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La historia de la economía política es rica en ejemplos de precursores olvidados, cuya obra no despertó ningún eco en su tiempo y que sólo fueron redescubiertos cuando sus ideas más importantes habían sido ya difundidas por otros. Es también rica en notables coincidencias de descubrimientos simultáneos y de singulares peripecias de algunos libros. Pero difícilmente se encontrará en esta historia, ni en la de ninguna otra rama del saber, el ejemplo de un autor que haya revolucionado los fundamentos de una ciencia ya bien establecida y haya conseguido por ello general reconocimiento y que, a pesar de todo, haya sido tan desconocido como Carl Menger. Apenas si existen casos paralelos al de los Principios, que tras haber ejercido un influjo firme y permanente hayan tenidodebido a causas totalmente accidentalestan limitada difusión.
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Principios de Economía Política
Carl Menger
Indice
Introducción ……… 4
Prologo ……… 37
Capitulo I: La Teoría General Del Bien ……… 42
Capitulo II: Economía Y Bienestar Económico ……… 63
Capitulo III: La Teoría Del Valor ……… 94
Capitulo IV: Teoría Del Intercambio ……… 146
Capitulo V: Teoría Del Precio ……… 159
Capitulo VI: Valor De Uso Y Valor De Intercambio ……… 186
Capitulo VII: Teoría De La Mercancía ……… 196
Capitulo VIII: Teoría Del Dinero ……… 217
INTRODUCCIÓN
de F. A. Hayek
La historia de la economía política es rica en ejemplos de precursores olvidados, cuya obra no despertó ningún eco en su tiempo y que sólo fueron redescubiertos cuando sus ideas más importantes habían sido ya difundidas por otros. Es también rica en notables coincidencias de descubrimientos simultáneos y de singulares peripecias de algunos libros. Pero difícilmente se encontrará en esta historia, ni en la de ninguna otra rama del saber, el ejemplo de un autor que haya revolucionado los fundamentos de una ciencia ya bien establecida y haya conseguido por ello general reconocimiento y que, a pesar de todo, haya sido tan desconocido como Carl Menger. Apenas si existen casos paralelos al de los Principios, que tras haber ejercido un influjo firme y permanente hayan tenido—debido a causas totalmente accidentales—tan limitada difusión.
Para los historiadores resulta incuestionable que la posición poco menos que excepcional alanzada por la Escuela austriaca en el proceso de desarrollo de la economía política en los últimos sesenta años se debe casi en su totalidad a los fundamentos sobre los que la asentó este gran economista. Es cierto que la fama de la Escuela de cara al exterior y el desarrollo de algunas panes esenciales del sistema se deben a los esfuerzos de sus brillantes seguidores Eugen von Böhm-Bawerk y Friedrich von Wieser. Pero no es oscurecer los méritos de estos dos hombres afirmar que sus ideas fundamentales surgieron en su totalidad de Carl Menger. De no haber tenido tales discípulos, su nombre habría quedado envuelto en una suave penumbra. Tal vez habría corrido la suerte de muchos hombres capacitados, cuyas ideas se anticiparon a su tiempo pero que luego fueron olvidados. En todo caso, es prácticamente seguro que durante largo tiempo apenas habría gozado de prestigio fuera del ámbito germano-parlante. Pero la característica común de todos los partidarios de la Escuela austriaca, lo que les confirió su peculiaridad e hizo posibles sus posteriores contribuciones, fue precisamente su aceptación de las teorías de Carl Menger.
El hecho de que William Stanley Jevons, Carl Menger y Léon Walras descubrieran casi al mismo tiempo y cada uno por su lado el principio de la utilidad límite es tan conocido que no es necesario insistir en ello. Hoy se admite, en general, y con buenas razones, que el año 1871, en el que se publicaron la Theory of Political Economy de Jevons y los Principios de Menger, es el punto de partida de una nueva época en el desarrollo de la política económica. Jevons había expuesto ya sus ideas fundamentales nueve años antes, en un artículo (publicado en 1866) que apenas llamó la atención. Walras no inició la publicación de sus teorías hasta 1874. En todo caso, está bastante bien comprobada a mutua independencia de los trabajos de los tres fundadores. Aunque sus propósitos centrales—es decir, aquella parte de sus sistemas a que mayor importancia dieron sus contemporáneos—son los mismos, el carácter general y el telón de fondo de sus trabajos son tan esencialmente diferentes que se plantea de forma inevitable la pregunta de cómo es posible que por caminos tan distintos se llegara a resultados tan parecidos.
Para comprender el transfondo intelectual de la obra de Carl Menger conviene hacer algunas observaciones sobre la situación general de la economía política en aquella época. Si bien es cierto que el cuarto de siglo que media entre la aparición de los Principles de J. St. Mill (1848) y el nacimiento de la nueva escuela fue, bajo muchos aspectos, testigo del gran triunfo de la política económica clásica en el ámbito práctico, sus fundamentos, y más en concreto su teoría del valor, fueron cada vez más discutidos. Tal vez la exposición sistemática de los Principles del propio J. St. Mill contribuyó en parte, a pesar o a causa de su autocomplaciente satisfacción por el alto grado de perfección alcanzado por la teoría del valor, a una con su posterior refutación de otros puntos importantes de esta teoría, a poner al descubierto las lagunas del sistema clásico. Fuera como fuere lo cierto es que en la mayoría de los países se multiplicaron los ataques críticos y los esfuerzos por conseguir nuevos puntos de vista.
Pero en ninguna parte se registró tan rápido y tan total ocaso de la escuela clásica de la economía política como en Alemania. Bajo los ataques de la escuela histórica, no sólo se abandonaron enteramente las teorías clásicas—que, por lo demás, nunca habían tenido profundas raíces en esta parte del mundo—, sino que toda tentativa de análisis teórico era saludada con profunda desconfianza. Esto era en parte el resultado de una serie de reflexiones metodológicas. Pero era, sobre todo, el producto de la acentuada animosidad con que el impulso reformista de los nuevos grupos, que se autodenominaban orgullosamente “escuela ética”, se oponía a las consecuencias prácticas de la escuela clásica inglesa. En Inglaterra se estancó el progreso de la teoría económica. Mientras tanto, había surgido en Alemania una segunda generación de economistas políticos históricos, que nunca había llegado a familiarizarse con el único sistema teórico bien estructurado y desarrollado y que había aprendido, además, a considerar inútiles, si no abiertamente perjudiciales, todo tipo de especulaciones teóricas.
Las teorías de la escuela clásica habían incurrido probablemente en tal descrédito que ya no podían servir de base de partida para un movimiento de renovación de los que todavía se interesaban por los problemas teóricos. Con todo, en los escritos de los economistas políticos alemanes de la primera mirad del siglo se registraron algunos planteamientos que abrían la posibilidad de una nueva evolución [1]. Una de las razones que explican por qué la teoría clásica nunca asentó firmemente el pie en Alemania radica en el hecho de que los economistas políticos de este país tuvieron siempre clara conciencia de ciertas contradicciones inherentes a todas las teorías de los costes o del valor del trabajo. Tal vez ya a partir de la obra de Galiani y de otros autores franceses e italianos del siglo XVIII se había mantenido siempre viva una tradición que se negaba a admitir una radical separación entre el valor y la utilidad. Desde los primeros años del siglo hasta la década de los cincuenta y los sesenta hubo toda una serie de autores, de los que el más destacado e influyente fue Hermann (apenas si se prestó atención a Gossen, cosechador por otra parte de grandes éxitos), que intentaron combinar la idea de la utilidad con la de la escasez, para explicar el concepto del valor. Estos autores llegaron a posiciones muy próximas a la solución al final aportada por Menger, que debe muchas de sus ideas a estas especulaciones que a los economistas políticos ingleses contemporáneos, más atentos al pensamiento práctico, debían parecerles por fuerza inútiles excursos al campo de la filosofía. Una mirada a las detalladas notas al pie de los Principios indica claramente que Menger conocía a fondo a estos autores alemanes, franceses e italianos y que, en este sentido, los clásicos ingleses desempeñaron en su obra un papel relativamente pequeño.
