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PERO ALGUNOS ANIMALES SON MÁS IGUALES QUE OTROS». Cuando los maltratados animales de la Granja Señorial se rebelan contra su amo, el señor Jones, y toman el control de la granja, empiezan a creer con fervor en una vida de libertad e igualdad para todos. Sin embargo, poco a poco, el egocéntrico y despiadado Napoleón toma el control y los animales se ven sometidos a la opresión y la violencia de una élite corrupta: los cerdos. A medida que un tirano es sustituido por otro, la idea de justicia e igualdad para todos se convierte en un recuerdo lejano y borroso. En 1945, cuando se publicó por primera vez Rebelión en la granja, se pensó de inmediato en la Rusia soviética. Hoy por hoy, es innegable que cada vez que se ataca la libertad, sin importar la bandera, la advertencia y el contundente mensaje de esta obra recobran una aterradora vigencia.
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Seitenzahl: 186
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Primera edición en digital, agosto de 2024
Primera edición en Panamericana Editorial Ltda., abril de 2024
Título orginal: Animal Farm. A fairy story
© Panamericana Editorial Ltda., de la versión en español
Calle 12 No. 34-30, Tel.: (57) 601 3649000
www.panamericanaeditorial.com.co
Tienda virtual: www.panamericana.com.co
Bogotá D. C., Colombia
Editor
Panamericana Editorial Ltda.
Traducción del inglés
María Mercedes Correa
Ilustraciones
Mariana Parra Ríos
Diseño y diagramación
Alan Rodríguez
ISBN DIGITAL 978-958-30-6875-1
ISBN IMPRESO 978-958-30-6849-2
Prohibida su reproducción total o parcial
por cualquier medio sin permiso del Editor.
Hecho en Colombia - Made in Colombia
Contenido
Nota introductoria
CAPÍTULO 1
CAPÍTULO 2
CAPÍTULO 3
CAPÍTULO 4
CAPÍTULO 5
CAPÍTULO 6
CAPÍTULO 7
CAPÍTULO 8
CAPÍTULO 9
CAPÍTULO 10
Anexo
Nota introductoria
La preocupación por los problemas sociales empezó a formar parte del universo mental de George Orwell desde muy pronto. Nacido en la India en 1903 —en una familia de clase media formada por un funcionario británico y una madre de ascendencia francesa— su verdadero nombre era Eric Arthur Blair. Pocos años después, la madre se trasladó con la familia a Inglaterra. Dotado de notables aptitudes intelectuales, el joven Eric ingresó, gracias a una beca, a la prestigiosa escuela preparatoria Eton, donde se formaban las élites de Gran Bretaña. Él, sin embargo, nunca se sintió identificado con estas ni con sus prácticas excluyentes, y no continuó por el camino de la academia hacia la universidad. El joven asumió una clara postura contra el imperialismo británico poco después de cumplir los veinte años. En 1928 se trasladó a París, después de una larga estancia en Birmania, y allí se propuso iniciar su carrera como escritor, sin mucho éxito al principio. Pasó hambre y grandes dificultades, y conoció la vida dura de los barrios pobres y sus habitantes. De regreso en Inglaterra, comenzó a tener una conciencia más clara y definida de sus posturas socialistas.
Poco después de casarse, en 1936, Orwell y su esposa se fueron a España a luchar del lado de los republicanos. Fue entonces cuando conoció a los trotskistas españoles. Su cercanía con ellos lo convirtió en objeto de persecuciones y calumnias, en el mismo momento en que las purgas estalinistas castigaban al pueblo ruso. La experiencia como perseguido político en España le enseñó a Orwell con qué facilidad la propaganda totalitaria puede controlar la opinión de personas ilustradas en países democráticos. A su modo de ver, el mito soviético, es decir, la falsa imagen que tenían países como Gran Bretaña del régimen estalinista, tuvo una fuerte influencia negativa sobre el movimiento socialista en occidente.
