Pau Capell - Pau Capell - E-Book

Pau Capell E-Book

Pau Capell

0,0
10,99 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

«He decidido escribir Lucha por tus sueños y ama lo que tienes porque tenía ganas de plasmar lo que llevamos dentro los deportistas profesionales y poder, así, profundizar más en lo que somos que en lo que hacemos. » Pau Capell es deportista profesional de carreras de montaña, tres veces campeón de la Copa del Mundo de ultratrails Ultra Trail World Tour (2018, 2019 i 2021) y ganador del Ultra Trail del Mont Blanc (2019). Con este relato, Capell muestra su parte más personal y comparte como ha conseguido su sueño deportivo, pero también habla de los obstáculos que ha tenido que ir superando. Un libro lleno de sinceridad, pasión y esfuerzo.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 281

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Pau Capell Gil (Sant Boi de Llobregat, 1991) es deportista profesional especializado en carreras de larga distancia por montaña. En agosto del 2019 se proclamó ganador en el Ultra Trail del Mont Blanc, una de las carreras de montaña más prestigiosas del mundo, hecho que lo convirtió en el tercer catalán en alcanzarlo, después que lo hicieran Kilian Jornet y Núria Picas.

Capell estudió en la Escola Esportiva Llor, de Sant Boi de Llobregat, donde aprendió qué era el deporte en equipo. Durante toda su infancia practicó distintos deportes: fútbol, tenis, golf, vela...

Posteriormente se graduó en Ingeniería Industrial, especializado en Mecánica, y cursó un Máster en Dirección de Empresas Industriales, aunque no se ha dedicado nunca a esto profesionalmente.

 

 

«He decidido escribir Lucha por tus sueños y ama lo que tienes porque tenía ganas de plasmar lo que llevamos dentro los deportistas profesionales y poder, así, profundizar más en lo que somos que en lo que hacemos.»

Pau Capell es deportista profesional de carreras de montaña, tres veces campeón de la Copa del Mundo de ultratrails Ultra Trail World Tour (2018, 2019 i 2021) y ganador del Ultra Trail del Mont Blanc (2019). Con este relato, Capell muestra su parte más personal y comparte como ha conseguido su sueño deportivo, pero también habla de los obstáculos que ha tenido que ir superando.

Un libro lleno de sinceridad, pasión y esfuerzo.

 

Primera edición: febrero del 2023

© del texto: Pau Capell Gil

@paucapell (Twitter)

@paucapell (Instagram)

https://www.facebook.com/paucapellultra

© de la edición:

9 Grupo Editorial

Lectio Ediciones

C/ Mallorca, 314, 1º 2ª B - 08037 Barcelona

Tel. 977 60 25 91 - 93 363 08 23

[email protected]

www.lectio.es

Diseño y composición: 3 x Tres

Fotografía de portada: Damiano Levati/StorytellerLabs

ISBN: 978-84-18735-27-1

Producción del ePub: booqlab

No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su incorporación a un sistema informático, su transmisión en ninguna forma ni por ningún medio, sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del copyright.

 

 

 

Para mis padres, hermanos, amigos y conocidos.Para vosotros, porque habéis estado a mi lado en cualquier situación vivida y porque me habéis enseñado que la vida cobra importancia cuando la puedes compartir con los que amas. Porque luchar por lo que quieres cobra fuerza cuando lo puedes hacer con las personas que te rodean.

Y también lo dedico a todos vosotros, lectores y lectoras.A los que conozco, espero que os haga revivir momentos mágicos, y a los que no conozco, deseo que disfrutéis de la lectura y que podáis sacar cosas buenas de ella.La vida se trata de eso mismo: de sacar cosas buenas delos momentos difíciles. Y lo continuaremos haciendo.

¡Salud y montaña!

Introducción

Me llamo Pau Capell Gil y soy inquieto de nacimiento, perseguidor de sueños y deportista profesional del trail running. La carrera universitaria de ingeniería industrial me enseñó a ordenar las ideas, y tuve claro que quería luchar por mi tiempo y hacer lo que realmente me llenaba. Entonces empecé a aprender a ser un poco más feliz.

Me gusta aprovechar el tiempo, odio los momentos de no hacer nada. La observación interna es el punto álgido del ser humano y, hoy en día, es muy necesaria para la sociedad. Hay que escuchar antes de hablar.

