Parpadeos vitales - Eric Adolfo Soto Lavín - E-Book

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Eric Adolfo Soto Lavín

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Beschreibung

Cada uno de estos cuentos es un fragmento encapsulado de la realidad. A simple vista, si comenzamos a leer alguno de éstos, tal afirmación puede llegar a parecernos un poco extraña e inverosímil. Pero sin duda no lo es. La gestación de todos ellos ha sido motivada por la observación de un hecho real que, de una u otra forma, activó un switch en cierta parte de mi cerebro. Y tal efecto, no necesariamente ocurrido en el momento del hecho en particular, me permitió la generación de otra historia, quizá ambientada en otro tiempo y lugar o, porque no decirlo, en algún universo ficticio creado ex profeso. Y me bastó tan sólo atrapar una imagen inicial, desligarla de sus amarras terrenales, encapsularla, dejarla en estado latente, y concebirla una vez más desde un nuevo punto de vista. Eso es lo que asumo como inspiración. Y este impulso creador, cuya existencia muchos otros escritores se resisten a reconocer, se complementó entonces con un trabajo constante (aunque de hecho hay determinados cuentos que parecen escribirse solos gracias al empuje inicial), para darle una forma más o menos coherente a la nueva historia. Sumándole otros elementos, otras imágenes, reales o del mundo onírico o simplemente imaginadas; y también algunos pocos recursos literarios, nunca demasiados. En otras palabras, hacerla más digerible para el eventual lector. Por lo mismo, cada cuento es importante para mí. Porque, de una forma casi inefable, son una prolongación tentacular de mi existencia en cierto instante de mi vida. Entonces, describir esta compilación de cuentos es difícil, en especial si consideramos que éstos han sido escritos durante un lapso muy extenso y que, quizás por tal razón, no están relacionados entre sí. Y recalco que es una labor difícil porque, desde que recuerdo, siempre he pensado que cada cuento debe hablar por sí mismo. Esto es, leerlos sin ideas preconcebidas. Soñar, dejar que tu mente se abra a otras posibilidades que, tal vez, nunca llegaste siquiera a considerar. Permitir que tu imaginación vuele cuando te identifiques, si es que lo haces, con el atribulado protagonista. Enfrentarte a un conflicto, nuevo o ya demasiado conocido, imaginarte a los personajes a tu propia pinta y las disyuntivas que puedan generarse en sus mentes y, por que no, cuestionar las decisiones que éstos han de tomar en un determinado instante. Presentar alternativas en paralelo que, en la eventualidad, puedan conducir a un final diferente que poco o nada se parezca al de la historia que tienes entre las manos. Todo es válido para el lector que en verdad se involucra, incluso aceptar todo sin cuestionarlo en absoluto. Además, cada cuento debe englobar parte de un universo, real o ficticio, con sus propias reglas; muchas de las cuales uno debe aceptar sin prejuicios que obnubilen nuestra visión y sin descartar, incluso, que éste pueda contraponerse al esbozado en la siguiente lectura o en otra digerida en forma previa. No estoy diciendo que cada cuento de esta compilación cumpla con todo lo anterior, pero deben aproximarse. Es lo que con humildad espero. Y, acaso lo más importante, es la impronta que cada uno de ellos pueda o no dejar en nuestra mente. En lengua vernácula: lo que sigue dando vueltas al interior de ésta al momento de leer la última palabra que, en definitiva, nunca será la última; y que nos permite determinar si hemos perdido o no el tiempo. Y, lo que a veces me resulta más sorprendente todavía, es que muchos lectores y críticos han visto cosas en mis cuentos que nunca he llegado siquiera a imaginar.

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ParpadeosVitales

Eric Adolfo Soto Lavín

Editorial Segismundo

Dedicatoria

«Dedicado a mis padres, Juan y Chela,siempre los mejores».

