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La audacia y virtud de anticipación del dramaturgo Henrik Ibsen han sido ampliamente aplaudidas y un magnífico ejemplo es su obra "Peer Gynt". En esta obra, escrita en 1867, se presenta un largo viaje hacia las dimensiones de la existencia, mostrando las aspiraciones y fracasos del espíritu humano mediante un personaje pleno de contradicciones. Bajo el aspecto formal se clasifica como drama romántico, que ofrece rupturas que alimentaron a las vanguardias artísticas posteriores e inspiraron a las siguientes generaciones. En su contexto cultural fue una obra escandalosa y atacada por su audacia, con la curiosa peculiaridad que ha recibido sucesivas adaptaciones para convertirla en cuento infantil. Esta obra ha despertado la admiración entre especialistas del drama y pensadores, motivando reflexiones psicológicas y teatrales. La historia ha inspirado obras musicales como la homónima de Edward Grieg.
Peer Gynt es un aldeano, adolescente y atrevido, que fantasea con ser rico e influyente y que tiene sus debilidades artísticas. Su madre, Aase, está disgustada con él por las quejas de los vecinos sobre sus actos. Un día, Peer asiste a una boda y se queda prendado de una bella joven, Solveig, que aparentemente le rechaza. El novio pide ayuda a Peer para convencer a la novia, Ingrid, de que se case, ya que se resiste a ello. En lugar de hacerlo, Peer e Ingrid se escapan en plena boda hacia las montañas aunque, una vez allí, Peer decide llevar otro camino y se separa de Ingrid, quien, despechada, le acusa de haberla raptado y abandonado en las montañas.
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PEER GYNT
Personajes
ACTO PRIMERO
ESCENA PRIMERA
ESCENA SEGUNDA
ESCENA TERCERA
ACTO SEGUNDO
ESCENA PRIMERA
ESCENA SEGUNDA
ESCENA TERCERA
ESCENA CUARTA
ESCENA QUINTA
ESCENA SEXTA
ESCENA SÉPTIMA
ESCENA OCTAVA
ACTO TERCERO
ESCENA PRIMERA
ESCENA SEGUNDA
ESCENA TERCERA
ESCENA CUARTA
ACTO CUARTO
ESCENA PRIMERA
ESCENA SEGUNDA
ESCENA TERCERA
ESCENA CUARTA
ESCENA QUINTA
ESCENA SEXTA
ESCENA SÉPTIMA
ESCENA OCTAVA
ESCENA NOVENA
ESCENA DÉCIMA
ESCENA UNDÉCIMA
ESCENA DUODÉCIMA
ESCENA DECIMOTERCERA
ACTO QUINTO
ESCENA PRIMERA
ESCENA SEGUNDA
ESCENA TERCERA
ESCENA CUARTA
ESCENA QUINTA
ESCENA SEXTA
ESCENA SÉPTIMA
ESCENA OCTAVA
ESCENA NOVENA
ESCENA DÉCIMA
Notas
Asa, viuda de un campesino.
Peer Gynt, su hijo.
Dos mujeres con sacos de trigo.
Aslak, herrero.
Invitados a la boda.
Un trinchante.
Un músico ambulante.
Un matrimonio de labradores inmigrados.
Solveig y Helga, sus hijas.
El propietario de HOEGSTAD.
Ingrid, su hija.
El novio.
Los padres del novio.
Tres pastoras.
Una mujer vestida de verde.
El rey del Dovre.
Hechiceros, gnomos, duendes, etcétera.
Un par de brujas.
Un niño feo.
Una voz en la oscuridad.
Graznidos de Aves.
Kari, mujer de un labrador.
Míster Cotton, viajero.
Monsieur Ballon, ídem.
Herr von Eberkopf, ídem.
Herr Trumpeterstrale, ídem.
Un ladrón.
Un encubridor.
Anitra, hija de un jefe beduino.
Arabes, esclavos, bailarinas, etcétera.
La estatua de Memnón.
La esfinge de Gizeh.
Begriffenfeldt, catedrático, doctor en Filosofía, director del manicomio de El Cairo.
Huhu, reformador malabar.
Hussein, ministro de Oriente.
Un fellah, con su momia real.
Otros locos con sus guardianes.
Un capitán noruego y su tripulación.