He decidido escribir Lucha por tus sueños y ama lo que tienes porque tenía ganas de plasmar lo que llevamos dentro los deportistas profesionales y poder, así, profundizar más en lo que somos que en lo que hacemos. Me dedico a correr por la montaña largas distancias, y siempre digo que he perdido más veces que he ganado, aunque siempre siempre siempre he terminado llevándome alguna cosa positiva de cada situación.

Lucha por tus sueños resume el propósito que me hace levantar cada mañana para perseguir mis ilusiones, para darlo todo en cada entrenamiento y para acostarme cada noche pensando que he hecho todo lo que tocaba.

Ama lo que tienes hace referencia a la familia, la pareja y los amigos. Se trata de amar y valorar a las personas que tengo a mi lado y que me acompañarán a cumplir mis sueños… Porque no existe nada mejor que un abrazo de alguien que te quiere en algun momento del día.

En este libro te contaré vivencias personales, momentos especiales que he vivido con la familia y situaciones límite que me han pasado en las carreras, y me abriré —metafóricamente hablando— para relatarte como conseguí mi sueño deportivo. Lo haré sin escrúpulos, con mucha sinceridad y esperando que pueda ser motivacional para ti. ¡Conócete a ti mismo!

Capítulo 1

Lucha por tus sueños y ama lo que tienes

 

 

 

El ser humano es racional, pero muchas veces no sabemos valorar lo suficiente las palabras que decimos, o simplemente no llegamos a entender su significado real. Desde siempre he sido una persona analítica en diferentes aspectos de mi vida, y con las palabras también. Me gusta poner el ejemplo de una de las expresiones más potentes de nuestro vocabulario: te quiero. Estas sencillas palabras, según como se pronuncien, tienen muchos significados diferentes, y en nuestra lengua suenan muy bien. Es posible que las nuevas tecnologías, y sobre todo los mensajes instantáneos de móvil, como el WhatsApp, hacen que se pierda la importancia del sonido y, por lo tanto, también el valor que podemos dar al sonido de las palabras.

¿Cuántas veces habéis dicho te quiero mirando a los ojos de la persona que tenéis delante? Abrirnos para mostrar los sentimientos a veces nos da vergüenza, porque no es un acto frecuente en nuestra sociedad, y tendría que ser más habitual de lo que es. ¿No es verdad que cuando alguien nos mira y nos dice te quiero se generan unas vibraciones únicas en nosotros?, ¿como si una especie de rayo que nos saliera de muy adentro nos removiese todo el cuerpo?, ¿y si la sensación que nos producen estas palabras la pudiésemos extender a toda la gente de nuestro alrededor?, ¿no sería maravilloso?

Seguramente por vergüenza, porque nos molesta, no nos abrimos como quizás deberíamos hacerlo.

Lucha por tus sueños y ama lo que tienes. Una frase formada por cuatro palabras clave: lucha, deseas, ama y tienes. Cada palabra tiene su significado por separado, pero las cuatro juntas en esta frase adoptan una dimensión única.

La sociedad que nos rodea, en la cual vivimos, nos ha llevado y nos lleva a vivir el día a día como si fuéramos robots. Y lo que es más grave de todo: nos estamos acostumbrando a eso. Esta sociedad de consumo nos obliga a madrugar para ir a trabajar, y que trabajemos jornadas de como mínimo ocho horas, que en algunos casos se convierten en doce o incluso más. Durante todo este tiempo exprimimos los minutos buscando un resultado empresarial, pero no un crecimiento sentimental, con todo lo que la palabra sentimental significa. El día se termina y no ha habido tiempo para demasiado…

La preocupación llega cuando los años van pasando y estas jornadas intempestivas se convierten en nuestra normalidad y nos damos cuenta de que ya hemos acabado formando parte de esta sociedad del consumo. Y sabemos que de aquí no saldremos si no damos un puñetazo en la mesa… Y muchas veces eso es muy difícil de hacer.

