre algo, necesitaré a mi relaciones públicas a la hora que sea, en el país que sea. No puedo esperar porque tenga una cita con su novio.
–Su naturaleza machista aparece de nuevo –dijo Lily–, pero le aseguro que nada tiene prioridad sobre mi trabajo. Ni siquiera una cita.
Le gustaba retarlo, pensó Gage. Y eso era bueno. Su última relaciones públicas había renunciado al trabajo en menos de un año, incapaz de lidiar con la presión. Era un negocio difícil y con un gran nivel de visibilidad en los medios. Que la señorita Ford pareciese disfrutar de un reto era una buena señal.
–En ese caso, ¿por qué no firmamos el contrato?
Sonriendo, Lily tomó un bolígrafo de su escritorio y se inclinó para firmar el contrato.
La falda lápiz abrazaba la curva de su trasero de tal forma que Gage no tuvo más remedio que admirarla. Y ella tenía que saberlo, las mujeres sabían eso. Era lógico que Jeff Campbell hubiera querido creer que estaba intentando coquetear con él. Menudo idiota.
Lily Ford no estaba en oferta, sino dispuesta a intimidar. Y seguramente funcionaría con la mayoría de los hombres, pero no con él.
Ella se irguió con expresión satisfecha antes de ofrecerle su mano, que Gage estrechó con firmeza, mirándola a los ojos.
–Estoy deseando trabajar con usted, señor Forrester.
–Eso lo dice ahora, señorita Ford –Gage rió, burlón–, pero aún no hemos empezado.
QUE LO primero que sintió al escuchar la profunda voz de Gage Forrester de madrugada fuera un escalofrío de emoción y no una punzada de irritación era turbador en todos los sentidos. Pero Lily estaba demasiado cansada como para analizarlo en ese momento.
–Es la una de la madrugada, Gage –Lily parpadeó para acostumbrarse a la luz del smartphone. Después de cuatro meses trabajando con él, una llamada a esas horas no debería sorprenderla.
–Son las nueve en Inglaterra y es allí donde está el problema.
–¿Tenemos una crisis entre manos? –Lily se incorporó, apartándose el pelo de la cara.
–Lo que tenemos es un piquete protestando en las calles por el último proyecto y necesito un comunicado de prensa que ayude a calmar las cosas.
–¿Ahora mismo?
–Preferiblemente antes de que la multitud se cargue el hotel, sí.
Ella saltó de la cama y pulsó el botón del altavoz.
–¿Cuál es el problema?
–Impacto medioambiental.
Lily tomó el informe, frotándose los ojos.
–Es un edificio ecológico construido en gran parte con materiales reciclados y está ayudando a estimular la economía.
–Pon todo eso en el comunicado y envíalo.
–Un momento. Estaba en la cama, dormida como una persona normal –dijo Lily, acercándose al escritorio, que había colocado a unos metros de la cama para tales ocasiones. Su ordenador estaba siempre encendido, de modo que escribió el comunicado y se lo envió inmediatamente–. ¿Qué te parece?
–Bien –respondió él unos segundos después–. ¿Qué sugieres, enviarlo o leerlo personalmente?
–Las dos cosas. Me pondré en contacto con las televisiones locales y entraremos en las ediciones online de los periódicos de mañana. Tal vez si dejamos claro que el proyecto te interesa de verdad, que estás comprometido con él, el público se calmará un poco.
–¿Qué haría yo sin ti? –bromeó Gage, su voz haciéndola sentir un ligero escalofrío.
Había pensado que se acostumbraría a él con el paso de los meses y, en cierto modo, así era, pero seguía teniendo la habilidad de inquietarla, de ponerla nerviosa.
–Soy la mejor –le dijo–. No lo olvides.
–¿Cómo voy a olvidarlo? Me lo recuerdas continuamente.
–Espero que te refieras a lo bien que hago mi trabajo.
–Por supuesto.
–Muy bien, voy a llamar a las televisiones locales y luego volveré a la cama.
–Pero te necesito en la oficina a las seis.
–Sí, claro.
