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La gata pirata Parche vive junto a sus amigos, el loro Sable y el mono Botín en el barco la Argolla Dorada infinitas aventuras. En este primer libro de la serie de Parche, la gata pirata y la tripulación descubren un misterioso mapa del tesoro y se ponen en marcha para encontrarlo.
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Seitenzahl: 54
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Contenido
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Sobre la autora
Sobre la ilustradora
Créditos
Era una mañana soleada a bordo de la Argolla Dorada. Parche, la gata pirata, patrullaba el barco y olfateaba la salada brisa marina.
A bordo del barco también estaba Sable, el loro verde pirata, pensando nuevos chistes brillantes.
Y también estaba Botín, un mono muy pesado, quitándose las pulgas y comiendo plátanos.
Y también estaba el capitán Fletán, trabajando duro como siempre… Ah, no, espera, estaba tirado a la bartola en una tumbona, durmiendo.
Parche a escondidas afilaba sus uñas con el mástil aprovechando que no miraba.
—Tum-te-tum —tarareaba en voz baja.
Del otro lado del barco, donde estaba la cocina, la brisa trajo un olor espantoso. El cocinero del barco, Bala de Cañón, estaba haciendo su famoso estofado de tentáculos. Famoso por lo MALO que estaba. Parche huyó de la peste con los ojos llorosos. Ugh.
Un olor todavía más repugnante salía del baño del barco donde Grandullón estaba… En fin, creo que es mejor no entrar en detalles de lo que estaba haciendo Grandullón.
—Puaaj —murmuró Parche, arrugando la nariz y caminando aún más rápido.
Exacto.
Mientras tanto, la pelirroja Mandarina estaba en el puesto de vigía. Era la única pirata lo suficientemente valiente para escalar hasta ahí arriba.
—Las once en punto y todo en orden, camaradas —dijo.
«Arrrr, esto es vida», pensó Parche, y se echó en un lugar agradable bajo el sol para echar una siesta. El barco estaba tranquilo. Todo estaba en calma. Snif… Snif… suspiraba el mar contra los costados del barco. Por primera vez, hasta las chirriantes gaviotas parecían en silencio.
Y de pronto, empezaron los problemas.
¡BANG! La puerta de la cocina se batió con fuerza cuando Bala de Cañón salió tambaleante. Llevaba una olla enorme llena de patatas, tan hasta arriba que no se le veía ni la cabeza.
—¡Mandarina! —gritó—. ¿Dónde te has metido? ¡Mandarina, tengo un trabajo para ti! —¡Recibido! —respondió alegre Mandarina mientras bajaba por la cuerda—. ¡Ya voy, Bala de Cañón!
Parche abrió su ojo verde y espió a Botín, que se reía con picardía mientras tiraba una cáscara de plátano delante del cocinero.
—¡Oh, no! —gritó Parche. Saltó inmediatamente, pero era demasiado tarde.
Bala de Cañón pisó la cáscara de plátano y sus piernas patinaron. ¡Uyyyyyy!
—¡Eeeeeeeeh! —gritó.
¡PUM!
—Puf —pudo pronunciar el cocinero tras aterrizar con su espalda.
¡CLANG! hizo la olla al caerse de sus manos.
PUMPUMPUMPUMPUMhicieron las patatas, que rodaban y chocaban por toda la cubierta.
Mientras caía un chaparrón de patatas sobre ella, Parche escapó de un salto con sus patas extendidas.
—¡Miauuu! —maulló para avisar.
—¡Cuidado! —graznó Sable.
—¡Aaaah! —aulló Mandarina y se desvió para esquivar a la gata voladora. Pero se desvió un poco demasiado y…
¡SPLASH! Mandarina se sumergió de cabeza en el mar y salpicó al capitán durmiente de agua fría y salada.
—¡Rayos y…! —farfulló el capitán Fletán mientras saltaba de su tumbona.
—¡AYUDA! —gimió Mandarina desde el agua, sacudiendo los brazos.
—¡PIRATA AL AGUA! —chilló Sable, volando en círculos—. ¡MANDARINA AL AGUA!
Por desgracia, ninguno de los piratas entendía el idioma loro. No hablaban gato ni mono tampoco. Aunque esto significaba que Parche, Sable y Botín podían decir lo que quisieran de la tripulación sin que se enteraran, también significaba que a veces —¡como ahora!— no era fácil alertar a los piratas de peligros.