Prólogo

Cada uno de estos cuentos es un fragmento encapsulado de la realidad. A simple vista, si comenzamos a leer alguno de éstos, tal afirmación puede llegar a parecernos un poco extraña e inverosímil. Pero sin duda no lo es. La gestación de todos ellos ha sido motivada por la observación de un hecho real que, de una u otra forma, activó un switch en cierta parte de mi cerebro. Y tal efecto, no necesaria-mente ocurrido en el momento del hecho en particular, me permitió la generación de una nueva historia, quizá ambientada en otro tiempo y lugar o, porque no decirlo, en algún universo ficticio creado ex professo. Y me bastó tan sólo atrapar una imagen inicial, desligarla de sus amarras terrenales, encapsularla, dejarla en estado latente, y concebirla una vez más desde un nuevo punto de vista. Eso es lo que asumo como inspiración. Y este impulso creador, cuya existencia muchos otros escritores se resisten a reconocer, se complementó entonces con un trabajo constante (aunque de hecho hay determinados cuentos que parecen escribirse solos gracias al empuje inicial), para darle una forma más o menos coherente a la nueva historia. Sumándole otros elementos, otras imágenes, reales o del mundo onírico o simplemente imaginadas; y también algunos pocos recursos literarios, nunca demasiados. En otras palabras, hacerla más digerible para el eventual lector. Por lo mismo, cada cuento es importante para mí. Porque, de una forma casi inefable, son una prolongación tentacular de mi existencia en cierto instante de mi vida. Entonces, describir esta compilación de cuentos es difícil, en especial si consideramos que éstos han sido escritos durante un lapso muy extenso y que, quizás por tal razón, no están relacionados entre sí. Y recalco que es una labor difícil porque, desde que recuerdo, siempre he pensado que cada cuento debe hablar por sí mismo. Esto es, leerlos sin ideas preconcebidas. Soñar, dejar que tu mente se abra a otras posibilidades que, talvez, nunca llegaste siquiera a considerar. Permitir que tu imaginación vuele cuando te identifiques, si es que lo haces, con el atribulado protagonista. Enfrentarte a un conflicto, nuevo o ya demasiado conocido, imaginarte a los personajes a tu propia pinta y las disyuntivas que puedan generarse en sus mentes y, por que no, cuestionar las decisiones que éstos han de tomar en un determinado instante. Presentar alternativas en paralelo que, en la eventualidad, puedan conducir a un final diferente que poco o nada se parezca al de la historia que tienes entre las manos. Todo es válido para el lector que en verdad se involucra, incluso aceptar todo sin cuestionarlo en absoluto. Además, cada cuento debe englobar parte de un universo, real o ficticio, con sus propias reglas; muchas de las cuales uno debe aceptar sin prejuicios que obnubilen nuestra visión y sin descartar, incluso, que éste pueda contraponerse al esbozado en la siguiente lectura o en otra digerida en forma previa. No estoy diciendo que cada cuento de esta compilación cumpla con todo lo anterior, pero deben aproximarse. Es lo que con humildad espero. Y, acaso lo más importante, es la impronta que cada uno de ellos pueda o no dejar en nuestra mente. En lengua vernácula: lo que sigue dando vueltas al interior de ésta al momento de leer la última palabra que, en definitiva, nunca será la última; y que nos permite determinar si hemos perdido o no el tiempo. Y, lo que a veces me resulta más sorprendente todavía, es que muchos lectores y críticos han visto cosas en mis cuentos que nunca he llegado siquiera a imaginar.

Eric Adolfo Soto Lavín Puente Alto 2014

Parpadeos vitales[1]

De pronto, como el inesperado resplandor de un relámpago, emergente desde el Tártaro más profundo y absorbente que humano alguno pudiese quizá imaginar, Umberto comenzó a tomar conciencia del sitio donde se hallaba en aquel indefinido instante.

Poco a poco, sus ojos comenzaron a acostumbrarse a la oscuridad que en dicho momento lo rodeaba, para ir percibiendo algunas difusas y lejanas siluetas a través de la incierta penumbra. El silencio lo envolvía todo y ningún sonido, incluyendo el de su propia voz, era perceptible.

Algunos segundos más tarde, aunque la noción del tiempo aún constituía un factor ignorado por su rudimentario nivel de conciencia, sus extraños recuerdos regresaron, uno tras otro, para atormentarlo y recordarle lo insignificante de su existencia dentro de su propio y particular universo. Junto a esto, segundo a segundo, su fuerza de voluntad se debilitaba cada vez con mayor prisa. No era primera vez que tal situación ocurría y, con gran seguridad, tampoco sería la última.

Casi de inmediato, Umberto sintió la imperiosa necesidad de acercarse hacia una de las paredes de su oscura e indefinida prisión. Luego, una fuerza extraña y poderosa lo obligó a permanecer en aquel sitio.

En seguida, un pequeño rectángulo luminoso de extraña opacidad se materializó ante sus curiosos y sensibles ojos. Al mismo tiempo, una luz mortecina y azulada iluminó parcialmente el interior de su habitación, mas Umberto no fue capaz de volver la vista para conocer con mayor detalle su ignoto medioambiente. Al parecer, su cuerpo no obedecía las órdenes que emanaban, con temblorosa y real angustia, desde su atormentado cerebro.