Seguramente, él ya estaría allí, pensó. Entre el trabajo y sus líos con modelos no sabía cuándo dormía aquel hombre.
Cuando por fin pudo meterse en la cama de nuevo apenas tenía un par de horas antes de ir a la oficina…
¿Y por qué la voz de Gage parecía hacer eco en su cabeza mientras intentaba conciliar el sueño?
Lily entró en el despacho de Gage a las seis de la mañana, con dos tazas de café de tamaño industrial.
–He pensado que lo necesitarías –le dijo, dejando una taza sobre el escritorio.
Gage levantó la mirada del ordenador. A pesar de la hora y de la sombra de barba parecía fresco y recién levantado de la cama, aunque ella debía de tener los ojos hinchados.
–Sí, definitivamente necesito un café.
Lily no pudo evitar mirarlo mientras bebía, cómo cerraba los labios sobre el borde de la taza de plástico, el movimiento de su garganta mientras tragaba. Su boca la fascinaba. Como el efecto que su voz ejercía en ella, no sabía por qué.
Bueno, sí sabía por qué. Era la misma razón por la que salía con una interminable lista de mujeres guapas. La misma razón por la que hablaba con la prensa tanto de su vida privada como de su vida profesional. Gage Forrester era un hombre muy sexy. Incluso ella podía admitirlo.
En teoría, le gustaban los hombres atractivos, al menos a distancia. Cuando dicho hombre atractivo era su cliente, la vida era un poco más complicada, pero daba igual. Los negocios eran los negocios y Lily no tenía intención de cruzar esa línea divisoria. Además, ella no era su tipo. A Gage le gustaban las chicas alegres y frívolas con minifalda, cuanto más corta, mejor. Y él tampoco era su tipo. Por supuesto, no sabía muy bien cuál era su tipo y, a juzgar por su reciente lista de citas fracasadas, no parecía tener un tipo determinado.
–¿Cuántos cafés has tomado? –le preguntó él.
–Varios –respondió Lily, sentándose frente al escritorio y sacando un cuaderno del bolso.
–Va a ser un día muy largo… ¿por qué haces eso?
–¿Qué?
–Tomar notas en un cuaderno. Tienes un millón de artilugios, móviles, agendas electrónicas. Lo sé porque la mayoría han sido comprados con mi dinero.
–Anotarlo me ayuda a recordar, pero luego meto todos los datos en la agenda electrónica.
Gage esbozó una sonrisa.
–¿Qué te parece el comunicado que hemos enviado a Inglaterra?
–Me parece bien. Tienes una entrevista por satélite esta noche y el comunicado saldrá en los periódicos más importantes mañana. Y has hablado personalmente con el organizador de las protestas, ¿no?
–Era una mujer… muy agradable, por cierto. Me ha llamado cerdo capitalista.
Lily levantó la mirada.
–Es que lo eres.
–Un cerdo muy rico.
–Desde luego. ¿Al final has solucionado el problema o no?
–Le expliqué que el hotel ayudaría a la economía local porque, además de la mano de obra, cuando esté terminado tendrán al menos cien puestos de trabajo fijo. Y que esté siendo construido sobre los restos de una antigua mansión y no en tierras de cultivo también le cayó bien.
–Estupendo –Lily anotó algo en su cuaderno antes de alargar la mano para tomar su taza de café.
Al principio le había parecido un poco extraño llegar tan temprano a la oficina, cuando no había nadie, y sentarse en el lujoso despacho de Gage, viendo el amanecer sobre la bahía y los barcos amarrados en el puerto de San Diego. Casi le había parecido un momento… íntimo. Gage solía estar sin afeitar e iba a su cuarto de baño privado para arreglarse antes de que llegaran el resto de los empleados, pero por ella no se molestaba.
Nunca había compartido sus mañanas con un hombre, de modo que presenciar aquella rutina masculina le resultaba interesante.
Luego, a las ocho, llegaba su ayudante y Lily se iba a su propio despacho. Su nueva oficina en el edificio de Gage Forrester. Su equipo y ella se habían trasladado allí porque ir de un edificio a otro, en puntos alejados de la ciudad, les robaría mucho tiempo.
