Reclamada por el multimillonario - Pippa Roscoe - E-Book
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Reclamada por el multimillonario E-Book

Pippa Roscoe

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Beschreibung

Haría cualquier cosa por ajustar cuentas… ¡incluso fingir un compromiso! El multimillonario Antonio Arcuri, para conseguir vengarse de su despiadado padre, necesitaba inmediatamente una novia falsa, y le pidió a Emma Guilham, su tímida secretaria, que lo fuera. Él, a cambio, la ayudaría a cumplir sus sueños… y empezaría con un viaje a Buenos Aires. Solo era una farsa sin más, hasta que la tensión que brotó entre ellos se convirtió en un volcán de deseo incontenible. Antonio tuvo que decidir entre la venganza o ella…

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

 

© 2018 Pippa Roscoe

 

© 2020 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Reclamada por el multimillonario, n.º 167 - agosto 2020

Título original: A Ring to Take His Revenge

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1348-628-4

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Prólogo

 

 

 

 

 

Londres…

 

 

ANTONIO Arcuri le hizo un gesto a la joven, menuda y morena, para que se montara en la limusina antes que él. Estaba acostumbrado a acompañar a mujeres que acababa de conocer hasta su limusina, pero no por motivos de trabajo. Jamás por trabajo.

Sin embargo, no había tenido otra alternativa. La reunión de la mañana se había alargado insoportablemente y no podía ni cancelar esa última entrevista para seleccionar a su secretaria personal ni llegar tarde a la reunión con los otros dos integrantes de El Círculo de los Ganadores; un grupo de propietarios de caballos de carreras en el que participaba.

Llevaba casi un año esperando para ver a sus amigos Dimitri y Danyl, que también eran sus hermanos en más de un sentido. Le habían obligado a hacer más de una cosa a la vez y no podía soportar que le obligaran a hacer algo.

La morena, la señorita Guilham, arqueó una ceja ante el inesperado cambio de escenario para la entrevista y eso le pareció un buen augurio. Sin embargo, no se lo pareció tanto su manera de recolocarse el díscolo dobladillo de la falda, que se le había subido por los tersos muslos al sentarse en el mullido asiento de cuero. Esa falda que le había parecido desmesuradamente conservadora cuando la vio de pie y que, en ese momento, era una distracción que, sinceramente, no deseaba.

Se sentó a su lado y observó a Emma Guilham por el rabillo del ojo. Comprobó que era menuda y hermosa, hasta que archivó los datos y se olvidó de ellos. Daba igual que su próxima secretaria fuera atractiva o no. Aunque, al menos, había dejado de tirar del dobladillo de la falda.

La limusina salió del oscuro aparcamiento de sus oficinas y se mezcló con el agobiante tráfico del centro de Londres. Maldijo su suerte para sus adentros y dominó las ganas de mirar el reloj. Sabía que tenía muy poco tiempo.

–Su conductor debería tomar St. James y Pall Mall. Navidad y la calle Regent es una combinación espantosa.

Ella clavó los ojos color avellana en los de él, que sintió un repentino vuelco en el pecho. Su mirada no transmitía ni una necesidad imperiosa de agradar ni una emoción fervorosa, ni tenía el brillo sensual que solía captar en las miradas de las mujeres. Sabía que era atractivo y se aprovechaba todo lo que podía, pero no con las empleadas.

Sin embargo, y lo que era más importante de todo, no había doblez en su mirada, algo que era inusitado y que, para él, no tenía precio.

Comparada con las otras tres candidatas que había entrevistado, era la menos impresionante. Emma Guilham, con veintidós años recién cumplidos, era joven. Sin embargo, parecía la más imperturbable, aunque las otras iban de los veintimuchos años a los cincuenta y pocos.

No hacía falta que mirara su currículum porque recordaba toda la información pertinente y procedió a entrevistarla.

