Oscuros pasados - Lágrimas de desamor - Sandra Field - E-Book

Oscuros pasados - Lágrimas de desamor E-Book

Sandra Field

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Beschreibung

Oscuros pasados Sandra Field El aspecto de Luke McRae le convertía en un verdadero imán para las mujeres, pero ninguna le había hecho perder el control que ejercía sobre su corazón... hasta que apareció la bella y vulnerable Katrin Sigurdson... El poderoso y frío empresario estaba empeñado en convertirla en su amante, y se aseguró de que el acuerdo se limitara al dormitorio. Sin embargo, no tardó en darse cuenta de que dormir junto a Katrin estaba cambiando todos sus esquemas de vida. Tuvo que reconocer que necesitaba algo más en la vida aparte del trabajo. Pero dejar que Katrin entrara en su corazón significaba tener que revivir todo el dolor del pasado... Lágrimas de desamor Miranda Lee Las mujeres solían echarse a los brazos de Justin McCarthy. Era como un imán para todas aquellas que se imaginaban gastando sus millones y acurrucándose junto a su maravilloso cuerpo. Por eso Rachel era la indicada para ser su secretaria: era inocente, poco atractiva y lo más alejado a una seductora que pudiera existir. Hasta que un cambio de imagen sacó a la luz toda la belleza que escondía, y Justin empezó a quererla cada vez más cerca de él... viviendo una pasión salvaje a su lado. Pero cuando sucedió, Justin vio en los ojos de Rachel algo que no había previsto. El amor no era parte del trato.

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

 

© 2022 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

N.º 80 - julio 2022

 

© 2002 Sandra Field

Oscuros pasados

Título original: On the Tycoon’s Terms

 

© 2002 Miranda Lee

Lágrimas de desamor

Título original: At Her Boss’s Bidding

Publicadas originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2003

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1105-971-8

Índice

 

Créditos

Índice

Oscuros pasados

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Lágrimas de desamor

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

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Capítulo 1

 

LUKE! Me alegro de verte, ¿acabas de llegar?

–Hola, John –dijo Luke MacRae y ambos se estrecharon la mano–. He llegado hace una hora. Con jet-lag como siempre –«y no me apetece estar aquí», se dijo para sí, pero no podía decírselo a John–. Y tú, ¿cuándo llegaste?

–Por la mañana temprano… Hay una persona que quiero presentarte, tiene algunas propiedades en Malasia que quizá te interesen.

–¿En el interior? –preguntó Luke. Había llegado a ser el dueño de un conglomerado de empresas dedicadas a la minería y que gracias a su carácter decidido se extendían por el mundo. John y él eran dos de los delegados que participaban en una conferencia internacional que se celebraba junto a uno de los lagos de Manitoba.

–Tendrás que preguntarle la localización exacta –John llamó al camarero–. ¿Qué quieres tomar, Luke?

–Whisky con hielo –dijo Luke, y se preguntó por qué la camarera llevaba unas gafas tan feas. Estaba seguro de que sin ellas estaría mucho más guapa.

Estaba manteniendo una interesante conversación con el hombre malasio cuando oyó una dulce voz que le decía:

–Su copa, caballero.

Luke decidió que su voz no pegaba con las gafas de montura oscura que llevaba ni con el cabello rubio que se ocultaba bajo una gorra blanca. Le encantaba juzgar a las personas y rara vez se equivocaba. Una cosa era segura, no era el tipo de mujer que le llamaba la atención.

–Gracias –dijo él, y no volvió a pensar en ella.

Tres cuartos de hora más tarde, todos pasaron al comedor. Su mesa era la que tenía mejor vistas al lago, y estaba ocupada por algunas de las personas más importantes que habían asistido al congreso. Él había aprendido a no sentirse demasiado satisfecho por los acuerdos que conseguía. Era muy bueno. Lo sabía, pero no pensaba en ello. El poder nunca le había interesado.

Poder significaba seguridad, y la seguridad era todo lo contrario a la infancia que había tenido.

Luke se sentó a la mesa y se pasó la mano por la nuca. Maldita sea, él nunca pensaba en su infancia y el hecho de que Teal Lake, el lugar donde había nacido, estuviera cerca de Ontario no era motivo para que se pusiera sensiblero. La proximidad a su antiguo hogar era el motivo por el que no deseaba estar allí. Aunque hogar no era la palabra adecuada. Sus padres no le habían ofrecido nada parecido a un hogar en el pequeño pueblo minero de Teal Lake.

Luke agarró la carta y eligió lo que quería comer. Después se fijó en el resto de los ocupantes de la mesa.

La única sorpresa estaba justo delante de él: Guy Wharton. La primera vez que Luke lo vio pensó que era el clásico hombre que hereda una gran cantidad de dinero, pero que no tiene cerebro para manejarlo, y su opinión no había cambiado en los sucesivos encuentros que había tenido con él.

El camarero comenzó a tomar nota de los platos, y la camarera hizo lo mismo al otro extremo de la mesa. «La camarera de gafas feas y bonita voz», pensó Luke. Guy se había llevado la copa a la mesa, pero aun así, estaba pidiendo una copa doble y una botella de buen vino. Guy, bebido, era mucho peor que Guy sereno. Luke centró su atención en su compañero de mesa, un hombre británico encantador con un olfato infalible para los negocios. Después oyó la dulce voz otra vez.

–¿Caballero? ¿Puedo tomar nota de lo que desea?

–Quiero salmón ahumado y el costillar de cordero, no muy hecho, pero tampoco muy crudo –dijo Luke. Ella asintió con educación y se dirigió a su compañero de mesa. No apuntó el pedido, y Luke se fijó en que detrás de las gafas, sus ojos eran de un inteligente color azul claro. Estaba seguro de que no se equivocaría en el pedido.