Un pasajero.
Un pastor.
Un cortejo fúnebre.
Un alcalde.
Un fundidor.
Un hombre flaco.
La acción comienza en los primeros años del siglo XIX, y acaba en el último tercio del mismo. Transcurre, sucesivamente, en Gudbrandsdalen y las montañas que lo circundan, en la costa de Marruecos, en el Sahara, en el manicomio de El Cairo, en el mar, etcétera.
La acción transcurre en la ladera de una montaña poblada de espeso arbolado y abundante follaje, próxima a la aldea de Asa. En un extremo, un viejo molino. Es un día de verano bastante caluroso. Peer Gynt, joven de unos veinte años, de fuerte complexión y pelo rubio, desciende por el sendero. Asa, su madre, delgada y menuda, lo sigue. Está enojada y le habla a voces.
Asa:
¡Peer Gynt, me estás mintiendo!
Peer Gynt (Sin pararse):
No, madre; no te estoy mintiendo.
Asa:
¡Pues si es como tú dices, júrame que es verdad!
Peer Gynt:
¿Jurar yo? ¿Por qué he de jurar?
Asa:
¡Está bien!… ¿Así que no te atreves a jurar? ¡Luego todo es mentira; completamente mentira!
Peer Gynt:
¡Es cierto; todo es absolutamente cierto! ( Se para.)
Asa:
( Poniéndose delante de su hijo.) ¿Y en presencia de tu madre no eres capaz de sentir vergüenza?… Por de pronto, te vas de cacería de renos, durante meses enteros…, casualmente en el tiempo de la cosecha…, para inventarte tus dichosos y fantásticos reinos en la nieve y, luego, regresas malparado, sin caza y sin fusil; y, por si fuera poco, piensas que me voy a creer tus absurdos cuentos sobre hazañas de caza y de cazadores… Bien: ¿dónde encontraste ese reno macho?
Peer Gynt:
Al oeste de Gendin.
Asa (Riendo):
¡Eso es, eso es!
Peer Gynt:
Yo iba en dirección contraria al viento y el reno estaba oculto detrás de unos árboles, buscando liquen, entre la nieve.
Asa (Continúa riéndose burlonamente):
¡Sí, claro; eso es, eso es!
Peer Gynt:
… Conteniendo el aliento cuanto pude me quedé al acecho… Sentía el crujir de sus pezuñas y veía parte de sus cuernos… A rastras, me fui aproximando al reno, con todo el sigilo que pude…, hasta que, ya oculto en el despeñadero, pude contemplarlo con detalle… ¡Jamás en tu vida has visto un animal tan gordo y lustroso…!
Asa:
¡Pues claro que no!
Peer Gynt:
Disparé contra el reno y cayó de bruces. Casi al tiempo que caía, ya me había sentado yo sobre su espléndido lomo… Lo agarré de la oreja izquierda y, a punto de hundirle mi cuchillo en la mismísima cerviz, el bicho comenzó a bramar intensamente, poniéndose de repente sobre sus cuatro patas. Dio un brinco hacia atrás que me obligó a soltar cuchillo y vaina, enganchándome entre sus cuernos. ¡Me dio la impresión como de estar atrapado entre unas enormes y fuertes tenazas! Y de esta manera, brinco tras brinco, me llevó rectamente hacia Gendin-Heggen.
Asa:
( Instintivamente.) ¡Válgame el cielo!
Peer Gynt:
Madre, ¿tú has visto en alguna ocasión Gendin-Heggen?… No tiene más que media milla de longitud y tiene el mismo filo de una guadaña… Precipitándose por los ventisqueros y laderas, bajando de cabeza por los grises despeñaderos, puede uno contemplar a ambos lados los lagos, que dormitan negros y espesos más de trescientas varas abajo… Por Heggen, y a través de los árboles, fuimos abriéndonos camino el reno y yo. ¡Jamás cabalgué sobre potro semejante! Frente a nosotros, y a lo largo de nuestra ruta, parecían centellear deslumbradores soles. El pardo vuelo de las águilas se destacaba en el blanco y extenso abismo, hacia la mitad del camino entre nosotros y los lagos. ¡Como si fueran copos de nieve, atrás se quedaron! El hielo golpeaba, resquebrajándose contra la orilla, pero casi no se escuchaba ruido alguno; únicamente el de los torbellinos que, como en una danza, brincaban y cantaban, oscilando en círculos ante mis ojos.
