Psicoterapia infanto-familiar ecosistémica desde el modelo vincular integrador - María Teresa Lomelí Hernández - E-Book

Psicoterapia infanto-familiar ecosistémica desde el modelo vincular integrador E-Book

María Teresa Lomelí Hernández

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Beschreibung

Psicoterapia infanto-familiar ecosistémica, no es un libro sobre el desarrollo infantil, sino sobre la interacción de tutores, niños y niñas en ese ecosistema relacional. Y, desde esa premisa ecológica, la autora nos expone el gran abanico de formas de crianza y todos los que participan en ella, para hacer visible, en el diagnóstico y la intervención, la naturaleza del malestar y los recursos para su reparación. Esta publicación encierra, por tanto, dentro de su propuesta clínica, una reflexión ontológica y epistemológica para repensar la familia, la crianza y la infancia. Teresa Lomelí nos brinda con generosidad su Modelo Vincular Integrador para intervenir ante el malestar infantil, para una psicoterapia efectiva donde el malestar lo expresa una niña o niño. Nos propone para ello un espacio estratégicamente diseñado en el que tienen cabida todos los implicados en la crianza: familia, tutores, amigos, red de apoyo, los niños y niñas. Un espacio cuyo objetivo fundamental es propiciar la vincularidad. Desde esta postura epistémica, la autora nos presenta con una estupenda didáctica toda una guía metódica-clínica imprescindible para enfrentar los más diversos problemas que sufren niñas y niños de nuestros tiempos.

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María Teresa LOMELÍ HERNÁNDEZ

Psicoterapia infanto-familiar ecosistémica

Desde el modelo vincular integrador

Fundada en 1920

Las Rozas - Madrid - ESPAÑA

www.edmorata.es

Psicoterapia infanto-familiar ecosistémica

Desde el modelo vincular integrador

Por

María Teresa LOMELÍ HERNÁNDEZ

© María Teresa Lomelí Hernández

Un agradecimiento especial a Sofía González, a su hijo Juan Pablo, a Alexis Calderón, Director de Wolf Marketing 360 y a Marisol Navarro, Directora operativa de Laboratorio Vincular, por su colaboración y modelaje en las fotos que ejemplifican las intervenciones relacionales dentro de este libro.

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar, escanear o hacer copias digitales de algún fragmento de esta obra.

Equipo editorial:

Paulo Cosín Fernández

Carmen Sánchez Mascaraque

Ana Peláez Sanz

© EDICIONES MORATA, S. L. (2024)

Las Rozas - Madrid - ESPAÑA

www.edmorata.es

Derechos reservados

ISBNpapel: 978-84-19287-88-5

ISBNebook: 978-84-19287-89-2

Depósito Legal: M-15.803-2024

Compuesto por: Sagrario Gallego Simón

[email protected]

Printed in Spain - Impreso en España

Imprime: ELECÉ Industrias Gráficas, S. L. (Madrid)

Diseño de la cubierta de Ana Peláez Sanz con imagen de los pilares del Modelo Vincular Integrador.

Nota editorial

En Ediciones Morata estamos comprometidos con la innovación y tenemos el compromiso de ofrecer cada vez mayor número de títulos de nuestro catálogo en formato digital.

Consideramos fundamental ofrecerle un producto de calidad y que su experiencia de lectura sea agradable así como que el proceso de compra sea sencillo.

Le pedimos que sea responsable, somos una editorial independiente que lleva desde 1920 en el sector y busca poder continuar su tarea en un futuro. Para ello dependemos de que gente como usted respete nuestros contenidos y haga un buen uso de los mismos.

Bienvenido a nuestro universo digital, ¡ayúdenos a construirlo juntos!

Si quiere hacernos alguna sugerencia o comentario, estaremos encantados de atenderle en [email protected].

A las psicoterapeutas con espíritu explorador,

esperando que este sea un mapa que las invite a transitar

Contenido

Agradecimientos

Prólogo

Introducción

CAPÍTULO 1. Inicio de la travesía: el origen

Territorios desconectados.—Vislumbrando un mapa común.— Trazando una nueva ruta.

CAPÍTULO 2. La inspiración para el diseño de ruta

Un “lente-zoom” hacia los vínculos parento-filiales.—Nivel parental y familiar.—Nivel de los vínculos: el apego.—Nivel del cerebro y sistema nervioso en relación. Neurobiología de las relaciones afectivas.—Nivel individual-social: niños y niñas. La infancia.

CAPÍTULO 3. El modelo vincular integrador

La perspectiva conectora.—Psicoterapia infanto-familiar ecosistémica.—La brújula orientadora.—La pauta que marca las rutas.—Transitando por caminos nuevos.—Premisas del modelo: hacia un nuevo paradigma de intervención.—Pilares fundamentales del modelo vincular integrador.—Dimensiones del modelo vincular integrador.

CAPÍTULO 4. El laboratorio vincular en su estructura

La experiencia relacional.—Los experimentos.—La seguridad emocional, base de la psicoterapia.—Ser terapeuta relacional.—El espacio físico y los materiales.—Encuadre y entrevista inicial.—La evaluación vincular.

CAPÍTULO 5. El laboratorio vincular en funcionamiento

Sesión de evaluación diádica.—Hipótesis circular.—Técnicas relevantes del modelo.—Un modelo de sesión vincular.—Un modelo de sesión familiar.—Un modelo de sesión individual en contexto.—Posibilidades en sesiones relacionales.