–Se graduó en estudios de mercados internacionales, en la Universidad de Londres, con cuatro sobresalientes, puede teclear ciento veinte palabras por minuto y le gusta viajar y leer –le desconcertó que color avellana de sus ojos fuera tomando un tono verde mar–. Es muy trabajadora, algo que me ha confirmado repetidamente el director financiero de mi oficina en Londres, donde ha trabajado a jornada completa durante los meses pasados y a tiempo parcial el año anterior, mientras terminaba los estudios, algo en lo que también me ha insistido repetidamente el director financiero.

Emma se limitó a asentir levemente con la cabeza y él frunció el ceño. Normalmente, las candidatas resaltaban sus virtudes cuando él les daba la oportunidad. Él le dio un instante para que ella hablara, pero se quedó en silencio.

–El trabajo es en Nueva York. Apuesto a lo grande, adquiero empresas y espero mucho trabajo, entrega plena y discreción absoluta tanto en los asuntos laborales como en los personales. Yo no estoy siempre en la oficina de Nueva York, pero usted sí tendrá que estar a todas horas.

–Claro.

Él siguió esperando algún cambio en su expresión, por mínimo que fuera. Ella todavía tenía que expresar la emoción o el mal disimulado asombro maravillado que, fastidiosamente, había presenciado en las otras entrevistas.

–Señorita Guilham, no parece muy interesada en esta entrevista.

No tenía paciencia cuando le hacían perder el tiempo y tampoco quería una mujer que le dijera «sí» a todo, pero, aun así, eso era… insólito.

–Todavía tiene que hacerme una pregunta, señor Arcuri –replicó ella en un tono que no tenía nada de acusatorio u ofendido–. ¿Puedo hablar con claridad?

Él contestó con un gesto de la mano para que lo hiciera.

–Señor Arcuri, ya he pasado por tres entrevistas previas para conseguir ese puesto; una con Recursos Humanos de Reino Unido, otra con Recursos Humanos de Estados Unidos y la tercera con su anterior secretaria personal. No me hago ilusiones en cuanto a mi poca experiencia si se compara con la de las candidatas más veteranas y solo puedo considerar que su decisión de llevarme en su… desplazamiento es toda una cortesía por su parte… y se lo agradezco –entonces, la morena dio unos golpecitos en la mampara de cristal que los separaba del conductor–. Por aquí a la izquierda y, luego, la segunda a la derecha –le indicó ella antes de volverse hacia él–. Creo que, llegados a este punto, su elección se reduce a la personalidad y, en lo relativo a usted como mi jefe, no tengo por qué darle ninguna explicación respecto a eso. ¿Quiere a alguien que solo viva y respire por Arcuri Enterprises? Yo puedo serlo. ¿Quiere a alguien que se ocupe de una agenda internacional? Puedo hacerlo con los ojos cerrados. ¿Quiere a alguien que le despeje el camino y lo libre de todo lo que pueda impedirle emplear su valioso tiempo en lo que quiera? Soy la que está buscando. El resto, puede saberlo por mi currículum o no tiene por qué saberlo. Quiero trabajar con usted porque es el mejor, así de sencillo.

La limusina de detuvo delante del club Asquith de Londres mientras Antonio estaba intentando asimilar ese discurso bastante impresionante y no menos sorprendente.

La señorita Guilham esbozó una sonrisa afable y Antonio notó que él también elevaba ligeramente las comisuras de los labios.

–Tengo una pregunta, señorita Guilham.

–¿Cuál?

–¿Qué se llevaría si fueran a abandonarla en una isla desierta?

–Un teléfono por satélite.

Él había oído todo tipo de respuestas, desde la música de Mozart o las obras completas de Shakespeare, a un piano. Sin embargo, solo había oído la respuesta de ella una vez, y se la había dado él a sí mismo.

Él asintió inexpresivamente con la cabeza.

–Señor Arcuri –siguió ella–. Le agradezco que me haya dado la oportunidad de hablar con usted. Esperaré a que Recursos Humanos se ponga en contacto conmigo y deseo que disfrute con el almuerzo. Yo volveré a la oficina.

