Objeto de seducción - Sharon Kendrick - E-Book
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Objeto de seducción E-Book

Sharon Kendrick

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Beschreibung

No podía rechazar aquel regalo de Navidad… Niccolò da Conti tenía todo lo que un hombre podía desear. Sin embargo, al volver a ver a la sugerente Alannah Collins sintió que se despertaba de nuevo su vena más posesiva. Decidió contratarla, seducirla y tacharla de su listado de deseos de una vez por todas. Alannah conocía el peligro de trabajar demasiado íntimamente con el sensual siciliano, pero habría sido una necia si hubiera rechazado la ayuda que él le brindaba para lanzar su propio negocio. Niccolò trataba implacablemente de seducirla. ¿Podría impedir que él descubriera la verdad que llevaba tanto tiempo esforzándose por ocultar?

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2014 Sharon Kendrick

© 2015 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Objeto de seducción, n.º 2427 - noviembre 2015

Título original: Christmas in Da Conti’s Bed

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

I.S.B.N.: 978-84-687-7252-3

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

NICCOLÒ da Conti odiaba el matrimonio, la Navidad y el amor. Sin embargo, lo que odiaba por encima de todas las cosas era que la gente no hiciera lo que él quería.

Un sentimiento de frustración poco familiar le hizo contener una exclamación bastante gráfica mientras caminaba de un lado a otro por la amplia suite de su hotel de Nueva York. En el exterior, los rascacielos y las estrellas relucían contra el profundo azul oscuro del cielo, aunque no con tanta luminosidad como las luces navideñas que ya adornaban la ciudad.

Sin embargo, Niccolò se mostraba ajeno al ambiente festivo de la época del año que más odiaba. En lo único en lo que podía pensar era en su única hermana. No hacía más que preguntarse por qué ella se mostraba tan desobediente.

–No quiero que una desvergonzada modelo de topless sea tu dama de honor –dijo tras contener el aliento y también la ira–. Llevo mucho tiempo trabajando para establecer un cierto grado de respetabilidad en tu vida, Michela. ¿Comprendes lo que te digo? No permitiré que ocurra.

La expresión de Michela permaneció imperturbable mientras lo observaba desde el otro lado de la espectacular suite.

–No me lo vas a impedir, Niccolò –replicó ella con testarudez–. Yo soy la novia y la decisión es mía.

–¿Eso crees? Para empezar, me podría negar a pagar la boda.

–El hombre con el que me voy a casar es lo suficientemente rico como para costear la boda si decides adoptar una resolución tan drástica –replicó Michela–. Sin embargo, estoy segura de que no querrías que todo el mundo supiera que Niccolò da Conti se ha negado a pagar la boda de su única hermana solo porque no le gusta una de las damas de honor. ¿No sería eso una medida muy exagerada en este mundo moderno, incluso para alguien tan chapado a la antigua como tú?

Niccolò extendió y apretó los dedos de las manos. Deseó tener un saco de boxeo cerca para poder desahogarse de sus frustraciones. En general, el mundo se movía según sus deseos y no estaba acostumbrado a que se le cuestionara. Ya tenía más que suficiente con que Alekto Sarantos se estuviera comportando como una especie de prima dona como para tener que añadir además la presencia de Alannah Collins.

Apretó los labios al pensar en su hermana y en los sacrificios que había hecho. Durante mucho tiempo, se había esforzado por mantener intacta su pequeña familia y aún no estaba dispuesto a ceder el control. Costaba deshacerse de los hábitos de toda una vida. Se había enfrentado a la vergüenza y la tragedia y se había deshecho de ambas. Había protegido a Michela todo lo que había podido y, en aquellos momentos, ella estaba a punto de casarse, lo que la protegería ya de por vida. La cuidadosa selección de pretendientes había dado sus frutos y ella estaba a punto de casarse con un joven que pertenecía a una de las familias italianas más poderosas de Nueva York. Michela tendría la protección que siempre había deseado para ella, por lo que no iba a permitir que nada estropeara la ocasión. Nada ni nadie.

Y mucho menos Alannah Collins.