Asa (Aturdida):
¡Dios me proteja!
Peer Gynt:
De repente, en un lugar extrañamente escarpado, saliendo de su escondite, el macho de perdiz remontó su vuelo, cacareando temeroso, al paso del reno por la brecha. Éste dio media vuelta y, de un salto mortal, caímos los dos en el abismo. (Asa, asustada, se tambalea, apoyándose en un árbol, mientras Peer continúa su narración con más vehemencia). Tras las negras paredes de la montaña, debajo de nosotros se abría un abismo, terrible, sin fondo; hendimos primero estratos de niebla; después, espantamos una bandada de gaviotas, que salieron volando y graznando con todas sus fuerzas. Descendíamos velozmente, pero en el fondo parecía brillar algo blanquecino como si fuera el vientre de otro reno… ¿Y sabes lo que era, madre?… ¡Nuestra propia imagen, que, en medio de la calma del lago, subía hacia la superficie del lago como si fuera una flecha, con idéntica velocidad desenfrenada a la que nos arrastraba hacia abajo!
Asa (Jadeante):
¡Por Dios, Peer, termina de una vez!
Peer Gynt:
Al mismo tiempo, el reno que volaba y el reno de las profundidades se embistieron ferozmente, mientras brincaba la espuma a nuestro alrededor. Y allí nos tenías chapoteando, hasta que, poco a poco, alcanzamos la orilla norte; el reno nadaba conmigo encima de su lomo…, hasta que llegué a casa.
Asa:
Pero ¿y el reno?
Peer Gynt:
Supongo que todavía andará por ahí. (Chasqueando sus dedos y girando sobre sus talones, añade): Si consigues encontrarlo, agárralo.
Asa:
¿Y no te has hecho nada? ¿No te has partido la cabeza, o roto las piernas o la columna vertebral? ¡Dios mío! ¡Bendito seas, Dios mío, por ayudar de tan gran manera a mi hijo!… Aunque…, tu calzón tiene un buen desgarrón; pero casi no merece mencionarse, si pienso en las muchísimas cosas peores que podrían haberte ocurrido, con ese gigantesco salto. (De pronto se calla y mira a Peer con la boca abierta y los ojos desmesuradamente dilatados. No sabe qué decir, hasta que, por fin, furiosa, exclama): ¡Ah, qué bien sabes mentir, embustero del diablo! ¡Ahora recuerdo que todo lo que me acabas de contar, todo ese cuento, lo escuché yo cuando era una moza de veinte años! ¡Fue a Gudbrand Glesne a quien le sucedió cuanto has contado, y no a ti!
Peer Gynt:
Pues a mí también me ha sucedido… Una cosa semejante puede repetirse más de una vez.
Asa (Con ira):
¡Sí, claro que sí! ¡Una hazaña ocurrida hace muchos años puede convertirse en una mentira, adornándola a conveniencia de uno…, adornándola con nuevas pinturas para que no se note lo vacío de su fundamento! Eso, eso es lo que has hecho tú, embustero: desmesurarlo todo, fantásticamente, añadiéndole águilas y demás disparates a cual más horrible, quitando y añadiendo nuevas mentiras, asustándome de tal manera, que casi no reconozco lo que hace mucho tiempo fue dicho y sabido.
Peer Gynt:
Si no fueras mi madre, si fuera otra persona la que me hablara así, ya la habría molido a golpes.
Asa (Llorando):
¡Quisiera que Dios me hubiese enviado ya la muerte, y que ya estuviese bajo la negra tierra!… No haces caso ni a mis ruegos ni a mis lágrimas. Peer, hijo mío, creo que estás y estarás siempre perdido.
Peer Gynt:
Mi querida y preciosa madrecita, tienes toda la razón en cuanto acabas de decir. Así, pues, alégrate.
