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Si por tu cabeza han pasado frases como: "el inglés no es para mí", "a mí no me 'entra' el inglés", "hablar inglés me da miedo", "¿habrá una forma de aprenderlo más rápido?", "quiero aprender el idioma por mí mismo", este libro es para ti. ¿Por qué todos saben inglés menos yo? Es una guía para que mejores sustancialmente tus habilidades con ejemplos y teorías claras, además es una fuente de motivación para que nunca te desanimes al estudiarlo y sepas paso a paso qué debes hacer si estás en un curso, o decides estudiarlo por tu cuenta.
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Seitenzahl: 168
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© 2020 Alejandro Lopera
© 2020, Sin Fronteras Grupo Editorial
ISBN: 978-958-5564-83-1
Coordinador editorial:
Mauricio Duque Molano
Edición:
Juana Restrepo Díaz
Diseño y diagramación:
Paula Andrea Gutiérrez R.
Fotografía de cubierta:
Francisco Franco (Chynews)
Fotografías de la página 33 :
Wikipedia Creative Commons.
Reservados todos los derechos. No se permite reproducir parte alguna de esta publicación, cualquiera que sea el medio empleado: impresión, fotocopia, etc, sin el permiso previo del editor.
Sin Fronteras, Grupo Editorial, apoya la protección de copyright.
Diseño epub:
Hipertexto – Netizen Digital Solutions
A mi familia, fuente de inspiración.
A mi esposa y mi hija:
ALL MY LOVE TO YOU.
A mis alumnos:
GRACIAS por hacerme quien soy.
Capítulo 1
¿Por qué este libro?
Capítulo 2
¿Existe una clave para aprender inglés?
Capítulo 3
¿Cómo quitarse el MIEDO a hablar inglés?
Capítulo 4
Los diez hábitos que te harán aprender un mejor inglés
Capítulo 5
Los mitos del inglés: ¿falsos o verdaderos?
Capítulo 6
¿Cómo aprender inglés por mi cuenta?
Capítulo 7
¿Cuánto tiempo toma aprender inglés y cómo hacerlo más rápido?
Capítulo 8
Lo que NO debes hacer cuando estás aprendiendo inglés
Capítulo 9
¿Cómo encontrar mi pasión por el inglés?
Antes de hablar de inglés, y con la finalidad de que entiendas mi punto de vista, y por qué he decidido hablarte de la preparación para estudiarlo y comprenderlo, déjame hablarte de algo que me pasó en la vida, creo que te vas a ver reflejado en ello: aprender karate.
Ahora, seguro estás pensando: “¿Karate?, ¿qué quiere decir este tipo?, ¿he comprado el libro equivocado?”. No, para nada, de hecho, con este ejemplo vas a entender por qué tienes este libro en tus manos y cómo te va a ayudar a mejorar.
En algún momento de la vida intenté estudiar karate. Había visto una serie de películas de Jackie Chan y Bryan Genesse que me llamaron mucho la atención. Además, el barrio en el que vivía, cuando era más joven, era algo peligroso así que tal vez esta nueva habilidad me serviría mucho. Decidí inscribirme a una escuela local. Se llamaba Tigres y dragones, y ya desde ahí me sentía identificado con tan pintoresco nombre.
No había empezado la primer clase, tan solo estaba firmando unos papeles y yo ya estaba entusiasmado: al fondo se oían esos sonidos de ¡Hi-yah! ¡Aiyah! mezclados con el olor a sudor y a colchonetas. Me veía a mí mismo en Japón, en medio de un jardín zen, con una música de fondo, meditando y rompiendo ladrillos en muy poco tiempo. Salí de la academia (el primer día solo firmas papeles y te dan una estrella ninja real que aún conservo) y todo el camino a casa lanzaba patadas imaginarias, golpeaba con fuerza las ramas de los árboles que me encontraba, e incluso fantaseaba pensando que unos ladrones intentaban robar a una viejecilla y era yo quien, por medio de golpes y piruetas voladoras, la rescataba y hacía correr a los bandidos.
