Seducción en Venecia - Engaño feliz - Sandra Field - E-Book

Seducción en Venecia - Engaño feliz E-Book

Sandra Field

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Beschreibung

SEDUCCIÓN EN VENECIA Sandra Field El rico y despiadado Cade Lorimer había recibido una orden de su padre adoptivo… encontrar a su nieta. Cade esperaba una arpía codiciosa… no una joven inocente y muy atractiva. Tess Ritchie siempre había creído que no tenía familia, por eso fue un shock enterarse de que era la heredera de una gran fortuna. Aunque con ciertas reticencias, Tess se adentró en el mundo de lujo y glamur de Cade… y también en su cama. ENGAÑO FELIZ Trish Morey Se suponía que Tegan Fielding tenía que hacerse pasar por su hermana gemela… ¡no acostarse con el jefe de su hermana! Pero James Maverick era demasiado sexy y poderoso como para resistirse y, pronto, Tegan se convirtió en su amante. A pesar de que él no sabía quién era realmente…. El engaño no podría durar porque Tegan se estaba enamorando del implacable magnate y, cuando ya se acercaban las Navidades, descubrió algo que iba a cambiarles la vida para siempre.

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

N.º 400 - diciembre 2019

 

© 2008 Sandra Field

Seducción en Venecia

Título original: The Billionaire’s Virgin Mistress

 

© 2007 Trish Morey

Engaño feliz

Título original: The Boss’s Christmas Baby

Publicadas originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2008

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1328-721-8

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Seducción en Venecia

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Engaño feliz

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

MIENTRAS el ferry de la isla Malagash se aproximaba al muelle, Cade Lorimer arrancó el motor de su preciado Maserati y se preparó para la que, sin duda, sería una desagradable entrevista.

Tras despedirse del personal del ferry, bajó por la rampa de metal hasta la estrecha carretera. Sabía muy bien dónde iba. Al fin y al cabo era el propietario de la mayor parte de la isla. Una isla bañada por el sol de septiembre, donde un manto verde cubría las montañas y el agua del mar golpeaba contra las rocas.

Él había ido allí porque Del, su padrastro, se lo había pedido. Y sabía que aquello sólo podía causarle problemas, porque la mujer a la que tenía que buscar era, en teoría, la nieta de Del.

¿La nieta de Del? Aquello debía de ser la broma del siglo. Seguro que ella era una impostora.

Según decía Del, ella había nacido en Madrid y había pasado en Europa la mayor parte de su vida. Excepto durante los últimos once meses, que los había pasado a apenas cuarenta millas de la mansión de verano que Del poseía en la costa de Maine.

Cade no creía en las coincidencias. Tess Ritchie era una impostora que tras enterarse de que Del poseía una importante fortuna estaba intentando reclamarla.

Así que él debía detenerla. Y la detendría.

Junto a la carretera pastaban los ciervos y Cade apenas se fijó en ellos. Al parecer, Del conocía la existencia de Tess desde su nacimiento, e incluso la había mantenido económicamente durante toda su vida, pero nunca había estado en contacto directo con ella ni le había comentado a nadie su existencia.

Hacía tiempo que Cade se había enterado, gracias a los rumores locales, de que Del tenía un hijo que se llamaba Cory. Era la oveja negra de la familia y supuestamente el padre de Tess Ritchie. Del jamás le había contado nada de la existencia de Cory.

Si al final resultaba que Tess Ritchie no era una impostora, significaría que sería pariente carnal de Del, mientras que Cade no lo era.

La idea le resultaba dolorosa, le molestaba que Del pudiera tener una nieta. Sabía que era ridículo, pero era el indicativo de que siempre se había sentido engañado respecto a su relación con Del.

Cade bajó la ventanilla y sintió que el aire le alborotaba el cabello. Llegaría en un par de minutos. El detective le había dicho que Tess Ritchie había alquilado una antigua cabaña de pescadores a las afueras del pueblo.

El detective lo había elegido Cade debido a que tenía una impecable reputación, pero justo en esos momentos había salido a comer.

Cade suponía que cuando se encontrara cara a cara con Tess Ritchie se le ocurriría la estrategia adecuada. Sin duda, tendría que enfrentarse a ella. Aquella mujer no había nacido para resistirse al dinero de Del, y mucho menos a la fortuna de Cade.

Había dos hombres ricos en la familia y ambos tendrían que enfrentarse a ella.

Al llegar a la cala vio una cabaña de pescadores que habían acondicionado para el invierno. La imagen de Moorings, la casa de verano de Del, apareció en la cabeza de Cade. Del quería que, en el viaje de regreso, él llevara a Tess Ritchie a Moorings.

Recorrió la pista de tierra que llevaba hasta la cabaña y vio que no había ningún coche aparcado en la puerta. Cade sabía que Tess Ritchie trabajaba de martes a sábado en la biblioteca de la zona, y por eso se había ocupado de llegar antes de las nueve del sábado por la mañana.

Se detuvo frente a la cabaña y se bajó del coche. El mar retumbaba en la playa de guijarros y una pareja de gaviotas revoloteaba en el aire. Al respirar la brisa marina, Cade olvidó su cometido por un instante. El amor que sentía por el mar provocaba un extraño lazo de unión entre Del y él.

Tras un suspiro, se dirigió a la puerta pintada de amarillo. Llamó con fuerza y se percató de que el silencio que había al otro lado era el silencio de una casa vacía. Sin duda había hecho el idiota. Ella ni siquiera estaba en casa.