–El hotel en Tailandia va bien –comentó Gage entonces.
–Estupendo. Has conseguido aplacar al público y a tus inversores.
–Eso espero.
–Vas a crear muchos puestos de trabajo en la zona y los salarios que pagas son más que justos. Es bueno para la economía local y el impacto medioambiental será mínimo. Y que hayas comprado tantas hectáreas de terreno para convertirlo en una reserva natural también te ayudaría mucho… si me dejaras anunciarlo públicamente.
Gage se encogió de hombros, la camisa marcando unos hombros de escándalo.
–Da igual lo que digan o la cantidad de gente que vaya a protestar. El público sigue yendo a mis hoteles y yo puedo dormir por las noches. Todo lo demás es irrelevante. No me importaría en absoluto si no fuera por mis inversores, la maldición de salir a Bolsa.
–¿Por qué lo hiciste entonces? No parece que te guste mucho dar explicaciones.
Gage se echó hacia atrás en el sillón, apartando el pelo de su frente.
–Te has dado cuenta.
–Es difícil no darse cuenta.
–Salí a Bolsa porque es la mejor manera de aumentar tu visibilidad y porque entonces tenía deudas. Eso ayudó inmensamente a aumentar mi capital y a pagar los préstamos que había pedido.
Gage provenía de una familia acaudalada y le sorprendía que hubiera pedido préstamos. Había creído que su familia lo apoyaba y el hecho de que hubiera empezado desde abajo, como ella, le resultaba sorprendente.
–Pero ahora tienes que ser diplomático.
–Lo sería de todas formas. Me dedico a construir resorts y hoteles, el público debe tener una opinión favorable de mí.
–Eso es cierto.
En general, el público tenía una opinión favorable de él. Era guapo y carismático y salía con las mujeres más guapas de Hollywood, de modo que solía aparecer en las portadas de las revistas del corazón, además de las revistas económicas.
También era un negrero, pero eso sólo lo sabían sus empleados. Y, para ser justos, nunca esperaba de los demás más de lo que daba él. De hecho, parecía esperar aún más de sí mismo. Y por eso, incluso cuando su teléfono sonaba a las tres de la madrugada, Lily se mordía la lengua para no decirle lo que pensaba.
–¿Alguna otra cosa más? –le preguntó.
–Necesito una cita para un evento al que debo acudir mañana. Una exposición benéfica en el Acuario de San Diego para recaudar fondos.
–¿Y has perdido tu agenda? –bromeó Lily.
–No, está guardada en mi caja fuerte para que nadie pueda usarla con fines diabólicos.
–Tú la usas para fines diabólicos.
–En ocasiones. Pero la cuestión es que ninguna de mis… amigas es apropiada para este evento.
–Supongo que es una cuestión de gustos –dio Lily. A veces le molestaba… bueno, le molestaba todo el tiempo que un hombre tan inteligente como él saliera con chicas tan tontas. Claro que no estaría interesado en sus cerebros precisamente.
–No, es más bien una cuestión de propiedad. Por eso quiero que tú vayas conmigo.
–¿Qué?
–Pero necesitarás un vestido apropiado…
–¿Cómo?
–Eres inteligente, sabes mantener una conversación con cualquiera.
–Y la mayoría de las mujeres –replicó Lily–. Lo que pasa es que tú sales con unas memas de mucho cuidado.
–No sabía que tuvieras una opinión sobre mis amigas.
Ella apretó los dientes.
–Da igual lo que yo opine. ¿Y qué pasa con mi ropa?
Se había gastado una obscena cantidad de dinero en ropa de buena calidad y siempre tenía buen aspecto, a cualquier hora del día. Era esencial para su trabajo y se lo tomaba muy en serio.
–Nada si se trata de una reunión de trabajo o de leer un comunicado a la prensa –respondió Gage–. Pero pareces una mujer que se dedica a la política, no una chica que yo llevaría a una cena benéfica.
–Lo siento, no me interesa.
Gage frunció el ceño.
–Trabajas para mí y, si te necesito, espero que estés disponible. Firmaste un contrato, ¿recuerdas?