Dicho eso, Emma Guilham lo dejó en el coche. Hacía mucho tiempo que no se sentía tan atónito… y no era el único a juzgar por cómo la miraba el conductor mientras se alejaba.

Se bajó de la limusina y se dirigió hacia el reservado del club donde lo esperaban Dimitri Kyriakou y Danyl Najem Al Arain mientras intentaba borrarse de la cabeza cómo había contoneado las caderas ella de camino a la estación de metro de Picadilly Circus.

Con una eficiencia implacable, volvió a concentrarse en El Círculo de los Ganadores.

Los tres se habían conocido cuando eran estudiantes y su amistad se había forjado en lo más profundo de sus momentos más sombríos, gracias a todo lo que se habían respaldado los unos a los otros, y a todo lo que habían celebrado juntos. Además, Dimitri, Danyl y su abuelo materno habían sido los primeros inversores cuando necesitó capital para poner en marcha su negocio. Él, naturalmente, les había devuelto todo el dinero, con intereses y en la mitad del tiempo acordado. Sin embargo, no había olvidado en ningún momento la deuda que había contraído con sus amigos.

Sabía, y tenía muy presente, que sin ellos no habría llegado a ser lo que era, y ellos dirían lo mismo de él. En ese momento, al cabo de un año, esos tres hombres, que solían aparecer en los periódicos como unos de los más grandes empresarios vivos, volverían a reunirse por fin en la misma habitación.

Mientras se dirigía hacia la mesa del comedor privado, una pequeña rubia se cruzó apresuradamente con él y lo miró con el ceño fruncido.

–¿Qué me he perdido? –preguntó Antonio mientras observaba el aspecto de sus amigos.

El encarcelamiento injusto de Dimitri le había pasado factura, pero sus imponentes rasgos griegos todavía hacían que las mujeres giraran la cabeza a su paso. Danyl, por su parte, no tenía que depender de su título de jeque heredero del trono de Ter’harn. Irradiaba una intensidad melancólica, como había comentado la última secretaria de Antonio.

Solo el implacable sistema legal de Estados Unidos había conseguido impedir que se reunieran todos los trimestres, lo único inamovible en su agenda cada vez más repleta. Sin embargo, se había demostrado la inocencia de Dimitri y por fin se habían juntado otra vez.

–Una proposición –le contestó Dimitri a Antonio.

–¿En público y a estas horas? Caballeros, mi escandalosa reputación está quedando como un juego de niños.

–Una proposición profesional –gruñó Danyl entre dientes.

–Ella… –Dimitri señaló con la cabeza hacia el sitio por donde había salido la rubia–. Ella quiere correr con nosotros en la Hanley Cup.

–Ya tenemos jockey –intervino Danyl.

–Ella dice que puede ganar las tres carreras.

–Eso no lo ha hecho nadie desde… –empezó a decir Antonio sin disimular la curiosidad.

–Desde que su padre entrenó al caballo y al jinete hace veinte años –terminó Dimitri.

Antonio empezó a darle vueltas a lo que había oído.

–¿Era Mason McAulty?

Danyl dejó escapar un gruñido desabrido, pero Antonio pensó en las repercusiones, en las ganancias para el ganador y en la atención de la prensa de todo el mundo… Las noticias sobre su club habían ido menguando a lo largo de los años, pero nadie podía discutir todo lo que habían conseguido. Lo crearon poco después de haber salido de la universidad. Había sido el proyecto perfecto para tres hombres que adoraban las apuestas altas, los caballos y la adrenalina.

Antonio podría haber llegado a ser un jugador de polo de nivel internacional, pero eso fue antes de que todo lo que hizo Michael Steele hubiese estado a punto de destrozar a su familia. Contuvo la rabia que le producía acordarse de ese hombre y volvió a centrar su atención en la proposición.

–¿Y ella puede hacerlo?