Era evidente que tenía que ser buena en su trabajo, un lugar como ese no contrataría a personas inútiles.

Camareras y Teal Lake… estaba perdiendo el rumbo de sus pensamientos.

–Rupert, ¿cómo crees que va a ir la plata en los dos próximos meses?

El inglés comenzó a hacer una valoración técnica y Luke le prestó mucha atención. Le sirvieron una copa de vino y bebió un sorbo. Se fijó en que Guy ya tenía el rostro colorado y que hablaba demasiado alto. El salmón ahumado estaba exquisito, el costillar de cordero, muy tierno y la verdura crujiente. Entonces, Luke se fijó en que Guy llamaba a la camarera. La chica se acercó enseguida. El uniforme negro y el delantal blanco que llevaba escondían su figura, pero no podían esconder el orgullo de su porte. No era una mujer alta, aunque caminaba como si lo fuera, como alguien que sabe quién es y está segura de sí misma.

–El filete lo había pedido medio hecho, y me lo ha traído poco hecho –dijo Guy.

–Lo siento muchísimo, señor –dijo ella–. Lo devolveré a la cocina y le traeré otro como usted lo desea.

Pero cuando se disponía a recogerle el plato, Guy la agarró por la muñeca.

–¿Por qué no lo hizo bien la primera vez? Le pagan para traerme lo que yo le pido.

–Sí, señor –dijo ella–. Si me suelta, me aseguraré de que le traigan el filete inmediatamente.

Luke se fijó en que la chica tenía las mejillas un poco sonrosadas y que su cuerpo estaba tenso. Pero Guy no la soltó. Le retorció la muñeca y la miró.

–Deberías quitarte esas malditas gafas –le dijo–. Ningún hombre en su sano juicio se fijará en ti con ellas puestas.

–Por favor, suélteme la muñeca.

Esa vez, no lo llamó señor. Sin pensarlo, Luke se puso en pie y dijo en tono cortante:

–Guy, ya has oído a la señorita. Suéltala. Ahora –y se fijó en que el camarero jefe se acercaba a la mesa.

–Solo estaba bromeando –dijo Guy, y acarició la palma de la mano de la chica. Después le soltó la muñeca. La camarera retiró el plato y se alejó de la mesa sin mirar a Luke.

–No le he encontrado la gracia –dijo Luke con frialdad–. Y estoy seguro de que los demás tampoco. Ella incluida.

–Por favor, solo es una camarera. Y todos sabemos lo que andan buscando.

Luke estaba seguro de que la camarera de las gafas feas no andaba buscando nada ni a nadie. Si él fuera ella, se habría puesto lentillas para mostrar sus preciosos ojos al descubierto. Se volvió para mirar al hombre que estaba sentado a su otro lado. Un italiano dedicado a las minas de oro. Minutos más tarde, el camarero jefe se acercó a la mesa con otro filete.

–Dígamelo si no le gusta, señor –dijo con mucha educación.

–Se ha acobardado la camarera, ¿verdad? –preguntó Guy.

–¿Disculpe, señor?

–Ya lo ha oído –dijo Guy–. Sí, este está bien.

Blandiendo el cuchillo mientras hablaba, comenzó a contarle una historia subida de tono a su compañero de mesa.

Cuando terminaron, la camarera recogió los platos. Llevaba una etiqueta con su nombre colgada de la chaqueta. Se llamaba Katrin. Luke había leído que el hotel estaba cerca de un pueblo que había sido colonizado cien años atrás por inmigrantes islandeses, y ella, con el pelo rubio y los ojos azules, podía ser perfectamente descendiente de aquellos colonizadores. Cuando se inclinó para recogerle el plato, se fijó en que Guy le había dejado una marca en la muñeca y experimentó un sentimiento de rabia desproporcionado.

¿Porque siempre había despreciado a los hombres que se aprovechaban de los más débiles? ¿Porque la justicia era uno de sus principios básicos que aplicaba indistintamente a todas las clases sociales?

Él no dijo nada, la mujer ya le había dejado claro que no le estaba agradecida por su intervención. No le apetecía tomar postre, así que pidió un café.

–¿Me acompañas con un brandy? –murmuró John.

–No, gracias –contestó Luke. Estoy muy cansado, así que dentro de muy poco voy a dar el día por terminado.

Luke nunca había bebido en exceso, sin embargo, su padre había bebido por cinco hombres. Ese era el motivo por el que los comentarios que hacía Guy cuando estaba ebrio afectaban más a Luke. John y él hablaron sobre el estado del mercado del cobre y del níquel, y después, Luke se fijó en que Katrin se acercaba con una bandeja cargada de dulces. La dejó con cuidado en el carrito y repartió los postres sin hacer una pausa. «Tiene muy buena memoria y es extremadamente eficiente», pensó él con admiración.

Guy había pedido un brandy doble y cuando ella se disponía a dejárselo sobre la mesa, le rozó, a propósito, el pecho con el brazo.

–Mmm… qué bien –dijo con desdén–. ¿Escondes algo más bajo ese uniforme?

Luke se fijó en que el fuego invadía la mirada de Katrin. De pronto, vio que la copa se caía y el líquido se derramaba sobre la manga de la camisa de Guy.

–Oh, señor –exclamó ella–, qué descuidada soy. Permítame que le traiga una servilleta.

Guy se puso en pie con el rostro marcado por la ira y Luke hizo lo mismo. «Ella lo ha hecho a propósito», pensó Luke.

–Guy –dijo con tono suave–, si causas más problemas en esta mesa, me encargaré personalmente de que el trato que estás esperando con Amco Steel sea un fracaso. ¿Me has oído?