CAPÍTULO 6. El espacio clave: trabajo con la parentalidad

Priorizando la seguridad parental.—Perspectiva reflexiva orientadora.—Video feedback.—Intervención con trauma parental y alta complejidad.

CAPÍTULO 7. El panorama completo: la terapia como proceso

Fases en las intervenciones.—Un ejemplo de proceso integrado.—Metodología del proceso. Etapas de intervención.—Pronósticos de tiempo en los procesos.—Utilidad especial de las intervenciones relacionales.—Cuidados y contraindicaciones para las intervenciones vinculares diádicas.

CAPÍTULO 8. Conexión de territorios: las redes de apoyo para el terapeuta

Relaciones interdisciplinarias.—Grupos de co-visión y supervisión.—La persona del terapeuta, autocuidados y co-cuidados.

CAPÍTULO 9. Nuevas travesías: posibilidades y desafíos para las intervenciones vinculares

Bibliografía

Agradecimientos

A Edgar, mi compañero de vida, mi equipo y mi base segura para aventurarme a lo desconocido.

A Marianne y Loretta, mis niñas, por su vida y su valor que tanto me inspira.

A mis papás, por la potencia de su amor que ha trascendido.

A Fany mi suegra, por su apoyo que todo lo hace posible.

A mis colegas, docentes, supervisores y amistades, porque con su conocimiento y compañía puedo ver más allá de mi propia ruta.

A Raúl Medina, por su valiosa guía y por creer en mi propuesta.

A Paulo Cosín, por ofrecer la brújula que orienta hacia tantos territorios.

A las familias que generosamente han confiado en mi trabajo durante estos años, porque de sus recursos parten estas nuevas certezas.

A las niñas y niños, que desde su voz, han visibilizado la justicia que necesitan.

Prólogo

Un lugar para verse, sentirse y compartir

La naturaleza ecológica de los vínculos y las infancias

Raúl MEDINA CENTENO

Universidad de Guadalajara, Instituto Tzapopan, México

[email protected]

La aparición de una nueva publicación siempre es motivo para celebrar. En especial una como esta, que invita a viajar por el fascinante mundo de las familias, las crianzas y las infancias. Quien conoce a Teresa Lomelí comprenderá que, por una parte, antes que psicoterapeuta, Teresa es una inspiración, una admirable persona siempre dispuesta a crear escenarios colaborativos para crear, trabajar e intervenir. El contenido de los nueve capítulos que dan forma a este viaje, de manera implícita está organizado en cuatro grandes apartados: una narración biográfica de cuya esencia nace la inspiración de esta publicación; la armadura filosófica, teórica y conceptual de la propuesta; los métodos y materiales utilizados en los escenarios de intervención clínica y, por último, una profunda reflexión psicoterapéutica. Este prólogo quiere ser no tanto una revisión de todos estos apartados y capítulos sino un primer diálogo con Teresa y con usted como lector.

Desde el principio, Teresa nos hará saber que la infancia es una construcción relacional donde participa todo un ecosistema. Esto sirve a dos propósitos: aclarar que el libro que estamos por leer no es uno sobre el desarrollo infantil, sino sobre la interacción de tutores, niños y niñas en ese ecosistema relacional. Y, desde esa premisa ecológica, exponer el gran abanico de formas de crianza y todos los que participan en ella, para hacer visible, en el diagnóstico y la intervención, la naturaleza del malestar y los recursos para su reparación. Esta publicación encierra dentro de su propuesta clínica, una reflexión ontológica y epistemológica para repensar la familia, la crianza y la infancia.

Como buena clínica, Teresa, integra múltiples disciplinas desde el modelo ecológico. Con esto, puede decirse que hay una esencia batesoniana en cada línea que nos da. Cita al mismo Bateson para decirnos que “Las fronteras del individuo incluyen todo aquello con lo que el sujeto interactúa, no sólo su familia inmediata sino su conjunto completo de vínculos interpersonales” (1970). Otro autor que inspira a la autora para desplegar su método clínico es Bronfenbrenner (1987), desde la teoría ecosistémica, Teresa teje y presenta su innovadora propuesta de intervención clínica: El Modelo Vincular Integrador.

La autora brinda este modelo para intervenir ante el malestar infantil. Para una psicoterapia efectiva, donde el malestar lo expresa una niña o niño, nos propone un espacio estratégicamente diseñado para dar cabida a todos los implicados en la crianza: familia, tutores, amigos, red de apoyo, los niños y niñas. El objetivo fundamental de este espacio es propiciar la vincularidad. Teresa menciona que su modelo intenta, en todo momento, contextualizar el síntoma y los recursos, con el respeto constante a las necesidades de los niños y niños. La autora no escatima en enfatizar que la prioridad son ellos, y que todos habrán de ser atentos a reconocer su existencia dentro de la complejidad relacional y así poder verlos, escucharlos y sentirlos. Leyendo esto, recordé el Diálogo Abierto de la Escuela de Finlandia, en su trabajo con adolescentes psicóticos.

La premisa clave del espacio terapéutico es poner en primer plano a la persona que sufre el síntoma, sin prejuicios o creencias irrefutables que lo eclipsen o descalifiquen. Se podría decir que la idea fundamental del Modelo Vincular Integrador que plantea Teresa, es propiciar un espacio que promueva el diálogo abierto. Un espacio terapéutico diseñado como un lugar donde se reconozcan todos en tanto personas legítimas, diría Maturana, es el inicio para entablar una conversación genuina. Este diseño abierto y legitimador es una carencia notoria en la psiquiatría y la psicoterapia institucionalizada, la burocracia estadística a la que son sometidos los profesionales de la salud aniquila el diálogo abierto. En condiciones así, es entendible el gran fracaso de la salud mental pública.