Era joven, tendría veintitrés o veinticuatro años, cuando decidí luchar por lo que quería. Y pensaréis: ¿Cómo lo hizo? Pues muy fácil. En aquel tiempo compaginaba un trabajo por las mañanas con mis estudios de Máster en Dirección Industrial, y mi día a día consistía en trabajar, estudiar y tratar de encontrar una horita para entrenar un poco, para divertirme haciendo deporte. En ese momento me di cuenta de que el deporte representaba mi vía de escape de la intensa rutina diaria, del estrés que supone trabajar y estudiar. Mi momento lo vivía cuando corría por las montañas del Baix Llobregat. Pero, si lo analizaba bien, aquella rutina era bastante estúpida… Me explico. A lo largo del día me pasaba trece horas fuera de casa. De estas horas, pasaba cinco estudiando, cinco trabajando y una entrenado. Las otras dos horas las invertía en comer, en el transporte y en otras cosas del día a día. Si hacía balance me salía que, de estas trece horas, solo era realmente feliz durante una, cuando corría por la montaña. Los días pasaban y no dejaba de pensar que, si pudiera invertir el tiempo que destinaba a cada actividad, quizás podría ser feliz muchas más horas al día y, por lo tanto, viviría mi vida de una manera más plena…

La idea fue cogiendo forma. La teoría la tenía bien aprendida, ahora me faltaba ponerla en práctica. Y cuando terminé los estudios, invertí la balanza. Dejé el trabajo para dedicar aquellas cinco horas a entrenar de manera profesional y así intentar sacar el máximo provecho de mi pasión.

Hasta aquel momento había ido tanteando el terreno. Había sido campeón de Cataluña de carreras de resistencia y campeón de España de ultratrails, y por ese motivo recibía unas cuantas ayudas que me permitían vivir de mi pasión. Pero no era suficiente y debía luchar por lo que quería: ser profesional.

Cada día me levantaba con energía y ganas de mejorar, entrenaba motivado. Tenía un reto por delante y quería intentarlo. Puede parecer una locura que, después de terminar una ingeniería y un máster, me dedicara a correr sin sacar beneficio de mis estudios. Pero eso no es del todo cierto, porque la ingeniería me había permitido estudiarme a mí mismo —cosa que también pasa con el hecho de correr— y aprender a ordenar las ideas, a tener una estrategia. Y lo apliqué en mi intento de ser profesional, reaccioné como lo haría un ingeniero en un entorno natural. Mi jornada laboral de cuatro o cinco horas entrenando me dejaba cansado pero contento. El entreno no es solo correr, sino que lo conforman muchos detalles que no se llegan a ver, como la nutrición, la fisioterapia, el descanso y la recuperación, entre otros. A medida que pasaba el tiempo podía percibir las mejoras y normalicé esta situación: me levanto, desayuno, entreno, recupero y paso un rato con los míos. Día tras día…, y cada día era más feliz. Así fue como apliqué a mi vida aquellas dos palabras: luchar y amar. Puede parecer algo difícil de llevar a cabo, pero solo hace falta fuerza de voluntad y ganas.

Tarde o temprano tenía que recibir mi recompensa. Seis meses después de mi cambio de vida, en el año 2015, gané uno de los ultratrails más importantes del mundo, la Transgrancanaria. Tenía veinticinco años y todavía era un poco joven para carreras de entre 125 y 170 kilómetros, pero tenía muchas ganas de comerme el mundo. Y del brazo de la victoria llegó el primer contrato importante de la marca que me patrocina: The North Face. Ahora todo era menos complicado, porque tenía mi pequeño sueldo, los gastos cubiertos y ninguna preocupación económica que pudiera interferir en mis entrenos. De esta manera, mejorar fue fácil, porque tenía ganas y objetivos por cumplir.

Todo esto significa lucha por tus sueños. El hecho de arriesgarse para conseguir unos objetivos y la vida que deseas vivir, y perseguirlo con mucha intensidad. Soy una persona cabezota y cuando se me mete una cosa en la cabeza no paro hasta conseguirla, y eso me ha llevado a vivir grandes momentos, pero también unas cuantas decepciones, como la retirada, aquel mismo 2015, en Madeira, cuando solo llevaba tres horas y media de carrera.

Madeira tiene una de las geografías más abruptas y espectaculares que he visto nunca. De origen volcánico, tiene grandes subidas, grandes bajadas, escaleras naturales en mitad de la montaña, naturaleza salvaje por todas partes…, ¡es una isla fantástica! Tenía muchísimas ganas de participar en la carrera de 115 kilómetros que se organiza, con un desnivel descomunal, y llegaba con una dinámica muy buena después de haber ganado la Transgrancanaria y alguna carrera más… No podía ser mejor momento para intentarlo. La salida era a las once de la noche y las horas nocturnas, en Madeira, normalmente son frías y húmedas. Aquella noche no fue una excepción. Los bosques estaban mojados y cada vez que entrábamos en uno salíamos empapados. Todo esto, que puede parecer estrambótico para vivirlo de madrugada, para nosotros representa habitualmente una experiencia fantástica. En carreras así llegas a vivir cosas que no son «normales», y eso las hace especiales. Te sientes como un gladiador entre unas montañas que se te podrían zampar en cualquier momento.