Aunque probablemente Menger superó a todos los cofundadores de la teoría de la utilidad límite por su vasto conocimiento de la literatura especializada—y sólo gracias a su pasión de bibliófilo, despertada en él por el ejemplo de Roscher, con su formación universal, puede explicarse tanto saber como el que revela en sus Principios, escritos en los años de juventud—, se registran también asombrosas lagunas en las listas de los autores citados, lo que permite explicar el diferente planteamiento de su investigación respecto de los de Jevons y Walras [2]. Es significativo el hecho de que cuando escribió los Principios desconocía evidentemente los trabajos de Cournot, mientras que todos los restantes fundadores de la moderna economía política, entre ellos Walras, Marshall y posiblemente también Jevons [3] bebieron, directa o indirectamente, en esta fuente. Más sorprendente aún es la circunstancia de que por aquella época Menger tampoco conocía la obra de Thünen, con el que indudablemente se hubiera sentido muy compenetrado. Así pues, si de una parte puede afirmarse que trabajó en un ambiente declaradamente favorable para un análisis de la teoría de la utilidad, por otro lado, no contaba, para la construcción de una teoría moderna del precio, con un suelo tan firme como el que tuvieron sus colegas, todos ellos influenciados por Cournot, a lo que se añade, en el caso de Walras, el influjo de Dupuit [4] y en el de Marshall, el de Thünen.
No deja de tener cierto interés la especulación sobre la evolución que habría experimentado el pensamiento de Menger de haber conocido a estos fundadores del análisis matemático. Es significativo que, a cuanto yo sé, nunca hiciera la más mínima alusión al valor de las matemáticas como instrumento de la teoría científica [5], aunque probablemente no le faltaron ni los recursos técnicos ni la afición. Muy al contrario, está fuera de toda duda su interés por las ciencias naturales y en toda su obra es patente su fuerte predilección por los métodos de estas ciencias.
También el interés de sus hermanos, y más concretamente de Antonio, por las matemáticas y el hecho de que su hijo Karl fuera un eminente matemático, insinúan la existencia de una predisposición hacia estas ciencias en el seno de la familia. Pero aunque en una época posterior Menger conoció los trabajos de Jevons y Walras, así como los de sus compatriotas Auspitz y Lieben, en sus escritos sobre problemas metodológicos no aparece nunca el método matemático [6]. ¿Debemos concluir que se sentía escéptico sobre su utilidad?
Entre los autores que influyeron en Menger durante el período decisivo de su pensamiento, no aparece ningún economista austriaco, por la simple razón de que en la primera mitad del siglo XIX no los había. En las universidades frecuentadas por Menger, el estudio de la economía política, considerada como una parte de la jurisprudencia, corría a cargo de científicos procedentes en su inmensa mayoría de Alemania. Y aunque, como todos los posteriores economistas políticos austriacos, Menger se doctoró en Derecho, difícilmente puede admitirse que se sintiera estimulado por sus profesores para dedicarse al estudio de las ciencias económicas. Esta afirmación nos introduce ya en su biografía personal.
Nació el 28 de febrero de 1840, en Neu-Sandec, en una zona de Galizia hoy perteneciente a Polonia. Su padre, que ejercía la abogacía, procedía de una familia austriaca de artesanos, músicos, funcionarios civiles y oficiales del ejército, que sólo una generación antes se había trasladado de los territorios germano-parlantes de Bohemia a las provincias orientales. Su abuelo materno [7], un comerciante de Bohemia que se había enriquecido considerablemente durante las guerras napoleónicas, compró una extensa propiedad en la Galizia occidental. Aquí transcurrió una buena parte de la juventud de Carl Menger y, antes de 1848, pudo contemplar aún las últimas reliquias de la servidumbre de la gleba, que en esta región de Austria se prolongó más tiempo que en ninguna otra parte de Europa, con excepción de Rusia. Junto con sus dos hermanos—Anton, que más tarde escribió sobre cuestiones jurídicas y sociales, fue autor del célebre libro Das Recht auf den vollen Afbeitsvertrag y colega de Carl en la Facultad de Derecho de la Universidad de Viena, y Max, conocido parlamentario austríaco y redactor de escritos sobre problemas sociales—, Carl estudió en las Universidades de Viena (1859-1860) y de Praga (1860-1863). Tras obtener el doctorado en Cracovia, trabajó al principio como periodista, primero en Lemberg y más tarde en Viena. Sus artículos no se limitaron a temas de índole científica [8]. Al cabo de algunos años ingresó, como funcionario de la Administración, en el gabinete de Prensa del Consejo de Ministros austríaco. Se trataba de un departamento que gozaba de una posición muy relevante dentro de la Administración pública austríaca y que contaba con los servicios de hombres muy capacitados.
Wieser nos informa de que en cierta ocasión Menger le contó que entre sus tareas figuraba la de redactar boletines sobre la situación del mercado para un periódico oficial, el Wiener Zeitung, y que, al estudiar sus informes, le había llamado la atención el claro contraste entre las teorías tradicionales sobre los precios y el hecho de que los hombres experimentados siempre consideraban la praxis como el elemento decisivo para fijar el precio de las cosas. No sabemos si fue esta circunstancia la que le impulsó a consagrarse al estudio del fenómeno de la fijación de los precios o si, lo que es más probable, sólo confirió una determinada orientación a los estudios que ya venía realizando desde sus tiempos universitarios. Lo que sí parece estar fuera de toda duda es que ya desde los años 1867-68 hasta el momento de la publicación de los Principios estaba trabajando con intensidad sobre estos problemas y que no se decidió a publicar la obra hasta no tener enteramente elaborado su sistema [9].
Al parecer, Menger declaró en cierta ocasión que escribió los Principios en un estado de febril excitación. Esta afirmación no puede interpretarse en el sentido de que su libro sea el resultado de una repentina inspiración y que lo planeara y escribiera a marchas forzadas. Pocos libros hay tan cuidadosamente preparados como éste y en contadas ocasiones el primer esbozo de una idea ha sido modelado tan a conciencia y ejecutado con tal cuidado en todas y cada una de sus ramificaciones. El pequeño volumen, publicado en la primavera de 1871, pretendía ser la parte introductoria de un tratado global. En él exponía con el necesario detalle los problemas fundamentales para los que ofrecía soluciones que no estaban acordes con la opinión entonces prevalente, porque deseaba tener la plena certeza de construir sobre terreno firme. Los problemas analizados en este volumen, que llevaba el subtitulo de “Primera parte. Aspectos generales”, eran: las condiciones que ponen en marcha las actividades económicas, el valor de intercambio, los precios y el dinero. Por las notas manuscritas de que nos habla su hijo en la introducción a la segunda edición, publicada más de cincuenta años más tarde, sabemos que la segunda parte estaba destinada a “los intereses, los salarios, las rentas, los ingresos, el crédito y los billetes de banco”, La tercera parte, “práctica”, estudiaría la teoría de la producción y del comercio mientras que la cuarta contendría la crítica del sistema económico imperante y presentaría algunas propuestas de reforma económica.
