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No podían olvidar el pasado… Mason McAulty se había visto metida, hacía diez años, en una aventura arrolladora con el príncipe Danyl Al Arain… y había acabado mal. En ese momento, Danyl se había presentado en su finca de Australia, que estaba pasando un mal momento, con una oferta de un millón de dólares para que asistiera a una gala real. Ella no podía rechazarla, como tampoco podía negar la pasión todavía abrasadora que surgía entre ellos. Cuando los recuerdos volvieron a llevarla a los brazos del jeque, ¿podrían superar con la intensidad del deseo ese dolor secreto que sentían?
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Seitenzahl: 228
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2019 Pippa Roscoe
© 2020 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Reclamada por el jeque, n.º 169 - octubre 2020
Título original: Reclaimed by the Powerful Sheikh
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-1348-927-8
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
MASON MCAULTY no sabía si estaba respirando. Era muy probable que sí, que la necesidad obligara a su cuerpo a que lo hiciera automáticamente, pero, durante una carrera, no tenía tiempo para recordarse a sí misma que tenía que respirar.
También era verdad que, durante una carrera, no permitía que ningún pensamiento indeseado la desconcentrara. Normalmente, su cabeza era como una corriente fría y cristalina que discurría imparable. Esa vez no era así. Debería estar pensando en el caballo que tenía debajo, no en ese hombre del pasado, o del presente, en ese hombre del que quería huir, en Danyl.
Antes de que tomara el mismo ritmo que los cascos del caballo, dominó el estremecimiento que le vibró en el pecho por lo que podía haber pasado. Dejó de pensar en eso y se centró en la línea invisible que estaba a mitad de la pista, detrás de la curva que se acercaba a toda velocidad.
Le gustaba la tensión de los muslos que la sujetaban encima de Veranchetti, solo oía un rugido interminable y la rodillas absorbían los movimientos ondulantes del caballo, estaban perfectamente sincronizados.
Eso era lo que hacía que le corriera adrenalina por las venas. No era fácil, no era algo natural como volar. Se necesitaba firmeza, músculo, dominio, comprensión e intuición para encauzar tanta potencia, para acompañarla y hacer cosas increíbles.
Podría haber estado horas montada en un caballo, años incluso, pero solo habían sido unos segundos, quizá un minuto. Sin embargo, los últimos dieciocho meses se condensaban en ese momento. Todo lo demás daba igual, y, aun así, todo importaba. Tenía que ganar esa carrera por su padre, por ella misma, por todo lo que había pasado y por todo lo que pasaría.
Implacable, dejó a un lado todos los pensamientos, dejó de pensar en el caballo que tenía delante, en los que tenía a los lados y en los muchos que tenía detrás. Miró al frente, como Veranchetti con las anteojeras, mientras entraban en la última curva. Sintió una emoción por dentro casi física, casi tangible, era cuando Veranchetti tomaba la iniciativa, como si él también se olvidase de todo hasta el último segundo.
Era cuando ella esbozaba una ligera sonrisa, cuando Veranchetti entraba en la carrera como si todo lo anterior hubiese sido una preparación para ese momento. Notaba el preciso instante cuando él sacaba a relucir ese empuje inconcebible, cuando se ponía en cabeza y sorprendía a todo el mundo menos a ella, cuando solo había un suspiro entre el éxito y el fracaso, entre el pasado y el presente, entre el presente y el futuro
Solo un instante… un suspiro.
Diciembre, en el presente
DANYL NEJEM Al Arain tenía que respirar, tenía que concentrarse en lo que estaba diciendo otro de los integrantes de El Círculo de los Ganadores, pero no podía. Tenía la cabeza en un millón de cosas distintas y todas apuntaban hacia la gala que iba a celebrarse en el palacio real dentro de una semana, la gala que iba a ser la puntilla para su cordura.
–Antonio, yo…
–Tienes que irte. Lo entiendo. Tienes que gobernar un país. No te preocupes, John y Veranchetti ya están de camino.
–De camino ¿adónde? –preguntó Danyl con recelo.
–A Ter’harn.
–¿Qué?
–A petición de tu madre. Como estaba previsto que fueran para la reunión de Año Nuevo, ha pedido que llegaran un poco antes para que pudieran participar en las celebraciones.
–Esa gala está yéndose de las manos.