Pero en aquella ocasión yo no me sentía así. Iba en cabeza de la prueba con un grupo de seis corredores y, a pesar de eso, los kilómetros me pesaban y cada vez me notaba más apagado. Físicamente me encontraba bien, sin problemas, podía correr como quería y no me fallaban las fuerzas. Recibía el apoyo de mi gente y de los aficionados que se habían situado a lo largo del recorrido para animarnos. Todo tenía muy buena pinta… desde fuera. Porque en mi interior empecé a sentir pereza de correr, había perdido las ganas. Eran las tres de la madrugada y bajábamos en dirección al kilómetro 40. En ese momento decidí abandonar. Era uno de los cuatro corredores que iban en cabeza y los organizadores se quedaron de piedra cuando lo anuncié: «Aquí os dejo mi dorsal, ¡me vuelvo al hotel a dormir!» Llevaba una hora dándole vueltas en mi cabeza a la pregunta ¿qué diantre hago aquí?… Tan solo pensaba en el hotel, en la cama y en dormir. Deseaba huir de aquel entorno excitante porque, simplemente, no tenía ganas de esforzarme.

Cuando llegué al hotel, recuerdo que me puse a llorar, y mucho. Lloraba porque no sabía por qué había abandonado la carrera, pero la verdad era que lo había hecho. Había abandonado mi pasión y no había luchado por lo que deseaba. Me sentía derrotado, y no por otro corredor, sino por mí mismo, y eso era lo que más me dolía. Me costó mucho dormirme y cuando me desperté, a la mañana siguiente, lo primero que pensé fue: «¿¡Pero qué has hecho, Pau!?»

Después de aquello pasé unos días complicados, en los cuales dudé mucho sobre lo que tenía que hacer en las próximas semanas, si correr profesionalmente era lo que realmente deseaba o no. ¿Por qué abandonamos una cosa cuando eso es lo que deseamos? De aquella experiencia aprendí que a veces no nos es fácil tener alineados nuestros sentimientos con el momento que estamos viviendo, pero que cuando lo intentamos y lo conseguimos es cuando somos felices de verdad.

En todos los momentos importantes, y en Madeira también, he tenido a mi familia cerca, para compartir con ella mis sentimientos. Y es que es tan necesario entender nuestros sentimientos… Ya lo dicen, que los sentimientos mueven montañas, y es totalmente cierto. Podemos hacer lo que nos gusta, pero si estamos vacíos por dentro el resultado no será el esperado. Tenemos que compartir la vida y lo que nos pasa con la gente que nos importa. Y aquí es cuando aparecen las dos palabras que nos faltaban para completar la frase: ama y tienes.

Ama lo que tienes. Amar a las personas con las que convivimos es importante, y demostrárselo todavía lo es más. Dicen que nacemos y morimos solos, pero la verdad es que en estos dos momentos, generalmente, estamos acompañados. Y, a lo largo de la vida, nos relacionamos con muchísima gente, nos cruzamos con miles de personas, pero solo un tanto por ciento muy reducido de estas personas llegan a contactar visualmente con nosotros. Y después de este contacto visual, solo con un tanto por ciento muy pequeño de ellas llegamos a cruzar alguna palabra. Y, todavía más, solo un ínfimo tanto por ciento de estas palabras que hemos cruzado pueden derivar en conversaciones e, incluso, en vínculos sentimentales que nos llenan de vida. Amar es eso: vida. Como seres humanos, necesitamos querer y sentirnos queridos. Y siempre me gusta recalcar que la palabra amar debería escribirse en mayúsculas. Amar con los brazos abiertos y el corazón muy grande, e intentar con todas nuestras fuerzas que la gente que nos rodea sea feliz. Este es mi segundo objetivo en la vida: querer a mi gente.