Teresa Lomelí habla de una Brújula Orientadora que permite enfocarse en lo importante, sin obviar condiciones estructurales. Menciona que ante, y a pesar de, la gran complejidad en que estamos envueltos todos —en especial por los fenómenos de tercer orden que interfieren con la vincularidad, como la falta de tiempo y energía por el trabajo; la escuela; el territorio indigno donde se vive; la inseguridad y las mitología culturales—, la prioridad es “la protección a las necesidades y derechos de la infancia”. Es por ello que espacios que permitan el acercamiento emocional se vuelven fundamentales. La autora menciona que el objetivo es diseñar “un contexto clínico de seguridad emocional para experimentar activamente nuevas formas de conexión, comunicación y reparación dentro de la relación entre las figuras parentales y la infancia a su cargo”. Tere enfatiza que, para configurar una nueva relación, es necesario que todos los participantes sientan que se encuentran en un lugar seguro.

La brújula nos orienta hacia otro aspecto fundamental del modelo de Teresa: abrir un espacio para experimentar nuevas vivencias. Esto encierra una potencia psicoterapéutica enorme, porque no se trata solo de hacer conciencia de la co-responsabilidad que ha generado el problema, ni tampoco solo tener una catarsis donde el cuerpo se desahogue. Es también y sobre todo, vivir mediante diversos experimentos de comunicación diádica o familiar. Experiencias distintas que les permitirán vincularse de otra manera y reconocerse como actores de la relación. Este aspecto es fundamental y me recuerda a Michael White quien insistió que una nueva narrativa no tendrá poder si no está arraigada a la experiencia relacional. Y lo mismo con la expresión de las emociones, para cambiarla requieren de evidencia pragmática y no retórica.

El argumento fundamental del Modelo Vincular Integrador aparece ante nosotros aquí, lo que se busca es ampliar la mirada más allá de los clichés culturales patriarcales, de la familia nuclear heterosexual y el individualismo biologicista afectivo, para reconocer la ecología de la crianza. Para convocar a la familia de elección, aquellos con los que se convive cotidianamente, como el recurso ecológico del cuidado y acompañamiento. Me permito citar a la autora para que sea ella quien ilustre esto:

La hipótesis del Modelo Vincular Integrador, radica en que las condiciones sociales y comunitarias que favorezcan a la parentalidad social (la que implica cuidados y protección a la infancia independientemente de la parentalidad biológica)... facilitarán las experiencias vinculares afectivas ofreciendo seguridad emocional individual; y ésta a su vez incidirá en niveles superiores... El bienestar infantil es la consecuencia de los esfuerzos y recursos coordinados que una comunidad pone al servicio del desarrollo integral de todos sus niños y niñas, es decir, es una responsabilidad del conjunto de la sociedad.

Teresa advierte que el espacio diseñado no es uno rígido, donde se tengan las respuestas de verdad y absolutas, sino un lugar de exploración y construcción con posibilidades de evolución. Esta es otra virtud del modelo, un escenario que permitirá crear relaciones para el bienestar, replantear nuevas reglas, roles, compromisos, etc. Es decir, es un lugar para el cambio de segundo orden, donde todos participan activamente, no solo el niño o la niña.

Este modelo de vinculación e integración también pone la atención en la relación familia-terapeuta, se apuesta a la alianza, donde la familia encontrará en el terapeuta un soporte para que exploren más allá sus limitaciones, y a la vez, establezcan una relación de cuidado. También nos advierte que es un escenario donde los terapeutas aprenderán de las familias y encontrarán los recursos para reparar y establecer nuevas formas relacionales. Añade que es también un campo reflexivo en lo epistémico-personal, para el terapeuta. En palabras de la propia autora “El psicoterapeuta se involucra en actividades y juegos con la familia, consciente de ser parte del sistema terapéutico y pone atención a sus propias emociones y prejuicios como elementos útiles para la elaboración de hipótesis”.

Desde esta postura epistémica, Teresa Lomelí presenta toda una guía metódica-clínica, para enfrentar los más diversos problemas que sufren niñas y niños de nuestros tiempos. Muestra, con estupenda didáctica, desde el primer contacto, paso a paso, el encuadre psicoterapéutico, para diseñar con conocimiento y contexto el espacio adecuado para la familia en cuestión, que los conducirá a restablecer los vínculos. Nombra a esto un Laboratorio Vincular. Desde este laboratorio se llevarán Experimentos, que tienen el objetivo de propiciar una “experiencia de conectar, guiar, disfrutar, sentir contención, experimentar afecto, cuidado, autonomía, libertad y todos los elementos relacionales tan valiosos que suceden durante las innumerables secuencias interaccionales”.

Para ello, utiliza su creatividad junto a una gran variedad materiales y herramientas que propician la vincularidad diádica o familiar, de los cuales sobresale la caja de arena donde se integran un sin número de figuras que personifican diversidad de actores y materiales para construir escenarios. Juegos de mesa y juguetes como pelotas y muñecos. También integra en el laboratorio, material para la creación de relatos como colores y papel para dibujar o plastilina para modelar. Todo ello se videograba para convertir la experiencia en un tipo de película que dé evidencia de lo sucedido y permita la reflexión crítica con fines terapéuticos.