Dimitri se encogió de hombros, pero pareció como si Danyl lo pensara más detenidamente.

–Es probable –acabó reconociendo.

–Yo acepto –afirmó Antonio encogiéndose de hombros con un estilo muy italiano.

Si Mason McAulty lo conseguía, las ganancias serían increíbles. Si no… Bueno, ¿acaso había mala prensa? A Antonio le encantaba vivir en el filo de la navaja.

–¿Por qué no?

Dimitri también aceptó y Danyl asintió con la cabeza a regañadientes y con los labios apretados con firmeza. Antonio no sabía por qué Danyl había mirado con esa furia a Mason McAulty cuando salía, pero sí esperaba que ella supiera que estaba jugando con fuego.

–¿Whisky? –preguntó Dimitri cuando Antonio se sentó por fin.

–Desde luego –Antonio se dejó caer sobre el respaldo y observó a sus amigos–. Me alegro de volver a veros.

–Repítelo y sabré que te has ablandado –replicó Dimitri en un tono tenso.

–Si quisiera oír cotilleos de mujeres, me habría quedado con mi harén –añadió Danyl.

–No tienes ningún harén –se burló Antonio–. Si lo tuvieras, no te veríamos el pelo.

Sin embargo, en vez de complacerse con la relación familiar que tenía con sus dos mejores amigos, Antonio dejó que su cabeza volviera a pensar en la mujer que, como acababa de decidir, iba a ser su nueva secretaria personal.

Emma Guilham…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

Dieciocho meses después…

 

 

EMMA, con rapidez y eficiencia, se recogió los mechones de pelo oscuro que se le habían escapado y se hizo un discreto moño. Aunque no hubiese visto que Antonio Arcuri fruncía el ceño cuando algún mechón de pelo se le escapaba de las horquillas, ella sabía, intuitivamente, que eso era lo que quería su implacable jefe; rapidez, eficiencia y discreción.

Mientras comprobaba su aspecto en el espejo del cuarto de baño de las oficinas en Nueva York de Arcuri Enterprises, se fijó en la «A» y la «E» grabadas que había en una esquina de todos los espejos y sintió una punzada de emoción y satisfacción.

Había llegado muy lejos desde la pequeña, pero cómoda, casa de su madre en los alrededores de Hampstead Heath. Se acordó de la entrevista tan extravagante que le había hecho Antonio en la limusina mientras se abrían paso entre el tráfico navideño de Londres. Creía que había estado descarada, pero la verdad era que había creído que no tenía ni la más mínima posibilidad de conseguir el empleo y, como no había tenido nada que perder, había dicho la verdad.

Había creído sinceramente todas y cada una de las palabras que había dicho y se había ceñido estrictamente a todas durante los dieciocho meses que llevaba allí. Había peleado mucho para estar allí, para estar en Nueva York y ser la secretaria personal de Antonio Arcuri… y no iba a permitir que esa llegada atípica, imprevista y cada vez más inminente la alterara.

Desde que le sonó el teléfono, a la una de la madrugada, para comunicarle que Antonio volvería de Italia y estaría en la oficina en menos de seis horas, había estado dominada por algo parecido al pánico… aunque se hubiese dicho a sí misma que ya no sentía pánico. Aun así, se había levantado de un salto de la cama y había comprobado en la agenda que Antonio no tenía ningún motivo para volver tan precipitadamente. No sabía qué esperar de su hermético jefe.

Había empezado a anhelar esas ausencias de Antonio. Fuera porque tenía que acudir a sus inamovibles reuniones con El Círculo de los Ganadores o porque tenía que visitar las oficinas de Londres, Hong Kong o Italia, agradecía tener que tratar con él mediante correo electrónico o videoconferencias. Agradecía esos respiros porque en realidad, palpablemente, la presencia de Antonio era… abrumadora.