En las carreras de ultradistancia vivimos tantos momentos complicados, en los cuales nos cuesta levantar cabeza, que el amor que recibimos de la gente que nos rodea es la clave. Y aquí es cuando te das cuenta de que lo más importante es sentirse querido y demostrarlo a los que te rodean. Y cuando alguien a quien has querido mucho te falla, entonces duele de verdad. Así es la vida, una rueda de sentimientos que no para y que tienes que procurar entender y mantener en la línea y que se desvíe lo menos posible.

Soy un enamorado de la Navidad, de las comidas y las cenas familiares. Me encantan. Sentarnos a la mesa para compartir una comida es la excusa perfecta para reunir a los que más quieres, y hablar de la vida y de todo lo que se nos ocurra, sin otra intención que la conversación discurra fluida y que todos nos sintamos a gusto. En casa somos así, nos gusta vivir estos momentos. Mentiría si digo que la organización de estos encuentros no trae de cabeza a mi madre, que siempre es quien se encarga de la logística y de prepararlo todo; pero, cuando termina el día y nos sentamos en el sofá, siempre decimos: «¡Oh, cuánta tranquilidad ahora…! Pero hemos estado tan bien…»

Querer y sentirse querido puede parecer muy fácil, pero es muy complicado de mantener en equilibrio. Pero, cuando lo tenemos todo encarado y tal como deseamos, poco más hace falta para ser felices.

Capítulo 2

Del todo a la nada, o al revés

 

 

 

Escribir un libro podría parecerse a correr un ultratrail. Pasas por momentos en los que todo sale bien y dejas fluir lo que llevas dentro, y por otros en los que no ves el final y cuesta avanzar. Pero, en ambas situaciones, hay un instante en el que dices: «¡Ahora sí, eso es lo que estaba buscando!»

Correr… ¿Cómo puede una simple palabra englobar tantas cosas? Correr viene a ser como andar muy deprisa. Siempre lo he dicho, intenta dar un paso tras otro y, cuando domines esto, hazlo muy rápido. ¡Tan rápido como puedas! Este gesto, actualmente, lo llamamos correr.

¿Y qué podemos decir de esta sociedad que nos hace correr por todo? Nos levantamos por la mañana y corremos para ir a trabajar, salimos del trabajo y corremos para regresar a casa o para aprovechar lo que queda del día, vamos a comprar y corremos, comemos a toda velocidad y sin parar un momento… Todo sucede muy deprisa. Quién no ha escuchado: «¡Vaya, ya estamos de nuevo en verano!» Y es que no nos damos cuenta y la vida nos pasa en un abrir y cerrar de ojos.

Y llega el fabuloso fin de semana y al fin podemos parar, y qué bien nos sienta… Ese despertador que hoy no nos avisa de que tenemos que apresurarnos o llegaremos tarde, ese tranquilo café mañanero… A esta sensación yo la llamo detenerse para saborear el momento mágico. Y es aquí donde me detengo, en la magia.

Todos tenemos alguna cosa dentro que nos hace diferentes de los demás, que nos hace especiales. Y al ser diferentes unos de otros, cada cual tiene un momento particular que lo transporta a un lugar imaginario único. Algunas personas lo han podido encontrar y se enganchan a él —nos pasa a muchos corredores—, pero habrá otros que leerán estas líneas y considerarán que este momento no lo han vivido nunca. Si sois de estos últimos, buscadlo, porque lo encontraréis.

Tenía veinticuatro años y me encontraba en la línea de salida de una de las carreras más importantes del mundo: la TDS del Ultra Trail del Mont Blanc, de 125 kilómetros. Con la inocencia de un niño y con mucha ilusión, me había preparado para correr por las montañas italianas, atravesarlas para llegar a las francesas y cruzar la línea de meta en Chamonix. Había calculado al detalle la carrera y pretendía hacerla en 14 o 15 horas. Y finalmente me encontraba en la línea de salida. Lo que no sabía aún era que aquel día de agosto del 2015 terminaría encontrándome con aquel momento mágico. Os lo cuento tal como lo viví.

Son las cinco de la madrugada y me despierto de pronto, faltan dos horas para que empiece la carrera. Me encuentro en el pequeño pueblo de Courmayeur, que hace frontera con Francia en la parte italiana. He pasado la noche medio en vela, mi sueño no era nada profundo, y los nervios me han impedido descansar como me hubiera gustado. Pero ahora estoy completamente despierto, lleno de adrenalina y con ganas de empezar. Cuando salgo a la calle veo que Courmayeur está lleno hasta los topes. ¡Cuánta gente! Muchos corredores, pero también muchas familias que animarán a sus seres queridos para que puedan conseguir su objetivo.

