¿Qué fue lo que pasó? - Enrique Pérez Arias - E-Book

¿Qué fue lo que pasó? E-Book

Enrique Pérez Arias

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¿Era inevitable la derrota del proyecto socialista de la izquierda chilena en septiembre de 1973? No. Hubo tres momentos en que la historia pudo haberse escrito de otra manera. En marzo de 1971, hubo elecciones municipales y la Unidad Popular obtuvo poco más del 50 % de los votos. Era un momento propicio para avanzar convocando a una asamblea constituyente para cambiar la constitución del país. El segundo momento fue luego del paro patronal de octubre de 1972. Los golpistas fracasaron entonces en sus intentos de derrocar al gobierno. Los trabajadores pasaron a la ofensiva, pero el gobierno y la Unidad Popular no se decidieron a constituir órganos de poder popular territorial. El tercer momento fue luego de la fracasada intentona golpista en junio de 1973. Los nacientes comandos comunales, los cordones industriales, las coordinaciones territoriales llamaron a la movilización y se tomaron los territorios, pero sin un plan de defensa militar era imposible tomar la iniciativa estratégica. De junio a septiembre de 1973, el gobierno y la izquierda están a la defensiva. Es llamativo que la izquierda, con toda la experiencia histórica acumulada, no tuviera un plan alternativo de defensa de las conquistas alcanzadas por los trabajadores y no hubieran sido capaces de cambiar sus análisis iniciales. La izquierda institucional y la insurreccional quedaron encerradas en sus propios laberintos. Salvador Allende asume consecuentemente la derrota de su proyecto político y muere en la sede de gobierno.

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©Copyright 2023, by Enrique Pérez Arias Colección Investigación & Estudios «¿Qué fue lo que pasó? La derrota estratégica de la izquierda chilena en 1973» No ficción, 192 páginas Primera edición: junio de 2023 Edita y Distribuye Editorial Santa Inés Santa Inés 2430, La Campiña de Nos, San Bernardo, Chile (+56 9) 42745447Instagram: santaines editorialFacebook: Editorial Santa Iné[email protected] Registro de Propiedad Intelectual N° 2023-A-6273 ISBN: 9789566107514 eISBN: 9789566107668 Edición Gráfica y Literaria: Patricia González Ilustración de Portada: Andrés Cotrina Edición de Estilo y Ortografía: Susana Carrasco Impreso en Chile / Printed in Chile Derechos Reservados

«Trabajadores de mi patria: tengo fe en Chile y su destino. Superarán otros hombres este momento gris y amargo donde la traición pretende imponerse. Sigan ustedes sabiendo que mucho más temprano que tarde de nuevo se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor». Salvador Allende, 11 de septiembre de 1973

«Somos la memoria que tenemos y la responsabilidad que asumimos; sin memoria no existimos y sin responsabilidad quizás no merezcamos existir». José Saramago

«La memoria de la izquierda es un continente enorme y prismático hecho de victorias y derrotas, mientras que la melancolía es un sentimiento, un estado de ánimo y un campo de emociones». Enzo Traverso

Prólogo 1 A comenzar de nuevo

Las protestas masivas de octubre del 2019, sobre todo la del 25 de ese mes, remecieron a la sociedad chilena. Pequeños movimientos telúricos que auguraban un sismo de proporciones ocurrieron durante un largo periodo. Las grandes movilizaciones de los estudiantes secundarios (2001, 2006), universitarios (2011), en los levantamientos de los pueblos de la comuna de La Higuera (2010, 2017), Magallanes (2011), Freirina (2012), de Aysén (2014), Chiloé (2016), Quintero y Puchuncaví (2018); todas motivadas por problemas medioambientales, por la defensa y mejoramiento de su calidad de vida. También las movilizaciones de protesta contra las AFP (2018, 2019), las movilizaciones de las mujeres (2018, 2019). Asimismo, las constantes manifestaciones, protestas y defensa de sus derechos y de reivindicación ancestral de sus tierras de diferentes grupos u organizaciones mapuche. Algo se movía.

Sin embargo, nadie vio venir la masividad, la radicalidad, la fuerza y la extensión en el tiempo de lo que ocurrió en ese octubre.

Se crearon grupos de autodefensa en las protestas, la así llamada primera línea; redes de equipos de salud para atender a los heridos; grupos de apoyo en alimentos. Los manifestantes demostraban coraje, valentía, decisión, persistencia en sus manifestaciones. Hombres y mujeres. Ancianos y jóvenes. Surgieron pancartas, consignas, carteles hechos por los propios manifestantes, que demostraban la ira, la indignación, la rabia y la necesidad de cambiar el modelo de sociedad neoliberal. Todo se resumía, en una palabra: Dignidad.