Asa:
¡No hables más! ¿Tú crees que aunque quisiera retener a un hijo tan malvado como tú podría alegrarme? ¿No crees que es bastante humillante y triste que yo, una pobre y desvalida viuda, haya de estar continuamente recogiendo oprobios, como única recompensa? ( De nuevo llora.) ¿Qué le queda a la familia de los prósperos y venturosos días en que tu abuelo vivía? ¿Dónde tenemos las medidas [1]repletas de monedas, que el viejo Rasmus Gynt dejó al morir? ¡Buen aire les daba tu padre, derrochándolas como si se tratase de arena, adquiriendo tierras aquí y allá, y viajando en espléndidos carruajes! ¿Dónde está todo lo que se tiró en la fastuosa fiesta de aquel invierno, en que cada uno de los invitados estrellaba su copa y su botella, alegremente, contra el suelo?
Peer Gynt:
Y la nieve del año pasado, ¿dónde está, también, madre?
Asa:
Delante de mí no debes decir esas tonterías. Debes permanecer callado. Mira, mira la casa. Los cristales de cada dos ventanas ha habido que sustituirlos con trapos viejos; por el suelo andan tirados los setos y las estacadas; el ganado, sin poderse guarecer del frío y la lluvia; los campos, sin nada que sembrar en ellos; cada mes que pasa, un embargo nuevo.
Peer Gynt:
Déjate de una vez de todas esas lamentaciones. Con frecuencia nuestra suerte parecía enfermar para después restablecerse.
Asa:
Ya no nos queda más que sal. ¡Dios mío! Pero, naturalmente, tú eres un hombre muy importante, y hoy te encuentras a gusto, igual de orgulloso que en aquella ocasión en que el pastor que vino de Copenhague te preguntó tu nombre de pila. Juraba que más de un príncipe no tenía tu porte, ni tu figura. Tanto lo repitió, que tu padre, complacidísimo del halago, le regaló un magnífico caballo y un estupendo trineo, en agradecimiento a sus lisonjeras palabras… ¡Oh, en aquella época qué bien marchaba todo! Todos los días pasaban por aquí pastores, capitanes y otros más. Comían y bebían a placer, hasta casi reventar. Pero cuando llega la desgracia es cuando se conoce de verdad al prójimo. Desde el mismo día en que Juan el Rico comenzó a andar por ahí con la mochila del buhonero todo se convirtió para nosotros en vacío y silencio. ( Se seca las lágrimas con el delantal.) Tú, que te sobran condiciones, que eres fuerte, deberías ser el apoyo de mi vejez, trabajar sin descanso en la aldea y luchar por lo que queda de tu herencia. ( Nuevamente comienza a llorar.) ¡Dios mío, Dios mío! ¿Qué provecho he conseguido de ti, bribón? Cuando estás en casa no haces más que tumbarte junto al fuego. Cuando te encuentras entre los vecinos, o con las gentes del contorno, te dedicas a espantar a las mozas de las fiestas, con lo que quedo yo siempre en el peor lugar. Y, otras veces, te dedicas a pelearte con los peores sujetos del distrito.
Peer Gynt (Yéndose):
Madre, ¡déjame en paz!
Asa:
(Siguiéndole). ¿Te atreverás a negarme que fuiste tú quien inició aquella gran bronca que hace poco tiempo ocurrió en Lunde, peleándoos como si fueseis perros rabiosos? ¿Es que no fuiste tú el que partió el brazo de Aslak, el herrero…, o, al menos, le dislocaste un dedo?
Peer Gynt:
¿Quién habrá venido a contarte tales cuentos?
Asa:
( Enfurecida.) ¡La mujer del labrador escuchó perfectamente los gritos de la pelea!
Peer Gynt (Frotándose un codo):
Pues precisamente era yo el que daba los gritos.
Asa:
¿Tú?
Peer Gynt:
Él tiene mucha experiencia.
Asa:
¿Quién tiene mucha experiencia?
Peer Gynt:
¿Quién va a ser, madre? Aslak.
Asa:
¡Bah, bah! ¡No tengo más remedio que no hacer caso a lo que dices! ¿Te has dejado pegar por ese indecente borracho, por ese impenitente bebedor de aguardiente? ( Llora otra vez.) He tenido que sufrir numerosas afrentas y pasar bastantes veces por situaciones vergonzosas, pero la humillación que me produce esto es la mayor de todas… Además, el que Aslak tenga más experiencia que tú en las peleas, ¿es razón para que tú seas tan cachazudo?