Yo no voy solo, tengo la suerte de que siempre me acompaña mi familia. ¡Son el mejor equipo que podría tener en este momento para intentar superar este reto! Durante el recorrido me irán ayudando en los puntos de asistencia que la organización facilita a los corredores, y allí me podrán ofrecer comida, bebida y ánimos para seguir adelante.

Me acerco a la salida convertido en un verdadero saco de nervios. No puedo describir esta sensación. Con un simple papel se podría cortar la barrera que ahora mismo tengo delante mío, una barrera formada por nervios, respeto y miedo. Pues sí, miedo. Porque nunca sabes qué te puede pasar con tantos kilómetros por delante, y también porque no sabes como te responderán hoy las piernas. Me las miro e intento comunicare con ellas, animarlas. «¿Estáis preparadas para esta aventura?» Mejor no continuar hablando con ellas, no sea que se echen atrás…

Me dispongo a llevar a cabo mi pequeño ritual supersticioso. Desde la misma línea de salida y tres minutos antes del disparo característico, ejecuto diez saltos muy altos. ¡Me activo! Cuando falta un minuto salto tres veces más… Rápidamente miro a mi asistencia y me despido de mis padres con un «os quiero». El minuto que falta hasta el disparo de salida se hace eterno, o eso me parece a mí. Me empiezan a pasar mil imágenes por la cabeza: muchos entrenamientos para preparar esta carrera, muchas horas invertidas y mucha ilusión —¡y en eso no me ganará nadie!—. He decidido que cuando me ponga a correr no pensaré en la meta, solo lo haré en llegar al primer avituallamiento, y cuando salga de ese pensaré en el próximo, y así iré tirando, hasta poder cruzar la línea de meta de Chamonix… Finalmente suena el disparo y ¡empezamos!

Hace ya un rato que estamos corriendo y considero que no voy tan mal. Estoy a punto de coronar la primera cima y me encuentro entre los cinco primeros clasificados. En realidad somos un grupito que nos vamos relevando para intentar subir la cuesta más rápido. Sin embargo, por delante se han escapado tres corredores que espero poder atrapar cuando iniciemos el descenso de la cima. Uno de ellos también es catalán, Jesed Hernández, un corredor muy bueno que tengo como referente desde que empecé este camino de las carreras de montaña.

Me gustan mucho los descensos, donde puedo correr, sentir que las piernas se mueven rápido y que todo el cuerpo intenta ir a la una. Las subidas me resultan más pesadas, qué queréis que os diga… Este descenso es rápido y, además, nos llevará hasta el kilómetro 50. Entre medio, unas cuantas subidas cortas me hacen perder el ritmo, por eso decido que haré unas corriendo y otras andando para intentar no desgastarme.

Ahora mismo estoy en una nube: durante la bajada he atrapado a los dos primeros y llegamos los tres juntos al avituallamiento del kilómetro 50. Allí me espera mi asistencia con todo lo que tengo que comer y llevarme para el camino hasta el siguiente punto. Todo está preparado sobre la mesa, bien estructurado y dividido por zonas. En ese momento me fijo en que Jesed busca a su asistencia y no la encuentra. En carreras de este estilo, donde los puntos de avituallamiento están muy alejados los unos de lo otros, puede pasar que tu equipo de asistencia no consiga llegar a tiempo. Obviamente y sin pensarlo ni un momento, le ofrezco parte de mis raciones, seguro que algo le servirá para recargar energía y mantener sus fuerzas.

Lo cierto es que si Jesed se mantiene fresco y fuerte eso también me beneficia a mí, ya que podemos presionarnos mutuamente y así separarnos más de los corredores que nos persiguen. Se nos une Yeray Durán. Este atleta canario se encuentra en la cima de la forma física de toda su carrera deportiva y, aunque lleva un brazo inmovilizado, está bordando la prueba.