Se hizo un corto silencio. Guy quería que ese trato le saliera bien, y todas las personas que estaban en la mesa lo sabían.

–Eres un bastardo, MacRae –espetó Guy.

En realidad, Guy estaba diciendo la verdad. El padre de Luke no se había molestado en casarse con la madre de Luke, pero él hacía mucho tiempo que había aprendido a no dejarse afectar por las circunstancias de su nacimiento.

–Haré que se suspenda el trato antes de que llegue a la mesa de negociaciones –le dijo–. Ahora, siéntate y compórtate.

Katrin había sacado una servilleta del estante inferior del carrito. Cuando se incorporó, miró a Luke como diciéndole que no necesitaba su ayuda y le tendió la servilleta a Guy.

–El hotel se ocupará de llevarle el traje a la tintorería, señor –dijo ella, y con toda tranquilidad, continuó sirviendo los postres como si nada hubiera pasado.

Luke dejó la taza de café sobre la mesa y dijo:

–Buenas noches a todos. Para mí son las dos de la madrugada y me voy a dormir. Os veré por la mañana –al salir del comedor, se detuvo para hablar con el camarero jefe–. Confío en que no haya ninguna repercusión hacia la camarera por lo que ha pasado en nuestra mesa –le dijo–. Si estuviera trabajando para mí, el señor Wharton, estaría acusado por acoso sexual.

El camarero jefe, que debía de tener unos veintiocho años, cinco menos que Luke, dijo:

–Gracias, señor. Estoy seguro de que el señor Wharton no causará más problemas.

–Si despiden a la camarera, o la sancionan de alguna manera, me quejaré a la dirección.

–No será necesario, señor.

De pronto, Luke se sintió cansado del juego. ¿Por qué estaba perdiendo el tiempo con una mujer que no quería su ayuda? Decidió que lo mejor que podía hacer era acostarse y se dirigió hacia el ascensor.

En la cama. Solo. Como llevaba haciendo desde hacía mucho tiempo.

Cuando regresara a San Francisco, tenía que hacer algo para solucionarlo.

Capítulo 2

 

LUKE durmió muy bien aquella noche. Se despertó temprano y salió a correr, después regresó a su habitación, se dio una ducha y se vistió. Se puso una corbata de seda y la chaqueta antes de pasarse el peine por el cabello moreno. Se lo había cortado la semana anterior en Milán, pero no conseguía evitar que se le rizara. Se miró en el espejo y se fijó en sus ojos marrones. Eran tan oscuros que parecían negros. Tenía el mismo aspecto de siempre: bien arreglado, decidido y con todo bajo control.

No estaba mal para ser un chico de Teal Lake.

Luke hizo una mueca. No quería pensar en Teal Lake. Ni en esos momentos, ni nunca. Entonces, ¿por qué estaba allí de pie mirándose en el espejo en lugar de estar abajo? Seguro que podía hacer muy buenos contactos en los próximos días.

Tomó el ascensor y bajó hasta el recibidor. El comedor tenía unas ventanas enormes enmarcadas en cortinas de terciopelo y una magnífica chimenea, rodeada de cuadros en los que se representaban los trigales de la zona. Era mediados de julio, el lago estaba tranquilo y el cielo azul.

«Me gustaría estar ahí», pensó Luke mientras capturaba la imagen del cielo azul con su cámara digital.

Pero no era el momento, tenía cosas mucho más importantes que hacer. Cuando se dirigió hacia su mesa, Katrin, la camarera salió de la cocina. Iba vestida con una falda de estilo campesino y una blusa bordada.

–Buenos días, Katrin –le dijo Luke animado.

–Buenos días, señor –contestó ella sin vacilar.

En tres palabras le dejó claro que estaba siendo amable con él porque era parte de su trabajo. Luke encontró que la situación era graciosa. Lo habían insultado montones de veces en la vida, tanto cuando era joven y trabajaba en las minas del ártico, como cuando se convirtió en un empresario despiadado, pero nunca lo habían hecho con tanta finura. Ni una palabra fuera de lugar.

Le habría gustado arrancarle las horribles gafas que llevaba.

Cuando llegó a su mesa, Guy no estaba. «Mejor», pensó Luke y se sentó de espaldas al lago. No quería mirar hacia el agua. Tenía que trabajar.

Y eso hizo durante todo el día. A la hora de la comida sirvieron un bufé en la sala de conferencias. Katrin no estaba por ningún sitio. Antes de cenar, Luke entró en el gimnasio para desahogarse haciendo ejercicio. En general, estaba contento de cómo le estaban saliendo las cosas. El negocio de Malasia lo tenía bajo control y sentía que tenía que ser precavido con un negocio en las minas de Papúa Nueva Guinea. Mucho tiempo atrás había aprendido a confiar en su instinto, y este le decía que tuviera cuidado.

Una hora más tarde, Luke se sentía más descansado y se dirigió al comedor. Se cruzó con una mujer elegantemente vestida que lo miró de arriba abajo y le sonrió. Luke estaba acostumbrado porque ese tipo de cosas le ocurrían muy a menudo. Él sonrió con educación y continuó su camino.

Mientras esperaba al camarero jefe, se preguntó por qué atraía a las mujeres. Iba vestido con un traje hecho a medida y zapatos de marca italiana, ambas cosas indicaban que tenía dinero. Pero había muchos otros hombres igual vestidos. Así que no era solo por su dinero. Quizá sabía que era un hombre alto y atlético, con un rostro muy atractivo, y suponía que era eso lo que verdaderamente atraía a las mujeres, pero de lo que no era consciente era de que desprendía cierta energía que denotaba decisión, y sexualidad masculina; tampoco de su mirada enigmática y de su sonrisa singular.