El sistema político se remeció. El gobierno de la coalición de derechas le declaró la guerra a un enemigo invisible que justificaba la violencia gubernamental. Hubo asesinatos que nunca se aclararon e identificaron a sus culpables. Hubo centenares de mutilados, de heridos por los perdigones de las fuerzas policiales. De violaciones y maltrato sexual. De detenciones arbitrarias. De encarcelamiento sin juicios o con pruebas falsas sobre todo contra los jóvenes. De nuevo un país sometido a la impunidad de las fuerzas policiales con la anuencia del gobierno.

Hubo un momento de incertidumbre en el país a fines del 2019. Pero la masividad de las protestas mostraba también sus límites. No tenían sus propios representantes, organizaciones sociales capaces de transformarse en interlocutores válidos para negociar salidas políticas con el gobierno.

Esas manifestaciones denominadas como «estallido», «revuelta» o «rebelión» social, se caracterizan por su carácter efímero. Obligaron una salida constitucional que fue acordada por los partidos políticos representados en el congreso nacional. En el primer plebiscito se aprobó que la nueva constitución fuera escrita por representantes elegidos democráticamente y sin participación de los partidos políticos. Llamativamente, en la elección de los constituyentes, la derecha quedó sin posibilidades de poder vetar artículos de la nueva constitución al no lograr un tercio de los votos. Mas sorprendente aún fue el surgimiento de una Lista del Pueblo que logró elegir sus propios representantes. Estos, junto con los escaños reservados para los pueblos originarios crearon la ilusión de poder elaborar un texto que fuera inclusivo y equitativo, en la promulgación de derechos. Se vivió un momento de efervescencia.

El capital financiero, los empresarios, la derecha, los sectores conservadores, las iglesias evangélicas, iniciaron entonces una campaña de distintos matices para oponerse al nuevo texto constitucional. Nada nuevo en la historia política chilena. En el segundo plebiscito, paradojalmente, los ciudadanos chilenos rechazaron el borrador del texto de la nueva constitución por una mayoría aplastante. Por cierto, hubo muchas explicaciones sobre este resultado. La más simple y a la vez clarificadora es que en el primer plebiscito el voto fue voluntario. Votaron aquellos que realmente querían un cambio de rumbo para el país. En el segundo, el voto fue obligatorio, y allí votaron todos, inclusive aquellos que nunca estuvieron interesados en las elecciones, que rechazan todo, inclusive el nuevo texto, aunque los favoreciera. Este es el enigma democrático: ¿se pueden proclamar derechos constitucionales para personas que no los quieren tener o simplemente desconocen su significado, a través de un plebiscito?

El efecto de las movilizaciones de octubre del 2019 fue multiplicador. En Suecia, nos volvimos a reactivar en el trabajo de solidaridad con los afectados por la represión policial en Chile. Los artistas suecos que ya habían solidarizado con nosotros en la época de la dictadura, nuevamente demostraron su apoyo. Logramos apuntalar económicamente a algunos presos de la revuelta y a algunos mutilados. Nos reencontramos con antiguos y nuevos amigos para afirmarnos mutuamente. Y en términos personales, volví a reencontrarme digitalmente con mis compañeros de 1973.

Ellos ya estaban conectados en Chile. Habían formado un grupo en WhatsApp y cada cierto tiempo se reunían a conversar. A alguno de ellos no los veía desde septiembre de 1973, cuando estábamos en la sede de la Universidad de Chile en Osorno y la izquierda controlaba la federación de estudiantes y la vicerrectoría. Una época gloriosa. Con otros habíamos estado intentando organizar la resistencia a la dictadura, fuimos detenidos y nos encontramos en los campos de concentración.

Algunos de ellos han estado muy comprometidos en la tarea de defender los derechos humanos y de luchar por el esclarecimiento del paradero de los detenidos desaparecidos durante la dictadura cívico-militar y de encontrar sus cuerpos. Ha sido una tarea ardua e interminable.

Pude constatar que todos seguíamos preocupados por el desarrollo de las protestas y la situación política en el país. A pesar de que habían pasado 46 años, pudimos tener fructíferas conversaciones. Teníamos un buen fundamento, una base común, una confianza mutua, referentes que se habían mantenido en el tiempo, que hicieron posible esa comunicación llana. Era parte de nuestra herencia política, aunque ya no estuviéramos organizados.

En esas conversaciones, alimentamos ilusiones. Por esto, el rechazo a la nueva constitución del 4 de septiembre del 2022, fue de nuevo un golpe brutal. Una nueva derrota para los que habíamos cifrado las esperanzas de que finalmente la sociedad tuviera una nueva carta magna que abriera las posibilidades de construir una sociedad para la mayoría de la población. A pesar de que el texto de la nueva Constitución era una propuesta que podía ser modificado, los poderes facticos de la sociedad chilena comprendieron que afectaba sus intereses estratégicos. Pusieron todos sus recursos económicos al servicio de la campaña y lograron confundir a una población de electores mal informados y desinteresados de la vida política.