El trabajo de investigación clínica también le dedica un capítulo a la parentalidad, que reconoce es el centro sustantivo alrededor del cual gravita la infancia. Ante ello, Teresa nos señala que “para que exista una verdadera protección a la infancia requerimos cuestionarnos qué requiere la parentalidad para experimentar en carne propia la seguridad emocional necesaria que a su vez, le permita ofrecerla”. En relación a esto, otro capítulo también importante es el trabajo con problemas relacionados con algún trauma vivido, ya sea por los niños o niñas o los padres, para darle una atención diferenciada.

En resumen, esta parte del libro que Teresa nos ofrece, se puede interpretar como un manual, como una guía didáctica estupenda; que teje, punto por punto, el trabajo terapéutico. Nos lleva desde el primer contacto y el diagnóstico circular hacia los ejercicios vinculares y finalmente, la evaluación del camino recorrido en terapia. Cabe mencionar que cada etapa de ese proceso terapéutico que puntúa Teresa, está llena de finas observaciones clínicas y socio-emocionales, fundamentales en el trabajo desarrollado pues conducen todo el devenir de la terapia. Le invito, querido lector, a agradecerle a Teresa esa detallada generosidad.

A pesar de la gran sabiduría clínica que expone esta publicación, la postura de Teresa es modesta para señalar que: “la pretensión en este libro no es inducir a que éste sea un modelo que se ‘replique’ como un ‘programa de intervención’ sin sentido crítico, ni sugerir que es la ‘mejor’ forma de intervenir con familias; la intención es compartir el mapa de un territorio descubierto y co-creado, de manera que pueda invitar a nuevas perspectivas creativas, conexiones y construcciones, sabiendo que hay todo un mundo vincular con gran riqueza y necesidad de espacios de desarrollo e investigación”. En su último capítulo la autora abre el diálogo con nosotros, sus lectores, para evaluar su modelo con una serie de preguntas que, estoy seguro, propiciarán una reflexión de aprendizaje fundamental.

No quiero arruinar la fiesta a quienes nos acompañan en esta lectura, detendré aquí mi presentación para invitarlos a ir página tras página de esta gran obra que, estoy seguro habrá de descolocarlos, para ampliar perspectiva, pero sé también que lo disfrutarán. No hay mejor instrumento que un libro para entablar un diálogo con uno mismo, y en especial con la autora, como un otro, que seguramente responderá con auténtica inquietud a sus dudas y críticas. Termino insistiendo en la generosidad de Teresa que con este libro, se abre para compartir con todos nosotros su trabajo científico y profesional, pero sobre todo su sabiduría clínica a favor de la infancia y su ecosistema.

Verano 2024.

Introducción

En el campo de la psicoterapia y promoción de la salud mental en infancia y sus familias, existen nuevos paradigmas y teorías que han roto con la idea tradicional de que la niña o el niño que presenta problemas emocionales o conductuales debe intervenirse individualmente y que a los padres, madres o cuidadores primarios se les debe atender de forma paralela al proceso infantil, desde una perspectiva del modelo de riesgo y déficit, centrado en el diagnóstico y tratamiento de elementos patogénicos individuales.

Este consenso teórico (no necesariamente llevado a la práctica) se ha construido a partir del contraste entre tres vertientes principales con distintos orígenes epistemológicos, que con diversas metodologías han puesto atención en los síntomas que se presentan en la infancia.

Desde el marco de referencia de la atención a la salud mental infantil, y sin seguir precisamente un orden cronológico estricto, podríamos hablar de la primera vertiente: la de un mundo terapéutico de intervención primordialmente dirigido hacia la infancia, iniciado por el psicoanálisis desde el trabajo de Anna Freud y Melanie Klein, quienes utilizaron la herramienta del juego como principal medio expresivo para exteriorizar dinámicas del inconsciente. Esto, potenciado posteriormente por la corriente humanista que desde el modelo centrado en la persona, en este caso el niño(a), colocó a la terapia de juego como un espacio experiencial útil en sí mismo independientemente de un trasfondo interpretativo por parte del terapeuta. El valor de la experiencia y el contacto con sensaciones y emociones fue enfatizado por el enfoque Gestalt, desde la premisa que a través de la relación terapéutica que ofrece seguridad emocional, el juego y el arte ofrecen la seguridad necesaria al niño(a) para expresar lo que no ha logrado manifestar a través de otros medios. Violet Oaklander, pionera de este abordaje infantil, aportó una gran variedad de técnicas útiles para la psicoterapia.

Por otro lado, la segunda vertiente se orienta al trabajo con la infancia desde la puerta de entrada de la terapia familiar. En los años 50´s, Nathan Ackerman, psicoanalista y psiquiatra infantil, consideraba especialmente relevante la presencia de la familia completa para abordar los síntomas presentados en la infancia. Creía que los problemas intrapsíquicos eran precedidos por conflictos interpersonales, generando con ello las patologías familiares.

Sin embargo, acorde con ese momento histórico, donde la infancia apenas comenzaba a ser considerada, se diluyó de cierta manera la posibilidad de conocer y atender el malestar infantil, sin incluir en la metodología de intervención su presencia activa dentro de los procesos de psicoterapia.

Algunos teóricos propusieron la inclusión infantil dentro de las sesiones de terapia. Salvador Minuchin (2009) consideraba que debían tener un rol activo en la psicoterapia a manera de expertos en la dinámica familiar. Otros psicoterapeutas que fueron parte del movimiento inicial de terapia familiar sistémica, igualmente resaltaron la importancia de no excluirlos, pues representan un holón básico dentro del sistema familiar.

