2,99 €
1,99 €
Niedrigster Preis in 30 Tagen: 2,99 €
¡Aquella pasión desenfrenada la había dejado embarazada! El adinerado banquero Luca Cardelli era muy sexy, pero también muy peligroso... El guapísimo italiano le había roto el corazón a Eve hacía años y ahora había regresado con la intención de conseguirla fuera como fuera. Eve no tardó en caer rendida al encanto de Luca y en dejarse arrastrar en una apasionada aventura. Y cuando ya había comprobado lo maravilloso que era ser su pareja, Eve descubrió que estaba embarazada... una sorpresa sólo comparable a la indignante reacción de Luca...
Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:
Seitenzahl: 174
Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2003 Sharon Kendrick. Todos los derechos reservados.
POR EL AMOR DE UN ITALIANO, Nº 1487 - Noviembre 2013
Título original: The Italian’s Love-Child
Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.
Publicada en español en 2004
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.
Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.
® Harlequin, logotipo Harlequin y Bianca son marcas registradas por Harlequin Books S.A.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
I.S.B.N.: 978-84-687-3886-4
Editor responsable: Luis Pugni
Conversión ebook: MT Color & Diseño
Eve lo vio desde el otro lado de la habitación y el tiempo se detuvo. Se sentía como si estuviera viendo una película, como si la fantasía hiciera desaparecer la realidad. Ese chasquido. Ese zumbido. Esa mirada al encontrarse con los ojos de un hombre y saber que era «el único hombre». Desde luego que tenía que ser una fantasía. ¿Qué otra explicación podría haber para saber que un completo desconocido era la persona con la que quería pasar el resto de su vida?
Pero ese hombre no era un desconocido, aunque eso también podía ser una fantasía. Después de todo, había pasado mucho tiempo.
Eve fijó la vista en su bebida antes de atreverse a mirar de nuevo, pero esa vez él se dio la vuelta y, aunque se sintió decepcionada al ver que el hombre no compartía su fascinación, pudo estudiarlo a sus anchas.
Estaba casi segura de que era Luca. Tenía el cabello oscuro y un rostro orgulloso que Eve contempló como si quisiera memorizar sus rasgos. O recordarlos. Ojos negros duros e inteligentes, nariz romana y una boca que era a la vez seductora y cruel.
Era atractivo y sexy, y tenía un aire de confianza que atraía las miradas. La habitación estaba llena de hombres ricos y prósperos, pero él destacaba entre todos, con su piel dorada brillando como si fuera de seda y su cuerpo musculoso. Tenía el aspecto de un aristócrata arrogante de otra época, pero a la vez era un hombre moderno.
Eve estaba acostumbrada a formarse una idea de la gente rápidamente, pero podría haber estado contemplándolo toda la tarde. El hombre llevaba ropa elegante: una camisa de color claro que insinuaba un cuerpo vigoroso y unos pantalones oscuros que resaltaban sus piernas largas, duras y musculosas. Aunque estaba tranquilo, de él emanaba una vitalidad que hacía que los demás hombres parecieran insignificantes.
Tenía la cabeza inclinada y escuchaba a una chica rubia que llevaba un vestido brillante. La mujer hablaba con un entusiasmo que le sugería a Eve que ella no era la única persona consciente de que estaba delante de alguien fuera de lo normal. Pero eso no le sorprendía, porque cualquier mujer en sus cabales tendría que sentirse atraída por él.
–¿Eve? –Eve giró la cabeza y vio a su anfitrión, que se acercaba con una botella de champán para llenar su copa casi vacía–. ¿Puedo tentarte con otra bebida?
Eve había planeado irse pronto y quería que su primera bebida fuera la última, pero asintió con la cabeza.
–Gracias, Michael.
El champán burbujeó en la copa mientras ella echaba un vistazo a su alrededor. Las persianas estaban subidas y se podía ver la luz de la luna reflejándose en el agua, mientras que dentro de la sala el animado parloteo indicaba que la velada estaba siendo un éxito.
Eve levantó su copa.
–Por las fiestas de cumpleaños. ¡Tu esposa es una mujer con suerte!
–Pero no a todo el mundo le gustan las sorpresas –dijo él.
Eve miró una vez más a Luca.
–La verdad es que no lo sé. En cualquier caso, es una gran fiesta.
Michael sonrió.
–Sí. Y me alegro de que hayas podido venir, ¡porque no todo el mundo puede presumir de tener a una personalidad televisiva en su fiesta!