De pronto, escuchó unos pasos y rodeó la cabaña. Una mujer vestida con pantalón corto y un top se acercaba corriendo por la playa. Era ágil, tenía la piel bronceada y llevaba el cabello recogido bajo una gorra de béisbol naranja.

Al verlo, ella se detuvo de golpe y ambos permanecieron mirándose unos diez segundos.

Entonces, ella avanzó despacio hacia él.

De camino a la cabaña Cade se había imaginado a una rubia con los labios pintados de color rojo y un cuerpo exuberante. Se había equivocado. Y mucho. Con la boca seca y la mirada intensa, él la observó detenerse de espaldas al sol.

No llevaba pintalabios. Tenía el rostro cubierto por una fina capa de sudor y sus piernas eran maravillosas. Él dio un paso adelante y ella le preguntó:

–¿Se ha perdido? El pueblo está en aquella dirección.

–¿Es usted Tess Ritchie?

–Sí.

–Me llamo Cade Lorimer. Tengo que hablar con usted.

–Lo siento –dijo ella–, no lo conozco y no tengo tiempo para hablar con usted. Tengo que prepararme para ir a trabajar.

–Creo que cuando sepa por qué estoy aquí encontrará un rato para mí.

–Se equivoca. Si quiere hablar conmigo, vaya a la biblioteca pública. Está enfrente de la oficina de correos, a media milla por la carretera. Estaré allí hasta las cinco. Y ahora, si me disculpa…

–Lorimer –dijo Cade–, ¿no le dice nada ese nombre?

–¿Por qué iba a hacerlo?

–Del Lorimer es mi padre. Es él quien me ha enviado aquí. Su otro hijo, Cory, era su padre.

Ella se puso tensa y dijo:

–¿Cómo sabe el nombre de mi padre?

–Entremos. Como ya le he dicho, tenemos que hablar.

Pero ella empezó a retroceder sin dejar de mirarlo.

–No voy a ir a ningún sitio con usted –le dijo cerrando los puños con fuerza.

«Tiene miedo», pensó Cade. ¿Por qué diablos le tenía miedo? Debería estar saltando de alegría por el hecho de que Del Lorimer por fin hubiera enviado a alguien a buscarla.

–Si no quiere entrar, podemos hablar aquí –dijo él–. Tenemos mucho tiempo. La biblioteca no abre hasta dentro de una hora y media.

–¿Hablar de qué?

–De su abuelo. Wendel Lorimer, más conocido como Del. El hombre que suele pasar el verano a cuarenta millas de aquí, en la costa. No me diga que no lo conoce porque no la creeré.

–Está loco –susurró ella–. Yo no tengo abuelo. Mis abuelos murieron hace años… Y además no es asunto suyo. Sea cual sea su juego, señor Lorimer, no me gusta. Márchese, por favor. Y no vuelva o llamaré a la policía.

El sheriff de la isla de Malagash era un viejo amigo de Cade. Cade debería haber pensado en una estrategia porque nada estaba saliendo como él había imaginado.

–¿Quién le dijo que sus abuelos han muerto?

Ella se estremeció y se cruzó de brazos.

–Márchese… Déjeme sola.

–Tenemos varias opciones, pero ésa no es una de ellas –dijo Cade. Se acercó a ella, la agarró por los brazos y añadió–: Su abuelo me ha enviado. El padre de Cory Lorimer.

Ella agachó la cabeza y le lanzó una patada de forma inesperada. Cade esquivó su pie y ella aprovechó para soltarse y salir corriendo.

Cade la alcanzó en cinco zancadas, la agarró por los hombros y le dio la vuelta para que lo mirara. Pero antes de que pudiera decirle nada, sintió que su cuerpo languidecía entre sus brazos. «Oh, sí, ya estamos con el viejo truco», pensó él, agarrándola por la cintura.

Entonces, para su sorpresa, se percató de que no era un truco. La chica se había desmayado, tenía los ojos cerrados y la tez pálida. Blasfemando en silencio, la dejó en el suelo y le colocó la cabeza entre las rodillas.

¿Así que era cierto que le tenía miedo? ¿Qué diablos estaba sucediendo? Le quitó la gorra y observó su melena castaña con reflejos dorados por el sol. Tenía el cabello suave como la seda. «Está demasiado delgada, pero el tacto de su piel también es maravilloso».

Entonces, ella se movió y murmuró unas palabras.

Cade habló fingiendo tranquilidad.

–Lo siento, no debería haberla asustado. Nunca había asustado a una mujer de esta manera, no es mi estilo. Y es algo en lo que tendrá que creerme. Mire, empecemos de nuevo. Tengo que darle un mensaje importante y he prometido que se lo haría llegar. Podemos hablar aquí fuera, para que se sienta segura.

Despacio, Tess levantó la cabeza y los mechones de pelo cayeron sobre su rostro. «Tengo que cortarme el pelo», pensó.

El hombre seguía allí. Ella se fijó en su cabello oscuro y en sus ojos grises.

Un extraño. «O peor que un extraño», pensó estremeciéndose. Su destino. Oscuro, peligroso y lleno de secretos.

Retirándose el cabello de la cara, Tess dijo con voz temblorosa:

–No tengo nada que merezca la pena robar. No tengo dinero, ni drogas. Lo prometo.

Cade Lorimer la miró fijamente.

–Tienes los ojos verdes.

Ella lo miró boquiabierta. ¿Qué tenían que ver sus ojos verdes con todo aquello?