Pensar en ella provocaba que su cuerpo reaccionara de un modo muy complicado, un modo que le costaba controlar. Y él era un hombre que se enorgullecía de su autocontrol. Una poderosa oleada de lujuria y arrepentimiento se apoderó de él. Por suerte, la sensación más intensa era la de la ira, y era esa precisamente a la que se aferraba.

–No me puedo creer que haya tenido la cara dura de presentarse aquí –gruñó–. De hecho, ni siquiera me puedo creer que esté aquí.

–Bueno, pues lo está. Y la he invitado.

–Pensaba que no la habías visto desde que te saqué de ese horrible colegio.

Michela dudó.

–En realidad... bueno, hemos permanecido en contacto a lo largo de los años. Nos mandamos correos electrónicos y hablamos por teléfono. Yo la veía siempre que estaba en Inglaterra. El año pasado ella vino a Nueva York e hicimos un viaje a los cayos y fue como en los viejos tiempos. Ella era mi mejor amiga en el colegio, Niccolò. Nos conocemos desde hace mucho tiempo.

–¿Y no me habías dicho nada antes? –le preguntó Niccolò–. Mantienes la amistad en secreto y luego la sacas a relucir en las vísperas de tu boda. ¿No te has parado a considerar la imagen que podría dar que alguien como esa famosa exhibicionista desempeñe un papel de importancia en tu boda?

Michela se llevó las manos a ambos lados de la cabeza en un gesto de frustración.

–¿Y te sorprende que no te lo dijera viendo la reacción que tienes?

–¿Qué dice Lucas sobre tu relación con ella?

–Ocurrió hace mucho tiempo. Es historia. La mayoría de las personas de los Estados Unidos no han oído hablar sobre la revista Pechugonas porque desapareció hace muchos años. Y sí, sé que un vídeo de la sesión de fotos se puede encontrar en YouTube...

–¿Cómo has dicho? –rugió él.

–Sin embargo, es bastante inocente teniendo en cuenta lo que se lleva hoy en día –se apresuró a decir Michela–. Si lo comparas con algunos de los vídeos musicales que se ven en la actualidad, se podría decir que casi es adecuado para mostrarlo en la guardería. Además, Alannah ya no hace ese tipo de cosas. Estás muy equivocado con ella, Niccolò. Es...

–¡Es una buscona! –rugió él. Su acento siciliano se hizo más pronunciado cuando la ira volvió a apoderarse de él–. Una buscona muy precoz a la que no se le debería permitir acercarse ni a cinco metros de la sociedad decente. ¿Cuándo se te va a meter en la cabeza, Michela, que Alannah Collins es...?

–¡Huy! –exclamó una voz muy tranquila, interrumpiendo lo que Niccolò había estado a punto de decir.

Él se volvió para ver que una mujer entraba en la habitación sin llamar. Durante un instante, casi no la reconoció porque, en su cabeza, ella seguía llevando muy poco encima. La mujer que tenía delante de él prácticamente no llevaba al descubierto ni un centímetro de piel. Fue el sonido de aquella voz profunda lo que acicateó sus recuerdos y su libido. Sin embargo, no tardó mucho en volver a reconocer su magnífico cuerpo y la sensualidad natural que parecía emanar de ella en oleadas prácticamente tangibles.

Llevaba puestos unos vaqueros y una camisa blanca. Sin embargo, la sencillez de su atuendo no lograba ocultar las sugerentes curvas que había debajo. Un espeso cabello negro le caía con lustre por los hombros. Unos ojos del color del mar lo estudiaban con una cierta mofa latente en sus profundidades. Niccolò tragó saliva. Se le había olvidado la pálida cremosidad de su piel y sus sonrosados labios. Se le había olvidado lo que aquella tentadora medio irlandesa de padre desconocido podía ocultar bajo la piel sin ni siquiera intentarlo.

Ella llevaba un broche con forma de libélula sobre el cuello de la camisa, que hacía juego con el maravilloso color azulado de sus ojos. Aunque la despreciaba, Niccolò no pudo hacer nada para evitar el deseo que tensó su cuerpo. Ella le hacía pensar en cosas sobre las que prefería no hacerlo, sobre todo en el sexo.