Eve se rió.
–¡Michael Gore! ¡Me conoces desde que era apenas un renacuajo! Me has visto con el uniforme del colegio y las rodillas llenas de arañazos. Y no creo que presentar el programa de la hora del desayuno me convierta en una personalidad televisiva.
–Pero lo has hecho muy bien.
Tal vez lo hubiera hecho, pero en ese momento se sentía vulnerable, y descubrió horrorizada que se había bebido casi toda la copa y que Luca seguía escuchando a la animada rubia. Y que lo último que necesitaba en su vida era la complicación de un hombre carismático que era el sueño de todas las mujeres. Eve había aprendido muy pronto que era importante alcanzar objetivos, mientras que fueran realistas.
–La verdad es que necesito dormir –suspiró–. El levantarse a las tres y media todas las mañanas tiene efectos negativos en la reserva de energía. No te importará si me voy dentro de un rato, ¿verdad?
–Me importará mucho –bromeó–. ¡Pero no quiero que tus fans me culpen de que tengas ojeras! Vete cuando quieras... pero ¿por qué no vienes a comer mañana, cuando termine tu programa? Lizzy y yo casi no hemos tenido oportunidad de hablar contigo hoy.
Eve sonrió. Así podría jugar con su ahijada, que había estado dormida toda la tarde.
–Me encantaría –murmuró–. ¿Sobre las doce?
–Nos veremos a las doce.
Estuvo tentada de preguntarle qué estaba haciendo Luca en la fiesta, pero ya no era una adolescente. Y en cualquier caso, ¿qué podría decir? «¿Quién es ese hombre que está hablando con la rubia?» «¿Quién es ese monumento alto, moreno y atractivo?» O podía echarle valor y decir «¿Es ese Luca Cardelli, por casualidad?».
Pero Michael se había dado cuenta de que lo miraba.
–Conoces a Luca Cardelli, ¿verdad? –preguntó él.
–Vagamente –intentó mantener una voz neutra–. Estuvo aquí un verano, hace unos diez años, ¿no?
–Eso es. Navegó en un enorme barco blanco. Precioso. Y era un marinero increíble, nos dejó en ridículo a todos los demás.
–No sabía que fuera amigo tuyo.
Michael se encogió de hombros.
–Fuimos compañeros ese verano y hemos mantenido el contacto, aunque hacía años que no lo veía. Pero me mandó un correo electrónico para decirme que estaba en Londres por negocios, así que lo invité.
Eve pensó cuánto tiempo se quedaría, pero no lo preguntó. No era asunto suyo y podría dar una impresión equivocada.
–¡Mira! ¡Fuegos artificiales! –dijo ella observando la lluvia escarlata, azul y dorada en el cielo. Michael se fue para llenar la copa de alguien más, dejando a Eve junto a la ventana, a solas con sus pensamientos y recuerdos.
Luca la miró y observó cómo se balanceaba su trasero bajo la tela de seda verde del vestido mientras se acercaba a la ventana. La gente la miraba de reojo y él se preguntó por qué. Pero la había visto antes, antes incluso de que ella comenzara a mirarlo.
Luca estaba acostumbrado a llamar la atención de las mujeres, y nunca tenía que dar el primer paso, aunque a veces se preguntaba cómo sería. Los negocios más satisfactorios habían sido aquellos por los que había luchado, aunque las mujeres no eran como los negocios.
Había nacido con algo que atraía al sexo opuesto, y cuando comenzó a fijarse en las mujeres, se dio cuenta rápidamente de que podía conseguir a quien quisiera, cuando quisiera y con las condiciones que quisiera.
–¡Luca!
Él entrecerró los ojos. La rubia estaba haciendo un mohín.
–¿Mmm?
–¡No has escuchado ni una palabra de lo que he dicho!
–Lo siento –sonrió y se encogió de hombros–. Me siento culpable. Te he estado monopolizando, y aquí hay un montón de hombres con los que querrás hablar.
–¡Tú eres el único hombre con el que quiero hablar! –afirmó con descaro.
–Pero eso no es justo –respondió suavemente–, cara.
–Me encanta cuando hablas italiano –confesó.
Él contempló sus enormes ojos, profundos y azules como una piscina y rogándole que se sumergiera en ellos. Inconscientemente ella se pasó la lengua por los labios, que brillaron como una invitación. Era demasiado fácil, podría estar con ella en la cama en una hora. A los veintidós años se habría sentido tentado, pero tenía diez años más y estaba hastiado.