–No tiene nada que hacer aquí. Cory murió hace años. ¿No puede dejarme en paz?

Cade notaba el corazón acelerado. En toda su vida sólo había conocido a una persona que tuviera los ojos tan verdes como aquéllos, como el verde de las hojas mojadas en primavera. Aquella persona era Del Lorimer.

Ella debía de ser la nieta de Del. No podía ser de otra manera.

–¿Lleva lentes de contacto? –le preguntó.

–¿De qué manicomio se ha escapado? ¿Ha venido a robarme y quiere saber si llevo lentes de contacto?

–Contésteme –dijo Cade–. ¿Sus ojos son verdes de verdad?

–Por supuesto que lo son. ¿Qué clase de pregunta es ésa?

–La única pregunta que importa –dijo él. Ella no era una impostora y él se había equivocado.

Ella estaba muy tensa y lo miraba como si fuera un ladrón o se hubiera escapado de un centro de enfermos mentales.

Cade sabía que debía explicarle la importancia de su color de ojos, pero no estaba preparado para hacerlo.

–No soy un ladrón. Tengo todo el dinero que necesito –dijo Cade–. Y estoy completamente cuerdo. Respecto a las drogas, no las he probado en mi vida. Ya tengo bastantes emociones en mi día a día como para tomar sustancias químicas –dudó un instante y añadió con renuencia–: He venido a darle algo, no a quitárselo.

–No quiero nada de lo que pueda darme –dijo ella–. Nada.

–¿Cómo puede decir eso si ni siquiera ha oído lo que tengo que decir? –esbozó una sonrisa–. El primer paso es que nos pongamos en pie, ¿qué le parece?

Él la agarró del codo y el frío de su piel penetró en sus poros. Su cercanía provocó que una oleada de calor, primitivo y letal, recorriera su cuerpo. «Oh, no», pensó. No podía desear a la nieta de Del. Era algo que no entraba en sus planes.

Pero cuando la ayudó a ponerse en pie percibió la fragilidad de su cuerpo y el aroma a lavanda que desprendía su piel. De nuevo, el deseo se apoderó de él de manera imprevista. Cade se esforzó por disimular y trató de relajarse.

Se quitó el chaleco de forro polar que llevaba y se lo echó a Tess por los hombros.

–Tiene frío –le dijo–. Entre y abríguese. También puede llamar a la policía. El sheriff se llama Dan Pollard, y lo conozco desde hace años. Descríbame y él le informará sobre mí. Después, hablaremos.

Tess tragó saliva. Cade Lorimer estaba demasiado cerca de ella. Y aunque su voz denotaba preocupación y su mirada, remordimiento, ella tenía la sensación de que ambas emociones eran superficiales. «Lorimer», pensó y se estremeció. ¿Cómo podía confiar en alguien que tuviera el mismo apellido que Cory, su padre?

–Voy a llamar a la policía ahora mismo –dijo ella–. No me siga.

Una gaviota voló sobre su cabeza mientras ella se dirigía a la cabaña. Cade oyó que cerraba la puerta con llave y después comenzó a pasear de un lado a otro. Si de verdad era la nieta de Del, ¿por qué nunca se había puesto en contacto con él? Llevaba allí casi un año y no se había puesto en contacto con él ni una sola vez. ¿A qué estaba jugando? Le había mentido al decir que sus abuelos habían muerto.

¿Por qué tardaba tanto?

Cade se dirigió a la parte de atrás de la cabaña, preguntándose si habría escapado por la puerta trasera. A través de la ventana pudo ver que Tess Ritchie estaba dentro de la casa, dándole la espalda mientras hacía algo en el fuego. Puesto que no quería espiarla, Cade se volvió para contemplar el mar.

Tess abrió la puerta trasera y dijo:

–He preparado café. Le daré dieciséis minutos de mi tiempo, y ni uno más.

–¿Ha llamado al sheriff?

Mientras ella asentía, Cade tomó una silla de plástico y se sentó. Ella dejó una bandeja en la mesa, sirvió dos tazas de café y acercó un plato de magdalenas hacia él.

–¿Son caseras? –preguntó Cade.

–De arándanos. Los recogí hace dos semanas. Llevo un año viviendo aquí, ¿por qué ha elegido venir hoy?

Él sabía muy bien cuánto tiempo llevaba ella allí.

–Hace un mes mi padre sufrió un pequeño ataque al corazón y se asustó mucho. Era la primera vez que se percataba de que es mortal como todo el mundo. Fue entonces cuando contrató a un detective para…

–¿Un detective? –preguntó ella con pavor.

–Así es –dijo Cade–. Del quería descubrir su paradero. El detective le dijo que se encontraba aquí. Usted debía de conocer la existencia de Del, o si no, ¿por qué vino a vivir tan cerca de él?

Tess acercó la taza a su rostro e inhaló el aroma del café.

–Vivo en la isla porque me encanta el mar y me ofrecieron un trabajo aquí –«y porque está muy lejos de Amsterdam», añadió en silencio–. ¿Por qué iba a mentirme Cory, diciéndome que mis abuelos habían fallecido? –preguntó–. Mi abuelo murió hace años en Nueva York. No mucho después, mi abuela no sobrevivió a una neumonía.

–¿Cory era un hombre sincero?

–No tenía motivos para mentir.

–Pues mintió. Del está vivo y quiere conocerla. Por eso he venido… Para contárselo.

–No –dijo ella, vertiendo un poco de café sin querer.