Las manifestaciones masivas de octubre fueron una ilusión para los que las interpretaron como la demanda de cambios radicales. La izquierda quiso apropiarse de las protestas. Pero, no hay salida a la crisis por la izquierda. La derecha se quiere apropiar de los votos del rechazo y quiere mantener el estatus quo. Al parecer, la nueva sociedad chilena plantea desafíos intelectuales y políticos que no tienen respuestas fáciles y acomodaticias.

Las derrotas del 11 de septiembre de 1973 y la del 4 de septiembre de 2022 no se pueden comparar. La del 73 fue estratégica para las aspiraciones de cambiar la sociedad chilena y hacerla más humana, progresista y democrática, signada por el socialismo. Era un momento de ascenso en las luchas populares por conquistar espacios de poder político. La del plebiscito fue una derrota temporal para las fuerzas democráticas del país, que retrasará las aspiraciones de construir un nuevo marco constitucional. Sin embargo, es de nuevo una derrota trascendental para las antiguas y, ahora, nuevas izquierdas, puesto que se da en el terreno de las elecciones democráticas donde los ciudadanos deciden. La derrota desnuda de nuevo a la izquierda.

En las conversaciones por WhatsApp con mis amigos y compañeros no solo tocamos temas contingentes. En uno de esos coloquios, comenzamos a preguntarnos dónde habíamos estado el mismo día 11 de septiembre de 1973. ¿Qué habíamos hecho ese día?

Cada uno tenía sus propios recuerdos. Alguno había estado en la universidad en la asamblea de estudiantes tratando de calmar y de orientar a los estudiantes de izquierda que querían protestar y dirigirse en marcha al centro de la ciudad. Se les recomendó que no lo hicieran y se volvieran a sus casas lo antes posible. Uno había sido detenido en el pensionado estudiantil por carabineros; otro había, ese mismo día, cambiado su aspecto físico para comenzar su vida clandestina. Otros se mantuvieron alejados de la universidad, pero esperando órdenes de su organización política, el Movimiento de Izquierda Revolucionaria. De pronto, uno de ellos manifestó su frustración de que no hubiéramos sido capaces de organizar ninguna resistencia los días posteriores al golpe militar. ¿Qué fue lo que pasó? Pregunto desazonado, frustrado todavía.

La pregunta tenía una carga histórica y simbólica tremenda. Tenía que ver con nuestras incapacidades políticas y militares. Hicimos un recorrido histórico de hechos y cartográfico de la ciudad para tratar de entender por qué el plan de resistencia quedó en nada. Se cayó en el vacío. Pronto nos dimos cuenta colectivamente que no tenía mucho sentido quedarnos en ese acontecimiento. Alguien planteó que era necesario verlo desde una perspectiva más amplia. Y en eso quedamos.

Era un tema doloroso. Por la derrota política, por la consiguiente represión militar que secuestró al país y devastó a la izquierda. Que llenó de miedos a la población. Que puso en sospecha cualquier opinión disidente. Por las muertes. Por los desaparecidos. También por la cantidad de errores cometidos. Por las responsabilidades individuales cuando ningún dirigente, comité central ni comisión política asume los errores. Cuando ya no hay organización política. Porque la derrota permitió que la dictadura cívico-militar implementara su proyecto neoliberal de sociedad, transformando el comportamiento humano a un estado animal de sobrevivencia para algunos, de abundancia para otros.

De esas experiencias hemos aprendido algo. Y de esas experiencias surgió la tarea de defensa de los derechos humanos. De hacer los esfuerzos para que el conjunto de la sociedad se hiciera cargo de su defensa. Para, finalmente, castigar a todos los culpables. No solo los que cometieron las atrocidades. Y, ahora, también castigar a los culpables de las atrocidades que se cometieron desde octubre del 2019. Y esclarecer, también, algunas desapariciones de jóvenes cometidas durante los gobiernos de la Concertación, dirigidos por militantes de izquierda.

Todas las fuerzas políticas democráticas tienen la responsabilidad de someter a las fuerzas armadas y carabineros a la constitución y al derecho. En Chile, parece no entenderse así. Las fuerzas armadas son un estamento separado de la sociedad y disponen de un financiamiento propio. Las fuerzas policiales actúan con impunidad.

Con el rechazo a la nueva Constitución, estos temas están aún más lejos de poder solucionarse democráticamente. Y tenemos el deber de retomarlos frente a un nuevo aniversario del golpe militar en 1973. Ahora, 50 años más tarde, tenemos que empezar analizando nuestro propio marco de referencias históricas. Una de las maneras de salir del marasmo y de los meandros en que estamos metidos.

