Otra vez ante el altar - Michelle Celmer - E-Book

Otra vez ante el altar E-Book

Michelle Celmer

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Beschreibung

Deseo 1535 Había sido el padrino de la boda, pero Dillon Marshall no tenía por qué ser amable con el resto de los invitados. Especialmente con una invitada en particular, su ex esposa, Ivy Madison. Aunque no habían acabado de un modo muy amistoso, Ivy seguía suponiendo una gran tentación para el millonario. Así que ideó un plan para quitársela de la cabeza de una vez por todas: primero la seduciría y luego la abandonaría… Parecía el plan perfecto, pero quizá no lo fuera tanto…

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Créditos

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos 8B

Planta 18

28036 Madrid

 

© 2007 Michelle Celmer

© 2023 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Otra vez ante el altar, Deseo 1535 - marzo 2023

Título original: Best Man’s Conquest

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción.

Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo, Bianca, Jazmín, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 9788411415897

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Capítulo Trece

Capítulo Catorce

Si te ha gustado este libro…

Capítulo Uno

 

 

 

 

 

¿Tu ex está realizando acercamientos como si quisiera reconciliarse? ¿Acaso cree que te puede convencer para colarse de nuevo en tu vida? ¡No caigas en la trampa! Repite conmigo: los hombres no cambian

Extracto de: Guía del divorcio para mujeres modernas (y las alegrías de estar soltera)

 

 

Ivy Madison no era una persona violenta, pero cuando el hombre «sorpresa» del que le habían estado hablando los últimos tres meses, que se parecía extraordinariamente a su multimillonario ex marido, salió del asiento trasero de la limusina, empezó a tramar en voz baja el asesinato de su prima Deidre.

No, no podía ser él.

Blake, el prometido de Deidre, había ido a recoger a su futuro padrino de boda al aeropuerto. No podía ser cierto que el misterioso padrino que Deidre le había prometido que «le encantaría» fuera Dillon Marshall. Ni en un millón de años podía esperar Deidre que ella estuviera en la boda, y mucho menos pasar una semana antes de ésta en la casona mexicana, con el error más grande que había entrado y luego salido de su vida.

¿O sí?

Tal vez la sorpresa fuera que el padrino se parecía a Dillon. Sí, lo más probable era eso… entonces podrían reírse un rato con aquello e Ivy se relajaría y disfrutaría de sus primeras vacaciones de verdad desde la salida al mercado de su libro.

Aquello era sólo una extraña coincidencia.

El hombre que no podía ser su ex se quitó las Ray-Ban revelando unos ojos azul acero que ella conocía bien. Aquellos ojos podían hacer que se derritiera con sólo una mirada, reduciendo sus piernas y su cerebro a gelatina.

«Oh, mi…»

Una oleada de emociones la sacudió por dentro y le hizo un nudo en el estómago.

Se apartó de la ventana y miró a su prima pidiéndole una explicación; quería que le asegurara que el hombre que estaba en la acera frente a la casa no era el hombre al que se parecía.

Deidre la miró con culpabilidad y susurró:

–Sorpresa…

Oh, no.

Ivy sintió que el corazón se le desprendía de su sitio y caía hasta su vientre. Las rodillas parecían a punto de fallarle y la tostada que había tomado para desayunar estaba recordándole su presencia en el estómago. Aquello no podía ser cierto. El haberse pasado la última década evitando a Dillon tenía un motivo.

La cabeza le daba vueltas y se dejó caer sobre el sofá. Echó un vistazo rápido por la ventana y vio que los hombres estaban sacando el equipaje de Dillon del maletero de la limusina. Pronto estarían dentro. El estómago le dio tal vuelco que podría considerarse una pirueta olímpica.

Deidre estaba sentada junto a ella en el sofá, pero a una distancia prudente para evitar posibles represalias.

–Sé que tendrás ganas de matarme, pero puedo explicarlo.

Desde luego que tenía ganas de presenciar su muerte, y también de que ésta fuera lenta y dolorosa.

–Deidre, ¿qué has hecho?

–Tengo una buena explicación.