–¿Acabo de escuchar cómo se tomaba mi nombre en vano? –bromeó ella–. ¿Te gustaría que me marchara y volviera a entrar?

–Eres libre de marcharte cuando quieras –respondió él fríamente–. ¿Por qué no nos haces a todos un favor y te saltas la segunda parte de tu sugerencia?

Ella levantó la barbilla y le dedicó una sonrisa que no se le reflejó del todo en los ojos.

–Veo que no has perdido nada de tu encanto natural, Niccolò –replicó ella ácidamente–. Se me había olvidado que eres capaz de tomar la palabra «insulto» y darle un nuevo significado.

Niccolò sintió que el pulso comenzaba a latirle en la sien a medida que la sangre se le fue caldeando. No obstante, lo peor era la oleada de lujuria que le endureció de un modo insoportable la entrepierna. De repente, deseó apretar la boca sobre aquellos labios y borrar aquellas insolentes palabras con un beso para después hundirse en ella hasta que gritara su nombre una y otra vez.

La maldijo en silencio. Maldijo su seguridad en sí misma y su falta de moralidad. Maldijo aquellas pecaminosas curvas, que obligarían a un hombre adulto a caminar sobre cristales rotos ante la posibilidad de poder tocarlas.

–Discúlpame –gruñó–, pero, por un momento, no te reconocí con la ropa puesta.

Observó un gesto de contrariedad en el rostro de Alannah que le proporcionó un momento de placer al pensar que le había hecho daño. El mismo que ella le había hecho a su familia cuando amenazó con arruinar su apellido.

Sin embargo, ella no tardó en devolverle una resplandeciente sonrisa.

–No te voy a contestar a eso –le dijo mientras se volvía para mirar a Michela–. ¿Estás lista para la prueba?

Michela asintió, pero aún seguía observando con nerviosismo a Niccolò.

–Cómo me gustaría que los dos os comportarais civilizadamente el uno con el otro, al menos hasta que haya pasado la boda. ¿No podríais hacerlo por mí, solo esta vez? Después, no tenéis que volver a veros nunca más.

Niccolò miró a Alannah. Al imaginársela vestida con un traje de dama de honor comenzó a hervirle la sangre. ¿No se daba cuenta de que era una hipocresía hacerse la inocente en una ocasión como aquella? ¿No se daba cuenta de que sería mucho mejor para todos que ella simplemente se confundiera entre el resto de los invitados en vez de representar un papel tan importante? Pensó en los poderosos abuelos del novio y en la reacción que podrían tener si se dieran cuenta de que aquella era la misma mujer que se había masajeado unos pezones muy erectos vestida con un uniforme de colegiada. ¿Cuánto haría falta para persuadirla de que era una persona non grata?

Le dedicó a su hermana una débil sonrisa.

–¿Por qué no nos dejas solos para que Alannah y yo podamos charlar en privado, mia sorella? A lo mejor así podríamos resolver este asunto al gusto de todos.

Michela interrogó a su amiga con la mirada. Alannah asintió.

–Me parece bien –dijo–. Puedes estar tranquila de dejarme a solas con tu hermano, Michela. Estoy segura de que no muerde.

Niccolò se tensó cuando Michela abandonó la suite porque su deseo alcanzó cotas aún más altas. Se preguntó si Alannah habría realizado aquel comentario en tono deliberadamente provocador. Ciertamente, le gustaría morderla. Le encantaría hundir los dientes en el esbelto cuello y chupar ávidamente la cremosa piel.

Ella le miraba fijamente, con un cierto gesto de diversión aún latente en las misteriosas profundidades de sus ojos.

–Adelante, Niccolò –dijo ella–. Tú dirás. ¿Por qué no dices lo que te está reconcomiendo por dentro para poder aligerar el ambiente y darle a tu hermana la clase de boda que se merece?