–¿Me disculpas? –murmuró Luca–. Tengo que llamar por teléfono.
–¿A Italia?
–No, a Nueva York.
–¡Guau! –exclamó, como si se fuera a comunicar con Marte.
Luca volvió a sonreír.
–Ha sido un placer conocerte –escapó antes de que ella pudiera preguntar cuánto tiempo se iba a quedar y si le gustaría que le enseñara el lugar.
La mujer de verde seguía mirando por la ventana; había algo intrigante en su quietud, en la forma en la que se mantenía apartada. Luca atravesó la habitación y se detuvo a su lado mientras observaba la última ráfaga de fuegos artificiales.
–Es espectacular, ¿verdad? –murmuró un instante después.
Ella no respondió enseguida. El corazón le latía rápidamente. Era extraño cómo se podía reaccionar ante alguien, aunque no se quisiera.
–Totalmente –dijo sin moverse y sin mirarlo.
–¿No estás disfrutando de la fiesta?
Entonces ella se giró, preparándose mentalmente para el impacto de ver esos ojos negros y brillantes y unos labios sensuales. Cuando lo hizo comprobó que era tan devastador como recordaba, tal vez incluso más. A los diecisiete años no se sabe nada del mundo ni de los hombres, se piensa que los hombres como Luca Cardelli pueden existir a montones, y lleva tiempo darse cuenta de que no es así.
–¿Por qué piensas eso?
–Porque estás aquí sola –murmuró él.
–Ya no lo estoy –dijo secamente.
–¿Quieres que me vaya?
–Claro que no. La vista es para todo el mundo, no se me ocurriría monopolizarla.
Luca estaba muy intrigado.
–Me estabas mirando, cara –observó suavemente.
¡Se había dado cuenta! Por supuesto, seguramente estaría harto de que las mujeres lo miraran.
–De acuerdo, soy culpable. ¿Es que nunca te ha pasado antes? –lo desafió burlonamente.
–No me acuerdo –bromeó.
Eve abrió la boca para responder algo mordaz, pero la volvió a cerrar. Una vez Luca había sido amable con ella, y no podía culparlo de ser tremendamente atractivo y de que hubiera sentido por él un enamoramiento de adolescente que no había sido correspondido. Tampoco tenía la culpa de seguir siendo tan atractivo y de conseguir que una mujer normalmente tranquila empezara a sentirse nerviosa. Eve sonrió.
–¿Qué te parece Hamble?
–No es la primera vez que vengo –respondió él.
–Lo sé.
–¿Lo sabes?
–No me recuerdas, ¿verdad?
Él la observó y vio que no era su tipo. Era alta y de caderas estrechas, mientras que a él le gustaban las mujeres con curvas y pequeñas. Tampoco tenía una cara bonita, pero era interesante. Un rostro con carácter, con unos inteligentes ojos de color gris verdoso, una boca definida y unos pómulos marcados.
Era difícil decir de qué color era su cabello, y si el color era natural, porque se lo había peinado hacia atrás y lo llevaba recogido en un moño. Su ropa casi era tan austera como el peinado: un sencillo vestido recto de seda verde que le llegaba a las rodillas, dejando ver parte de las piernas bronceadas. Lo único que llamaba un poco la atención eran las sandalias brillantes cubiertas de lentejuelas y las uñas de los pies, pintadas de un insinuante color rosa a juego con las uñas de las manos.
Él sacudió la cabeza.
–No, no te recuerdo. ¿Debería?
–La verdad es que no.
Eve se encogió ligeramente de hombros y volvió a mirar por la ventana, pero él le puso una mano en el brazo desnudo y ella se estremeció.
–Cuéntamelo.
Ella se rió.
–¡Pero si no hay nada que contar!
–Cuéntamelo de todas formas.
Eve suspiró. ¿Por qué habría sacado el tema? ¿Porque la naturaleza de su trabajo le hacía explorar los sentimientos y las reacciones de la gente?
–Viniste un verano, hace mucho tiempo, pero en realidad casi no nos conocimos.
Luca frunció el ceño durante un momento. Así que no había sido una mujer con la que se hubiera acostado, olvidándola después. Solamente había habido una mujer durante ese largo verano, y había sido la antítesis de ella.