No había explicación buena que justificara aquello, y sólo había una cosa que Ivy podía hacer: agarrar sus cosas y largarse de allí en el primer vuelo que saliera para Texas.

Hizo una lista mental de sus posesiones y trató de hacer una estimación de cuánto tiempo le llevaría amontonarlo todo en su bolsa de viaje.

Oh, al demonio con la ropa. Tenía mucha más en casa. Lo único que necesitaba era su ordenador portátil y su bolso. Podía recogerlo y salir por la puerta trasera en dos minutos. Dillon no se enteraría de nada, a no ser que…

–Oh, no… Esto también es una sorpresa para él, ¿verdad?

Deidre se mordió el labio inferior con la mirada clavada en su regazo, e Ivy sintió náuseas.

–Deidre, cariño, dime que él no sabe que yo estoy aquí.

–Sí que lo sabe.

Genial. Maravilloso…

Salir corriendo ya no era una opción. De ningún modo podía dejarle creer a Dillon que la asustaba, pero lo peor era que él había tenido tiempo para prepararse, y ahora haría y diría justo lo indicado.

Oh, ¿pero a quién intentaba engañar? Dillon no era el tipo de hombre que necesitaba ensayar sus frases delante de un espejo.

Cielos, estaba metida en un buen lío.

La puerta principal se abrió y el corazón de Ivy se aceleró de inmediato. Con un gritito de emoción, Deidre salió corriendo hacia la puerta y dejó a Ivy sola.

«Traidora».

No estaba lista para aquello. Si no se hubiera visto obligada, tampoco estaba segura de haberse visto capaz de ponerse frente a Dillon de nuevo. Demasiada mala sangre. Demasiados reproches.

Oyó voces en la sala de al lado; saludos entusiastas y el murmullo inconfundible de la voz profunda de Dillon. El corazón empezó a volvérsele loco en el pecho, pero… no podía dejar que él la viera tan alterada.

Se levantó del sofá con piernas temblorosas y se giró para mirar por la ventana. Alguien comentó algo sobre llevar el equipaje a la habitación y entonces se oyeron pasos de más de una persona en las escaleras. Ivy cerró los ojos y contuvo el aliento hasta casi sentirse mareada rezando para que Deidre estuviera enseñándole su habitación a Dillon para retrasar unos minutos la inevitable confrontación.

Necesitaba tiempo para prepararse. Diez o quince minutos, o una semana.

Durante unos segundos, la casa se quedó en silencio. Ivy fue soltando aire lentamente mientras recuperaba un ritmo cardiaco normal.

Entonces un sentimiento familiar, algo cálido, complicado e impredecible, la invadió. Empapó su piel y el aire que le rodeaba, y supo que Dillon estaba en la sala. Podía sentir su presencia, la presión de su mirada en la espalda, como si tuviera un sexto sentido.

Se le puso la piel de gallina y empezó a temblar ligeramente.

Al ataque…

Reuniendo todo el coraje que pudo, intentó poner una cara de desinterés y se giró para enfrentarse a un pasado que creía haber borrado por completo de su vida. Aquel hombre había sido elegido por una revista recientemente como uno de los solteros más codiciados del país.

Él estaba apoyado en el arco de entrada con los brazos cruzados sobre el pecho. Sus brazos parecían musculosos y delgados al mismo tiempo, y el pecho, impresionante pero no demasiado. Recordó verse abrazada por aquellos brazos, y apoyar la cara contra ese cálido pecho, y casi se quedó sin respiración.

Llevaba vaqueros, una camiseta blanca y botas de vaquero, y el aspecto del magnate del petróleo era el mismo que cuando iba a la universidad. De él emanaba un aura de autoridad e importancia, la arrogancia de saber lo que quería y de no tener reparos al intentar conseguirlo sin importarle quién se pusiera en su camino.

Empezando por sus pies, con las uñas pintadas de rosa, él empezó un viaje ascendente con la mirada sobre su cuerpo. Fue subiendo lentamente, sin vergüenza ni disculpas, como si tuviera todo el derecho del mundo a estar desnudándola mentalmente. Sus caderas, su vientre plano.