No se trataba solo de su belleza clásica. Sus ojos color chocolate, sus pómulos prominentes y su mentón firme serían devastadores en cualquier hombre. Además, el bronceado italiano de su piel contrastaba sensualmente con los labios color vino y todo su cuerpo transmitía una energía depredadora, pero sabía que lo que la atraía de verdad era la vitalidad, la autoridad que rezumaba todo su ser.

Aun así, había aprendido a sofocar esa atracción y no iba a permitir que interfiriera en su trabajo. Estaba allí para hacer su trabajo, no para que se le cayera la baba con su jefe. No iba a caer en la misma trampa en la que habían caído muchas mujeres. Además, tenía sus objetivos, sitios que quería conocer y cosas que quería hacer, y Antonio Arcuri no entraba en ninguno de ellos.

La puerta del amplio cuarto de baño se abrió de golpe y unas mujeres entraron armadas hasta los dientes con bolsas de maquillaje. Emma las observó mientras sacaban todo tipo de herramientas destinadas a seducir y se aplicaban con delicadeza un millón de productos, como también había hecho ella a los diecisiete años para disimular los estragos de la quimioterapia.

Sin embargo, hizo un esfuerzo para dejar esos recuerdos a un lado. A Antonio le importaba muy poco su aspecto, solo le importaba su capacidad. Sonrió con cierto abatimiento ante esa fila de empleadas de Arcuri. Antonio tenía ese efecto en las mujeres, pero no en ella. Podía parecerle que su jefe era devastadoramente atractivo, pero eso no iba a trastocarla.

Ningún hombre iba a trastocarla.

 

 

Sentada al ordenador, en la antesala del despacho de Antonio en la última planta, dejó que una sensación de control y calma se adueñara de ella. Esos eran sus dominios y le encantaba.

Ese despacho en el piso veinticuatro de un rascacielos de Manhattan era mucho más de lo que había podido llegar a imaginarse en toda su vida. Las cristaleras le permitían tener una vista increíble de Central Park y del famoso perfil de la ciudad. La decoración y todo ello transmitía una sensación de poderío que ella disfrutaba durante el día, antes de volver, todas las noches, a su minúsculo piso en Brooklyn. Ir a Nueva York había sido el primer objetivo cumplido de su lista de objetivos en la vida. Después de cinco años curándose, por fin había puesto punto final a esa enfermedad espantosa que le había arrebatado tantas cosas. Aunque se había quedado más tiempo del que había previsto como secretaria de Antonio y había tenido que renunciar a algunos de sus objetivos en la vida… prefería pasarlo por alto. Estaba contenta y siempre tendría tiempo en el futuro, en su futuro.

–¿Sabes por qué viene?

Emma levantó la mirada y vio a James, un ejecutivo de nivel bajo que estaba muy nervioso, casi presa del pánico. Él se quitó las gafas y la miró con unos ojos hinchados por el sueño mientras otros empleados, igual de nerviosos, miraban desde el pasillo.

La noticia de la inminente llegada de Antonio debía de haber corrido como la pólvora porque si bien no era raro ver a algunos empleados trabajando como locos a esa hora de la mañana, sí lo era verlos a todos. Sin embargo, eso era lo que conseguía Antonio Arcuri. Él no pedía nada, lo esperaba todo. Él no exigía, no hacía falta.

–¿Ha llegado ya? –volvió a preguntarle James sin esperar a que hubiese contestado la primera pregunta.

–El señor Arcuri tiene que ocuparse de ciertos asuntos, eso es todo.

–Es que… Dada la situación actual…

–Arcuri Enterprises es lo bastante fuerte como para sobrevivir a cualquier situación.

La voz con acento italiano de Antonio le interrumpió en un tono cortante.

A Emma le espantaba que entrara sigilosamente en las habitaciones, como una pantera, y sintió lástima por el pobre James, que, antes de salir corriendo, había pasado de estar pálido por el miedo a estar rojo por la humillación.

–¿Por qué parece como si todo el mundo creyera que voy a despedirlo? –le preguntó Antonio con rabia a Emma.