–Desafortunadamente, cara, todavía no caigo. Recuérdamelo.
Había sido un verano para ganar dinero, que nunca había sido abundante en la vida de Eve. Aunque desde que murió su padre su madre se había puesto a trabajar para que a ella no le faltara de nada, nunca había habido suficiente dinero para comprar las cosas que valoraba una chica de diecisiete años: ropa, zapatos, música y maquillaje, cosas tontas y frívolas.
Se había sentido encantada al conseguir un trabajo de camarera en el prestigioso club náutico. Nunca antes había conocido ese mundo de barcos elegantes, ropas caras, cuerpos bronceados durante todo el año y fiestas llenas de glamour. Tampoco tenía experiencia como camarera, pero era conocida en la pequeña localidad por ser una chica estudiosa y trabajadora, y seguramente también se sabía que necesitaba el dinero de verdad y que no quería el trabajo para cazar un novio rico. Y entonces un día Luca Cardelli ancló su yate en el puerto, captando la atención de todas las mujeres de los alrededores.
Los hombres que solían navegar estaban en forma, eran musculosos, fuertes y tenían la piel bronceada, pero Luca era todo eso y además italiano. Había sido una combinación irresistible.
Eve se sintió totalmente abrumada y, de repente, todas sus habilidades de camarera la abandonaron, encandilada por el encanto italiano de Luca. En una ocasión se le resbaló la bandeja de gambas que llevaba y media docena de ellas cayeron al suelo.
Sonriendo, él le dio una servilleta grande de hilo.
–Hazlo rápido y nadie se dará cuenta –le dijo.
Nadie excepto él, claro. Eve había deseado que la tierra se abriera para tragársela, pero se dijo que era sólo una fase de su vida en la que se había enamorado completamente de un hombre que la veía como parte del escenario.
El baile de fin de temporada celebrado en el club náutico era el evento del año, y las entradas alcanzaban precios prohibitivos, a menos que tuvieras a alguien que te llevara, y Eve no lo tenía.
–¿Vas al baile el sábado? –le preguntó Luca despreocupadamente mientras se tomaba una bebida en la terraza un atardecer.
Eve sacudió la cabeza mientras recogía las cáscaras de los pistachos.
–No, no voy a ir.
Él enarcó una ceja.
–¿Por qué no? ¿No quieren ir a bailar todas las chicas jóvenes?
Eve se limpió las manos torpemente en el delantal.
–Claro que sí, pero...
–Pero, ¿qué?
Era humillante decir que no había nadie que quisiera llevarla, y las entradas costaban más de lo que podía ganar en un mes. Deseó que Luca no la mirara de esa forma, porque estaba empezando a derretirse.
–Las entradas son demasiado caras para el sueldo de una camarera –dijo con sinceridad.
–Ah.
No dijeron nada más, pero cuando aquella tarde Eve recogió su abrigo había un sobre para ella y, en su interior, una entrada para el baile. También había una nota de Luca: «Quiero verte bailar».
Eve se sintió como Cenicienta. Su amiga Sally le dejó un vestido, pero Sally usaba una talla mayor y tuvieron que arreglarlo. Incluso después de hacerlo parecía exactamente lo que era: un vestido prestado.
Eve se miró con recelo en el espejo.
–No lo sé...
–¡Tonterías! Estás preciosa –contestó Sally–. Pero necesitas algo de maquillaje.
–No demasiado.
–Eve, ¿te dio o no te dio Luca Cardelli una entrada? Pues créeme, ningún hombre se gasta ese dineral si no está interesado. Tienes que parecer sofisticada y madura, porque quieres que te tome en sus brazos y que baile contigo toda la noche, ¿no?
Claro que sí. Pero Eve se sintió como un pez fuera del agua cuando entró en la sala. Todo el mundo parecía estar con alguien más, excepto ella. Y cuando llegó Luca, llevaba a una mujer colgada del brazo, una mujer con un vestido impresionante de color escarlata muy escotado tanto por detrás como por delante.
Todo el mundo los miraba con fascinación y envidia mientras bailaban de una manera que no dejaba ninguna duda sobre cómo pensaban terminar la noche. Eve se sintió enferma y los miró hasta que ya no pudo aguantar más. Él le dijo hola, afirmó que estaba «encantadora» y Eve se preguntó cómo podía haber sido tan estúpida.
