2,99 €
Martina Logan mantuvo una apasionada aventura amorosa con Noah Coltrane, un enemigo de su familia. Y cuando se quedó embarazada, decidió que tendría el niño sola. …la llevó directamente al amor. Pero, al descubrir que ella iba a ser la madre de su hijo, Noah, el soltero más empedernido, le pidió que se casara con él. Estaba decidido a convertir a Martina Logan en su esposa aunque tuviera que enfrentarse a todo el mundo…
Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:
Seitenzahl: 187
Veröffentlichungsjahr: 2019
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2000 Leanne Banks
© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Pasiones prohibidas, n.º 983 - septiembre 2019
Título original: Expecting His Child
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.:978-84-1328-674-7
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Prólogo
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Capítulo Once
Capítulo Doce
Si te ha gustado este libro…
Cruzó como un trueno el suelo polvoriento de Texas. Iba a lomos de un semental negro como si fuera uno de los cuatro jinetes del Apocalipsis. Martina Logan, aterrorizada, dio un paso atrás y se escondió detrás de un árbol. Entre los invitados de la boda de su hermano se oyeron exclamaciones de asombro y murmullos. Casi nadie podría identificarlo a esa distancia, pero Martina sí podía y el corazón comenzó a palpitarle a toda velocidad.
Era Noah Coltrane.
Noah obligó a ir más despacio al caballo y se dirigió a la zona de baile. Miró hacia la multitud y Martina trató de esconderse.
–¿Qué has venido a hacer aquí, Noah? –preguntó Tyler, el hermano de Martina.
–He venido a ver a Martina.
Las rodillas de Martina se convirtieron en gelatina y rezó para que no la viera. No estaba preparada para enfrentarse a él. Al menos, no todavía.
–Ella no quiere verte –respondió Tyler–. Sal de aquí. ¿No ves que estamos celebrando una boda?
–Entonces ella tiene que estar aquí –replicó Noah, mirando de nuevo entre la multitud.
–Vete de aquí. No quiere verte.
Martina cerró los ojos.
–Hablaré con ella –dijo Noah tras un silencio–. Dale el mensaje.
Temblando, Martina se tapó la cara con las manos. Una docena de imágenes le llegaron a la mente. Y le llegó el recuerdo de la voz cansina de Noah, el día en que lo conoció en Chicago. Recordó el momento en que se giró y vio al hombre más fascinante que jamás había visto.
Noah no era el típico vaquero. No solo sabía montar y utilizar el lazo, sino que también hacía esgrima y dedicaba parte del dinero del rancho a invertir en la Bolsa de Chicago. Cuando se conocieron, Martina estaba trabajando temporalmente para una compañía de ordenadores y Noah estaba haciendo un curso de empresariales.
Él la había hechizado antes de decir siquiera su nombre.
Martina todavía recordaba la tristeza que había sentido, tristeza que también se reflejó en la cara de él, cuando habían descubierto que sus respectivas familias se odiaban entre sí. Había tanto odio entre ambas familias de ganaderos, que se podía llenar el Mar Rojo con él. Pero no era solo que se hubieran peleado durante generaciones por la tierra compartida. Lo peor había sido que el abuelo de Noah había tratado de seducir a la esposa del abuelo de Martina y, poco después, la mujer había muerto.
Pero aun así Noah había sugerido con una sonrisa extraña que, ya que no estaban en Texas, podían fingir que sus apellidos eran otros.
Había sido el pecado más grande al que ella no había podido resistirse. Aunque, en realidad, había sido demasiado fácil enamorarse de él y el recuerdo de la pasión y las risas que habían compartido todavía la hacían temblar. Pero finalmente la realidad y la lealtad a su familia habían hecho su aparición. Y así, su relación había muerto tan repentinamente como había nacido. Martina, sin embargo, sufría todavía las consecuencias de su locura temporal llamada Noah Coltrane.
En ese momento, se mordió los labios, abriendo mucho los ojos, y se tocó el vientre abultado por el hijo de Noah. La horrorizaba pensar en el día en que tuviera que enfrentarse a él de nuevo. Sabía que ese día llegaría más tarde o más temprano. Noah Coltrane había sido hasta el momento su mayor pecado y su error favorito.
Y finalmente dio con ella. Seis semanas después de que él irrumpiera en la boda de su hermano, Noah llegó al edificio donde se encontraba el apartamento de Martina y su rostro esbozó una sonrisa cínica. Durante tres semanas, la mujer había hecho el amor con él apasionadamente, para después desaparecer repentinamente.