–Ni siquiera me ha escuchado.

–¡No quiero conocerlo! Nunca. Váyase y dígaselo, y no vuelva a molestarme más.

–Eso no es suficiente.

–Quizá debería tratar de verlo desde mi punto de vista –soltó ella y se sonrojó.

Cade la miró en silencio. Sus labios eran suaves y sensuales, la forma de sus ojos, exótica, su color intenso. Aquélla era la mujer más bella que había visto nunca.

Y eso que había visto, y se había acostado, con más de una mujer.

–¿Y cuál es su punto de vista? –dijo él.

–Mi padre no me caía bien –declaró ella–. Ni siquiera confiaba en él. Por tanto, no me apetece conocer a su padre, un hombre que ha ignorado mi existencia desde hace veintidós años.

Cade se inclinó hacia delante.

–La ha mantenido económicamente durante veintidós años. ¿O lo ha olvidado?

Ella soltó una risita de incredulidad.

–¿Mantenerme? ¿Está bromeando?

–Ha ingresado dinero en una cuenta de Suiza durante cada mes de su vida, para que usted lo disfrutara.

Ella dejó la taza sobre la mesa con fuerza.

–Está mintiendo. No he visto ni un céntimo de ese dinero.

–¿No será usted la que está mintiendo? –dijo Cade–. Todavía queda mucho más dinero.

Ella se puso en pie.

–No me ofenda. ¡Nunca tocaría el dinero de Lorimer! Es lo último que necesito.

Cade se puso en pie también y miró a su alrededor, fijándose en los tablones deteriorados de las paredes.

–No da esa impresión.

–Dinero… ¿Cree que con dinero se puede comprar todo? Mire a su alrededor, Cade Lorimer. Cada noche me acuesto con el sonido del mar. Veo cómo cambia la marea, cómo comen los pájaros, y cómo los ciervos pasean por la colina. Aquí soy libre. Tengo el control de mi vida y por fin estoy aprendiendo a ser feliz. Nadie va a quitarme todo lo que tengo. ¡Nadie! Ni siquiera Del Lorimer.

De pronto, Tess se quedó sin palabras. «Maldita sea, ¿por qué le he dicho eso? Nunca hablo de mí con nadie. Y no he debido hacerlo con Cade Lorimer, un hombre que exuda la palabra “peligro” por cada poro de su piel».

Él la miraba fijamente.

–Uno de los dos está mintiendo –le dijo–, y no soy yo.

–Entonces, ¿por qué quiere presentarme a mi abuelo si cree que no soy más que una mentirosa interesada?

–Porque él me lo ha pedido.

–¿O sea que le sigue la corriente? Claro, se me olvidaba que es un hombre muy rico.

–Del me proporcionó una infancia feliz –dijo Cade–, y me enseñó muchas cosas a través de los años. Ahora está enfermo y ha llegado el momento de compensárselo.

–No pensaba contarme eso, ¿verdad? –dijo Tess–. Igual que yo no pensaba hablarle de la libertad y de la felicidad.

Furioso por la precisión de su comentario, Cade agarró la taza y dio un trago largo.

–Tess Ritchie, prepara un café horrible –le dijo con una sonrisa–. Durante la hora de la comida, métase en Internet y busque Lorimer Inc, obtendrá datos sobre Del y sobre mí. Voy a invitarla a cenar después del trabajo. La recogeré aquí a las seis y media y continuaremos con la conversación.

Ella arqueó las cejas.

–¿Me está dando órdenes?

–Es inteligente.

–Tengo mis defectos, pero la estupidez no es uno de ellos.

–No pensé que lo fuera –dijo él.

–Bien. Entonces comprenderá por qué no voy a ir a cenar con usted. Adiós, señor Lorimer. Ha sido… interesante.

–Tan interesante que no estoy dispuesto a decirte adiós. Vamos, Tess, seguro que eres lo bastante inteligente como para saber que no voy a desaparecer sólo porque a ti te venga bien. A las seis y media. Como poco, disfrutarás de una cena en el hotel, preparada por uno de los mejores cocineros de la costa –sonrió–. Además, me han dicho que soy un buen acompañante. Y ahora, ¿por qué no te preparas para trabajar en lugar de quedarte ahí mirándome boquiabierta? No quiero que llegues tarde.

–No voy…

Cade rodeó la cabaña, se metió en el coche y se marchó.

Había conseguido alejarse de ella sin volver a tocarla. Por ello se merecía una medalla. Y sabía exactamente qué haría a continuación. Una tarea cuyo resultado tendría más importancia de lo que a él le hubiera gustado.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

CADE condujo con cuidado entre los baches del camino de la casa de Tess. Llegaba veinticinco minutos pronto. Sólo porque había terminado su tarea y la novela que estaba leyendo no había conseguido mantener su atención.

No tenía nada que ver con Tess, ni con el nerviosismo que le producía la idea de volver a verla.

Se bajó del coche y llamó a la puerta. No obtuvo respuesta. Llamó de nuevo y notó que se ponía tenso. ¿Había hecho el idiota al pensar que ella estaría esperándolo?

Trató de abrir la puerta y se sorprendió al ver que cedía con facilidad.

Una vez dentro, la cerró de nuevo. Ella Fitzgerald sonaba en el equipo de música. El agua de la ducha caía con fuerza.

Tess estaba en casa. No había salido huyendo.

Y a él no debería importarle tanto como le importaba.