En las últimas décadas pareciera que la tendencia hacia considerar que no es necesario citar a toda la familia para hacer un abordaje sistémico, diluyó las oportunidades de observar e intervenir con los niños y niñas presentes dentro de las sesiones de psicoterapia, derivando en un abordaje principalmente (o únicamente) parental, asumiendo que al trabajar con el subsistema jerárquicamente más fuerte, era suficiente para influir sobre el cambio en la dinámica familiar completa, y por lo tanto (o en consecuencia) en la salud mental infantil. Esta exclusión pragmática terminó eliminando la riqueza enorme de contar con su voz y voto de forma activa.

Maurizio Andolfi (1991) ha sido uno de los grandes defensores de su inclusión, manifestando que su presencia no solo es útil a nivel de observación de las interacciones para aproximarse al entendimiento de la familia y de su problemática, sino que considera que su aportación dentro de las sesiones abre caminos hacia las soluciones que de otra manera no serían tan visibles. La premisa parte afirmando que si son quienes presentan los síntomas, eso los convierte en expertos en las dinámicas relacionales, por lo que darles voz resulta fundamental. Y considera que como terapeutas debemos habituarnos a trabajar con juego y arte, pues para conectar con la voz de la infancia, el medio expresivo basado únicamente en la conversación es altamente limitante. Incluso este medio también puede ser insuficiente para las personas adultas en psicoterapia cuando se utiliza de forma exclusiva y no se otorga un espacio pragmático a lo que en teoría consideramos valioso como el lenguaje no verbal, la implicación de la experiencia corporal, los símbolos, las metáforas y el arte.

Finalmente, la tercera vertiente, que ha dado peso a las relaciones vinculares entre el niño(a) y su principal figura de apego, derivada del psicoanálisis relacional, que notando insuficiente el abordaje individual, encontró en la teoría del apego y las neurociencias afectivas, nuevas explicaciones útiles para la comprensión del desarrollo cerebral a partir de las relaciones diádicas entre un bebé y su principal figura vincular (misma que por muchos años fue asociada tácitamente con la madre), así como modelos de observación e intervención diádicos con el objetivo de elevar la sensibilidad materna (Mary Ainsworth, 1978) para identificar y cubrir las necesidades infantiles.

Dentro esta última vertiente con la perspectiva psicodinámica relacional orientada a la observación de las interacciones entre madre e hijo(a), especialmente en etapas de infancia temprana; el modelo de Psicoterapia Infantil Relacional cobra fuerza en la década de los 90, para transformar la metodología y el estilo de intervención clínica, reconociendo que el niño(a), los padres y el contexto forman un todo, por lo tanto, el síntoma se concibe como parte de esta totalidad. Dan Siegel (1999) citado en Amescua (2008), afirma que la mente se forma a partir de las relaciones. Por lo tanto, el niño(a) no puede desarrollarse solo, pues lo hace en relación con sus padres o cuidadores, tanto en el sentido emocional como social. Este modelo primordialmente diádico, ha aportado descubrimientos sumamente valiosos en el área de la neurobiología de las relaciones interpersonales, visibilizando experiencias abstractas como la intersubjetividad, el desarrollo del self, la mentalización y otros conceptos que han revolucionado las ideas que se tenían del desarrollo infantil, el cerebro y las relaciones vinculares tempranas. La teoría del apego, propuesta por Bowlby (1988) con la colaboración de Mary Ainsworth (1978) y el desarrollo de investigaciones longitudinales bastante sólidas, han influido significativamente en diversos campos, disciplinas y enfoques. Intervenciones diádicas o triádicas desde perspectivas que apuestan al aprendizaje de habilidades parentales dentro de un contexto de seguridad emocional y modelaje como el Theraplay (creado por Ann Jenberg en 1967). Actualmente, otros modelos de abordaje parento-filial como la Terapia de Interacción Padres- hijos PCIT (Eyberg, 1988, Hembree-Kigin y Mc Neil, 1995 en Ferro y Ascanio, 2014) y diversos programas de entrenamiento parental han sido parte de los esfuerzos por visibilizar la importancia del trabajo con los vínculos afectivos dentro de las familias.

Sin embargo, de forma generalizada, la inclusión conjunta de niños y padres en las sesiones desde una perspectiva que considere sistemas y contextos, no se ha construido de forma sólida (Castillo-García, Castillejos-Zenteno y Macías-Esparza, 2017). Ya sea por coherencia con las premisas de los enfoques o modelos, o por falta de formación a terapeutas en el “bilingüismo” relacional para conectar con el medio expresivo de niños(as) y adultos de forma simultánea, se ha cometido una injusta discriminación hacia la infancia en medios clínicos.

Por otro lado, en las psicoterapias infantiles tradicionales, se excluye a los padres de la experiencia terapéutica activa, convirtiéndose en un proceso parcialmente útil para la experiencia emocional infantil, pero limitado, fragmentado y hasta iatrogénico para la experiencia parental y familiar.

Esta necesidad se hace evidente cuando psicoterapeutas humanistas han incursionado en los modelos relacionales, y psicoterapeutas sistémicos se interesan por técnicas lúdicas para conectar con la infancia en sesiones familiares.

Aún hay camino que recorrer en el área de intervención terapéutica relacional, pues a pesar de estas nuevas teorías y de haberse transformado el paradigma, pocos modelos consideran todos estos aspectos de forma congruente, desalineando la teoría inclusiva de la infancia con las prácticas terapéuticas que se llevan a cabo en los procesos de intervención y por lo tanto, dejando de lado elementos que podrían ser más afines con el estilo de comunicación infantil.