De repente, sin que su etérea razón lo intuyera ni mucho menos lo comprendiera, Umberto se encontró efectuando una serie de gestos incoherentes y absurdos frente al rectángulo luminoso que, sin desearlo, absorbía toda su atención y pensamientos.

—¡Cielo santo! —exclamó mentalmente con angustia, pero todavía sin comprender el significado real de tal expresión—. Aquella maldita obsesión retorna nuevamente y nada puedo hacer para evitarlo…

Durante algunos minutos, Umberto prosiguió con involuntario y ajeno accionar pues, sin fuerza de voluntad, era imposible reaccionar con mínimo grado de conciencia para evitarlo. No obstante, en breves y esporádicos destellos de lucidez, la situación se tornaba cada vez más tensa e insostenible. Era necesario actuar cuanto antes para escapar de aquel espantoso tormento, pero… ¿cuál sería la forma adecuada para proceder ante aquella insólita situación?

Era indudable que ninguna opción se presentaba en forma clara por el momento pero, de una u otra forma, tendría que enfrentarse a su inexorable y frío destino.

Luego, sus discontinuos pensamientos se interrumpieron en forma tan violenta como inexplicable. Aquella atosigadora obsesión de minutos previos lo abandonaba, y un ligero pero muy placentero sopor se adueñaba de su mente para sumergirlo, segundo tras segundo, en aquel habitual mundo de vida latente. En la eterna y triste espera de casi toda una vida, su propia vida.

Después de escuchar un ligero «crac», un pensamiento extraño se cruzó y detuvo en la mente de Humberto y, con reflejos casi felinos poco habituales en él, regresó de inmediato al cuarto de baño.

En seguida, activó el interruptor de luminosidad selectiva y transpuso el umbral. En esta singular ocasión, su corazonada había resultado completamente cierta.

—Esto es curiosamente extraño —se dijo en voz alta e inquisitiva mientras examinaba, mediante el sensible tacto de su diestra mano, aquella brillante pero desde ahora discontinua superficie—. Podría asegurar que esta grieta no estaba aquí cuando ingresé al cuarto de baño. ¿Qué pudo producirla?

Acto seguido, impulsado por la curiosidad inherente al género humano, acercó su rostro hasta la grieta y con gran dificultad observó a través de ella.

Y, en aquel preciso instante, Umberto contempló por vez primera su verdadero rostro y, preso de un estado de agitación extrema e incontrolable, concentró toda aquella ira, acumulada desde el inicio de su virtual existencia, hacia el frío y luminoso rectángulo.

Segundos más tarde, mientras el cuerpo de Umberto caía desplomado hacia su estado de inconsciencia habitual, el extraño rectángulo desapareció en forma tan brusca como éste, en un principio, se había materializado.

Con gran agilidad e indudable sorpresa, Humberto logró esquivar todos los fragmentos que se dispersaron frente a su rostro en forma peligrosamente aleatoria. Más tarde, pese al esfuerzo invertido en tal propósito, nunca logró formular una explicación racional y coherente, excepto la muy habitual y recurrente fatiga de material, respecto al extraño fenómeno que desintegró su antiguo y bien conservado espejo pero, como muchas otras cosas, aquel artefacto era perfectamente reemplazable e incluso, durante aquella misma tarde, un nuevo y reluciente espejo, ignorante del drama antes ahí ocurrido a su inmediato predecesor, ocupaba aquel pretérito y vital espacio.

Lejos de ahí, Umberto comprendía finalmente que, en su mundo bidimensional e intangible, los objetos visibles nunca pasarían de constituir difusas e inalcanzables siluetas. Y estaría por siempre obligado a esperar, en su involuntario e insensible letargo, hasta que Humberto lo necesitara a su imagen y semejanza para satisfacer su propia y egoísta vanidad.

[1] Este cuento obtuvo el tercer lugar en el V Festival Víctor Jara de Todas las Artes, diciembre de 1994.

Deseo inesperado

Durante aquella calurosa mañana, Paulina se había levantado algo más tarde que lo habitual. Para la jornada festiva que recién comenzaba, su turno en el hospital se iniciaría al mediodía... tal como se había convenido al comienzo de la temporada estival. Además, según la tendencia observada durante las semanas previas, no habría demasiado ajetreo durante aquellos días.