En octubre del 2019, en las grandes manifestaciones de protestas, una de las consignas esgrimidas en las numerosas pancartas hechas por los manifestantes se podía leer: «Aquí están los que no pudieron matar». Eran sus hijas o hijos, nietas o nietos que le recordaban a toda la sociedad los crímenes cometidos. Reivindicaban a los muertos, a los detenidos desaparecidos. No los pudieron matar y sobreviven en nuestros recuerdos. Mientras seamos capaces de proyectarnos a un horizonte de nuevas expectativas.

Prólogo 2 Están con nosotros

El ataque brutal a la Moneda y la muerte del presidente Salvador Allende fue el anticipo de lo que se venía. En todo el país, los militares y carabineros asesinaron pobladores, campesinos, trabajadores, estudiantes, militantes de los partidos de izquierda los primeros días y las primeras semanas después del golpe cívico-militar. En algunos casos con la ayuda de civiles, sobre todo en las zonas rurales.

Patricio Reinaldo Rosas Asenjo fue el primer asesinado en Osorno. Tenía 17 años. Era presidente del centro de alumnos del Liceo de Hombres de la ciudad y militante de la juventud del Partido Socialista. Las primeras semanas de septiembre de 1973, los conflictos entre los estudiantes de derecha y la izquierda habían escalado a contiendas callejeras. Un grupo de estudiantes ocupaba el liceo para resguardarlo de una amenaza de toma por parte de la derecha. La noche anterior al golpe, los carabineros allanaron el liceo y se llevaron a todos detenidos. El mismo 11 de septiembre en la mañana, Patricio Reinaldo se dirigió a la comisaría de carabineros para ir a buscarlos y llevarlos de vuelta. Este acto reflejaba bien su carácter, su compromiso y su decisión.

El 12 de septiembre en la noche, estaba reunido con un grupo de jóvenes de su partido cuando fue allanada la casa donde se encontraban por una patrulla militar comandada por el teniente Gustavo Eduardo Santibáñez. Reinaldo, como lo conocían sus compañeros, intentó escapar. Fue baleado por la espalda con un fusil Mauser y una bala calibre 762 atravesó su cuerpo provocándole la muerte. Los militares abandonaron el lugar, dejándolo tirado en la calle.

En Osorno, los militares allanaron la universidad y colegios secundarios, ocuparon fábricas, cubrieron los edificios administrativos, abrieron lugares públicos como cárceles. Mantuvieron vigilancia en el Liceo de Hombres y se llevaron detenidos a un grupo de estudiantes que hicieron un minuto de silencio por Patricio Reinaldo, denunciados por sus propios profesores.

No hubo enfrentamientos en esos días. El 16 de septiembre, los militantes del MIR intentarían ocupar el regimiento de la ciudad. Una acción osada que no se llevó a cabo. Todas las circunstancias y las razones alrededor de ese hecho no están totalmente esclarecidas. Solo les importa a los directamete involucrados.

También en Osorno se publicaron listas de personas que debían presentarse voluntariamente a las nuevas autoridades. Muchos militantes de los partidos de izquierda de la Unidad Popular no sabían qué hacer. Varios de ellos se presentaron voluntariamente como es el caso de Raúl Santana Alarcón y José Vidal Panguilef, importantes dirigentes y militantes del Partido Socialista, quienes luego fueron asesinados por carabineros de la Tercera Comisaria de Rahue. Una forma de actuar planificada que aplicaron en todo el país. Otros fueron confinados en la cárcel y condenados en juicios arbitrarios.

Algunos detenidos fueron denunciados por civiles. Este fue el caso de la querida compañera Irma Ponce que fue detenida el 17 de septiembre por la denuncia de una militante de la Democracia Cristiana. Irma era directora de la escuela República de Cuba, en la población Eleuterio Ramírez. Con ella fueron detenidos el cuidador de la escuela y su señora embarazada. A Irma la conocí en mis primeros tiempos de compromiso político. Por motivos de seguridad, no la contacté el día del golpe y no supe en ese momento de los avatares que le tocaría sufrir.

El 27 de septiembre 1973, en la cárcel, fue visitada por su esposo César Ávila. A la salida, fue detenido por carabineros. Había numerosos testigos, entre ellos, su hija Ximena. César era director provincial de Educación, militante del Partido Socialista. Es uno de los detenidos asesinados y desaparecidos de la provincia de Osorno, que fueron arrojados desde el puente Pilmaiquén al río. En una declaración de un carabinero involucrado que conducía el vehículo se confirmó que sacaron a un grupo de prisioneros de la Tercera Comisaría y los condujeron al puente donde los asesinaron. Todos estos antecedentes se pueden leer en los informes de las comisiones de derechos humanos.