Aquello lo había herido profundamente en su ego, así que no la había perseguido. Se había dicho a sí mismo que la acabaría olvidando. Al fin y al cabo, con todo aquel odio entre ambas familias, la relación estaba condenada al fracaso desde un principio. Pero en los ojos de Martina había visto un fuego de independencia que armonizaba con el suyo y no había querido resistirse a ello.
El recuerdo de ella había ido creciendo en su memoria conforme pasaban los días. Se metía en sus sueños y se hacía mayor y más insoportable por el hecho de que estaba tratando de localizarla y no podía conseguirlo.
Entonces, decidió que tenía que encontrarla para liberarse de ella. Su paz llegaría cuando mirara en los ojos de ella y le demostrara que no podía esconderse de él. Su alivio llegaría al descubrir que no era la mujer que él pensaba que era. Luego, seguiría con su vida.
Mientras caminaba hacia la puerta, oyó el ruido que hacían sus botas sobre el pavimento y el canto de los pájaros en aquella mañana tardía de primavera. Se detuvo ante la puerta y pulsó el timbre.
–Un momento –dijo la voz de ella desde el interior.
Noah sintió un nudo en el estómago. Luego, oyó los pasos de ella acercándose.
–Sí, mantengo la cita. Estoy bien –dijo, abriendo la puerta–. Yo estoy… –al ver a Noah, su boca hizo un gesto de sorpresa, aunque de ella no salió ningún sonido.
Noah vio cómo tragaba saliva.
–Ten… tengo que dejarte –dijo finalmente.
Noah observó rápidamente el cabello oscuro y despeinado de ella, sus ojos azules llenos de asombro, la boca preocupada, el cuello largo y los pechos y vientre redondos.
El vientre más que redondo, abultado.
Las implicaciones del cambio de tamaño de su vientre provocaron que se hiciera a sí mismo un montón de preguntas. Ya que era evidente que Martina estaba embarazada.
¿De quién?
¿Sería suyo el bebé?
¿Cuánto tiempo llevaría embarazada?
La mente de Noah hacía todas aquellas preguntas, pero sus entrañas ya sabían la respuesta.
–He engordado –dijo ella con una sonrisa tan luminosa, que estuvo a punto de cegarlo. La mujer se cubrió el vientre con una mano–. Ya sabes cómo es. Algunas personas engordan por todas partes igual… Bueno, no puedo imaginarme a qué has venido –añadió inocentemente, tocándose el pelo.
Noah trató de apartar las imágenes que le llegaban. Escenas donde ella desnuda, tumbada al lado de él, gritaba su nombre. Escenas donde ella lo miraba a los ojos y él se perdía en sus profundidades. En aquellos momentos, habría jurado que ella también se perdía en él.
–¿Cuándo empezaste a engordar, Martina? –quiso saber–. ¿A las ocho semanas o doce después de verme por última vez? Debes de estar embarazada de más de seis meses.
La sonrisa de Martina se hizo más tensa.
–No recuerdo cuándo comencé a engordar.
–Y apuesto a que lo perderás todo de repente –replicó él, luchando por controlar sus emociones–. El bebé es mío, ¿verdad? –añadió, decidiendo que aquella situación necesitaba tanto de intuición como de inteligencia.
Ella dejó caer la mano con la que se tocaba el pelo y se tocó el abdomen. Luego, entornó los ojos, que brillaron con una mezcla de miedo y desafío.
–Es mío. ¿Quién te lo dijo?
–Nadie. Nada más verte lo he sabido –aseguró, temblando casi por el descubrimiento de que Martina fuera a tener un hijo suyo–. Tienes que dejarme pasar –añadió, sorprendido por la calma de su voz.
Martina hizo un gesto negativo.
–Ahora no puedo, tengo que salir. La empresa me permite que diseñe las páginas Web en casa, pero tengo que llevarlas allí una vez terminadas.
–¿Cuándo puedo venir? ¿El año que viene?
La sonrisa de Martina desapareció de su rostro.
–El año que viene sería demasiado pronto.
La mujer trató de cerrar la puerta de la casa, pero él se lo impidió al colocar el pie entre la puerta y el cerco.
–No voy a marcharme.
Los ojos de ella brillaron de rabia.
–He agotado mis reservas de agresividad con los hombres. No respondo bien a la fuerza.
–Bien, yo solo uso la fuerza cuando trato con alguien que no está siendo razonable.
Ella lo miró con escepticismo, pero se apartó de la puerta.
Martina había temido ese día. Sabía que tendría que contarle a Noah algún día lo del bebé, pero había decidido que sería mucho más fácil hacerlo a través del correo electrónico, o por fax, o mediante un mensaje enviado con una paloma mensajera. Nunca había encontrado el momento adecuado. A ella, como norma, no le gustaba demorar las cosas, pero al enamorarse de Noah ya había roto varias reglas.