Más tarde, después de preparar un suculento y nutritivo almuerzo-desayuno, una vez más comenzó a colocar todos sus pensamientos en orden. Sin embargo, de pronto escuchó el familiar sonido del timbre exterior a su apartamento. Muy intrigada por aquel matutino e imprevisto llamado, se dirigió hasta la puerta y, después de retirar algunos de los numerosos seguros ahí dispuestos, la abrió con mucha cautela, hasta donde la pequeña y resistente cadena de seguridad lo permitió.

—¿Sí? —preguntó.

—Correo privado —se identificó el inesperado visitante—. Traigo una encomienda para entrega urgente y personal. ¿Es usted…, eh…, Paulina Aguilar? —inquirió finalmente, después de observar el nombre del destinatario escrito en la hoja de despacho.

—Sí —asintió la joven, y de inmediato comenzó a retirar completamente la cadena de seguridad.

—Debe completar este formulario con sus datos y firmar al pie de la página —indicó la estafeta, al mismo instante que le entregaba el documento y un bolígrafo.

Segundos más tarde, después que ella devolvió el formulario completo y firmado, la estafeta le hizo entrega de una pequeña caja muy bien embalada.

—Gracias —dijo Paulina—. ¿Le debo algo?

—No —respondió su interlocutor—. El despacho a domicilio fue cancelado en forma íntegra por el remitente.

—Bien —asintió la joven, poco antes de cerrar la puerta—. Hasta luego, y muchas gracias.

—Hasta luego —se despidió la estafeta sin siquiera mirarla, después de guardar el formulario dentro de una carpeta y buscar la dirección para su próxima entrega, siempre dentro del mismo vecindario.

En aquel instante, como virtual reflejo condicionado, Paulina observó la hora que indicaba su pequeño reloj de pulsera.

—¡Demonios! ¡Once de la mañana! —exclamó enseguida, mientras dejaba la pequeña encomienda sobre una mesa de servicio, casi junto a la puerta de acceso principal.

Segundos más tarde, terminó de consumir su contundente refrigerio y salió con bastante prisa en dirección al hospital.

Afortunadamente para la joven, una de las estaciones del tren metropolitano se ubicaba a muy corta distancia de su apartamento, y aquel antiguo medio de transporte urbano aún constituía una indiscutible garantía de rapidez dentro de aquella congestionada y superpoblada metrópolis. No obstante, la regular carencia de aire fresco, sumada a esa habitual y pringosa humedad vaporosa al interior de los carros, era la gran desventaja en las horas de mayor demanda. Otro de los numerosos e interminables costos que debían pagarse a cambio de la cómoda y funcional vida dentro de la principal ciudad del país.

Con retrospectiva e insatisfecha curiosidad, mientras intentaba asimilar aquel tedioso e incómodo viaje, un pensamiento regresó a su mente.

Ni siquiera alcancé a leer quién era el remitente de aquella encomienda.

Minutos más tarde, poco antes de llegar hasta la estación de destino, Paulina aún seguía tan intrigada como al inicio del monótono y rutinario periplo.

¿Cuál será el contenido de aquel misterioso paquete? ¿Será algo importante o, tan sólo, algún nuevo tipo de propaganda?

Pero no halló una respuesta satisfactoria que la complaciera. Sólo podría especular, reflexionar, cambiar de opinión y seguir especulando.

Durante los últimos años se había popularizado en demasía el envío de propaganda a través del servicio de correos, público y privado. No obstante, Paulina no acostumbraba recibir este tipo de enganches publicitarios. En todo caso, según algunos, siempre existía una primera vez para todo.

No, se dijo algo más tarde, es demasiado voluminoso. Debe ser otra cosa.

El tren disminuía poco a poco su velocidad hasta detenerse por completo.

Bueno, Paulina, se dijo al momento de abandonar el carro, para ir en busca de una de las salidas de la estación, tendrás poco más de un día para seguir intrigada.

Después de apresurarse en el último tramo, era casi el filo de la hora cuando ingresó a las dependencias del hospital.

—¡Vaya! —exclamó al momento de firmar la planilla y registrar su hora de ingreso—. Todo bien hasta el momento. En todo caso —se cuestionó enseguida—, ¿valdrá la pena tanto sacrificio?

Desde ahí, la joven fue directamente hasta su casillero, ubicado en uno de los vestidores, para colocarse su atuendo habitual y entrar en funciones. A simple vista, parecía un día perfecto y completamente normal.