–No tanto como los planes de mi futura suegra para la boda. Quiere soltar cincuenta palomas mientras salimos de la iglesia. ¡Nunca había sido tan atractiva Las Vegas!
–¿Las Vegas…? –preguntó Danyl intentando seguir el hilo de lo que estaba diciendo su amigo.
–¿No estás escuchándome? –replicó Antonio con impaciencia.
–Sí, Las Vegas. Si quieres celebrar ahí la boda, cuenta conmigo –contestó Danyl con una energía que no sentía.
–Te lo agradezco. Mira, te llamo porque… tengo que saber quién será tu acompañante en la boda. ¿Quién es tu próxima candidata para ser la futura y perfecta reina? Tengo que reconocer que según lo que me contó Dimitri sobre Birgetta…
–Te lo diré cuando lo sepa –le interrumpió Danyl.
–Es que, debido a la atención de la prensa por la victoria de McAulty, vamos a organizar un servicio de seguridad más estricto.
–Lo entiendo. Te comunicaré lo de la acompañante y os veré a, Emma y a ti, dentro de una semana en la gala.
Danyl cortó la llamada sin oír la réplica de su amigo, pero sabía que Antonio lo perdonaría.
Tenía que gobernar un país…
Se guardó el teléfono en el bolsillo en vez de tirarlo contra la pared, que era lo que quería hacer. ¿Podía saberse qué estaba pensando su madre para llevar a la gala a John, el entrenador de El Círculo de los Ganadores, y a Veranchetti, su caballo purasangre? No solo eso, también había hablado con Antonio y Dimitri a sus espaldas. Evidentemente, estaba tramando algo y tenía que pararlo inmediatamente. Cuanto más cosas fuese añadiendo al festejo, más posibilidades había de que algo saliera mal, de que no fuese perfecto… y la gala tenía que ser perfecta.
Apartó la silla de la mesa de madera maciza llena de papeles y de notas manuscritas tan distinta a la del despacho con tecnología de última generación y diseño de cristal y acero que tenía en Aram, la capital de Ter’harn. Echaba de menos la eficacia y la tranquilidad de su entorno profesional y maldecía suavemente a su madre por el melodrama que le había obligado a volver, a regañadientes, al palacio real.
Salió al pasillo y dos empleados se alejaron apresuradamente mientras su guardaespaldas lo seguía de cerca. Estaba seguro de que sus padres estarían en el comedor a esa hora. Recorrió los pasillos con firmeza y sin fijarse en los adornos centenarios de las paredes o en el suelo con baldosas blancas, azules y verdes, aunque seguía notando el peso del palacio sobre los hombros.
Ter’harn era un país rico por el petróleo, muy bien situado, con un clima tanto desértico como casi Mediterráneo en la costa montañosa que daba al mar Arábigo. Tenía una mezcla de culturas embriagadora que iban desde vestigios de la cultura otomana, el África moderno y los países árabes. De los tres palacios que había en Ter’harn, ese era el más espléndido con mucha diferencia. Había sobrevivido a cinco siglos, tres invasiones y un intento de golpe de Estado. Cada pasillo, rincón o jardín mostraba con orgullo la huella de todo los que habían pasado antes por allí. Si bien otros países habían cambiado de monarcas, gobernantes o aliados, Ter’harn era de los pocos reinos que seguían como siempre y su familia era una de las últimas que no había sido destronada. Todo caía sobre sus hombros y tenía que encontrar una reina que le diera un heredero para que se mantuviera el linaje, una idea que le espantaba.
Al ir a esa velocidad, los empleados no tuvieron tiempo de anunciar su llegada al comedor, un error, porque su padre y su madre estaban abrazados junto a la ventana y con las manos agarradas.
Danyl se dio media vuelta, se aclaró la garganta, oyó cierta agitación, contó hasta diez, y otros cinco para estar seguro, y se dio la vuelta. Se los encontró mirándolo sin un pelo fuera de lugar y sin el más mínimo indicio de bochorno.
–¿De verdad tenías que traerte a Veranchetti desde la otra punta del mundo para una fiesta? ¿No te parece un poco ostentoso mostrar un caballo de El Círculo de los Ganadores a todos tus invitados?