Cuando el hombre pasó a su lado, recordó algunos de los estúpidos motivos por los que se había dejado seducir por sus encantos. Uno de ellos era su estatura. Ella era alta y era agradable la sensación de ser abrazada por un hombre aún más alto. También le gustaba el olor de Noah… una mezcla de cuero y musgo especiado, y su voz, así como el modo en que su mente funcionaba.
Después de vivir con un padre y dos hermanos decididos a protegerla, defenderla y dominarla, estar con un hombre que la trataba como un igual había sido como tomar demasiado tequila.
Martina tenía el presentimiento de que no podría contar con la sensatez de Noah en esos momentos.
El hombre echó un vistazo al estudio y luego se acercó a ella. Tenía una expresión tan intensa en el rostro, que el corazón de ella se encogió.
–¿Cuándo pensabas decírmelo? –preguntó con un tono de voz tranquilo, que no casaba con la turbulencia de sus ojos.
–Te lo iba a decir. Solo que no había decidido cómo.
–¿Cuándo? ¿Cuando el niño naciera? ¿Cuando nuestro hijo diera sus primeros pasos o cuando comenzara la escuela? ¿O quizá cuando llegara a la mayoría de edad?
Martina notó el matiz de dolor que había en su voz.
–Sé que debería habértelo dicho. Habría sido lo correcto, aunque el primer error fue tener una relación contigo. Cuando descubrí que estaba embarazada, no podía creérmelo y tuve que hacer un gran esfuerzo para asumirlo.
–Si me lo hubieras dicho, no tendrías que haberlo asumido tú sola.
El corazón de Martina dio un vuelco al recordar el pasado.
–Cuando nos conocimos, sabíamos que lo nuestro no iba a durar mucho. Tú mismo dijiste que podríamos disimular mientras estuviéramos en Chicago, pero nunca hablaste de tener un futuro juntos, porque sabías que no lo habría.
–En cualquier caso, el bebé cambia las cosas –replicó con decisión.
–Quizá para ti y para mí por separado, pero no para nuestra relación.
–Tenías que habérmelo contado –repitió.
–Sí, es verdad, pero primero tuve que acostumbrarme a la idea. Y decirle a mis hermanos que un Coltrane era el padre… –explicó, haciendo una mueca al recordar el hecho.
–¿Qué hicieron? ¿Mirarte como si fueras a dar a luz al Anticristo?
–Al principio sí, pero luego se calmaron.
–¿Les dijiste que yo era el padre?
–Les dije que había sido la cigüeña –pero la broma no produjo en Noah un cambio de actitud–, pero cuando apareciste en la boda de mi hermano, ya fue imposible negar que tú eras el padre. En cualquier caso, lo he llevado todo sola. La sorpresa inicial y los vómitos de por las mañanas. Todo. Soy fuerte y puedo seguir sola hasta el final.
Noah esbozó una sonrisa que de algún modo resultaba peligrosa.
–Nunca hablamos de tener hijos, pero tengo mis opiniones al respecto. Lo primero es que los padres deben estar casados. Así que nos casaremos cuanto antes.
Martina tomó aire sorprendida. Si el hombre no hubiera hablado tan seriamente, habría soltado una carcajada.
–Creo que no me has oído. He conseguido apartar de mi vida a tres hombres dominantes y no voy a atarme toda la vida a otro.
–El bebé merece tener a sus dos progenitores a su lado. Y supongo que los dos querremos cooperar en su educación. Desde luego, yo quiero enfrentarme a mi responsabilidad al respecto.
Martina notó la decisión en su voz y recordó la disyuntiva a la que se enfrentaba. Martina quería lo mejor para su hijo, pero nunca se casaría con Noah.
–Haremos turnos de visitas –contestó, tratando de parecer convincente.
–Esa es otra estupidez. Es una tontería que vivas aquí sola en Dallas cuando puedes vivir en mi rancho.
–Eso acaba de confirmarme que estás loco. ¿Has olvidado que el rancho de mis hermanos limita con el tuyo? ¿Crees que mis hermanos y los tuyos se alegrarán de esto? Yo, desde luego, no lo creo. Además, está la maldición de los Logan. Las mujeres de la familia Logan han demostrado una tendencia a la fatalidad cada vez que se han enamorado y casado. Admito que nunca pensé que la maldición me afectaría, pero por si acaso, ahora tengo una poderosa razón para querer vivir con buena salud, y esa razón es mi hijo.