De escuchar tanto barullo, Grandullón salió corriendo del baño, con los pantalones medio subidos.
—¡TODOS TRANQUILOS! —gritó. Pero entonces vio a su compañera en el mar y se llevó las manos a la cabeza—. ¡Ayuda! ¡SE VA A AHOGAR!
Bala de Cañón se incorporó y se frotó su cabeza redonda y lustrosa.
—Mis patatas… —se lamentó.
—Por las barbas de Neptuno —protestó el capitán Fletán, pataleando hacia el costado del barco. PLUM, clonc, PLUM, clonc, hacía su pata de palo—. ¿A qué viene tanto alboroto?
—¡Me… glu, glu, glu… ahogo! —dijo Mandarina, tragando agua.
«De verdad», pensó Parche, mientras daba una vuelta por la cubierta buscando la bobina de cuerda. «¡A veces los piratas son taaan inútiles!». Se subió a la cuerda y lanzó un cabo serpenteante al costado del barco.
—¡Eh, Sable! —gritó. El loro aleteó sobre el barco, agarró la cuerda con su pico y bajó en picado hacia Mandarina.
Después voló hacia Parche para chocar los cinco, garra con pata.
—¡Chupado! —sonrió Parche.
—¡Tira! ¡Tira!¡Tira! —gruñía Grandullón mientras tiraba todo lo que podía de Mandarina fuera del agua.
—¡Yuuhuu! ¡Déjame ayudar! —se escuchó de repente. Parche se acercó a la borda y vio a una sirena que acababa de salir del mar.
—¡Urrrrrgh, ja! —Y con sus fuertes músculos de sirena lanzó de un empujón a Mandarina.
—¡Guauuu! —gritó Mandarina en el aire. Cayó en cubierta, calada hasta los huesos y jadeando como un pez globo—. Uf, ¡gracias, Conchita! —le dijo a la amable sirena, que se despidió alegre. Después, Mandarina se sacudió para secarse, estornudó y salieron algas de su nariz. Tenía en la mano una botella de cristal verde taponada con un corcho.
—Chicos, mirad lo que he encontrado —dijo con una sonrisa aguada.
—¿Es ron? —preguntó Bala de Cañón ansioso.
Mandarina tiró del corcho con los dientes y curioseó la botella.
—Hay un papel dentro —dijo, sacándolo con cuidado—. ¡Oooh! —exclamó. Tiró la botella y desenrolló un pergamino envejecido—. ¡Es un mapa!
Parche levantó las orejas al escuchar la voz emocionada de Mandarina. ¿Un mapa? ¡Guay!
Mandarina observó el pergamino, rascándose la cabeza.
—Mapa de tu-tu TURRÓN me-me MELOSO —deletreó con alegría—: ¡Oh, genial, me encanta el turrón!
—Oye, capi, una adivinanza —Sable aterrizó en un cañón cercano—.
¿Qué es marrón y tonto? —graznó a Parche.
—Yo sé qué es verde y tonto —dijo Botín con malicia, colgado boca abajo en el cordaje y enseñando a todo el mundo su horrible trasero rosa de mono.
Los otros dos le ignoraron.
—El turrón espeso —rio Sable—. ¿Lo pillas? ¡Turrón ESPESO!
El capitán Fletán le arrebató el mapa a Mandarina.
—Dame eso —dijo con brusquedad. Después dio uno de sus legendarios resoplidos estremecedores cuando leyó el mapa—. ¡No dice turrón meloso, zoquete de aguas profundas, dice tesoro maldito!
—Hablando de espesos… —susurró Parche a Sable.
—Jo —dijo Mandarina, decepcionada—. Me apetecía mucho un turrón meloso.
El capitán Fletán no parecía decepcionado. Su bigote prácticamente vibraba de alegría.
—¿A quién le importa un turrón cuando tenemos un mapa del tesoro? —los alentó—. ¡Fantástico! Grandullón, gira el barco a estribor inmediatamente. Mantén los ojos abiertos hasta encontrar una isla. ¡A la búsqueda del tesoro!
—Pero, c-c-capitán… —Grandullón no movió un dedo, salvo sus corpulentas rodillas, que se chocaban entre sí del miedo—, ¿y la m-m-maldició