Cade miró a su alrededor. Había ropa colgada del respaldo de una silla. Un vestido negro, unas medias y una prenda de ropa interior que lo hizo estremecer. Cade desvió la mirada y se fijó en las coloridas alfombras que cubrían el suelo de madera y en los cojines que había en el sofá. Los libros inundaban las estanterías hechas a mano. La habitación estaba muy limpia.

No había ningún indicio de que ella hubiera tenido acceso al dinero de Del, ni a otra fuente económica importante. Básicamente parecía la casa de alguien que vivía con poco dinero.

Terminó la música y Cade eligió otro CD del montón que había en la mesa.

Oyó que se cerraba el grifo de la ducha y, justo cuando estaba a punto de darle al botón de play, oyó que se abría una puerta y los pasos de unos pies descalzos. Se dio la vuelta.

Tess gritó asustada y apretó la toalla contra su pecho. Llevaba el cabello envuelto en otra toalla y tenía los hombros mojados. Sus piernas eran largas y esbeltas. Cade la deseaba. Quería poseerla allí mismo. De manera salvaje y sin que le importaran las consecuencias.

Pero no iba a hacer nada al respecto. Para empezar, ella era la nieta de Del y no estaba a su alcance. Además, Cade estaba convencido de que no era tan inocente como parecía. Había demasiado dinero en juego.

–Has llegado pronto –dijo ella, con voz temblorosa.

–Llamé a la puerta. No estaba cerrada.

–No suelo cerrarla. Aunque lo haré cuando tú estés por aquí.

–Tess…

–¡No te acerques! –exclamó con cara de pavor.

–Algún día, pronto, vas a decirme por qué te asusto tanto –dijo él–. He hecho una reserva para las siete, y aunque estés preciosa, ir con toalla no es lo apropiado.

Tess seguía teniendo el corazón acelerado. Por supuesto, él la había asustado. Pero era más que eso. Cade estaba demasiado atractivo con su traje gris, su camisa azul y su corbata de seda. Y sexy. Una palabra que ella siempre trataba de evitar.

Además, estaba casi desnuda.

«Poder», pensó ella, «eso es lo que él transmite. Poder. Dinero. Atractivo sexual». Todo ello aumentaba su peligrosidad.

Ella no mantenía relaciones sexuales.

Y sin pensárselo, le comentó:

–Si Del Lorimer es mi abuelo, tú eres mi tío.

–Soy el hijo adoptivo de Del –contestó Cade–. No tengo ningún lazo de sangre con tu abuelo. Ni contigo –«menos mal», pensó mientras aumentaba el deseo que sentía por ella.

«Es adoptado. No tenemos lazos de sangre», pensó Tess. Pero tampoco formaría parte de su vida. Simplemente era un extraño, y seguiría siéndolo.

Por desgracia, su pensamiento no se detuvo ahí. Puesto que había nacido en un ambiente en el que no podía fiarse de nada, siempre había tratado de ser sincera consigo misma. Y en esos momentos se sentía aliviada por el hecho de que Cade Lorimer y ella no tuvieran lazos de sangre. Pero daba igual quién fuera Cade. Ella no mantenía relaciones sexuales.

Agradecida por que él no pudiera leerle la mente, dijo con voz cortante:

–Así que eres adoptado. Y si yo soy la nieta recién descubierta, ¿no tienes miedo de que te sustituya?

–No –dijo Cade con frialdad.

Entonces, ella lo miró a los ojos.

–Tengo la ropa en la silla –le dijo–. Date la vuelta.

Cade apartó la vista de sus hombros desnudos y obedeció.

–¿Te gusta esta música?

–Meatloaf, Verdi, Diana Krall –dijo ella–, pon lo que quieras. Y no voy a ir a cenar en toalla, voy a ponerme un vestido. El único que tengo, así que si no te gusta, mala suerte.

–Estarías preciosa aunque llevaras una tela de arpillera.

–Cade Lorimer el halagador –contestó ella. Agarró su ropa y la colocó delante de su cuerpo como si fuera un escudo.

Enojado, Cade se volvió para mirarla.

–Lo digo en serio. Mírate en el espejo, por el amor de Dios… Eres una mujer preciosa.

Ella se quedó boquiabierta.

–Estoy esquelética y mi cabello está hecho un desastre.

Él sonrió y dijo:

–Esbelta, no esquelética. Aunque tienes razón en lo del pelo. Un buen corte hace maravillas.

–¿Cuál es tu jugada? Si lo del dinero no funciona, ¿intentarás el sexo?

–Eres una gata salvaje. Bufas cuando alguien se acerca demasiado a ti.

–¡Pues tú eres una pantera! Ágil y peligroso.

No era su intención decirle eso. Sólo pensarlo.

–¿Ahora quién se dedica a adular? –dijo Cade–. Vístete y sécate el pelo, o llegaremos tarde para cenar.

Curiosamente, a pesar de la confusión que sentía, Tess estaba hambrienta. Con el ceño fruncido, se dirigió a su habitación envuelta en la toalla y cerró la puerta de un portazo. Por primera vez en su vida deseó tener un vestido de verdad. Una prenda sacada del Vogue, sencilla pero sofisticada y elegante.

Se secó el cabello con el secador. No tenía tiempo de cortárselo, pero se pondría un poco de maquillaje. «Para sentirme más valiente», pensó mientras se cepillaba el pelo.

Al fin y al cabo, había decidido ir a la cena por el simple hecho de que salir huyendo era la manera de actuar de una cobarde.

Y en los últimos años había huido demasiado.