El calvario de Irma y sus hijas e hijo se prolongó por años buscando los restos de César. Luego, fueron humillados, maltratados, aterrorizados años después con la noticia falsa de que César vivía en Curicó. Se trasladaron entonces a Santiago. Irma trabajaba como profesora con otro nombre. A veces, no le pagaban el sueldo que le correspondía y no podía reclamar. Se vinculó con otros familiares de detenidos desaparecidos en la Vicaria de la Solidaridad para buscar a sus parientes, todos detenidos desaparecidos. Finalmente, Irma con sus hijas e hijo salieron al exilio a Francia. Allí, la recibió un comité de acogida de osorninos que ya vivían en ese país.

El puente Pilmaiquén es el escenario donde ocurrieron matanzas de prisioneros. En la comuna de Entre Lagos, de la provincia de Osorno, fueron detenidas cinco personas por civiles y carabineros el 17 de septiembre de 1973: Luis Sergio Aros Huichacán, Joel Fierro Inostroza, José Ricardo Huenumán Huenumán, Martín Núñez Rozas y la alcaldesa Blanca Valderas del Partido Socialista. El caso de Blanca Valderas es uno de lo más emblemáticos de la provincia de Osorno, puesto que logró sobrevivir a un fusilamiento colectivo. Los llevaron como a otros también al puente Pilmaiquén, amarrados y les dispararon por la espalda. No obstante, el fusil con que dispararon contra Blanca Valderas se trabó, por lo que la golpearon y la lanzaron al río. Ella, entonces, nadó y llegó hasta una casa donde se refugió. Debió mantenerse escondida durante cinco años, incluso de sus hijos, y usó otra identidad. Mientras que su esposo, Joel Fierro, se encuentra desaparecido hasta hoy. El caso de la alcaldesa de Entre Lagos fue el primer testimonio prestado por una sobreviviente en la Vicaría de la Solidaridad, creada por la Iglesia Católica chilena para la defensa de los derechos humanos. Su testimonio está publicado en el libro «Miedo en Chile» de Patricia Politzer (1990).

La mayoría de las víctimas de la provincia vivían en la ciudad de Osorno y en las localidades vecinas de La Unión, Entre Lagos, Puerto Octay y Bahía Mansa. El total de víctimas en la provincia alcanza a 42 detenidos asesinados y/o desaparecidos, la mayoría de ellos miembros de los partidos Comunista y Socialista, eran obreros, campesinos y pobladores. Todos esos asesinatos son la revancha de los sectores golpistas al sentirse amenazados por las reivindicaciones de mejores condiciones de vida de los sectores más pobres de la sociedad.

En marzo del 2008, una jueza condenó a penas de presidio a 24 excarabineros por su responsabilidad en la desaparición, tortura y homicidio de 31 víctimas de la dictadura militar ocurridos en la ciudad de Osorno, entre septiembre y octubre de 1973. En la sentencia de más de 200 páginas, la magistrada condenó a presidio perpetuo al coronel retirado Adrián Fernández, a 15 años de cárcel al general retirado Nelson Rodríguez y al exteniente coronel Antonio Baros. De los 21 suboficiales restantes, cinco fueron condenados a 20 años de presidio, dos a 15, uno a 5 y 13 recibieron penas de 4 años.

En 1997, publiqué mi libro «La búsqueda interminable. Diario de un refugiado político en Suecia». Mi intención fue rescatar la historia y proponer un diálogo con mis excompañeros. En ese momento, a fines de la década de los 90, no fue posible hacerlo.

En algunas de sus páginas, recordaba a mis queridos compañeros del Liceo de Hombres de Osorno de fines de la década de los 60, a Miguel Ángel Catalán y Herbit Ríos Soto. Miguel Ángel, conocido cariñosamente como el «Colihuacho», porque era muy delgado, era un agitador y un destacado líder estudiantil. Estaba a la cabeza de las movilizaciones para exigir un mayor financiamiento y la construcción de un gimnasio techado para poder resguardarse de las lluvias en las horas de deporte. Era plausible que estuviera metido en proyectos políticos serios. Herbit era reservado, pausado y serio. Solo conociéndolo de cerca uno podía percatarse de su humor, de su solidaridad, de su compañerismo. Era celoso de su vida personal y de mantener reserva sobre sus opiniones políticas.

Ambos compañeros eran militantes del MIR. Miguel Ángel fue asesinado en las afueras de Concepción unas semanas después del golpe militar, y Herbit fue detenido y desaparecido a fines de 1974, en Santiago. Lo busqué durante muchos años en las listas de detenidos desaparecidos y no lo encontré. La memoria me jugó una mala pasada. Lo buscaba por el nombre de Hugo Ríos y aparecía otro compañero desaparecido, pero de otra región del país.

En el 2017, 20 años después de la publicación de mi libro, recibí una comunicación digital preguntándome por la edición. La razón era que yo mencionaba al «Chico Ríos» en las páginas donde recordaba mi vida de liceano. Era un primo de Herbit que quería saber algo más del texto. Afortunadamente yo me encontraba en el sur de Chile. Después de un intensivo intercambio de correos electrónicos, llegamos a la feliz conclusión de que era posible que yo visitara a la madre y a la hermana de Herbit en Puerto Montt.