Ella se agarró las manos por detrás del cuerpo para que él no la viera temblar. ¿Qué le pasaba? Ya no era la chica inocente que se había visto arrastrada por el rebelde. Ella era una mujer fuerte y una profesional con confianza en sí misma. Había participado en la escritura de la guía sobre el divorcio para la mujer moderna, y era una de las autoras más vendidas según la lista del New York Times, por Dios. Podía encargarse de Dillon Marshall.

O eso esperaba.

Él llegó por fin a sus pechos y se tomó su tiempo, como si los estuviera acariciando con los ojos. Ivy sintió cómo le cosquilleaban y se endurecían contra su voluntad. El deseo de cruzarse de brazos era casi insoportable, pero no le daría a él esa satisfacción.

Aquella inspección era parte de su juego.

Ivy entrecerró los ojos y levantó la barbilla en un gesto desafiante. Cuando él llegó a su cara, la miró a los ojos y sus labios empezaron a curvarse lentamente en una sonrisa familiar y traviesa.

Sacudió la cabeza. Sus ojos brillaban apreciando lo que veían.

–Querida, estás tan buena que podría comerte ahora mismo.

 

 

Si las miradas matasen, Dillon estaría en ese momento llamando a la puerta de San Pedro. Los ojos dorados de su ex mujer lo fulminaban como dagas bien afiladas.

Eso sí que era una vuelta al pasado… aquella mirada ya la había visto en otra ocasión, diez años antes, cuando ella lo dejó.

Aunque seguía sin recordar bien los detalles de aquella mañana, sabía que había llegado bebido a las siete de la mañana a casa después de una juerga nocturna con sus amigotes. Era la tercera juerga de la semana, y sólo era miércoles. Había intentado convencerla para llevarla a la cama para mostrarle lo arrepentido que estaba, demonios, en otras ocasiones había funcionado, pero ella le tiró una botella de cerveza vacía a la cabeza.

Por suerte, tenía tan mala la puntería como el carácter.

Pero, demonios, tenía muy buen aspecto: alta y delgada, pero de dulces curvas. El tipo de belleza que afectaba lentamente a un hombre y acababa clavando sus garras en él.

Una pena que ella fuera un tremendo dolor en el trasero.

Dillon puso su sonrisa más encantadora sabiendo que eso le atacaría a ella los nervios, y ése había sido el motivo para hacer aquel viaje. Lo que pretendía era hacerla sufrir.

–¿Qué? ¿No me das un beso?

Como no podía ser de otra manera, esa arruga delatadora se formó entre sus cejas. Siempre se había tomado la vida demasiado en serio. Él admiraba su confianza en sí misma y su decisión; era una mujer que sabía lo que quería y no le daba miedo luchar por ello, pero era una pena que nunca hubiera aprendido a divertirse. Había tratado de enseñarla a hacerlo, a hacer que se soltara, y ¿qué había conseguido?

Mucho dolor.

Sentiría una gran satisfacción cuando la viera romperse ante él.

–No pareces contenta de verme –dijo él.

Ella entrecerró los ojos, como si pensara que si se concentraba lo suficiente, él desaparecería.

–Oh, claro. Aún piensas que soy… ¿cuál era la palabra que usabas en tu librito? –se rascó la barbilla con gran concentración–. Era algo así como cerdo egoísta, ¿no?

Ella levantó la cabeza en un gesto habitual de tozudez.

–Ni una vez escribí tu nombre en mi «librito», así que no puedes decir que estuviera hablando de ti.

Tal vez no hubiera usado su nombre, pero las referencias no podían haber sido más claras. Para él, para su familia y amigos, y también para los millones de mujeres que habían acudido en masa a las librerías a comprar el último manual de autoayuda de éxito.

Casi cada anécdota negativa del libro estaba sacada de su matrimonio. Eso había supuesto un tremendo perjuicio para su vida social. Las mujeres con las que salía habitualmente, ni lo miraban, y las mujeres que sí querían estar con él, lo hacían motivadas por una curiosidad morbosa y por el dinero, algo que él no le desearía ni a su peor enemigo.