Tal como lo representa Orwell en la fábula de Animal Farm, el sistema soviético no avanzaba en la dirección del verdadero socialismo, sino que se estaba transformando en un sistema dictatorial, con una sociedad jerárquica, en la que los dirigentes gozaban de los mismos privilegios y sistemas de exclusiones que en otros sistemas de gobierno, al tiempo que usaba la retórica de la igualdad para mantener al pueblo engañado y adormecido. Orwell apunta a una denuncia clara: los gobernantes soviéticos tienen la misma lujuria de poder que esas mismas clases dirigentes antiguas que se empeñaron en suprimir. De ahí la frase célebre que resume la esencia de la crítica que hace Animal Farm al régimen estalinista soviético: «Todos los animales son iguales, pero algunos animales son más iguales que otros». Si los cerdos de la Granja Señorial beben whisky y comen a sus anchas, mientras el pueblo trabaja sin descanso y aguanta hambre, es porque su oficio como líderes es muy difícil y necesitan de todos esos privilegios y comodidades para servir mejor al pueblo.
Orwell creía en el movimiento socialista, pero consideraba que el régimen soviético se había alejado del verdadero propósito del socialismo y había construido sobre sí mismo un mito, que los intelectuales occidentales de la década de 1940 no se atrevieron a desmentir, por no ponerse en contra de Stalin, el aliado de los Estados Unidos y Gran Bretaña en la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, lo cierto es que, con el fin de mantenerse en el poder sin permitir fisuras, el sistema estalinista fue pródigo en abusos totalitarios. Las leyes funcionaban para mantener el régimen y no necesariamente para favorecer la justicia social; las mentiras oficiales que alimentaban la propaganda eran moneda corriente; los medios de comunicación eran monopolizados por el Estado para acallar las voces críticas y minoritarias; quienes manifestaban su disenso eran enviados a campos de trabajos forzados o ejecutados tras unos juicios de fachada. El objetivo de Orwell con su novela Animal Farm era revelar el verdadero modus operandi del comunismo ruso.
Orwell tardó algunos años en materializar el relato que le daba vueltas en la cabeza, inspirado en la imagen de un niño que vio azotando un caballo. El texto quedó terminado en 1943, en plena guerra. Varios de los episodios del relato están inspirados en los acontecimientos de la Revolución Rusa. En un comienzo, los animales de la Granja Señorial se rebelan contra los humanos, lo mismo que el proletariado se rebeló contra el zarismo, para acabar con la explotación y las injusticias de las que eran víctimas. Las luchas internas entre el estalinismo y el trotskismo también se ilustran con las disputas entre los cerdos Napoleón y Bola de Nieve.
La intención de Orwell era crear una fábula que pudiera ser comprendida fácilmente, pero que hiciera una crítica profunda de la deriva totalitaria del proyecto socialista en Rusia. También quería que el suyo fuera un libro fácil de traducir a otros idiomas. La ambición de este escritor no era hacer una obra estéticamente compleja y artificiosa sino romper una barrera de silencio a través del arte de la escritura, una que se hiciera universal a través de la traducción. El oficio de verter un texto a otro idioma no solo tiende puentes sino que echa abajo barreras, en este caso la de la censura, de la que fue objeto en un comienzo Animal Farm, pues ningún editor inglés quería publicar la novela de Orwell. Posteriormente, al haber sido traducida a múltiples idiomas, la voz de Orwell fue reproducida conforme a su voluntad de luchar por la libertad de expresión y la libertad de prensa, en contra de la censura autoimpuesta. Mi labor como traductora se suma a ese esfuerzo de mantener vivo el espíritu crítico en el análisis del devenir histórico a la luz de relatos literarios.
Maria Mercedes Correa, 2024
CAPÍTULO 1
El señor Jones, dueño de la Granja Señorial, había cerrado los gallineros aquella noche, pero estaba tan ebrio que olvidó pasar los cerrojos. Iluminado por la luz del farol que se balanceaba de un lado a otro, cruzó el patio dando tumbos, se quitó las botas frente a la puerta trasera, se sirvió un último vaso de cerveza, que almacenaba en un barril ubicado en un costado de la cocina, y se fue a la cama, donde ya roncaba desde hacía rato la señora Jones.