Llegué a casa, le conté a mamá, quien no estaba muy emocionada por mi nuevo hobby, pero le expliqué que no era solo un pasatiempo, que esto iba a ser mi vida de ahora en adelante, que iba a lograr ser el mejor y representar a mi país en los próximos Juegos Olímpicos. La convencí de comprarme el karategui y mi primer cinturón, blanco desde luego. No solo compré un cinturón blanco, sino que, con el afán de mentalizarme correctamente, y ser muy positivo con respecto a esto, mi madre me compró todos los cinturones (algo que no es posible si no estás certificado), no recuerdo cómo logramos ese “contrabando”. Al lado de mi traje blanco tenía unas pequeñas cajas con todos los cinturones; cada color sería un paso más de avance en mi nueva carrera: amarillo, naranja, verde, azul, púrpura, marrón y el ansiado negro.
Había días en que me ponía el cinturón negro y decía en mi mente: “Wow... el día que tenga este cinturón puesto y toda la habilidad en mi mente y cuerpo seré un súper héroe, saldré a las calles con una máscara a defender a los más débiles”. Es decir, mi nivel de ansiedad estaba al tope.
Llegó el día de la primera clase. Arribé a la escuela mucho antes de que comenzaran los entrenamientos porque pensé: “esto es lo que Bruce Lee hubiera hecho”. Pensaba una cantidad de cosas que iba a hacer cuando me volviera cinturón negro: definitivamente tenía que modificar mi habitación para poner las espadas, las katanas, los chacos. Necesitaba un poster de Japón y comprar algunos CD de música oriental. Creo que armé en mi cabeza unas quince películas de artes marciales donde yo era el protagonista. Todo esto sucedió en los veinte minutos que esperé al profesor. Cuando llegó el instructor, me decepcioné: era un hombre muy bajito y con cara de latino. Yo esperaba a alguien con rasgos orientales, tal cual el señor Miyagi de Karate kid, pero bueno.
Comenzó el entrenamiento y nos pidieron que nos pusiéramos el karategui. Yo nunca me había puesto esto y noté que todos los demás estudiantes se lo ponían fácilmente. Me sentía como un tonto sin saber si la cuerdita iba a la izquierda o a la derecha, y escuché al maestro decir: “el uwagi debe ir a un costado”, ‘¿el qué?’, pensé yo. Fue muy frustrante ver que todos estaban listos y yo, como cual capítulo de Mr. Bean, no estaba ni vestido.
Inició el calentamiento. Tal vez debí mencionar que no era yo el tipo más deportivo o con mejor estado físico: en tan solo cinco minutos me faltaba el aire, sentía ganas de vomitar y no podíamos tomar ni agua. Recuerdo pensar: “¿Solo van cinco minutos y ya no puedo respirar?”, el entrenador nos presionaba a no bajar la guardia y por el contrario a aumentar el nivel de trote, de push ups, de intensidad, de todo. No tuve más remedio que tumbarme en el piso pues el cuerpo no me daba. Seguramente Bruce Lee estaría triste de verme así.
Llegó el momento de estirar para las patadas iniciales, nunca me había percatado de lo difícil que era levantar la pierna por encima de la cabeza, ¿acaso eso solo se hace en nivel experto?, ¿es el primer día de clase y me están pidiendo que lleve mi pierna a un nivel al cual, ni jugando, lo habría logrado? Yo soy un hombre alto, entonces el reto, en mi cabeza, era muy gigante. No fui capaz ni de alzar mi pierna a la altura del pecho y, como siempre pasa en la vida, a mi lado había un chico que parecía salido de una película de ninjas haciendo el ejercicio mejor que yo.
En definitiva, creo que fui a dos o tres clases más y nunca volví. Vendí por mucho menos de la mitad todo lo que había comprado. Perdí el dinero de la matrícula. Nunca me llamaron a preguntarme qué me había pasado o por qué no había vuelto, aunque conservé la estrella ninja que me habían dado solo como un pequeño souvenir de mi corto paso por las artes marciales.