La emoción era enorme. Llegué a la casa y me recibió la hermana con un cariñoso abrazo y me susurró al oído: «pensé que él iba a llegar con usted». Me quedé conmovido, pero me tuve que contener. Saludé a la señora Yola, la madre. Me tomó de las manos, me condujo a su dormitorio, me mostró las fotos de Herbit. Me preguntó si era yo que llegaba a almorzar a su casa en la época del liceo, pero no era yo. Almorzamos y tuvimos una tarde de recuerdos. Ellas no podían dejar de verse tristes y a la vez agradecidas de mi visita. Me fui pensando en todas las familias que perdieron a sus seres cercanos y queridos, y que hasta el día de hoy luchan por recuperar sus cuerpos.

Esa visita al sur en el 2017 tuvo otro momento virtuoso. El primo de Herbit era de la misma generación de Ximena, la hija mayor de Irma. Yo tenía un vago recuerdo de ella cuando llegaba a su casa a alimentarme. De ese modo, pude contactarme digitalmente con Ximena y enterarme de más detalles de la vida que habían llevado. De la búsqueda de su padre. Ella me contó que Irma falleció en Aix-en Provence, el 25 de septiembre del 2004. A pesar de todo lo acontecido, fue reconfortante comunicarnos. Y recién en julio del 2022, pude encontrarme con Soledad, la hija menor de Irma y César en Santiago, quien sigue luchando incansablemente por encontrar los restos de su padre.

CAPÍTULO PRIMERO Un proyecto inconcluso y fracasado, 50 años después, por un nuevo horizonte de expectativas

Introducción

Este libro se trata de las paradojas que envolvieron a la izquierda chilena durante el gobierno de la Unidad Popular (UP), dirigido por el presidente Salvador Allende entre el período 1970-1973. Una de esas paradojas fue que ninguna de las izquierdas; ni la tradicional o institucional, o la revolucionaria o insurreccional, entendieron cabalmente que la profundidad del programa antiimperialista y de cambios estructurales en la economía del país de la Unidad Popular y el desarrollo de la lucha de clases, llevaba a un enfrentamiento inevitable para el cual era necesario una acción conjunta de defensa de los derechos de los trabajadores. A pesar de que todos estaban conscientes de los riesgos de un golpe militar, signos que se manifestaron desde el primer día que Allende ganó las elecciones el 4 de septiembre.

Los preparativos de un golpe militar ya se habían revelado en los dos últimos años del gobierno del demócrata cristiano Eduardo Frei Montalva. Para nadie era un misterio, y menos para la izquierda, que los sectores golpistas de las fuerzas armadas alentados por el gobierno norteamericano de Richard Nixon y la Central de Inteligencia Nacional de los EE.UU. (CIA), la derecha chilena y sectores demócrata cristianos con Frei a la cabeza, ultimaban preparativos para impedir la ascensión al gobierno de Allende.

Entre el 4 de septiembre y el 4 de noviembre cuando asumió Allende la presidencia, ocurrieron negociaciones para que los parlamentarios democratacristianos ratificaran a Allende como presidente en el Congreso Nacional; conspiraciones de militares y grupos derechistas para detener las ascensión de Allende apoyados por la CIA; una campaña del terror del saliente gobierno de Frei a través de su ministro de Hacienda, Andrés Zaldívar; planes para asesinar a Allende y el asesinato del comandante en jefe del ejército René Schneider.

A pesar de todo esto la izquierda nunca se preparó para la eventualidad de un golpe militar. Una ingenuidad sublime que nos llevó a todos a subestimar la profundidad que adquiriría la resolución del conflicto de clases que se avecinaba.

Unos, la izquierda institucional confió en lo que llamaron las tradiciones constitucionales de las fuerzas armadas, sin que la historia avalara ese fundamento. Insistieron en el camino democrático hasta el último día sin poder detener la avalancha golpista. Otros, la izquierda revolucionaria, no entendió que su suerte dependía del éxito del gobierno y de que su propio desarrollo estaba ligado a la democratización profunda que vivía la sociedad chilena. Que por sí solos no podrían hacer nada.

Otra paradoja fue que no vieran la imperiosa necesidad de acumular fuerzas en forma conjunta y prepararse para la eventualidad del enfrentamiento militar, aunque mantuvieran las legítimas diferencias políticas. En esto influyó la enfermedad infantil del sectarismo, en gran medida causada por la influencia disruptiva de las diferentes revoluciones y modelos de construcción del socialismo en el siglo XX. Llama la atención esa adscripción internacionalista que llevó a un callejón sin salida al proponer una alternativa binaria sin caminos intermedios; reformismo o revolución. Paradójico, sobre todo para la izquierda marxista leninista que utilizaba el materialismo dialéctico para hacer el análisis de la situación política y de las correlaciones de fuerza.