–Estamos muy bien, cariño, gracias por preguntarlo. Me alegro de verte –se burló su madre, quien siempre le reprochaba que solo pensara en la eficiencia inflexible–. Somos la familia real, Danyl, y a la gente le parecerá ostentoso todo lo que hagamos… y podemos divertirnos un poco poniéndolo en evidencia, ¿no? A ti te encantaba ponerlo en evidencia.
Su madre no pudo disimular el tono de reproche que solía acompañar a esa declaración, un recordatorio tácito de que antes se divertía, antes.
–Además –añadió su madre–, solo he hablado con los chicos.
–No son unos chicos, madre.
–Los conozco desde que fuisteis juntos a la universidad. Erais unos chicos entonces y siempre seréis unos chicos para mí.
–Lo hiciste a mis espaldas.
–Danyl, no te pongas melodramático –su desesperación quedó suavizada por un suspiro casi de decepción–. Sabes que Veranchetti tenía que venir a Ter’harn. Yo solo les pregunté si era posible adelantar la fecha de la llegada, para la carrera de Año Nuevo, y que coincidiera con la gala, que, en cierta medida, es para celebrar tus logros.
–Yo no lo llamaría mi logro, madre –replicó Danyl.
–Ya. La encantadora Mason McAulty todavía tiene que contestar a nuestra invitación.
–¿Has invitado a Mason?
Si su madre captó el tono gélido de la pregunta, no lo pareció.
–Sí. Ganar las tres carreras de la Hanley Cup es una hazaña fantástica para una mujer.
Las palabras de Elizabeth Arain se convirtieron en un zumbido en los oídos de Danyl. El nombre de Mason McAulty bastaba para cortocircuitarle la cabeza perfectamente ordenada. La imagen de la melena castaña y ondulada que le caía sobre un hombro bronceado por el sol, el sonido de una risa de hacía diez años, el ligero olor a cuero y heno en una piel sedosa y femenina… Su cabeza rebuscó la furia y la rabia del pasado para sofocar ese momento de debilidad que le había provocado su nombre.
Mason McAulty.
No quería verla ni en Ter’harn ni en el palacio. Ni siquiera había querido que fuese la amazona en la Hanley Cup de El Círculo de los Ganadores, pero Antonio Arcuri y Dimitri Kyriakou se habían emocionado mucho con la idea. Dos contra uno. Aunque también era muy probable que si él la hubiese rechazado ellos habrían aceptado su decisión sin rechistar. Sin embargo, cuando ella se presentó en el exclusivo club privado de Londres, él se quedó descompuesto, tanto que hizo algunos comentarios hirientes que ella pasó por alto. Había intentado disuadirla, pero ella, muy tozuda, había insistido y eso, sobre todo, había sido lo que había impresionado a El Círculo de los Ganadores. Eso y el increíble atrevimiento de su propuesta. ¿Quién podría haberse imaginado que cumpliría su promesa?
–Quiero que venga –siguió su madre–. Ya sabes cuánto me gustan las carreras de caballos. ¿Cómo crees que te entró el gusanillo?
–Mi inversión en caballos no es un gusanillo.
–Danyl Nejem Al Arain, ni se te ocurra emplear ese tono conmigo. Lo que ha conseguido Mason McAulty es poco menos que milagroso. Ganar las tres carreras de la Hanley Cup con caballos de la misma cuadra, tu cuadra, era algo que no se había logrado desde hacía treinta años. Tú lo sabes y yo lo sé, y quiero celebrar ese éxito sin precedentes de esa amazona increíble. Siempre he pensado que si no hubiese sido actriz…
–Te habría gustado ser amazona. Ya lo sé, pero eras demasiado alta, madre.
–Eso no me impidió que llegara a montar muy bien a caballo –replicó ella en un tono algo melancólico–. Danyl, quiero conocer a esa joven y quiero que hagas lo que sea necesario para conseguirlo. Vete a Australia en persona si hace falta. Puedes considerarlo como un regalo de Navidad por adelantado.
–¿Qué sacas tú de todo esto, madre? –le preguntó él con los ojos entrecerrados por el recelo.
–Cariño, será la mejor fiesta que hayamos dado desde hace años. Con unas relaciones tan buenas con los países vecinos, gracias a tu arduo trabajo, tu padre y yo estamos pensando en apartarnos más todavía para dejarte que subas al trono.