–Al menos estamos de acuerdo en algo –le espetó él–. Mi hermana se merece una boda perfecta, que no implique a una mujer que atraería publicidad negativa al evento. Siempre has tenido una vena salvaje, incluso desde antes de que se te ocurriera desnudarte ante las cámaras. No creo que sea aceptable que todos los hombres presentes en la ceremonia estén desnudando mentalmente a la dama de honor en vez de concentrarse en los solemnes votos que los novios están intercambiando.

–Para ser una persona que se ha pasado toda la vida eludiendo el compromiso, aplaudo tu repentina dedicación al sacramento del matrimonio –replicó ella sin que se le borrara la sonrisa–. Sin embargo, no creo que la mayoría de los hombres estén tan obsesionados con mi pasado como tú.

–¿Acaso crees que estoy obsesionado con tu pasado? No te engañes. Si te crees que te he dedicado algo más de un pensamiento pasajero en los años que han transcurrido desde que llevaste a mi hermana por el mal camino, estás muy equivocada.

La miró de arriba abajo y se preguntó si se le habría notado en el rostro que estaba mintiendo. La verdad era que jamás la había olvidado. Durante mucho tiempo, había soñado con su suave cuerpo y sus dulces besos antes de despertarse cubierto de un sudor frío al recordar lo que había estado a punto de hacerle.

–Creía que ya no formabas parte de su vida –añadió–. Y así es precisamente como me gustaría que fuera.

Alannah le devolvió tranquilamente la mirada. Se dijo que no debía reaccionar fuera cual fuera la manera que él tuviera de provocarla. Sabía lo suficiente como para comprender que permanecer tranquila, o al menos aparentarlo, era el arma más eficaz para enfrentarse a un adversario. Y Niccolò da Conti lo era.

Sabía que él la culpaba de ser una mala influencia para su adorada hermana, por lo que tal vez no debería sorprenderla que él no hubiera olvidado el pasado. Sabía por un artículo que había leído en la prensa que no era un hombre que olvidara con facilidad. De igual modo, tampoco era la clase de hombre al que se pudiera olvidar fácilmente. Emanaba riqueza y poder. Podía silenciar una sala tan solo haciendo acto de presencia. Era capaz de conseguir que una mujer lo deseara tan solo mirándola aunque, en aquellos momentos, la estuviera observando a ella como si fuera un insecto que acabara de salir de debajo de una piedra. ¿Qué derecho tenía a mirarla de aquel modo después de tantos años, tan solo porque ella hizo algo que escandalizó su estricta moralidad, algo que ella llevaba toda una vida lamentando? Alannah ya era una persona completamente diferente y él no tenía derecho alguno a juzgarla.

Sin embargo, se estaba saliendo con la suya. El desprecio con el que la observaba estaba teniendo un curioso efecto en ella. Aquella mirada oscura amenazaba con desestabilizar una actitud que ella llevaba años tratando de perfeccionar. Si no tenía cuidado, la aplastaría. «Dile que se guarde sus remilgadas opiniones para sí mismo, que no te interesa lo que tenga que decir».

Sin embargo, su indignación empezó a evaporarse cuando vio que él se desabrochaba el primer botón de la camisa. Con ese gesto, consiguió atraer la atención de Alannah hacia su cuerpo. ¿Lo estaba haciendo a propósito? No le gustaba sentir que el vientre se le había licuado de repente. ¿Estaba Niccolò tratando de recordarle una potente sexualidad que, en el pasado, la había dejado sin sentido?

El corazón le latía alocadamente y las mejillas se le habían ruborizado. Tal vez Niccolò no le gustara y le considerara la persona más controladora que había conocido en toda su vida, pero eso no le impedía desearle de un modo en el que jamás había deseado a nadie. No importaban las veces que hubiera tratado de olvidar lo que ocurrió o de restarle importancia. No le servía de nada. Lo único que habían compartido había sido un baile y un beso, pero había sido la experiencia más erótica de la vida de Alannah, una experiencia que ella jamás había olvidado. Había convertido al resto de los hombres que había conocido en sombras. Había hecho que cualquier otro beso le produjera la misma excitación que besar a un osito de peluche.