–Para ser tu relaciones públicas, no para ir de tu brazo a una gala benéfica.
–Ir a la gala es un acto de relaciones públicas. Puedo saltarme la cena y ser un cerdo capitalista sin conciencia o puedo ir con Shan Carter. Me dio su número la otra noche…
Lily recordó a la rubia y caprichosa heredera, con sus botas de tacón y sus vestidos ajustados.
–No puedes hacer eso –le advirtió, horrorizada.
–Lo sé –dijo Gage–. Por eso quiero que tú vayas conmigo.
–Muy bien, de acuerdo. Pero tú no vas a elegir mi vestido.
–¿Por qué no?
–Porque no –respondió Lily. No tenía ropa de fiesta en el armario pero Gage no tenía por qué saber eso. Ella tenía confianza en su buen gusto, sabía qué le quedaba bien y no necesitaba una compradora personal para decirle qué debía ponerse.
–Muy bien, pero nada de traje de chaqueta.
–Hay trajes de chaqueta preciosos. Armani los hace para la noche… claro que tú nunca sales con nadie que lleve más de medio metro de tela.
Gage se encogió de hombros.
–Me gusta pasarlo bien. Trabajo mucho, cumplo con mis obligaciones, no veo por qué no puedo vivir mi vida como me parezca.
Tenía razón, aunque Lily odiaba admitirlo. Pero no podía entender por qué una mujer querría salir con él. Bueno, eso era mentira, estaba claro por qué las mujeres querían salir con él. Era un hombre alto, atlético, guapo, millonario, inteligente… pero también un hombre que no se comprometía con nadie. Y ella nunca querría saber nada de alguien así.
Había visto lo que ese tipo de hombre podía hacerle a una mujer y había jurado no dejar que nadie controlase su vida.
Aunque, evidentemente, Gage tenía cierto control sobre su vida ya que trabajaba para él en exclusiva. Pero eso era diferente. Cuando una mujer le entregaba su cuerpo a un hombre, le entregaba también una parte de ella. Y por muy guapo que fuera Gage Forrester, eso no era suficiente para borrar los amargos recuerdos de su infancia. Los errores de su madre tenían que contar para algo; si no, sería una tragedia.
–Si esperas que lleve un vestido adecuado, tendrás que darme tiempo para ir de compras.
–Puedes tomarte la tarde libre. Lily negó con la cabeza.
–Necesito todo el día libre. Tengo que dormir.
–La mañana, hasta la hora del almuerzo –dijo Gage.
–Trato hecho.
–Ni negro ni beis.
–La mayoría de las mujeres irán de negro.
–Lo sé, por eso no quiero que tú vayas como las demás.
Lily frunció el ceño.
–No tengo por costumbre dejar que un hombre me diga lo que debo ponerme. Me gusta elegir a mí.
Gage se levantó entonces y, sin darse cuenta, Lily admiró ese cuerpo soberbio: cintura estrecha, torso ancho, piernas como columnas. Y sabía, aunque le diera vergüenza admitirlo, que también tenía el mejor trasero que había visto nunca.
Él la miró, con una ceja enarcada.
–Y si a tu amante le gustase… la ropa interior de color negro, por ejemplo, ¿tampoco estarías dispuesta a complacerlo?
Lily intentó no ponerse colorada. Nunca dejaba que un hombre la alterase. Había recibido piropos de todo tipo desde los trece años y luego, cuando se mudó a California para empezar una nueva vida, los hombres habían supuesto que estaba dispuesta a ir de cama en cama y medrar así profesionalmente. Como resultado, pensaba que había perdido la habilidad de ponerse colorada. Aparentemente, no era así.
Nunca le había preocupado su falta de experiencia sexual. Era una decisión que ella misma había tomado. En el ambiente en el que había crecido había sido una lucha seguir siendo inocente, física y psicológicamente, y estaba decidida a que nadie le robase esa inocencia.
Pero en aquel momento supo que preferiría caminar sobre cristales rotos antes de admitir que ningún hombre había emitido opinión alguna sobre su ropa interior.