Ella contuvo las ganas de suspirar. Evidentemente, estaba de ese humor, un humor que le facilitaba contener también las ganas de comerse con la mirada ese metro noventa de musculatura fibrosa.

–Es un poco raro que interrumpas tu estancia en Italia.

–Necesito una videoconferencia con Danyl y Dimitri inmediatamente. También necesito un informe completo sobre Benjamin Bartlett. Todo lo que puedas saber sobre él y su empresa.

Lo último lo dijo por encima del hombro mientras se dirigía a su despacho.

–Se lo diré inmediatamente al equipo de investigación.

–No –Antonio se paró a mitad de camino–. Nadie puede saberlo. Quiero que te ocupes tú personalmente.

Dicho lo cual, Antonio llegó a su despacho, entró y cerró la puerta dando un portazo. Emma volvió a suspirar y cerró la carpeta que tenía abierta encima de la mesa. Era sobre la gala benéfica de la Fundación Arcuri, un asunto al que ya había dedicado mucho de su tiempo libre, pero supo que tendría que llevársela a casa. Mientras marcaba los números de Dimitri y Danyl, que ya se sabía de memoria, se preguntó quién sería Benjamin Bartlett y por qué sería tan importante.

 

 

Antonio Arcuri quería que se le apaciguara la adrenalina que le corría por las venas. Se quitó la chaqueta del traje, la tiró sobre el sofá y, en vez de sentarse, fue hasta el ventanal.

Había decidido que le asignaría a Emma la investigación de Benjamin Bartlett durante el vuelo de vuelta de Italia, de la casa de su madre en Sorrento. Le había impresionado, durante los últimos dieciocho meses, que su secretaria fuese tan tranquila e imperturbable. Dieciocho meses en los que había reprimido sin contemplaciones ese interés sensual y no deseado que se le había despertado desde el mismo momento en el que se montó en aquella limusina que lo llevó al club Asquith de Londres.

Naturalmente, también le había ayudado que ella se vistiera como si fuese la fundadora de una orden religiosa y no mostrara el más mínimo interés hacia él, aparte de su relación profesional. Había tenido otras secretarias y habían arqueado las cejas con incomodidad cuando les había encargado ciertos cometidos indiscretos, como que rechazara a examantes o que comprara regalos de… despedida. Emma, a pesar de lo que indicaba su apariencia conservadora, los había llevado todos a cabo sin rechistar. Lo único que le había pedido había sido que aprobara el presupuesto.

En resumen, Emma Guilham hacía muy bien su trabajo.

Por eso precisamente había confiado en ella para que se ocupara de la investigación de Benjamin Bartlett. No podía arriesgarse a que se filtrara su interés antes de que hubiese podido concertar una cita con él. Sin embargo, su objetivo no era el propio Benjamin Bartlett. Podría haberse quedado su famosa e histórica empresa, él no tenía ninguna necesidad de añadirla a su cartera de inversiones. No. Su objetivo era el otro posible inversor, el inversor al que quería aplastar hasta que no quedara ni rastro de él.

Una vez allí, detrás del ventanal, no veía ni un milímetro de ese vergel que había en medio del bullicio de Nueva York, solo veía la victoria al alcance de la mano. Por fin, tenía la oportunidad de doblegar a Michael Steele, de destrozarlo de una vez por todas. Había pasado mucho tiempo investigando las operaciones empresariales de Steele y quedándose con lo que creía que le correspondía a su madre y a su hermana. No olvidaba la devastación que había llevado a su familia con una eficiencia despiadada, el dolor que casi había acabado con su madre y las cicatrices emocionales que su hermana se había dejado en el cuerpo hasta que no había quedado casi nada de ella.

Él se había pasado años ascendiendo en la escala social para eso, para tener la oportunidad de hundir a Michael Steele para siempre.

Oyó el zumbido del intercomunicador y salió del ensimismamiento cuando Emma le informó de que ya tenía a Danyl y Dimitri conectados.

–¿Qué pasa? –le preguntó Danyl.