* * *

Al día siguiente, casi al término de su horario de trabajo, el balance general se presentaba bastante positivo. Las urgencias no habían sido demasiadas, y todas fueron atendidas casi en tiempo mínimo. Empero, una media hora antes de entregar el turno, llegaron dos carros asistenciales, junto a un vehículo particular y una patrulla policial, con los accidentados de una violenta colisión automovilística. Y éste sería el hecho fortuito que influiría, quizás en forma gravitante, sobre las futuras decisiones de la joven durante aquel día en particular.

Algo más tarde, pese al supremo esfuerzo desplegado por Paulina y el resto de los funcionarios que la asistieron en dicha contingencia, fue imposible salvarles la vida. Aquel no fue más que el cruel corolario a la impotencia de vivir dentro de un medio de recursos limitados que, de una u otra forma, acortaba la esperanza de vida de todos sus semejantes.

Siete personas, entre ellas cinco niños pequeños, no lograron salvar el escollo que se antepuso en su inexorable destino, gracias a la imprudencia de un conductor irresponsable que sólo atinó a darse a la fuga, escabullendo su directa responsabilidad cuando observó las consecuencias de su accionar. Indudablemente, este sería un amargo sabor que tardaría muchos días en disiparse desde la mente de la empática joven. El cansancio y la fatiga del momento, jugando siempre en su contra, ayudaron para que esta tragedia se magnificara en su apreciación personal. No obstante, como difícilmente tardaría en comprender, no estaba en sus manos evitar lo inevitable.

Cerca de una hora más tarde, después de comprar algunas provisiones en el supermercado más cercano a su domicilio, Paulina regresó a su hogar. Sin embargo, las últimas escenas vividas dentro de la sala de urgencias aún se repetían una y otra vez dentro de su mente. Sin duda, una ducha fría y un buen descanso le vendrían muy bien en aquel instante. Quizás lo justo y necesario para despejar su mente de aquellos confusos y crueles fantasmas incidentales de su profesión.

Después de ducharse, se preparó un vaso con leche fría y decidió recostarse durante un par de horas. Una pequeña y efectiva píldora para dormir la ayudaría a conciliar el sueño, dejando todas las preocupaciones fuera de su vida durante aquel efímero período de descanso, inducido química y fisiológicamente. Una situación artificial, pero muy cercana a la realidad pues, en aquellos tiempos, era casi imposible pretender algo más.

Unas tres o cuatro horas más tarde, Paulina despertó con un apetito muy feroz. Por lo mismo, procedió a desperezarse, contrayendo y estirando todos sus músculos con la presteza de un felino, y se levantó con prontitud.

Diez minutos más tarde, una pizza de tamaño familiar y muy bien condimentada adquiría la temperatura adecuada, gracias al práctico y eficiente horno de microondas, para derretir el queso y ser consumida casi de inmediato. De pronto, al retirar la pizza desde el horno para seccionar una porción adecuada al apetito de aquel instante, ella recordó el pequeño paquete que había dejado, poco antes del mediodía de la jornada anterior, sobre la pequeña mesa de servicio.

Casi en aquel mismo instante, poco después de cortar la pizza, decidió examinar la caja. Su peso era algo mayor que un kilogramo y el volumen ocupado era muy cercano a los dos litros. Siempre curiosa, procedió a buscar el nombre del remitente.

Es indudable que la curiosidad es una de las características ancestralmente inherentes a la especie humana, quizás la expresada siempre con mayor énfasis.

¿Wilhelm Pasternak?

La joven estaba asombrada.

Aquel nombre me parece muy familiar, pero… ¿de dónde?

Sin recordarlo por el momento, con mucha cautela y no menos delicadeza, procedió a retirar el resistente envoltorio y dejó al descubierto una sólida caja confeccionada en cartón piedra. Desde su interior, emergió un pequeño y muy atractivo cofre elaborado, al parecer, con madera de ébano y decorado con una multitud de delicadas incrustaciones metálicas, junto a una pequeña tarjeta de auténtico papel pergamino, a manera de sutil presentación.

«Para la joven más encantadora, sensata e inteligente que un día lejano conocí…», indicaba la tarjeta, sumada a las iniciales del desconocido remitente. Y todo escrito mediante una letra germánica muy estilizada sobre el amarillo pergamino.

Después de leer el mensaje, como es natural y comprensible, Paulina quedó mucho más intrigada que momentos previos.

Acto seguido, decidió abrir el pequeño cofre para indagar respecto a su contenido. Indudablemente, aquello la ayudaría a determinar el origen y propósito del mismo.