Ahora la pregunta es (por si aún no lo has descifrado): ¿Te parece esa historia algo similar a lo que nos ha pasado estudiando inglés? ¿Has sentido esas ganas de aprender inglés, te suscribes a un curso o academia, pero comienzan a aparecer esas frustraciones por diferentes razones?, ¿te has preguntado por qué el otro que está a tu lado entiende más rápido que tú? ¿Has vivido eso desde el primer día de clases cuando hablan de temas que parecen absolutamente lejanos de tu posible entendimiento? ¿Has sentido ese pánico cuando el profesor te pide que hables en inglés, en frente de todos, y sientes que no puedes pronunciar ni tu nombre?
Déjame decirte que es absolutamente normal y les pasa a millones de personas en el mundo que lo único que tienen que decir al respecto es: “El inglés no es para mí”, “No me entra”, “Nunca lo voy a aprender”, “Es lo más difícil que he hecho en la vida”. Es decir, todas las decepciones juntas.
Ahora bien, voy a decir algo que tal vez no sea muy popular entre mis colegas profesores, pero la culpa de estos fracasos y frustraciones es en un 50% del docente, o del curso de inglés, y 50% del estudiante cuando apenas está comenzando. Se ha dicho muchas veces que el aprendizaje no lo hace la academia sino el estudiante y estoy de acuerdo, es uno el que pone el ánimo y el esfuerzo ante las posibles adversidades como estudiante. Sin embargo, para un aprendiz, que apenas comienza el curso, es responsabilidad del profesor hacer que el estudiante se “enamore”, en este caso, del idioma. Esto no puede ser una excusa para decir: “fracasé porque el profesor no me ayudó a enamorarme del idioma”. Sin embargo, si es justo decir que el docente hace parte fundamental de ese sentimiento de emoción, “a primera vista”, al aprender.
Tiempo después, ya convertido en profesor y youtuber, me di cuenta de dónde provenía mi fracaso en el karate, y es lo que asocio con la realidad de los idiomas, y la razón por la cual escribo este libro. Esto es lo que pienso que sucedió:
1. Antes de iniciar un arte marcial, que en definitiva exigiría mucho de mí, debí haberme tomado un par de semanas para hacer acondicionamiento físico previo.
2. Debí comenzar a prepararme también mentalmente sabiendo que lo que iba a poner en mi mente y mi cuerpo era una habilidad nueva que requeriría mucho de mí.
3. Debí familiarizarme con la terminología básica (como el nombre de mi uniforme karateca) para mis primeros días de clases.
4. Debí ir primero a varias clases y solo observar para hacerme una idea de lo fácil, o lo difícil, que iba a ser, pero más que eso, para concientizarme de qué necesitaba para esas primeras experiencias.
Pero como ya lo mencioné antes, no solo era mi culpa, sino que también pongo algo de responsabilidad en la academia y el instructor (que no era el señor Miyagi de la película). Esto es lo que siento que ellos debieron hacer:
1. Al momento de matricularme debieron preguntarme si ya había hecho algo de artes marciales o si hacia deporte regularmente.
2. Debieron recomendarme una lectura o darme un folleto de las cosas mínimas que debe saber un estudiante que comienza de cero (vocabulario a usar, técnicas, etc.).
3. Debieron, desde el mismo inicio, separar a los estudiantes que por alguna razón eran más avanzados y ponernos a los más lentos en un grupo separado para evitar frustrarnos en el primer día al ver que otros avanzaban y nosotros no.
4. Me debieron de haber llamado para preguntarme por qué no volví, qué me desmotivó y qué podían hacer ellos para hacerme regresar.
¿Entiendes ahora por qué decido hacer la comparación del karate con el inglés? Casos como el que describo parecen ser la constante de miles de estudiantes que llegan a mi canal de YouTube frustrados porque no han podido con su proceso de aprendizaje en inglés. Bien sea un curso, un profesor, un compañero de clases que se burló, o esa canción o película que nunca entendieron, todos estos son elementos que han hecho que muchos digan, alguna vez, la no tan célebre frase de: “el inglés no es para mí”.