Lo miró y deseó que él fuera uno de esos hombres que engordan pasados unos años o que su rostro hubiera perdido masculinidad y angulosidad. Desgraciadamente, no había sido así. Niccolò poseía un físico poderoso y atractivo. Sus masculinos rasgos no poseían una belleza clásica, pero sus labios eran un pecado aunque su suave sensualidad chocara con el brillo hostil de sus ojos.

Hacía diez años que no lo veía. Diez años podían ser toda una eternidad. En ese tiempo, ella había adquirido una notoriedad de la que no era capaz de desprenderse por mucho que lo intentara. Se había acostumbrado a que los hombres la trataran como a un objeto, que se fijaran tan solo en sus generosos pechos mientras hablaban con ella.

En esos diez años, había visto cómo su madre enfermaba y moría. Al día siguiente del entierro, se dio cuenta de que estaba sola en el mundo. Entonces, decidió examinar su vida y comprendió que debía dejar atrás el mundo de las modelos eróticas para tratar de encontrar algo nuevo. No le resultó fácil. Sin embargo, al menos lo había intentado y seguía intentándolo. Aún soñaba con una oportunidad. Trataba de reforzar su frágil ego y tener la cabeza bien alta para aparentar que era fuerte y orgullosa, aunque a veces se sintiera tan perdida y asustada como una niña pequeña. Había cometido muchos errores, pero había pagado por todos y cada uno de ellos. No iba a permitir que Niccolò da Conti se deshiciera de ella como si no importara.

De repente, le resultó difícil permanecer tranquila cuando él la miraba de aquel modo. Una chispa de rebeldía prendió dentro de ella y la animó a enfrentarse a aquella mirada de desdén.

–Tú, por supuesto, eres más puro que la nieve recién caída –le dijo con sarcasmo–. Lo último que leí sobre ti era que estabas saliendo con una economista noruega, a la que luego dejaste del modo más horrible posible. Aparentemente, tienes la reputación de hacer precisamente eso, Niccolò. En el artículo, ella decía lo cruel que habías sido, aunque supongo que eso no debería sorprenderme.

–Yo prefiero considerarlo sinceridad en vez de crueldad, Alannah –repuso él–. Algunas mujeres simplemente no son capaces de aceptar que una relación ha terminado y me temo que Lise era una de ellas. No obstante, me resulta muy interesante saber que me has estado siguiendo durante todos estos años –añadió con una sonrisa–. Supongo que los multimillonarios solteros deben de tener un cierto atractivo para las mujeres como tú, que son capaces de hacer cualquier cosa por dinero. Dime, ¿los estudias igual que a alguien a quien le gusta apostar lo hace con los caballos antes de la carrera?

Alannah se tensó. Niccolò había hecho que pareciera que ella lo estaba acosando. Estaba tratando de conseguir que ella se sintiera mal consigo misma. No iba a permitirlo.

–Vaya, ¿quién se está ahora imaginando algo que no es? Eres amigo del sultán de Qurhah. Sales a cenar con miembros de la familia real. Las fotos suelen aparecer en los periódicos sensacionalistas, junto con especulaciones sobre por qué se vio a tu acompañante llorando frente a tu apartamento a la mañana siguiente. No me des lecciones sobre moralidad, Niccolò, cuando no sabes nada de mi vida.

–Y preferiría que siguiera siendo así. De hecho, me gustaría que te mantuvieras todo lo alejada que fuera posible de cualquier miembro de mi familia. ¿Por qué no hablamos de negocios?

Alannah parpadeó.

–¿De negocios?

–Claro. No te sorprendas tanto. Ya eres una mujer, Alannah. Ya sabes cómo funcionan estas cosas. Tú y yo tenemos que tener una pequeña charla y sería mejor mantenerla con un cierto grado de comodidad. ¿Te apetece una copa? ¿No optan las mujeres como tú siempre por el champán? Te puedo garantizar que será muy bueno.

«Contente», se dijo Alannah.

–Odio desafiar tus estereotipos –replicó con una sonrisa–, pero no me vuelve loca el champán y, aunque así fuera, no querría beberlo contigo. Eso podría implicar una cordialidad que los dos sabemos que no existe. ¿Por qué no dices lo que tengas que decir para poder terminar con esta conversación lo antes posible? Tengo que ocuparme de la prueba del vestido de novia de Michela.