En cuanto se apagó la luz de la habitación, empezó a producirse una gran agitación en toda la granja. Durante el día se había corrido la voz de que el viejo Major, un cerdo ganador del premio de la raza Middle White, había tenido un sueño extraño la noche anterior y quería comunicarlo a los demás animales. Todos acordaron reunirse en el granero, no bien el señor Jones hubiera quedado fuera de combate. El viejo Major (así lo llamaban siempre, aunque el nombre con que había participado en el concurso era Belleza de Willingdon) gozaba de tanta estima en la granja que todos estaban dispuestos a sacrificar una hora de sueño para escucharlo.
En uno de los extremos del granero, en una especie de plataforma elevada, Major ya se había instalado en su cama de paja, bajo un farol que colgaba de una viga. Tenía doce años y últimamente se había vuelto más corpulento, pero seguía siendo un cerdo majestuoso, de aspecto sabio y benevolente, aunque nunca le habían cortado los colmillos. Al poco tiempo comenzaron a llegar los otros animales, que se acomodaban a su manera. Primero se presentaron los tres perros, Bluebell, Jessie y Pincher, y luego los cerdos, que se ubicaron en las pajas que quedaban justo al frente de la plataforma. Las gallinas se posaron en los alféizares de las ventanas, las palomas volaron hasta los travesaños, las ovejas y las vacas se echaron detrás de los cerdos y allí empezaron a rumiar. Los dos caballos de tiro, Boxer y Clover, llegaron juntos, caminando muy lentamente y apoyando con sumo cuidado sus enormes cascos peludos, por si acaso hubiera algún animal oculto entre la paja. Clover era una yegua robusta y maternal algo entrada en años, que nunca había vuelto a recuperar del todo sus formas después de tener su cuarta cría. Boxer era un animalote enorme, de casi un metro ochenta de alzada, y tan fuerte como dos caballos ordinarios juntos. Tenía un aspecto algo tonto por causa de una raya blanca debajo de la nariz, y es cierto que la suya no era una inteligencia destacada, lo cual no obstaba para que todos lo respetaran, gracias a la constancia de su carácter y a su tremenda capacidad de trabajo. Tras los caballos llegaron Muriel, la cabra blanca, y Benjamín, el burro. Benjamín era el animal más viejo de la granja y el de peor carácter. Casi nunca hablaba y cuando lo hacía soltaba algún comentario cínico. Por ejemplo, decía que Dios le había dado la cola para espantar las moscas, pero que mejor sería no tener cola y que no hubiera moscas. Era el único de los animales de la granja que no se había reído jamás. Cuando le preguntaban por qué, respondía que no veía ningún motivo para reírse. No obstante, aunque no lo reconociera de manera abierta, le tenía gran afecto a Boxer. Muchas veces pasaban juntos los domingos en el potrero ubicado más allá del huerto, pastando el uno junto al otro, sin hablar.
El caballo y la yegua acababan de tumbarse cuando una nidada de patitos, que habían perdido a su madre, se metió al granero, piando débilmente y tambaleándose de lado a lado, para encontrar un espacio donde no los pisotearan. Clover formó una especie de muro a su alrededor con la pata delantera, y los patitos se acomodaron dentro, tras lo cual no tardaron en quedarse dormidos. En el último minuto llegó Mollie, la hermosa yegua blanca que tiraba la calesa del señor Jones. Entró caminando con delicadeza y finura, mordisqueando azúcar. Se acomodó en el frente y comenzó a agitar su crin blanca, esperando llamar la atención, para que todos vieran la cinta roja que llevaba en las trenzas. La última en llegar fue la gata, quien, como de costumbre, miró a su alrededor para ubicar el lugar más caliente y se acomodó entre Boxer y Clover. Allí, ronroneó de contento mientras hablaba Major, sin escuchar media palabra de lo que el cerdo estaba diciendo.
Todos los animales estaban presentes, salvo Moisés, el cuervo amaestrado, que dormía en una percha, detrás de la puerta trasera. Cuando Major vio que todos se habían acomodado y estaban esperando muy atentos, se aclaró la garganta y empezó:
—Camaradas, ya todos se han enterado del sueño extraño que tuve anoche. Más adelante me referiré a ello, pero antes quiero hablar sobre otra cosa. No creo, camaradas, que me queden muchos meses para compartir con ustedes, y considero que es mi deber, antes de morir, transmitirles la sabiduría que he adquirido. He vivido una larga vida, y en las horas solitarias que he pasado en mi pesebre he tenido mucho tiempo para pensar. Por eso, me parece, puedo afirmar que comprendo la naturaleza de la vida en esta tierra, tanto como cualquier otro animal. Sobre eso quiero hablarles.