Recuerdo que cuatro semanas antes del inicio de la TDS me encontraba recorriendo la Cavalls del Vent con este atleta. Habíamos decidido hacer un pequeño stage de dos días para prepararnos para la prueba de Chamonix. La travesía Cavalls del Vent es un recorrido que transcurre por la sierra del Cadí y pasa por los refugios que protegen el Parque Natural del Cadí-Moixeró. Durante aquel stage habíamos pensado hacer un total de 84 kilómetros, saliendo de Bagà —aunque no es el inicio oficial de la ruta, nos gusta empezar desde el pueblo donde se celebra el Ultra Pirineo—. Pasaríamos dos días corriendo y relajándonos a la vez. Parece una paradoja llamar relax al hecho de correr 45 kilómetros diarios, pero para nosotros era así. Poder recorrer los senderos del Cadí-Moixeró siempre es un regalo, y poder detenerse en el refugio Prat d’Aguiló para descansar representaba el mejor premio al esfuerzo que haríamos. En Prat d’Aguiló nos aguardaba Camarón, el guarda del refugio. Habíamos quedado que pasaríamos la noche allí para poder recuperar fuerzas después de la primera etapa. Hace muchos años que conozco a Camarón y siempre que corro por la zona aprovecho para hecerle una visita, y siempre me recibe con una sonrisa y mucha energía positiva. Habrá quien considere que dormir en un refugio es incómodo, que compartes el espacio con demasiada gente y que el ruido durante la noche puede interferir en el descanso… Esto último puede ser cierto, pero el remedio es tan sencillo como llevar unos tapones para los oídos y así solucionas el pequeño inconveniente… Pues bien, el segundo día de aquel pequeño stage, Yeray sufrió un percance cuando ya llegábamos al refugio Lluís Estasen. Un cable hizo que tropezara y, del golpe que se dio en la caída, se le hincharon bastante la mano y el codo. Aquella lesión no tenía buena pinta… Ante este imprevisto, Yeray decidió recortar el camino bajando directamente hacia Bagà, mientras yo terminaba la ruta planteada inicialmente. Aquella misma tarde recibí un mensaje de Yeray contándome que se había fisurado el radio y que quizás eso le impediría correr la TDS del Mont Blanc, la prueba que preparábamos específicamente durante aquel entrenamiento… Pero no fue así, y ahora estaba corriendo, ¡incluso con el brazo inmovilizado!

Vuelvo a la realidad de la carrera alpina. Miro hacia adelante y veo una montaña que no se termina nunca, ¡parece que tendré que subir hasta el cielo! Soy uno de los tres primeros y rápidamente desenfundo los bastones. Hará falta sufrir para superar los más de 2.000 metros positivos que vienen ahora. Me propongo seguir un ritmo constante al inicio, sin complicarme la vida. No quiero quedarme sin gasolina a media cuesta. Pero, cuando ya llevo 20 minutos ascendiendo, observo que los otros dos corredores empiezan a quedarse atrás, más atrás de lo que sería normal. En este momento me planteo si estoy yendo demasiado rápido y si eso hará que después no aguante… ¿Es una locura ir solo si todavía faltan 70 kilómetros y un buen desnivel por delante? Quizás es esto lo que nos gusta en este tipo de carreras, que nada está escrito y a veces simplemente es cuestión de apostarlo todo y perseguir lo que deseas con todas tus fuerzas.

¿Y qué se puede esperar que haga un chico de veinticuatro años? Pues que tome la decisión de apostarlo todo en la casilla del todo o nada, ¡sin duda! Así que me pongo a clavar los bastones como no lo había hecho hasta entonces y la musculatura de las piernas se me empieza a endurecer. La subida se lo merece. Entonces, a media subida, miro atrás y no veo a nadie… Los supero en cinco minutos como mínimo. ¡Qué sensación! Si correr por la montaña mítica del Mont Blanc ya es un sueño hecho realidad, hacerlo en la carrera más dura de las que se celebran y poder ir el primero ya a media carrera es algo indescriptible. Pienso en esta sensación, me transporto a otro lugar y mis piernas corren por inercia. Estoy flotando a 2.000 metros e intento gravarme en la retina todo lo que mis ojos pueden ver y oler intensamente aquella naturaleza que me está abrazando. Acabo de superar el primer collado de esta larga subida y corro tan rápido como puedo por una pista que me conducirá hasta el collado siguiente y, por fin, podré conquistar esta larguísima subida. Mi mente sabe que después de coronar la cima todo será más fácil hasta la meta. ¡No me puedo distraer!