Fue el último en llegar a su mesa. Katrin llevaba otra vez el uniforme negro y, por primera vez, Luke se fijó en que tenía el cabello rubio recogido bajo la gorra. «Si se lo dejara suelto le llegaría por debajo de los hombros», pensó Luke.

–¿Qué desea beber, señor?

–Whisky con agua, sin hielo, por favor.

–De acuerdo, señor.

Luke se preguntó en qué momento la educación se convertía en parodia, y decidió que Katrin conocía el punto exacto pero que no quería utilizarlo. Se sentó.

Mientras hacía pesas en el gimnasio pensó que Katrin le recordaba a alguien. Repasó todos los habitantes de Teal Lake y decidió que ella no era de aquel lugar. Entonces, ¿dónde la había conocido?

Una vez más la comida estaba exquisita; una vez más, Guy se bebía el vino como si fuera agua y engullía la comida.

Conversaron sobre los caprichos del mercado de valores. Guy hizo un par de comentarios que merecía la pena escuchar. Mientras Katrin les servía el café, Guy dijo con exagerada cordialidad:

–Bueno, Katrin, imagino que no ganas lo suficiente como para pensar en invertir tu dinero, pero si lo hicieras, ¿comprarías fondos de Alvena?

–No sabría decirle, señor.

–Por supuesto que no –dijo Guy–. Intentémoslo con algo más cercano a tu nivel. ¿Qué tal una cartera de acciones? Son para la gente que no sabe nada de nada sobre el mercado… ¿Es así como inviertes tu dinero?

Durante un instante, ella dudó como si estuviera tomando una decisión. Después, miró a Guy y dijo:

–Una cartera de acciones no es una mala estrategia. Cuando uno entra en el juego del mercado sabe que, aunque tenga mucho cuidado, siempre va a perder algo. Así que elija lo que elija, tendrá la posibilidad de ganar lo suficiente como para compensar las pérdidas –sonrió–. ¿Está de acuerdo conmigo, señor?

Guy se puso colorado.

–Este café sabe como si fuera de ayer –se quejó.

–Le prepararé uno nuevo, señor –contestó ella. Le retiró la taza y se dirigió a la cocina. Caminaba con el mismo porte que había llamado la atención de Luke el día anterior.

–Esa mujer no debería ser camarera… –masculló Luke–. ¿Y cuáles son las perspectivas para S&P los próximos seis meses, Guy?

Durante un momento, pensó que Guy iba a lanzarse sobre él y se puso tenso. Sin embargo, Guy murmuró algo sobre bajos percentiles y la conversación regresó a un tema general. Luke se tomó otra taza de café y fue el último en marcharse del comedor, aprovechando para salir en el mismo momento en que Katrin comenzaba a limpiar la mesa contigua. Se colocó detrás de ella y le dijo:

–Sería una lástima que tuvieras que canjear tus acciones, Katrin, pero si te dedicas a derramar el brandy por encima de todos los clientes que te ofenden acabarás perdiendo tu trabajo.

Ella se volvió para mirarlo.

–No sé a qué se refiere, señor.

–Anoche, derramaste el brandy sobre Guy Wharton a propósito.

–¿Por qué iba a hacer tal cosa? Las camareras no hacemos cosas que no podamos permitirnos.

–Entonces, tú eres la excepción que confirma la regla. Ojalá te quitaras esas gafas… así podría hacerme una idea de lo que sientes.

–Mis sentimientos, o la falta de ellos, no son asunto suyo… señor.

–También me gustaría que dejaras de llamarme señor.

–Son las normas de la casa –dijo ella con frialdad–. Otra es que los empleados no tratan con los clientes. Así que si me disculpa, tengo trabajo que hacer.

–Es una pena que estés en un trabajo como este, eres mucho más inteligente.

–El trabajo que yo he elegido, es eso… mi elección. Buenas noches, señor.

Katrin se volvió y Luke comprendió que la conversación había terminado.

–Si piensas invertir, no lo hagas en Scitech… está por los suelos. Buenas noches, Katrin –y justo cuando se estaba dando la vuelta, añadió–. Sabes, tengo la sensación de que me recuerdas a alguien y no sé a quién –no había pensado decírselo, y menos antes de saber a quién le recordaba.

Ella se quedó inmóvil, como una presa que se enfrenta a un depredador. En voz baja, comentó:

–Se equivoca. No nos hemos visto nunca.

Había tensión en su tono de voz. Y en su postura. Había algo misterioso en ella. No llevaba aquellas horribles gafas para ocultar su feminidad, sino que eran otro tipo de disfraz. Katrin no quería que la reconocieran.

–Ahora no sé dónde te he visto antes… pero estoy seguro de que lo recordaré –las dos copas de vino que Katrin llevaba en las manos cayeron sobre la moqueta. Una de ellas se rompió al chocar contra la pata de una mesa. Katrin se agachó para recoger los cristales–. Cuidado –exclamó Luke–, puedes cortarte.

Agarró una servilleta y se arrodilló junto a Katrin. Envolvió los pedazos de cristal en la tela. El aroma delicado de su cuerpo invadió su olfato. Se fijó en que todavía no se le había quitado la marca de la muñeca, y en que las venas azules contrastaban con la piel pálida de su brazo.

–Por favor, márchese –dijo ella–. Yo limpiaré esto.

Recogió un cristal con brusquedad y se hizo un pequeño corte en el dedo. Al ver la sangre, Luke dijo:

–Katrin, deja esto. Levántate.