Su objetivo fundamental, tal como declara en el prólogo (y también en el Capítulo III), era desarrollar una teoría unitaria del precio, que pudiera explicar todos sus fenómenos y en concreto, y sobre todo, los intereses, los salarios y las rentas, desde un punto de vista válido para todos ellos. Pero lo cierto es que más de la mitad del volumen está consagrado a cosas que no hacen sino allanar el camino para llegar a esta tarea fundamental, es decir, a la concepción—que dio su peculiar carácter a la nueva escuela—del sentido subjetivo y personal del valor. Y aun a esto tan sólo se llega tras una discusión a fondo de los conceptos básicos con los que debe trabajar el análisis económico.
Se percibe claramente en estas páginas la influencia de los antiguos autores alemanes, con su predilección por las clasificaciones un tanto pedantes y por las claras definiciones. Pero, en manos de Menger, los venerables “conceptos fundamentales” de los manuales tradicionales alemanes cobran nueva vida. Las áridas enumeraciones y definiciones se transforman en poderosos instrumentos de un análisis en el que cada paso parece derivarse con inevitable necesidad del precedente. Aunque en la exposición de Menger faltan muchas de las plásticas expresiones y de las elegantes formulaciones de los escritos de Böhm-Bawerk y de Wieser, cuanto al contenido en nada cede a los trabajos posteriores y en muchos aspectos es netamente superior.
No pretende esta introducción trazar un cuadro toral y coherente de las reflexiones de Menger. Pero hay en su tratado algunos aspectos poco conocidos y algo sorprendentes que merecen una especial mención. Su detallada y seria investigación sobre la relación causal entre las necesidades humanas y los medios que sirven para satisfacerlas lleva, ya en las primeras páginas, a la distinción, hoy muy conocida, entre bienes del primero, del segundo, del tercero y de otros órdenes superiores. Esta división y el concepto, hoy ya también familiar, de los bienes complementarios son—a pesar de una opinión muy difundida que defiende lo contrario—expresión típica de una opinión de la particular atención que la Escuela austríaca ha consagrado siempre a la estructura técnica de la producción. Esta atención, que encuentra su más pura expresión en la “parte pre-teórica del valor”, tan cuidadosamente elaborada, anticipaba ya la discusión de la teoría del valor que aparecería en la obra posterior de Wieser, Theorie der gesellschaftlichen Wirtschaf (1914).
Más notable aún es el papel predominante que juega, desde el principio, el factor del tiempo. Hay una creencia muy difundida de que los primeros representantes de la economía política propendían a pasar por alto este aspecto temporal. Respecto de los fundadores de la exposición matemática de la moderna teoría del equilibrio, tal vez esté justificada esta impresión, pero no lo está respecto de Menger. Para él, la actividad económica es esencialmente una planificación en orden al futuro y su concepción del espacio temporal o, dicho con mayor exactitud, de los diferentes espacios temporales a los que se extiende la previsión humana en orden a la satisfacción de las diferentes necesidades (Ver Capítulo II, nota 2) tiene un acento decididamente moderno.
No es tarea fácil imaginarse hoy que Menger haya sido el primer autor que basó la distinción entre bienes libres y bienes económicos en el concepto de la escasez. Como él mismo dice (Ver Capítulo II, nota 7), todos los autores alemanes que ya habían utilizado estos conceptos con anterioridad—y muy concretamente Harmann—intentaron explicar la diferencia por la presencia o ausencia de costes, en el sentido de esfuerzos, mientras que la literatura inglesa ni siquiera conocía esta expresión. Es un hecho muy característico que en la obra de Menger no figure ni una sola vez la sencilla palabra de “escasez”, aunque fundamentó todo su análisis en esta idea. “Cantidad insuficiente” o “relación económica de las cantidades” son las equivalencias más exactas y aproximadas—aunque ciertamente mucho más pesadas—utilizadas en sus escritos.
Toda su obra se caracteriza por el hecho de que concede mucha mayor importancia a la cuidadosa descripción de un fenómeno que a designarlo con un nombre corto y adecuado. Esta tendencia impide muchas veces que su exposición sea todo lo expresiva que sería de desear, pero le inmunizaba en cambio frente a una cierta unilateralidad y contra el peligro de excesivas simplificaciones, en las que se incurre fácilmente cuando se recurre a fórmulas cortas. El ejemplo clásico de cuanto venimos diciendo se halla en la constatación de que Menger no descubrió ni utilizó (a cuanto yo sé) la expresión de “utilidad límite” introducida por Wieser. Habla siempre de “valor”, añadiendo, para explicar bien su idea, la clara pero pesada fórmula de “la significación que alcanzan para nosotros unos bienes concretos o cantidades de bienes, por el hecho de que tenemos conciencia de que dependemos de su posesión para la satisfacción de nuestras necesidades”. Y describe la magnitud de este valor como igual a la significación de la satisfacción menos importante que puede alcanzarse mediante una cantidad parcial de la cantidad de bienes disponible (Capítulo III, 1 y 2 y nota 8).
Otro ejemplo, tal vez menos importante pero no menos significativo, del temor de Menger a sintetizar las explicaciones en fórmulas cortas, aparece ya antes, en la discusión sobre la decreciente intensidad de las necesidades individuales a medida que va en aumento la satisfacción de las mismas. Este hecho psicológico, que ha alcanzado más tarde, bajo el nombre de “ley de Gossen sobre la satisfacción de las necesidades”, un puesto tal vez excesivo en la exposición de la teoría del valor y que fue celebrado por Wieser como el descubrimiento fundamental de Menger, aparece con frecuencia en el sistema de nuestro autor al menos como uno de los factores que nos permiten jerarquizar por orden de importancia las diferentes sensaciones de las necesidades individuales.
Los puntos de vista de Menger son notablemente modernos en otra cuestión, aún más interesante, relacionada con la pura teoría del valor subjetivo. Aunque algunas veces habla de que el valor es mensurable, de sus explicaciones se desprende claramente que lo único que pretende decir es que el valor de una mercancía cualquiera puede expresarse poniendo en su lugar otra mercancía del mismo valor. A propósito de las cifras que utiliza para mostrarnos la escala de utilidad, dice expresamente que no sirven para marcar la significación absoluta, sino sólo la relativa de las necesidades (Capítulo V - 3). Los ejemplos que pone permiten ver, ya desde el primer momento, que no está pensando en números cardinales, sino en ordinales (Capítulo III - 2) [10].
Una vez establecido el principio que le permitió fundamentar en la utilidad la explicación del valor, tal vez la más importante aportación de Menger haya sido aplicar este principio al caso en que para asegurar la satisfacción de una necesidad humana se requiere más de un bien. Aquí daban sus frutos el concienzudo análisis de la relación causal entre los bienes y las necesidades desarrollado en el capítulo introductorio y la idea de los bienes complementarios y de los bienes de diversos órdenes. Todavía hoy es poco conocido el hecho de que Menger solucionó el problema de la distribución de la utilidad de un producto final entre los diferentes bienes concurrentes de orden superior—lo que Wieser llamó más tarde el problema de la asignación—gracias a una teoría sumamente elaborada de la productividad límite. Distingue claramente entre el caso en que son variables las proporciones de dos o más factores para producir una mercancía y el otro en que estas proporciones son invariables. En el primero, soluciona el problema de la asignación afirmando que las cantidades de los diversos factores que pueden intercambiarse para mantener la misma cantidad del producto deben tener el mismo valor, mientras que cuando las proporciones son invariables declara que el valor de los diversos factores está determinado por su utilidad en las aplicaciones alternativas (Capítulo IV - 2).