–Además, yo no uso nunca esa expresión –añadió ella–, aunque tú lo fueras.

–Cariño, me estás rompiendo el corazón –dijo él, llevándose la mano al lado izquierdo del pecho.

–Corta ese rollo de chico bueno. No creo que a ti te guste más que a mí esto de tener que estar juntos una semana entera.

Era muy propio de ella lo de ir directamente al grano, pero como de costumbre, se equivocaba: él estaba encantado con aquello.

–Por Deidre y Blake, voy a poner todo de mi parte por que esto vaya bien –continuó con ese tono suyo de sacerdotisa suprema–. Espero que tú hagas lo mismo.

No esperaba menos de ella, pero… ¿Es que acaso se creía que iban a retomarlo donde lo dejaron? ¿Con ella dando órdenes todo el rato?

¿Había olvidado que él no aceptaba órdenes de nadie?

–¿Y cómo vamos a hacer eso? –preguntó él, arrastrando las palabras con el acento texano que a ella tanto le disgustaba.

–Creo que debemos evitarnos el uno al otro en la medida de lo posible. Yo me mantendré alejada de tu camino y tú harás lo mismo conmigo. Una vez pasada esta semana, no tendremos por qué volver a vernos.

La parte de «no volver a verse» a él le pareció perfecta. Pero eso era sólo una parte de las buenas noticias. Él quería buscar el modo de irritarla, de hacer que se sintiera mal, y acababa de servirle la respuesta en bandeja de plata.

Lo peor que podía hacerle a una loca del control como Ivy era quitárselo de las manos.

Sintió un cosquilleo en los labios, pero contuvo la sonrisa. Hizo como si le concediera a su petición unos minutos de consideración y después asintió con la cabeza.

–Parece buena idea.

Ella lo miró con desconfianza.

–¿Eso es todo?

–Claro –parecía una buena idea. Para ella, lo cual quería decir que él no tenía ninguna intención de llevarla a cabo.

Ella no tenía ni idea de lo que su familia le había hecho pasar después de la publicación del libro. Infantil e inmaduro habían sido los calificativos más suaves, así que, desde su punto de vista, era hora de tomarse la revancha. Venganza a la antigua usanza.

Si lo que ella quería era que mantuvieran las distancias, se pasaría la semana siguiente pegado a ella como una lapa.

Capítulo Dos

 

 

 

 

 

¿Te sientes desesperada y frustrada? ¡Ponte en pie y hazte con el control! Muéstrale a ese hombre quién manda.

Extracto de: Guía del divorcio para mujeres modernas (y las alegrías de estar soltera)

 

 

Ivy se sentó en el balcón de su habitación, que daba al patio, para leer el libro que había empezado en el avión. Hacía calor y la brisa marina le revolvía la coleta.

¿Qué mejor sitio para descansar? Y sin embargo, ella estaba tan nerviosa que después de leer el mismo párrafo media docena de veces seguía sin saber de qué hablaba.

Marcó la página y dejó el libro a su lado para llevarse las manos a la sien. Empezaba a dolerle la cabeza. Aquello se suponía que eran unas vacaciones, que tenía que ser divertido.

Oyó que se abría la puerta de la habitación y después la voz de su prima llamándola.

–Estoy aquí –dijo ella.

Pasaron unos segundos y oyó la voz de Deidre tras ella.

–¿Estás enfadada conmigo?

¿Enfadada? Aquella palabra no llegaba a reflejar ni una décima parte de sus sentimientos. Se sentía traicionada y humillada. En teoría Deidre era su mejor amiga, y al revés. Eran como hermanas. ¿Cómo le había podido hacer algo así? ¿Cómo podía haberse callado eso?

Se giró para mirar a su prima. Deidre estaba en la habitación, frotándose las manos, la viva imagen del sentimiento de culpa.

Llevaba semanas hecha un manojo de nervios pensando que cualquier día Blake recuperaría el juicio y aceptaría la verdad. Deidre, con un historial familiar de obesidad y mal cutis, nunca sería una supermodelo. Cualquier día él escucharía las recomendaciones de su familia de que con su dinero y conexiones familiares, podría encontrar una esposa mucho mejor.