La agarró del hombro y estiró de ella para que se pusiera en pie. Después, apoyó la mano de ella sobre su manga y le observó la herida.

–Cuidado, me hace daño.

–Tienes el cristal dentro, estate quieta –le ordenó, y con mucho cuidado le retiró el cristal–. Ya está. Así mejor. ¿Tenéis un botiquín en la cocina?

–¿Cuál es el problema, señor? –oyó que decía una autoritaria voz masculina.

–Se ha hecho un corte en el dedo –contestó Luke al ver al camarero jefe–. ¿Podría mostrarme dónde está el botiquín?

–Ya me ocuparé…

–Ahora –dijo Luke, y miró al camarero fijamente. El hombre dio un paso atrás.

–Por supuesto, señor. Acompáñeme.

La cocina estaba hecha un caos después de que en ella hubieran preparado comida para doscientas personas. El camarero jefe, que llevaba una tarjeta colgada en la que ponía que se llamaba Olaf, guió a Luke hasta una esquina de la habitación y le mostró el botiquín.

–Gracias –dijo Luke–. Ya no lo necesito. Quizá podría ocuparse de que alguien recogiera el resto de los cristales.

Sin una palabra más, Olaf se marchó. Katrin intentó retirar la mano y dijo con furia contenida:

–¿Quién se cree que es para dar órdenes a todo el mundo como si fuera el propietario del local? Solo es un corte, por el amor de Dios… soy capaz de cuidar de mí misma.

Luke rebuscó en el botiquín.

–Estate quieta, voy a echarte un poco de desinfectante.

–No… ¡ay!

–Te lo advertí –dijo Luke con una sonrisa, y abrió un paquete de gasas estériles–. Así está mejor.

Bajo el uniforme negro, el pecho de Katrin subía y bajaba con cada respiración. Estaba muy cerca de Luke y este podía ver el brillo de sus ojos azules. De pronto, le quitó las gafas y las dejó sobre el botiquín. Al ver que tenía los ojos más bonitos que había visto nunca, sintió que se le aceleraba el corazón.

Siempre había pensado que los ojos azules eran de expresión abierta, y no reservada como la de los ojos grises, o marrones. Una vez más, se había equivocado porque los ojos de Katrin eran de un azul tan intenso que él no podía comprender su expresión. Tenía las cejas arqueadas, y sus pómulos eran muy atractivos.

Luke todavía estaba sujetándole la mano. Colocó un dedo sobre su muñeca y sintió que se le aceleraba el pulso, como si fuera un pájaro asustado. ¿Había sentido algo tan íntimo en toda su vida? ¿Se lo había permitido alguna vez?

Muchos años atrás había decidido que a él no le gustaban las cosas íntimas, pero en esos momentos se sentía como si un pedazo de plomo hubiera atravesado el chaleco antibalas que llevaba y le hubiera alcanzado el corazón.

Sin saber muy bien lo que decía, Luke murmuró:

–Así que tú sientes lo mismo.

Katrin pestañeó y retiró la mano con brusquedad.

–No sé de qué me habla… ¡yo no siento nada! Por favor, márchese y déjeme en paz.

Luke se esforzó para recuperar el autocontrol y dijo:

–Voy a cubrirte la herida y después me marcharé.

–¡Puedo hacerlo yo!

Parecía desesperada. Desesperada por librarse de él.

–Tardaré diez segundos –dijo en tono arisco–. Deja de quejarte.

–Sin duda está acostumbrado a que la gente haga lo que dice –lo miró con desafío–. No voy a montar el número en el lugar donde trabajo. No merece la pena. Termine lo que quiere hacer y márchese.

–No pareces muy agradecida –dijo él, y retiró el papel de la tirita.

–No me siento agradecida.

–Eso lo has dejado claro desde el principio.

–Puedo cuidar de mí misma. No necesito que un poderoso hombre de negocios se acerque a mí como si fuera el gran caballero y más tarde venga a pedir su recompensa. No, gracias.

–¿Crees que he hecho esto para que luego me des un beso apasionado en la esquina de la cocina?

–Ya me dirá.

–¡Esa no es mi manera de actuar!

–Podría haberme engañado.

Haciendo un gran esfuerzo por contenerse, Luke le tapó la herida. Después, dio tres pasos atrás y le dijo con tosquedad:

–No voy a meterte mano, no voy a besarte detrás de la nevera. Con tu aspecto, no, gracias.

Las mejillas de Katrin se sonrojaron de furia. Recogió las gafas y se las puso otra vez.

–Tenía razón. No doy las gracias a la gente que me insulta.

Esforzándose para recuperar el control, Luke dijo:

–De eso ya me he dado cuenta. Te veré a la hora del desayuno, Katrin.

–Puedo esperar hasta entonces.

–¿Por qué será que lo imaginaba? –dijo él con una carcajada. Entonces, antes de que ella pudiera responder, se volvió y se dirigió a la puerta. Salió de la cocina y cruzó el comedor, subió los cuatro pisos de escaleras, entró en su habitación y cerró dando un portazo.

Para ser un hombre que había prometido mantenerse alejado de las mujeres, se había comportado como un idiota.

«Bien hecho, Luke. Mañana, a la hora del desayuno será mejor que te concentres en los cereales y en tus asuntos. Así que la camarera tiene unos ojos preciosos. ¿Y qué?», se dijo en voz alta.

Unos ojos preciosos, una inteligencia evidente y un carácter exaltado. También, una fuerte dosis de independencia.

¿Y a quién diablos le recordaba?

Capítulo 3

 

A LAS TRES de la mañana Luke se despertó en el silencio de la noche y se sentó en el borde de la cama. Tenía la respiración acelerada. Había tenido una pesadilla sobre Teal Lake, en la que su padre lo tenía acorralado contra una pared y empuñaba el cuello de una botella rota de cerveza. Su madre, como siempre que soñaba, no estaba por ningún sitio.