Ante un limbo en esta área con vertientes insuficientes para la atención a las familias, se podría pensar que hay tres posibles enfoques principales:

Apegarse a lo ya estructurado, siguiendo un solo modelo de intervención previamente desarrollado.Hacer fusiones provisionales pragmáticas, combinando técnicas para las intervenciones según surjan necesidades, aunque las premisas de fondo tras dichas intervenciones tengan inconsistencias epistemológicas significativas y dificulten la articulación coherente y consciente de premisas, estrategias y técnicas.Generar modelos claros, abiertos y flexibles que integren diversas perspectivas, desde lo intrapersonal hasta lo interpersonal y contextual, vislumbrándose de esta forma un mapa organizado y con posibilidades más amplias.

Si bien es cierto que ya hay una cantidad inmensa de modelos de psicoterapia, y tal vez lo necesario no es precisamente elevar el número de los mismos, sino generar nuevos espacios comprensivos y reflexivos para que los terapeutas sean conscientes de sus estilos de intervención, de sus principios epistémicos y de las rutas más beneficiosas para las personas que atienden; también es evidente que ante territorios inexplorados y poblaciones (infancia y sus familias) atendidas de manera insuficiente o iatrogénica, resulta relevante desarrollar y compartir rutas flexibles que puedan abrir caminos más adecuados para las necesidades actuales.

En este libro se propone el “Modelo Vincular Integrador”, acorde con la última alternativa mencionada, para intervenir en procesos de “Psicoterapia Infanto-familiar” donde se visibiliza el malestar infantil y parental, destacándose por mantener una visión ecosistémica que considera niveles tanto individuales como familiares, comunitarios, socioculturales y globales. Esto finalmente abona a generar estrategias clínicas que inciden específicamente en los vínculos afectivos entre la infancia y sus cuidadores primarios, desde la conciencia de visibilizar la necesidad de redes de apoyo y comunidades sensibles que permitan ofrecer seguridad, cuidado y acompañamiento a las figuras parentales. Con ello, padres y madres estarán en mejores condiciones de proteger y dar seguridad a los niños y niñas que están a su cargo.

Debido a que el proceso de creación de este modelo ha sido una travesía en la búsqueda de modelos relacionales que dieran respuesta a las necesidades percibidas en las familias, aunado a descubrimientos clínicos que daban coherencia y sentido a dicha misión; se tomó la decisión de plantear los capítulos de forma cronológica a partir de la metáfora de un viaje.

En el capítulo 1, se narra el inicio de la aventura motivada a partir de la insatisfacción por la ausencia de espacios terapéuticos compartidos para los niños y sus familias. En el capítulo 2, se viaja a través de diversos enfoques y modelos de psicoterapia, para resaltar posteriormente los descubrimientos preliminares con antecedentes teóricos y epistemológicos valiosos. Con ello, se posibilita definir con mayor claridad la construcción del Modelo en el capítulo 3, incluyendo los pilares, premisas, dimensiones y principal eje transversal. En el capítulo 4, se aborda la estructura que da forma al Modelo, con la creación logística del espacio terapéutico. El capítulo 5 describe las herramientas técnicas detalladas con ejemplos representativos del funcionamiento del modelo de intervención. En el capítulo 6, se dedica un espacio para el trabajo con la parentalidad, clave en las intervenciones. En el capítulo 7 se dirige la mirada a nivel “panorama”, para analizar secuencias de procesos integrados. En el capítulo 8 se da relevancia al hecho de conectar territorios con otras disciplinas y redes de apoyo tanto para las familias como para la terapeuta. Finalmente, el capítulo 9 vislumbra la extensión y construcción a futuro de territorios favorecedores para las familias, en el desarrollo y fortalecimiento de sus vínculos afectivos.

Desde la convicción de que la visibilización e inclusión de niños y niñas es fundamental en los medios clínicos sistémicos y por tanto, en los textos académicos; en este libro se emplea un lenguaje que incluye a niños y niñas, mencionando a ambos de forma simultánea o alternada. De igual forma, la mención de padres, madres, personas cuidadoras o figuras parentales se utiliza indistintamente para considerar a las diversas personas implicadas en la responsabilidad directa de la crianza y los cuidados infantiles.

Reivindicando que la mayor parte de psicoterapeutas que atienden a la infancia y sus familias son mujeres, el rol de terapeuta es mencionado en este texto con mayor frecuencia desde el femenino.

CAPÍTULO

1

Inicio de la travesía: el origen

Un explorador nunca puede conocer lo que está explorando hasta que lo ha explorado.

Gregory Bateson.

Territorios desconectados

Este modelo ha sido construido a lo largo de 23 años de práctica psicoterapéutica, gracias a las familias atendidas y el contacto con colegas, tanto en instituciones como en el ámbito privado. Al finalizar mi Licenciatura en Psicología, estaba segura de querer trabajar con la infancia, pues me atraía la idea de intervenir de forma preventiva y con un estilo de vida profesional que me hiciera sentir motivada, activa, rodeada de elementos simbólicos, movimiento corporal y vivencias lúdicas. Mi primer trabajo implicaba trabajar con niños, niñas y adolescentes con discapacidad física y sus familias. Sabía que no era suficiente mi formación básica para atender estas situaciones de mayor complejidad, así que decidí ingresar al Posgrado en Psicoterapia Gestalt. Conocí formas concretas para el trabajo con las emociones y las necesidades, abordaje experiencial con los sueños, teorías de las polaridades e integración de la personalidad, entre otras premisas con perspectiva primordialmente intrapersonal. Me entrené en la intervención terapéutica cuidando tener clara la estrategia de cada sesión, dando importancia a los procesos integrados.