»Ahora bien, camaradas, ¿cuál es la naturaleza de nuestra vida? No nos digamos mentiras: nuestra vida es triste, dura y corta. Tras nacer, recibimos apenas el alimento suficiente para respirar, y aquellos de nosotros que logramos mantenernos vivos somos obligados a trabajar hasta agotar el último átomo de nuestras fuerzas. En el instante en que nuestra utilidad llega a su fin, nos asesinan con horrible crueldad. Después de cumplir el primer año, ningún animal en Inglaterra conoce el significado de las palabras felicidad o diversión. La vida del animal es tristeza y esclavitud: esa es la verdad pura y dura.
»Pero pregunto: ¿es este el orden de la naturaleza? ¿O es, acaso, nuestra tierra tan pobre que no alcanza para darles una vida decente a quienes viven en ella? ¡No, camaradas! ¡Mil veces no! El suelo de Inglaterra es fértil, su clima es bueno y puede producir abundante alimento para muchos más animales que los que ahora viven aquí. Nada más esta granja podría dar sustento a una docena de caballos, veinte vacas, cientos de ovejas, y todos ellos podrían llevar una vida de comodidades y dignidad que nosotros no alcanzamos ni siquiera a imaginar. ¿Por qué, entonces, seguimos en estas condiciones tan miserables? Porque casi todo el producto de nuestro trabajo nos lo roban los humanos. Ahí está, mis queridos camaradas, la respuesta a todos nuestros problemas. Se resume en una sola palabra: Hombre. El Hombre es el único verdadero enemigo que tenemos. Si se elimina al Hombre del panorama, se eliminará de raíz y para siempre la causa del hambre y el exceso de trabajo.
»El Hombre es la única criatura que consume sin producir. No da leche, no pone huevos, es demasiado débil para tirar el arado, no tiene la velocidad para correr y atrapar conejos. Sin embargo, es el señor de todos los animales. Los pone a trabajar y, a cambio, les da lo mínimo, apenas para evitar que mueran de hambre. El resto se lo guarda para él. Nuestro trabajo hace posible la labranza del suelo y nuestros excrementos lo fertilizan. No obstante, ninguno de nosotros posee más que su piel y sus huesos. Ustedes, vacas, que están frente a mí en este momento, ¿cuántos miles de galones de leche han producido este último año? ¿Qué ha ocurrido con esa leche, que debería servir para criar unos terneros robustos? Cada gota ha ido a parar a las gargantas de nuestros enemigos. Y ustedes, gallinas, ¿cuántos huevos han puesto este último año, y cuántos de esos han eclosionado y se han convertido en pollos? El resto ha ido a parar al mercado, para llenar los bolsillos de Jones y sus hombres. Y tú, Clover, dime: ¿dónde están esos cuatro potrillos que pariste y que podrían estar dándote apoyo y alegría en tus años maduros? A todos los vendieron al cumplir un año, y nunca más los volverás a ver. A cambio de tus cuatro embarazos y todos tus trabajos en el campo, ¿qué te han dado, aparte de unas escasas raciones y un pesebre?
»Por si fuera poco, nuestra mísera vida es más corta de lo que naturalmente debería ser. Por mi parte, no me quejo, pues soy uno de los pocos afortunados. Tengo doce años y he tenido más de cuatrocientos hijos. Esa es la vida natural del cerdo. Pero ningún animal se salva de la muerte cruel a cuchillo. Ustedes, los cochinitos jóvenes que están sentados frente a mí, dentro de un año estarán chillando por su vida. Todos debemos pasar por ese horror: vacas, cerdos, gallinas, ovejas… todos. Ni siquiera a los perros y a los caballos les espera un destino mejor. A ti, Boxer, el día en que esos fabulosos músculos tuyos pierdan la fuerza, Jones te mandará al carnicero a que te corte la garganta y echará tus restos a los perros zorreros. En cuanto a los perros de la granja, cuando sean unos viejos desdentados, Jones les amarrará un ladrillo al cuello y los ahogará en el estanque más cercano.