Danyl dirigió la mirada hacia su padre, quien observaba en silencio la conversación, como si intuyera el fondo del asunto que se le escapaba a su hijo.
–Sin embargo, la tradición dice que tendréis que esperar a que esté casado.
La furia había dejado paso a la frustración cuando se acordó de las citas que le habían concertado los últimos meses con princesas distinguidas y dispuestas o con consejeras delegadas muy resolutivas. Cualquier cosa para impedir que lo que había dicho su madre lo alterara; iban a subirlo al trono, por fin iba a heredar el peso de la responsabilidad de una cultura centenaria y de cerca de tres millones de personas.
–Bueno, tú fracasas estrepitosamente en encontrar una novia –se burló su madre en un tono afable–, pero nosotros no podemos esperar toda la vida, ¿no? Ya no somos jóvenes y ya va siendo hora de que tenga a mi marido para mí sola, para variar. En cualquier caso, quiero que Mason esté en la fiesta y que tú hagas lo que sea necesario para conseguirlo.
* * *
Hacía mucho calor aunque era temprano y Mason sabía que estaban quedándose sin tiempo. Tenía que moverse si quería llegar al cercado de su finca en Australia. Apretó un poco más la cincha de la silla y Fool’s Fate coceó un poco el suelo. Le dio una palmada en el flanco para tranquilizarlo y se dio la vuelta. Su padre estaba detrás de las alforjas, en el patio de los establos.
Parecía como si hubiese envejecido diez años, no los dieciocho meses que ella había estado fuera. Tenía las sienes completamente blancas y los ojos hundidos con unas ojeras azuladas. Dominó el arrebato de impotencia y tristeza porque sabía que Fool’s Fate lo notaría. Su padre recogió una de las alforjas y se la entregó. Ella la agarró, se volvió hacia el caballo y la sujetó a la silla, tomándose el tiempo que necesitaba.
Más allá de los establos, los campos verdes como la esmeralda se extendían hasta las lejanas montañas, unas montañas que siempre le habían transmitido tranquilidad y que, en ese momento, parecían presagiar algo sombrío. Tomó aire y notó el calor espeso en los pulmones.
Joe McAulty estaba pensando algo, aunque no iba a abrir la boca para decirlo hasta que estuviese dispuesto. No se le podía meter prisa. Por eso, se limitó a seguir cargando las alforjas hasta que dijera lo que tenía que decir.
–No creía que fuera a suceder tan pronto.
–Papá, no puede hacerse nada.
Siempre había replicado lo mismo desde que él le habló por primera vez del cobro de la deuda.
–Después de todo lo que hiciste, de lo que ganaste por la Hanley Cup…
–Papá, Mick murió.
Mason lo dijo por encima del hombro y sofocó el dolor que sentía por el vecino que le había parecido un bobo desde que ella era pequeña. Sin embargo, su padre decía las cosas sin rodeos y no conocía el lenguaje de los sentimientos.
–¿Quién iba a pensar que su hijo reclamaría la deuda tan pronto? Efectivamente, si no lo hubiese hecho, el dinero que ganaste podría habernos servido solo para un par de años, pero también podría haber surgido algo.
Ella se dio la vuelta por fin. Su padre estaba dando patadas al suelo y miraba los rayos del sol de la mañana que se filtraban por la nube de polvo.
–Papá, todavía no hemos perdido la finca –Mason sabía que él se sentía culpable, pero ella no podía culparlo ni mucho menos–. El trabajo que hacemos aquí con los chicos es tan importante para mí como lo es para ti… y es muy caro. Mantener los caballos, los tutores, los fisios, los empleados… Que el hijo de Mick reclame el préstamo solo es algo con lo que tenemos que lidiar –algo que se sumaba a todo lo demás, se dijo ella para sus adentros–. Joe –ella lo llamó por el nombre de pila, como todos los empleados–, no voy darme por vencida sin pelear, y menos con ese ranchero arribista del tres al cuarto.
Él esbozó una sonrisa triste. Los dos eran muy desafiantes. Ella se giró otra vez hacia el caballo y fingió que estaba comprobando las alforjas.
–A lo mejor puedo montar con otra cuadra. Me saldrán muchas oportunidades después de la Hanley Cup.
–Yo no te pediría que hicieras algo así –replicó su padre bajando la voz.
–No fue tan grave, papá.