Ingenuos, todos apostaron a caminos errados y se enfrascaron en conflictos internos que no permitieron a la Unidad Popular en el gobierno y, principalmente, a los dos grandes partidos obreros, el Partido Comunista (PC) y el Partido Socialista (PS), tener una orientación única. Después del primer año de gloria del gobierno popular, se fue incubando un conflicto y una disputa entre dos sectores de la UP; el reformista que propugnaba cambios graduales para consolidar los avances del programa sin alterar el modelo capitalista de desarrollo y el radicalizado que propugnaba avanzar sin tranzar para concluir en una revolución socialista. La Unidad Popular mantuvo latente estos conflictos en su interior sin llegar a una confrontación directa. Los conflictos en la izquierda se cristalizaron abiertamente sobre todo en las disputas y confrontación entre el Partido Comunista (PC) y el Movimiento de Izquierda Revolucionario (MIR), que llegaron a agresiones físicas y a la muerte del militante del MIR Arnoldo Ríos en Concepción a manos de un miembro de las juventudes comunistas, en 1970.

Llama también la atención que ninguna de las alternativas que los grandes partidos obreros y de trabajadores ofrecían para desarrollar el proceso revolucionario, tuviera una hoja de ruta diseñada para poder alcanzar sus objetivos finales. Tampoco tuvieron la capacidad de cambiar sus análisis y su política, incluido el MIR, a pesar del cambiante escenario político durante 1972 y 1973. Mantuvieron en forma rígida sus propios análisis. Otra incongruencia para partidos que se declaraban marxistas leninistas con su propio método de análisis.

Hubo tres momentos decisivos en que la historia pudo haber concluido de otra manera; el primero, después de las elecciones municipales de marzo de 1971 en que los partidos de la UP lograron un poco más del 50% de los votos; el otro, en octubre de 1972 luego del paro patronal, en que se constituyeron organismos de coordinación territorial de los trabajadores. Y el tercero, en junio de 1973 luego de la fracasada asonada militar conocida como el «tancazo».

Salvador Allende sí tenía su bitácora para manejar el rumbo del proceso por una vía institucional, pero esta ruta electoralista y constitucional, se apoyaba inocentemente en la lealtad de las fuerzas armadas, a las cuales involucró en el proceso, pero quienes nunca dejaron de conspirar y de prepararse para la solución final.

Allende bregó incansablemente por la unidad de la izquierda y de la Unidad Popular y finalmente se desencantó de su propio Partido Socialista y que los partidos de izquierda no fueran capaces de actuar unificadamente. En sus trasmisiones orales el mismo 11 de septiembre desde la Moneda, se dirigió al pueblo de Chile, a sus trabajadores, a las mujeres, a los pobladores, a los campesinos, a los jóvenes. Ignoró a los partidos políticos y a sus militantes. Y en sus últimas palabras declaró solemnemente: «Superarán otros hombres este momento gris y amargo donde la traición pretende imponerse. Sigan ustedes sabiendo que mucho más temprano que tarde de nuevo se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre para construir una sociedad mejor». Y dejó planteada una interrogante para el futuro al señalar a otros hombres, a otras generaciones, que fueran capaces de construir un nuevo modelo de sociedad. Allende, fuertemente influido por su propia historia política al insistir en el camino parlamentario y en su trato paternalista con el movimiento popular, dejó desarmado y desamparado al pueblo allendista.

Como un castillo de naipes que se derrumba, los partidos de la Unidad Popular el mismo 11 de septiembre quedan desarticulados. El Partido Comunista, con su experiencia acumulada se repliega, hace un recambio de la dirección, y reduce considerablemente la actividad partidaria a la espera de que se clarifique la situación política. Nunca estuvieron dispuestos a un enfrentamiento militar. Y en su candidez el mismo 11 de septiembre en una reunión de coordinación de la izquierda en la fábrica Indumet en Santiago, declararon que esperarían a ver si los militares cerrarían el Congreso Nacional. No pudieron evitar que su secretario general Luis Corvalán fuera detenido algunas semanas después del golpe militar.

En el Partido Socialista nadie sabe lo que pasa. La dirección quedó desarticulada ese mismo día, sus militantes desamparados. Carlos Altamirano, su secretario general está sin su escolta y sin casa de seguridad. Busca, con la ayuda de un militante, un refugio temporal en la casa de un joven matrimonio que se allana a acogerlo. Después de dos meses, sale clandestinamente del país con la ayuda de la embajada de la República Democrática Alemana. Es sólo el grupo socialista comandado por Arnoldo Camus, el así autodenominado Ejército de Liberación Nacional (ELN), el que organizadamente participa en los combates de ese día. Camus, miembro del comité central del PS, es asesinado el 16 de septiembre en un punto de contacto en Santiago.