En esta primera parte de su obra, consagrada a la teoría del valor subjetivo y que resiste muy bien cualquier comparación con los trabajos posteriores de Wieser, Böhm-Bawerk y otros autores, figuran varios puntos importantes en los que la exposición de Menger presenta una grave laguna. Difícilmente puede considerarse completa una teoría del valor—y, por supuesto, nunca será del todo convincente—si no explica de forma clara y expresa - el papel que desempeñan los costes de producción para la fijación del valor relativo de las diversas mercancías. Al comienzo de su exposición, Menger demuestra que ha visto bien el problema y promete analizarlo más adelante. Pero nunca cumplió la promesa. Estaba reservado a Wieser el desarrollo de este tema, conocido más tarde por el principio de la opportunity de los costes o “ley de Wieser”. Según ella, la diferente utilización de los factores limita la cantidad disponible para cualquier tipo de producción, de tal suerte que el valor del producto no puede ser inferior al valor conjunto de todos los factores utilizados de forma concurrente para su producción.
Se ha afirmado a veces que Menger y su escuela estaban tan satisfechos con su descubrimiento de los principios que determinan el valor en la economía de un individuo que se sentían inclinados a aplicarlos, con excesiva premura y simplificación, para explicar el fenómeno del precio. Esta afirmación podría estar hasta cierto punto justificada en algunos de los seguidores de Menger, incluido el Wieser de los años juveniles, pero es, desde luego, falsa respecto de la obra del propio Menger. Su exposición concuerda plenamente con la regla, más tarde enérgicamente acentuada por Böhm-Bawerk, de que toda teoría satisfactoria del precio debe realizarse en dos niveles diferentes y separados, de los que el análisis del valor subjetivo es sólo el primero. Esta afirmación constituye el fundamento de una explicación de las causas y de los límites del intercambio entre dos o más personas. El modo de proceder de Menger en los Principios es ejemplar a este respecto. El capítulo sobre la teoría del intercambio, que precede al dedicado al problema del precio, pone totalmente en claro el influjo del valor, en sentido subjetivo, sobre las relaciones objetivas de intercambio, sin atribuir a la correspondencia más importancia que la que está objetivamente justificada por los hechos.
La sección expresamente dedicada a la teoría del precio, con su cuidadosa investigación sobre cómo influyen las valoraciones relativas de cada uno de los participantes en la relación de intercambio de dos individuos aislados luego en una situación de monopolio y, finalmente, en una situación de competencia, es la tercera y probablemente la menos conocida de las aportaciones básicas de los Principios. Y, sin embargo, sólo leyendo este capítulo se comprende la unidad esencial del pensamiento de Menger, la clara meta que persigue en su exposición, desde la primera línea hasta la última.
No es preciso añadir aquí muchas cosas sobre los últimos capítulos, en los que se analizan las repercusiones de la producción en el mercado, la significación técnica de la expresión “mercancía” y su diferencia respecto del simple “bien”, así como los diversos grados de la capacidad o facilidad de venta, que sirven de introducción al estudio de la teoría del dinero. Efectivamente, las ideas contenidas en ellos y las observaciones fragmentarias sobre el capital en las secciones anteriores son las únicas partes del libro que el autor desarrolló con más detalle en sus escritos posteriores. Aunque las aportaciones de Menger sobre estos puntos conservan un influjo permanente son conocidos sobre todo a través de su forma posterior, más detallada.
El espacio relativamente amplio que se ha dedicado aquí al contenido de los Principios se justifica por la singular jerarquía que ocupa este trabajo no sólo en el conjunto de las publicaciones de Menger, sino en el panorama total de la literatura que ha puesto los cimientos de la moderna economía política. En este contexto, estimo oportuno citar al especialista más cualificado para valorar los méritos contraídos por cada una de las contribuciones de la nueva escuela, es decir, la opinión de Knut Wicksell. Wicksell ha sido el primer autor y—hasta ahora el mejor—que ha acometido la tarea de sintetizar los aspectos más destacados de las teorías de los diferentes grupos. “Su fama”, dice a propósito de Menger, “se apoya en esta obra, merced a la cual su nombre entrará en la posteridad, porque puede afirmarse sin ninguna duda que, desde los Principles de Ricardo, no ha aparecido ningún libro—ni siquiera la contribución brillante, aunque algo aforística de Jevons o el trabajo, desgraciadamente difícil, de Walras—que haya tenido tan profunda influencia en la economía política como los Principios de Menger” [11].
Y, sin embargo, no puede decirse que la obra fuera acogida desde el primer momento con entusiasmo. Al parecer, ninguna de las recensiones publicadas en los periódicos alemanes captó la esencia de esta importante contribución [12]. Incluso en Austria, la tentativa de Menger de conseguir un puesto como profesor libre en la universidad de Viena basándose en este trabajo, sólo fue coronada por el éxito tras haber superado algunas dificultades. Tal vez Menger ignoraba que, justamente antes de que inician su docencia, acababan de abandonar la Universidad de Viena dos jóvenes que advirtieron de inmediato que aquel trabajo aportaba la “palanca de Arquímedes” (en expresión de Wieser), con la que podían arrancarse de su quicio los sistemas entonces vigentes en el campo de la teoría económica. Eugen von Böhm-Bawerk y Friedrich von Wieser, sus primeros y entusiastas partidarios, no fueron directos alumnos suyos y sus tentativas por popularizar las teorías de Menger en los seminarios de los jefes de fila de la vieja escuela histórica, Knies, Roscher y Hildebrand, fueron infructuosas [13]. De todas formas, Menger comenzó a ganar poco a poco considerable prestigio en Austria. No mucho después de su nombramiento como profesor extraordinario, el año 1873, renunció a su puesto en el ministerio, con gran pasmo de su jefe, el príncipe Adolf Auersperg, para quien resultaba de todo punto incomprensible que alguien estuviera dispuesto a cambiar un cargo tan ambicionado y tan prometedor por la carrera de la docencia [14]. Con todo, este paso no fue todavía la despedida final de la vida pública. En 1876 fue nombrado maestro del desdichado copríncipe Rudolf, que entonces contaba dieciocho años de edad. Le acompañó durante dos años en sus prolongados viajes por extensas regiones de Europa, entre ellas Inglaterra, Escocia, Irlanda, Francia y Alemania. A su regreso, obtuvo Menger, en 1879, la cátedra de economía política de Viena, y a partir de este momento llevó aquel tranquilo género de vida de un sabio, que fue ya característico de la segunda mitad de su dilatada existencia.
Por entonces comenzaron a despertar considerable atención las teorías de su primer escrito. En este período no publicó ninguna otra obra, a excepción de algunas cortas recensiones de libros. Respecto de Jevons y Walras se pensaba, con razón o sin ella, que lo radicalmente nuevo de sus aportaciones era el método matemático, no el contenido de sus teorías, y éste fue justamente el obstáculo principal para su aceptación. No había impedimentos de este tipo para la comprensión de la exposición de la nueva teoría del valor aportada por Menger. En el segundo decenio después de la publicación del libro comenzó a difundirse con rapidez su influencia. Por la misma época adquirió también Menger un gran prestigio como profesor. Sus clases y seminarios atraían a un creciente número de estudiantes, muchos de los cuales adquirieron más tarde categoría y fama como economistas políticos. Aparte los ya citados, merecen especial mención, entre los primeros miembros de su escuela, sus contemporáneos Emil Sax y Johann von Komorzynski y sus discípulos Robert Meyer, Robert Zuckerkandl, Gustav Gross y, algo más tarde, H. von Schullern-Schrattenhofen, Richard Reisch y Richard Schüller.
Pero mientras que en Austria se iba consolidando definitivamente su escuela, los economistas políticos alemanes se aferraban, más aún que los de otros países, a su actitud de rechazo. Por aquella época gozaba de gran prestigio en Alemania la nueva escuela histórica, dirigida por Schmoller. El Volkswirtschatliche Kongress, que había mantenido hasta entonces la tradición clásica, fue sustituido por una nueva fundación, la Verein für Socialpolitik. De hecho, la economía política teórica fue cada vez más desplazada de los ambientes universitarios alemanes. De aquí que tampoco se tuviera en estima la obra de Menger, no porque los economistas alemanes creyeran que sus teorías eran falsas, sino porque consideraban inútil aquel tipo de análisis.