Niccolò tardó unos segundos en contestar, segundos que empleó en observarla de la cabeza a los pies.

–Creo que los dos conocemos una manera muy sencilla de resolver esto. Lo único que tienes que hacer es dar un paso atrás y dejar de ser el centro de atención. Si lo haces, no habrá problema alguno. Michela se va a casar con un hombre muy poderoso. Con el tiempo, espera tener hijos y las amigas que ella tenga serán modelos de comportamiento para ellos y...

–¿Y? –le preguntó Alannah a pesar de que resultaba evidente lo que él estaba a punto de decir.

–Tú no eres un modelo de comportamiento apropiado. Tú no eres la clase de mujer que yo querría que se relacionara con mis sobrinos.

–No te atrevas a juzgarme –le espetó ella con voz temblorosa.

–En ese caso, ¿por qué no hacerlo fácil? Dile a Michela que has cambiado de opinión sobre lo de ser su dama de honor.

–Demasiado tarde. Ya tengo hecho el vestido. Lo tengo en mi habitación, esperando a que me lo ponga mañana a mediodía. Voy de seda escarlata para enfatizar el tema invernal de la boda –añadió, como si aquel detalle importara.

–Eso no va a ocurrir. ¿De verdad crees que yo lo permitiría?

–Me haces parecer una mujer malvada.

–Malvada no –la corrigió él–. Tan solo mal aconsejada, fuera de control y muy precoz sexualmente. No quiero publicidad generada por la presencia de la pinup más famosa de la revista Pechugonas.

–Pero nadie...

–Michela ya ha tratado de convencerme de que no tiene por qué saberlo nadie, pero lo sabrán. Las revistas para las que te desnudaste se han convertido en objetos de coleccionista y ahora se venden por miles de dólares. Además, se me acaba de informar de que una película tuya está en YouTube. No importa lo que lleves o no lleves puesto. Sigues teniendo el cuerpo que ocupa la parte más susceptible de la imaginación de un hombre. Los hombres te miran y se encuentran pensando en una sola cosa.

Desgraciadamente, las palabras de Niccolò dieron en el blanco. El inteligente y cruel Niccolò había dado con su mayor inseguridad. Había conseguido que ella se sintiera como un objeto y no como una mujer. Tan solo era una imagen en una revista, puesta allí con la única intención de provocar la lujuria en los hombres.

La persona que era en aquellos momentos no permitiría que los pezones se le asomaran entre los dedos mientras posaba frente a una cámara. En aquellos momentos, preferiría morirse antes que engancharse los pulgares en las braguitas y colocar la pelvis en dirección al objetivo. Desgraciadamente, había tenido que hacerlo por una serie de razones que la moral de Niccolò no comprendería ni en un millón de años.

–Eras famosa, Alannah –prosiguió él–. Esa clase de fama no desaparece fácilmente. Se pega como el barro a la piel.

Ella lo miró con desesperación. Como si no lo supiera. Llevaba años viviendo con las consecuencias de aquel trabajo. Por supuesto que Niccolò no lo entendía. Veía tan solo lo que quería ver. Nada más. No tenía la imaginación suficiente para ponerse en el lugar de otra persona y pensar cómo sería su vida. Él contaba con la protección de su riqueza, de su posición y de su arrogancia.

Quería acercarse a él, zarandearle y decirle que borrara aquella imagen de ella y comenzara a verla como a una persona que había cometido un error en el pasado. Comprendía perfectamente por qué Michela le tenía tanto miedo cuando las dos estaban juntas en el colegio. No era de extrañar que la muchacha se hubiera rebelado desde el momento en el que él la dejó en el exclusivo internado suizo en el que la madre de Alannah trabajaba como enfermera.

–Lo más importante para mí es que Michela me quiere aquí –dijo ella–. Es su día y es la novia. Por lo tanto, a menos que me ates y me secuestres, tengo la intención de estar a su lado mañana.