Deidre tenía una mancha de lo que parecía chocolate en la comisura del labio. Aquella misma mañana Ivy le había confiscado un paquete de chocolatinas y otro de bollos de su cuarto; no quería ni hacer un cálculo aproximado de cuánto peso había ganado Deidre en aquel mes, pero con un par de kilos más tendría el aspecto de una salchicha en su caro vestido de novia. Lo peor era el acné que le había empezado a salir en la barbilla. Aquello le disgustaba aún más, y claro, tenía aún más ganas comer y comer.

Pero a pensar de su estado de nervios, eso no le excusaba por lo que había hecho.

Ivy se concentró en mantener la voz tranquila.

–¿Cómo me has podido hacer esto?

–Lo siento, pero sabía que si lo hubieras sabido, no habrías venido. Y si tú no eres mi dama de honor, todo saldrá mal.

Deidre era una de esas mujeres que habían empezado a planear su boda en cuanto salió del vientre de su madre. Para cuando cumplió diez años, ya había acumulado montañas de revistas y catálogos de novias.

Después de algunos pasos en falso, por fin había encontrado al Hombre Perfecto. Deidre pensaba que aquélla era su última oportunidad, y si algo iba mal, acabaría sus días como una solterona amargada y sin hijos.

–Te dije que el padrino sería un compañero de la universidad, y sabías que él y Blake fueron juntos a Harvard.

Ivy sabía que los dos compartieron piso allí hasta que expulsaron a Dillon, pero no sabía que eran tan amigos. Su boda con Dillon había tenido lugar tras una escapada a Las Vegas… demasiada improvisación para tener padrinos y damas de honor. O tarta. O vestido de novia.

Había sido más bien un «ahora verán…» después de que sus padres respectivos intentaran interferir en su relación. Aquello no sólo mostró que estaban ciegos de amor, sino que eran idiotas del todo.

Lo cierto era que Dillon y ella apenas se conocían cuando se casaron, al menos fuera de la cama. Fue el día después de la boda cuando se dio cuenta de su error.

–Sé que probablemente no me creerás, pero Dillon ha cambiado –dijo Deidre.

–Tenías razón: no te creo. Los hombres como Dillon no cambian. No en su fondo, que es lo que importa.

–Tal vez ya sea hora de que…

–¿De qué?

–De que lo dejes correr.

–¿Que lo deje correr?

–Que lo dejes correr. Creo que ya es hora de… de que lo perdones.

¿Que lo perdonase? ¿Es que Deidre se había vuelto loca? ¿Los nervios de la boda le habían cortocircuitado el cerebro? No podía haber olvidado lo que Dillon le había hecho pasar…

¿Cómo podía una mujer dejar correr el que le hubieran hecho trizas el corazón? ¿Podía acaso olvidar el haber perdido una beca, una expulsión de la universidad y ver su reputación por los suelos? ¿Y cómo se podía perdonar a una persona que no mostraba signos de arrepentimiento?

¿Que se quedaba sentado sonriendo mientras ella veía cómo todo su mundo se venía abajo? El hombre que le había prometido amarla y honrarla hasta la muerte…

–Lo que Dillon me hizo es imperdonable, y lo sabes.

Deidre se sentó junto a Ivy con cara de preocupación.

–Es que no me gusta nada verte tan triste.

–¿Triste? ¿Por qué dices eso? Mi libro se vende como churros, mi consulta está a rebosar… ¿Por qué iba a ser infeliz?

–Tú eres la psicóloga. Dímelo tú.

Ivy tenía todo lo que había podido soñar: un buen trabajo, unas cuentas bien saneadas… independencia financiera y personal. No sólo no estaba triste, sino que estaba eufórica.

–¿Cuánto tiempo ha pasado desde tu última relación? ¿Cuándo te acostaste con un hombre por última vez? ¿Cuándo tuviste tu última cita?

–No necesito a un hombre para estar completa –las palabras salieron de sus labios de forma automática. Era su mantra, la constante de su vida.

–Tal vez no, pero está bien tenerlos cerca.