Mason fue incapaz de mirarlo. Se habría dado cuenta. La había criado él solo desde que tenía dos años y se daba cuenta de todos sus secretos o de todas sus mentiras. Volver a correr… Efectivamente, no había sido tan grave como había creído y montar a Veranchetti había hecho que se sintiera viva y plena como no se había sentido desde hacía años, pero sí le había costado, había desenterrado muchos sentimientos que tenía que dilucidar. Por eso había decidido ir a arreglar el cercado ella misma.
Le había costado correr, pero ¿Danyl? No, no le había costado discernir lo que sentía hacia él. Tenía que mantenerse alejada de él como fuera.
Se recogió con una cinta los mechones de pelo largo y oscuro para que la brisa le refrescara el cuello. Observó el sol que se ponía entre las enormes montañas que bordeaban el valle del rio Hunter y tomó la primera bocanada de aire que había tomado con tranquilidad desde hacía casi dieciocho meses. La cabalgada hasta allí había sido increíble. Se conocía como la palma de la mano cada promontorio y cada hondonada de esa finca para criar caballos donde había tenido la suerte de criarse también ella.
Cada vez que salía, cada vez que veía ese valle verde flanqueado por montañas que parecían torres de vigilancia que lo defendían, se preguntaba cómo era posible que su madre se hubiese marchado. Su padre había intentado explicarle a lo largo de los años que su madre había sentido la necesidad de encontrar algo más… y si era sincera consigo misma, ella también sintió algo parecido hacía diez años, cuando fue a Estados Unidos a formarse como amazona. Sin embargo, el hogar y los anhelos no eran algo inalcanzable, estaban al alcance de la mano y era algo que había aprendido por las malas. No le importaría marcharse, pero no volvería a hacerlo.
Se llevó la taza humeante a los labios y aspiró el olor a café mezclado con el de tierra mojada y el del bosque que había cerca. Si captaba el olor a sudor, heno, estiércol, dolor y algo viril, se negó a reconocerlo, era solo la memoria que le jugaba una mala pasada. La oscuridad de la noche iba adueñándose del manto color esmeralda del valle y de la finca que había intentado salvar con uñas y dientes. El dinero de las tres carreras que había ganado para El Círculo de los Ganadores debería haber bastado. Acalló la vocecita que le llegaba desde el corazón y le preguntaba por qué no había bastado. Jamás había tenido lástima de sí misma, si la hubiese tenido, lo habría pasado muy mal desde hacía mucho tiempo. Había hablado con el hijo de Mick como si no supiera que era un ser rastrero que quería convertir la finca colindante a la suya en un terreno de lujo, que quería vender al mejor postor la tierra que había sido de su familia desde hacía siete generaciones, que quería dinero. ¿Por qué todo acababa reduciéndose a dinero?
Lo que habían hecho su padre y ella no tenía precio, habían ayudado a relacionarse con los caballos a chicos con problemas de aprendizaje que solo necesitaban algo positivo en sus vidas, les habían enseñado a montar a caballo, a querer a otro ser vivo y a que los quisieran a cambio. Cuando su madre se marchó, su padre tuvo que quedarse para criarla y renunció a su carrera de entrenador, pero había visto la manera de seguir con lo que más amaba. Había contagiado su amor a los caballos a cientos de niños, adolescentes y adultos jóvenes. Quizá no hubiese sido una solución definitiva y era posible que no hubiese servido para ayudar a todos los chicos que habían pasado por allí, pero sí había ayudado bastante. El placer infinito de ver transformarse a un chico que era incapaz de mirar a alguien a los ojos, de que por fin se abriera, de que se convirtiera en alguien más radiante, de que sonriera y se riera por primera vez desde hacía muchísimo tiempo… Eso lo compensaba todo.
Sin embargo, tenían que ampliarse para poder seguir. Necesitaban más sitio para los tutores, los empleados y los niños. No tenían pérdidas, pero si no ampliaban el alcance de su actividad, tampoco sobrevivirían. ¿Y el préstamo…? Dedicaría a eso lo que había ganado en las carreras y volverían a la casilla de salida. Se esfumaría todo lo que había hecho durante los últimos dieciocho meses.