–Tengo un gusto impecable –le dijo, intentando mostrarse fría–. Nadie se ha quejado nunca –añadió, tomando su maletín–. Y tampoco tú podrás hacerlo.
Luego se dio la vuelta y salió del despacho, intentando contener los latidos de su corazón.
GAGE nunca había visto a Lily con un aspecto menos que perfecto. Siempre estaba guapísima, incluso cuando tenía que ir a la oficina a las dos de la mañana para solucionar alguna crisis. Pero con aquel vestido azul marino con volantes en las mangas, escote discreto y espalda al aire estaba sencillamente espectacular.
Llevaba el pelo sujeto a un lado, los rizos cayendo sobre un hombro. Su maquillaje era más marcado que de costumbre y llevaba las piernas desnudas, sin medias. Y eran unas piernas asombrosas.
Gage tuvo que tragar saliva, un recordatorio de que llevaba demasiado tiempo sin sexo. Pero su trabajo era muy intenso y cuando no estaba concentrado en alguno de los proyectos en construcción estaba vigilando a Madeline, que acababa de mudarse a un apartamento después de terminar la carrera. Un apartamento que no quería porque no podía pagarlo, pero Gage no pensaba dejar que su hermana pequeña viviera en una zona peligrosa de la ciudad.
Maddy era cabezota y, aunque a él le gustaba ese aspecto de su personalidad, también podía ser una pesadez.
Y por eso estaba en el vestíbulo del acuario de San Diego, admirando las piernas de su relaciones públicas.
Cuando puso una mano en su espalda y sintió que daba un respingo esbozó una sonrisa.
–Te has vestido de azul marino porque te dije que no vistieras de negro, ¿verdad?
Ella frunció los labios, apartando la mirada.
–Podría ser.
–Te gusta retarme sin desafiarme del todo –siguió él, sus labios rozando la oreja de Lily.
Al hacerlo, Gage sintió el ligero temblor de su cuerpo. Interesante. No era tan fría como quería parecer…
–No me gusta que me despidan –susurró ella, sus ojos oscuros advirtiéndole que se apartase.
Gage frunció el ceño. Le gustaba ese lado peleón de su carácter, pero era su empleada y no tenía derecho a tocarla aunque se sintiera atraído por ella. Lily era una excelente relaciones Públicas y todo lo que hacía fabuloso trabajar con ella la convertía en la clase de mujer con la que no querría tener una relación.
De modo que bajó la mano y estudió su rostro. Tenía un aspecto diferente sin los trajes de chaqueta que solía llevar a la oficina. Más suave, más cercana.
Le gustaría tocar su pelo o esa piel que parecía tan suave… y pensar eso hizo que su cuerpo despertase a la vida.
–Como si yo fuera a despedirte –murmuró, dando un paso atrás–. Sabes demasiado, no podría hacerlo.
–Creo que debería enmarcar esa frase. Como halago no está mal.
Pasearon por la zona que habían convertido en galería de arte, la sala iluminada por la luz azulada de los acuarios. Los cuadros que iban a subastarse estaban colocados en caballetes, con papeles para anotar las ofertas de los invitados.
Gage se acercó a uno de ellos y, sin mirarlo siquiera, anotó una cantidad astronómica.
–Deberías ser menos discreto sobres estas cosas –dijo Lily–. O sobre las reservas naturales que has creado cerca de algunos de tus hoteles.
–¿Por qué?
–Porque ayudaría a tu imagen y lo necesitas. Ser constructor es una profesión poco apreciada por el público, siempre parecéis sospechosos. Podrías quedar bien con todo el mundo informando de tus contribuciones benéficas.
Gage arrugó el ceño.
–Tú eres testigo, cuéntalo.
–Pero no quieres que lo haga.
–Dar dinero para conseguir una buena reputación es pagar por buena publicidad.
–La mayoría de la gente no tiene ningún problema en hacerlo.
–¿Cuál es tu opinión, Lily? Y no me digas eso de que tu opinión no importa mientras al público le gusten los discursos.