Ella lo había abandonado cuando él tenía tan solo cinco años.

«Ya basta», se dijo Luke. «Solo es un sueño. Y tienes treinta y tres años, no cinco». Pero su corazón seguía latiéndole con fuerza, y sabía que era inútil tratar de dormirse otra vez. Se puso en pie, corrió las cortinas y miró hacia el lago, donde la luna creciente iluminaba hasta la orilla.

Disgustado, Luke agarró una revista de finanzas y comenzó a leer una artículo sobre el futuro de la OPEP. A las cuatro, se metió de nuevo en la cama y consiguió dormir hasta las cinco y media. Entonces, decidió ir a correr junto a la orilla del lago. Cualquier cosa le parecía mejor que permanecer en la habitación hasta la hora del desayuno.

La brisa era fresca, el cielo azul claro y los pájaros cantaban en los sauces. Desde el lago provenía el sonido de las barcas que utilizaban los pescadores. El lago era famoso por tener muy buen pescado, así que Luke decidió que lo tomaría para cenar.

Estuvo corriendo durante casi una hora, hasta que el sudor le empapó la camiseta e hizo que se le pegara al cuerpo. Cuando llegó al embarcadero, aminoró la marcha. «Será mejor que haga algunos estiramientos», pensó mientras observaba que un pequeño barco de vela se acercaba. La vela era de color rojo y contrastaba con el agua azul. El tripulante encaró la embarcación hacia el final del muelle.

Era una mujer y su melena rubia se movía dulcemente con el viento. Vestía un pantalón corto, un top, y unas zapatillas de deporte. Con mucha soltura, amarró el barco en el noray del muelle y saltó a tierra.

No podía ser ella.

Lo era.

De pronto, Luke sintió que se le secaba la boca. La mujer estaba de espaldas a él y los rayos del sol hacían que le brillara el cabello.

–Buenos días, Katrin.

Ella dio un respingo, soltó el resto del cabo al suelo y se volvió para mirarlo. Se colocó las gafas de sol en la cabeza y Luke se fijó en el precioso azul de su mirada.

–¿Qué está haciendo aquí?

–Eres una profesional –dijo él–. Manejas el barco estupendamente, ¿es tuyo?

–Yo he preguntado primero.

Él se secó el sudor de la frente con el dorso de la mano y dijo con una amplia sonrisa.

–Intento quemar el lomo de cerdo que cené anoche. Y la mousse de naranja.

Katrin se fijó en su pecho y en el vello varonil que transparentaba la camiseta mojada. Dio un paso atrás y Luke la agarró del brazo.

–Cuidado, no te vayas a caer al agua.

Tenía la piel caliente por el sol. Ella retiró el brazo, con las mejillas coloradas.

–Tengo que irme –murmuró–, o llegaré tarde a trabajar.

Él la miró de arriba abajo. El top verde que llevaba resaltaba sus pechos, tenía las piernas delgadas y algo bronceadas por el sol. No era el momento oportuno de recordar la pregunta que le había hecho Guy: ¿Escondes algo más bajo ese uniforme? Luke había descubierto lo que Katrin estaba escondiendo. Tratando de no perder el control, le preguntó de nuevo:

–¿Eres la dueña del barco?

–Sí –contestó ella–. Me lo compré con mis ahorros.

–Es bonito. ¿Y navegas mucho?

–Siempre que puedo –lo miró–. Hace que me olvide del comedor. En más de una manera. Hace que no me vuelva loca.

–Hay muchos otros trabajos que te pegarían más.

–Se repite.

–No lo comprendes.

–La vida no es tan simple como se cree, señor.

Si alguien sabía que la vida no era sencilla, era él.

–Lo siento, he tenido poco tacto. No me gustaría verte año tras año en el mismo trabajo cuando hay un horizonte mucho más amplio, eso es todo.

–Perfecto, he captado el mensaje.

–También siento lo de Guy –continuó Luke–. Es un cretino que no sabe beber.

–Sé ocuparme de los tipos como él.

–Ya me he dado cuenta.

–Lo del brandy fue un accidente.

–Y la vela de tu barco es de color morado.

Durante un instante, sus ojos brillaron con diversión. Él ya había decidido que tenía unos ojos bonitos. Aunque bonitos no era una palabra que abarcara su gracia, feminidad y orgullo; el brillo de su piel, la suavidad de su movimiento, el atractivo sexual que emanaba de su cuerpo sin quererlo.

¿Pero todo aquello no era algo irrelevante? Él conocía montones de bellas mujeres, tantas que debería ser inmune a sus apariencias, y el único motivo por el que su corazón latía tan rápido era porque había estado corriendo durante una hora. No tenía nada que ver con Katrin.

–Ni siquiera conozco tu nombre completo.

–No hace falta que lo sepa.

Sonriendo, Luke le tendió la mano.

–Me llamo Luke MacRae.

Katrin miró la mano de Luke y mantuvo la suya a un lado de su cuerpo. La brisa hizo que un mechón se le colocara delante de la cara.

–Ya se lo he dicho, los empleados no deben hacer amistad con los clientes. Podría meterme en un lío si alguien nos viera hablando aquí.

–Entonces, es una pena que no haya una botella de brandy por aquí cerca.

Una vez más, el brillo de la risa inundó los ojos de Katrin ligeramente. Cuando reía, el rostro le cambiaba por completo, y adquiría expresión de niña traviesa. Luke deseaba hacerla reír otra vez, aunque no tenía ni idea de cómo conseguirlo. Le agarró la mano derecha y le preguntó:

–¿Cómo tienes el corte? –Katrin tensó los dedos sobre la palma de su mano. Todavía llevaba la tirita puesta–. Ya se te ha ido la marca que te dejó Guy.