Peer Gynt:
¿Qué más dará que sea yo quien pegue, o que me peguen a mí? De todas maneras hay que llorar… (Sonriente). Madre, consuélate y tómalo con más calma.
Asa:
¿Qué dices? ¿Me has vuelto a mentir otra vez?
Peer Gynt:
Ahora debo reconocer que sí; que esta vez te he mentido. Pero, madre, sé buenecita y sécate esas lágrimas… (Cerrando con firmeza el puño izquierdo.) ¿Ves? Con esta mano, como si fuera unas tenazas, sujeté al herrero…, mientras mi mano derecha hacía de fuerte martillo.
Asa:
¡Eres un camorrista!… ¡Esa conducta tuya acabará por llevarme a la tumba!
Peer Gynt:
¡No digas esas cosas, madre! ¡Tú vales más, miles de veces más, que todo eso!… Mi pequeña, mi feílla, mi buena madrecita, créeme esto que te voy a decir: toda la comarca te venerará… Pero espera, espera un poco a que yo haya realizado algo grande, algo verdaderamente importante…
Asa (Con socarronería):
¿Tú?
Peer Gynt:
No sé a qué viene tu duda… ¿Quién sabe lo que puede ocurrir?
Asa:
Si por lo menos, alguna vez, fueses capaz de demostrarme que eres lo suficientemente listo para saber remendarte tu propio calzón.
Peer Gynt (Lleno de ira):
¡Ya lo verás…; seré rey, emperador!
Asa:
¡Dios mío! ¡Ahora se ha vuelto loco!
Peer Gynt:
¡Ya lo verás, ya lo verás como lo seré! ¡Tú, espera!
Asa:
Sí; si no recuerdo mal, así se dice: tú, espera y serás príncipe.
Peer Gynt:
¡Tendrás tiempo de verlo, madre!
Asa:
¡Cállate de una vez! Me parece que estás completamente loco… Realmente podías haber sido algo de no haberte dominado diariamente tus embustes y fantasías… La hija de los Hoegstad me parecía que te miraba interesada. De haberte empeñado en ser más formal, más serio, hubieses podido conseguir ese buen partido.
Peer Gynt:
¿Tú, madre, lo crees así?
Asa:
Claro. El viejo está sin fuerzas para contrariar a su hija… Aunque parezca ser un poco testarudo, la que verdaderamente dispone es Ingrid, y su padre, gruñón y cojeando, la sigue a todas partes. (De nuevo llora.) ¡Ah, hijo mío! Una muchacha rica, con buenas propiedades… ¡Sólo con habértelo propuesto serías, ahora, un casado pudiente en vez de andar por ahí sucio y remendado!
Peer Gynt (Con brío):
¡Está bien! ¡Vamos por el consentimiento!
Asa:
¿Qué dices? ¿Adónde vamos a ir?
Peer Gynt:
¡A Hoegstad!
Asa:
¡Infeliz! ¡Ese camino está vedado para ti!
Peer Gynt:
¿Por qué?
Asa:
¡La ocasión y la fortuna ya se han perdido!
Peer Gynt:
¿Cómo es eso?
Asa:
Mientras tú cabalgabas renos y viajabas por los aires, Mads Moen ha conseguido la mano de Ingrid.
Peer Gynt:
¡No puede ser!… ¡El muy…!
Asa:
Pues sí. Ya lo creo que sí. Ése será su marido.
Peer Gynt:
Espérame un momento hasta que enganche al carro un caballo… (Hace ademán de irse.)
Asa:
Te puedes ahorrar ese viaje. Mañana se casan…
Peer Gynt:
¡Y eso qué más da! Si yo llego esta noche…
Asa:
¿Qué quieres?… ¿Aumentar mi desgracia cargándome con las burlas de toda la gente?
Peer Gynt:
No te preocupes. Todo saldrá bien. (Grita y ríe a la vez.) Dejémonos de carros; encontrar el caballo me llevaría tiempo. (Levanta a su madre en brazos.)
Asa:
¡Suéltame, hijo, suéltame!
Peer Gynt:
No; te llevaré en mis brazos a la casa de la boda. (Da unos pasos por el torrente.)
Asa:
¡Socorro, socorro! ¡Peer, por favor!… ¡Nos vamos a abogar!…
Peer Gynt:
Espero tener una suerte más digna que la de morir ahogado…
Asa:
¡Por supuesto que sí! ¡Morirás en la horca! (Le tira del pelo.) ¡Bárbaro, mala bestia!