En estas circunstancias era absolutamente natural que para Menger fuera más importante defender su método contra la pretensión de la Escuela histórica de poseer el único instrumento adecuado de investigación que llevar adelante el trabajo iniciado en los Principios. Fruto de esta preocupación es su segunda gran obra, las Untersuchungen über die Methode der Socialwissenschaften und der Politischen Oekonomie insbesondere (Estudios sobre el método de las ciencias sociales y de la economía política en particular). A este propósito conviene recordar que en 1975, cuando Menger comenzó a trabajar en este libro, y en 1883, fecha de su publicación, todavía no habían comenzado a madurar las ricas cosechas de los trabajos de sus discípulos, que consolidaron definitivamente la posición de la escuela. Es probable que Menger iniciara su nuevo libro bajo la impresión de que era trabajo perdido seguir escribiendo mientras no se diera una respuesta definitiva al problema del principio.
A su modo, las Untersuchungen apenas ceden en nada a los Principios. Se trata de un libro difícilmente superable como polémica contra las pretensiones de la Escuela histórica de recabar para si el derecho exclusivo al estudio de los problemas económicos. No es tan seguro que tenga igual mérito su exposición positiva de la esencia del análisis teórico. Si fuera éste el fundamento principal de la fama de Menger, estaría tal vez justificada, al menos en parte, la opinión, a veces manifestada por sus propios admiradores, de que es deplorable que Menger abandonara su análisis de los problemas concretos de la economía política. Esto no quiere decir que lo que Menger escribió sobre el carácter del método teórico y abstracto no sea de gran importancia o que haya ejercido menor influencia. Probablemente este libro contribuyó más que ninguna otra obra aislada, a poner en claro la peculiar naturaleza del método científico cuando se le aplica a las ciencias sociales. Su influjo sobre los filósofos alemanes pertenecientes al grupo de los “teóricos científicos” fue considerable. Con todo, en mi opinión la importancia capital de esta obra para los economistas de nuestro tiempo radica, de una parte, en su versión, extraordinariamente profunda, de la esencia de los fenómenos sociales, tal como se pone de manifiesto cuando aborda la discusión de la problemática de los distintos planteamientos metodológicos y, de otra, en su clarificador análisis del desarrollo del aparato conceptual con el que tienen que trabajar las ciencias sociales. La discusión de puntos de vista un tanto anticuados, como, por ejemplo, la interpretación orgánica—o, por mejor decir, fisiológica—de los fenómenos sociales le dio ocasión para explicar el origen y el carácter de las instituciones sociales. La lectura de estas páginas sigue conservando plena validez también para los modernos economistas políticos y para los sociólogos.
De entre las afirmaciones centrales del libro citaremos aquí sólo una, que ha dado pie a amplias discusiones: su insistencia en la necesidad de método de investigación estrictamente individualista o, como Menger dice, atomista. Uno de sus más destacados seguidores dijo una vez de él que “fue siempre un individualista en el sentido de la economía política clásica. Pero sus seguidores ya no lo fueron”. Cabría preguntarse si tal afirmación es exacta, salvo tal vez en uno o dos ejemplares, pero, de todas formas, no lo es respecto del método utilizado por Menger. Lo que en los economistas políticos clásicos es a menudo un poco mezcla de postulados éticos y de instrumentos metodológicos, fue sistemáticamente desarrollado por Menger en la segunda dirección. Y si bien es cierto que los escritos de la Escuela austriaca insisten en el elemento subjetivo más firme y convincentemente que ninguno de les otros fundadores de la moderna economía, el mérito recae en gran parte en la brillante fundamentación que le dio Menger en su libro.
Con su primera obra no consiguió Menger despertar la atención de los economistas políticos alemanes; pero respecto de la segunda no pudo quejarse de que pasara inadvertida. El ataque directo a la única teoría por ellos admitida provocó un eco inmediato y, aparte otras recensiones hostiles, dio origen a una formidable réplica del propio Gustav Schmoller, jefe de la Escuela, en un tono de desusada agresividad [15]. Menger aceptó el desafío y respondió a Schmoller en un apasionado folleto, titulado Die lrrthümer des Historismus in der deutschen Nationalökonomie (vol. III: Los errores del historicismo en la economía política alemana). El escrito está redactado bajo la forma de cartas a un amigo y en ellas lleva a cabo una demolición implacable de las posiciones de Schmoller. El folleto añade poco contenido al pensamiento esencial de las Untersuchungen, pero constituye el mejor ejemplo de la extraordinaria capacidad y brillantez expresiva de que gozaba Menger, cuando lo que se traía entre manos era no una demostración académica y complicada, sino la exposición clara y sensible de unos cuantos puntos controvertidos.
El duelo entre los maestros fue muy pronto imitado por los discípulos. La hostilidad alcanzó cimas pocas veces igualadas en las controversias científicas. La más grave ofensa contra la Escuela austriaca partió de la pluma del propio Schmoller, cuando, con ocasión de la publicación del folleto de Menger, tomó una decisión sin precedentes: publicó en su revista una nota en la que se decía que había devuelto al autor el ejemplar enviado para recensión, sin siquiera leerlo. Y más aún: no tuvo reparos en publicar también la injuriosa carta [16] que acompañaba a la devolución del libro.
Para comprender por qué el problema del método adecuado fue, durante toda su vida, la preocupación fundamental de Menger, debe tenerse en cuenta el clima pasional que despertó esta controversia y lo que significó para Menger y para sus alumnos el rompimiento con la Escuela predominante en Alemania. Schmoller llevó su animosidad hasta el extremo de declarar públicamente que los partidarios de la Escuela “abstracta” no estaban capacitados para enseñar en las universidades alemanas y, como gozaba de tan sólido prestigio, aquella declaración supuso la exclusión de todos los partidarios de las teorías de Menger de los puestos académicos de Alemania. Todavía treinta años después de finalizada la controversia, Alemania seguía siendo, entre todas las naciones importantes del mundo, la menos influenciada por las nuevas ideas, ya triunfantes por doquier.
A pesar de todos estos ataques, en el curso de seis años, entre 1884 y 1889, aparecieron en rápida sucesión los libros llamados a fundamentar la fama universal de la Escuela. Ya en 1881 había publicado Böhm-Bawerk su pequeño pero importante estudio sobre Rechte und Verhältnisse von Standpunkt der Wirtschaftlichen Güterlehre. Con todo, hasta la publicación simultánea de la primera parte de su trabajo teórico sobre el capital, titulado Geschichte und Kritik der Kapitalzinstheorien y de la obra de WieserUrsprung und Hauptgesetze des Wirtschaftlichen Wertes, el año 1884, no se echó de ver el poderoso apoyo que estos trabajos aportaban a las teorías de Menger. De los dos, el más importante para la ulterior evolución de las ideas fundamentales de Menger fue el de Wieser, porque en él se procedía a la aplicación práctica al fenómeno de los costes, conocida hoy, como se ha dicho bajo el nombre de “ley de costes de Wieser”. Pero dos años más tarde aparecieron ya los Grundzüge einer Theorie des Wirtschaftlichen Güterwertes[17], de Böhm-Bawerk. Aparte su cuidadosa elaboración, es cierto que en ellos era poco lo que se añadía a la obra de Menger y Wieser, pero era tanta la claridad de las ideas y la fuerza de la argumentación que contribuyó, más que ninguna otra aislada, a difundir la teoría de la utilidad límite.