»Por lo tanto, queridos camaradas, ¿no es claro como el agua que todos los males de nuestras vidas son producto de la tiranía de los seres humanos? Basta con que nos deshagamos del Hombre para que el producto de nuestra labor sea para nosotros mismos. Seríamos ricos y libres de inmediato. ¿Qué debemos hacer, entonces? Pues bien, ¡debemos trabajar día y noche, con el alma y con el cuerpo, para derrocar a la raza humana! Este es mi mensaje, camaradas: ¡rebelión! No sé cuándo ocurrirá esa rebelión: puede ser en una semana o en cien años, pero lo que sí sé, como saber que existe la paja en la que tengo posados los pies, es que tarde o temprano se hará justicia. ¡Pongan la mira en ello, camaradas, durante el tiempo que les reste de vida! Y, sobre todo, transmitan mi mensaje a los que vienen, para que las futuras generaciones se comprometan con esta lucha hasta alcanzar la victoria.
»Y recuerden, camaradas, que nunca deben vacilar en su determinación. No deben dejarse desviar del camino. No presten atención a quienes digan que el Hombre y los animales están unidos por un interés común, que la prosperidad del uno es la prosperidad de los otros. Mentira. El Hombre no tiene en mente el interés de ninguna otra criatura que no sea él mismo. Que haya entre nosotros, los animales, perfecta unión, perfecta camaradería en la lucha. Todos los hombres son nuestros enemigos. Todos los animales son nuestros camaradas».
En ese momento se produjo un tremendo alboroto. Mientras Major hablaba, cuatro grandes ratas salieron de sus agujeros y se sentaron sobre las patas traseras a escucharlo. De repente, los perros notaron su presencia y se abalanzaron sobre ellas. La velocidad de las roedoras para retornar al agujero les salvó la vida. Major pidió el silencio de la multitud alzando una pezuña.
—Camaradas —dijo—, debemos resolver un asunto. ¿Las criaturas salvajes, tales como las ratas y los conejos, son nuestros amigos o nuestros enemigos? Sometámoslo a votación. Propongo esta pregunta para la asamblea: «¿Las ratas son camaradas?».
La votación se llevó a cabo enseguida y se acordó, por una aplastante mayoría, que las ratas eran camaradas. Solo hubo cuatro disensos: los tres perros y la gata, de quien se supo luego que había votado tanto a favor como en contra. Major continuó:
—No me queda mucho más que añadir. Me limitaré a repetir lo siguiente: recuerden siempre su deber de enemistad con el Hombre y con sus costumbres. Todo lo que se mueva en dos patas es nuestro enemigo. Todo lo que se mueva en cuatro patas o tenga alas es nuestro amigo. Recuerden también que, en nuestra lucha contra el Hombre, debemos evitar toda semejanza con él. Incluso cuando lo hayamos conquistado, debemos negarnos a adoptar sus vicios. Ningún animal debe vivir en casas, ni dormir en camas, ni ponerse ropa, ni beber alcohol, ni fumar tabaco, ni tocar el dinero, ni ser comerciante. Todas las costumbres del Hombre son la representación del mal. Por sobre todas las cosas, ningún animal tiranizará a sus semejantes. Fuertes o débiles, inteligentes o simples, todos somos hermanos. Ningún animal matará a otro animal, jamás. Todos los animales son iguales.
»Y ahora, camaradas, les contaré mi sueño de anoche. En verdad no puedo describirlo. Era acerca de cómo será el futuro de la Tierra cuando el Hombre haya desaparecido. Me recordó algo que había olvidado hace mucho tiempo. Años atrás, cuando era un joven cerdito, mi madre y otras chanchas cantaban una canción antigua, de la que solo se sabían la melodía y las primeras palabras. Conocí esa canción en mi primera infancia, pero la había olvidado por completo. Anoche, sin embargo, la canción volvió a mí en el sueño. Más aún, también volvió la letra de la tonada, esa misma que, con seguridad, cantaban los animales hace muchísimos años y que desapareció de nuestras memorias durante varias generaciones. Ahora les cantaré esa canción, camaradas. Estoy viejo y mi voz es ronca, pero cuando les haya enseñado la melodía, ustedes podrán cantarla mejor. Se llama ‘Bestias de Inglaterra’».