Ella se mordió los labios. Esa cara de Gage siempre la desconcertaba. En cierto modo, parecía incomodarle que la gente pensara bien de él. No parecía importarle la mala prensa cuando salía con alguna modelo y luego con una actriz al día siguiente, pero no parecía querer que nadie supiera que también contribuía a causas importantes. Y eso hacía que a veces, sólo a veces, casi le gustase.
–Bueno, este tipo de eventos son siempre un poco falsos. La gente viene para ser vistos –Lily señaló discretamente a un grupo de famosos que sonreían a los fotógrafos.
–No me gusta ese juego –dijo él.
–Tienes que jugar un poco, Gage. Es bueno para el negocio.
–¿Y cómo es para ti hacer un trabajo que no tiene nada que ver con quién eres?
La pregunta era tan extraña y tan inesperada que Lily se dio la vuelta abruptamente.
–¿Yo… qué quieres decir con eso?
La Lily Ford de los suburbios de Kansas, que había salido de la pobreza por sí misma y había dejado atrás el pasado no iba a llegar a ningún sitio en el mundo de las relaciones públicas. Lo sabía porque lo había intentado. Pero la Lily Ford que sabía cómo presentarse ante los demás con fría dignidad, la Lily que llevaba elegantes traje de chaqueta y el peinado perfecto, esa Lily era un éxito. Y todo era debido a la imagen.
Quién fuera en realidad era algo que no importaba a sus clientes o al público. Lo único que importaba era lo que veían. Con esa filosofía había salido adelante.
–Pareces valorar mucho la integridad –dijo Gage–. Y crees que las veladas benéficas son falsas, pero tú insistes en que yo debo acudir.
Lily se encogió de hombros.
–Si el mundo fuera diferente… pero estamos en una sociedad obsesionada por los medios de comunicación y eso significa poner buena cara para llegar al público.
–No me gusta poner buena cara.
–Ya lo sé, pero sí te gusta el dinero. Y para conseguir dinero hay que tener una buena imagen.
Siguieron paseando por la sala y Lily notó que, aunque saludaba a todo el mundo, Gage parecía un poco distante. No tenía una relación cercana con nadie, que ella supiera. Solía tener buen olfato para la gente, pero después de varios meses Gage seguía siendo un interrogante. Estaban casi todo el día juntos, pero sabía muy poco sobre su personalidad.
La conversación que acababan de tener era seguramente la más reveladora que habían mantenido en todos esos meses.
Gage sabía cómo moverse en el mundo de los negocios. Decía lo que tenía que decir a la gente adecuada pero no había nada personal en sus relaciones con ellos. Se daba cuenta de eso por primera vez.
Una rubia con un tremendo escote tomó a Gage del brazo entonces para saludarlo.
–Me alegro muchísimo de verte. ¿Sabes que hay una orquesta en el jardín?
Lily se dio cuenta de que él no se molestaba en sonreír.
–Gracias por decírmelo, bailaré con mi pareja. Luego tomó a Lily por la cintura, el roce haciendo que le ardiese la cara. Y cuando la apretó contra su costado pensó que se le iban a doblar las piernas.
Nunca en su vida la había afectado de tal modo el contacto de un hombre. Claro que pocos se atrevían a tocarla.
Había visto a su madre con una sucesión de hombres. Hombres que le pedían que se mudase de un sitio a otro, que la humillaban, que siempre habían tenido el control sobre sus vidas. Lily no quería eso. Cuando cumplió los trece años había decidido que no quería saber nada de relaciones sentimentales.
Por fin, se había ido de casa a los diecisiete años y diez años después tenía su propio negocio, un apartamento precioso, controlaba su vida por completo y seguía sin un hombre. Nunca lo había lamentado. Algunas de sus amigas decían que estaba loca, que se estaba perdiendo una de las mejores experiencias de la vida. Pero cada vez que salía con alguien, normalmente alguien que le habían presentado sus amigas, se encontraba diseccionando su comportamiento, imaginando cómo intentaría controlarla en cuanto tuvieran una relación. Por eso no tenía segundas citas.
Eso estaba bien para sus amigas, bien para otras mujeres que no hubieran vivido lo que había vivido ella.