Peer Gynt:
¡Estáte quieta, que el fondo es muy resbaladizo!
Asa:
¡Bribón, mal hijo!
Peer Gynt:
Bien; chilla lo que quieras. No hace daño a nadie. ¡Anda! De nuevo subimos…
Asa:
¡Suéltame!
Peer Gynt:
¡Salta! Vamos a jugar a lo de Peer y el reno… (Haciendo que galopa.) Tú eres Peer y yo haré de reno.
Asa:
¡Dios mío! ¡Ya no sé ni dónde estoy!
Peer Gynt:
¡Mira, mira! ¡Hemos alcanzado la orilla! (Pisa tierra firme.) Y ahora, agradecida, da un beso a este reno.
Asa (Dándole un manotazo):
¡Toma, cóbrate el transporte!
Peer Gynt:
¡Madre, pegas muy flojo!
Asa:
¡Suéltame!
Peer Gynt:
Antes hemos de ir a la casa de la boda. Intercederás en mi favor. Tú eres bien lista, madre. Sólo tienes que hablar con ese viejo tonto y cabezota diciéndole que Mads Moen es un vago…
Asa:
¡Te lo suplico, suéltame!
Peer Gynt:
Y, además, les dirás la clase de hombre que soy yo.
Asa:
Puedes estar seguro de ello; ¡ya lo creo! ¡Menudo testimonio puedo dar de ti! No me callaré nada. Les diré cómo eres, conforme a…
Peer Gynt:
Con que sí, ¿eh?
Asa (Pataleando rabiosa):
No callaré hasta que el viejo te eche el perro, como si fueses cualquier vagabundo.
Peer Gynt:
En ese caso, tendré que ir yo solo.
Asa:
Sí; pero yo iré detrás de ti.
Peer Gynt:
Pero madre, si no te quedan fuerzas.
Asa:
No te lo creas. Me has puesto tan furiosa, que sería capaz de pulverizar las piedras y hasta de comerme los guijarros… ¡Suéltame te digo!
Peer Gynt:
Bien. Lo haré si me prometes…
Asa:
No tengo que prometer nada. ¡Quiero ir y que sepan quién eres tú!
Peer Gynt:
Eso sí que no. Aguardarás aquí.
Asa:
¡Jamás! ¡Deseo ir allá!
Peer Gynt:
No te lo consiento.
Asa:
Entonces, ¿qué vas a hacer?
Peer Gynt:
Dejarte sentada en el tejado del molino. (Así lo hace.)
Asa (Chillando fuertemente):
¡Bájame, bájame de aquí!
Peer Gynt:
Lo haré tan pronto me quieras escuchar.
Asa:
No quiero oír tonterías.
Peer Gynt:
Por favor, madre…
Asa (Arrojándole un puñado de hierba de la que crece en el tejado):
¡Peer, bájame inmediatamente!
Peer Gynt:
Eso quisiera yo; pero no me decido a hacerlo. (Se aproxima.) Y procura estarte bien quieta…, sin patalear… Puedes caerte y terminar mal.
Asa:
¡Eres un granuja!
Peer Gynt:
¡No patalees!
Asa:
¡Ojalá te hubiesen hecho desaparecer del mundo como a un bytting [2]!
Peer Gynt:
¡Qué cosas dices, madre! ¡Qué horror!
Asa:
¡Puaf! (Escupe.)
Peer Gynt:
Preferiría que me dieras tu bendición para el viaje; ¿quieres?, ¿eh?
Asa:
¡Lo que quiero es pegarte, aunque ya eres bastante mayor!
Peer Gynt:
Bueno; pues entonces, adiós, mi querida madre. Ten un poco de paciencia. Regresaré pronto. (Antes de irse, volviéndose, levanta el dedo índice en señal de amonestación, y dice): Recuerda que no debes patalear. (Se va.)
Asa:
¡Peer! ¡Dios me ampare! ¡Se va! ¡Embustero! ¡Eh, Peer, escúchame! No quiere; ya va por medio del campo. (Gritando.) ¡Socorro, auxilio! ¡Me mareo! (Dos viejas cargadas con sacos descienden hacia el molino.)