Se fue a casa, se desmaquilló y colgó con cuidado el vestido de Sally en el armario. Luca se fue a Italia poco después y ella ni siquiera pudo despedirse ni darle las gracias. Pero esa experiencia la marcó.
Esa noche se juró que nunca sería demasiado ambiciosa y que le sacaría provecho a lo que era en vez de desear lo que podría haber sido. No era una chica atractiva, pero era inteligente y decidida, así que confiaría en esas aptitudes.
El tiempo pasó. La Eve que observaba aquellos ojos oscuros y luminosos era una Eve totalmente diferente.
–Era camarera en el club náutico.
Él negó con la cabeza.
–Perdóneme, pero...
–Me compraste una entrada para el baile.
Algo se despertó en las profundidades de su mente, y recordó a una chica dulce y torpe que intentaba parecer mayor de lo que realmente era. ¡Cómo crecían las jovencitas!
–Sí, ahora lo recuerdo.
–Y nunca pude darte las gracias, así que gracias –sonrió con la misma sonrisa encantadora que usaba en su vida profesional.
–De nada –murmuró pensando en cuánto había cambiado. ¿Esa mujer elegante y segura de sí misma era la misma persona?
Sus ojos oscuros brillaron y de pronto Eve se sintió vulnerable. Y cansada. No quería coquetear ni charlar con él, porque en ese hombre había algo peligroso. Era un hombre extremadamente atractivo que estaba de paso, nada más, igual que la última vez. Ahogando un bostezo, Eve miró su reloj.
–Es hora de irme.
Luca entornó los ojos sorprendido. Nunca antes una mujer había bostezado mientras hablaba con él, a menos que hubieran pasado la noche anterior haciendo el amor.
–Pero solamente son las nueve. ¿Por qué tan pronto? –preguntó frunciendo el ceño.
–Porque tengo que trabajar por la mañana.
–No te creo.
–Esa es sólo su opinión, señor Cardelli –contestó dándose la vuelta.
–¿También recuerdas mi apellido?
–Tengo buena memoria para los nombres.
–Al revés que yo –le dedicó una sonrisa–. Será mejor que me recuerdes el tuyo.
–Eve. Eve Peters.
Eve. Eva. El nombre de la primera mujer, un nombre sencillo pero poderoso, el de la mujer que se dejó llevar por el deseo y por lo prohibido. Quiso hacer una broma sobre serpientes, pero algo en sus ojos inteligentes lo detuvo.
–¿Y qué clase de trabajo te hace levantarte tan temprano, señorita Peters? ¿Eres enfermera? ¿Te dedicas a ordeñar vacas?
Eve se rió.
–¡Incorrecto! –no quería que le hiciera reír, sólo deseaba irse. Luca le hacía sentirse inquieta, y ella quería tenerlo todo bajo control. Era tranquila, reflexiva y lógica, y en ese momento estaba teniendo el tipo de fantasía que era más propia de la adolescente de la noche del vestido prestado. Se preguntaba cómo sería estar en los brazos de Luca Cardelli y hacer el amor con él.
Luca vio que sus ojos verdes se oscurecían momentáneamente y sintió un dolor inesperado.
–No te vayas –le pidió suavemente–. Quédate un poco más y habla conmigo.
El cuerpo de Luca se había tensado y Eve pudo sentir su aroma masculino y salvaje.
–No puedo –dijo sonriendo mientras dejaba la copa en el poyete de la ventana–. Tengo que irme.
–Esa es sólo tu opinión –bromeó él.
–Buenas noches. Ha sido muy agradable verte de nuevo.
–Arrivederci,cara –la observó mientras atravesaba la habitación.
La chica rubia debió de haber estado mirándolos, porque de repente apareció a su lado. De repente la presencia de la chica le pareció empalagosa y no se sintió capaz de soportarla.
–Creí que ibas a llamar por teléfono –dijo ella haciendo un mohín.
Luca se preguntó irritado si la rubia se pasaba la vida haciendo mohines.
–Me distraje. Pero gracias por recordármelo.
La chica abrió la boca para protestar, pero Luca ya se estaba alejando mientras sacaba el móvil de un bolsillo y salía buscando intimidad y algo mejor. Como la figura de Eve Peters caminando bajo la luz de la luna.
La gente pensaba que trabajar en televisión tenía mucho glamour, pero no era cierto. Levantarse a las tres y media nunca era fácil y esa mañana fue incluso peor, porque soplaba un aire helado.