Noah se quedó en silencio durante unos minutos. Parecía que estaba procesando cada una de sus palabras. Y parecía también que estaba planeando algo.
Martina tuvo una repentina sensación de peligro, pero trató de recuperarse. Ella podría enfrentarse a Noah Coltrane.
–Estaremos en contacto –replicó finalmente él, sacando una tarjeta y anotando un número de teléfono en el reverso–. Si necesitas algo, cualquier cosa, llámame. El que te apunto es el número del móvil –la miró a los ojos–. Dices que la maldición familiar consiste en que las mujeres de apellido Logan morirán cuando se casen… Pues olvídalo. Cuando te cases conmigo, no tendrás el apellido Logan. Llevarás el de Coltrane.
–Ni hablar de eso –replicó, observando cómo él se daba la vuelta y se dirigía hacia la puerta–. Seré una Coltrane cuando los texanos dejen de discutir por el derecho a las aguas o cuando tus hermanos y mis hermanos se den enormes abrazos. Y ninguna de esas dos cosas ocurrirá nunca –continuó, incluso sabiendo que estaba hablándole a la habitación, ya que Noah había desaparecido, aunque todavía se notara su presencia–. Seré una Coltrane cuando las estrellas caigan sobre el oeste de Texas.
Noah llevaba tanta adrenalina dentro de sí, que podría haber roto fácilmente el volante de su Tahoe por la mitad. Había fecundado a la mujer más cabezota y menos sensata de Tejas y tenía la intuición de que iba a tener que luchar con todas sus fuerzas para llevarla a ella y a su hijo al rancho de los Coltrane, que era donde deberían estar.
Una parte de sí, el indio místico que tenía dentro, lo había avisado de que a Martina le había sucedido algo importante. Se preguntó si por eso él se habría desvelado tantas noches. Aunque Noah sabía que era el más moderno de su familia, también sospechaba que la sangre india que corría por sus venas le hacía tener un sexto sentido difícil de explicar.
Dio un suspiro disgustado. Sería agradable que esos poderes de indio le sirvieran para algo más práctico que para pasar esas noches de insomnio. Que le sirvieran para encontrar algo que lo ayudara a vencer a Martina.
Para convencerla iba a tener que ponerse en su punto de vista. Noah sabía que era más abierto que sus hermanos, pero no estaba seguro de poder pensar como una mujer. ¡Dios santo! Sobre todo cuando el instinto de protección y posesión lo invadían al recordar que Martina llevaba un hijo suyo.
Dio un profundo suspiro y tomó el sendero polvoriento que conducía a su casa. Si fuera un día normal, él habría sentido el recibimiento que le daba su hogar. Zachary Tremon, el que tiempo atrás fue el primer capataz del rancho, siempre había dicho a Noah que, si llegaba en silencio, sería capaz de oír la voz de bienvenida cuando llegaba al lugar adecuado. Zachary había sido probablemente la causa de que ninguno de los hermanos Coltrane terminaran en prisión. Su padre, Joe, había sido un hombre cruel y dado a la bebida. Su madre, una estricta anglicana, había muerto de cáncer cuando ellos eran aún unos niños. Así que su infancia no había transcurrido en un ambiente precisamente agradable.
Sin embargo, una cosa que Joe había hecho bien justo antes de morir había sido contratar a Zachary. Durante el tiempo en que había estado en el rancho Coltrane, el hombre les había enseñado a Noah y a sus hermanos la disciplina de la esgrima. Y mucho más importante, los había enseñado a valorar el honor y lo que valía una vida honesta.
Noah echaba de menos a Zachary y habría cambiado su espada más valiosa por la posibilidad de hablar con él en esos momentos. Pero Zachary había dejado el rancho cuando Adam, el hermano mayor de Noah, había crecido lo suficiente como para hacerse cargo del rancho, insistiendo en que ya era hora de marcharse.
Noah miró al rancho, recién remodelado y ampliado, y esperó recibir la habitual sensación de bienvenida. En un día normal, sentía cómo el calor le entraba por el vientre y se expandía por sus venas.
Pero ese día no era normal. Sus hermanos no iban a celebrar precisamente una fiesta cuando les contara todo. Era más probable que se pusieran a discutir.
Noah esperó hasta que todos hubieron terminado la cena. Adam estaba tomándose su tercera cerveza, Jonathan estaba tumbado con los ojos cerrados y Gideon estaba encendiendo un cigarrillo.
–Tenemos que hacer planes para un cambio –declaró Noah.
–¿Otro? –preguntó Adam–. Ya hemos construido cabañas para los cursos de esgrima y para los rodeos que quieres organizar los fines de semana.