En 1884, dos discípulos directos de Menger, V. Mataja y G. Gross, publicaron sus libros sobre los beneficios empres es. E. Sax contribuyó con un estudio sobre el problema del método, en el que sostenía la actitud básica de Menger, aunque criticándole en algunos puntos concretos [18]. En 1887 apareció la obra de Sax que más ha contribuido al desarrollo de la Escuela austriaca, Grundlagen der theoretischen Staatswissenschaft, el primero y más completo intento de aplicación del principio de la utilidad límite a los problemas de la ciencia de la Administración. Aquel mismo año apareció también en escena otro alumno de Menger, Robert Meyer, con una investigación sobre la naturaleza de los ingresos [19]. Este año se publicaron la Positive Theorie des Kapitalzinses, de Böhm-Bawerk; el Natürlicher Wert, de Wieser; Zur Theorie des Preises, de R. Zuckerkandl; Wert in der isolierten Wirtschaft, de Komorzynski; Neuste Fort schritte der nationalökonomischen Theorie, de Sax, y Untersuchungen über Begriff und Wesen der Grundrente, de H. von Schullern-Schrattenhofen [20]. En los años siguientes surgieron también numerosos partidarios entre los economistas políticos checos, polacos y húngaros de la doble monarquía austro-húngara.
Probablemente la exposición más brillante de las teorías de la Escuela austriaca en lengua no alemana fueron los Principii di economia pura, de M. Pantaleoni, cuya primera edición es también del año 1889 [21]. De los restantes economistas políticos italianos, aceptaron la mayor parte o la totalidad de las teorías de Menger, L. Cossa, A. Graziani y M. Mazzola. No fue menor el éxito de estas teorías en Holanda, donde el gran economista N. G. Pierson aceptó la idea de la utilidad límite en su Manual (1884-1889), publicado también más tarde en inglés bajo el título de Principles of Economics. La obra ejerció una considerable influencia. En Francia, la nueva doctrina fue difundida por Ch. Gide, E. Villey, Ch. Secrétan y M. Bloock. En los Estados Unidos fue asumida por S. N. Patten y Richard Ely. También la primera edición de A. Marshall, Principles, publicada en 1890, muestra un influjo de Menger y de su grupo mucho más fuerte de lo que podría deducirse de la segunda y posteriores ediciones de esta gran obra [22]. En los años siguientes, W. Smart y James Bonart, que ya antes habían anunciado su pertenencia a la Escuela austriaca, difundieron sus teorías en el mundo anglo-parlante [23]. Pero para entonces—y esto nos lleva de nuevo a la singular situación de la posición de Menger—ya las preferencias de los lectores se inclinaban no tanto por sus escritos cuanto por los de sus discípulos. El hecho se debía fundamentalmente a la circunstancia de que los Principios se habían agotado desde mucho tiempo atrás y Menger se negaba tanto a una nueva reimpresión como a una traducción. Esperaba poder sustituir en breve plazo el libro por un “System” mucho más amplio de economía política y de ahí que no se mostrara propenso a reeditar la obra sin una revisión a fondo. Pero como otras tareas más urgentes reclamaban su tiempo, fue retrasando año tras año este proyecto.
La controversia directa entre Menger y Schmoller concluyó abruptamente el año 1884, pero otros autores se encargaron de llevar adelante las discusiones sobre el método, de modo que estos problemas siguieron reclamando la atención de nuestro autor. La siguiente ocasión para manifestarse públicamente sobre estos puntos se la proporcionó una nueva edición del Handbuch der politischen Oekonomie, de Schönberg (1885-1886), obra colectiva en la que una serie de economistas políticos alemanes, la mayoría de ellos discípulos no del todo convencidos de la Escuela histórica, se habían puesto de acuerdo para trazar una exposición sistemática de la economía política en su conjunto. Menger hizo una recensión de la obra para una revista jurídica vienesa, en un artículo que publicó también por separado, bajo el título Zur Kritik der politischen Oekonomie (1887, vol, III) [24]. En la segunda parte analiza detalladamente la clasificación de las diversas disciplinas que de ordinario se agrupaban bajo el nombre genérico de Economía política. Dos años más tarde volvió sobre este punto, de manera más exhaustiva, en el artículo Grundzüge einer Klassifikation der Wirtschaftswissenschaften (vol. III, págs. 185 y siguientes) [25]. En los años intermedios había publicado una de sus dos únicas contribuciones sobre el contenido de la teoría económica—a diferencia de la metodología—, a saber, su importante escrito Zur Theorie des Kapitals (vol. Iil, págs. 133 y siguientes) [26].
Es casi seguro que debemos este artículo al hecho de que Menger no se sentía enteramente de acuerdo con la definición del concepto de capital dada por Böhm-Bawerk en la primera parte, histórica de su obra, dedicada al capital y los intereses del capital. La discusión no tiene acentos polémicos. A Böhm-Bawerk se le cita siempre con elogios. Pero es evidente que su interés fundamental radica en defender el concepto abstracto del capital como el valor de la riqueza expresada en dinero, que debe ser invertido en orden a obtener beneficios, en contra del concepto de Smith, que lo consideraba como “los modios de producción producidos”. Tanto el argumento fundamental de Menger, según el cual los diferentes orígenes de una mercancía son irrelevantes desde el punto de vista económico, como su insistencia en la necesidad de una clara distinción entre las rentas que produce una instalación ya existente y los intereses en sentido estricto, rozan muy de cerca problemas que hasta hoy no han despertado la atención que merecen.
Hacia la misma época (1889), los amigos de Menger lograron casi convencerle para que no retrasara por más tiempo una nueva edición de los Principios. Pero aunque escribió de hecho una nueva introducción (de la que, al cabo de más de treinta años, apareció un extracto en la introducción a la segunda edición, dada a la luz por su hijo), la publicación fue pospuesta, una vez más. Poco tiempo después surgió un nuevo campo de problemas que reclamó su atención y le mantuvo ocupado durante los dos años siguientes.
A finales de los años ochenta el problema del sistema monetario austriaco, que venía arrastrándose desde tiempo atrás, adquiró tales proporciones que pareció posible y hasta necesaria una reforma drástica. La caída del precio de la plata restableció una vez más, en los años 1878-1879, la paridad de la plata y del depreciado papel moneda, pero poco después fue preciso interrumpir la libre acuñación de plata, porque el valor de este metal aumentaba cada vez más en el sistema monetario austriaco de papel dinero, mientras que su valor en oro estaba sujeto a continuas oscilaciones. Por aquella época se advertía que la situación—sin duda alguna, y desde muchos aspectos, una de las más interesantes en la historia de los sistemas monetarios—era cada vez menos satisfactoria. Como por primera vez desde hacía mucho tiempo las finanzas austriacas iniciaban un período que prometía estabilidad, se esperaba que el Gobierno afrontaría decididamente el problema. Además, el tratado con Hungría del año 1887 pedía expresamente que se nombran sin tardanza una comisión para discutir las medidas previas necesarias para el restablecimiento de los pagos en metálico. Tras un considerable retraso, debido a las habituales dificultades políticas entre los dos socios de la Doble Monarquía, se procedió al nombramiento de la comisión o, con más exactitud, de las comisiones, una para Austria y otra para Hungría, que se reunieron por vez primera en marzo de 1892, en Viena y Budapest, respectivamente.