La predominancia y la influencia de los partidos tradicionales de la izquierda sobre el movimiento obrero y popular era tan preponderante que cuando éstos quedan desarticulados o no tienen respuestas y se repliegan, sus propios militantes se quedan a la espera de órdenes que nunca llegaron. Los trabajadores, sin ninguna instrucción, quedaron atónitos por la fuerza de los acontecimientos.

La izquierda insurreccional representada por el MIR, que promovió la lucha armada y supuestamente preparaba las condiciones para un enfrentamiento militar, tampoco estuvo a la altura de las exigencias y no combatieron ni el 29 de junio para la asonada golpista, como tampoco el 11 de septiembre. Muchos de sus militantes, en diferentes partes del país, esperaron disciplinada y pacientemente que llegaran las armas y las órdenes de combatir, pero esto no ocurrió. No había armas. Ni había planes para organizar la resistencia. Todo fue una gran improvisación. La reacción y la orden de la comisión política fue quedarse a luchar, negarse a la posibilidad del asilo, y ordenar un repliegue ordenado que fue todo menos que eso. En dos años esa izquierda estaba destruida y su persistencia en levantar y organizar una lucha militar durante la dictadura mostraría, sobre todo, un gran voluntarismo con una interpretación ideologizada de las movilizaciones populares que nunca respondieron a las aspiraciones de esa así autodenominada vanguardia revolucionaria. Se fragmentaron como antesala de la autodisolución en 1988. Y quedaron fuera de juego en 1989 cuando se avecinaba la así mal llamada transición a la democracia.

Allende murió combatiendo en el Palacio de la Moneda, en un diseño prematuro y trágico de su muerte. El sí estaba preparado para ese día. Numerosas veces había declarado a sus más cercanos que de la Moneda saldría «con los pies adelante». No respondió a las ilusorias ideas de algunos izquierdistas de rescatarlo de la Moneda y trasladarlo a alguna población popular para seguir el combate. Estaba plenamente consciente del valor simbólico de permanecer en la Moneda y paradojalmente morir defendiendo la Constitución y la democracia chilena que él también representaba. Con Allende y la «vía chilena al socialismo» culminó una época de gloria y tragedia para las clases trabajadoras de Chile.

A 50 años de esos acontecimientos, ¿qué lecciones podemos sacar de todo esto y cómo podemos superar a esa izquierda que fue producto del siglo XX? ¿De qué manera esas lecciones podrían contribuir a alimentar las esperanzas de las nuevas generaciones que luchan por una sociedad más justa e igualitaria?

La primera parte de este libro está dedicada al análisis de las principales alternativas de la izquierda en el proceso político chileno y a cómo la división de la izquierda contribuyó a la derrota. La segunda parte está dedicada específicamente al MIR, puesto que pertenecí a esa generación de revolucionarios que se propuso hacerle un atajo a la historia.

El internacionalismo de la izquierda chilena

La izquierda chilena tuvo referentes internacionales marcados por las revoluciones socialistas en Rusia, China y Cuba, que influyeron notoriamente en sus planteamientos políticos y en las diferencias y conflictos que se produjeron en el periodo 1970 - 1973.

A comienzos del siglo XX se inician las movilizaciones obreras en el norte de Chile. La explotación descarnada en las salitreras, así como las penosas condiciones de vidas de las familias obreras, llevaron a grandes contingentes humanos a levantarse para protestar y luchar por mejorar sus condiciones de vida. Estas fueron reprimidas a sangre y fuego. La masacre en la escuela Santa María de Iquique el 21 de diciembre de 1907 con más de 200 muertos y más del doble de heridos es la primera de las grandes matanzas de obreros provocadas por la intervención militar.

Es en el norte, por la gran concentración obrera, donde surge en 1912 el Partido Obrero Socialista (POS), dirigido y organizado por Luis Emilio Recabarren. Esa es la fuente del origen del Partido Comunista (PC) que es organizado en 1922. Recabarren impulsó decididamente la organización social de los trabajadores. Fomentó la prensa obrera por todo el país. Estaba influido por las condiciones sociales en que vivían los trabajadores. Asistió a la primera reunión de la III Internacional en Moscú, en 1919, pero no estaba influido por el marxismo y menos aún por el leninismo.

Es en el III congreso del POS en 1920 donde se deciden tres resoluciones históricas: expresar simpatías por la revolución rusa y el régimen soviético, adherir a la III Internacional y gestionar su ingreso a ella y denominarse como partido comunista de Chile, nombre que se ratifica en el congreso de 1922. De allí que distintos autores asocien la fundación del partido comunista a fechas diferentes, dependiendo de las interpretaciones históricas que hagan. Algunos darán la fecha de 1912, otros de 1922. La oficial es 1922.