 

 

Cuando Tess regresó al salón, Cade había puesto a Mozart en el equipo de música. Despacio, él la miró de arriba abajo, fijándose en que tenía los puños cerrados y estaba apretando los dientes. Llevaba un vestido negro de tubo, medias negras y zapatos de tacón. El cabello, recogido en un moño y unos pendientes de cuentas negras. Los labios pintados con carmín.

Cade tragó saliva para que no se le secara la boca.

–Estás tan guapa que me cortas la respiración.

Ella sintió que le daba un vuelco el corazón.

–Me hice el vestido con un retal que estaba de saldo. Los zapatos son de una tienda de segunda mano, y espero que la dueña original no esté cenando en el hotel.

–Estoy seguro de que a ella nunca le quedaron tan bien.

–Eres demasiado amable.

En cierto modo, a Tess le gustaban sus bromas. Sacó un jersey blanco del armario, se lo echó por encima de los hombros y salió por la puerta.

El coche de Cade olía a cuero. Él condujo con suavidad y diez minutos más tarde estaban sentados en el comedor del hotel junto a una ventana con vistas al océano y a la chimenea encendida. Tratando de mantener la compostura ante la llamativa cubertería de plata, Tess respiró hondo y dijo:

–Tu empresa, Lorimer Inc, es la propietaria de este hotel. Y de muchos otros alrededor del mundo, todos forman parte de DelMer, la cadena de hoteles de lujo.

–Del tiene tanto ego que le gustó la idea de combinar sus dos nombres. Veo que has investigado acerca de él.

–De él y de su hijo adoptivo. Sería una idiota si no quisiera conocerlo ¿verdad? Un hombre rico… El sueño de cualquier mujer.

–No más zapatos de segunda mano –dijo Cade.

–No más medias de la tienda de todo a un dólar –el camarero puso la carta delante de ella en una carpeta de cuero con letras doradas. Tess la abrió por la primera página sin dejarse intimidar–. Cuando haya entablado amistad con Del, podré comprar la tienda de todo a un dólar. O un montón de ellas.

–Podría ser –dijo Cade–. ¿Te gusta el Martini?

Ella nunca había probado uno.

–Por supuesto.

–¿Sólo o con hielo?

–Con hielo. También podría comprar un coche como el tuyo.

–Varios, diría yo.

Ella entornó los ojos. Estaba haciendo lo posible por comportarse como una auténtica cazafortunas y Cade ni siquiera reaccionaba. Si acaso, se reía de ella. Mordiéndose el labio inferior, añadió:

–Heredaré un montón de dinero cuando fallezca mi abuelo. Suficiente como para comprarme unos pendientes de diamantes y hacer un crucero por el mundo.

–Lorimer Inc. es propietaria de una empresa de cruceros, así que podrás elegir lo que te guste. Camarotes y todas esas cosas. Estoy seguro de que, para entonces, habrás encontrado algún diamante que te guste.

A ella nunca le habían gustado los diamantes. Eran demasiado fríos.

–Esmeraldas que hagan juego con mis ojos –dijo ensimismada.

–Buena elección… ¿Has decidido qué te apetece tomar?

El menú estaba en italiano y en inglés. A los doce años, ella había pasado un año en Roma con Cory y Opal, su madre. Tess dijo en un italiano impecable:

–Quiero fegato grasso al mango –pasó la página–. Y como plato principal stufato di pesce.

Eran los platos más caros de la carta. A modo de indirecta preguntó:

–¿Cómo está tu padre de salud? Mencionaste que sufrió un ataque al corazón.

–Oh, sospecho que todavía le quedan muchos años de vida. Puede que tengas que esperar para la herencia.

–O la herencia es como su apoyo… ¿Inexistente? –contestó ella–. Si como dices, estoy emparentada con él, siempre podría ir a la prensa. Nieta ilegítima estafada en sus derechos. Ya puedo imaginar los titulares, ¿tú no?

Tras una pequeña reverencia, el camarero dejó los Martinis sobre la mesa y tomó nota de la comida. Tess detestaba las aceitunas. Agarró la copa helada y bebió un trago. Hizo una mueca.

–¡Es como el anticongelante!

–¿Tu primer Martini? –preguntó Cade en tono inocente.

–No los sirven en el establecimiento de pollo para llevar –dijo ella–. Ya comprendo por qué… ¿Quién iba a querer tomar aceitunas maceradas en alcohol?

Cade llamó al camarero, pidió un brandy Alexander y dijo con suavidad:

–Del también odia el Martini. Y adora el mar.

–¿De veras? Qué bien. ¿Sabes?, si supuestamente ha estado manteniéndome desde que nací, me debe muchísimos atrasos –sonrió a Cade y batió las pestañas–. Será mejor que me contrate un buen abogado.

–Tendrá que ser muy bueno para enfrentarse a Lorimer Inc.

–Y tú… –dijo ella, y le acarició los dedos despacio, hasta que él se puso tenso–. Haces que la fortuna de Del parezca calderilla.

Era la primera vez que ella lo tocaba de manera voluntaria y él detestaba el motivo por el que lo había hecho. Conteniendo su enojo, Cade la observó mientras fruncía los labios y decía:

–Sería idiota si le diera la espalda a Del, o a ti, Cade. Pero sobre todo a ti.

Cade contestó muy serio.