El viejo Major se aclaró la garganta y empezó a cantar. Tal como lo había dicho, tenía la voz ronca, pero cantaba pasablemente bien. La canción era motivadora, algo entre «Clementine» y «La cucaracha». La letra decía:
Bestias de Inglaterra, bestias de Irlanda,
bestias de todo clima y todo paradero,
alegres noticias nos alegran el alma,
pues será de oro el tiempo venidero.
Llegará el día, tarde o temprano,
en que el Hombre tirano será derrocado,
y estos terrenos que pisamos,
solo para nosotros estarán destinados.
No atarán con argollas nuestra nariz,
ni vivirá el lomo por el yugo herido.
No nos hundirán espadas en la cerviz,
y el restallar de fuetes será ignoto ruido.
Riquezas inimaginables por doquiera,
Trigo y cebada, avena y heno,
trébol, fríjoles y remolacha forrajera.
Aquel día será nuestro, pleno.
Brillarán los campos de Inglaterra,
sus aguas correrán puras,
y soplará una brisa fresca,
cuando seamos libres de ataduras.
En pro de ese día haremos el trabajo,
aunque nos llegue primero la muerte.
A vacas y caballos, gansos y grajos,
el sueño de libertad nos hará fuertes.
Bestias de Inglaterra, bestias de Irlanda,
bestias de todo clima y todo paradero,
alegres noticias nos alegran el alma,
pues será de oro el tiempo venidero.
Los animales entraron en un estado de tremenda agitación al cantar estas palabras. Poco antes de que Major hubiera llegado al final, empezaron a cantar ellos también. Hasta el más tonto se había aprendido la melodía y podía seguir parte de la letra. Los más inteligentes, por su parte, como los cerdos y los perros, se aprendieron la canción completa al cabo de algunos minutos. Luego, después de unos intentos preliminares, la granja entera estaba entonando «Bestias de Inglaterra» en un potente unísono: las vacas con su mugido, los perros con su ladrido, las ovejas con su balido, los caballos con su relincho, los patos con su graznido. Todos estaban de tal modo fascinados con la canción que la repitieron cinco veces seguidas, y habrían podido continuar si no los hubieran interrumpido.
Por desgracia, el alboroto despertó al señor Jones, quien se levantó de la cama, seguro de que un zorro se había metido en la granja. Agarró la escopeta que siempre tenía en una esquina de la habitación y disparó al aire una descarga, en medio de la oscuridad. Los perdigones fueron a dar contra la pared del granero, y la asamblea se disolvió de inmediato. Todos los animales se dirigieron a los lugares donde dormían. Las aves se fueron a sus perchas, los otros animales se echaron en la paja y la granja quedó en silencio al poco tiempo.
CAPÍTULO 2
Tres noches después, el viejo Major murió apaciblemente mientras dormía. Su cuerpo fue enterrado en un extremo del huerto.
Corrían los primeros días de marzo. A lo largo de los tres meses siguientes se llevaron a cabo muchas actividades secretas. Gracias al discurso de Major, los animales más inteligentes de la granja habían adoptado una nueva perspectiva de la vida, totalmente distinta. No sabían cuándo ocurriría la rebelión anunciada por Major, y no tenían ninguna razón para pensar que vivirían para verla, pero tenían muy claro que su deber era trabajar en la preparación de esta. La labor de instruir y organizar a los demás recayó de manera natural en los cerdos, a quienes se reconocía en general como los animales más inteligentes de todos. Se destacaban entre ellos dos verracos llamados Bola de Nieve y Napoleón, a quienes el señor Jones estaba engordando para la venta. Napoleón era un cerdo de raza Berkshire, grande, de mirada fiera, el único Berkshire de la granja, poco hablador y con fama de salirse siempre con la suya. Bola de Nieve era un
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