Las deliberaciones de la Comisión austriaca de encuesta del sistema monetario, cuyo miembro más destacado fue Menger, revisten, prescindiendo por completo de aquella especial situación con la que tuvieron que enfrentarse el máximo interés. Como base de partida para las negociaciones, el Ministerio de Hacienda austriaco había preparado con sumo cuidado tres voluminosos memorándums, que constituían probablemente la más completa colección de documentos sobre la historia del sistema monetario de los períodos precedentes que puede encontrarse en ninguna obra [27]. Aparte Menger, formaban parte de la comisión otros acreditados economistas políticos, como Sax, Lieben y Mataja, a más de una lista de periodistas, banqueros e industriales, como Benedikt, Hertzka y Taussig, todos ellos sumamente familiarizados con los problemas monetarios. El representante del Gobierno y segundo presidente de la Comisión era Bóhm-Bawerk, funcionario del Ministerio de Hacienda. El cometido de la comisión no era redactar un informe, sino recabar la opinión y discutir los puntos de vista de los miembros sobre una sede de preguntas formuladas por el Gobierno [28]. Estas preguntas se referían a los fundamentos del futuro sistema monetario, al comportamiento de la circulación de la plata y de los billetes en el caso de que se decidiera adoptar el patrón oro, a la relación de intercambio entre los guldes de papel hasta entonces en curso y el oro y al carácter de la nueva unidad monetaria que se pretendía establecer.
El hecho de que Menger dominara a fondo el problema, unido a su capacidad para las exposiciones claras y precisas, le confirieron inmediatamente una situación dirigente dentro del grupo. Sus exposiciones fueron seguidas con gran respeto y llegaron incluso a provocar una baja temporal en la bolsa, distinción poco frecuente para un economista político. Su aportación no consistió tanto en una discusión del problema genérico del tipo de sistema a elegir—en este punto prácticamente todos los miembros de la comisión estaban de acuerdo en que la única solución razonable era aceptar el patrón oro—, sino en los consejos, cuidadosamente sopesados, respecto de los problemas prácticos, a saber, cuál debería ser la cotización del cambio y en qué momento debería procederse a su implantación. El trabajo de esta comisión goza de merecida fama ante todo por su análisis de los problemas prácticos inherentes a la introducción de un nuevo sistema monetario y por su visión global de los diversos aspectos que debían tenerse en cuenta al dar este paso. Hoy día su interés no ha hecho sino incrementarse, ya que casi todos los países tienen que enfrentarse con parecidos problemas [29].
El trabajo de la Comisión, el primero de una serie de publicaciones sobre cuestiones monetarias, fue el fruto maduro de varios años de estudios en torno a estos problemas. Sus resultados fueron publicados en rápida secuencia en el curso de un solo año. Aquel mismo año vio la luz un número de trabajos de Menger superior al de cualquier otra etapa de su vida. Las conclusiones de su análisis de los peculiares problemas austriacos aparecieron en dos folletos, publicados por separado. El primero, Beiträge zur Währunsgsfrage in Osterreich-Ungarn (vol. IV, página 125 ss), que se ocupa de la historia y de las peculiaridades del sistema monetario austriaco y de la problemática general planteada por el nuevo patrón que se intentaba introducir, es la reedición de una serie de artículos que habían aparecido aquel mismo año, con otro título, en los Conrad’s Jahrbücher[30]. El segundo, Der Uebergang zur Goldwährung. Untersuchungen über die Wertprobleme der Osterreichischungarischen VaIutareform (Viena, 1892) (vol. IV, pág. 189 ss.), se centra esencialmente en los problemas técnicos inherentes a la aceptación del patrón oro, sobre todo respecto de la elección de la cotización de cambio adecuada y de los factores que influyen en el valor de la divisa, una vez introducido el nuevo patrón.
Aquel mismo año contempló, además, la publicación de un tratado mucho más global sobre cuestiones monetarias, sin conexión directa con los problemas del momento. Se trataba del articulo “GeId” (dinero), publicado en el tercer volumen de la primera edición del Handwörterbuch der Staatswissenschaften, de reciente aparición. Es la tercera y última de las grandes contribuciones de Menger a la teoría económica (volumen IV. pág. 1 ss). Sus estudios precedentes, realizados como preparación de esta cuidadosa exposición de la teoría general del dinero, que le mantuvieron probablemente ocupado durante los dos o tres años anteriores, le sirvieron a Menger de magnífica preparación a la hora de iniciarse la discusión en torno a los problemas específicos austriacos. De todas formas, siempre se había sentido atraído por las cuestiones relacionadas con las teorías monetarias. El último capítulo de los Principios y algunas secciones de las Untersuchungen über die Methode contenían ya importantes contribuciones, sobre todo respecto del problema del origen del dinero. Debe aludirse también aquí al hecho de que entre las numerosas recensiones de libros que Menger solía escribir sobre todo en sus años jóvenes, para diversos periódicos, se encuentran dos artículos muy elaborados, del año 1873, a propósito de los Essays de J. G Cairnes sobre las repercusiones del descubrimiento de yacimientos auríferos. En algunos aspectos se advierte una estrecha conexión entre los posteriores puntos de vista de Menger y los defendidos por Cairnes [31]. En su última gran obra es donde Menger aporta su contribución capital al problema central del valor del dinero. Pero ya otras contribuciones anteriores, y sobre todo su análisis de los diversos grados de capacidad de venta de las mercancías como fundamento de la comprensión de las funciones del dinero, habrían bastado para asegurarle un puesto de honor en la historia de la teoría monetaria. Hasta que el profesor Mises no prolongó en línea recta, veinte años más tarde, la contribución de Menger, este artículo fue la más importante publicación de la Escuela austriaca sobre los problemas de la teoría monetaria. Merece la pena insistir algo en las ideas de este estudio, porque han sido a menudo mal interpretadas. Está difundida la creencia de que la contribución de la Escuela austriaca al problema monetario se limitó a una tentativa, bastante mecánica, por aplicar a este problema el principio de la utilidad límite. Y no es así. El mérito principal de la Escuela austriaca en este campo radica en su concluyente aplicación de los planteamientos especialmente subjetivos o individualistas a la teoría del dinero, que lleva ciertamente implícito el análisis de la utilidad límite, pero que desborda este aspecto, porque tiene una significación mucho más rica y general. Este mérito recae directamente sobre Menger. Su exposición de los diferentes conceptos del valor del dinero, de las causas del intercambio y de la posibilidad de una medida del valor, así como su discusión de los factores que determinan la demanda de dinero, significan, en mi opinión,
un paso adelante de suma importancia frente a la exposición tradicional de la teoría de la cantidad bajo la forma de agregados y de valores medios. Y aunque para distinguir entre el valor de intercambio del dinero “interno” y “externo” recurre a conceptos un tanto desconcertantes (pues no intenta expresar con ellos, en contra de lo que pudiera parecer, diversos tipos de valor, sino diversas fuerzas o capacidades que influyen en el valor), con todo, el concepto que subyace en el problema tiene una extraordinaria actualidad.
Con las publicaciones del año 1892 [32] llega prácticamente a su fin la serie de los trabajos mayores que vieron la luz en vida de Menger. En los tres decenios siguientes sólo publicó algunos cortos artículos ocasionales. Durante algunos años sus escritos se centraron en el problema del dinero. Entre ellos merece destacarse la colaboración Das Goldagio un der heutige Stand der Valutareform (1893), el artículo sobre el dinero y las monedas (derecho de acuñación) en Austria desde 1857, publicado en el Osterreichischen Staatswörterbuch (1897), y, de forma especial, su artículo, totalmente revisado, sobre la teoría monetaria para el vol. IV de la segunda edición del Handwörterbuch der Staatswissenschaften (1990) [33]. Sus últimas publicaciones se reducen esencialmente a recensiones, notas biográficas o introducciones a trabajos de sus discípulos. El último artículo fue una nota necrológica sobre su discípulo Böhm-Bawerk, que murió en 1914.