–¿Quieres que te cuente lo que he hecho hoy? He paseado por el pueblo hablándole a la gente de ti. Gente que te conoce desde hace casi once meses. Estoy seguro de que estarás de acuerdo conmigo en que los isleños son habitantes oriundos de Nueva Inglaterra a quienes no les gustan los halagos. Ellos te han descrito como una persona de fiar, sincera, trabajadora y frugal. Una mujer a la que le gusta pasear por la playa a solas. Que casi nunca sale de la isla. Que no tiene amigos. Que no es juerguista. Y que no sale con hombres.

Tess se agarró al borde de la mesa.

–¿Has pasado el día cotilleando sobre mí? ¡Cómo te atreves! ¿Y por qué han hablado contigo? Los isleños son serios, pero también discretos a más no poder.

–Hace varios años ofrecí el mejor precio para comprar el noventa por ciento de la isla. La convertí en una reserva natural para protegerla del desarrollo urbanístico, construyendo este sitio como única excepción –Cade movió la copa de Martini para indicar a su alrededor–. Así que soy como un calcetín viejo… Los isleños me adoran. Y será mejor que dejes de actuar como una cazafortunas, es una pérdida de tiempo. No puedes engañar a un isleño, y si ellos dicen que eres sincera, yo me lo creo.

«Por ahora», añadió en silencio.

En ese momento, el camarero dejó frente a ella una bebida cremosa espolvoreada con nuez moscada. Ella la miró y trató de recuperar la compostura. Acababa de quedar como una idiota. «Buen trabajo, Tess. ¿Qué es lo que viene ahora?», pensó.

–Prueba la copa –dijo Cade con una de sus mejores sonrisas. Alguna mujer le había dicho que era letal, otra que era pura dinamita. Era un arma que no dudaba en emplear siempre que la necesitaba.

Pero en lugar de sonrojarse o de sonreír, Tess dijo furiosa:

–Nunca he puesto los ojos en un solo céntimo del dinero de tu padre.

Él dejó de sonreír.

–Ése era el siguiente punto en mi agenda –esperó a que les sirvieran el aperitivo–. Hoy he hablado con Del. Es un hombre mayor, cabezota y cascarrabias, a quien le gusta tener el control y que dice que ha perdido el informe del detective…

–¿Tú no lo has visto?

–No. Pero conseguí que Del me contara que el detective averiguó que desde que tu padre falleció, hace seis años, tu madre ha sacado tu pensión de la cuenta. Opal Ritchie. Sólo puedo suponer que Cory estuvo sacando el dinero antes de morir.

Tess cerró los ojos un instante. Opal y Cory. Sus padres. Cory, con sus impredecibles ataques de furia producidos por la droga. Opal, una mujer salvaje y poco de fiar. Las habitaciones. «Aquellas horribles habitaciones», pensó ella.

–¿Qué ocurre? –preguntó Cade.

Cuando ella abrió los ojos, estaba de nuevo en el elegante comedor.

–Estoy bien –dijo sin más, e hizo un gran esfuerzo por recuperar la compostura. El brandy le acarició la garganta. La cubertería de plata le resultaba un poco menos intimidante. Con cuidado, eligió el mismo tenedor que Cade estaba empleando y probó un poco de mango–. En la cabaña me llamaste mentirosa.

–No debí dudar de ti –dijo Cade. Al menos, no debía haberlo hecho respecto a la pensión que Del le pasaba todos los meses. Pero todavía tenía muchas preguntas sobre la deseable y enigmática Tess Ritchie.

–Todavía deseas que estuviera a mil millas de distancia de Del, ¿verdad? Puesto que tú y yo estamos en la misma onda. La distancia son cuarenta millas, y no mil… Pero cuarenta son muchas. Porque no me importa el dinero de Lorimer. Ni el suyo ni el tuyo. Me gusta la vida que llevo en la isla, es lo único que quiero y no voy a marcharme de aquí. Puedes decirle a mi abuelo que le agradezco que hiciera lo posible por mantenerme, y que no fue culpa suya que yo nunca viera el dinero. Pero ahora es demasiado tarde. Ya no necesito su apoyo.

Sus ojos verdes brillaban con sinceridad. Desconcertado, Cade sintió la necesidad de tomar en serio sus palabras, de confiar en ella.

Él jamás había confiado en una mujer aparte de Selena, su madre. Tess no era Selena. Tess era misteriosa, fogosa e impredecible.

¿Confiar en ella? Sería idiota si se dejara traicionar por un par de ojos verdes.

–Del me dijo que el detective no había averiguado nada sobre el año en el que cumpliste dieciséis años. El año en que tu padre falleció. ¿Qué ocurrió ese año?

Ella sintió un escalofrío y notó un zumbido en los oídos. «No puedo desmayarme otra vez», pensó ella. «Dos veces en un día, no». Tomó un bocado y se concentró en masticar. Era como si estuviera comiendo cartón.

Hizo un esfuerzo para tragar y trató de cambiar de tema:

–¿Y mi abuelo dónde pasa los inviernos?

Cade se apoyó en el respaldo de la silla y la miró un instante. Tess era una mujer más que misteriosa. Reservada y poco comunicativa. Una mujer que siempre estaba atemorizada. ¿Qué habría hecho a los dieciséis años? ¿O qué le habría pasado para que al mencionárselo se hubiera puesto a temblar?

–¿Tienes algún problema con la ley?

–No –dijo ella, pero su tono no mostraba convicción.

«Bueno, tendré que investigar un poco por mi cuenta. A Del le gusta pensar que es él quien lleva las riendas, pero yo soy el que tiene el control».