Pero entonces me doy cuenta de que esta segunda parte me está costando más y no lo entiendo. Hace solo tres minutos sonreía mirando las montañas y ahora me encuentro en el peor momento de la carrera. Ya llevo unas ocho horas corriendo, y las piernas lo saben. Están cansadas, quizás las he forzado demasiado en las últimas dos horas… Intento enviarles gasolina tomándome un gel, a ver si eso las reanima. Con más pena que gloria llego hasta arriba, y decido parar y coger aire. Llevo demasiado rato resoplando, sufriendo y dando vueltas a la misma idea: «¡Quizás te has pasado!» Me quedan 30 kilómetros de muchas bajadas y alguna subida corta, parece que el terreno me puede favorecer. Miro hacia atrás, desde aquí arriba seguro que puedo ver a los competidores… Y los veo. Están lejos. Calculo rápidamente distancia y tiempo —los estudios de la carrera de ingeniería se pueden aplicar en muchas situaciones…— y, si no me equivoco, les llevo unos doce minutos de ventaja. Es mucho tiempo, pero no suficiente… Si tengo una pájara o un globo —así se conoce coloquialmente el hecho de no tener más fuerzas para continuar y tener que caminar más de la cuenta— me atraparán pronto. Me lanzo montaña abajo hasta llegar al avituallamiento de Les Contamines, en el kilómetro 90.

¡Qué gentío se ha reunido allí! Llego muy cansado, pero intento disimularlo. Mi asistencia me espera y esta vez dispongo de más tiempo. Me dice que me relaje, que llevo tiempo de ventaja y que recargue fuerzas con comida. Le hago caso, no me queda otra llegados a este punto. Mi equipo es mi mano derecha, me conoce muy bien, y si me lo dice es porque me está viendo cara de cansancio, de agotamiento e, incluso, de estar ya un poco harto de forzarme a mí mismo como si fuera un conejo perseguido por los depredadores. Noto una mirada que me observa atentamente y eso me genera un poco de tensión. Se trata de la asistencia que espera a Yeray, que está a punto de llegar, y me parece que me está analizando para descubrir si he llegado a mi límite. Al mismo tiempo, oigo la voz de mi asistencia dándome indicaciones; solo la oigo, no la escucho. Mi mente se encuentra en otra órbita, ya piensa en la subida que viene ahora, que es corta, de cinco kilómetros, pero muy pronunciada, mucho. Mi mente piensa y piensa hasta que, finalmente, mis oídos vuelven a estar atentos de nuevo. «¿De acuerdo, Pau? Pues venga, ¡a correr!», escucho que me dicen.

Como si fuera un robot, pongo un pie delante del otro y así sucesivamente hasta empezar a correr. Salgo de allí animado por los gritos de la gente, pero pronto dejo de correr y me pongo a andar: empieza la subida. ¡Y qué subida! ¡Cómo me está costando! Cruzo el pueblo y en los balcones veo vecinos que me animan en francés, oigo música a todo trapo que sale de sus casas y que me gritan: «Alé!, alé!» Mi mirada se fija en el suelo, en concreto en la punta de los bastones, que se van clavando a medida que mis pies avanzan. Cuando me alejo del pueblo dejo de oír las voces. Comienzo un zigzag infinito por la montaña, pedregoso y duro, muy duro. De vez en cuando levanto la vista y veo en lo alto una pequeña tienda de campaña. Entiendo que es el lugar al que tengo que llegar, donde me harán el check que indica que he coronado la cima. Cuando estoy a punto de llegar, después de sufrir de lo lindo, miro hacia atrás y veo que el segundo clasificado está empezando la cuesta… «Seguro que me ha visto, ¡mierda!» Aunque lo sobrepaso en unos buenos quince minutos, el hecho de que me haya visto seguro que lo espolea, y a mí me genera desconfianza y miedo. ¡Cuánto estrés!

Ahora que he conseguido la última cima, me quedan 10 kilómetros de bajada y un trozo llano de 8 hasta llegar a la meta. Ya llevo 107 kilómetros en las piernas, pero todavía me faltan 18… ¡Poca broma!

Me imagino que soy el conejo que huye de los depredadores, y mi mente empieza a jugar a un juego nada real pero muy eficaz. Estoy en mi propia película y me va genial. Distraído, empiezo a borrar kilómetros y, además, me siento mejor que antes. Salto las piedras con soltura e imagino que tengo la agilidad característica de los conejos. Juego, salto, corro… Pero, como acostumbra a suceder, llega un momento en el que el juego me dice game over.