El café le cayó de golpe en el estómago mientras se planteaba correr en otra carrera. La tres últimas habían supuesto un considerable esfuerzo físico y mental. Aunque le costara reconocerlo, diez años se notaban, y había tenido que entrenarse a fondo. Lo primero que hizo su padre cuando volvió fue cebarla. No había perdido peso, había perdido grasa y la había convertido en el músculo que necesitaba para dominar a los dos increíbles caballos que había montado en la Hanley Cup. Habían sido dieciocho meses con semanas laborales de seis días, con entrenamientos por la mañana y la tarde y con una comida al día.
Había dejado las carreras por lo que pasó hacía diez años, pero su cuerpo no se había olvidado y no había dejado de montar a caballo ni un día desde entonces. Su padre había dicho que había nacido para eso y el orgullo de entonces… el orgullo de antes… había bastado para que quisiera cumplir su sueño de infancia, para que quisiera ser el mejor jockey de Australia, no la mejor amazona, la mejor jockey.
En algunos momentos, cuando montaba a Veranchetti y a Devil’s Advocate, esa necesidad la había dominado por dentro, había sabido que podía conseguirlo, que todavía podía cumplir el sueño de infancia.
Sin embargo, montar para otra cuadra, con otros caballos… No. Sabía que eso era impensable, como volver con El Círculo de los Ganadores.
Había habido muchos periodistas que habían querido contar su historia y el dinero que le habían ofrecido por una entrevista o una sesión de fotos habría sido digno de tenerse en cuenta si no hubiese procedido de las misma personas que le habían arruinado la carrera la primera vez. El café le dejó un regusto amargo y supo que no podría hacerlo ni como un último recurso. Ya había aprendido lo bastante de sí misma como para respetar a la persona que había llegado a ser y a honrarla siendo recta y honrada. Quizá hubiese tardado esos diez últimos años, pero ya no iba a venderse al mejor postor.
El sol ya se había ocultado detrás de las montañas y las estrellas empezaban a brillar en el cielo. Fool’s Fate se puso en tensión, coceó ligeramente el suelo y tiró de la cuerda que la tenía atada a un árbol detrás de ella.
Mason frunció el ceño cuando oyó el chasquido de unas ramas. No podía ser su padre, quien sabía que quería estar sola. Tampoco podía ser algún empleado porque habían salido todos a un pub del pueblo. El linde con las tierras de Mick estaba demasiado lejos como para que fuera alguien de allí. Solo quedaban los cazadores furtivos. Tiró el café sobre las ascuas, oyó el chisporroteo y tomó la escopeta.
Danyl dejó escapar un improperio cuando vio que se apagaba el tenue resplandor que había visto. Había sido como una señal luminosa y ya solo podía oler a café quemado y a cenizas mojadas. Quizá debería haber hecho caso a Joe McAulty. Había dejado el caballo atado hacía un rato porque no había querido asustarla, aunque el ruido de las ramas al resquebrajarse retumbaba como un cañonazo en el silencio de la noche. No hizo caso de la punzada en las entrañas que le decía que quizá no debería haber dejado a sus guardaespaldas en la casa y siguió adelante. No podría haber mantenido esa conversación con público. A sus guardaespaldas no les había hecho ninguna gracia, pero habían obedecido.
Salió de la zona arbolada y se quedó parado ante la belleza de lo que estaba viendo. La escena nocturna le dejó sin respiración, fue casi comparable a la admiración que le producía el desierto de Ter’harn. Por eso había tardado un momento en darse cuenta de que el campamento estaba vacío. Una nube tapó la luna y la pequeña tienda de campaña y la fogata todavía humeante quedaron en sombras.
Volvió a dejar otro improperio de cansancio y desesperación. ¿Dónde se había metido? Sin disimular las pisadas, entró en el claro. Después del vuelo, la reunión especialmente dolorosa con el primer ministro de Ter’harn y de la conversación, más tensa todavía, con Joe McAulty, estaba harto.
Volvió a echar una ojeada para intentar encontrar alguna pista de dónde podía estar. Había seguido las indicaciones de Joe y había encontrado dónde había acampado, pero…
Oyó que cargaban una escopeta repetidora y dejó de pensar en ese instante. La lógica no consiguió evitar la descarga de adrenalina en las venas. Lógicamente, sabía que tenía que ser Mason y, lógicamente, sabía que no le dispararía, pero…
–No deberías haber venido –le dijo una voz que le llegó desde detrás.
Diciembre, hacía diez años
N