Cade sabía que si no llevaba a Tess Ritchie a Moorings, Del le pediría a su chófer que lo llevara a la isla para buscarla por sí mismo.

–Hablas muy bien italiano –dijo él, con naturalidad.

–A los doce años viví un año en Roma –dijo ella–. También hablo alemán, holandés, francés y una pizca de español.

–¿Y cuál es tu pintor favorito?

–Van Gogh. No sé cómo alguien puede vivir en Amsterdam y no adorar su trabajo. Rembrandt y Vermeer también me gustan mucho.

–Tu gusto por la música es ecléctico y te gustan las novelas de espionaje.

–Deberías ser detective –dijo ella–. También me gusta el arte medieval, el jabón de lavanda y la pizza con anchoas.

–¿Y a qué universidad fuiste?

Ella pestañeó.

–Hay otras maneras de educarse.

–¿Tu madre dónde vive ahora?

Ella dejó el tenedor sobre el plato.

–No tengo ni idea.

Le sirvieron el plato principal. Tess agarró el otro juego de cubiertos y comenzó a comer. Deseaba estar en su cabaña, junto a la estufa y con una taza de chocolate caliente.

Y que el tiempo retrocediera, que nunca hubiera conocido a Cade Lorimer, que nunca hubiera oído hablar del abuelo que vivía a tan sólo cuarenta millas de allí.

Cade dijo:

–Te he disgustado.

–Se te da bien hacerlo.

–Ya me he dado cuenta. Me quedaré en el hotel esta noche y me pondré en contacto con Del para que vayamos a verlo mañana. La biblioteca está cerrada el domingo y el lunes. Lo he averiguado.

–Estoy segura de ello. Yo no iré.

«No tiene sentido discutir», pensó Cade. «Pero al menos ha recuperado el color de las mejillas».

¿Qué había hecho a los dieciséis años? Puesto que era una pregunta que no podía contestar, comenzó a hablar sobre las obras de Vermeer que había visto en el Metropolitan Museum y de la situación política en Manhattan, descubriendo que ella estaba bien informada. Se fijó en su cabello iluminado por el brillo de la chimenea, y en las sombras que reflejaba sobre su delicado cuello.

El deseo que sentía por ella no había disminuido y, si acaso, se había intensificado. Afortunadamente, él tenía mucha fuerza de voluntad, porque seducir a Tess Ritchie no era una buena idea.

Estaban tomándose el café cuando sonó su teléfono móvil.

–Discúlpame un minuto –dijo él, y sacó el teléfono del bolsillo–. Lorimer al habla –contestó.

Tess enderezó los hombros tratando de liberar tensión. Media hora después estaría en su casa, con la puerta cerrada y con el ritmo de vida habitual.

Eso era lo que necesitaba. Paz, orden y control.

Entonces, de pronto, se concentró en la conversación que mantenía Cade.

–¿Que está cómo? –decía él–. ¿Muy mal? Así que está en el hospital. De acuerdo, llegaré en cinco minutos. Lo veré mañana, doctor. Gracias.

Cade colgó el teléfono y lo guardó en el bolsillo. Estaba pálido y apretaba los dientes.

–Del ha sufrido otro ataque al corazón. Uno leve, según dice su médico de cabecera –llamó al camarero–. Nos marcharemos en cuanto pague la cuenta.

«Parece que Cade quiere a su padre adoptivo», pensó Tess, y sintió un nudo en la garganta. Cory no la había querido nunca.

Ella nunca lloraba. No podía permitírselo. Entonces, ¿por qué tenía ganas de llorar? Se esforzó por contener las lágrimas y observó a Cade mientras pagaba con la tarjeta de crédito.

¿Y si Del Lorimer sufría otro ataque durante la noche y moría? Ella nunca lo conocería. Nunca descubriría si realmente era su abuelo o si todo era una historia inventada por un detective. Pero si, por casualidad, Del era su abuelo, ¿no debería ir a descubrir si se parecía a Cory o si era una persona totalmente diferente?

«Nos marcharemos…», recordó las palabras de Cade y cómo se había molestado al ver que él daba por hecho que ella lo acompañaría.

Era su decisión. De nadie más.

Ir o quedarse.

Capítulo 3

 

 

 

 

 

TRATANDO de decidir qué debía hacer, Tess miró a Cade en silencio. Él estaba repasando la cuenta, y era evidente que pensaba en otra cosa. ¿Y si se salía de la carretera por ir pensando en Del en lugar de concentrarse en la conducción?

De alguna manera tomó la decisión sin darse cuenta.

–Si voy contigo, necesitaré algo de ropa.

–No tenemos tiempo –dijo Cade–. Mañana recogeremos lo que necesites. Vamos.

Ella lo siguió hasta el coche y sintió que se le encogía el corazón al ver que Cade necesitaba dos intentos para meter la llave en el contacto.

–¿Estás bien como para conducir? –le preguntó.

–No te preocupes, no voy a matarte.

«Eres tú quien me preocupa, no yo», pensó mientras se abrochaba el cinturón de seguridad. ¿Cuánto tiempo había pasado desde que se había preocupado por alguien?

Desde aquella noche de verano cuando ella tenía cinco años y sus padres se la habían llevado de Madrid en un tren nocturno. Atrás dejaron a Isabel, la niñera que Tess adoraba, y de la que ni siquiera había tenido oportunidad de despedirse.

Aquello había provocado que Tess no volviera a permitir que nadie se acercara demasiado a ella.