–Suélteme… ¡voy a llegar tarde! –esa vez no había duda de que el tono de su voz era de pánico.

–¿Por qué te asusto? –le preguntó Luke.

–No lo sé. ¡No me asusta! ¿Por qué iba a asustarme?

Luke la observó tragar saliva y sintió ganas de colocar la mano sobre la base de su cuello para sentir el pulso de su corazón y después deslizar sus dedos hasta acariciarle los pechos… notó que su cuerpo se ponía tenso y alerta.

Había sentido el deseo muchas veces. Pero nunca de esa manera.

–Creo que eres la mujer más encantadora que he conocido nunca.

Si esperaba que Katrin se pusiera nerviosa por su comentario, se equivocaba. Ella se cruzó de brazos y entornó los ojos.

–¿Ah, sí? –dijo ella–. Quizá ahora comprenda por qué llevo esas horribles gafas cuando trabajo… para evitar los cumplidos fáciles que me hacen los hombres como usted.

–Todo lo que he dicho es la pura verdad.

–Y la vela de mi barco es de color morado –bromeó ella.

–Ser guapa no es un delito, Katrin.

–Puede que no. Pero sin duda es un problema en un trabajo como el mío. Esta conversación me lo demuestra.

–¡Me estás catalogando!

–Niegue que hace un momento me ha mirado de arriba abajo.

–Eres una mujer deseable. Lo sabes, y yo también.

–No me gustan los halagos –dijo ella abrazándose con más fuerza.

De pronto, Luke lo vio claro.

–Me deseas tanto como yo a ti –le dijo–. Por eso estás asustada.

Hubo un corto silencio y después Katrin murmuró:

–Está loco.

–Pero tengo razón, ¿verdad?

–¡No! Usted es el que va detrás de mí… y no al revés. Y es porque soy una camarera –añadió con cierto tono de amargura que sorprendió a Luke. Retiró la mano con brusquedad–. Para usted soy alguien disponible. Barata. Puede venir y marcharse cuando quiera, pero yo estoy atrapada en…

–Esto no tiene nada que ver con cómo te ganas la vida.

–Sí, claro –se retiró el pelo de la cara–. Me preguntó cómo me llamaba, pues me llamo Katrin Sigurdson. El nombre de mi esposo es Erik Sigurdson. Es pescador. Ahora está ahí fuera, en el lago.

Luke se sintió como si le hubieran dado un puñetazo en el pecho.

–No llevas anillo.

–Mi alianza es de oro antiguo y está finamente grabada… así que no me la pongo para trabajar, ni para navegar.

¿Estaría diciendo la verdad? Lo miraba fijamente con convicción. Convicción, desafío y algo más. ¿Un poco de pánico, quizá?

–¿Eres de este lugar? –preguntó él, tratando de hablar con normalidad.

–Sí. He vivido aquí toda mi vida.

–Así que no te he visto en ningún otro lugar…

–No, a menos que haya estado aquí antes.

–Entonces, estaba equivocado. No me recuerdas a nadie. Si no quieres llegar tarde a trabajar, será mejor que te vayas.

–Una cosa más –dijo ella–. Déjeme en paz. De esa manera podré pensar que no es otro de esos turistas que intentan ligar conmigo –se volvió y se alejó de allí.

Se movía con garbo, algo que el uniforme no dejaba ver. Cuando se adentró en el bosque de álamos blancos, el sol y las sombras jugaron con el color de su cabello, resaltando también la curva de sus caderas y sus muslos esbeltos. Luke tenía los puños cerrados con fuerza y sentía un nudo en la garganta. ¿Qué le pasaba?

No podía creer que ella estuviera casada.

Se ponía las gafas horribles para ocultar su belleza y no atraer a los hombres. No era un disfraz, después de todo, no había nada misterioso en ella.

Luke llevó uno de sus talones hacia las nalgas, después el otro. Él nunca se comportaba así con una mujer. Nunca les había exigido respuestas, ni había deseado saberlo todo sobre ellas. Además, por otra parte, nunca había tenido que hacerlo porque las mujeres lo perseguían a él. Desde que salió de Teal Lake, a los quince años, solo se había centrado en el trabajo. Primero en las minas subterráneas del norte y después en cualquier otro sitio. Había pasado muchos años leyendo, haciendo contactos, invirtiendo con cuidado sus pequeños ahorros y viajando por el mundo. En muchos momentos había sentido que estaba al borde del fracaso, pero nunca se había hundido y, al final, había conseguido tener éxito.

Era muy exigente consigo mismo. El trabajo era lo más importante de su vida, su fuerza motriz. Las mujeres eran algo secundario, y quería mantenerlas en ese lugar.

Por supuesto, había tenido relaciones con ellas. No era un monje. Pero siempre y cuando aceptaran sus condiciones. No quería compromisos a largo plazo.

Aunque por su vida no habían pasado tantas mujeres como creían algunos de sus compañeros.

Y de pronto, sin ningún motivo aparente, una rubia misteriosa, discutidora e independiente, había conseguido tumbar sus defensas. Una mujer casada, nada menos.

Él nunca se había liado con una mujer casada. Aborrecía la infidelidad. Además, prefería las mujeres altas de cabello moreno, y Katrin Sigurdson era de altura mediana y de cabello rubio.

¿Podría olvidarse algún día de cómo el sol teñía su cabello de reflejos dorados? ¿O de la sombra delicada de sus pómulos? Después, estaba su cuerpo, y sus deliciosas curvas. Se sentía tan atraído por ella que todas sus barreras y teorías se derrumbaban.