Ante eso solo me queda decirte algo, el inglés sí es para ti, sí vas a aprenderlo, sí vas a dominarlo y vas a tener conversaciones fluidas, vas a entender tu serie favorita, vas a comprender los títulos de las películas, las instrucciones de todo aquello que compres y mucho más. Para eso está este libro, para ayudarte a entender qué es lo que debes hacer antes de comenzar un curso de inglés. Y no, no es un libro de motivación solamente, sino una guía sacada de una investigación, y luego de múltiples horas con diferentes estudiantes, que me dieron las herramientas necesarias para saber qué se requiere para poder sacar adelante unos estudios del idioma inglés antes de comenzar a hacerlo.
Este libro tiene varias ventajas como el hecho de que encontrarás eventualmente unos códigos QR para que escanees y veas algunos videos que sustentan lo que vamos hablando. Al final de cada episodio podrás acceder a una corta clase que te va a servir. Pero, lo que más me gusta es que puedes ir al índice de este libro y buscar el capítulo con el que más te identifiques y leer solo ese. O leerlos todos en desorden, da igual.
Mi recomendación como autor es que lo leas todo pues vas a encontrar herramientas para tu viaje por el inglés y así podrás llenar tu pasaporte de verbos, de palabras y, sobre todo, de satisfacciones con este bello y fácil idioma, y cuando termines de leerlo, cualquier curso de inglés funcionará perfecto para ti.
¿Listo para encontrar lo que se necesita al estudiar inglés?
Cuando yo fui profesor de inglés presencial en un instituto siempre me fascinó el primer día de clases, sobre todo cuando era el curso uno (principiantes que vienen desde cero). Sentía una gran emoción respecto a ese momento en que saludaría a mis nuevos estudiantes, pensaba que sobre mí estaría esa gran responsabilidad de hacerlos enamorar del inglés, de mí como profesor, del libro que íbamos a usar, de la institución en la que habían confiado para su proceso de aprendizaje con el idioma. Sin lugar a dudas era la clase que más disfrutaba preparar. Me preguntaba: ¿Por qué esos estudiantes querrán comenzar con el inglés?, ¿qué los atrae?, ¿será para viajar?, ¿un empleo?, ¿un amor platónico?
Para continuar me encantaría que tú mismo reflexionaras sobre ello respondiendo esta encuesta.
Me gustaría que, honestamente, escribieras tus respuestas en este formato. Más adelante las vamos a necesitar.
No puedo negarles que sentía algo de ansiedad. Sentía ese “sustico” del primer día que ningún otro curso, ni los avanzados, me gene-raba, porque cualquier error mío podía causar frustración en los estudiantes, o ese desanimo, o esas ganas de no volver (como me pasó a mí con el karate).
Desde que estaba en la universidad, yo siempre soñé siendo el mejor profesor, aquel que todos los estudiantes quisieran tener en su clase, por eso siempre me pregunté: ¿Cuál es la clave para aprender inglés? Supuse que, si lograba identificar eso, con seguridad, tendría buenos resultados como profe y sería recordado por mis estudiantes siempre (se supone que nosotros recordamos a dos tipos de profesores: los que fueron muy buenos o los que fueron muy malos, yo quería estar en la primera tanda). Así que, con muchos experimentos, y horas de enseñanza, descubrí que no se necesitan habilidades especiales ni ser un genio para aprender inglés, solo se requieren tres cosas:
Voy a explicarte qué es cada uno de estos conceptos y cómo los puedes aplicar para tu proceso de enseñanza. Para empezar con el primero, te voy a contar una historia absolutamente inspiradora que me marcó para toda la vida. Es una historia de esas que te pasan y te dibujan una sonrisa cada vez que la recuerdas.
Como les venía diciendo, para mí esa primera clase del curso inicial era fundamental: la anhelada oportunidad para que los estudiantes salieran del salón a la casa enamorados y pensando:
» “Qué gran clase, ahora sí voy a aprender”.
» “Me encantó la dinámica, no veo la hora de que sea mañana”.
» “Qué corta fue la clase, se me pasó volando”.
» “Le entiendo todo a este profesor”.