Cualquiera podría haber pensado que había captado rabia en su voz, pero Antonio sabía que era preocupación.

–No pasa nada, al contrario.

–Son las… las seis en Nueva York, ¿no? –le preguntó Dimitri–. Ni tú sueles empezar tan pronto.

–Son las siete.

–Compadezco a tu secretaria –comentó Danyl–. Ha tenido que pelearse con mi ayudante para no tener que llamar al ministerio de Asuntos Exteriores de Ter’harn.

–No la compadezcas –replicó Antonio–, admírala.

–La admiro –reconoció Danyl–. Cualquiera que pueda sacar a mi ayudante de los asuntos de Estado vale su peso en oro.

–Ya sé cómo acabar con Steele de una vez por todas.

No hacía falta que explicara de quién estaba hablando ni por qué era tan importante. Danyl y Dimitri habían sabido lo que significaba para él desde que tenía dieciséis años.

–¿Cómo? –le preguntó Dimitri.

–Según informadores de toda confianza, Benjamin Bartlett está buscando una inversión sólida en su empresa. Sería la última oportunidad para que Steele consiguiera seguridad económica. Tiene dinero para invertirlo, pero no tanto como para sobrevivir sin él.

–Y piensas ser tú el inversor, hacer lo que haga falta para serlo.

–No será necesario –Antonio sonrió–. Puedo mejorar cualquier oferta de Steele.

–He conocido a Bartlett y tengo que reconocer que me sorprende que esté buscando un inversor. Nunca ha tenido problemas económicos.

–¿Lo conoces? ¿Por qué? –le preguntó Antonio mientras empezaba a maquinar cómo podría aprovecharse.

–Le gustan mucho las carreras de caballos y se le ve con frecuencia por los hipódromos de todo el mundo.

Antonio frunció el ceño mientras rebuscaba en la memoria, que solía ser perfecta, para acordarse de alguna vez que lo hubiera visto en alguna de las muchas carreras a las que había asistido como integrante de El Círculo de los Ganadores.

–Aunque normalmente es muy discreto –siguió Dimitri–. Suele quedarse al margen de las zonas más concurridas y animadas a las que vamos nosotros. Seguramente, irá a Argentina para ver la primera carrera de la Hanley Cup. ¿Sabes por qué está buscando un inversor?

–Da igual el motivo. Haré lo que haga falta para serlo yo y no Steele.

Se hizo el silencio y Antonio temió, durante un instante, que se hubiese cortado la comunicación.

–Antonio, ten cuidado –le advirtió Dimitri–. La desesperación hace que un hombre sea peligroso y yo lo sé mejor que nadie.

–Puedo lidiar con él –gruñó Antonio.

–No me refería a él.

Llamaron a la puerta y Emma apareció con un café espresso que necesitaba muchísimo en ese momento. Les pidió a Danyl y Dimitri que esperaran un momento mientras Emma le dejaba el café en las mesa… y él ganaba tiempo. La advertencia de Dimitri no había caído en saco roto, pero él llevaba mucho tiempo esperando la ocasión. Sabía que ese empeño en vengarse entristecería a su madre. Ella le había pedido infinidad de veces a lo largo de los años que pasara página, que dejara atrás el dolor, que todos lo dejaran atrás, pero él no podía.

Mientras Emma volvía a su mesa, detrás de la puerta que daba a su despacho, él se preguntó si ella lo entendería. Algunas veces, su secretaria, de aspecto conservador y de mirada fría, había mostrado un brillo desafiante, algo parecido al conflicto que sentía él en ese momento. Sin embargo, ella cerró la puerta y él dejó esa idea a un lado antes de retomar la llamada.

–Antonio, ese podría no ser el único problema con el que te encuentres –siguió Danyl.

–Puedo afrontarlo sea el que sea.

–No estoy tan seguro. Bartlett es muy… tradicional y tu reciente relación con una modelo sueca, ampliamente divulgada, podría disuadirlo.