Se había creado muchas barreras. La infancia y adolescencia que había pasado habían erradicado su capacidad de amar, de dirigirse a alguien y mostrarle su debilidad. Había aprendido a enterrar emociones como la ternura y el sentimiento de protección. Siempre había sido así y no iba a cambiar.

Y menos por una mujer casada que ni siquiera quería pasar un rato con él.

Luke dejó de hacer estiramientos y decidió ir a su habitación para darse una ducha. Después, bajaría a desayunar, pero no pensaba ni mirar a Katrin Sigurdson.

 

 

Luke entró en el comedor acompañado por John, Akasaru y Rupert, que mantenían una animada conversación sobre el control de la polución. Katrin estaba esperándolos en la mesa, y llevaba puestas las gafas de plástico. Como si ella no estuviera, Luke se sentó y pidió el desayuno.

–Quiero un café –dijo con impaciencia–, ahora mismo.

–Enseguida, señor.

Luke comenzó a hablar sobre la efectividad de unas máquinas que se estaban utilizando en una refinería de Hamilton. Al cabo de un rato, se percató de que Hans y Martin estaban hablando sobre una excursión de pesca que habían hecho por la mañana y en la que habían pescado algunos peces.

–Hemos hablado con Katrin para que el chef nos los prepare para la cena, ¿verdad, Katrin?

–Así es, señor. Prepara el pescado fresco de maravilla.

–Esta noche pensaba probar la especie de la zona –dijo John–. He oído que es muy sabrosa.

Olaf, el camarero jefe, se estaba acercando con una cafetera recién hecha. Luke aprovechó la ocasión y dijo:

–Tengo entendido que el marido de Katrin es pescador en el lago… quizá esta noche probemos lo que ha pescado él.

Olaf se detuvo de golpe y miró a Katrin con asombro. Ella lo miró con las mejillas coloradas, le retiró la cafetera y dijo:

–Gracias, Olaf.

–¿Estás casada, eh? –dijo Guy cuando ella se disponía a rellenarle la taza–. Un chico con suerte… ¿y hace cuánto tiempo te casaste, Katrin?

La camarera derramó algunas gotas de café sobre el mantel blanco.

–Lo siento, señor… oh, me casé hace algún tiempo.

–¿Como dos años? –insistió Guy.

Ella agarró la cafetera con fuerza.

–Hace varios años, señor.

–¿Y dijiste que tu marido es pescador, verdad? –preguntó Luke con provocación. La miró, aunque había prometido no hacerlo.

Ella le sostuvo la mirada.

–Sí, eso dije.

Si estaba mintiendo, era una profesional. Y si no, había que reconocer que tenía aplomo. Durante un instante, Luke se imaginó poniéndose en pie, quitándole las gafas y besándola con desenfreno. ¿Averiguaría así la verdad acerca de Katrin Sigurdson?

John dijo de manera casual.

–He oído que las tormentas son muy peligrosas en el lago.

–Es cierto, señor. Como el lago es muy grande y el agua es poco profunda, se forman olas muy grandes enseguida. El viento del sur es el peor. Pero los pescadores conocen bien el clima y se dirigen a la orilla en cuanto creen que puede haber problemas.

Luke no dijo nada. No iba a besarla delante de todo el mundo. Por supuesto que no. No iba a besarla en ningún sitio. Se bebió el café de un trago y pensó que estaba claro que Olaf no sabía nada acerca del marido de Katrin. ¿Se había inventado un marido mientras hablaba con él en el muelle? ¿Y continuaba mintiendo mientras servía el desayuno?

Había muchas maneras de averiguar la verdad, pero no iba a preguntárselo a Olaf. Que un cliente preguntara sobre el estado civil de una camarera haría que esta se metiera en problemas. No, no se lo preguntaría a Olaf. Sin embargo, tenían dos horas de descanso después de comer. Había pensado reunirse con los delegados de Perú, pero decidió que podía esperar hasta la tarde.

Tenía que averiguar si ella estaba diciendo la verdad. Porque si no, tenía que averiguar por qué se molestaba en mentirle.

¿Para que iba a inventarse Katrin a un marido que no existía? ¿Tenía miedo de Luke? ¿O de sí misma?

En cualquier caso, él quería una respuesta.

Capítulo 4

 

A LAS DOS de la tarde, Luke abrió su coche alquilado y se metió dentro, dejando la cámara en el asiento del pasajero. Hacía un día de verano, cálido y con una suave brisa del lago. El cielo era azul, como los ojos de Katrin. No tenía ningún plan, aparte de acercarse al pueblo de al lado y hablar con las personas que conociera. Askja era un pueblo pequeño, y la gente debía de conocerse entre sí.

Sin duda, podría enterarse de si existía un pescador llamado Erik Sigurdson, y si estaba casado con una chica llamada Katrin.

Había pensado en preguntarle al chico de recepción dónde vivía Katrin, pero descartó la idea enseguida porque no se le ocurría ningún motivo por el que pudiera necesitar esa información. Estuviera casada o no, no quería causarle problemas en el trabajo. Ella debía de tener sus motivos para aceptar un empleo en el que no necesitaba utilizar su inteligencia.

Salió del recinto del hotel y se dirigió hacia el pueblo. La carretera era estrecha, y transcurría por la orilla del lago. Había un faro pintado de rayas rojas y blancas y a su alrededor, las gaviotas jugaban con las corrientes de aire. Era una escena que desprendía tranquilidad, pero Luke había crecido en la misma latitud y sabía lo duros que podían ser los inviernos.