Sin embargo, dicha formación estaba centrada en el trabajo con adultos, y reconociendo que no era suficiente este estilo de intervención, ingresé a una formación intensiva en Santa Bárbara, California con la Dra. Violet Oaklander, autora de los libros Ventanas a nuestros niños y El tesoro escondido; ella, siendo experta en terapia de juego con perspectiva Gestalt, basaba su entrenamiento en la práctica con técnicas lúdicas y simbólicas, sensibilización y arte para el trabajo con infancia y adolescencia. Esta formación influyó de forma significativa y muy enriquecedora en mí para poder realizar intervenciones más creativas con estas poblaciones. La técnica más impactante que conocí fue la del trabajo con la caja de arena, donde los símbolos y metáforas cobraban sentido especial tanto para quienes son consultantes como para la psicoterapeuta.

Comencé a elegir las técnicas lúdicas y artísticas más útiles para el trabajo con niños y niñas, mientras trabajaba en consulta de forma privada. Sentía que era un trabajo que me llenaba de satisfacción, pues cada sesión era muy disfrutable para mí y percibía que salían de la sesión sintiendo calma, regulación, alegría y liberación. Trabajaba bajo la premisa humanista de que “todos los niños y niñas ya tienen los elementos necesarios para poder expresarse y crecer, sólo necesitan un espacio donde eso pueda florecer”. Aun así, había momentos en los que dudaba si mi trabajo estaba siendo realmente útil hacia la parentalidad y para las familias como sistema. Era frecuente que los procesos se hicieran demasiado extensos en duración, que los padres y madres sintieran relativa tranquilidad de que su niño o niña estuviera acudiendo a un proceso terapéutico para aprender a “gestionar” sus emociones, mientras ellos se sentían cada vez más incompetentes (aunque no lo verbalizaban de esta manera). Cada sesión de seguimiento con las figuras parentales, bajo la idea que con psicoeducación y trabajo de las propias heridas dentro de su historia de crianza sería suficiente para mejorar en su labor parental; era temporalmente satisfactoria, pues lo que parecía que quedaba claro para ellos a nivel cognitivo dentro de las sesiones de seguimiento respecto a las necesidades de sus hijos; en realidad, era difícil de replicar pragmáticamente en su vida cotidiana.

Parecía que a pesar de que yo hacía lo que los libros y teorías decían, estaba cada vez más lejos de una intervención que ayudara en lo profundo, en lo vincular y a mediano-largo plazo. Comúnmente regresaba otro hermano(a) a consulta por síntomas distintos, pero siendo parte de una misma dinámica de patrones relacionales disfuncionales.

Con mis colegas cercanos, era común escuchar entre nuestras conversaciones de pasillo que “el trabajo que se hacía en terapia con un niño o niña, lo ‘arruinaban’ los padres o madres por su irresponsabilidad y falta de voluntad para el cambio”. Nada más iatrogénico e injusto para las familias que esta justificación tan socorrida cuando el trabajo terapéutico no está funcionando.

Vislumbrando un mapa común

Hubo dos momentos cruciales en mi practica terapéutica, alrededor del año 2006, cuando trabajaba desde esta perspectiva de Psicoterapia Infantil, que yo nombro “Tradicional”. Aunque ya desde antes percibía que el trabajo era poco efectivo para los padres y madres en muchos casos y finalmente esto no era suficientemente útil para el malestar de los niños; la primera experiencia que me invitó a profundizar a nivel ético dentro de mi práctica ocurrió con Ivana, una niña de 9 años, que acudía generalmente muy contenta y motivada a la terapia de juego. En una ocasión antes de entrar a la sesión, Raquel, su mamá, me dijo que Ivana tenía mucho interés en contarme lo que le había ocurrido en la escuela, pero que no quería decírselo a ella, sino que deseaba abordarlo sólo conmigo en la terapia. Al escuchar su tono de voz y su mirada cabizbaja, pensé que en realidad ella se sentía incapaz de establecer lazos de confianza profundos con su hija y que tal vez el hecho de llevarla a terapia conmigo, era lo único que creía que podía hacer para que Ivana expresara lo que le ocurría. Me sentí triste por ella, con una gran expectativa vincular desde mi labor y con una función que en realidad obstaculizaba sus vínculos parento-filiales.

Pero al contrastar esta reflexión con las ideas respecto a lo aprendido en psicoterapia infantil, terminaba autoconvenciéndome de que estaba logrando generar ese espacio de seguridad emocional que los niños y niñas no podían tener en casa. Y solo así lograba acallar esa incomodidad y malestar ético, para seguir trabajando de la misma manera, que en muchos casos, resultaba iatrogénica.

En una sesión posterior con Ivana, ella me dijo que se sentía tan confiada conmigo, que a veces yo le recordaba a la maestra Miel, de la película de Matilda. En la película, Matilda tenía unos padres sumamente maltratadores y negligentes y la maestra la salvó de ellos adoptándola. Esta historia caricaturesca era lejana a la realidad de Raquel, una mujer interesada por su hija que no había aprendido a vincularse de forma continuada con ella, considerando en su historia de crianza había tenido padres ausentes afectivamente. Pero más que describirla ahora a ella como ausente, ella era una madre que deseaba reconstruir sus vínculos, y al no encontrar un servicio o a una red de apoyo que trabajara por ello, lo aparentemente mejor que podía hacer era llevar a Ivana a Psicoterapia Infantil. Todo este esfuerzo realizado, sin saber que con ello se perpetuaría su sentimiento de incompetencia y se confirmaría que sólo era capaz de replicar lo vivido en su familia de origen.