» “¿Así de fácil era el inglés? Y yo con tanto miedo”.
» “Ya quiero llegar a casa para hacer la tarea que nos dejó el profe”.
Si yo lograba que mis estudiantes, en esa clase, dijeran al menos dos de estas frases en su mente, al salir de mi salón, todo habría valido la pena. Por otro lado, lo que nunca quisiera que dijeran al salir sería:
» “Bueno, tal vez es por ser la primera clase que no entendí nada”.
» “Me sentí muy incómodo, ojalá mañana ni nunca me ponga a hablar a mí”.
» “Definitivamente el inglés no es lo mío, pensé que esta vez me iba a gustar”.
» “No entendí nada”.
Esto es lo que tenía que evitar. Y modestamente debo decir que casi en todas las ocasiones siempre obtuve las frases positivas (al final de cada curso los estudiantes llenaban una encuesta sobre satisfacción del cliente y los jefes las evaluaban enviándonos luego los resultados).
Hubo un curso en particular donde algo increíble me pasó. Esto fue tal vez al tercer o cuarto año de estar trabajando en esta institución, algo que sin duda me marcó como docente y, como cual ventana abierta, me dejó ver, sin lugar a dudas, una de las grandes claves para aprender inglés.
Iba con mi taza de café, mis libros y unas flash cards (un juego de imágenes en unas tarjetas, muy perfecto para el curso #1). Me dirigía a mi salón, listo para la misión como un solado: enamorar a mis nuevos estudiantes del curso de principiantes. El perfil de estos estudiantes nuevos era muy amplio: por ser el curso #1 era muy común ver un salón lleno, trece o catorce alumnos de edades entre los dieciocho a los treinta y cinco años, con diferentes historias. Algunos ya tenían una mínima noción de inglés, sobre todo aquellos de dieciocho años, a quienes seguramente sus padres los pusieron a estudiar inglés antes de entrar a la universidad, y otros un poco más adultos, de veintitrés o veinticinco años, que los enviaron desde sus empleos para mejorar la habilidad que les serviría en su trabajo. Pocos, la verdad, estaban allí por ocio o por el simple “gusto” de estudiar (como fue mi caso que entré a ese mismo instituto años antes, a mis veintidós años, solo por gusto, aunque con un propósito específico que contaré más adelante).
Entré al salón con mi acostumbrado: “¿Good morning everybody, how are you today?” (en el curso #1 las dos o tres primeras clases se les hablaba en español e inglés, pero luego solo en inglés) y de inmediato notaba en la cara de mis estudiantes una sonrisa tímida como quien dice: “Ok, aquí vamos”. Algunos respondían casi de memoria: “Fine, thanks and you?”, otros se quedaban mudos mirándome, como quien dice: “¿qué?”, pero para evitar algún miedo tempra-nero, al pasar tan solo tres o cuatro segundos, los saludaba de nuevo: “Buenos días a todos, ¿cómo están?”, algunos me miraban con cara de alivio.
Lo primero que hacíamos era presentarnos, les decía mi nombre, les contaba (en español) algo sobre mí, pero todo el tiempo sonreía, bromeaba, me reía del tema de ser calvo (siempre lo fui) y les decía en inglés: “I’m 20 years old and I’m very happy because…. “, era una forma de saber cuántos tenían alguna idea de inglés (yo ahí podía tener unos treinta años, no había forma de que me creyeran que tenía veinte), si la mayoría se reía, porque obviamente yo no tenía veinte años, entonces sabía que muchos de ellos me habían enten-dido el chiste. Si nadie se reía (me pasó muchas veces) era que venían a clase realmente de cero sin saber ni un “hello”, (lo cual también me encantaba).
En esta clase en particular, que les quiero narrar, pocos se rieron, solo los más jóvenes. Después, yo les contaba, en español, lo que íbamos a hacer durante el curso, cuántas unidades íbamos a cubrir, cómo funcionaba el libro, el CD/ DVD con los audios y videos para ver en casa, etc. Mien-tras tanto mi ojo, como cual película de Terminator,