–Podemos esperar –añadió Gideon–. Quiero descansar un poco de constructores. Necesito fumar en paz.
–Entonces, hazlo fuera –murmuró Jonathan sin abrir los ojos. No le gustaba el hábito de su hermano.
–No es una construcción. Es un bebé.
Hubo un silencio total. Los ojos de Jonathan se abrieron de par en par. Adam y Gideon miraron a Noah.
–¿El bebé de quién?
–Mío. Patch, ¿puedes traer la botella de whisky y tres vasos? –añadió, mirando a la cocinera.
Jonathan, el hermano del que Noah se sentía más cerca, era el que tenía más personalidad y el más intuitivo de todos.
–¿Tú no vas a beber?
–Todavía no.
–Enhorabuena –replicó Gideon, levantando su vaso de whisky–. ¿Vendrá el niño con su madre?
–Sí, con Martina Logan.
Jonathan dejó caer su vaso. Adam y Gideon miraron a Noah con incredulidad.
–Será mejor que estés de broma –dijo Adam.
–No es una broma. Lleva en su vientre a mi hijo. Nos conocimos en Chicago. Ella no es como sus hermanos –aseguró, recordando la negativa de ella de unas horas antes–. De algún modo, es peor –dijo con una carcajada seca–, pero voy a casarme con ella y la traeré aquí a vivir. Y vamos a educar aquí al bebé.
Adam y Gideon se pusieron en pie.
–Has ido demasiado lejos esta vez –murmuró Adam–. La familia Coltrane no tiene nada que ver con la familia Logan. No nos vemos nunca y mucho menos nos casamos con ellos ni dejamos embarazadas a sus mujeres. ¡Diablos! Ni siquiera hablamos con ellas.
–Demasiado tarde –insistió Noah.
Gideon agarró a Noah por las solapas de la camisa.
–No es demasiado tarde. Dile que se desha…
–No quiero oír eso nunca más –protestó Noah, empujando a su hermano.
Adam hizo un gesto con la cabeza.
–Has ido demasiado lejos. Vete de aquí y no vuelvas nunca más.
Noah miró a Jonathan y vio en su cara la tristeza y la rabia que lo invadían.
–De acuerdo, me imagino que eso significa que no necesitáis el dinero que gané para el rancho en la bolsa.
Adam maldijo algo entre dientes.
–Sabes muy bien que ese dinero nos ha sacado del apuro durante este mal año –contestó su hermano, moviendo de nuevo la cabeza–. ¿Cómo has podido hacer algo así?
–Odio a la familia Logan tanto como tú, pero ahora me han repartido una nueva baraja de cartas y tengo que hacer lo correcto. Hemos pasado la mayor parte de nuestras vidas viviendo bajo las decisiones equivocadas de nuestro padre o de sus padres. Y yo no voy a seguir tomando decisiones equivocadas. Este bebé no es un error.
Adam y Gideon lo miraron con hostilidad.
Jonathan dio un suspiro y rompió el silencio.
–Me pregunto qué diría en estos momentos Zachary –musitó con calma.
Noah vio el cambio inmediato producido en sus hermanos. Adam respiró profundamente y lo miró con disgusto y aceptación a la vez.
Gideon miró hacia otro lado, claramente avergonzado. Era una persona que se enfadaba rápidamente, pero que era capaz de disculparse con la misma facilidad.
–Siento haber dicho que se deshicie… Lo siento –repitió–. Voy a dar un paseo.
–Yo me voy a la cama –dijo Adam.
Noah se quedó en medio del comedor con Jonathan. Este se acercó por la botella de whisky, se sirvió un vaso y luego se la pasó a Noah por si quería él también.
–Ya sabes que me suelen gustar muchas de tus ideas –comenzó a decir Jonathan–. Además, basta con ver que Adam se opone, para estar seguros de que lo que estás haciendo está bien. Pero en esta ocasión, creo que has ido demasiado lejos. ¿Es que te has vuelto loco o qué? ¿Cómo se te ocurre hacer algo así?
Noah dio un trago de whisky y sintió cómo le quemaba en la garganta.
–Quizá lleves razón –le contestó a su hermano–, pero no pude evitarlo.
–¿Qué quieres decir?
–Solo que no pude evitarlo. Pero, ¿qué es todo este interrogatorio? ¿Es que vas a aplicarme el tercer grado?
Jonathan trató de ocultar la sonrisa que las palabras de su hermano habían hecho aparecer.
–Por lo poco que sé de los Logan, la tortura que yo pueda aplicarte no será nada en comparación con la de Martina.
–Quizá –Noah se rio entre dientes con ironía.