La razón de esta aparente inactividad es clara. Menger quería consagrarse plenamente al estudio de los grandes temas que se había impuesto: la obra sistemática—una y otra vez retrasada—sobre la economía política y, además, un amplio tratado sobre la esencia y los métodos de las ciencias sociales en general. A dar cima a estas tareas consagró todas sus energías. A finales de los años noventa confiaba en que estaba ya próximo el momento de la publicación y, de hecho, algunas secciones muy importantes habían recibido ya su forma definitiva. Pero se iba ampliando cada vez más el campo de sus intereses y del trabajo acometido. Consideró necesario profundizar en el estudio de otras disciplinas. La filosofía, la psicología y la etnología iban reclamando porciones cada vez mayores de su tiempo, de modo que la publicación sufrió continuos aplazamientos. En 1903, y a la relativamente temprana edad de 63 años, renunció a su actividad docente, para poder dedicarse de manera exclusiva a estos trabajos [34]. Pero nunca se sentía satisfecho y, al perecer, trabajó con el creciente distanciamiento propio de la edad, hasta que le llegó la muerte, en 1921, a la edad de 81 años. Un repaso a sus manuscritos indica que tenía ya lista para la imprenta una buena parte del material. Con todo, incluso cuando las fuerzas le iban abandonando, llevó adelante el esfuerzo de reelaborar muy a fondo los originales, de trastocar secciones, de tal modo que cualquier tentativa de reconstrucción significa una tarea difícil, por no decir imposible. Algunas secciones referentes a los Principios, parcialmente revisadas para la reedición prevista, fueron publicadas por su hijo en 1923, en la segunda edición de la obra [35]. Pero otra parte mucho mayor se conserva sólo en forma de manuscritos, ciertamente muy extensos, pero fragmentarios y desordenados, que sólo con largos y pacientes esfuerzos de un editor muy hábil podrían ponerse en manos del público. Por el momento, debemos considerar perdidos los trabajos de los últimos años de Menger.
Para quien apenas si puede afirmar haber conocido personalmente a Carl Menger, no deja de ser osada empresa añadir aquí, a este boceto de su biografía científica, una valoración de su carácter y su personalidad. Pero dado que la actual generación de economistas políticos sabe muy poco sobre él y que no disponemos aún de una biografía completa [36], tal vez sea oportuno traer a colación las impresiones extraídas de los informes de sus amigos y alumnos o transmitidas por tradición oral en Viena, para trazar las líneas esenciales de su retrato. Estas impresiones proceden, como es obvio, de la segunda parte de su vida, es decir, de un tiempo en que ya había dejado de participar activamente en la vida pública y llevaba la tranquila y retirada vida de un sabio, repartiendo sus actividades entre la enseñanza y la investigación.
La impresión que su casi legendaria figura despertó en un joven en las escasas ocasiones de tratarle, está bien reflejada en el conocido grabado de Stich. Es muy posible que la idea que se tiene de Menger se apoye tanto en este magistral retrato como en recuerdos personales. Difícilmente puede olvidarse esta sólida y bien proporcionada cabeza, con la poderosa frente y las claras y profundas arrugas. De mediana estatura, espesos cabellos y poblada barba, Menger debió ser, en la plenitud de su vida, una figura impresionante.
Cuando ya se había jubilado se convirtió en costumbre que los jóvenes economistas que concluían su carrera universitaria peregrinaran a la casa de Menger. Allí les recibía, en medio de sus libros, con amistosa cordialidad y conversaba con ellos sobre aquella vida que él conocía tan bien y de la que se había retirado después de haber recibido de ella cuanto había deseado. Conservó hasta el final de su vida un acusado, aunque también sereno, interés por la economía y por la vida universitaria y cuando en sus postreros años su creciente miopía puso un límite a aquel lector incansable, pedía a sus visitantes información sobre sus trabajos. En estos años postreros daba la impresión de un hombre que, tras una larga y densa vida continuaba su trabajo no como quien cumple un deber o lleva a cabo una tarea que se ha impuesto, sino por el simple y mero placer intelectual, o como quien se mueve en un elemento que ha llegado a convertirse en su atmósfera vital. Tal vez en sus últimos días se pareciera un poco a la imagen popular del sabio que no tiene ningún contacto con la vida real. Pero esto no fue en modo alguno consecuencia de ningún tipo de limitación de su horizonte, sino más bien el resultado de una decisión tomada tras ponderado análisis, en la plenitud de la edad, después de haber acumulado ricas y variadas experiencias.
De haberlo querido, no le habrían fallado a Menger ni ocasión ni distinciones externas para escalar posiciones influyentes en la vida pública. En 1900 fue nombrado miembro vitalicio de la Alta Cámara austriaca, pero apenas si tomó parte en estos trabajos. Para él, el mundo era mucho más objeto de análisis y reflexión que de acción y por eso disfrutó tan intensamente la posibilidad de conocerlo tan de cerca. Inútilmente se buscará en su obra escrita alguna alusión a sus puntos de vista políticos. De hecho, se inclinaba al conservadurismo o al liberalismo del viejo estilo. No dejó de tener simpatías hacia el movimiento en pro de reformas sociales, pero nunca el entusiasmo por lo social enturbió su mente clara y precisa. En este y en otros aspectos, formaba un extraño contraste con su hermano Anton, mucho más apasionado [37]. De ahí que varias generaciones de estudiantes le recuerden básicamente como a uno de los más prestigiosos profesores de la Universidad [38], aunque es bien sabido que, de forma indirecta, ejerció un enorme influjo en la vida pública austriaca [39]. Todos los informes alaban unánimemente la cristalina claridad de su exposición. Merece la pena reproducir aquí la impresión de un joven economista norteamericano, que asistió a las clases de Menger en el invierno de 1892-93: “El profesor Menger lleva sus cincuenta y tres años con gran voluntad. En sus lecciones utiliza muy pocas veces notas escritas, salvo para recordar una cita o una fecha. Las ideas parecen fluirle a medida que va hablando. Las expresa con un lenguaje tan claro y sencillo, subrayándolas con los gestos adecuados, que es un placer seguir el hilo de su exposición. El estudiante no se siente empujado, sino guiado, y cuando extrae una conclusión, no llega como algo venido de fuera, sino como la más lógica y natural consecuencia del propio pensamiento. Corre la fama de que quien sigue con asiduidad las lecciones del profesor Menger no necesita ya ninguna otra preparación para el examen final de economía política. Yo lo creo a pies juntillas. Pocas veces o tal vez nunca he escuchado a un profesor que tenga tan igual talento para unir la claridad y la sencillez de las expresiones con la profundidad filosófica de las ideas. En raras ocasiones son estas lecciones ‘demasiado altas’ para los menos dorados y siempre encierran algún aliciente para los más inteligentes” [40]. Todos sus alumnos conservan un recuerdo particularmente vivo de su análisis sistemático y profundo de la historia de las doctrinas económicas. Las copias de sus explicaciones sobre la Hacienda pública eran, todavía veinte años después de su jubilación, los apuntes más buscados como preparación para el examen.
Pero donde mejor florecieron sus dotes de maestro fue en su seminario. Allí se daba cita un círculo selecto de estudiantes de los cursos superiores y de muchos doctores, que habían obtenido el título muchos años antes. Si se discutían problemas prácticos, el seminario se organizaba a modo de debate parlamentario, con un ponente principal a favor y otro en contra de una solución determinada. Pero más a menudo era una ponencia bien preparada por uno de los miembros la que se convertía en fundamento de una detallada discusión. En los temas centrales, Menger cedía la palabra a los estudiantes y no ahorraba ningún esfuerzo para ayudarles en la preparación de los temas. No sólo ponía completamente a su disposición su biblioteca, sino que llegaba incluso a comprarles los libros especiales necesarios y repasaba varias veces los manuscritos con ellos. Ponía tanto empeño en el estudio de los temas principales y en la estructura de la ponencia como en enseñarles “el arte de la exposición y la técnica de la respiración” [41].