Con el malestar presente, continué trabajando con el mismo modelo conocido de intervención, preguntándome vagamente si habría acaso otras formas distintas de trabajar.

Trazando una nueva ruta

El momento de verdadera claridad llegó cuando trabajaba con otra niña, Paula, de 6 años. El motivo de consulta por el que acudían sus padres estaba relacionado con conductas disruptivas de la niña cuando Ana, su mamá, le insistía en que se vistiera con ciertas prendas de ropa que ella no quería. Esos espacios matutinos de lucha de poder entre madre e hija llegaban a ser tan intensos, que trastocaban la calidad de su vínculo afectivo en el resto de las experiencias y actividades cotidianas.

Entonces, basándome en el síntoma y en su motivo de consulta, aparentemente desde una alianza terapéutica, diseñé el objetivo de facilitar experiencias para la niña que le permitieran tolerar la frustración y gestionar su enojo de formas menos disruptivas. Y dentro de este mismo objetivo, hacer psicoeducación con los padres para que lograran darle contención en esos momentos y facilitaran la expresión de energía agresiva en otras situaciones más reguladas. Nada más lejano de una intervención vincular o sistémica que realmente fuera útil.

Así que, desde esa perspectiva, en una ocasión estaba trabajando el sentido del tacto, con la premisa de que trabajar individualmente con los sentidos y con sensaciones corporales ayudaría a identificar y expresar más fácilmente las emociones. Mientras jugábamos memorama de texturas e identificación de objetos de la sala de juego con los ojos cerrados, Paula me propuso que jugáramos a adivinar con cuántos dedos yo tocaba la palma de su mano. En ese momento sentí un choque eléctrico interno de disonancia, de incongruencia, de inadecuación. De alerta. Bastaron tres segundos de tiempo cronológico para darme cuenta de que esa experiencia sensorial de intimidad vincular no me correspondía vivirla a mí con ella, sino a su mamá, que estaba afuera del cuarto de juego, esperando pacientemente (¿o con conformidad desesperanzada?) la “transformación” emocional de su hija. Entonces le dije a Paula que yo creía que era mejor que ese juego lo hiciera con ella. Le pregunte si deseaba que la invitáramos a pasar. Sin dudar, Paula asintió, no sólo aceptando, sino emocionada por la propuesta. Salí del cuarto de juego y le dije a su mamá: —Ana, hay un juego especial que quiere hacer Paula y queremos invitarte a que lo hagas tú con ella, ¿Quieres pasar? Tuvo la misma respuesta emocionada y dispuesta que Paula aunque con un poco de asombro y tal vez temor. Le pedí a Paula que explicara a su mamá el juego sencillo que proponía. Cuando Paula cerró los ojos y su mamá tocó la palma de su mano con dos dedos, ella adivinó y mostró mucha satisfacción por lograrlo. Pero después su mamá le pidió que volviera a cerrar sus ojos y la tocó con varios dedos a manera de pequeñas caricias a lo largo de su antebrazo. Antes de que mamá se lo pidiera, Paula abrió los ojos, y se miraron. Las dos de verdad se miraron. Y se conmovieron. El poder del vínculo, del contacto, de la complejidad humana en la versión más sencilla y profunda. Mientras yo, conmovida también contemplando el momento desde una experiencia profundamente nutricia, supe que este era el camino que daba respuesta a mis disonancias éticas de años anteriores. Vi a Paula. Vi a Ana. Vi a las dos conectando. No solo ví, sino que presencié el vínculo materializado y corporalizado en personas, en sensaciones y emociones (también en mi propio cuerpo, sensaciones y emociones). Entendí que yo no era solo espectadora sino parte de un puente temporal participante. En un minuto comprendí más acerca de las relaciones vinculares que lo que antes había estudiado teóricamente. Lo disfruté, me nutrí, y tuve esa certeza: “Ésta es la ruta...”.

Y como después de las certezas aparecen las dudas, me cuestioné de qué maneras podría construirlo. Si dentro de lo que había aprendido no estaban modelos de inclusión de padres e hijos(as) en las sesiones. ¿Cómo replicar lo que acababa de presenciar? ¿Cómo hacerlo con respeto, con seguridad emocional, para ambas partes? ¿Y si incluía a la tríada de ambas figuras vinculares con cada niño o niña? ¿Y al resto de hermanos? ¿Cómo lograr navegar en la complejidad relacional agregando más elementos y experiencias? ¿Habría un orden lógico al plantear las experiencias? ¿Qué actividades dan seguridad a los padres y cuáles los hacen sentir incómodos? ¿Cómo observar estas señales? ¿La secuencia de actividades en sesión alteraría las experiencias y procesos resultantes? ¿Cuándo citar a los padres solos? Si los padres están separados, ¿en qué momentos reunirlos y cuándo no hacerlo? ¿Qué observar?, ¿Qué hacer con las propias emociones? Si la terapeuta es parte del sistema observante: ¿cómo permanecer con cuidado?, ¿cuándo retirarse en cada experiencia y en el proceso?...